CAM3-secondo giorno-Mons Luis Augusto Castro


CAM3-secondo giorno-Mons Luis Augusto Castro

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PENTECOSTÉS, COMUNIDAD LLEVADA POR EL ESPÍRITU
CUANDO EL IMPULSO DEL ESPÍRITU
IMPREGNA Y MOTIVA TODAS
LAS ÁREAS DE LA EXISTENCIA,
ENTONCES TAMBIÉN PENETRA Y
CONFIGURA LA VOCACIÓN
ESPECÍFICA DE CADA UNO.
(APARECIDA 285)
INSEPARABLES COMPAÑEROS
Grecia tenía ciudades muy especiales como Atenas y Esparta. Me refiero a
ésta última de la cual se decía que, a diferencia de las otras ciudades, no
tenía murallas que la defendieran. Sus murallas, explicaba uno de sus reyes,
Agesilao el Grande, eran solamente las virtudes de sus ciudadanos. Los
espartanos eran todos luchadores, guerreros valientes que formaban
ejércitos invencibles.
Entre todos estos guerreros había una práctica muy singular: A cada
espartano luchador se le asignaba un compañero con el cual formaba una
pareja para luchar juntos, para defenderse juntos, para darse ánimo en las
campañas, para no dejarse vencer de ninguna manera. Cada uno para el
otro era de verdad, un compañero.
No sé si Basilio de Cesarea, extraordinario padre de la Iglesia, cuya familia
está toda ella en el calendario de los santos, desde su abuela Macrina, su
papá y su mamá, sus hermanos Gregorio de Nisa y Pedro de Sabaste y su
hermana Macrina, se haya inspirado en los espartanos o no.
Pero en su tratado sobre el Espíritu Santo, escrito en el año 374, a solicitud
de su amigo y discípulo Anfiloquio, pero también para responder a algunos
errores del momento, dice que “el Espíritu Santo es el inseparable
compañero de Cristo”1.
Esa formidable compañía la tuvo Jesús desde el primer instante de su vida
la cual se puede considerar en dos etapas muy precisas.
1 Basilio de Cesaréa, Tratado sobre el Espíritu Santo, XVI 39 (SC 17). Citado por Madonia Nicoló, Cristo sempre
vivo nello Spirito, Ed. Dehoniane di Bologna, 2005, p.11
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PENTECOSTÉS, COMUNIDAD LLEVADA POR EL ESPÍRITU. Mons. LUIS AUGUSTO CASTRO QUIROGA

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La primera etapa es la de su vida terrena y de su misión cuando el Espíritu
Santo se manifestó en forma clara, constante y fuerte, de lo cual nos damos
cuenta especialmente por algunos eventos especiales, como fueron:
1. Concebido por obra del Espíritu Santo. El nacimiento de Jesús por el
Espíritu indica su ser singular y determina la capacidad universal de su
misión.2
2. Consagrado en el Jordán con el don del Espíritu Santo para iniciar su
misión pública; que llevará a cabo con el poder del mismo Espíritu
recibido.3
3. En Nazareth proclama su vocación y misión profética sobre la base de
que ha sido ungido en su humanidad por el Espíritu Santo. Gracias a esta
unción, Jesús es llamado el Cristo.
4. Su vida pública es orientada por el Espíritu que lo conduce al desierto.4
5. El mismo Espíritu está presente en su predicación, en su lucha contra los
espíritus del mal, en la realización de sus milagros.
6. El Espíritu Santo, su inseparable compañero, está con él en sus
momentos de profunda alegría o de profunda tristeza.
7. El mismo Espíritu lo guía hacia el cumplimiento pleno de la voluntad del
Padre hasta cuando en la cruz encomienda su espíritu a este mismo Padre
(Lc 23,46).5
La segunda etapa empieza con la Pascua cuando Jesús es glorificado,
cuando se convierte en el eterno viviente; cuando habita corporalmente en
él la plenitud de la divinidad (Col 2,9)cuando posee la plenitud del Espíritu
pues lo recibe sin medida (Jn 3,34), cuando se convierte en el origen de
una humanidad nueva y el primogénito de los que resucitan de los muertos
y especialmente cuando, de receptor del Espíritu se convierte en dador del
Espíritu.
Él es, desde este momento, Señor del Espíritu y el Espíritu expresa su
docilidad amorosa al servicio de la misión de Cristo en el mundo.
2 Ver, Madonia, o.c.p.24
3 Consagrado por el Espíritu, Jesús se mueve bajo su impulso; el evangelio de Lucas, que presenta al Espíritu también
como una fuerza divina, dice que Jesús, lleno de Espíritu se alejó del Jordán y fue conducido por el Espíritu al
desierto. (Lc 4,1) Ver, Madonia, o.c. p.25
4 Aunque Jesús actúe guiado y conducido por el Espíritu, sin embargo no pierde nunca su personalidad ni su
autonomía; sus opciones por la obediencia y la disponibilidad permanecen como opciones libres y decisiones
personales. Ver, Madonia, 0.c.p.27
5 Ver, Madonia, o.c. p.19
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No es que el Espíritu sea un instrumento en las manos de Cristo o del
Padre sino que él tiene una misión suya, específica, diversa de la del Padre
y del Hijo pero vivida y realizada en plena comunión con ellos y al servicio
de la continuación de la misión de Cristo en el mundo.
El Espíritu tiene la exclusiva posesión de esa autopista que va de Dios a los
hombres. O expresado en mejor forma, el Espíritu Santo es la autopista. Sin
la autopista que es el Espíritu Santo, Dios no nos puede alcanzar ni nosotros
podemos alcanzar a Dios. Nosotros quedamos encerrados en nosotros
mismos y Dios queda “encerrado” en el esplendor de su divinidad.6
Jesús y el Espíritu siguen siendo inseparables compañeros al punto que
Ireneo los llamará las dos manos del Padre. Cada mano tiene una misión.
Hay dos misiones divinas: la del Hijo y la del Espíritu.7 Nuestro Papa
Benedicto ha anotado que esa inseparable compañía resulta en que si se
prescinde de Cristo, el Espíritu Santo no se experimenta más, pero también
habría que decir al contrario: Si se prescinde del Espíritu Santo, Cristo no se
experimenta más.8
UN COMPAÑERO NOS HA SIDO DADO.
Cuentan las crónicas de la evangelización del Canadá que en el año de 1648
(o marzo del 1649) un jesuita francés, el padre Juan Brebeuf fue apresado
por los indios iroqueses cerca de la ciudad de Ontario. Estos indígenas
habían lanzado su grito de guerra contra la tribu de los hurones a cuyo
servicio estaba el padre Brebeuf y otros jesuitas.
Las torturas y tormentos a que fue sometido el padre Juan fueron tan
crueles y el valor demostrado en ellas fue tan grande que los indios
comprendieron que estaban en presencia del mayor valiente que jamás
hubiesen conocido.
Decidieron entonces con toda lógica, beber su sangre, abrir su pecho y
repartir su corazón entre el grupo de guerreros, ya que se decían
6 Mc Donnell, Kilian, The Other Hand of God, Liturgical Press Collegeville, Minnesota, 2003, p.229
7 Ver, Codina, Victor, No Extingáis el Espíritu, Ed. Sal Terrae, Santander, 2008, p.54
8 Dios Padre no llega a nosotros excepto que por el Hijo en el Espíritu Santo y nosotros no llegamos a Dios sino en el
Espíritu y por el Hijo. Ver, Mac Donnell, o.c. p. 227
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admirados: Si nos alimentamos de la carne de este valiente, seremos
invadidos de su espíritu, su valor y su fuerza. (SR 14)
Los hechos de la muerte del misionero jesuita Juan Brebeuf son ciertos. Las
conclusiones sacadas por los guerreros no lo sé. Pero no importa. El hecho
verdadero es que cuando nos dejamos invadir por el espíritu de un valiente,
adquirimos esa misma valentía.
Lo sabía Jesús. Por eso, Jesús el valiente nos ha comunicado al Espíritu que
le daba valor. Ese compañero de Jesús que siempre está con él, Jesús
mismo ha querido que esté con nosotros. “Un compañero nos ha sido dado”
podemos decir ahora como en Navidad cantamos el misterio de la
encarnación con las palabras: “Un niño nos ha sido dado”.
Jesús nos da su Espíritu, su inseparable compañero, y nosotros lo
recibimos. Cada una de estas recepciones del Espíritu puede llamarse
Pentecostés. El Pentecostés del Cenáculo es el paradigma de los otros
infinitos Pentecostés que acontecen en el mundo y que empezaron cuando
Jesús, con el poder de su resurrección, habiendo poseído el Espíritu como
algo natural y propio, decide donarlo a los seres humanos, al mundo entero,
empezando por sus discípulos y la Iglesia toda. Y nosotros, casi
pareciéndonos a los irokeses del tiempo de Juan Brebeuf, lo recibimos
porque es el Espíritu del valiente que con la entrega de su vida nos ha
redimido y nos ha llenado de valor.
UN COMPAÑERO ARROLLADOR
Los compañeros se llaman así porque comparten la misma suerte, el mismo
pan, el mismo viaje, la misma aventura. Me parece que cuando Noé hizo el
arca, subieron otros compañeros para compartir con él, el mismo viaje.
Empezaron a subir los animales al arca y a cierto punto el elefante se
enfadó. No hay nada más peligroso que un elefante enfadado. El
paquidermo en su enfado gritó: “No empujen”. Detrás de él venía una
pulga. Uno puede exclamar: ¡Qué animal tan quisquilloso!.
Si quisiéramos sintetizar lo que es y hace ese compañero de viaje que Jesús
nos ha dado y que se llama el Espíritu Santo, podemos usar la misma
palabra usada por el elefante: Empujar.
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Pero a diferencia del elefante, los empujones del Espíritu no nos enfurecen
sino nos alegran con júbilo y sobre todo nos desafían en múltiples sentidos,
porque él nos empuja en múltiples direcciones.
¿Qué quiere decir que él nos empuja? Quiere decir que él es una fuerza que
irrumpe, una energía creativa, un motor que pone en movimiento, una
fuente de vitalidad, un factor de comunicación, un constructor de unidad.9
Es oportuno anotar que el Espíritu Santo es todo esto pero no sólo esto. El
Espíritu Santo no puede ser entendido como una especie de energía o de
fuerza a disposición del Padre o del Hijo que lo utilizan como deseen. El
Espíritu Santo es ante todo una Persona. Él tiene una característica personal
diversa de la persona del Hijo y del Padre.
Pero esta persona que es el Espíritu tiene esa fuerza que hemos anotado.10
El Espíritu nos empuja en múltiples direcciones: hacia fuera, hacia todos,
hacia adentro, hacia el fondo, hacia el lado, hacia atrás, hacia delante, hacia
abajo y sobre todo hacia arriba. Permítanme decirles algo de estos
singulares empujones que Aparecida llama irrupciones.11
EMPUJÓN HACIA AFUERA
El primer empujón es hacia fuera. Es un empujón formidable. Es el empujón
de Pentecostés.
Déjenme hablarles de una película. En inglés se llama “The dirty dozen”,
los doce sucios, pero en español la titularon “Los doce del patíbulo”. Un
general recibió la orden de realizar un operativo para liberar unos
prisioneros de las cárceles nazis durante la segunda guerra mundial. El
general se dio cuenta de que sólo había un diez por ciento de
probabilidades de que el operativo tuviese éxito.
9 En el caudal religioso cristiano que tiene raíces judías, existe una afirmación constante a través del espacio y del
tiempo. Su homogeneidad es impresionante sean cuales fueren las fuentes que se tomen. Y es la siguiente: Dios está
presente y actúa en nuestras vidas a través de una fuerza que no violenta, a la que denominados Espíritu santo.
Congar, Y. o.c. p.45
10 Es verdad que el Espíritu Santo aparece a veces en la Escritura y también en la experiencia cristiana más como una
fuerza o un dinamismo que como una “persona”. Existe, pues, una especie de eclipse del Espíritu Santo detrás del
fruto que procura. Se ha hablado de su kénosis. Sin embargo, nuestra fe fallaría si no confesará al Espíritu como una
Persona al mismo nivel que el Padre y el Hijo” Congar, Yves, Sobre el Espíritu Santo, Ediciones Sígueme,
Salamanca, 2003, p.97
11 D.A.150
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Para realizar el operativo, decidió formar un equipo muy especial. Fue a
buscar la gente entre los soldados enviados a la cárcel por delitos muy
graves. Escogió lo peor de lo peor. Eran doce, ya condenados al patíbulo.
¿Por qué ellos?
Primero, porque la pérdida de sus vidas a nadie le iba a importar.
Segundo, porque ciertas habilidades y talentos de dudosa reputación
propios de estos soldados delincuentes, le podían servir para esta peligrosa
misión.12
Todo esto parecía una auténtica locura.
No les cuento más de la película. Sólo quiero compararla con esos otros
doce, que en otra auténtica locura, Jesús escogió para cumplir su misión, no
menos peligrosa que la anterior. ¿Por qué ellos? ¿Por los mismos motivos
que tuvo el general? No, por motivos casi contrarios a los de la película:
Primero, porque la vida de estos doce escogidos por Jesús sí le importaba a
Dios.
Segundo, porque todos ellos carecían de los talentos necesarios para esta
misión, de manera que si ésta tenía resultado positivo jamás iban a pensar
que fue mérito de ellos mismos.
Después de los doce siguió escogiendo y empujando hacia fuera a muchos
otros. “Sepárenme a Pablo y Bernabé para la misión que les he
encomendado” (Hch 13,2), decía el Espíritu del Señor.
Ahora, si escogió a estas personas tan carentes de talentos para esa misión,
eso quiere decir que si me escoge a mí o a ustedes para una misión, no
podemos decir no y disculparnos aduciendo que somos indignos o
incapaces de la misión, que no tenemos talento, que somos muy jovencitos
como decía Jeremías (Jer 1,6), o que somos tartamudos como decía Moisés
(Ex 4,10), o que nuestro pasado de pecado nos inhabilita como pensaría
Isaías (Is 6,5-7) o cosas por el estilo.
Más bien debemos proceder como Teresa del Niño Jesús la gran misionera:
Colocándonos totalmente en las manos de Cristo y de su Espíritu. El Espíritu
sabe empujarnos bien.
12 Ver, Bausch, William, The Word in and out of Season, Twenty Thirth publications, Mystic, 1998, p.286
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Pentecostés es ante todo eso: El Espíritu Santo nos toca. Es todo lo
contrario de lo que quería el apóstol Tomás: Para creer, Tomás quería
tocar. También nosotros queremos tocar.
La religiosidad popular mantiene este deseo de tocar a Dios. Como dice
bellamente Aparecida: “Nuestros pueblos se identifican particularmente con
el Cristo sufriente, lo miran, lo besan o tocan sus pies lastimados como
diciendo: Este es “el que me amó y se entregó por mí” (Gal 2,20)13
Pero no podemos tocar a Dios directamente. En cambio, Dios sí nos puede
tocar a nosotros.14 Esto es el Espíritu Santo, Dios que nos toca.”15 Y nos
toca de una manera decidida, nos empuja hacia fuera. Esto es Pentecostés.
Es sentir su empujón hacia fuera; es descubrirnos en movimiento; nos
sentimos llamados a una misión, nos descubrimos enviados, descubrimos
que no somos autoprogramados, que nuestra vida no transcurre a nuestro
modo.
Frank Sinatra cantaba la canción “A mi manera” y entusiasmaba a los
oyentes de ayer y de hoy que sentían que podían hacer su vida a su
manera, auto referenciada y auto programada. Ni Jeremías ni Pablo
pudieron cantar esa canción. Ambos fueron prediseñados desde el vientre
de la madre. Ambos fueron empujados por el Espíritu hacia fuera.
Nuestro Pentecostés es tomar conciencia de ser discípulos misioneros; es
darnos cuenta de que ya no podemos quedarnos encerrados, que tenemos
que salir, que el pequeño mundo en que vivimos nos queda muy estrecho,
que tenemos que movernos hacia la otra orilla como nos pide Aparecida
(D.A. 3,7), esa en la que Cristo no es reconocido como Dios y Señor y
donde hay que encender el fuego de la fe por primera vez.
Este ser tocados por Dios se experimenta como fuego y como lengua.
El fuego es una bellísima metáfora y se refiere al amor.
13 D.A. 265
14 Cirilo de Alejandría anuncia que todo lo que el Espíritu toca, queda santo y transformado. Ver Mc Donnell, o.c.
p.225
15 Ricca, Paolo, La Pentecoste e le Genti, en Autori Vari, Riempiti di Spirito Santo, si misero a parlare in altre lingue,
Ed. Dehoniane, Roma, 1995, p.55
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Un hombre de treinta años es novio de una muchacha. Este novio habla
con el hermano de su novia: Me comporto muy mal con tu hermana. Por
eso he decidido dejarla. Pero qué puedo hacer, me ha sucedido algo
terrible. Durante tres años amaba a tu hermana y era verdadero amor pero
era amor a 36 grados y medio. Eso es razonable. Es la temperatura del
cuerpo humano. Pero encontré a esa otra muchacha, y me dí cuenta de
qué significa amar a treinta nueve grados y medio y tener fiebre.
Cuando el Espíritu Santo nos toca con el fuego del amor no va a importar si
la temperatura es de treinta y seis grados y medio o de treinta y nueve. Es
el fuego del amor de Dios que nos inunda, un fuego que supera toda
temperatura y nos pone en movimiento de amor.
“Yo he venido a prender fuego en el mundo y cómo quisiera que ya
estuviese ardiendo” (Lc 12,49)exclama Jesús que se refiere no al fuego del
juicio predicho por el Bautista sino al fuego del Espíritu, don ofrecido por
Jesús resucitado sin el cual ninguna misión es posible.
Francisco de Sales dice que este fuego del amor es necesario como es
necesaria la pólvora en la escopeta, cuando se va de cacería. Si aparece el
conejo y tengo una bala pero no tengo polvora, puedo lanzar la bala con la
mano. El conejo se muere pero de risa por las cosquillas y nada más. Se va
muy tranquilo. Un apóstol sin el fuego del Espíritu tiene tanto resultado
como esa cacería.
Este empujón del Espíritu en Pentecostés es experimentado como fuego.
Pero también como lengua comprensible. El Espíritu Santo se hace entender
en todas las lenguas y en todos los dialectos. Dios habla todas las lenguas y
puede ser alabado en todas las lenguas. No existe la lengua de Dios, la
lengua sagrada. Ninguna lengua es lengua de todos, lengua universal, sólo
la lengua del Espíritu. Esa la entendemos todos. Hay una comprensión sin
necesidad de traducción al punto que muchas veces ni encontramos las
palabras en nuestra lengua para expresar lo que el Espíritu nos quiere decir
y que hemos comprendido.
Aunque supiese todas las lenguas del mundo, si no sé hablar ésta no sirvo
para nada nos recuerda Pablo. Sin esta lengua del amor no puedo cumplir
la misión encomendada pues ésta no es un movimiento de conquista, de
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negocios, de turismo, o de diversión, es un movimiento de amor más allá de
las fronteras de la fe para anunciar el amor de Dios y favorecer su vivencia
en comunidad. Por eso, es necesario pasar al segundo empujón.
EMPUJÓN HACIA TODOS
Un catequista se dio cuenta de que sus niños estaban muy cansados y
decidió hacer un juego. De inmediato invitó a los niños a ubicarse. Los que
se consideren gigantes vayan a la esquina de la derecha. Los que se
consideren enanos vayan a la esquina de la izquierda. Los que se
consideren magos vayan cerca de la puerta. Todos salieron corriendo
menos una niña que se quedó inmóvil en su sitio. El catequista la miró y la
niña le preguntó: Y los que nos consideramos sirenas, ¿dónde nos
ubicamos?
La pregunta puso al catequista en aprietos. O excluía a la niña del juego o
se inventaba la manera de que en el mismo hubiese campo también para
una sirena.
El Espíritu Santo optaría por lo segundo. Él no excluye a nadie. Al contrario,
quiere llegar a todos sin excepción.
En Pentecostés, el Espíritu Santo se presentó como un viento que sopla
fuertemente.
El viento es una bellísima metáfora de la libertad. El viento sopla donde
quiere y no se puede encerrar en ningún organismo, en ninguna institución,
en ningún sistema, en ningún espacio.
De manera que ser tocados por el Espíritu quiere decir ser tocados por la
libertad. El Espíritu nos da la libertad para amar sin límites, para movernos
más allá de toda frontera, para entrar en contacto humano y en diálogo con
todos los pueblos, con todas las culturas y todas las religiones.
Cada pueblo, cada religión y cada cultura tienen una verdad que manifestar.
San Ambrosio aprendió en su tiempo y le enseñó a Santo Tomás que toda
verdad, cualquiera ella sea, venga de donde viniere, es fruto del Espíritu
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Santo. El encuentro con quienes no son de nuestro grupo, de nuestra
cultura, de nuestra religión, nos puede enriquecer.16
Lo anterior quiere decir que el Espíritu Santo ofrece su inspiración más allá
de las fronteras cristianas y de las fronteras religiosas. Así como inspira lo
mejor de las diferentes tradiciones religiosas también inspira la poesía, el
arte, la música y el drama. Claro está que la inspiración de la Sagrada
Escritura ocupa un puesto especial17 entre las obras del Espíritu. 18
El Espíritu Santo nos hace libres para acercarnos a todas las verdades,
como dice Aparecida (D.A 377), y para responder a la misión desde nuestra
libertad.
Todos vieron a un hombre cuando saltó de un puente al río caudaloso
donde un niño se estaba ahogando. Lo sacó del agua pero al salir del río
inmediatamente preguntó disgustado: ¿Quién fue el que me empujó? Su
salto no fue libre. Lo empujaron sin que él accediera a ser empujado.
El espíritu nos empuja pero respeta la libertad para acceder o no, a
dejarnos empujar.
La imagen del viento va unida a la imagen del soplo (Ruah). En el libro del
Génesis, 2,7 se nos da a entender que este soplo de Dios se da a todos, es
universal, así que cada ser humano tiene la capacidad de recibir el Espíritu
que lo hace discípulo y misionero, enviado de Dios. (Rom 8,15).
16 Anota Congar: “En la época medieval se citaban a menudo estas palabras del Ambrosiaster: Omne verum, a
quocumque dicitur, a Spirito sancto est”. Toda verdad, venga de donde venga, es del Espíritu Santo. Tratándose de las
religiones, no vamos a atribuir al Espíritu Santo los errores que contengan, las tentaciones de idolatría o sencillamente
de sincretismo. Pero no tenemos el más mínimo inconveniente, incluso es una necesidad para nosotros, de reconocer
que el Espíritu santo actúa no sólo en la oración de los fieles de tales religiones, sino también en el mensaje, por
complejo y ambiguo que sea, de los iniciadores o animadores de dichas religiones. Es verdad que algunos cristianos
se opusieron a ello, no sólo confesando su fe hasta la muerte cuando se vieron acorralados, sino también rechazando
los cultos falsos y ambiguos y destruyendo los ídolos. En el pasado, y todavía era muy claro en el siglo XVI, se
llevaba hasta el extremo la distinción y la oposición, queriendo atraer al otro hacia sí. Esto se hacía por amor a la
verdad, pero ésta se veía desde una perspectiva monolítica, como si estuviera toda entera de nuestra parte. Hoy
sabemos que está dispersa y que también habita en los otros.. También en nombre del mismo amor a la verdad,
aunque aplicado de otro modo, profesamos el ecumenismo, la libertad religiosa y el respeto a las religiones.”
Congar, Y, o.c. p66-67
17 Ver, Goergen, Donald, Fire of Love, encountring the Holy Spirit, Paulist Press, New York, 2006, p.80
18 Se decía un tiempo que ese encuentro con pueblos y culturas servía para conocer sus valores, para purificarlos de
lo negativo y para consolidar lo positivo pero se hacía referencia sólo a los demás. En cambio, ese encuentro con
todos, nos afecta a todos.
Gracias al Espíritu Santo, podemos conocernos, purificarnos, consolidarnos, trascendernos mutuamente18, para
anunciar el evangelio que nunca está encadenado.(2 Cor 3,17).
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Viento y soplo van unidos y los dos indican la fuerza de vida, la vitalidad, la
energía que nos pone en movimiento hacia todos. Recibirán el Espíritu
santo y serán mis testigos en Judea, en Galilea, en Samaria y hasta los
confines de la tierra. (Hch 1,8)19
EMPUJÓN HACIA ADENTRO
A la inauguración de una catedral italiana fueron invitados todos los que
habían colaborado en la construcción. Fueron entrando poco a poco.
Marina, una niña muy pequeña, también estaba por entrar cuando la
detuvieron. Tú eres muy pequeña, ¿qué haces aquí? Ella respondió
orgullosa: “ Estoy invitada. Yo ayudé a construir esta catedral. Mi abuelo
trabajó como carpintero y yo le traía todos los días el almuerzo”. Con esa
explicación entró de inmediato con todos los honores.
El tercer empujón es hacia adentro, hacia la comunidad, hacia la Iglesia. Es
un empujón que nos da el Espíritu sea comunitariamente como aconteció en
Aparecida, sea individuamente, como podemos constatar en la vida de cada
uno.
Déjenme evocar la figura de un muchacho llamado Eutico que a diferencia
de Marina no estaba haciendo mucho esfuerzo por entrar en el lugar de la
liturgia. Dice el libro de los Hechos:
“Nos hallábamos reunidos en un cuarto del piso alto, donde había muchas
lámparas encendidas; 9y un joven que se llamaba Eutico estaba sentado en
la ventana. Como Pablo habló por largo tiempo, le entró sueño al
19 La conocida historia de Cornelio (Hch 10, 1- 48), el primero de los gentiles convertidos, es para Pedro una de las
más significativas experiencias de aprendizaje y fundamental para el futuro de la iglesia. Pedro aprendió que el
Espíritu no necesariamente respeta todas las barreras construidas por los hombres para dividir al género humano. Dios
llama a todos los de buena voluntad.
“Todavía estaba hablando Pedro, cuando el Espíritu Santo vino sobre todos los que escuchaban su mensaje. 45Y los
creyentes procedentes del judaísmo que habían llegado con Pedro, se quedaron admirados de que el Espíritu Santo
fuera dado también a los que no eran judíos, 46pues los oían hablar en lenguas extrañas y alabar a Dios. 47Entonces
Pedro dijo:
—¿Acaso puede impedirse que sean bautizadas estas personas, que han recibido el Espíritu Santo igual que
nosotros?
48Y mandó que fueran bautizados en el nombre de Jesucristo.” (Hch 10,44-48)
Cuando regresó a Jerusalén y tuvo que defenderse, Pedro declaró: “Cuando comencé a hablarles, el Espíritu Santo
vino sobre ellos de igual manera que al principio vino sobre nosotros” (Hch 11, 15) Fue el Pentecostés de los gentiles.
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muchacho, que al fin, profundamente dormido, cayó desde el tercer piso; y
lo levantaron muerto.” (Hechos 20,8-10)
Eutico no estaba ni adentro ni afuera. Se había quedado al borde, algo así
como sentado en la baranda. De esa manera, él podía entrar si quería o
también irse si se aburría. No se decidía a ser parte plena de la comunidad
ni tampoco a alejarse de ella. Estaba indeciso como tanto muchacho hoy
frente a la Iglesia. ¿La amo o no la amo? ¿Me uno a ella o estoy al margen?
Solamente le coqueteo o me le declaro definitivamente? El caso es que a
Eutico el indeciso le agarró el sueño y se cayó. Pero no se cayó hacia la
comunidad, hacia dentro, sino hacia fuera, desde el tercer piso hasta el
pavimento del primero. Quedó muerto. Afortunadamente, ahí estaba Pablo.
Entonces Pablo bajó, se tendió sobre el muchacho y lo abrazó. Y dijo a los
hermanos:
—No se asusten; está vivo.” (Hch 20,10).
Ustedes pueden inferir que Eutico dejó de quedarse al margen y se integró
a la comunidad plenamente, tanto más que este muchacho de ahora en
adelante sería, en medio de la comunidad, un signo de la bondad y de la
potencia de Dios manifestadas por medio de Pablo.
El Espíritu utiliza caminos que aparentemente nos parecen absurdos, que
son incomprensibles en un primer momento, que no se enmarcan en
nuestra lógica estrecha y en nuestra mirada demasiado corta, para
llamarnos e integrarnos en la comunidad cristiana. De ello dan testimonio
miles de convertidos empezando por los que estaban en el lugar el día de
Pentecostés.
Aquellos que se encontraban en el lugar fueron llenos del Espíritu Santo.
Pedro dirá que se cumplió la profecía de Joel el cual dice: “Derramaré mi
Espíritu sobre toda carne” (Joel 3,1-2)
Algunos traducen estas palabras así: “Enviaré mi Espíritu sobre toda carne”.
Pero no es “enviaré” sino “derramaré” y no un derramarse como la leche
sobre el mantel al desayuno sino como un torrencial aguacero amazónico.
Quienes hemos vivido en la región amazónica hemos experimentado esos
aguaceros que caen de manera intempestiva, con una abundancia tal que
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en pocos segundos uno queda empapado hasta los huesos. Así es ese
derramarse del Espíritu.
Ese derramarse tan abundante del Espíritu tiene el efecto inmediato de
empujarnos hacia la unidad con Jesús y en Jesús con los demás, de manera
que con él y en él se forma una comunidad nueva, la Iglesia sin fronteras.
Pentecostés es un nuevo inicio, una creación nueva, una forma nueva de
presencia de Cristo, presencia nueva que llamamos la Iglesia.20
Esta unidad no es simplemente exterior, ni de tipo puramente jurídico u
organizativo, ni de tipo programático sino primero que todo es una unidad
interior, una unidad en el amor y en la misión.
A San Agustín no le gustaba mucho el nombre de Espíritu Santo. Él buscaba
otro nombre que reflejara mejor la realidad de esta divina persona. Y
encontró el nombre: El amor. Se llama Amor a esa realidad divina que no
sólo es el vínculo de unión entre el Padre amante y el Hijo amado, sino que
es el alma de la comunidad eclesial la cual a su vez es signo de la misión
de la Trinidad en la historia.
El espíritu Santo no es un signo del amor, de la unidad, de la comunidad.
Eso sería un error muy tonto, nos advierte Santo Tomás de Aquino. 21. Un
signo es por ejemplo, el anillo en la comunidad matrimonial. Es signo de
amor y de unidad, de fidelidad, pero el anillo no es el amor.
Una muchacha le preguntaba a su mejor amiga:
-¿Verdad que rompiste tu noviazgo con Roberto?
-Sí, porque mis sentimientos hacia Roberto cambiaron totalmente.
-¿Entonces, le vas a devolver el anillo de oro que te dio?
-No, porque mis sentimientos hacia el anillo no han cambiado nada.
El Espíritu Santo no es signo sino el alma y el artífice de esta comunidad
llamada Iglesia a la cual nos empuja y en la cual nos integra.22
20 Ver, Madonia, o.c. p. 85
21 Ver, Tomás de Aquino, ST, 1,37,2
22 De hecho, en su propia identidad, la Iglesia es signo de la misión de la Trinidad en la historia, no de manera
extrínseca, como sería un signo de la dirección del tráfico, sino de una manera intrínseca, significando el Reino de
Dios venidero con su mismo ser. Esta identidad de la iglesia es ya su misión.
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La integración de cada uno de nosotros en la comunidad cristiana empieza
con la fe y el bautismo.
Por la fe, actitud interior del creyente movido por el Espíritu que nos es
donado, acogemos el kerygma con esas cuatro “S” que se refieren a Cristo:
Signo vivo del amor de Dios, Salvador, Señor y Santificador. (1 Co 15,10)
La Palabra y el Espíritu van muy unidos. Simeón el Nuevo teólogo decía que
la Palabra es como una puerta cerrada con llave. Si queremos entrar por
esa puerta necesitamos de la llave, porque no es elegante tumbar la puerta.
El Espíritu Santo es la llave. Él nos abre a la comprensión de la Palabra y
entonces podemos tomar conciencia de ese amor que en Cristo se
manifiesta y de esa vida que nos comunica.
La imagen de la puerta y la llave está muy relacionada con la otra imagen
del maestro interior y el maestro exterior.
A un hombre le clavaron una flecha en un costado. Fue donde el médico el
cual vio la flecha, la partió a nivel de la piel y le cobró 50 dólares. Un
momento, usted me cobra pero la flecha está todavía adentro. Sí, porque yo
soy especialista en medicina exterior, ahora debe ir donde un médico
especialista en medicina interior, para que le extraiga el resto de la flecha.
San Agustín habla del maestro exterior que nos ofrece la Palabra. Pero esta
palabra llega sólo como un sonido no como lo que es, Palabra de Dios. Para
que la acojamos como Palabra de Dios se requiere la acción del maestro
interior, el Espíritu Santo.
Junto con la fe que brota en nosotros por la acción de la Palabra
kerygmática y del Espíritu, está el bautismo.
El bautismo perfecciona la fe. En él, recibimos de Cristo y en la Iglesia,
nuestra identidad de discípulos misioneros que alimentamos con el pan de
vida y los demás sacramentos. 23
23 Del Nuevo testamento aparece muy claro que en el bautismo recibimos el empujón hacia fuera, hacia la misión y el
empujón hacia adentro, hacia la Iglesia y por ello estamos llamados a mostrar los frutos, según especifica San Pablo:
“Lo que el Espíritu produce es amor, alegría, paz, paciencia, amabilidad, bondad, fidelidad, humildad y dominio
propio.” (Gal 5,22)
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Juan no duda en hablar del bautismo como de un nuevo nacimiento: “Nadie
puede entrar en el Reino de Dios si no ha nacido del agua y del Espíritu
Santo” y Pablo advierte: “El que no tiene el Espíritu de Cristo no es de
Cristo” (Rom 8,9) y nos dice: a todos se nos dio a beber de ese mismo
Espíritu.” (1 Cor 12,13).
Ojalá experimentemos esa sed que nos mueve a seguir bebiendo de ese
mismo Espíritu.
Un profesor le decía a la mamá de un alumno: “Su hijo tiene una sed
enorme de sabiduría.” La mamá aclaraba el asunto: “La sabiduría la tomó
de mí, la sed la tomó del papá.”
Nuestra sed no esa a que alude la mamá y a la que hacía alusión alguno de
los que observaban a los apóstoles el día de Pentecostés y concluían
diciendo que estaban borrachos. Nuestra sed es del Espíritu y ojalá lo
sigamos bebiendo, que penetre todo nuestro ser y nos transforme.
Empujón hacia adentro. Aparecida reconoce ese empujón hacia la unidad
eclesial, hacia la comunión, desde sus primeras páginas. Por eso, el
documento empieza diciendo: “Con la luz del Señor resucitado y con la
fuerza del Espíritu Santo, los Obispos de América nos reunimos en
Aparecida, Brasil...en comunión con todas las iglesias particulares presentes
en América. (D.A. 1)
EMPUJÓN HACIA EL FONDO
San Francisco de Sales en su ingenioso libro llamado la Filotea o
Introducción a la vida devota, cuenta que en una región llamada
Paflagonia, existían perdices que tenían dos corazones. Luego, él saca sus
conclusiones espirituales sobre el corazón tolerante consigo mismo y el
corazón exigente, intolerante, con los demás.
Pero, el caso es que también Santa Teresa, en otro sentido, habla de los
dos corazones. Uno el corazón del cuerpo y otro el corazón del alma o
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centro del alma.24 Ese corazón o centro es como el lugar del encuentro más
íntimo y denso del ser humano con Dios. Esa presencia de Dios en el fondo
del alma le da a ella y a todo cristiano esa seguridad, serenidad y
tranquilidad en medio de todos los problemas cotidianos a veces graves.
Gregorio Magno describía esta situación diciendo: “En medio del tumulto de
las preocupaciones externas, internamente reina una calma pacífica en el
amor”25
Cuanto Teresa llama corazón del alma, Pablo lo llama espíritu (con
minúscula). “Que Dios mismo, el Dios de paz, los haga a ustedes
perfectamente santos, y les conserve todo su ser, espíritu, alma y cuerpo,
sin defecto alguno, para la venida de nuestro Señor Jesucristo. (1 Tes 5,23
Ver, Rom 1,9; 8,16)
En la historia de la espiritualidad aparecen muchísimos nombres para esta
misma realidad, desde el corazón del alma de Teresa hasta la cueva del
alma del Upanishad, desde el medio silencioso del maestro Eckart hasta los
más íntimo del alma de su discípulo Taulero, desde el punto sereno del gran
misionero Henry Le Saux (Abhishiktananda) hasta lo más íntimo de mi
íntimo de Agustín.26 Juan Pablo II habla del espíritu creado frente al Espíritu
increado.27
Este lugar maravilloso, esta sede de habitación de Dios dentro de mí y la
conciencia de la misma es un aspecto esencial de todas las espiritualidades,
especialmente misioneras.
Una espiritualidad misionera está abierta a las espiritualidades de los
demás, entra en comunión con ellas, no tanto en la superficialidad de las
diversidades culturales cuanto en la profundidad de las almas, en ese fondo
donde está presente el único y mismo Espíritu de Dios.
Sin embargo, esta realidad del corazón del alma ha sido poco considerada.
Dado que nuestro mundo es supremamente funcional y cada uno se
identifica con su función, (yo soy un maestro, yo soy un médico, yo soy un
24 Ver, Teresa de Jesús, Castillo Interior, IV.2.5
25 Gregorio Magno, Moralejas sobre el Amor.
26 Para las referencias sobre estos autores, puede verse: Goergen, Donald, Fire of Love,Paulist Press, New Cork,
2006, pp.6-11
27 Juan Pablo II, Spiritum et Vivificantem, N.52
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esposo, yo soy un diácono, etc) deja en la sombra cuanto es más que
función, cuanto es ser en profundidad.
Desarrollar nuestra función es importante. Si no funcionamos bien, nos
pueden dejar al margen por considerarnos incapaces. Si yo soy cirujano
pero no sé operar bien, me echan del hospital. Por eso, cada día buscamos
de perfeccionarnos en la función que debemos desempeñar. Pero construir
nuestro yo, nuestra persona, simplemente sobre ese yo funcional, es tan
peligroso como, según advierte el evangelio, construir la casa sobre la pura
arena. Vienen los vientos y las tempestades la tumban.
Y es precisamente por eso, que el Espíritu Santo nos da un empujón hacia
el fondo, hacia ese otro yo profundo, hacia ese corazón del alma, para que
lo cultivemos porque es allí donde el Espíritu mismo gusta poner su morada
y donde experimentamos el encuentro bello y alegre con el Dios vivo
revelado en Jesucristo.28
El Padre Congar recuerda cuanto le contó uno de sus amigos. “Cuando era
estudiante no era bautizado ni tenía educación religiosa. Se hizo amigo de
una joven que también era estudiante. Él le pidió ir más lejos en su
intimidad. Ella se negó. ¿Por qué? “Es que soy cristiana…” “Entonces
comprendí que ella estaba habitada….” Sí, estamos habitados. Ya lo dijeron
Jesús y San Pablo. Los teólogos lo explican. Los fieles lo viven. Conocemos
la confesión de san Agustín en su alabanza del Dios de la gracia: “Tú
estabas dentro y yo fuera”.29
Esta dimensión debe ser recuperada profundizando en esta bella realidad de
la presencia del Espíritu Santo en nosotros, allí donde de manera estable,
segura y ajena a las tempestades más superficiales, descubrimos la belleza
y la alegría de ser cristianos, como bien dice Aparecida. (D.A.14)
EMPUJÓN HACIA EL LADO
Cuando era muy joven, antes de entrar al seminario, me gustaba mucho ir a
las carreras de caballos. Podía observar que cada caballo llevaba un
paraojos. Se trataba de un cartón u otro elemento que se colocaba a lado y
28 “Cada uno de nosotros puede realizar la relación yo-tu no sólo horizontalmente con un compañero humano, sino
también verticalmente , con ese compañero que está infinitamente por encima de nosotros pero que a la vez nos es
más íntimo que nuestro yo profundo.” Congar, Y., o.c. p73
29 Congar, Y. o.c. p.72
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lado de los ojos para que el animal no pudiese ver a su lado sino sólo hacia
delante, hacia la meta que debía conquistar.
Mientras se trate de un caballo de carreras, se puede justificar el paraojos,
pero no si se trata de un ser humano. Sin embargo, más de una persona se
ha colocado el paraojos para no ver a su lado sino sólo hacia el frente, hacia
su meta y nada más.
Creo que éste fue el problema de Epulón frente al pobre Lázaro. No consta
que Epulón haya hecho algún daño a Lázaro. Sencillamente, Epulón miraba
hacia delante, hacia ser cada vez más pudiente sin mirar al lado y descubrir
a Epulón. Su egoísmo era un paraojos que le impedía cualquier actitud de
solidaridad. Cuando perdió el paraojos ya era muy tarde.
Ese mismo paraojos lo tenían los fariseos en relación con los samaritanos y
con los excluidos de la sociedad, quienes era un elevado porcentaje.
América latina y El caribe no es el continente más pobre del planeta. Lo es
África. Pero nuestro continente es el que más usa los paraojos, y por tanto
el continente con más inequidad en el planeta.
Eso significa que adolecemos de un cáncer que debemos frenar cuanto
antes y que se llama exclusión. El bienestar de Suiza y la pobreza de África
están presentes en nuestro continente porque, especialmente en el mundo
del bienestar, cada uno usa su paraojos.
¿Cómo se puede frenar la exclusión, la inequidad y la insolidaridad?
El Espíritu Santo tiene como una de sus tareas especiales quitarnos todo
paraojos para que en nosotros se disipe toda ceguera y se despierte la
solidaridad con quienes están a nuestro lado. Esta función del Espíritu ya se
anotó hablando del empujón hacia adentro, pero sucede que la solidaridad
va más allá de las fronteras de la Iglesia hacia la sociedad toda.
Esta función del Espíritu era presentada por Jesús en forma solemne y
dramática cuando en la sinagoga declaró usando las palabras de Isaías:
“El Espíritu del Señor está sobre mí,
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porque me ha consagrado
para llevar la buena noticia a los pobres;
me ha enviado a anunciar libertad a los presos
y dar vista a los ciegos;
a poner en libertad a los oprimidos;
a anunciar el año favorable del Señor.”
Luego Jesús cerró el libro, lo dio al ayudante de la sinagoga y se sentó.
Todos los que estaban allí tenían la vista fija en él. 21Él comenzó a hablar,
diciendo:
—Hoy mismo se ha cumplido la Escritura que ustedes acaban de oír.
Todos hablaban bien de Jesús y estaban admirados de las cosas tan bellas
que decía.” (Lc 4, 18,22).
Pero sucede que a pesar de la admiración, muchos de los oyentes tenían
paraojos y no se daban cuenta ni de las necesidades de quienes estaban a
su lado ni mucho menos de la acción de Dios en los otros pueblos. De
manera que de la admiración pasaron al rechazo cuando Jesús les pidió una
visión más universal, una solidaridad más amplia, una teología más
planetaria, que les permitiese descubrir la acción de Dios más allá de las
fronteras de Israel como bien lo expresa el evangelio de Lucas (4,25-29).30
El Espíritu Santo, amor que brota del Padre y del Hijo, se traduce en la
historia como solidaridad.
El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu
que nos ha sido dado. Ese amor, sin embargo, llega a un corazón que
puede ser una concha o un canal.
Si es una concha, deja ese amor encerrado en sí mismo lo cual es
lamentable porque, como las aguas del mar muerto que no tienen salida, se
va diluyendo y dañando.
30 Verdaderamente, había muchas viudas en Israel en tiempos del profeta Elías, cuando no llovió durante tres años y
medio y hubo mucha hambre en todo el país; pero Elías no fue enviado a ninguna de las viudas israelitas, sino a una
de Sarepta, cerca de la ciudad de Sidón. También había en Israel muchos enfermos de lepra en tiempos del profeta
Eliseo, pero no fue sanado ninguno de ellos, sino Naamán, que era de Siria.
Al oir esto, todos los que estaban en la sinagoga se enojaron mucho. Se levantaron y echaron del pueblo a Jesús,
llevándolo a lo alto del monte sobre el cual el pueblo estaba construido, para arrojarlo abajo desde allí.” (Lc 4,25-29)
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Si es un canal, ese amor pasa hacia los demás convertido en solidaridad31
sin fronteras, sin exclusiones, sin racismos, sin xenofobias, sin
colonizaciones, sin prepotencias.32
Pentecostés fue ese momento en que el Espíritu Santo provocó una
eclosión de vida fraterna y solidaria entre los cristianos. Todos los creyentes
tenían un solo corazón y una sola alma y poseían todas las cosas en común.
(Hch 4,32) Entre ellos no había quien pasase necesidad precisamente por
esa solidaridad espiritual, fruto del Espíritu Santo.
Sin solidaridad, el cristiano cojea. Una persona cojea cuando le falla una de
las dos piernas o una de las dos es más corta que la otra. Y aquí no vale la
ley de la compensación según la cual si una pierna es más corta se
compensa con la otra que es más larga. Tampoco vale en la vida del
espíritu. En la vida espiritual cojeamos cuando nos falla uno de los dos
amores, o el amor a Dios o el amor de solidaridad al necesitado. El Espíritu
Santo hace que a la vez amemos a Dios y amemos al prójimo, que
tengamos el contacto con los dos, en el ritmo y equilibrio dictados por el
evangelio.33 34
31 Ver, Álvarez Patxi, Comunidades de Solidaridad, Ed. Mensajero, Bilbao 2002.
32 La solidaridad se parece a una mesa con cuatro paticas que la sostienen.
La primera patica es la dimensión personal que implica la primacía del otro, especialmente del necesitado. De esta
patica es una bella enseñanza y descripción la parábola del Buen Samaritano.
La segunda es la dimensión ética. La solidaridad es algo que me obliga como ser humano. Hay dentro de mí un
clamor que me mueve, que involucra todo mi ser y me pone en acción. La parábola del juicio final ilustra esta
dimensión de la solidaridad.
La tercera es la dimensión de la cultura. Más allá de la virtud personal se requiere una actitud social que estructure las
relaciones sociales en sentido solidario. Es la cultura de la solidaridad que se estrella contra las culturas
individualistas, consumistas y divisorias. La multiplicación de los panes es la imagen bíblica de esta dimensión
cultural de la solidaridad.
La cuarta patica es la dimensión espiritual que pusimos de manifiesto en la vida de Jesús y en su testimonio en la
sinagoga de nazareth, pero también la descubrimos en la comunidad cristiana.
33 Benedicto XVI, Carta Encíclica Deus Caritas Est, N.18
34 Quisiera recordar al respecto cuanto dice Benedicto XVI: “Si en mi vida falta completamente el contacto con Dios,
podré ver en el prójimo solamente al otro, sin conseguir reconocer en él la imagen divina. Por el contrario, si en mi
vida omito del todo la atención al otro, queriendo ser sólo piadoso y cumplir con mis deberes religiosos, se marchita
también la relación con Dios. Será únicamente una relación correcta pero sin amor.” Solo mi disponibilidad para
ayudar al prójimo, para manifestarle mi amor, me hace sensible también ante Dios.”34
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El Espíritu Santo, Espíritu de solidaridad, es reconocido en nuestras
oraciones cuando lo invocamos diciendo: “Ven Espíritu Santo, ven padre de
los pobres, ven luz de las mentes.”
EMPUJÓN HACIA ATRÁS
En mi país, como en tantos otros, los buses de servicio público tenían la
entrada adelante, en la parte del conductor. La gente subía pero se
quedaba en la parte delantera y obstruía el paso hacia la parte trasera del
vehículo. Por eso, el conductor decía continuamente: “Muévanse hacia
atrás”.
“Muévanse hacia atrás” es todo un empujón que no dan no sólo los
conductores de esos buses sino también el Espíritu Santo. Él nos empuja
hacia atrás, nos mueve a mirar hacia atrás, a ir hacia nuestro pasado y
retomarlo.
Hoy parece extraño que se invite a volver al pasado, a pensar en las propias
raíces, a entrar en contacto con quienes nos precedieron, a cultivar el
sentido de nuestra propia historia.
Sin embargo, ello es fundamental para nuestra identidad apostólica, que
quiere decir una identidad que se ha ido forjando desde los apóstoles. Y es
fundamental para nuestra fe que debe estar acompañada no sólo de
quienes conviven con nosotros hoy sino también de quienes desde el
pasado nos siguen hablando con su santidad.
¿Por qué debemos mirar hacia atrás? Porque la iglesia viene de atrás, ella
tiene una historia. San Gregorio Magno hablaba de la Iglesia que va desde
el justo Abel hasta el último de los elegidos y San Agustín añade que todos,
los de ayer, los de hoy y los de mañana, somos miembros del Cuerpo de
Cristo.
El Cardenal Biffi decía35 que cuando un niño o un joven educados
cristianamente en su familia, son colocados en su institución educativa
frente a frases que parecieran absolutamente ciertas sin serlo, lanzadas por
algún profesor o autoridad o por un texto escolar, contra la historia de la
35 Ver, Prefacio al libro de Vittorio messori, Pensare la Storia, Ed. Paoline, Milano, 1992, p.11
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Iglesia, y este niño o este joven empiezan a sentir vergüenza de la Iglesia,
están en grave peligro de perder su fe.
Afortunado este niño que a su lado tiene al Espíritu Santo, su compañero
inseparable para ayudarle a discernir esa respuesta.
Por este y otros motivos, Jesús habló que enviaría un Paráclito. La palabra
paráclito significa alguien que ha sido llamado para estar al lado de otro. Su
significado coincide con el de abogado que significa también llamado a favor
de uno. En este caso, se llama abogado defensor.36
El Espíritu Santo es el abogado defensor que está con nosotros cuando
somos agredidos en nuestra fe, cuando se nos ofrecen falsedades contra
Cristo o contra la Iglesia. Y esas falsedades nos las podemos engullir
fácilmente cuando viniendo del pasado, nos son impuestas con aparente
autoridad y como absoluta verdad.
Por eso, San Juan nos advierte cariñosamente:
“Queridos hermanos, no crean ustedes a todos los que dicen estar
inspirados por Dios, sino pónganlos a prueba, a ver si el espíritu que hay en
ellos es de Dios o no. Porque el mundo está lleno de falsos profetas.” (1 Jn
4,1)
Ante tantos profetas falsos, no debemos asustarnos. Por eso, el Espíritu
Santo nos da el don de fortaleza, de valentía, de parrhesia, para que
saquemos la cara por Cristo y su Iglesia, todo lo contrario de quien se
parece a una tortuga miedosa que ante cualquier ruido o presencia,
esconde la cabeza, las paticas y la cola.37
36 “Se podría decir que el paráclito es un modo de ser del Espíritu, en el momento en que defiende a los discípulos, les
da fuerza para ser testigos y los ilumina para la comprensión de la verdad de la revelación.” Madonia, N. o.c. p.81
37 “Al habitar un alma, el Espíritu le da la fuerza de la libertad. Hipólito (comienzos del siglo III) subraya que los
discípulos traicionaron a Jesús antes de Pentecostés, pero después oraron y dieron testimonio con esa certidumbre
intrépida que la escritura llama Parresia. Existe un vínculo profundo entre el Espíritu y el testimonio irradiante. Los
hechos de los apóstoles lo ilustran. Y también entre el testimonio y la libertad cristiana. Evoquemos el episodio de las
santas perpetua y felicidad cuyo relato original tenemos: un diario posiblemente acabado por tertuliano. Se quería
que, antes de que los testigos de Jesús entraran en el anfiteatro, los hombres se disfrazaran de Saturno y las mujeres
de sacerdotisas de Ceres. Pero se negaron. Y Perpetua declaró ante el tribuno: “Si estamos aquí es porque queremos
conservar nuestra libertad. Cierto que lo pagamos con nuestra vida. Estos son los términos del contrato entre vosotros
y nosotros”. Congar, Y. o.c. p.80-81
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Juan añade que podemos conocer quién tiene el espíritu de verdad y quién
tiene el espíritu de engaño. Esta posibilidad nos la da el abogado defensor,
el Espíritu Santo.
El Espíritu Santo nos da su luz para discernir entre lo que es verdadero y lo
que es falso. Por eso, el nos da el don de sabiduría. Sabiduría viene de
sabor, no de saber. Es como un paladar especial que nos permite distinguir
entre lo que es alimento sano y comida venenosa, entre lo verdadero y lo
falso. No podemos comer de todo. No somos tiburones. Los niños muy
pequeños se comen todo y las mamás deben estar muy atentas.
Una mamá tuvo que llevar al hijo de urgencia donde el médico. Doctor, se
comió un pedazo de cable del televisor, un botón del televisor, un transistor
del televisor, qué hago? Póngale antena, señora, porque ya tiene todo lo
demás, dijo el médico. Cuando hemos hecho el camino de la iniciación
cristiana, dejamos de ser niños que se comen todo.
Cuando Jesús preguntó: Qué dice la gente que soy yo? Le dijeron: Unos
dicen que eres Juan Bautista, otros, que eres Elías, otros que eres Jeremías
o uno de los profetas. Seguramente, también los apóstoles aceptaron esa
aparente verdad. Pero Pedro, asistido por ese buen abogado llamado el
Espíritu Santo, supo decir la verdad: Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo.
Y Jesús reconoció que esas palabras no brotaban de la carne y de la sangre
de Pedro sino del Espíritu que lo asistía.
Empujón hacia atrás, para que entendamos nuestra historia, para que
sepamos distinguir en ella lo realmente falso y lo que es verdad y para que
con valentía despertemos en nosotros el sentido de apostolicidad que
confesamos en el Credo cuando clamamos que creemos en una Iglesia
apostólica.
Para ser prácticos, los invito a leer los libros espirituales de otras épocas
que nos traen la historia de la vida de fe de las personas de ese entonces”.
Qué tal una lectura de “Las Confesiones” de San Agustín o de “La Historia
de un alma” de Santa Teresita del Niño Jesús o de “La Filotea” de San
Francisco de Sales, para citar unos pocos?
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Todas estas experiencias de fe escritas en el pasado son un recurso
valiosísimo para nosotros hoy. Estos escritos nos ofrecen ejemplos de
santos creyentes que vivieron en las otras épocas y cómo ellos buscaron,
conocieron y experimentaron la realidad de Dios.38
La vida espiritual de las personas del pasado nos llega como una oleada de
aire puro, como la apertura de un horizonte nuevo, como un mensaje del
Espíritu del Señor que sopla no solo donde quiere sino cuando quiere, en
todos los tiempos y, desde ellos, nos enriquece también hoy.
EMPUJÓN HACIA DELANTE
Recuerdo que cuando pequeño estaba aprendiendo a montar en bicicleta,
mi papá me decía: “Mire hacia delante porque si no, se cae”.
38 Si nos limitamos a leer los libros de hoy, ellos nos dicen lo que ya sabemos o lo que nos gustaría escuchar. De esta
manera, ellos refuerzan la miopía de la fe y el sentimiento de que somos lo mejor del mundo como personas de fe.
Juanita no podía leer lo que la profesora escribía en el tablero. Le parecía todo muy borroso.
Un día, Juanita recibió un par de anteojos después de ser revisada por un oftalmólogo.
Juanita volvió a su colegio pero esta vez llevaba los anteojos.
Al regresar a la casa, la mamá le preguntó:
-Juanita, ¿cómo te fue en el colegio, hoy?
-Muy bien, mamá. Te cuento que la profesora mejoró muchísimo la letra.
Juanita era miope y no podía ver sino a muy corta distancia. Son problemas que le pasan a los ojos y la persona se
queda corta de vista. A Dios gracias, los inventos llegan en nuestro auxilio y en este caso son muy bienvenidos los
anteojos.
Pero sucede que no solamente los ojos pueden quedarse miopes. También nuestra fe cristiana puede quedarse de muy
corta visión, puede ser una fe miope.
Entonces, nos preguntamos cuándo una fe es miope y cómo podemos hacer para que ella deje de ser miope y mire
más de lejos.
Tu fe es miope cuando piensas que tu manera de vivir y de practicar la fe es la mejor del mundo. En este caso oras
como el fariseo de la parábola: “Gracias Señor, porque yo no soy malo como los demás”.
No estoy diciendo que en el pasado lo hiciesen todo bien y que nosotros lo hacemos todo mal. En el pasado también
se cometían errores y graves pero los errores eran diferentes a los de hoy. De manera que, sus éxitos en la vida
cristiana nos pueden enseñar algo que acoger y sus errores nos pueden advertir algo que evitar.
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Hay tres personas que en las situaciones más difíciles, miraron hacia
delante y no se cayeron. De estas tres personas nos habla Benedicto XVI en
su encíclica sobre la Esperanza.
La primera es la africana Josefina Bakhita canonizada por el Papa Juan
Pablo II. Nació en Sudán aproximadamente en 1869. Cuando tenía nueve
años fue secuestrada por traficantes de esclavos, golpeada y vendida cinco
veces en los mercados de Sudán. Terminó como esclava al servicio de la
madre y de la mujer de un general, donde cada día era azotada hasta
sangrar; como consecuencia de ello le quedaron 144 cicatrices para el resto
de su vida. Finalmente, fue comprada por un mercader italiano y terminó en
Italia donde conoció a otro dueño que también había sido maltratado como
ella y que la esperaba a la derecha del Padre: Jesús. Desde ese momento
tuvo esperanza, no sólo la pequeña de tener dueños menos crueles sino la
gran esperanza: yo soy definitivamente amada, suceda lo que suceda; este
gran Amor me espera. Ella entendió lo que decía San Pablo de los que
vivían sin esperanza porque estaban sin Dios. Ella se convirtió en apóstol de
la esperanza, invitando a mirar hacia delante no solo en el tiempo sino en la
vida eterna.
La segunda persona es el cardenal Nguyen Van Thuan quien estuvo trece
años en la cárcel, en una situación de desesperación aparentemente total,
el poder hablar con Dios fue una fuerza creciente de esperanza que le
permitió después ser para los hombres de todo el mundo un testigo de la
esperanza. La esperanza cristiana es siempre esperanza para los demás.
La tercera persona es el mártir vietnamita Pablo le-Bao-Thin (+1857)
quien escribe una carta desde el infierno de su prisión en la que resalta la
transformación del sufrimiento mediante la fuerza de la esperanza. “En
medio de esta tempestad echo el ancla hasta el trono de Dios, esperanza
viva de mi corazón”39
Estas tres personas, en medio de su terrible sufrimiento recibieron la
esperanza como don del Espíritu Santo para mirar hacia delante, lo cual les
dio la posibilidad de no desanimarse, de no perder su fe, de no disminuir su
capacidad de oración. Ellos tres, con sus vidas, nos enseñan que el Espíritu
Santo sabe empujarnos hacia delante con el don de la esperanza para
39 Breviario Romano, Oficio de lectura, 24 de noviembre.
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sacarnos del túnel de la desesperación, del sufrimiento o de la situación de
víctima.
El deseo que Pablo manifestaba a los romanos se realizó plenamente en
ellos:
“Que Dios, que da esperanza, los llene de alegría y paz a ustedes que
tienen fe en él, y les dé abundante esperanza por el poder del Espíritu
Santo.” (Rom 15,13)
Ellos fueron con sus vidas, como los profetas, predicadores de la esperanza.
Pero no hablaron desde su propia visión o capricho sino desde el Espíritu
Santo. Como dice el Credo Niceno, El Espíritu Santo habló por los profetas.40
EMPUJÓN HACIA ABAJO
Cuando era obispo de la amazonia, alimentaba una especial sensibilidad por
esos animalitos como las tortugas, los venados, los chigüiros, los armadillos,
llamados en peligro de extinción.
Durante la revolución francesa, cuando la guillotina funcionaba sin
descanso, un hombre se encontró con otro y le preguntó: ¿Qué hace,
hombre? El otro respondió: ¡Vivir!, ¿te parece poco? No era fácil estar vivo
en esa época de terror.
Para muchos, esa época sigue todavía. Si un caimán se encuentra con un
armadillo y le pregunta: ¿Qué hace, señor armadillo? El animalito daría hoy
la misma respuesta de esos tiempos de revolución: ¡Vivir!, ¿te parece poco?
Esa es la situación lamentable de tantos animales en peligro de extinción
por la sed de matar y de negociar de los seres humanos.
40 Los profetas, en efecto, se preocuparon por alimentar la esperanza de Israel, una esperanza a corto, a mediano y a
largo plazo, siendo esta última la esperanza suprema de Dios.
Su misión los llevaba ayer y los lleva hoy, a descubrir y presentar con fuerza el contraste entre el mundo como es y el
mundo como debe ser, según el plan de Dios.
Los cristianos ponemos nuestra confianza en Cristo, porque a través de Cristo llegamos al Padre. Pero llegamos a
Cristo sólo en el poder del Espíritu Santo. Nuestro camino hacia Dios empieza viviendo en el Espíritu, con el don del
Espíritu.
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Cuando entramos en contacto con el Cántico de las criaturas de Francisco
de Asís, nos podemos dar cuenta de que él miraba hacia abajo, hacia
cuanto había bajo sus pies, la creación, pero su mirada era espiritual, era
enriquecida por la luz del Espíritu Santo.
“Loado seas por toda criatura, mi Señor
Por la hermana agua preciosa en su candor
Que es útil, casta, humilde, loado mi Señor.
Y por la hermana tierra que es toda bendición,
la hermana madre tierra , que da en toda ocasión
las hierbas y los frutos y flores de color
Y nos sustenta y rige: Loado mi Señor.”
Esa comunión entre el alma de Francisco y la tierra que lo sostiene es tarea
toda ella del Espíritu Santo.
Pero sucede que hoy se ha desarrollado una ética agresiva frente a la
naturaleza derivada de una voluntad de dominio ilimitada que lo mueve a
apropiarse de la naturaleza, rompiendo todos los equilibrios, generando una
inmensa destrucción de los seres vivos de la creación y alejándose
totalmente del influjo del Espíritu Santo.
Necesitamos una vez más y con urgencia de ese empujón hacia abajo, dado
por el Espíritu Santo, para poder darnos cuenta de que del mismo modo
que la dignidad humana es la fuente de todos los derechos humanos, así
también la dignidad de la creación lo es de todos los derechos de los
animales, de las plantas y de la tierra entera.
Esta dimensión universal de la dignidad de la creación, ha llevado a los
teólogos a incluirla dentro del tratado de la misionología.
EMPUJÓN HACIA ARRIBA
El último empujón debería ser en realidad el primero pero sucede que es
un empujón que está presente en todos los demás. Es como se dice un
empujón transversal. Me refiero al empujón hacia arriba, esto es, hacia la
santidad.
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Santa Teresa de Jesús decía: cuando en mi vida espiritual me dejaba
arrastrar hacia abajo, todos querían ayudarme, pero cuando quería subir
por el camino de la perfección, me dejaban totalmente sola.
Pues bien, un verdadero compañero nos empuja hacia las alturas de la
santidad, nunca hacia el abismo de la perdición, y así es el Espíritu Santo.
Tal vez este empujón del Espíritu, experimentado como anhelo de santidad,
lo sentía aquel muchacho que rezaba: “Señor, hazme santo y si no, al
menos beato”.
No se trata de un empujón desde un lugar ajeno a nosotros mismos sino
desde dentro de nosotros mismos. Es el empujón con que el Espíritu lanza
por la ventana del alma al hombre viejo, para darle espacio y forma al
hombre nuevo. (Col 3,10)
Se atribuye al venerable Olier el siguiente hecho. En la casa sacerdotal en
que vivía y era formador, todos eran muy jóvenes. Solo el jardinero era
anciano y además muy curioso. De hecho un día quiso escuchar cuanto el
Padre Olier decía a los jóvenes sacerdotes reunidos en un salón. Puso el
oído contra la puerta y escucho al Venerable que les decía: “Es necesario
matar al hombre viejo”. El anciano que sabía que era el único viejo de la
casa, angustiado salió corriendo para no volver por ahí.
El hombre viejo esta en todos nosotros. Más somos jóvenes, más lo
tenemos. Pero el Espíritu santo como un artista formidable va logrando que
en nosotros tome forma el hombre nuevo, creado a imagen de Cristo. Al fin
de cuentas hemos sido predestinados a reproducir en nosotros la imagen
del Señor por la acción del Espíritu Santo (2 Cor 3,16)
Este trabajo interior, que es un empuje hacia la santidad, nos lleva a
considerar una imagen de nosotros mismos poco notada: Somos criaturas
del Espíritu. Solemos decir que somos templo del Espíritu y es verdad. Pero
el templo da la idea de algo acabado donde sólo falta que venga a habitar
ese huésped que es el Espíritu Santo.
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En cambio, ser criatura del Espíritu significa ser alguien a quien el Espíritu
va dando vida, va dando forma, va puliendo, va haciendo crecer desde
dentro.
Nuestro ser va adquiriendo una forma especial que nos es dada por el
Espíritu Santo y esa plenitud de forma es cuanto constituye la belleza del
ser humano y del cristiano trabajado, pulido por el Espíritu Santo.41
En el lenguaje antiguo no se hablaba de hermoso sino de formoso. Formoso
viene de forma y de oso. Oso quiere decir lleno de. Por ejemplo, dichoso
quiere decir lleno de dicha; precioso quiere decir lleno de valor; mocoso
quiere decir lo que se están imaginando. Estar lleno de forma es para un
cristiano tener la forma de Cristo. “En este sentido todo lo bello, lo grande
y lo vivo que está en Cristo resucitado pasa a nosotros.”42
El Espíritu Santo toma los rasgos típicos de Cristo y los pasa a nosotros
transformándolos en impulso para obrar el bien, en propuesta viva, incisiva,
en sintonía con nuestro ser pero que lo eleva, lo perfecciona, lo hace más
confiado en Cristo, más decidido a seguirlo. De esta manera, nuestro yo
profundo va tomando forma, la forma de Cristo. Dios nos ha predestinado
“a reproducir en nosotros la imagen de su Hijo” (Rom 8,28-29) El Espíritu
hace realidad en nosotros, lo que es realidad en Cristo.43
Orígenes tenía un papá llamado Leónidas. Cuando Leónidas llegaba a la
casa por la noche, el hijo ya estaba dormido. Se acercaba, le destapaba el
pecho y le daba un beso explicando que en ese pecho habitaba el Espíritu
Santo. Pero no un Espíritu Santo perezoso o un Espíritu Santo en
vacaciones. Ese pecho era como el taller de un artista, y tal es el Espíritu,
que trabajaba incansablemente para dar a Orígenes la forma de Cristo. Y
Orígenes llegará a ser gran catequista y gran teólogo y podrá decir:
41 Anota el P. Congar: Hoy como siempre, y mucho más que en otras épocas, hay vidas que cambian por la acción del
Espíritu. Oigamos lo que dice este proverbio musulmán. “Si te dicen que una montaña ha cambiado de sitio, créelo.
Pero si te dicen que un hombre ha cambiado de carácter, ¡no se te ocurra creerlo! Es probable que el carácter se
mantenga, porque siempre se reaccione conforme a lo que se es. Sin embargo, hay hombres y mujeres que toman otra
dirección en su vida y adoptan normas diferentes de comportamiento porque ha irrumpido en ellos una fuerza y una
inspiración que atribuyen al Espíritu Santo. Y se constatan en ellos las notas que San Pablo ya advertía: “Amor,
alegría, paz, tolerancia, amabilidad, bondad, fe, mansedumbre y dominio de sí mismo” (Gal 5,22) Uno de los rasgos
más importantes de esta historia es la coherencia, aún más, la homogeneidad de los testimonios en medio de
contextos extraordinariamente diferentes. Ver, Congar, Y. o.c.p.48
42 Vanni, Ugo, El Soplo del Espíritu, Ed. San Pablo, 2000, Bogotá, p.13
43 Mc Donnell, o.c. p.119
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“El Espíritu actuando la santificación del hombre no hace otra cosa que
lograr que alguien se parezca a Cristo, que esté hecho conforme a la
imagen del Hijo y siempre más unido y cercano al Padre.”44
Desde dentro, Él, como artista maravilloso, nos va trabajando para que en
nosotros tome forma la figura de Cristo, la imagen de Jesús.
Se cuenta de una estatua cuyo escultor dejó a medio hacer. Se veía
horrible. Un día, la estatua habló, no era para menos, y le dijo al escultor:
“Termíname, para que no se rían ni de mí ni de ti”. Que bonita invocación
que podemos dirigir nosotros cada día al Espíritu Santo.
Una profesora quiso hablar de Jesús a sus alumnos. No dijo el nombre.
Solamente empezó diciendo que iba a hablar de un hombre muy bueno,
muy unido a Dios, defensor de los pobres, que daba siempre aliento a los
enfermos, servidor de todos. Un niño levantó la mano para hablar. La
maestra le dio la oportunidad de que adivinara. Él respondió: “es don
Armando y vive en mi barrio”.
Qué lindo que una persona refleje la imagen de Cristo en su vida y sea
confundida con Jesús.
Hay en la liturgia una palabra muy bella: epíclesis. Se trata de la invocación
que se dirige al Espíritu Santo para que Él haga ese trabajo de dar forma
nueva al pan en la eucaristía y al ser humano en la vida cristiana.
La epíclesis es en primer lugar el acto trascendental del Padre que envía el
Espíritu para que transforme los dones del pan y del vino en el cuerpo y la
sangre del Señor Jesús:
“Santifica estos dones con la efusión de tu Espíritu
de manera que sean para nosotros
Cuerpo y Sangre de Jesucristo nuestro Señor.” (P.E.II)
44 Ver, Madonia, N. o.c. p.220
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Pero al mismo tiempo, se espera que el Espíritu transforme a toda la
comunidad en el cuerpo de Cristo. Como bien exclamaba San Agustín: ¡Te
trasformas en eso que comes!
Esa santificación no solo de la comida sino de los comensales es de suma
importancia porque , como bien decía, Juan Pablo II, el verdadero
misionero es el santo.
No tengamos miedo de dejarnos empujar hacia arriba para que, con la
fuerza y valentía que nos da el Espíritu y con la ayuda de María santificada
por Él, seamos auténticos misioneros de la bondad de Dios manifestada en
Cristo, a quien gozosos anunciamos y a quien inquietos buscamos hasta
cuando no haya necesidad ni de metáforas ni de cuentos, ni de chistes,
para comprenderlo, amarlo y alabarlo, por los siglos de los siglos. Amén.
HOJA GUÍA PARA LOS PARTICIPANTES
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INSEPARABLES COMPAÑEROS
UN COMPAÑERO NOS HA SIDO DADO
UN COMPAÑERO ARROLLADOR
EMPUJÓN HACIA FUERA
EMPUJÓN HACIA TODOS
EMPUJÓN HACIA ADENTRO
EMPUJÓN HACIA EL FONDO
EMPUJÓN HACIA EL LADO
EMPUJÓN HACIA ATRÁS
EMPUJÓN HACIA DELANTE
EMPUJÓN HACIA ABAJO
EMPUJÓN HACIA ARRIBA
HOJA GUÍA PARA OFRECER A LOS PARTICIPANTES
(como alternativa a la anterior)
INSEPARABLES COMPAÑEROS
De Esparta a Basilio
El compañero de Jesús en dos etapas
Misión del Espíritu, ser autopista
Las dos manos del Padre.
UN COMPAÑERO NOS HA SIDO DADO
Juan el valiente
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El Espíritu de Jesús en nosotros
Pentecostés, recepción del Espíritu.
UN COMPAÑERO ARROLLADOR
El empujón del Espíritu
Qué quiere decir que nos empuja
Las múltiples direcciones
EMPUJÓN HACIA FUERA
Los doce del patíbulo
Los otros doce y además nosotros.
Pentecostés: El Espíritu nos toca.
“A mi manera” o “prediseñados”
Conciencia de ser discípulos misioneros
El fuego del amor
La lengua del Espíritu, la lengua del amor.
EMPUJÓN HACIA TODOS
El insólito desafío de una sirena
El viento, metáfora de la libertad para moverse.
La verdad, fruto del Espíritu
Libres para acercarnos a todas las verdades.
Viento y sopo van unidos
EMPUJÓN HACIA ADENTRO
“Yo ayudé a construir esta catedral”
Eutico el indeciso
Hacia la comunidad aún por caminos absurdos
Derramaré mi Espíritu
Hacia la unidad con Jesús y en Jesús con los demás
El Espíritu como amor, no como signo
La fe, acogida del kerygma con sus cuatro “S”
Palabra y Espíritu; puerta y llave.
Maestro exterior y maestro interior
En el bautismo bebemos del mismo Espíritu
Aparecida y el empujón hacia la unidad.
EMPUJÓN HACIA EL FONDO
Las perdices y sus dos corazones
Corazón o centro del alma o fondo del alma.
Lugar de encuentro entre las diversas espiritualidades
Más allá del yo funcional
“Comprendí que ella estaba habitada”
EMPUJÓN HACIA EL LADO
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Paraojos para no ver a los lados.
Epulón y Lázaro, historia de paraojos.
El cáncer de la exclusión
La solidaridad del Espíritu en Nazaret.
No ver la acción de Dios al lado
Concha o canal
Sin solidaridad, se cojea.
EMPUJÓN HACIA ATRÁS
“¡Muévanse hacia atrás!”
Nuestra identidad arranca desde los apóstoles.
La Iglesia viene de atrás
El gran peligro de perder la fe
Paráclito, abogado o defensor.
Don de fortaleza para no ser tortugas
Don de sabiduría para no ser tiburones
El abogado de Pedro para decir la verdad.
Los libros de otras épocas, oleada de aire puro.
EMPUJÓN HACIA DELANTE
“Mire hacia delante o se cae”
Josefina de Sudán, esperanza en el sufrimiento.
Cardenal Van Thuan, fuerza en la esperanza.
Pablo Le-Bao-Thin: la fuerza de la esperanza
El Espíritu empuja hacia delante
EMPUJÓN HACIA ABAJO
“Vivir, ¿te parece poco?
Francisco miraba hacia abajo empujado por el Espíritu
Ética agresiva
Dignidad de la creación
Una parte de la misionología.
EMPUJÓN HACIA ARRIBA
Empujón transversal
Un compañero de verdad empuja hacia arriba
Deseo de santidad
El hombre viejo y el hombre nuevo
Criaturas del Espíritu
La belleza del cristiano, plenitud de forma.
Orígenes y Leónidas
“Termíname, para que no se rían, ni de mí ni de ti”
“Es don Armando y vive en mi barrio.”
La epíclesis es doble: transforma el pan y también al cristiano.
No tengamos miedo.
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