El caliz de sangre

El cáliz de sangre

En febrero de 2010 se han cumplido los ochenta años del martirio de los dos santos misioneros salesianos, el obispo Luís Versiglia y el sacerdote Calixto Caravario. Su sangre ha sido preciosa, “sangre de mártires” que, en frase de Tertuliano, hace más de 17 siglos, es semilla de nuevos cristianos. El relato de su vida y martirio nos prepara a ser también nosotros testigos de Jesucristo en nuestro mundo.

Tengo algo que decirte

Al pequeño Luís Versiglia le apasionaban los caballos, por eso quería ser veterinario. Al verlo ayudar a Misa con tanta unción, la gente comentaba que llegaría a ser sacerdote, pero a él ni se le había pasado por la cabeza tal propuesta. Así que aceptó ir a estudiar a Turín-Valdocco para poder acceder un día a la Universidad. Claro que Luís no podía saber que en aquella casa residía Don Bosco.

Era dura la vida de interno en el colegio, una monótona vida de estudio. Luís no lo puede resistir, así que escribe a casa pidiendo que le vengan a buscar. El padre resiste cuanto puede, pero a la tercera misiva se presenta para llevárselo. Pero ya es tarde, ha conocido a Don Bosco y ha quedado seducido por él. Más aún, el 23 de junio de 1887 tiene el honor de leerle su redacción la víspera del día de su onomástico. Lee con voz alta y clara. Cuando se acerca a besarle la mano, el santo le susurra al oído: ven luego a verme, tengo algo que decirte. Luís recordará siempre la invitación, pero no logra ver al Santo. ¿Qué le ha querido decir Don Bosco?

Unos meses más tarde, Luís vive con sus compañeros las emociones de la enfermedad y muerte de Don Bosco. Durante tres días, los restos mortales del Santo yacen expuestos en la Iglesia de San Francisco de Sales.

Pocos meses después, el 11 de marzo de 1888, la basílica de María Auxiliadora se llena de fieles, salesianos y jóvenes, para asistir a la imposición del crucifijo a los siete misioneros que van a partir. Ese día Luís renuncia a su carrera de veterinario, será misionero salesiano.

En 1888 hace el noviciado en Foglizzo y al año siguiente prosigue sus estudios en Valsalice, donde descansan los restos de Don Bosco. ¡Cuántos momentos de oración ante su tumba! ¿Qué me ibas a decir Don Bosco?

Soñando con China

Don Bosco, cuyo anhelo misionero no conocía confines, había soñado con el Celeste Imperio. Ya en 1873, antes de pensar en el proyecto de las misiones de la Patagonia, ha intentado fundar una escuela profesional en Hong Kong y al año siguiente se lo propone al Papa. En 1876 es el mismo Pío IX quien le sugiere fundar en China, pero le faltan misioneros. En el sueño de Barcelona, en 1886, vuelve a soñar con la gran nación: ¡Te hemos esperado tanto! le dicen los niños que le rodean.

En su lecho de muerte el santo se dirige a su obispo Juan Cagliero, y le susurra: “Te recomiendo las misiones”.

-Sí, nuestras misiones de América.
- No, te recomiendo Asia.
- Pero si yo me he dedicado a América, ¿cómo ir ahora a Oriente?
Y Don Bosco con calma: - “Te recomiendo Asia”

Pero hay otro sueño referente a China que no se halla escrito en ninguna parte. Lo contó Don Arturo Conelli en 1941: “Don Bosco, en sueños, había visto alzarse al cielo dos grandes cálices, uno lleno de sudor y otro de sangre de los Salesianos.”

Llega por fin la hora de partir

No será hasta 1905 cuando llegue la hora. El Obispo de Macao, colonia portuguesa al sur de China, llama a los Salesianos. Los misioneros están preparados. Su jefe será el que todos suponen, Don Arturo Conelli, que ya se ha puesto en contacto con el Obispo de Macao. Pero la Providencia tiene otros planes. Arturo Conelli cae enfermo, es una hipertrofia hepática y el cuadro clínico desautoriza el viaje. A última hora hay que buscar a un sustituto, ¿quién sino Luis Versiglia que lo está deseando? El pequeño grupito de cinco parte el 18 de enero de 1906 y llega a Macao, tras 26 días de viaje, el 13 de febrero. Su primera tarea es hacerse cargo de un Orfanato.

Un nuevo obispo salesiano

Las fatigas misioneras se suceden, pero también las alegrías. El 9 de enero de 1912, bajo las arcadas góticas de la catedral de Cantón, Don Luís Versiglia es consagrado obispo y pocos días después regresa a Macao donde una inmensa muchedumbre y doscientos huerfanitos vestidos de marinero, le tributan una calurosa bienvenida.

Pasan los años y de Europa siguen llegando refuerzos. En 1922 es el mismo Monseñor Versiglia quien habla de China a los seminaristas salesianos en Turín e inflama de ardores misioneros a uno de los jóvenes salesianos, Calixto Caravario quien se le acerca y le anuncia: - Monseñor, iré a China. Ya verá cómo soy hombre de palabra, iré con Vd.

Lo conseguirá finalmente en 1924. A finales de octubre está ya en Shangay. Trabaja día y noche en un internado de niños pobres y abandonados, como quería Don Bosco. Unos meses después, escribe a su madre lleno de alegría: ¡No te imaginas la alegría cuando explicando el catecismo he podido comprobar que me entendían todo!

En abril de 1929, tras una corta estancia en Timor, recibe la ordenación sacerdotal en Macao.

Un largo viaje

El 24 de febrero el Obispo Luis Versiglia emprende viaje desde Shiw Chow, sede del seminario, a la lejana localidad de Lin Chow, la residencia misionera del Padre Calixto Caravario. Irán los dos juntos y acompañarán a casa a varios chicos y chicas estudiantes que regresan.

Es un viaje arriesgado pues la zona se ha convertido en un campo de batalla entre las tropas comunistas y las nacionalistas de Chang Kai-Shek.

Se han levantado a las 4 de la mañana y después de la Misa, al tren. El grupo, además de Monseñor y el P. Caravario, lo componen cinco personas. Destaca entre ellas María Thong, veintidós años, maestra, secretaria de la juventud femenina, decidida y luchadora. La querían casar con un joven del pueblo, pero ella ha decidido hacerse monja y va a despedirse de su familia. La comitiva hace noche en la residencia misionera de Lin Kong How y a la mañana siguiente, 25 de febrero, prosiguen en barca.

Remontando el río Lin Chow.

Los remos de los dos barqueros impulsan la embarcación contra corriente. Parece un viaje tranquilo. Monseñor Versiglia ha mandado colocar bien visible un cartel blanco con la inscripción “Misión Católica”.

De pronto aparece en la orilla un grupo de jóvenes armados. ¿Son soldados o piratas? Más adelante se divisan a lo lejos dos fogatas con gente alrededor. Poco después resuena una orden intimidatoria:
- ¡Parad la barca!

Son piratas comunistas. Los barqueros se detienen, dicen quiénes son y adonde van. Los piratas exigen un pago inmediato: 500 dólares. Es una cifra exagerada. Nadie viaja con tanto dinero. Las jóvenes se ponen a rezar. Se ordena a todos bajar a tierra. Sigue un diálogo tenso y dramático, pero la decisión es terminante: O soltáis el dinero o pegamos fuego a la barca.

Ya a bordo, los piratas exploran la barca y descubren a las mujeres.
¡Todos fuera! Viendo que no hacen caso, los piratas empiezan a echar tizones encendidos. Monseñor tranquilamente los va apagando. Al fin, exasperados, golpean a los misioneros con las culatas de los fusiles. Cae Monseñor derramando sangre, las jóvenes son llevadas a la orilla..

María Thong se resiste, está agarrada a la mano del obispo. Un fuerte golpe y se suelta. Arrastran a la joven, pero ésta se escapa de sus manos y se arroja al agua. No le sirve, la corriente la devuelve junto a la barca. La aferran por las trenzas y la izan arrastrándola a la orilla.

Ya en la orilla prosigue el diálogo y las amenazas. Se dirigen a los dos religiosos:
-¿No tenéis miedo a morir?
- Somos misioneros -responde el obispo- ¿por qué vamos a tener miedo a la muerte?
Llevan entonces a los misioneros a un cercano bosquecillo de bambú.
Los dejan solos mientras registran la barca, los dos misioneros se confiesan. El semblante de ambos es sereno y sonriente. Con la mirada señalan el cielo.
Se inicia ahora un trecho de camino. Han llegado. Los dos misioneros caen de rodillas. Alzan los ojos al cielo y quedan absortos. Poco después resuenan cinco disparos de fusil y regresan dos piratas. Uno de ellos confiesa impresionado:

- Es algo inexplicable. Hemos visto morir a mucha gente. Todos tienen miedo a la muerte. Estos, todo lo contrario: han muerto felices, parece que no deseasen otro cosa que morir.

Durante tres días permanecen las jóvenes con sus captores. Las tratan bien. Hasta que éstos se enteran de que un fuerte destacamento de soldados ha salido en su persecución y las abandonan. Por fin pueden llegar al colegio de las Hijas de María Auxiliadora y relatar lo ocurrido.

La expedición de rescate se pone en marcha. Sólo días más tarde logran reconocer el lugar del martirio: aún están las cañas salpicadas con la sangre de los mártires. Más tarde encuentran los cadáveres, los despojan de sus ataduras y depositan un beso de respeto sobre sus frentes .

Se logra la reconstrucción de los hechos. Todo había sido planificado hasta el último detalle. Sólo les falló algo: no se imaginaban que los misioneros, en vez de pensar en sí mismos, iban a defender a sus alumnas hasta la muerte.


Honores de santidad

En 1976 son declarados mártires por el Papa Pablo VI. El 15 de mayo de 1983, Año Santo de la Redención, a los 53 años de su muerte, el Papa Juan Pablo II los elevará al honor de los altares proclamándoles beatos. Son los protomártires salesianos. El mismo Papa Juan Pablo II los canonizará el 1 de octubre del 2000. Una vez más cobran vida las palabras de Jesús: el buen pastor da la vida por sus ovejas. Una promesa de fe para el pueblo de China. En el cielo están los dos, con San Francisco Javier y tantos compañeros mártires y santos, intercediendo ante el Dios de la Historia para que la luz de la fe se abra paso y su resplandor ilumine al pueblo de China.

Nicolás Echave, sdb

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