Biografias FMA Madrid. Huellas de Santidad 1942-1992.


Biografias FMA Madrid. Huellas de Santidad 1942-1992.

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Huellas de Santidad
1942-1992
FMA
Inspectoría Santa Teresa
MADRID - 1992

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Queridas Hermanas:
A los cincuenta años de camino inspectorial, hacemos memoria de las
Hermanas que en estos años ha pasado a la Casa del Padre.
Leyendo estas páginas sencillas y entrañables, sentimos que algo se
nos comunica. Algo que en seguida reconocemos. Son pinceladas de
carisma: sencillez, bondad, entrega incansable, amor a María, alegría, ama-
bilidad, ardor apostólico.
Nuestras Hermanas encarnando el carisma lo han embellecido admira-
blemente con su santidad. Una santidad que tras las huellas de Madre
Mazzarello es savia viva que fecunda nuestra misión, alienta nuestra vida y
resplandece para gloria de Dios y vitalidad del Instituto.
Las palabras de Jesús en Le. 10,21 expresan los sentimientos que sin
duda tendremos tras la lectura de estas páginas: «Te alabo, Padre, porque
has ocultado estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a
los pequeñuelos. Sí, Padre, porque así te ha parecido bien».
Gracias a todas las Hermanas que han colaborado en la recopilación y
síntesis de estas semblanzas.
Que en la vida entregada de nuestras Hermanas en estos cincuenta
años encontremos fuerza para recorrer con nuestros jóvenes el camino de
la santidad para hacer realidad nuestro ser Monumento vivo de la gratitud
de Don Sosco a María Auxiliadora.
Madrid, 25 de diciembre de 1992
Natividad del Señor
Sor María del Pilar Prieto
Inspectora

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SOR ENCARNACIÓN NUNEZ
Nació: en el año 1872
Profesó: en el año 1901
Murió: el 15 de mayo de 1942 en Madrid
Pocos datos biográficos tenemos de ella. En los primeros años de
nuestra historia se registran auténticos vacíos que ahora lamentamos,
pero de cada hermana tenemos lo suficiente para poder admirar las exce-
lencias de sus almas y lo bien que supieron vivir el espíritu de Don Bosco,
aun en medio de grandes dificultades.
Con el brío de un alma joven y deseosa de grandes conquistas espiri-
tuales se lanza a la Vida Religiosa y con este fin no ahorra sacrificios ni
mide trabajos. Lo importante son las almas y se dará con generosidad
hasta la última fibra de su larga y preciosa existencia.
Cuando en los últimos años, le decíamos: «Sor Encarna, descanse ya,
que Vd. ha trabajado mucho». Ella, valientemente contestaba: «no, hija, las
Hijas de María Auxiliadora descansaremos en el Paraíso» y seguía lo que
estuviera haciendo.
Apenas profesé nos dice una Hermana, fui destinada a la Casa de
Valencia donde conocí a Sor Encarna y aunque conviví con ella varios
años, no puedo decir mucho porque teníamos diversidad de ocupaciones
y no nos veíamos mucho, pero no recuerdo de ella ninguna mala impre-
sión, antes bien siempre se mostraba obsequiosa conmigo y con todas las
personas que trataban con ella. Tenía un carácter fuerte y violento, pero
una humildad tan grande que superaba todas las faltas de esa forma de
ser.
Era muy activa. Bastante anciana ya, continuaba dando clase a las
niñas y cuando la obediencia la destinó a la portería, se la veía coser con
desenvoltura la ropa de las Hermanas.
Vivía la piedad. Fruto de ello eran las conversaciones que mantenía. Iba
siempre sembrando esas palabritas... que ayudan a ser mejores.
Otra Hermana nos testimonia:
«No se impacientaba aunque la hiciéramos abrir y cerrar la puerta
muchas veces. Era muy agradecida a cualquier detalle.
Tuve la dicha de vivir con ella muchos años en los que pude observar
actos heroicos de caridad. La asistí en su última hora. Gocé en hacerle

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compañía. Su oración era continua. Observaba que miraba a un punto fijo
y sonreía. Le pregunté si veía a la Virgen y me contestaba complacida que
sí. Cuando le hablaba al final de Jesús y María, ella me decía con esfuerzo
que eran los dos grandes amores de su alma. En un momento dado vi que
levantaba su brazo y le pregunté emocionada que si venía la Virgen a bus-
carla, a lo que ella de nuevo me dio una respuesta afirmativa.
Pasamos la noche hablando del cielo. Al día siguiente, con la placidez
de un ángel cerró los ojos a esta vida para abrirlos definitivamente en la
Vida Eterna donde la esperaba el Padre para darle el abrazo que tanto
ansió en la tierra.

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SOR JOSEFINA ROIG
Nació: 25 de marzo de 1902 en Valencia
Profesó: 5 de agosto de 1920 en Sarria (Barcelona)
Murió: 3 de enero de 1944 en Salamanca
Pocas referencias tenemos de la infancia y de la familia de Sor Josefi-
na, pero sabemos que fue consagrada a la Virgen por su hermana y la Vir-
gen debió aceptar esta ofrenda, pues no dejó de sonreír a tan celestial
Guía en todos los momentos de su vida.
Se formó en nuestra Casa de Valencia. Entusiasta y alegre como era;
se daba toda a todos, pero sentía inclinación especial por el Oratorio Fes-
tivo. Puede decirse que fue su pasión dominante. Una Hermana de aque-
llos tiempos en Valencia decía: «Formaba parte del grupo más escogido
del Oratorio y como las Hermanas éramos escasas y el número de niñas
que frecuentaban el Oratorio muy numeroso, teníamos que hacernos ayu-
dar de estas jóvenes. Ella era muy idónea para la enseñanza del Catecis-
mo y muy apta también para divertir a las niñas.
Las vísperas de los domingos se preparaba para la lección de Catecis-
mo, y por su carácter jovial y casi infantil se le encomendó el grupo de
pequeñas. Las entretenía con perfección y ellas la querían mucho. Revolo-
teaban por el patrio infatigablemente, siempre incansables.
Amaba el canto y la poesía. Recitaba delante de la imagen del Sagrado
Corazón y de María Auxiliadora, sobre todo cuando había algunas proce-
sión por los patios del Colegio.
El amor que siempre manifestó por el Oratorio aumentó con su profe-
sión religiosa.
Su director espiritual vislumbró pronto las grandes cualidades que
adornaban a Josefina y fue formando un apóstol muy entregado a la
extensión del Reino.
Todas cuantas la conocieron afirman unánimes que el Oratorio fue el
centro de su corazón de apóstol y también coinciden en afirmar que su
piedad llamaba la atención. Su actitud en la iglesia era edificante. Era muy
pronta a acudir cuando la campana llamaba a cualquier acto de Comuni-
dad, dejando con prontitud lo que tuviera en las manos.
Prodigaba muchos cuidados y atenciones a las Antiguas Alumnas. Las
ayudaba cuanto podía y les daba sabios consejos. En su última enferme-
dad, con frecuencia se le oía decir: «Esto lo ofrezco por... y por...» y citaba

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los nombres de aquéllas que ella sabía que tenían algún problema o esta-
ban pasando por algún momento malo, así también daba sentido a su
enfermedad.
En todas las Casas donde la obediencia la destinó, sembró el bien a
manos llenas y en todas dejó una estela de buen ejemplo. De su celo
apostólico y de su inalterable sonrisa, dan testimonio todas las Hermanas
que la conocieron, aún en los momentos de su enfermedad, en la que
Dios la visitó con fuertes dolores.
La Directora de la Casa nos habla con mucha edificación de su muerte:
«En seguida que cayó enferma, dándose cuenta de su estado, pidió deci-
dida un sacerdote que la ayudara en sus últimos momentos. En todo lo
que recibía de servicios por parte de la enfermera o de cualquier otra Her-
mana, se mostraba agradecidísima y al advertirle que su fin estaba próxi-
mo, se resignó a la Voluntad de Dios con toda generosidad... Quiso verse
rodeada de todas las Hermanas de la Casa para las que tuvo una delicada
sonrisa, reveladora del afecto que sentía hacia ellas y con una dulce y
serena mirada, se despidió de todas, hasta el cielo.
Momentos antes de su muerte, fijó unos instantes la vista en un ángulo
de la habitación y cuando le preguntamos qué veía, contestó: «Es Ella, es
María Auxiliadora» y se quedó tranquila hasta que la muerte nos separó en
la tierra para volver a reunimos en el Cielo con ella.
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SOR RAMONA SOTELO
Nació: el 25 de noviembre de 1868 en Vigo
Profesó: en Sarria en 1899
Murió: el 4 de marzo de 1944 en Salamanca
Por haber nacido esta Hermana todavía en el siglo anterior y morir en
los primeros años de la fundación de la Inspectoría, apenas tenemos
datos biográficos y desconocemos los lugares en los que desarrolló su
obediencia, pero los pocos testimonios de las Hermanas que nos han
hablado de ella pueden reflejarnos las virtudes de Sor Ramona que murió
a los 75 años, después de haber dedicado 41 de ellos al servicio del Reino
en el Instituto.
Sabemos que había perdido el oído en una temprana edad y ese
defecto le acompañó muchos años de su vida, aceptando la falta de ese
sentido como algo permitido por Dios y que formaba parte de sus planes
divinos.
Nos dice una Hermana: «Conocí a Sor Ramona siendo niña en el cole-
gio de Salamanca. Fue mi primera profesora de dibujo, me llamaba la
atención por su finura y esmerada educación, su porte, sus modales refle-
jaban una delicadeza extraordinaria».
Era muy ordenada en sus cosas y en su persona. El orden era una de
las virtudes que más la caracterizaban, dice otra Hermana.
Puntualísima en el cumplimiento de sus deberes y también exigente en
el mismo cumplimiento a las niñas que de ella dependían.
También destacaba en ella la paciencia, pues a causa de su sordera,
muchas veces no entendía las cosas a la primera, o tenía que preguntar
hasta que la información le llegaba por completo. Siempre lo hacía sin
impacientarse.
Otra Hermana nos dice: «Conocí a Sor Ramona en la Casa de Sala-
manca. Era yo entonces Antigua Alumna y me llamaba la atención su finu-
ra y delicadeza. Era sacristana y bien puede decirse que trataba a Jesús
Eucaristía con toda clase de detalles».
Varias Antiguas Alumnas nos dicen: «Le gustaba hablar con nosotras,
pero siempre de temas de piedad, de María Auxiliadora a la que amaba
tiernamente. Nos inculcaba su devoción y nos animaba a visitar a Jesús
con frecuencia. Nos decía: «Os espera todos los días». «No le privéis de
vuestra compañía, aunque sólo sean unos minutos».

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Otra Hermana dice: «Lo que más edificaba en ella era su espíritu de
piedad, pues a pesar de no oír, seguía siempre a la Comunidad y se la
veía en la capilla unirse con fervor a las demás.
Era fiel observante de la Regla, hasta el punto de ponerse nerviosa
cuando veía que alguna cosa cambiaba y era porque no había entendido
bien algún aviso. Cuando lo comprendía se esforzaba en cumplirlo, pues
era muy amante de las Superioras y profesaba por ellas profunda venera-
ción.
En su última enfermedad fue edificantísima. Agudos e intensos dolores
laceraban su cuerpo hasta el punto de dejarla inmóvil, pero era entonces
cuando se la veía más unida a Jesús Crucificado. Sus dolencias no le
hicieron perder su habitual delicadeza y agradecida con la mirada acom-
pañada de una sonrisa, correspondía a todas las delicadezas que con ella
se tenían.
Cuando la Hermana Directora le hizo saber que había llegado la Madre
Inspectora para visitarla, dio muestras de gran satisfacción, ya que era
notorio el afecto que sentía hacia las Superioras.
El mismo sacerdote que la asistió en los últimos días de su enfermedad
estaba edificado de tanta delicadeza y modestia.
Recibió los auxilios espirituales con toda reverencia. La jaculatoria que
más repetía era ésta:
«Aparta, oh Madre de mí lo que me aparte de Ti». Esta dulce y celestial
Madre que tantas veces invocó en la vida, vino a buscarla para presentar-
la a su Divino Hijo y recibir de El la recompensa preparada para sus esco-
gidos: El ciento por uno, el premio de la vida eterna.
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SOR MARÍA TERESA SÁNCHEZ
NOVICIA: Nació en Salmoral (Salamanca) e!12 de junio de 1924
Falleció en Salamanca el 26 de febrero de 1945
María Teresa Sánchez, segunda de cuatro hermanos, nació en Salmo-
ral, un pueblecito de la ciudad de Salamanca. A los catorce años, sus
padres la llevaron interna al Colegio de Salamanca con el fin de que cursa-
ra el Bachillerato. Pronto se distinguió por su aplicación y piedad. Enfervo-
rizaba el verla siempre con la mirada fija en el Sagrario y con una expre-
sión tan dulce que realmente reflejaba la felicidad que sentía su alma con
Jesús.
Trabajó siempre con tesón por corresponder al sacrificio que se impo-
nían sus padres, siendo ejemplar entre sus compañeras. Entusiasmada
por la devoción a María Auxiliadora se inscribió en la Asociación y des-
pués de pasar seis meses en el grupo de Aspirantes, tomó la medalla de
Hija de María.
Pero cuando se dio de lleno y con todo entusiasmo al apostolado fue
cuando se fundó en el Colegio la Asociación de Acción Católica de las
internas. La nombraron Presidenta y por tanto, el empuje y fervor de todas
dependía en gran parte de ella.
Tenían las Juntas y Círculos correspondientes dados por ella misma y
para tomar parte activa en el apostolado les cabía la dicha de hacerlo con
las niñas del Oratorio. Todos los domingos iban a la Parroquia a Misa con
las Oratorianas y una interna de Acción Católica, por turno, se ocupaba de
leerles el Santo Evangelio durante la misa.
Para poder participar más de lleno en el Oratorio, el sábado estudiaba
con especial empeño sus lecciones. Tenía un grupo de Catecismo y lo
atendía con celo, jugando después con ellas el tiempo que le quedaba.
Por muchos detalles de esta época y de después se comprobará a lo
largo de su corta vida, que su único anhelo era ser toda de Dios y hacer
felices a las almas, acercándolas a su Divino Corazón, es decir, tenía
vocación religiosa.
Estudiaba quinto de Bachillerato y en el mes consagrado a la Virgen, el
28 de mayo exactamente, obtuvo de Ella el regalo de que su madre, que
fue ese día a verla al colegio, le diera con alegría el permiso para consa-
grarse por completo al Señor. Ya todas sus aspiraciones estaban cumpli-
das.
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Durante el Postulantado continuó en el mismo Colegio de Salamanca,
dándose con la intensidad de siempre a sus estudios o más bien haciendo
todavía más esfuerzos por lo que sus fuerzas físicas se resintieron.
Llegó por fin al Noviciado y como no se encontraba bien, en seguida lo
manifestó a la Maestra de Novicias que tenía un bulto considerable en la
espalda, cosa que hasta entonces no se había podido advertir, dado su
tamaño natural. Inmediatamente el médico que la vio ordenó una interven-
ción quirúrgica, pero después de mucho rezar, el bulto se abrió sin necesi-
dad de operarlo. No obstante tenía que someterse a curas muy molestas,
pero las sufría siempre con paciencia y se mostraba muy agradecida a la
Maestra de Novicias y a la Asistente por tantos cuidados.
A pesar de este estado de flojedad no se retraía del trabajo y siempre
lo hacía sonriente, aunque constituyera para ella un gran sacrificio.
Formuló el propósito de pasar desapercibida, propósito que repetía a
menudo en los días de retiro. En efecto, en la práctica era fiel en practicar-
lo. Madre Maestra, que fue quien mejor la conoció decía que lo más
característico en ella era el pasar desapercibida.
En el tema sobre sus impresiones del Noviciado refleja muy bien todos
sus sentimientos y deseos. En primer lugar se traslucía cierto terror, a la
vez que un sincero deseo de ser Novicia, porque se imaginaba que no
tendría suficientes cualidades y sobre todo que le faltara la salud. De
estos primeros días dice:
«Llegaron los Ejercicios y a pesar de que las fuerzas físicas me faltaban
y no estaba a gusto en ninguna parte, el Señor derramó sobre mi alma
grandes gracias». Los propósitos que tiene con esta ocasión en la libreta
son: «Me esforzaré por acrecentar el espíritu de fe a fin de vivir en la reali-
dad y no llevada por mi instinto como por desgracia voy. Puntualidad en
todo, especialmente en la oración y en el trabajo. La última en todo lo
demás. Tendré mucho cuidado con mis palabras, a fin de que no sean
sino llenas de caridad y si mi miseria me llevase a cometer alguna falta de
caridad o bien algún pensamiento hacia alguna Hermana, quedo obligada
a pedir por ella al día siguiente y ofrecer todo por ella. Me esforzaré en
practicar todas las virtudes para que con la ayuda de Dios, pueda hacer
pronto mi profesión».
En estos puntos resumía toda la vida de perfección. Y así la concebía y
practicaba con grandes esfuerzos.
Terminados los Santos Ejercicios y empezada la vida de Novicia, se le
pasaron todos sus temores y empezó a encontrarse feliz, disfrutando de
los innumerables medios que encuentra para sus grandes anhelos de san-
tificarse y ser toda de Dios.
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Pero la enfermedad se presentó a los pocos días. Era meningitis y por
tanto tenía fuertes dolores de cabeza. De vez en cuando se quejaba, pero
suplían con creces las jaculatorias que repetía constantemente.
Su espíritu de piedad era intenso y en medio de su gravedad y dolores
fortísimos no dejaba de rezar. Empezaba el acto de consagración y a
pesar de su falta de conocimiento en muchas ocasiones, lograba repetirla
casi entera y con voz tan clara y tan bien pronunciada que conmovía oírla.
Seguía su obsesión sobre el apostolado y la primera noche que estuvo
grave dijo con vehemencia: «Ya no me ocuparé más de mí, sino sólo tra-
bajaré por Ti. El apostolado intenso será mi única ocupación: las almas,
sacrificarme por ellas, gastar la vida trabajando, sin cansarme jamás, bus-
car el bien de las almas, cueste lo que cueste». Y aquella misma noche
también dijo: «Dios mío, no permitas que de estos labios salga alguna
palabra contraria al buen espíritu del Noviciado, que hable siempre bien
de todas, que conozca lo miserable que soy para que nunca hable bien de
mí ni con vanidad de los míos, que desaparezca por completo mi amor
propio y sólo te ame a Ti».
Verdaderamente quien estaba a su lado tenía meditación continua y la
firmeza con que repetía estas expresiones, conmovían el alma.
Siguió la enfermedad y los médicos diagnosticaron que no podían
hacer más y que convenía avisar a los padres. Estos vinieron y después
de haber oído el parecer de los médicos, decidieron llevársela al pueblo
para tener el consuelo de conservar al menos sus sagrados restos cerca
de ellos. Pidieron este favor a la Madre Inspectora y ésta no les negó tan
lícito consuelo. Antes de llevársela, se le preguntó, aprovechando un
momento de lucidez, si quería hacer los votos y ella aceptó en seguida.
Cuando le preguntaron para qué quería hacer los votos, contestó: «Para
no engañar más al Señor y ser toda suya, para ser religiosa».
Recitó la fórmula de los Votos. Ya estaba todo preparado para irse al
cielo. Días antes había dicho: «Ya se acerca el último día 24 del año 45,
pronto estableceré el reinado de Jesús en mi alma». Y así fue en efecto.
El día 23 de febrero por la tarde, sus padres acompañados por la
Madre Inspectora y la Secretaria Inspectorial llevaron a Sor Teresa en una
ambulancia a su pueblo.
Sus horas de agonía nos las relata su hermana en una carta: «Sus últi-
mos momentos no fueron sino pruebas de lo contenta que estaba por irse
a gozar de la Patria Eterna. El domingo, el 25 por la noche, parecía menti-
ra que en el estado en que estaba pudiera hablar y dijo: «Madre, ¿me da
permiso para ir al cielo? y ya no volvió a hablar más. Toda la mañana del
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día 26 estuvo haciendo la señal de la cruz y a las cuatro de la tarde, con el
Crucifijo en la mano y como si durmiera, con una sonrisa en los labios, se
fue, dejándonos transidos de dolor. Esta es la escena de su muerte».
Reflejo de su vida: abrazada a Jesús crucificado y tranquila, sonriente
por ir a poseer para siempre a nuestro Jesús, como decía ella.
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SOR IRENE SAGASTAGOITIA
Nació: 20 de octubre de 1877 en Bilbao
Profesó: 28 de junio de 1903 en Sarria (Barcelona)
Murió: 13 de febrero de 1955 en Salamanca
Sor Irene Sagastagoitia e Iza nació en Bilbao el día 20 de octubre de
1877. Fue la mayor de sus cinco hermanos. Tenemos pocas noticias de su
infancia, pero sabemos que sus padres, Domingo y Gabriela, supieron
educar a sus hijos en el santo temor de Dios y les inculcaron la sólida pie-
dad que les iba a ayudar a lo largo de su vida.
Como era la única mujer de los hermanos, ayudaba a su madre en las
tareas de la casa y se sabe que era una excelente costurera.
Por aquellos años, 1898 y 1899 pertenecía a un grupo de catequistas
que ayudaban en el Oratorio Festivo que tenían los Salesianos en Baracal-
do. Pronto destacó en ella su clara inclinación a enseñar el Catecismo.
Será la preocupación de toda su vida y se la verá sufrir los últimos meses
de su vida cuando no puede preparar a los niños para hacer su Primera
Comunión.
El día 19 de marzo de 1900 ingresó en el Noviciado de Sarria (Barcelo-
na) y fue la primera Salesiana que salió de Baracaldo, pueblo que después
daría muchas vocaciones al Instituto.
Recordando sus primeros tiempos en el Instituto se emocionaba, sobre
todo pensando en la gran suerte que había tenido al recibir el santo hábito
bendecido por Don Felipe Rinaldi, entonces Inspector de las Casas de
España.
Transcurrió su Noviciado sanamente alegre, preparándose con el fervor
que la caracterizó siempre para ser una buena Hija de María Auxiliadora y
así el 28 de junio de 1903 hizo sus primeros votos.
Fue destinada a la Casa de Valencia y el 29 de agosto de 1906 fue a
Sarria para hacer los Ejercicios Espirituales y después los Votos Trienales.
Vuelve de nuevo a Valencia y allí, el 8 de septiembre de 1909 hace los
Votos Perpetuos.
Cuando recordaba los tiempos de Valencia hablaba con sumo entu-
siasmo del Oratorio Festivo y de las Superioras que tanto lo favorecían. El
Oratorio y el Catecismo siempre fueron su predilección.
El 15 de septiembre de 1913 marcha a Barcelona, a la casa de la calle
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Sepúlveda, que todavía tenía bien abiertas las heridas que le habían pro-
ducido la Semana Trágica de 1909.
Al año siguiente cantaba la Primera Misa su hermano Salesiano, Don
Cirilo, y con este motivo las Superioras la autorizaron para que fuese a
Baracaldo. Este motivo le sirvió a ella para conocer más la Congregación y
el profundo agradecimiento de pertenecer al Instituto.
En 1919 es nombrada Directora de la Casa de Torrente, pueblo cerca-
no a la ciudad del Turia, donde había Escuelas Dominicales: Aprovechará
esta ocasión para entusiasmar a las Hermanas por la enseñanza del Cate-
cismo y para inculcar más y más el respeto y la confianza hacia las Supe-
rioras.
En 1923 la encontramos destinada en la Casa de Alella-Masnou, cerca
de Barcelona. Siempre conservó grato recuerdo de esta Casa y aun en
sus últimos años recordaba siempre sus bondades. Esto no es de sor-
prender ya que ella siempre hablaba bien de todos.
La Santísima Virgen la tenía reservada una gran alegría para el año
1924. Fue nombrada Secretaria particular de la Rvda. Madre Inspectora y
con este motivo la acompañó en un viaje a Italia. ¡Nunca lo olvidará!
¡Cuántos recuerdos de aquellos dos meses!
Siempre recordaré aquellas emociones al contemplar la Basílica, los
restos de nuestros Santos, los lugares donde transcurrió la mayor parte
de la vida de Don Bosco. La suerte de vivir unos días con las Madres,
etc.
En 1930 fue nombrada Ecónoma del Colegio de la calle Sepúlveda;
también en Barcelona, pero por motivos de salud tuvo que cambiar de
Casa y marchar a Sarria. Al año siguiente, con motivo del movimiento
revolucionario que se produjo al instaurarse la Segunda República que
ocasionó la quema de conventos, tuvo que irse a la casa de sus padres,
hasta que restablecida de nuevo la calma, volvió a Barcelona. Esos meses
sirvieron, como todas las veces que tuvo que hacer viajes, para sembrar
por donde iba el buen humor y la santa alegría que siempre la caracterizó.
No fue tiempo perdido, pues siempre encontraba motivo para hacer apos-
tolado.
Pasa más tarde a Salamanca, primero al Colegio de la calle de Sancti
Spiritus y después a la Academia Labor, hasta que en 1948, habiéndose
cerrado esta Casa, volvió a Sancti Spiritus, ya ampliado con la nueva
construcción del Paseo de Canalejas. Los años van disminuyendo su
robusta fibra, pero no pierde sus energías.
Donde quiera ha estado Sor Irene ha dejado esa huella de serenidad
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que brota de la virtud escondida, que era la suya. Espíritu jovial, joven a
los 70 y más años, sabía sembrar a su alrededor ese santo optimismo que
todo lo ve bien y todo lo disculpa.
Dios y las almas eran su única preocupación. Todas las que convivie-
ron con ella coinciden en afirmar que tenía una sólida piedad, fuente de
todo lo que exteriormente reflejaba.
La Comunidad siempre disfrutaba con ella en las fiestas por su carác-
ter afable y alegre. No faltaba nunca su composición, canto o poesía.
Cuando pensaba haber ofendido a alguna Hermana no se quedaba
tranquila hasta que ésta le aseguraba que no tenía ningún disgusto. Si se
daba el caso de llegar tarde por no haber oído la campana, pedía mil dis-
culpas por haber dado mal ejemplo. Así era Sor Irene. Sería imposible
enumerar los muchos detalles que la hacían querida de todo el mundo.
Los padres de los niños a los que había preparado para la Primera Comu-
nión, las Antiguas Alumnas, las personas que la han conocido, tienen
todas una palabra de elogio para nuestra querida Sor Irene.
Pero no podía estar siempre con nosotras. Su salud empezó resentirse
fuertemente y se vio obligada a guardar cama. ¡Cuánto sintió cuando se le
dijo que tenía que renunciar a preparar a los niños para la Primera Comu-
nión! No podía resignarse a que otra hiciera lo que ella había hecho duran-
te tantos años. Pero era así: Dios le pedía el sacrificio y se resignó dicien-
do que rezarla para que pudieran aprender bien y fueran buenos. Con esa
intención aceptó el sacrificio que Dios le pedía. No pensaba que le queda-
ba un año escaso de vida. En los ratos que se encontraba mejor cogía sus
cuadernos de apuntes y seleccionaba los ejemplos que le parecían mejo-
res para los distintos puntos del Catecismo y así mantenía la esperanza de
que volvería a preparar a los niños.
Todavía pudo levantarse y seguir la vida en común algunos meses. Iba
a la ropería y ayudaba a coser y a doblar la ropa. Rezaba el Santo Rosario
y la Coronilla del Sagrado Corazón todos los días. Subía una y mil veces a
la capilla, a pesar de estar en el tercer piso, para hacer el Vía Crucis o una
visita a Jesús Sacramentado. Amaba mucho a Jesús.
Por fin el Señor le pidió el gran sacrificio: guardar cama el tiempo que
le quedaba de vida. En este tiempo llegó la fiesta de San Juan Bosco y
pareció que mejoraba. Nuevas esperanzas y nuevas desilusiones. Todavía
la víspera, sentada en la cama componía algunos versos para que otra los
recitase en el comedor.
El sábado, día 12 de febrero del mismo años, durante el recreo de la
noche las Hermanas fueron a verla. No estaba peor, pero se encontraba
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muy débil. Al ver a las Hermanas reunidas, dijo: «Pero, ¿es que piensan
que me voy a morir esta noche?» y después, como si quisiera dejarnos un
recuerdo a todas, añadió: «Seamos fieles cumplidoras de la Santa Regla»
y siguió tan sonriente como otras veces.
Relativamente tranquila, al amanecer se la veía perder energías rápida-
mente. La Directora dispuso que no se quedase sola ni un momento.
Recibió la Sagrada Comunión y se la veía musitar jaculatorias. Pidió que la
cambiaran de postura, parecía que se le escapaba la vida y así fue.
Al intentar moverla, la enfermera se dio cuenta de que ya era inútil. Se
había dormido en el Señor.
La noticia de su fallecimiento corrió por toda la ciudad y ya antes de
que se hubiese preparado su cadáver habían llegado personas a rezar
ante él. Imposible enumerar la cantidad de personas que se encomenda-
ron a ella. Era emocionante ver a las alumnas, Oratorianas, Antiguas Alum-
nas, Cooperadores, padres y todas las personas que la conocían que no
se resignaban a dejar de verla por última vez. Era una oración sentida,
prueba de un sincero afecto.
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SOR JOSEFA AREVALO
Nació: el 26 de marzo de 1931 en Pelayos (Salamanca)
Entró en el Noviciado de Madrid el 5 de agosto de 1953
Murió: el 14 de marzo de 1955, en familia, después de 19 meses de Noviciado.
Nos han quedado pocos datos biográficos de esta joven novicia que
murió de una enfermedad poco definida y casi inesperadamente, pero sí
tenemos la suficiente claridad para diagnosticar la delicadeza de esta
alma que buscaba la perfección y que deseaba ser una auténtica religiosa.
Había nacido en Pelayos (Salamanca) y fue alumna del Colegio de
Salamanca.
En los meses en que estuvo en el Noviciado destacó por su seriedad,
exacto cumplimiento del deber, conciencia recta y una susceptibilidad
acentuada.
Procuró siempre corregirse de sus defectos y dio muestras de una
gran profundidad de vida. Trabajó por asimilar las enseñanzas del Novicia-
do y así lo pudimos comprobar al examinar los cuadernos de apuntes.
En el segundo año de Noviciado se le hizo responsable de un grupo de
piedad: «Vírgenes prudentes» bajo el título de Santa María Mazzarello.
También era responsable de un grupo catequístico y ayudaba a alguna
Novicia más atrasada a preparar sus lecciones. Para todas estas respon-
sabilidades se preparaba con esmero y puntualidad, aunque le costara
algún sacrificio.
Suplía algunas veces a las Hermanas en las clases y las niñas la querían
pues era notable su disciplina sin imposición.
Hizo generosamente su petición misionera y en ella cifraba ya su total
desprendimiento y completa entrega al Señor.
Llegó la fiesta de la Inmaculada y la Rvda. Madre Inspectora, Madre
Victoria Bonetto les dio una hermosa conferencia de lo que debía ser el
lema característico de su año. Estaban las Novicias simbolizadas en
«rosas de oro» y debían, por lo tanto, ser flores de la más exacta obser-
vancia de las Santas Reglas. Ella leyó la composición de agradecimiento y
promesas, copió íntegra en su cuaderno la conferencia y cual rosa escogi-
da para ser transplantada al Jardín Celestial, pocos días después dejó su
vida ordinaria del Noviciado para pasar a la enfermería, a pesar de que
hasta entonces había gozado de buena salud.
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Su enfermedad tuvo síntomas extraños, los cuales fueron sin duda
motivo de sufrimiento para su índole tan sensible. Comenzó con unos
accesos de tos violentos y prolongados que le hacían sentir opresión y
falta de respiración con la angustia de quien parece ahogarse. Los médi-
cos no encontraban nada en el pulmón y corazón y al no tener fiebre todo
parecía desembocar a la posibilidad de una causa nerviosa. Este diagnós-
tico le hacía sufrir, pues no era eso lo que ella verdaderamente sentía. A
pesar de todo, intentando colaborar, le pedía a la Maestra de Novicias:
«Usted mándeme hacer lo que quiera y yo lo intentaré como si no me
pasara nada». Se esforzaba, pero los síntomas aparecían de nuevo.
El día de Madre Mazzarello, 14 de mayo, en vista de que no mejoraba,
las Superioras decidieron enviarla unos días a casa para observar si los
aires nativos y los médicos de Salamanca lograban encontrar la causa de
su mal.
Su padre, excelente cristiano y muy preocupado por su hija la llevó a
los más reconocidos especialistas de Salamanca que tampoco encontra-
ron la causa de esa tos que a veces parecía ahogarla.
Posiblemente algo de asma con una gran depresión nerviosa al no sen-
tirse comprendida fueron atacando su débil corazón que no pudo resistir.
Falleció casi de repente, pero con el consuelo de los Auxilios Espiritua-
les. Hasta dos días antes había ido a participar en la Eucaristía y al Santo
Rosario que se rezaba en la Parroquia del pueblo. El último día, a pesar de
que nadie esperaba que se muriese, ella pidió la Comunión. Cuando le
daba la tos se ponía de rodillas y repetía: «María Auxilium Christianorum,
ora pro nobis» y hacía rezar a todos pues decía que era lo único que podía
aliviarla. Minutos antes de morir dijo a sus familiares: «Pierdo el conoci-
miento, me muero» y así expiró, transformándose su semblante en un
aspecto dulce y sereno, propio de un alma santa.
Había sido siempre buena, generosa con el Señor, por eso el Dueño de
la Vida nos la arrebató a tan temprana edad, asegurándonos así una pro-
tectora en el Cielo.
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SOR ENCARNACIÓN ANDREU
Nació: en 1874 en Totana (Murcia) el día 3 de junio
Profesó: el 5 de agosto de 1905 en Sarria (Barcelona)
Murió: el 16 de junio de 1955 en Salamanca
No hemos podido recoger ningún dato de su niñez. Sólo sabemos que
nació en 1874 en Totana (Murcia). Sus padres, Pedro y Catalina hicieron lo
posible por educarla cristianamente al lado de las Hijas de la Candad.
Manifestó su deseo de entrar en el Aspirantado y fue admitida en Sarria
el 28 de febrero de 1903. Tomó el hábito el día 8 de diciembre de 1903.
Hizo el Noviciado con todo fervor y en 1905 se entregó de lleno al Señor
en su Primera Profesión. Vivió en plenitud el tiempo de su Profesión tem-
poral y en el mes de junio de 1912, el día 10 tuvo la alegría de hacer los
Votos Perpetuos.
Fue destinada a la Casa de la Ronda de Sancti Spiritus (Salamanca).
Durante esta larga etapa, su principal ocupación fue la clase de párvulos,
a los que se dio tan de lleno que hizo de ellos cuanto quería. Se adaptaba
a su inteligencia, según las normas de la Pedagogía cristiana y salesiana.
Las Antiguas Alumnas, admiradas siempre por su fervorosa oración,
acudían a ella y a sus parvulitos cuando estaban en algún apuro, seguras
de ser escuchadas por el Señor.
Dios la había adornado con una bellísima voz y tenía verdadera predi-
lección por el canto. En sus últimos años, atormentada con fuertes dolo-
res de cabeza, tuvo que verse privada de ello, pues ni siquiera podía asis-
tir a la Santa Misa en común, precisamente por no soportar la música y el
canto.
Atestigua una Hermana: «Viví veintinueve años a su lado. La conocí en
plena juventud dando clase de parvulitos a los que trataba con todo cari-
ño, como una madre a sus niños. De mayores muchos aseguran que su
formación y la respuesta cristiana que han dado en la vida se la deben a
Sor Encarna. Con su oración y sus consejos hacía un bien inmenso en las
familias. Ante las situaciones difíciles encomendaba al niño parvulito cómo
debía hacer en casa y ante las súplicas del hijo, volvía la paz a la familia.
Un día un padre le confesaba: «Gracias a Vd. soy feliz en casa y con los
míos».
Era la ropera de la Casa y eran admirables las delicadezas que tenía
con todos. La prudencia la inculcaba también entre los parvulitos que can-
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dorosamente le contaban cuanto veían en casa. Cuando iba a suplirla a la
portería veía cuan alegres y consolados dejaba a cuantos venían a verla y
también para mí tenía siempre palabras de aliento y consuelo.
Seguía a las internas en la asistencia al dormitorio y éstas recuerdan
con cariño sus atenciones y su sumisión.
Cuando la Hermana Directora mandaba algo era constante y exigente
en hacerlo e incluso en ayudar a hacerlo a las niñas. Las animaba con su
habitual sonrisa y hacía felices a cuantos se le acercaban.
En la Casa antigua de Salamanca, tenía la portería a unos pasos de la
capilla y ella nos manifestaba su contento por trabajar tan cerca de la casa
del Señor y así tener ocasión de hacerle cortas pero frecuentes visitas. Era
puntualísima en dar los toques y no abandonaba su puesto sin ser debida-
mente sustituida.
Otro testimonio de una Hermana nos habla de la grandeza de alma que
tenía Sor Encarna:
«La conocí en el año en que vine interna a Salamanca, la traté relativa-
mente poco, pero después de Hermana he tenido la suerte de vivir con
ella y puedo decir que jamás la vi contrariada. La sonrisa no la perdía y
siempre reflejaba paz. Era la bondad personificada con todos.
Trataba con delicadeza de madre a cuantos se acercaban a ella y cual-
quier problema familiar que se le confiaba lo hacía suyo. Por eso era muy
querida de todas nuestras familias. Las enfermedades corporales no le
pasaban desapercibidas y en algunas ocasiones se la veía subir trabajosa-
mente las escaleras y volar al lado de alguna que por cualquier circunstan-
cia estuviera guardando cama para hacerle así más llevaderas las horas
de soledad, mientras muchas de nosotras estábamos en clase. Conversa-
ba con ella y le ayudaba a llevar mejor sus sufrimientos. Siempre estaba
dispuesta a ofrecer sus servicios en lo posible a quien tenía necesidad y
ofrecía generosamente su ayuda cuando adivinaba que podía hacer falta».
Al trasladarse a la Casa nueva del paseo de Canalejas, su salud empe-
zaba a quebrantarse. Mucho le costó retirarse del campo de trabajo, pero
bastaba una insinuación de la Superiora para hacerlo, segura de cumplir
así la voluntad de Dios. Ella misma comprendía que sus piernas, fuerte-
mente atacadas por el reumatismo no resistirían mucho tiempo y que era
preciso pasar a un segundo plano, pero si su trabajo de portería fue esti-
mado por lo edificante de su porte, el fervor de sus consejos, su actuación
apostólica y apacible sonrisa, lo fue aún más el verla contenta en la renun-
cia que exigía para un alma tan activa tener que dejar a otras su puesto.
No por eso se dio absolutamente al descanso. Una Hermana asegura:
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«Me admiraba su laboriosidad, deseando que le dieran algún trabajo o que
se le pidiera algún favor».
Ante la fuerza de la enfermedad que parecía se la iba a llevar pronto al
cielo, se le administró la Extremaunción y con viva fe recibió la Bendición
de María Auxiliadora.
El Señor quiso regalar a la Comunidad unos años más de la compañía
de esta Hermana, que ya en sus últimos años, impedida de sus piernas y
con la vista totalmente disminuida, no podía participar con todas en las
prácticas de piedad y sólo rezaba los salmos que se sabía de memoria.
Tenía constantemente el rosario entre los dedos, participando en algún
pequeño servicio que ella podía hacer con esmero y feliz de poder ser útil
en algo.
Por la enfermera que la atendió en los últimos años sabemos de su
delicadeza y mortificación, aun cuando necesitaba de todo y que incluso
su oído se había atrofiado y no podía gozar de las conversaciones ni de la
alegría de las Hermanas.
Un día se sinceraba: «Estoy contenta y feliz de que Jesús me haya
dado esta cruz oculta, estos dolores de cabeza, estos ruidos tan extraños
que oigo y esos golpes que siento en ella, pues no dan trabajo a otros ni
es una enfermedad que la sepa todo el mundo y me puedan compadecer.
Es una cruz oculta en todo el sentido de la palabra.»
También supimos que el desprendimiento de su familia fue total, pues
siendo huérfana, sus hermanos se opusieron radicalmente a su entrada en
el Aspirantado, por lo que desde el principio no tuvo relación con ellos,
cosa que le hizo sufrir muchísimo, aunque ella no lo manifestase.
Cuando tenía que pasar sola el recreo cantaba a la Virgen y hablaba
con Ella, asegurando que no le importaba estar sola, pues gozaba con su
compañía.
Era feliz donde Dios la quería. Su salud se iba quebrantando poco a
poco y su vista no la dejaba ver las cosas de la tierra, pero hacía más
posible la contemplación del cielo.
Un día, yendo al despacho de la Directora le dijo a una Hermana: «Creo
que me voy a quedar paralítica». Y como el despacho estaba cerrado y la
Directora ocupada, mientras esperaba se quedó inmóvil y como dormida
no pudiendo pronunciar ya más que un sonido gutural.
Avisaron al párroco con urgencia y se le administró de nuevo el Sacra-
mento de los Enfermos. El médico mandó que se le pusiera suero. Esta-
ban en la novena de María Auxiliadora y las Hermanas pedían insistente-
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mente se fuera al cielo el día de su fiesta para no verla sufrir más, pero no
fue así, sino que en el mes del Sagrado Corazón, de quien también fue
devotísima, se abrieron para ella las puertas de la Eternidad.
Su vida era ya una continua agonía. No se le podía aliviar y sólo reac-
cionaba cuando se recitaban jaculatorias al lado de su lecho o se le acer-
caba el Crucifijo que apenas podía besar.
El día 16 de junio se agravó y ya ningún recurso médico pudo hacer
efecto. A las dos de la tarde, sus ojos enfermos se abrieron a la Luz que
siempre brilla, ante la pena de las Hermanas que les costaba desprender-
se de Hermana tan querida.
Sus restos mortales recibieron el homenaje y gratitud de toda Sala-
manca que bien supo apreciar en su vida el bien que proporcionó a la Igle-
sia y al Instituto Sor Encarna.
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SOR JUANA CLARA RANZ
Nació: el 8 de agosto de 1905 en Madrid
Profesó: el 5 de agosto de 1955 en Madrid
Murió: el 15 de diciembre de 1955 en Santander
Sor Juana Clara Ranz nació en el barrio de Vallecas, de Madrid, el 8 de
agosto de 1905.
A finales de septiembre de 1953 nos visitó de parte del Excmo. Sr.
Obispo Auxiliar Visitador General de Religiosas y orientada también por su
confesor el Rvdo. Padre Salesiano Don Anastasio Crescendi.
Había ingresado en otra Congregación y al disolverse ésta solicitaba la
entrada en nuestro Instituto. Después de exponer el caso a nuestra Madre
General, fue admitida, haciendo con ello una gran excepción por su edad.
Este fue el motivo por el que manifestó siempre a la Madre un gran agra-
decimiento.
En enero del año Mariano 1954, tuvo la satisfacción de tomar la meda-
lla de Postulante, siendo durante este período y el Noviciado modelo de
observancia y amante del trabajo a pesar de su edad y delicada salud.
Cumplido el año de Noviciado hizo su profesión el 5 de agosto de 1955
y fue destinada a la casa de Santander a donde fue con grandes deseos
de santificarse y hacerse útil al Instituto con su trabajo. Pero los planes de
Dios sobre Sor Clara fueron muy distintos. Murió el 15 de diciembre de
ese mismo año a causa de una operación de estómago.
El poco tiempo que convivió con la Comunidad de la Casa de Santan-
der fue suficiente para demostrar el gran amor que tenía al Instituto. Mani-
festó el consentimiento para esa operación alegando que no quería estar
enferma y ser una carga, sino estar bien y trabajar mucho por la Congre-
gación.
Era el alma de los recreos, decía que de un recreo bien hecho se puede
sacar más provecho que de una meditación. Era muy observante de las
Constituciones y solía leerlas a menudo para no dejar de cumplir nada.
Su operación fue dolorosísima. Fue el día 12 de noviembre, un mes
antes de su muerte. Día tras día la curaban la parte dolorida, sufriendo ella
todo con santa resignación. Como le quedó abierto el estómago y expul-
saba todo el alimento tuvo que dejar de recibir la Sagrada Comunión, cosa
que para ella constituía una prueba dolorosa, pues ya en ese estado Jesús
era su único consuelo.
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El primer día de diciembre empeoró bastante y advirtiéndolo ella pidió
que le administraran los Santos Sacramentos, recibiéndolos con gran edi-
ficación de todos los que estaban presentes.
En este estado pasó los doce primeros días del mes hasta el día 13 en
el que le sobrevino la hemorragia, advirtiendo los médicos que si esa
situación se repetía sería el final de su vida. Le repitió el día 15 de madru-
gada y ya no hubo solución, aunque le pusieron varias transfusiones de
sangre.
Por la mañana pidió un sacerdote para confesarse, cosa que hizo
inmediatamente. Cuando hubo terminado, llamó a las Hermanas que esta-
ban allí y les pidió perdón por los malos ejemplos que les hubiera dado, a
lo que ellas emocionadas repetían que de nada le tenían que perdonar,
pues sólo de ella habían recibido buenos ejemplos.
Les dijo que el Señor la había hecho sufrir mucho, pero que estaba
contenta porque ya le daba la recompensa y apretando el Crucifijo y
besándolo decía: «¡Qué pronto voy a estar contigo!» De vez en cuando
repetía: «Señor, ya estoy preparada, cuando Tú quieras». Y a la Santísima
Virgen: «Hoy es tu octava, llévame ya».
A eso de las 8 de la noche miró para un lado, como si viera alguna
visión celestial, se puso muy sonriente y dijo: «Me voy al cielo». «Me voy
ya». Empezaron a repetir jaculatorias que ella repetía perfectamente y
llegó un momento en que mandó callar y dijo ella una oración bellísima a
la Virgen. Fueron esas sus últimas palabras. Se le leyó la recomendación
del alma y con el rostro inundado de paz, terminó Sor Clara su paso por
esta vida.
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SOR AURORA MONTES
Nació: el 19 de julio de 1928 en Villapún (Falencia)
Profesó: el 5 de agosto de 1955 en Madrid
Murió: el 31 de mayo de 1956 en Madrid
No tenemos datos sobre la infancia y familia de Sor Aurora. Se desco-
noce su historia, pero sí podemos aportar la realidad de una enfermedad
grave que apareció a los pocos días de hacer su profesión como Hija de
María Auxiliadora y que se prolongó casi a lo largo de todo un año, tiempo
suficiente para poder descubrir los planes de Dios en esta Hermana que
nos dejó no el testimonio de una vida de trabajo, sino la aceptación gozo-
sa del dolor dentro de su entrega total a Dios.
Profesó el 5 de agosto de 1955 en el Noviciado de Madrid y aunque se
sabe que durante el período de formación había acusado alguna molestia,
los médicos no habían encontrado nada que impidiera su aceptación en la
vida religiosa. Fue destinada a la Casa de Villaamil para desempeñar el
cargo de cocinera, ya que durante el tiempo de Noviciado había destaca-
do en este oficio por su gran caridad con las Hermanas, particularmente
con las enfermas y ancianas a las que atendía con una solicitud especial.
Al poco tiempo de estar en Villaamil empezó a acusar intensos dolores
que preocuparon a las Superioras, las cuales inmediatamente hicieron que
la viesen los médicos que durante el tiempo de Noviciado la habían exami-
nado. Esta vez se diagnosticó un estado mucho más grave e inmediata-
mente fue sometida a una intervención quirúrgica, advirtiendo al mismo
tiempo que no respondían de lo que podrían encontrar, pues al parecer se
trataba de cáncer. Parece cierto que lo que el Señor quería era hacerla
esposa suya; pues de tal manera cegó a los médicos antes de su Profe-
sión.
En los primeros días de octubre se llevó a cabo la operación que no se
puede llamar tal, pues nada más abrir el cirujano pudo darse cuenta de
que se trataba de un sarcoma de la peor especie, extendido y adherido de
tal forma a órganos de vital importancia, que sólo con tocarla se produci-
ría la muerte. Al terminar diagnosticó que el desarrollo de la enfermedad
sería terrible en cuestión de dolores. Y así fue.
A los seis días de operada se la trajo a Casa. Ella sabía que no había
sido posible que le quitaran el mal y después de unos días empezó el mar-
tirio que no acabaría hasta el último instante de su vida.
Era profundamente piadosa, hizo cuanto pudo para no perder la
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Comunión ni la Santa Misa mientras le fue posible levantarse. Después el
resto del día, cuando los dolores no eran excesivamente agudos iba a la
ropería a coser.
Siempre se la veía tranquila y sonriente, pero cuando los dolores ya no
la dejaban ni de día ni de noche, el doctor aconsejó unas sesiones de
radioterapia para ver si podía de algún modo disminuir los dolores, ya que
no había ningún otro remedio. Como no era posible que esas sesiones se
las aplicaran estando fuera del hospital se organizó su ingreso en la Cruz
Roja, donde las Hermanas de la Caridad la atendieron con verdadero cari-
ño y estando en compañía de una Religiosa Cisterciense, también enferma
de cáncer, se portó con ella como una verdadera Hermana. Las Hermanas
de la Casa de Villaamil se turnaban para hacerla compañía durante todo el
día, pues en cuanto a cuidados, tanto las Hermanas de la Caridad como
las enfermeras del hospital tenían una verdadera porfía en cuidarla y aten-
derla.
Estaba muy conforme con la voluntad de Dios, pero había profesado
con una grandísima ilusión de trabajar sin descanso, en su humilde oficio
de cocinera por el que sentía verdadero cariño. La Madre Inspectora, la
Directora y las Hermanas que estuvieron en mayor contacto con ella,
cuando abordaban este tema obtenían siempre el mismo comentario:
«Ustedes han trabajado mucho, pero yo no he hecho nada». Siempre se le
decía que el sufrimiento y la enfermedad tienen más valor, pero ella no
podía convencerse tan fácilmente pues deseaba trabajar, puesto que para
eso había venido a la Congregación.
Tenía un carácter fuerte y ocurrente, haciendo reír en muchas ocasio-
nes a las Hermanas. Muchas veces se lamentaba de que no sabía sufrir
callada, pero las Hermanas la tranquilizaban diciéndole que muchas veces
hay que quejarse cuando el sufrimiento es grande, pero lo importante es
aceptar la voluntad de Dios.
Así fueron pasando los días hasta que por fin el día 12 de abril se pre-
sentaron todos los síntomas de peritonitis, en vista de lo cual y no pudien-
do recibir el Santo Viático a causa de los vómitos incesantes, le fue admi-
nistrada la Santa Extremaunción a las 11,30 de la noche, pues se temía
que no llegara a la mañana siguiente. Con gran sorpresa se mejoró apa-
rentemente y el día 15 pudo volver a comulgar, dándose perfecta cuenta
de que su fin se avecinaba.
Desde ese día pudo decirse que su estómago no recibió ni una gota de
agua siendo un gran misterio cómo pudo vivir siete semanas más sólo con
suero.
Se avisó a sus padres. Vinieron en seguida y estando su madre al lado
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de ella constantemente, se pudo comprender de dónde le venía a ella esa
profunda piedad. Se pudo ver el ejemplo de fe y resignación a la Voluntad
Divina que poseía. Animaba a su hija y nos dejaba a todas edificadas.
A partir de media mañana del Jueves del Corpus Christi su fisonomía
dio un cambio repentino, por lo que se vio que la muerte no tardaría en lle-
gar. Durante todo el día se le repetían jaculatorias, se le daba a besar el
crucifijo, a lo que ella respondía dándose cuenta perfecta de todo. El Sale-
siano que había venido a dar la bendición subió a su habitación, le dio la
absolución y la indulgencia plenaria para la hora de la muerte y le leyó la
recomendación del alma. Al anochecer se acentuó más el estado en que
estaba. Se avisó a la Directora que estaba haciendo Ejercicios Espirituales
en la Casa de Pueblo Nuevo. También se avisó a la Madre Inspectora y a
los Salesianos, pero nadie pudo llegar a tiempo pues la última hora se pre-
cipitó más de lo que se esperaba y besando el Crucifijo abrió los ojos a la
nueva vida, sin que nadie pudiese creer que estaba muerta, pues no hubo
ningún movimiento brusco ni un gesto especial que así lo anunciase.
El funeral se celebró la misma mañana del uno de junio con la partici-
pación de todas las Hermanas de Madrid.
A pesar del poco contacto que tuvo con las niñas e incluso con las
Hermanas que no eran de su única Comunidad, había despertado en
todas una especial simpatía y toda su enfermedad fue seguida con interés
y cariño. Toda la Casa parecía girar en torno a ella, a su enfermedad. Y es
que la virtud se impone ella misma y donde existe se percibe su perfume.
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SOR ENCARNACIÓN PALMEIRO
Nació en Valladolid el 21 de octubre de 1928
Profesó: en Madrid el 5 de agosto de 1954
Murió: el 3 de octubre de 1956 en Béjar (Salamanca)
Como de tantas Hermanas que vivieron en la Inspectoría en los prime-
ros años desconocemos muchos datos de su historia y sólo nos queda el
relato de sus últimos meses entre nosotras, reveladores sin embargo de lo
que pudo ser su vida y su consagración al Señor en el Instituto.
Su infancia comienza en una vida de posición acomodada. Por esos
desastres que ocurren en la vida, pronto cambia su posición y sufre, como
pequeña mártir, escenas dolorosas en casa.
Muere su padre y su madre cae enferma. Ella se pone a trabajar y es
casi la que sostiene la familia. Tiene rasgos de una extremada delicadeza
con su madre enferma. Careciendo de recursos materiales, no duda en
presentarse ante el señor Gobernador y pedir lo necesario para impedir la
muerte de su madre. Decisión y petición que son atendidos y lograda la
hospitalización de su madre, consigue que recupere la salud.
Es educada en nuestro Colegio de Salamanca. Supo captar el espíritu
de Don Bosco y cuando es mayor se transforma en verdadero apóstol del
Oratorio.
Cuando sus hermanos son ya un poco mayores y ve que pueden
defenderse piensa en llevar a cabo su ideal: Ser Hija de María Auxiliadora.
Sabe que es pedir un sacrificio a su heroica madre, pero se decide y ella,
como mujer sacrificada, otorga el permiso a su hija y la entrega generosa-
mente al Señor.
Durante el Postulantado y Noviciado fue siempre buena y piadosa.
Como había sufrido mucho tenía un conocimiento psicológico y práctico
de las personas y eso le ayudaba mucho en el trato con todos.
A veces se la juzgaba demasiado compasiva y blanda, aconsejándola
adquiriese más firmeza y energía. Con todo se apreciaba su virtud.
Comenzó su vida práctica destinada en la Casa de San Bernardo de
Madrid, Casa difícil por tratarse de niñas mayores y de ambiente distinto a
cualquier otra por el problema social que arrastraba. No obstante ella se
adaptó y su Directora decía de ella: «Es una excelente asistente. Tiene una
táctica especial para hacer lo que quiere de las chicas y a la vez las hace
buenas».
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3.10 Page 30

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Con todos los fervores de la Profesión, el Señor la encuentra apta para
el sufrimiento y la escoge para ser víctima de una terrible enfermedad que
durará hasta su muerte, con lo cual no pudo trabajar como era su gran ilu-
sión como Hija de María Auxiliadora.
En sus dolores fue paciente y sufrida como lo demostró en las primeras
Navidades después de su Profesión que tuvo que pasarlas sola en un
Hospital.
En una de sus libretas espirituales encontramos escrito: «Sufriré a imi-
tación de los mártires todas las molestias que conlleve mi enfermedad y
no me quejaré de la comida». Sabemos que desde el principio del diag-
nóstico tuvo que tomar todo sin sal y las comidas muy poco agradables.
En sus apuntes siempre se repite la idea de sufrir y sufrir por amor de
Dios. Demuestra gran entusiasmo por su vocación, deseo de hacer el bien
y gran amor a la pureza.
En 1955 fue destinada a Béjar, donde iba a ser su Directora la que
había sido su Maestra de Novicias y por tanto la conocía bien.
Entre ellas existió gran comprensión por lo que quedó aliviada su parte
moral y así ayudaba a soportar la enfermedad que iba en aumento y que
sufría de modo heroico. Pasaba temporadas muy mal.
Se le asignó una clase y tenía gran ascendiente entre las niñas y no
sólo de las que directamente tenían relación con ella, sino que su ejemplo
de piedad arrastraba sobre todo a las que tenían vocación.
A final de curso fue a Madrid para hacer los Ejercicios Espirituales que
serían los últimos de su vida. Con mucho esfuerzo pudo participar en las
prácticas de piedad y el día 7 de agosto regresó en un estado alarmante.
Empezó a cuidarse mucho creyendo que todo se debía a una recaída
motivada por el viaje, pero el día 14 viendo que todo seguía igual volvió al
médico, el cual ordenó que observara riguroso reposo y un radical trata-
miento. Una nefritis no cuidada había vuelto a resurgir y ahora no había
esperanzas de curación. El resultado de los análisis fue alarmante. Al pre-
guntarle al analista, la respuesta fue clara y dura: «Prepárenla para la Eter-
nidad». Estaba unida a la enfermedad grave del riñon una insuficiencia
cardíaca que podría producir una muerte repentina. Aquella misma noche
la Hermana Directora con todo cariño la preparó y le expuso su gravedad.
Ella con resignación admirable se preparó para aceptar la voluntad de
Dios. Desde aquella noche dos Hermanas permanecían a su lado toda la
noche controlándola el pulso.
También tenía una excesiva anemia que hizo urgente una transfusión,
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4 Pages 31-40

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4.1 Page 31

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pero por su extrema debilidad tuvo una reacción de más de dos horas que
posiblemente aceleró su muerte.
Pasó noches de insomnios y delirios. En medio de todo era consolador
ver que todo lo que decía era fruto de su apostolado y de su intensa pie-
dad. Hablaba de las niñas del Oratorio, del Catecismo, pero sobre todo
hablaba de la Virgen. Rezaba salmos enteros, la Consagración, oraciones
a la Virgen, etc.
Su madre desde que empezó la gravedad no se apartó de su lado. El
día 3 habían decidido no llevarle la Comunión, dado su estado preagónico,
pero ella la pidió y este fue el último acto que hizo en la tierra, pues incli-
nándose sobre su madre, apoyó sobre ella la cabeza y así expiró.
Así serena, sin turbaciones, pasó de esta vida al cielo. Dejó en las Her-
manas una impresión de paz, de sencillez, de santidad, de persona que
había alcanzado la única ilusión de su vida: buscar a Dios.
Inmediatamente al correr la noticia de su muerte empezó a recibirse el
tributo de afecto de alumnas, exalumnas, Hermanas y familiares, así como
de muchos amigos de Béjar que uniéndose a los Salesianos y sacerdotes
de las tres Parroquias y Comunidades Religiosas acompañaron continua-
mente al cadáver, siendo una manifestación de sincero reconocimiento y
afecto.
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SOR CARMEN MÉNDEZ
Nació: el 1 de octubre de 1894 en San Cristóbal de la Cuesta (Salamanca)
Profesó: e!18 de agosto de 1919 en Sarria (Barcelona)
Murió: el 30 de diciembre de 1962 en Salamanca
Sor Carmen nació en San Cristóbal de la Cuesta, pueblo de labradores
de la provincia de Salamanca. Sus padres como los demás habitantes del
pueblo se dedicaban al cuidado del campo, pero eran bastante acomoda-
dos económicamente.
Fue enviada a Salamanca, a nuestra Casa de Sancti Spiritus para que
pudiera estudiar la carrera de Magisterio. Fue una de las primeras internas
que ingresaron.
Una Hermana que fue compañera de ella durante estos años atestigua
lo siguiente: «Recuerdo que conocí a Sor Carmen siendo yo mediopensio-
nista y ella interna. Siempre la vi fervorosa y llena de entusiasmo. Y esta
ilusión por la gloria de Dios y bien de las almas la comunicaba a sus com-
pañeras que la apreciaban y trataban de seguir su ejemplo».
Sintiendo la llamada del Señor y viéndose atraída por el espíritu de Don
Bosco que animaba a las Hermanas con las que convivía, ingresó en la
Casa de Sarria donde hizo el Postulantado y el Noviciado, tomando la
esclavina el día 12 de enero de 1917 y vistiendo el hábito el día 31 de julio
del mismo año.
Parece ser que ya de Novicia comenzó a resentirse de la salud, quizá
debido al cambio de alimentación, ya que las Hermanas en aquella época
vivían en extrema pobreza. A pesar de no ser demasiado fuerte, hizo su
profesión en Sarria el día 18 de agosto de 1919, siendo destinada a la
Casa de Valencia. Una Hermana que en aquellos años era Postulante en
esa Casa nos comunica lo siguiente: «Convivíamos mucho con las Herma-
nas de la Comunidad y así pude conocer bien a nuestra querida e inolvi-
dable Sor Carmen Méndez que era entonces recién profesa. En todo
momento vi en ella a la religiosa ejemplar, muy inteligente, llena de virtu-
des, bondadosa, afable con todos, por lo que todas la apreciábamos
mucho. Cumplía bien el refrán castellano: «Haz bien y no mires a quien»,
pues lo mismo la veíamos atendiendo a la Directora que a una Hermana o
a cualquier niña. Y decía siempre: «Hay que hacer siempre todo por amor
a Jesús». Si tenía alguna predilección era para las Hermanas enfermas y
ancianas y cuando sus ocupaciones se lo permitían iba siempre a verlas,
respetuosa pero al mismo tiempo alegre. Les prestaba algún servicio y les
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4.3 Page 33

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decía algunas palabritas para animarlas y para hacerlas reír y así distraer-
las un poco de sus sufrimientos y penas. También aprovechaba para
recordarles algún pensamiento de la meditación en la Pasión del Señor de
la que ellas, más que nadie, eran partícipes y así ayudarlas a conformarse
con la Voluntad divina.
Siempre estaba sonriente y con una igualdad de carácter que daba
gusto acercarse a ella en cualquier momento a pesar de las dificultades
que tenía con sus clases y ocupaciones y que además la enfermedad ya
empezaba a dar señales que la mortificaban.
Si una niña se portaba mal no la reñía, al contrario, la llamaba y con
dulzura y buenas palabras le hablaba del deber y de que Jesús y la Virgen
la veían siempre y así debía portarse de forma que a ellos les agradase.
Así poco a poco iba cambiando las reacciones de las niñas para hacerlas
con una conciencia recta y buscadoras de la gloria de Dios, que en defini-
tiva era su anhelo.
También cuando a las Postulantes nos tenía que corregir de algún
defecto que nos veía, lo hacía con tanta gracia y caridad, que no nos mor-
tificaba, al contrario, nos gustaba y le agradecíamos que nos avisara en
todo, pues nosotras deseábamos formarnos para ser santas Hijas de
María Auxiliadora.
Cuando veía alguna Postulante o Hermana correr o hacer con precipi-
tación alguna cosa mandada decía: «Calma, calma y paciencia. Pide a
Don Bosco que seas siempre dueña de ti misma, pues de lo contrario
padecerás pronto del sistema nervioso» y la corregida no se enfadaba, se
reía y aprendía la lección.
No podía ver a nadie triste a su lado sin decirle algo que la hiciera feliz
y así repetía el «nada te turbe» de Santa Teresa de Jesús, pues Sor Car-
men amaba a Santa Teresa y de la abundancia del corazón habla la boca.
Trabajó mucho en el Oratorio Festivo y se mortificó para que aquellas
niñas lo pasaran lo mejor posible y estuvieran contentas. Varias de aque-
llas niñas de entonces son hoy estupendas Hijas de María Auxiliadora.
Si tengo que resaltar alguna virtud de Sor Carmen diré que fue espe-
cialmente su piedad salesiana: unos minutos que tuviera libres iba a pos-
trarse ante el Sagrario con tal compostura que siempre parecía un ángel.
En el año 1927 fue nombrada Directora de la Casa de la Ventilla de
Madrid que en aquellos años era un barrio de verdadera y auténtica
pobreza. Trabajó mucho con aquellas pobres niñas y también con sus
madres para formarlas un poco en la piedad y llevarlas a Jesús. Prueba de
ello es que fueron bautizadas varias de las niñas mayorcitas. Pero ya su
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4.4 Page 34

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poca salud y sobre todo sus fuertes dolores de cabeza continuos la
hacían guardar cama. Un hermano suyo médico pidió a las Superioras la
descargaran de tal responsabilidad pues era superior a sus fuerzas físicas.
Estuvo sólo dos años de Directora y después vivió varios años en Sarria
(Barcelona) donde la enfermedad siguió avanzando.
En el año 1934 volvió a Valencia para hacerse cargo de una clase. Eran
los tiempos de la República, llenos de sufrimientos y sobresaltos. Su salud
seguía mal y su carácter había cambiado mucho, tal vez alguna fuerte
incomprensión la había amargado. Alguna persona había atribuido sus
fuertes dolores de cabeza a «neurosis» y eso le había abierto una fuerte
herida.
Sor Carmen tenía una cultura muy aceptable, destacándose en la poe-
sía y la redacción en prosa. Pintaba bien y con gusto, prestándose con
facilidad a quien en este arte le pidiese ayuda.
Cuando comenzó la guerra en España, fue destinada a la Casa de Via
Marghera en Roma y después a la Casa de Madre Mazzarello. Siempre
muy delicada de salud y cuando al fin se dividieron las Inspectorías de
España ella quedó en la Casa del Noviciado. La Directora de entonces
escribe así de ella:
«A la querida Sor Carmen la traté durante varios años en la Casa del
Noviciado. Siempre fue modelo de religiosa observante, delicada de salud,
pero siempre hacía lo que podía. Por la mañana daba clase de elemental a
las niñas y por la tarde de pintura a las Novicias, dedicándose además a
hacer algún trabajo para la Comunidad. Era piadosa y caritativa con Her-
manas y niñas, por lo que se hacía acreedora del respeto y cariño de
todas».
En 1952 fue destinada a la Casa de Salamanca, pero ya como Herma-
na enferma pues su salud iba cada vez peor. Las dos Hermanas que la
asistieron en esos años como enfermeras están de acuerdo en afirmar lo
que sigue:
«Al tiempo que su enfermedad avanzaba, su alma se iba enriqueciendo
de grandes virtudes. Su mortificación era continua pues los dolores no la
dejaban. Su paciencia también se robustecía, aunque resultase algo can-
sada para quienes la atendían ya que su malestar era continuo. Era exce-
sivamente obediente, pues no hacía nada sin consultarlo con la Superiora.
Cuando se encontraba un poco aliviada pedía trabajo para escribir o para
traducir, pues así se consideraba útil a la Comunidad. Rezaba por las
intenciones de las Superioras, por las Hermanas, por los pecadores, por
las misiones, etc. Cuando podía subía a la capilla para hacer su visita a
Jesús Sacramentado y los domingos hacía un gran esfuerzo por oír la
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4.5 Page 35

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Santa Misa. Cuando no podía le subían la Comunión a la habitación y ella
la recibía con mucho fervor.
En el uso de las cosas era muy amante de la pobreza, procurando no
apegarse a nada. Su trato era afable y caritativo a pesar de que a veces,
debido a su enfermedad y a los largos ratos de soledad que pasaba, se
quejase de algo o no supiera comprender bien los trabajos que pesaban
sobre las demás que no les permitían estar más con ella. Todo es discul-
pable en una persona enferma durante tantos años».
Las Hermanas que estuvieron a su lado en los últimos momentos
dicen: «La serenidad de su alma no se alteró con la proximidad de la
muerte, estaba dispuesta a cumplir la voluntad de Dios. Cuando le decía-
mos que todavía se podía poner bien, repetía: «Lo que Dios quiera». Se
daba cuenta de su gravedad y decía: «Ya me voy a morir pronto» sin sen-
tir ninguna congoja. Notando su corazón cada vez más débil sentía la
necesidad de que la cambiaran de postura con mucha frecuencia porque
le parecía ahogarse y en el cambio encontraba alivio. Viendo el esfuerzo
de las Hermanas para moverla pues pesaba mucho, les decía: «Tened
paciencia, ya no lo tendréis que hacer por mucho tiempo».
Tres días antes de su muerte tuvo un colapso, preludio de su final, a
las Hermanas que la acompañaban les pidió que le leyesen la Recomen-
dación del Alma a lo que ella añadió: «Ahora sí que veo que la inmovilidad
de mis pies anuncian cercano mi fin».
Su espíritu se mantuvo sereno, sin dolor, sin agonía, entregó su alma al
Señor. Era el día 30 de diciembre de 1962. Tenía 68 años de edad y 43 de
vida Religiosa.
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4.6 Page 36

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SOR MARÍA TERESA ISCAR
Nació: el 27 de octubre de 1920 en Salamanca
Profesó: el 5 de agosto de 1945 en Madrid
Murió: el 1 de abril de 1963 en Salamanca
Sor María Teresa nació en Salamanca el día 27 de octubre de 1920, en
el cristiano hogar de don Miguel Iscar y doña Áurea Alonso. Dios otorgó a
este matrimonio ocho hijos, a los cuales pudieron educar con holgura
dado que gozaban de una brillante posición.
Al calor de sus padres y hermanos fue creciendo. El dolor fue el sello
de su existencia. Escribiría después entre sus apuntes, en el lenguaje
científico que le llegó a ser familiar, dedicada como estuvo mucho tiempo
a la enseñanza de las Matemáticas: «Binomio: Amor-dolor. Cuando falta
amor, suplir con dolor».
Tenía pocos años cuando un ataque de poliomielitis le paralizó los
miembros del lado derecho de su cuerpo, los cuales no recuperó nunca
del todo. Eso fue la causa de que todos la rodearan de mimos y contem-
placiones que, a decir de ella, la convirtieron en caprichosa e irritable.
Sus primeros estudios los hizo en el Colegio de las Madres Esclavas
del Sagrado Corazón en Salamanca. Tal vez por su incapacidad física no
obtuvo en sus primeros años grandes éxitos escolares.
Era muy niña cuando perdió a su madre. No sabemos cómo recibiría
este duro golpe, pero conociendo después su fuerte amor a la Virgen, su
ilimitada confianza en Ella, pensamos: «¿No haría como su Patrona Santa
Teresa al quedarse huérfana un acto de entrega y de elección por su
Madre del Cielo?»
Entre sus propósitos de Ejercicios de 1955 encontramos una muestra
de esa filial confianza: «Cada día descansar en la Virgen Santísima todas
mis dificultades. No sentirme nunca sola como me he sentido muchas
veces. Hacer cada día con Ella mis pequeños rendicontos. Recordar que
siempre ha sido para mí desde muy pequeña mi Madre. Repasar en mis
libretas las promesas y la vida de unión que con Ella he tenido».
Poco tiempo después de perder a su madre, su hermanita Carmen,
algo mayor que ella, a causa de una enfermedad del corazón, voló al cielo
para reunirse con su mamá.
Sor Teresa iba acumulando en su alma, como tesoro precioso, los fru-
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4.7 Page 37

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tos del sufrimiento que si bien son amargos, producen siempre dulces
consuelos.
Un hecho providencial vino a iniciar el nuevo rumbo de su vida.
Su abuela materna doña Áurea, conocida en Salamanca por su vida
ejemplar cristiana, alquiló una de sus casas, hoy desaparecida por una
Urbanización, a las Superioras del Instituto de las Hijas de María Auxilia-
dora que abrieron allí un Colegio.
A este Colegio fue Sor Teresa a iniciar sus estudios de Bachillerato.
Desde el primer momento se encontró como en su centro, en el clima
adecuado para el desarrollo de todas las virtudes que hacían su aparición
en su alma de niña. El ambiente de pureza, de piedad, de cordial familiari-
dad, influyó notablemente en la formación de su carácter. Pronto destacó
entre sus compañeras por su piedad, espíritu de sacrificio y sus dotes
poco comunes de inteligencia y buen criterio.
Las Superioras comprendiendo el valor de su alma extraordinaria, le
abrieron las puertas del Instituto. Tuvo que luchar mucho por la oposición
de su familia, sobre todo de su padre que no la quería religiosa. Por todo
pasó con inalterable paciencia hasta que cuando cursaba el penúltimo
año de su carrera, comenzó a hacer el Aspirantado en su querido Colegio
de Salamanca. En aquella capillita donde pasaba horas de cielo arrodilla-
da ante el Sagrario, recibió la esclavina de Postulante dando un paso más
hacia la meta deseada.
Desde los primeros años de su vida religiosa llamó la atención por su
obediencia, alegría y sencillez, adaptándose a todo lo que la pobreza y
disciplina religiosa trae consigo y a lo que no estaba acostumbrada por su
condición social desahogada. Nunca mostró la menor muestra de desa-
grado por lo que podía creerse que nada le costaba.
Comenzó su Noviciado con el gozo de haber encontrado su centro en
la Casa del Señor.
Su estado precario de salud -continuos dolores de cabeza- la obliga-
ban muchas veces a retirarse de las prácticas comunes de oración, estu-
dio o trabajo. Con toda sencillez aceptaba lo que hacían por ella, pare-
ciéndole siempre demasiadas las atenciones que las Superioras y
connovicias le dedicaban.
Ya en el segundo año de Noviciado su salud mejoró notablemente y se
dio de lleno a completar su formación salesiana.
El día 5 de agosto de 1945 profesó. Ese día escribió:
«Jesús Crucificado es lo único que puede llenar mi vida. Necesito
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4.8 Page 38

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transformarme en Jesús Crucificado». Y con estos ánimos de inmolación
por amor abandonó el Noviciado para comenzar su vida de apostolado en
la Casa Inspectorial.
Mucho habría que decir del buen ejemplo, de la caridad exquisita, de la
inalterable paciencia con que fue edificando día a día a la Comunidad y a
las alumnas. ¡Cuánto tuvo que sufrir con ellas! En las clases abusaban de
su bondad, de su tolerancia y producían alborotos y desórdenes. Ella lejos
de quejarse, se acusaba y a veces hasta llorando, de su ineptitud para
enseñarlas y formarlas... El Señor le dio el consuelo de verlas cambiar y
tornarse juiciosas. Tanta bondad las había vencido hasta el punto de sen-
tir por ella verdadera veneración.
En el año 1950 muere su padre. Esta muerte por las circunstancias tan
especiales que la acompañaron, forma uno de los capítulos más hermo-
sos de su vida, donde resplandece con más fuerza su fe y confianza en
María Auxiliadora. Don Miguel Iscar, caballero muy cristiano en otro tiem-
po, había llegado a enfriarse en la práctica de la Religión a causa de los
repetidos golpes con que la desgracia llamó a su puerta durante su vida:
la muerte de su esposa e hija Carmen, la trágica desaparición de otro hijo,
Miguel que para Sor Teresa fue una constante espina en el alma, siempre
con la incertidumbre de su salvación; la enfermedad mental de otro hijo,
Agustín, mezclado en política en los calamitosos tiempos que precedieron
a la Guerra de Liberación, viéndose por ello obligado a huir a Francia,
donde enfermó a causa de esa situación tan azarosa...
A don Miguel se le ensombreció el alma y nada quiso saber ya de prác-
ticas religiosas. ¡Cuántas lágrimas costó a Sor Teresa su obstinación!
Confiando en la promesa de San Juan Bosco que asegura la salvación
a los familiares de los miembros de la Sociedad Salesiana y del Instituto
de las Hijas de María Auxiliadora, quería tener la prueba de la salvación de
su hermano Miguel en la reconciliación con Dios de su padre. Insistía en
su oración: ¡Señor, mi gracia, mi gracia! Ya ni la nombraba, segura de que
Dios la conocía muy bien.
Llegó su padre a los últimos días de su existencia. Ella marchó rápida-
mente a Salamanca. Fueron momentos de ansiedad que nos los ha deja-
do grabados en su cuaderno de apuntes y de él copiamos:
-Llegué muy puntual. Habían ido a buscarme mis primas y mi hermano
el pequeño, Fernando. Antes le habían entregado una carta de su hermana
Mercedes preparándola. Sigue ella diciendo: Salamanca está en plena
Misión. Todos escuchan a los Misioneros. El ambiente es de fervor. Llegué
a casa. Estaban todos mis tíos y primos. Subo en seguida a la habitación
de mi padre. Esta vez no tenía miedo de que se asustara al verme. Estaba
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persuadido de que se iba a morir. El saludo que me hace es éste: «Teresi-
ta, te han tenido que adelantar la venida.» Le digo que no, que han apro-
vechado las Superioras los Ejercicios de las niñas para que esté unos días
más con él. De nuevo me dice: Qué bien se portan las Superioras.
«¿Sabes algo de ahí arriba? No sé que contestarle, pero como veo que
tiene deseos de que le hablen, le digo que esté tranquilo, que todas esta-
mos rezando mucho por él y le recuerdo la promesa de San Juan Bosco.
Escucha todo con atención y después me responde: -Está bien, hija.
Tenía el Crucifijo de mi profesión encima de la almohada. Lo cogía fre-
cuentemente y lo besaba con tanto fervor que emocionaba al verlo. Reza-
ba constantemente jaculatorias. Aquella noche nos quedamos con él la
Sierva de María que lo cuidaba por la noche y yo. No salía de mi asombro
de su fervor y al verle hecho un santo empecé a escribir las frases que él
decía:
San José ayúdame en este trance tan doloroso.
Adiós, adiós, adiós a todos.
Sagrado Corazón de Jesús, en Vos confío.
Mijitos míos, tomad muy en serio las cosas de la Religión.
Qué agonía más lenta. Dios lo quiere así.
Pasó la noche relativamente tranquilo y en un continuo fervor.
El día 24, a las dos y cuarto de la madrugada pasó a la Eternidad. No
dudo que acompañado de la Santísima Virgen».
Con el alma llena de consuelo, a pesar de la tristeza de la separación
de ese ser tan amado, regresó Sor Teresa a Madrid. Tenía la completa
seguridad de que su padre estaba en el Cielo. Por eso se reintegró sere-
namente a sus clases de Ciencias, Matemáticas y Religión y comenzó ilu-
sionada la preparación a sus Votos Perpetuos.
Ese año visitó las Casas de España la Madre General, Linda Luccoti. La
entonces Inspectora de Madrid, Madre María Valle, anunció a las Herma-
nas la visita de la Madre como la gracia más grande después del Bautis-
mo y de la Profesión. Con gran júbilo se preparó la Comunidad de Villaa-
mil a recibir aquel regalo del Cielo que en verdad lo fue, pues de la
persona de la Madre se escapa un alud de candor y de paz que encanta-
ban. A todas habló en particular y les hizo gozar con sus rasgos inolvida-
bles de bondad y maternidad salesiana. No sabemos nada de su encuen-
tro personal, pero sin duda algo especial advertiría la Madre cuando la
propuso como futura Directora de la Casa Inspectorial.
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4.10 Page 40

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El día 8 de diciembre de 1952 fue su presentación a las alumnas y a la
Comunidad. El salón de actos del Colegio estallaba de entusiasmo pues
era mucho lo que todos la estimaban.
De los apuntes suyos sacamos los propósitos que entonces hizo:
1. Hacer con esmero las prácticas de piedad y durante el día procurar
tener espíritu de piedad, sobre todo en las dificultades, invocando al
Señor y a la Santísima Virgen con fe.
2. Caridad con las Hermanas. Ser siempre para ellas ángel de consuelo
y procurar entre ellas la caridad, haciéndolas soportar sus defectos y
guardar siempre el secreto de cuanto me confíen.
3. No dejar ningún mes de pasar rendiconto y la conferencia semanal.
4. Unos minutos de lectura espiritual particular para poder dar siempre
algo nuevo a las Hermanas y alimentarme del espíritu interior que tanto
necesito.
5. Visita particular y rendiconto diario al final del día con el Señor y la
Santísima Virgen. Hacerla a Ella la Directora de la Casa.
6. Atender mucho a las niñas, poniendo en el horario horas dedicadas
exclusivamente a hablar con ellas.
7. Todo lo que haga con la recta intención de agradar a Dios. Buscar
en tantas cruces siempre a Dios por Cirineo y recompensa de tantos sufri-
mientos como he pasado y veo que pasaré.
Todas las Hermanas que convivieron con ella en Villaamil durante seis
años que duró su directorado y las que lo hicieron durante los cuatro que
dirigió el Colegio de Salamanca, coinciden en afirmar lo mismo: «Bondad
derrochada a manos llenas por atender a las Hermanas, a los parientes de
éstas que guardaban de ella un gratísimo recuerdo, a las niñas que veían
en ella un ángel sólo preocupado por su bien, el de sus padres...
Su vida se iba acercando al ocaso. Jesús le puso en el camino varios
dolorosos trances que fueron como los golpes finales que da sobre la joya
el orfebre. Su salud siempre delicada se debilitaba más y más. Había sufri-
do ya con admirable fortaleza una trepanación, una infección en la boca,
perdiendo toda la dentadura... Acabó su sexenio de Madrid como Directo-
ra y marchó a Falencia a descansar en aquella Casa más tranquila y con
clima mejor, donde pasó una breve temporada edificando con su ejemplo
a la Comunidad que quedaba admirada de como seguía la vida en común
a pesar de su sufrimiento. Asistía a los recreos y los amenizaba con sus
ocurrencias. Empleaba muchas horas en contestar a las cartas que le lle-
gaban de Madrid.
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5 Pages 41-50

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5.1 Page 41

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Cuando las Superioras la creyeron recuperada la enviaron a Salamanca
a dirigir el Colegio Femenino de San Juan Bosco. Se entrega con alma y
vida a su nueva misión. Está en su tierra, en el Colegio donde todo le
recuerda los días felices de su infancia, especialmente la Virgen pequeñita
que tantas veces en la Academia Labor fue su confidente y su alegría.
Salamanca la acoge con los brazos abiertos. La vieja Ciudad Universitaria
se siente otra vez orgullosa de tener a esta hija tan buena.
A los pocos meses de estar allí es necesario volver a practicarle la tre-
panación. Ella sonriente y entera la soporta con la misma serenidad y edi-
ficación que la vez anterior.
Se recupera en el Noviciado, pero de nuevo vuelve a estar entre sus
Hermanas y niñas que tanto desean su presencia. Aparentemente su vida
es la misma: derrocha felicidad, paz, alegría. Sigue siendo el ángel conso-
lador que a todas partes llega para animar con su presencia y dar aliento a
las Hermanas en las duras jornadas de cada día. Pero un día la encuen-
tran sin sentido en su habitación. Llaman al médico que denuncia la gra-
vedad de su estado. Es emocionante ver los turnos de las niñas rezando
sin cesar con lágrimas en los ojos, pidiendo a Jesús y a María Auxiliadora
la salud de su amada Directora. La trasladan a Madrid en estado de
inconsciencia y es ingresada en una Clínica.
Las religiosas de la Clínica comentan asombradas que es el primer
caso que han conocido, aun en personas totalmente entregadas a Dios,
que al perder la razón no diga otra cosa que palabras de aliento o expre-
siones llenas de unción espiritual, como si fuese dueña de sus pensamien-
tos.
Poco a poco, con los cuidados de los doctores, después de meses, se
va recuperando. Después ella no recordará nada de lo que había sucedido.
Todavía era muy delicado su estado de salud, pero puede participar en
una tanda de Ejercicios Espirituales que preside la Madre General Angela
Vespa.
Qué alegría la de Sor Teresa al encontrarse con la Madre. Cuántas
veces después repetía con gozo infantil el saludo que le dirigiera al verla
en el Plantío: «Cara Suor Teresa». Porque otra de sus características fue
su acendrado amor a las Superioras. En sus últimos meses de vida, goza-
ba lo indecible cuando recibía la visita de la Madre Inspectora Sor Julia
Guaseo. Ya en sus últimos días cuando sabía que llegaba la Madre, hacía
que la arreglasen bien y cuando aparecía por la puerta, su rostro se ilumi-
naba parecía que volvía a la vida que se iba apagando.
A veces cantaba al Señor y a la Virgen. La enfermera le entonaba una
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alabanza y ella con una expresión angelical la cantaba. De su boca salió
hacia el Cielo el Ofertorio de la Misa Comunitaria: «Te ofrecemos, Señor,
este sacrificio». Y su canto predilecto era: «Tomad, Virgen Pura, nuestros
corazones». Al terminar se expresaba así: «Todo lo que he cantado lo he
dicho con alma, vida y corazón. Ahora estoy cansada. No puedo más. Ya
lo hice todo...»
El día 1 de abril, fiesta de la victoria en España, lo fue también para
ella. Habiendo vencido al mundo y a sí misma, entraba en la Eternidad a
gozar de la corona inmarcesible merecida con su vida llena de buenas
obras y rica de ejemplaridad salesiana.
Su muerte fue un acontecimiento en Salamanca donde además de por
su virtud, era conocida por su distinguida familia. Vestida con su santo
hábito de Hija de María Auxiliadora, auroleada con la corona de rosas,
cubierta de flores blancas, fue expuesta a la veneración de las niñas y
centenares de personas que se agolpaban alrededor de sus restos morta-
les, tocando rosarios y medallas, como se hace con una santa.
Su funeral fue otra manifestación en Salamanca. Sus restos, en otra
procesión gloriosa, fueron trasladados al cementerio e inhumados en el
Panteón de las Hijas de María Auxiliadora, donde esperan el día de la eter-
na resurrección.
Sobre ella, como el mejor epitafio, se debería escribir una frase suya:
«Espera en el Señor. Dios estuvo contigo en tus sufrimientos y será tu
recompensa».
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5.3 Page 43

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SOR DEL CARMEN INÉS MACHÍN
Nació: el 20 de abril de 1931 en Used (Zaragoza)
Profesó: el 5 de agosto de 1954 en Madrid
Murió: el 15 de noviembre de 1964 en Madrid
Sor María del Carmen Inés Machín nació en Used, pueblo de la provin-
cia de Zaragoza, siendo bautizada a los pocos días de nacer. Era la cuarta
de sus cinco hermanos y creció en un ambiente cristiano y sencillo.
Su padre era Guardia Civil, por lo que hubo de cambiar de casa
muchas veces. En 1934 fue trasladado a Madrid, donde pasaron toda la
Guerra Civil sufriendo grandes calamidades, pues el Cuerpo de la Guardia
Civil fue disuelto y sus miembros fueron objeto de grandes persecuciones
por los del bando contrario.
Al terminar Sor Carmen la Enseñanza Primaria a los 15 años, manifestó
su deseo de aprender a bordar en vez de seguir estudiando como querían
sus padres y entonces ingresó en nuestro Colegio de Emilio Ferrari, en la
zona de Pueblo Nuevo. Allí se sintió desde el primer día muy feliz, apren-
dió a bordar a la perfección y llegó a ser una de las mejores bordadoras
de nuestros talleres en los que se quedó trabajando.
Toda su vida transcurría en el Colegio, pues los domingos era de las
más asiduas oratorianas. A veces en su casa era corregida por llegar tan
tarde por la noche, pero ella se las arreglaba para despejar el enfado con
alguna zalamería. Era de carácter alegre, aunque algo reservado. Sobresa-
lía entre sus compañeras por su piedad. Participaba diariamente en la
Eucaristía del Colegio y confiaba plenamente en la Virgen como verdadera
hija.
Cuando fue mayor se le confió un grupo de Catecismo en el Oratorio.
Las niñas la querían mucho y ella se las ingeniaba bien para mantenerlas
muy entretenidas.
En el taller ayudaba a las Hermanas con gran responsabilidad. Prepa-
raba los dibujos y labores con tanta perfección como podría hacerlo una
Hermana, las cuales confiaban en ella plenamente.
Cuando cumplió los 19 años pidió permiso a sus padres para hacerse
Religiosa, pero ellos no le concedieron el permiso, alegando que era muy
joven y que todavía tenía que conocer más el mundo. Esperó paciente-
mente hasta que le fue dado el sí tan deseado. Había rogado y suplicado
constantemente a su madre y en una ocasión le dijo: «Mamá, presiento
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5.4 Page 44

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que me voy a morir joven, déjame que me haga religiosa para amar mucho
a Jesús». Su madre confesó más tarde que después de oír esto y viendo
el estandarte de Madre Mazzarello pensó que así sería su hija y ya no
pensó en oponerse más a ello. Por entonces, Sor Carmen gozaba de
buena salud.
Por fin, en 1952 entró como Aspirante recibiendo la esclavina a los
pocos días según la costumbre, hizo el Postulantado en la misma Casa de
Pueblo Nuevo siguiendo las mismas actividades que tenía, pero con
mayor entusiasmo y responsabilidad cada día.
Cuando las Hermanas fueron a la canonización de Madre Mazzarello,
ella se quedó al frente del taller, respondiendo con gran habilidad y consi-
guiendo que todos los trabajos siguieran su curso sin retrasar ni uno solo.
Eso llenó de alegría y tranquilidad a la Directora, pues habría podido supo-
ner un problema de haber sido de otro modo.
También ponía gran esmero en el trabajo de su perfección espiritual.
Seguía los consejos que le daba la Hermana Directora para tratar de ir
puliendo sus defectos. Su virtud característica era la humildad, a pesar de
que le costaba mucho superar las pruebas a que era sometida. Tenía tam-
bién un gran amor a las Misiones y la ilusión de poder ir un día a tierras
lejanas para ayudar a conocer y amar a Jesús a aquellas gentes que
nunca lo hicieron.
De su tiempo de Noviciado nos dice la Maestra de entonces:
«Era sencilla y de buen carácter, distinguiéndose por su docilidad en
todas las cosas. Se prestaba con alegría y gustosa a toda clase de traba-
jos. Tenía gran habilidad para las labores y todo tipo de adornos, haciendo
estos servicios con la mayor naturalidad».
Cuando llegó el tiempo de la Profesión, fue destinada a Italia, pues la
misma Madre General, M. Linda Luccoti, había pedido una Hermana de
labor para colaborar en los talleres de Madre Mazzarello y ella fue la afor-
tunada. Habían transcurrido pocos días de su permanencia en Italia cuan-
do se recibió una carta en la que Madre General decía a la Maestra de
Novicias: «Este año me han enviado a una Hermana de cielo... Parece que
con estas palabras hubiera profetizado que en el cielo la esperaban muy
pronto, puesto que pocos deberían ser sus días de trabajo en su vida de
Profesa, ya que la enfermedad y el dolor fueron pronto su purificación
constante.
A los dos años de estar en Turín comenzaron las terribles molestias de
los ríñones. Estuvo dos veces hospitalizada y se le diagnosticó una nefri-
tis. Los doctores daban poca esperanza de curación y después de sufrir
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5.5 Page 45

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una crisis muy aguda fue enviada de nuevo a España, con la esperanza de
que los aires nativos pudieran mejorarla. Era el mes de julio de 1958 y fue
destinada a la Casa de Pueblo Nuevo, de lo cual ella se alegró mucho
pues decía que sería más triste ir enferma a una Casa en la cual no se
hubiera trabajado y que al menos así conocía a muchas Hermanas.
Tenía una gran pena de verse enferma, pero también añadía que esta-
ba tranquila pues nunca había ocultado sus dolores y aunque le costaba
mucho no poder aportar nada a la Comunidad, aceptaba con generosidad
la Voluntad de Dios.
Siempre tenía que estar echada para poder soportar el fuerte y conti-
nuo dolor de riñon. A pesar de ello su carácter seguía siendo alegre y
jovial. La soledad la abatía mucho, pero procuraba disimular este senti-
miento. Muchas veces estaba triste y había llorado, pero cuando se acer-
caba alguna Hermana se secaba rápidamente las lágrimas y la atendía
amablemente. Cualquiera hubiera pensado que era la mujer más feliz del
mundo por la sonrisa con que acogía a todas y el interés con que pregun-
taba por lo que comprendía podía interesar a quien la visitaba.
En 1959 tuvo una crisis muy aguda y los médicos anunciaron que la
enfermedad había llegado a su fin. La Madre Inspectora se encargó de
anunciarle esta opinión para irla preparando. Como estaba acostumbrada
a reprimirse, se dominó, pero en cuanto marchó la Madre, lloró amarga-
mente. Después serena dijo: «Señor, lo que tú quieras, aunque ya sabes
que mi deseo es curar».
Era delicadísima y muy agradecida a cualquier pequeño servicio que se
le prestase. A pesar de encontrarse tan mal nunca quería estar ociosa y
ayudaba en el repaso de la ropa de Hermanas. Otras veces hacía alguna
labor que entregaba a la Directora con ocasión de alguna fiesta. También
la lectura le gustaba mucho. Últimamente perdió mucha vista y ya se vio
privada de hacer incluso estos dos pequeños gustos.
Con sus familiares siempre se mostraba cariñosísima y procuraba ocul-
tar todo lo que les supusiese dolor y sacrificio a causa de su enfermedad.
Siempre fue muy cuidadosa de cumplir sus prácticas de piedad y edifi-
caba a cuantos íbamos a verla con sus conversaciones, en las que recor-
daba con afecto su Noviciado, su estancia en Turín y todo lo bueno que
había aprendido en la cuna de la Congregación. Seguía con gran interés
las circulares de las Superioras y ponía en práctica todo lo que sus fuerzas
le permitían. Se alegraba extraordinariamente de las visitas de la Madre
Inspectora, agradeciéndole vivamente las delicadezas que con ella tenía.
Cuando los dolores la torturaban se limitaba a darnos un apretón de
manos y mirando al Crucifijo se consolaba con el pensamiento del cielo. Si
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5.6 Page 46

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surgía algún problema en la Casa, se lo encomendaban a ella. Ella se lo
encomendaba a la Virgen y luego se ponía muy contenta cuando le comu-
nicaban que las cosas se habían solucionado.
A mediados del mes de octubre pidió que le dieran la Extremaunción,
conservando pleno uso de sus facultades y participando con mucho fer-
vor. A partir de ese día sólo hablaba del cielo aunque le hacía sufrir el pen-
samiento de lo mucho que iba a padecer su madre cuando ella faltase.
El día 8 de noviembre tuvo como un ataque de locura a causa de una
subida muy aguda de urea. A consecuencia de este ataque perdió la
memoria y el oído. A penas podía hablar y las fuerzas la iban abandonan-
do. Cuatro días antes de morir todo su afán era besar las manos para
agradecer cuanto las Hermanas hacían por ella. A alguna Hermana le
decía que fuese a la capilla a rezar por ella y que le dijese a Jesús que ya
sabía que no era digna, pero que se acordase de ella. También pedía que
rezasen a San José en el momento de su muerte, pues sabía que se moría
aunque no hablaba claramente de ello para no hacer sufrir más a los que
la rodeaban.
Los cuatro últimos días sólo podía repetir en voz tenue el nombre de
Jesús. Se le volvió a administrar el Sacramento de los Enfermos y el día 4
entró en coma a las 10 de la noche y permaneció en ese estado hasta el
día 15 a las 3 de la tarde en que voló al cielo para recibir el premio de Dios
purificada por una larga enfermedad que ella ofreció al Señor con mucha
generosidad.
Tenía sólo 33 años.
Su recuerdo será siempre para todas las que la hemos conocido un
ejemplo luminoso de virtudes y de santidad de vida.
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5.7 Page 47

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SOR ANA MARÍA SANTOS
Nació: el 15 de enero de 1939 en Valsalabroso (Salamanca)
Profesó: el 5 de agosto de 1962
Murió: el 25 de junio de 1965
El plan de Dios en la historia de la Humanidad es un maravilloso com-
plejo de misterios que se desenvuelven en el gran escenario del mundo,
cuyo telón en su parte mate está ante nuestra vista y vela completamente
la contemplación de esos espléndidos modos divinos que se verifican en
el brillante anverso del mismo.
La oscuridad de nuestra vida nos permite vislumbrar tal vez algo de
cuanto se realiza en el Plan de Dios. Cada alma en particular es una face-
ta misteriosa de la fecundidad divina y Dios al crearla le asigna un destino
que debe realizar en la vida. Hay almas destinadas por Dios para pasar
desapercibidas, esparciendo el buen olor de Cristo de una manera senci-
lla, sin que casi nadie se aperciba de su presencia. A esta clase de almas
pertenece Sor Ana María.
Sabemos poco de su infancia. Nació en un pueblecito de Salamanca
llamado Valsabroso, el día 15 de enero de 1939, de una familia campesina
muy cristiana. En un hogar sencillo aprendió del ambiente familiar los pri-
meros rudimentos de una educación cristiana. Era inteligente, aguda. En la
Escuela la Maestra y las compañeras la consideraban una de las más
hábiles en captar las materias escolares.
Existe un refrán castellano que en la mayoría de los casos resulta ser
una verdad palpable: «De tal palo, tal astilla» que se puede traducir en:
«De tales padres, tales hijos». En nuestro caso el refrán se cumple perfec-
tamente. De los ocho hijos que formaron el hogar de Sor Ana María, dos
pertenecen a los hijos de Don Bosco y ella es la tercera que se enroló en
sus filas.
No tenemos referencias de cómo despuntó en ella la vocación a la vida
religiosa, pero sabemos que ingresó a los 13 años en el Aspirantado de
Madrid, situado en el Colegio del Paseo de las Delicias. Coincidió su
entrada con los primeros años de la Inspectoría en 1952. Surgía ésta
pujante y esperanzadora y precisamente por ello este vigor lo tuvo que
sostener el sacrificio de las Hermanas. Había muchas obras, muchas
Casas y gran escasez de Hermanas y las Superioras se veían obligadas a
suplir esta necesidad con el personal en formación, por lo que durante
varios años las Aspirantes tuvieron que dedicarse a los cuidados domésti-
cos y atender a las niñas en las clases.
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5.8 Page 48

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Sor Ana María fue destinada a la Casa de Zamora, en la que las Herma-
nas atendían la cocina de la Universidad Laboral, regida por los Salesianos.
El trabajo en un principio era penoso, porque los alumnos internos eran
numerosísimos y se carecía de muchos medios elementales para atenderles.
La Hermana Directora de la pequeña Comunidad atestigua que Ana
María se daba al trabajo con toda su alma, sin rehusar ningún sacrificio y
desempeñaba su oficio con una alegría y una gracia tan singular que ani-
maba a cuantas trabajaban a su lado. Las Hermanas que convivieron
entonces con ella atestiguan que a su lado nadie tenía penas, pues poseía
un cierto gracejo natural que hacía desaparecer los pequeños sacrificios y
sufrimientos.
El tiempo iba transcurriendo muy alegre y esperanzador para Ana
María, la cual contaba los meses y los años pasados con la mirada fija en
su ideal: vestir el hábito de las Hijas de María Auxiliadora. Sin embargo,
Dios en sus designios no había reservado para ella un camino fácil ni
amplio. Como en toda alma selecta quiso formar en ella un espíritu fuerte
forjado a golpes de martillo.
Era muy alta y fuerte pero su cuerpo no estaba bien proporcionado.
Tenía las manos y los pies un poco deformes y su contextura, en general,
llamaba un poco la atención. Precisamente por eso, con gran pena, des-
pués de cuatro años de Aspirantado, la Hermana Directora la devolvió a la
familia. Mucho tuvo que costarle a Ana María esta decisión, sin embargo
la recibió con una serenidad impresionante, convencida de que si era la
voluntad del Señor debía aceptarla.
Marchó a su pueblo y estuvo con sus padres una temporada, pero en
su corazón se albergaba el primitivo ideal: «Yo no soy para el mundo y por
eso no puedo vivir en él».
Cuando hubo pasado un cierto tiempo escribió a la Hermana Directora
de Zamora diciéndole que no podía vivir en su casa, que la recibiera aun-
que sólo fuera como a una chica de servicio. La Directora en estas condi-
ciones la aceptó con mucho gusto y Ana María volvió a trabajar en la coci-
na con la misma alegría y entusiasmo de antes.
La Hermana Directora durante esta nueva época se preocupó mucho
de ella. Le compraba vestidos para que se presentase con cierta elegan-
cia. Procuraba que se instruyese bien con el fin de que se defendiese en la
vida y viéndola tan buena y trabajadora la llevó a un especialista de hue-
sos con el fin de que la hiciese un reconocimiento profundo y ver si la
deformidad de las piernas era progresiva o por el contrario no avanzaba
más. El médico después de examinarla bien, manifestó que el cuerpo
había llegado a un total desarrollo y que esa deformidad no progresaría.
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5.9 Page 49

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La Hermana Directora comunicó a la Rvda. Madre Inspectora el resul-
tado de la visita del médico y ésta ponderando las circunstancias del
caso, creyó oportuno volver a admitir a Ana María como Aspirante, la cual
experimentó una de las mayores alegrías de su vida. Habían pasado cerca
de seis años después de su primer ingreso, durante esos años se había
construido el Aspirantado de El Plantío, al cual fue enviada Ana María un
año antes de que le fuera impuesta la esclavina.
El 31 de enero de 1960 le fue impuesta la esclavina y el 5 de agosto del
mismo año pasó al Noviciado.
No sabemos si en el primer año de Noviciado tendría alguna pena,
pero trabajaba con todas sus energías para asimilar las enseñanzas del
Noviciado y todo con la mayor alegría. Aprovechaba al máximo las clases
de Religión y Pedagogía. Era muy amante de la lectura y hacía todo lo que
podía por aprender el italiano para poder leer los libros en este idioma.
Con estas buenas disposiciones manifestadas a lo largo de todo el año,
no tuvieron ningún inconveniente las Superioras en dejarla pasar al segun-
do año de Noviciado.
Pero el Señor a sus almas elegidas las prueba hasta el fin. Era por el
mes de noviembre, estando jugando en el recreo, una Novicia dio a Sor
Ana María un pequeño golpe con el pie en la parte anterior de la pierna,
haciéndole una herida de poca importancia. El tiempo iba pasando y la
herida se hacía cada vez mayor y no mejoraba nada a pesar de las curas
dianas. La llevaron al médico el cual después de mandar unas curas un
poco especiales, la ordenó un reposo de ocho días. Mucho debió de sufrir
entonces la pobre Novicia porque de sus conversaciones se deducía que
tenía miedo de que la volvieran a mandar a casa si la herida no cicatriza-
ba. Las Superioras le sugirieron hacer alguna novena a nuestros Santos y
por fin la gracia de la curación se alcanzó.
En los primeros días del mes de junio fue comunicado a las Novicias
de segundo que todas estaban admitidas a la Profesión. La alegría fue
indescriptible.
Al terminar el Noviciado Ana María fue destinada a la Casa Inspectorial
donde entonces estaba el Juniorado. Desde el primer día ganó las simpa-
tías de todas las Hermanas por su jovialidad y apertura de carácter.
Comenzó el curso escolar y le fue encomendada la responsabilidad del
lavadero ayudada de otra Hermana que también tenía muy buen carácter.
En aquel lavadero no había penas ni trabajos. Todo se hacía sencillo y lle-
vadero a pesar del mucho trabajo que pasaba por sus manos. Nunca se
oía una palabra de cansancio.
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5.10 Page 50

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Con el comienzo del curso vinieron las niñas y el aspecto físico de Sor
Ana maría les llamó la atención e incluso tuvo que oír alguna burla. Ella
nunca se incomodó, por el contrario con sus bromas y forma de ser las
fue conquistando a todas.
Pasó el año de Juniorado y al verano siguiente cada una de las Herma-
nas Júnioras fueron destinadas a una Casa de la Inspectoría. A Sor Ana
María la obediencia la esperaba en la Casa de Huérfanos de Ferroviarios
de León, donde se encargó de la despensa y de la Contabilidad de todos
los víveres que entraban. Desempeñó su oficio con exactitud y buen crite-
rio. Tenía contentos a los Salesianos y su buen humor hacía que las chi-
cas que estaban empleadas con ella trabajasen felices. Hacía lo que tenía
que hacer y nunca se preocupó de lo que dijeran los demás.
A juicio de los que la observaban, se puede decir que Sor Ana María
siempre ha dicho «SI» a la Voluntad de Dios. Seguramente que el Señor la
encontró pronto madura para llamarla definitivamente. La última prueba de
fidelidad se la pidió en la «brecha». No había terminado su tercer año de
Profesión.
Era el día 25 de junio de 1965, festividad litúrgica del Sagrado Corazón
de Jesús, se hallaba trabajando en sus quehaceres ordinarios cuando
recibió la visita de sus tres primos Salesianos, que se habían reunido para
pasar unos días de descanso. Les obsequió, según indicaciones recibidas
de la Hermana Directora. De repente sintió un cierto malestar, como una
especie de mareo y para no preocupar a sus primos salió de la habitación
con la disculpa de que tenía que ultimar unas cosas para la cena de los
internos. En la primera silla que encontró se sentó y al verla en ese estado
una de las chicas se alarmó y avisó inmediatamente a la Directora y ésta a
su vez avisó al mayor de los primos que, dándose cuenta de que la cosa
era importante mandó llamar al médico del Colegio. Mientras tanto las
Hermanas la llevaron a la habitación. El médico diagnosticó una gravedad
alarmante y el especialista dijo que había sido una angina de pecho sin
solución. Eran las dos de la tarde cuando Sor Ana María expiraba. Habían
pasado tres cuartos de hora desde que se sintió mal. Su alma generosa
había rendido su último homenaje a la Voluntad de Dios.
Aunque lo imprevisto de su muerte causó gran impresión en todos, las
Hermanas de la Inspectoría coincidían unánimes al hablar de sus virtudes
y el recuerdo que dejó fue el de una Hermana intachable a la que acompa-
ñó siempre un buen carácter y gran sentido del humor.
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6 Pages 51-60

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6.1 Page 51

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SOR MARÍA JESÚS MALDONADO
Nació: el 21 de marzo de 1893 en Monterrubio (Salamanca)
Profesó: el 5 de agosto de 1913 en Sarria (Barcelona)
Murió: el 9 de julio de 1965 en Madrid
Sor María Jesús Maldonado nació en Monterrubio (Salamanca) el día
21 de marzo de 1893. Procedía de una familia de la más rancia nobleza y
abolengo de Salamanca en la que adquirió una profunda formación religio-
sa, siendo al mismo tiempo y tal vez por eso muy sencilla y afable en su
trato, humilde y sin ninguna pretensión. Siempre estaba dispuesta a com-
placer y a servir a sus Hermanas en todo lo posible y a desempeñar con
santa alegría las ocupaciones más humildes y penosas.
Antes de ingresar en el Instituto había estudiado la carrera de Magiste-
rio en la Escuela Normal de Salamanca. Frecuentaba por esos tiempos el
Oratorio Festivo que las Hermanas animaban en la Ronda de Sancti Spiri-
tus.
Sintiéndose llamada a la vida religiosa, solicitó y obtuvo de nuestras
Superioras el deseado permiso para ingresar en el Instituto, lo que realizó
en el año 1911, haciendo su Noviciado en Barcelona-Sarriá.
Al profesar en Sarria el año 1913 fue destinada a la Casa de Jerez de la
Frontera (Cádiz) donde dio pruebas de las grandes virtudes que poseía,
especialmente la humildad, sencillez, caridad delicada y sacrificada con
toda clase de personas.
Después de algunos años fue trasladada a la Casa de Sevilla siendo la
portera de la Comunidad, ya que a pesar de su título de Maestra, no ejer-
ció mucho ya que su natural bondad le hacía ser demasiado dulce y falta
de disciplina.
De esta Casa pasó a la de Salamanca en el año 1927, siendo maestra
de párvulas, aunque le costó mucho sacrificio ya que su falta de disciplina
que acabamos de señalar le hacía el trabajo un poco penoso.
De nuevo volvió a su trabajo de portera en la Casa de Sarria. Como en
esos años había pocas Hermanas iba muy temprano a Misa con la Herma-
na que estaba en la cocina y luego permanecía el día entero en la portería.
En el año 1936, al estallar la Guerra Nacional en España, Sor Jesusa
salió el mismo día 18 de julio en el último tren que circuló con destino a
Salamanca con el fin de hacer Ejercicios Espirituales, permaneciendo todo
el tiempo que duró la guerra en esta ciudad.
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6.2 Page 52

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Una Hermana que vivió con ella en distintas ocasiones nos transmite
su experiencia:
«Me hizo el Señor la gracia de convivir con Sor Jesusa cuatro veces,
siendo todas ellas motivo de alegría y de estímulo para el bien. La conocí
en el año 1927 en Salamanca y trabajamos juntas varios años en los que
por sus muchas virtudes nos compenetramos muy bien. Luego la volví a
encontrar en Sarria en una época en la que el Señor me hizo gustar el cáliz
más amargo de mi vida por circunstancias de trabajo y de salud y por
incomprensiones que el Señor permitió seguramente para mi bien. En Sor
Jesusa encontré gran alivio pues informó en mi favor con gran caridad, sir-
viéndome de mucho consuelo.
Volvimos a coincidir en la antigua casa de Salamanca «Academia
Labor» y también allí fue para mí un gran apoyo. Ejercía el oficio de porte-
ra y se cumplía en ella el axioma: «Un buen portero es un tesoro para una
casa de Educación», pues por la delicadeza de su trato, prudencia y ama-
bilidad cumplía muy bien la tarea que se le había confiado. Daba cuanto
podía a los pobres que llegaban a la puerta y yo alargaba los permisos y
cerraba los ojos, más que por lo que los pobres pudieran necesitar, por
darle a ella el consuelo de ejercer la caridad.
Como no había en la Casa clases elementales, pues la primera era la
de Ingreso de Bachillerato, no teníamos niñas para prepararlas a la Prime-
ra Comunión, por lo que Sor Jesusa buscaba entre las Oratorianas que
eran muy numerosas y pobres y las hacía venir a diario a la portería para,
sin abandonar su trabajo, prepararlas a recibir a Jesús.
Por fin, al cabo de los años, nos encontramos en 1962 en la Casa del
Noviciado de Madrid, ya ancianas y enfermas las dos, siendo esto un gran
consuelo para ambas, pues cuando teníamos ocasión de pasar algún
recreo juntas recordábamos con alegría toda la trayectoria de nuestra vida
y la cantidad de ocasiones que el Señor nos había brindado para convivir.
Su muerte ha dejado en mí un profundo vacío, pero al tiempo una paz
enorme. Con frecuencia hablábamos de cuando nos encontráramos en el
Paraíso y así espero que sea».
Era extraordinaria en la observancia de la pobreza, no desperdiciando
jamás nada. También era mortificadísima. A pesar de las dificultades de
todo género con que tropezaba nunca se le oyó ninguna queja.
Otra Hermana, habiéndonos de Sor Jesusa, dice:
«Conocí de cerca a Sor Jesusa cuando al profesar en el año 1952, me
quedé como personal en la Casa del Noviciado. Entonces estaba ella en
plena actividad como Hermana responsable de la cocina de la Institución
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6.3 Page 53

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«Virgen de La Paloma» que dirigían los Salesianos. Eran tiempos duros y
las condiciones de trabajo deficientes. Siempre en silencio, sin quejarse,
cumplía con su deber.
Pasaron unos años y volví de nuevo como Directora a esa Casa en el
año 1961. Sor Jesusa ya anciana y enferma se manifestó siempre como
había sido: sumisa y observantísima. Como no podía hacer esfuerzos por
su gravísima enfermedad del corazón, se dedicaba a arreglar los hábitos
de las Hermanas que no tenían tiempo, a coserles incluso las medias y a
hacerles pequeños favores. Todo con gran esfuerzo pues cualquier cosa
la fatigaba enormemente.
Siempre atenta a las necesidades de las Hermanas, las aconsejaba
con frecuencia cariñosamente para que con menos esfuerzo lograsen
mejorar. Sufría cuando creía que sufrían las demás. Nunca manifestó
necesidad alguna. Siempre decía que estaba mejor y quitaba importancia
a sus molestias. Preocupación suya era no dar trabajo.
Tenía una gran piedad. Ya muy agotada se la veía largos ratos en la
Capilla. Daba la impresión de estar siempre en unión con Dios. Su idea
dominante era la de la resurrección de los muertos. En más de una oca-
sión me manifestó su grandísima pena porque no podía predicar a todos
los hombres la bondad de Dios y la gloria de la resurrección.
Murió en la paz de los santos. Tres horas antes de su muerte la visitó el
doctor y ella le rogó que no se preocupara más por darle salud, pues era
ya hora de morirse y de irse con Dios.
Estaba preparándose para recibir la Santa Unción. La Comunidad
comenzaba el rezo del Rosario en la Capilla. La acompañaba la enfermera.
Se sintió mal y dijo: «Me muero. No tengo vida». Casi instantáneamente
perdió el conocimiento. Llegó rápidamente el Director de los Salesianos y
le administró la Santa Unción. Sor Jesusa, callada, como había vivido,
había pasado a la Vida que tanto había esperado y deseado».
La contemplación de su cadáver infundía un sentimiento de paz y ale-
gría al mismo tiempo, pues su rostro reflejaba verdaderamente la sereni-
dad y la fidelidad de las almas santas. Era el 9 de julio de 1965.
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6.4 Page 54

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SOR GABRIELA CENZUAL
Nació: el 1 de junio de 1932 en Miranda del Castañar (Salamanca)
Profesó: el 5 de agosto de 1954 en Madrid
Murió: el 26 de agosto de 1965 en Madrid
Sor Gabriela Cenzual Coca nació en Miranda del Castañar (Salamanca)
el día 1 de junio de 1932.
Procedía de una familia sencilla de labradores de sanas y cristianas
costumbres.
A los 17 años decidió ingresar como Aspirante en el Instituto, ya que
había conocido a las Hermanas en el Colegio de Salamanca por media-
ción de amigos de la familia que tenían a sus hijas internas en dicho Cole-
gio.
Una vez obtenido el permiso, ingresó en el Aspirantado que entonces
estaba en la Casa de Delicias de Madrid. Sus padres tuvieron que hacer
un gran esfuerzo y sacrificio pues la amaban entrañablemente. Era de un
carácter amable y muy abierto y desde el primer momento se encontró
como en su propia casa.
Como era muy piadosa, encontraba en la oración la fuerza necesaria
para abrazar los sacrificios que sin duda se le presentaban en la vida reli-
giosa, ya que echaba de menos las delicadezas paternales de las que
siempre se había visto rodeada.
Tomó la esclavina el 31 de enero de 1952 y al pasar al Noviciado fue
destinada junto con Sor Iluminada Iglesias a Lyón (Francia) donde hicieron
el Noviciado con el fin de que aprendieran al mismo tiempo el idioma fran-
cés.
De esta época de Noviciado es Sor Iluminada su compañera la que nos
testifica: «Sor Gabriela era humilde, sencilla, alegre y no tenía respeto
humano cuando necesitaba hacer el bien a las almas. Tampoco lo tenía
cuando ella manifestaba exteriormente su vida de piedad y unión con
Dios.
Cuando nos encontrábamos en el taller de labor ella observaba el
silencio moderado muy bien, interrumpiéndolo sólo para entonar alguna
jaculatoria que nos ayudaba a todas para mantener ese silencio interior.
Si teníamos que realizar algún trabajo pesado, ella escogía siempre la
parte más dura, dejando para mí la menos pesada.
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6.5 Page 55

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Aceptaba siempre con generosidad la Voluntad de Dios, lo mismo en
las alegrías que en las penas, quedando siempre su carácter inmutable
ante las pruebas.
Muchas veces me comunicaba su agradecimiento al Señor y a María
Auxiliadora que bendecían de una forma especial a su familia desde que
ella había entrado a formar parte del Instituto».
Al regresar a España, en el año 1954, fue destinada a la Casa de Deli-
cias como profesora de Francés y encargada de un grupo de Oratorio,
además de otras actividades que su generosidad iba asumiendo. Las
niñas del Oratorio la querían mucho pues era muy ingeniosa en preparar
iniciativas que les ayudaran a pasar entretenidas las tardes de los domin-
gos, además de preparar con mucho interés las clases de Catecismo.
En esta Casa estuvo dos años y de allí fue trasladada a Valdepeñas
donde permaneció hasta 1964.
Su Directora la calificó siempre de dócil al Espíritu para dejarse condu-
cir por el camino de la santidad. Laboriosa, sacrificada, generosa. Era muy
abierta con las Superioras, comunicándoles siempre las más pequeñas
faltas y sus deseos de ser toda de Dios. Siempre muy alegre en Comuni-
dad cantaba las alabanzas con entusiasmo, transmitiendo su fervor a las
alumnas».
En la Casa de Valdepeñas trabajó mucho y aceptó generosamente los
sufrimientos por los que el Señor permitió que pasara para consolidar
cada vez más sus virtudes cristianas y religiosas.
En el curso 1963-64 estaba decidido que volvería a Madrid para com-
pletar sus estudios de Francés, cosa que ella deseaba mucho para poder
ayudar mejor a las niñas, pero la escasez de Hermanas en esa Comunidad
hizo que tuviera que esperar otro año. Ella lo sintió, pero no lo dejó notar a
nadie. Al terminar ese curso empezó a sentir las molestias de la enferme-
dad que la iba a minar aunque no dejó de esforzarse en cumplir todo el
deber que tenía encomendado.
A primeros de octubre regresó a Madrid con el fin de continuar sus
estudios. Todas las Hermanas la encontraron muy desmejorada y a los
pocos días empezó a tener vómitos frecuentes y un gran malestar para
ella inexplicable.
Viendo que no mejoraba acudió al médico que al verla muy nerviosa,
pensó que sería un reflejo de su estado de excitación en el estómago. Le
mandó descanso y que se alejara de preocupaciones. Ella creyó que pron-
to se curaría y cumplió con empeño la prescripción facultativa, agrade-
ciendo a las Superioras el que se preocuparan tanto de ella.
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6.6 Page 56

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Fueron pasando los días, unos mejor y otros peor. Procuraba superar-
se aunque se notaba que sufría mucho. Por fin, en los primeros días de
noviembre, encontrándose en cama, casi de repente entró en estado de
coma. Inmediatamente se la trasladó al sanatorio y el doctor que la asistió
mandó que se avisase a la familia pues se trataba de un estado muy
grave. El diagnóstico dio un tumor cerebral que era preciso estirpar inme-
diatamente.
El Señor permitió que antes de la operación recobrara un momento el
conocimiento para el consuelo de sus padres y hermanos y para recibir
con todo fervor el Sacramento de los Enfermos.
La operación fue un éxito y su restablecimiento rápido.
La convalecencia la pasó en la Casa Inspectorial y según su deseo
pronto empezó a asistir a las clases, si bien no podía estudiar porque
había perdido vista y no convenía que se fatigase lo más mínimo. Partici-
paba lo que podía en la vida común y edificaba a todas por su obediencia,
sumisión, prudencia, caridad y mortificación.
Al llegar el mes de mayo volvió la enfermedad como al principio. Perdió
el apetito y a penas podía alimentarse. Tenía fuertes dolores de cabeza lo
que le ocasionaba un gran desasosiego y nerviosismo.
Era admirable ver cómo sufría sin quejarse y cómo disimulaba su casi
total ceguera para no preocupar a nadie.
En algún rato que estaba mejor mostraba su deseo de ir al cielo que
veía ya muy cercano, pero en seguida se entristecía pensando en lo que
iban a sufrir sus padres cuando la perdieran.
Sus padres estaban constantemente a su lado y sufrían en silencio para
no aumentar el sufrimiento de Sor Gabriela que sufría también por ellos.
El día 26 de agosto terminó la última tanda de Ejercicios Espirituales.
Se le administró por última vez el Sacramento de los Enfermos en presen-
cia de sus padres, de Madre Inspectora, de la Hermana Directora y de
algunas Hermanas de la Comunidad. Su padre le dio una gota de agua,
pues no podía tragar nada. Al sentirla intentó hacer una mueca de agrade-
cimiento, abrió un momento los ojos y con una profunda inspiración entre-
gó su alma a Dios. Contaba sólo 33 años.
De una agenda que usaba Sor Gabriela durante su enfermedad, entre-
sacamos algunas frases escritas con mucha dificultad, pues a penas veía
y había perdido la memoria, por lo que no recordaba bien las palabras:
«Que yo, Señor, lleve a las almas la alegría que necesitan. Dame gene-
rosidad».
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6.7 Page 57

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«Estoy triste, Señor, concédeme el favor que para mañana necesito».
«Sigo en la tristeza, pero espero que al atardecer vuelva la alegría».
«Dame un espíritu grande de fe. Caridad en las pequeñas cosas. Son-
reír siempre».
«Tengo pena, Señor. Devuélveme la alegría perdida. Qué miserable
soy».
«La Virgen fue la Maestra de Don Bosco. Amemos de corazón como
Don Bosco».
«Llévame pronto, Señor».
«Que saque mucho fruto del día. Jesús, ayúdame. Todo lo haré por ti».
«Qué triste es la vida mirada humanamente».
«Lo único verdadero es servir a los demás. Dame aliento para seguir».
«Yo te ofrezco, Señor, todo lo que me cuesta hacer por mi prójimo
durante el día de hoy».
«Señor, concédeme que esta cabeza se me ponga bien. Dame amor y
alegría. Dame mucho amor».
«Que yo sea fiel. Ayúdame, Señor. Ayúdame, Señor».
De todas estas aspiraciones se desprende su deseo de vencer la triste-
za de la enfermedad y el anhelo de servir al Señor en los hermanos.
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6.8 Page 58

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SOR EMILIA MINGUEZ
Nació: el 11 de julio de 1911 en Robledo de Chávela (Madrid)
Profesó: el 5 de agosto de 1932 en Sarria (Barcelona)
Murió: el 15 de agosto de 1966 en Madrid
Sor Emilia nació el 11 de julio de 1911 en Robledo de Chávela, en la
provincia de Madrid. A los 5 años murió su padre y al contraer su madre
segundas nupcias, ella fue a vivir con sus abuelos y a los 11 ingresó como
huérfana interna en nuestro Colegio de Sarria.
Poco tiempo después falleció su madre, quedando bajo la tutela de
unos tíos que siempre la consideraron como una hija más y a los que ella
correspondió siempre con inmensa gratitud y amor, así como a sus pri-
mos a los que quería como hermanos.
Del tiempo de su vida en el internado nos dice una Hermana que fue
compañera suya lo siguiente:
«Fui compañera suya en el internado de Santa Dorotea y puedo afirmar
que, a pesar de su temperamento algo difícil, procuraba agradar a las
demás por el empeño que ponía en ayudar siempre a todas, aunque esto
suponía para ella un gran esfuerzo debido a su forma de ser poco flexible.
Era muy agradecida y sentía gran predilección y reconocimiento hacia
sus tíos y primos y no olvidaba jamás los favores recibidos».
Todas las Hermanas que convivieron con ella durante esta época de
colegiala dan la misma impresión de ella: era activa, generosa, de carácter
fuerte, impetuoso y ya desde entonces se iba pronunciando en ella una
marcada devoción a la Santísima Virgen que fue aumentando hasta la
muerte.
Del tiempo del Postulantado y Noviciado no tenemos ningún testimonio
y volvemos a encontrarnos con ella en el año 1932 en el que hace su pro-
fesión religiosa, siendo destinada a la Casa de Sarria como Asistente del
grupo de pequeñas y Maestra de párvulas.
Era muy activa en el trabajo, no encontrando nunca el momento de
entregarse al descanso. Repasaba los uniformes, los botones, zapatos,
etc. y mil cosillas más de sus niñas que ella mejor que nadie sabía que
necesitaban al no tener cerca a su madre.
Terminado ese trabajo y cuando se convencía que todas dormían plá-
cidamente, se retiraba al lavabo y allí con una pequeña lámpara, se entre-
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gaba a la tarea diaria de preparación de cuadernos, muestras de bella
Caligrafía, corrección de cuentas, etc. Cuando todo estaba a punto se
retiraba a descansar, no sin antes dar una vuelta por las camas para arro-
par a las que ya dormían. Era una Salesiana perfecta.
Vivía siempre alegre, sencilla, franca, cariñosa y servicial. A su lado se
percibía un delicado aroma de piedad salesiana.
Hasta el año 1936, en el que tuvo lugar el Alzamiento Nacional, perma-
neció en Barcelona realizando el trabajo de maestra y asistente con desta-
cado celo. Después de pasar muchas vicisitudes en los primeros meses
de la Revolución, consiguió salir para Italia con un grupo de Hermanas
donde estuvo hasta el año 1938 en que volvió a España y esta vez, en
Sevilla hizo los votos Perpetuos el día 5 de agosto, siendo destinada a la
Casa Inspectorial en la que permaneció nueve años.
Del tiempo en que estuvo en Italia tampoco tenemos testimonios pero
sí su libreta espiritual que nos refleja la delicadeza de esta alma y su gran
deseo de contener su carácter un poco impetuoso. Siempre tiene como
protectora a María Auxiliadora de la que es Hija muy amante.
De la época de su estancia en Sevilla nos habla la Rvda. Madre María
Valle:
«Desde que conocí a Sor Emilia en agosto de 1938 en Sevilla, vi en ella
una Hermana leal, de carácter fogoso, fácil en quejarse, pero también fácil
en amoldarse. Sentía fuertemente la responsabilidad en el cumplimiento
del deber.
En el año 1946 pidió ser trasladada a la Inspectoría de Madrid de Santa
Teresa a fin de estar más cerca de su familia, a la que tanto quería. Las
Superioras accedieron a sus deseos.
Fue destinada a la Casa de La Ventilla para dar clase de Primera Ense-
ñanza. También fue sacristana, trabajando con generosidad y buena
voluntad.
Conservamos de este tiempo algunos datos que nos proporciona una
Hermana:
«Conocí a Sor Emilia en 1947. Yo era Novicia y estaba allí por motivos
de salud. Me admiró ver cómo daba las clases, la paciencia que tenía con
las niñas y el orden que rodeaba su persona y a sus cosas. En 1951 fui-
mos las dos a Santander con la Madre Inspectora. Ella que hacía poco
tiempo había sufrido una operación quirúrgica se quedó como convale-
ciente en la Casa de el Alta, donde hacía poco tiempo que habían ido las
Hermanas para ocuparse de la cocina y ropería de los Salesianos.
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6.10 Page 60

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Por esta época empezó a resentirse su salud, siendo necesario hacerle
una operación de alta Cirugía. Nos dice una Hermana:
«Tuve la suerte de asistirla y desde que recuperó el conocimiento y
durante la primera noche no dejó oír ni una sola queja, sólo repetía: «Por
ti, Jesús mío. Por Ti». El mismo doctor estaba admirado.
De esa operación salió bien, pero a los pocos años tuvo necesidad de
otra igual por haberse reproducido la enfermedad. En la segunda se vio el
dominio que había adquirido de su propio carácter. La enfermedad la
estaba haciendo aún más fuerte. Pasó de la cama a la camilla sin un sus-
piro, me dio una mirada y en seguida levantó los ojos al cielo, mostró ser
una Religiosa de buen espíritu, dispuesta a cumplir la Voluntad de Dios en
todo momento.
Este sufrimiento continuo que le proporcionaba su enfermedad iba
alterando su carácter, por lo que a ella se le hacía más difícil la conviven-
cia. En los Ejercicios de 1950 escribe: «No me dejaré llevar del mal humor
cuando me sienta contrariada. Ayúdame, Jesús mío, a cumplirlo. Perdóna-
me lo mal que me he portado este año. Mándame lo que quieras en el
futuro, pero ayúdame, Jesús mío. Soy tuya y tuya quiero ser hasta la
muerte. Madre mía, sé mi Madre, ayúdame en mi apurillo (sin duda se
refiere a la nueva operación que le tienen que hacer en esta época) haz
que no sea nada, pero si me quieres ya para ti, aquí me tienes, llévame
contigo al cielo y no me abandones en esa hora tan tremenda».
Al leer por primera vez este propósito recibí una gran impresión, pues
había visto palpable la protección de María Auxiliadora en los últimos
meses de su vida, con notas tan salientes y claras que no dudo fue la res-
puesta de la Virgen a esta petición y a la filial devoción que le profesó toda
su vida».
En 1948 fue destinada a la nueva Casa de Madrid en el Paseo de las
Delicias, donde como en toda Fundación, los primeros tiempos fueron
muy costosos y sacrificados, pudiendo así comprobar una vez más el gran
espíritu que tenía Sor Emilia.
Hablando íntimamente con una Hermana le decía: «Mi carácter me ha
llevado a muchas rabietas, pero eran sólo exteriores. Recen por mí pues
tendré que pagarlas todas en el Purgatorio».
Permaneció en la Casa de Delicias sólo un año. Después estuvo otro
curso en La Ventilla y de allí pasó a la Casa de Valdepeñas donde estuvo
diez años.
Su Directora de los últimos cinco años nos dice:
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«Era sacrificada y piadosa. Su salud estaba muy quebrantada, pero no
quería dejar de trabajar y de ser útil mientras pudiera. Se había vuelto un
poco caprichosa con la enfermedad, pero ella lo reconocía y agradecía
siempre la paciencia que todas tenían con ella.
Tenía tanto amor a su vocación que se maravillaba grandemente de
que alguna desease otra cosa e incluso de que se quejase por no haber
estudiado o por no tener aquella clase».
La enfermedad avanzaba y se notaba de día en día, pero ella fue muy
optimista con relación a su enfermedad. Eso también le hacía ser com-
prensiva y muy caritativa. Más de una persona lloró en Valdepeñas la
muerte de Sor Emilia.
Viéndola cada vez peor las Superioras la trajeron a Madrid en octubre
de 1965, con el fin de tenerla en plan de cura y de que estuviera más
cerca del doctor que atendía su enfermedad.
Tuvo que sufrir una operación de garganta y su mal avanzaba rápida-
mente. Pasó el invierno bastante mal, procurando no obstante mantenerse
en la vida común, pero ya en el mes de abril empeoró tanto que no podía
comer, por lo que el médico creyó conveniente volver a intervenirla quirúr-
gicamente para mejorarla.
En el mes de Mayo dedicado a la Santísima Virgen volvieron a interve-
nirla, pero esta vez sólo pudieron abrirla un conducto en el estómago ya
que lo tenía cerrado por su mal y al estar invadida por los tumores no
pudieron hacer más.
Como es natural, a ella no se le dijo nada y aun en medio de su grave-
dad, como empezó a alimentarse algo, volvió a sentirse optimista y a
recobrar la esperanza respecto a su enfermedad.
El médico venía a visitarla, pero no se podía hacer nada por ella. Ella
era ya muy consciente de su situación y así decía: «Yo estoy muy mal.
Tengo un cáncer y sin remedio. Lo veo claramente, pues cuando la Madre
Inspectora no me lleva a otro sitio ni me hacen nada es porque ya no
tengo solución. No creas que me importa. Tengo ganas de irme al cielo,
deseo estar con la Virgen. Estoy conforme con la voluntad de Dios. Recen
mucho por mí para que salga pronto del Purgatorio. Es triste morir pero
muero contenta porque muero Hija de María Auxiliadora». Sufría todo con
mucha paciencia aunque se encontraba muy mal. Sentía mucha necesi-
dad de hablar y cuando estábamos con ella siempre nos comunicaba lo
contenta que se sentía de haber sido Hija de María Auxiliadora y nos decía
que fuésemos siempre ejemplares y observantes, pues a la hora de la
muerte es cuando se ven las cosas con más claridad.
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Sabía que llegaba su fin y cuando su familia vino a verla veinte días
antes de su muerte, les dijo: «Estamos de paso. Os espero en el Cielo».
El Señor le pidió un gran sacrificio en sus últimos momentos y más
para ella que era tan sensible y tan amante hija de sus Superioras. Estaba
determinado que todas las Superioras de España hicieran los Ejercicios
Espirituales en Turín, en donde tenían que estar e!13 de agosto, debiendo
salir el día 11 de Madrid. Ya se veía claramente la gravedad de su estado,
pero las Superioras dejando todo previsto tuvieron que partir. Sor Emilia
aceptó la renuncia serenamente, despidiéndose de todas con mucho cari-
ño, asegurándoles el último abrazo con un ¡hasta el cielo!
Comulgaba todos los días. El día 14 le decía su enfermera: «Sabemos
que la Virgen va a venir pronto a buscarla, pero no sabemos cuándo». Ella
respondió: «Que venga cuando quiera. Mañana es la Asunción. Sí vendrá
mañana porque el 24 es ya tarde. No tengo miedo, pero recen mucho, no
digan: está en el Cielo. No, estaré en el Purgatorio... me han llenado de
muchas comodidades... tengo que ir al Purgatorio.
Al avanzar la noche sintió un gran ahogo. El doctor que la vigilaba nos
dijo que nada había que hacer. Ella gritaba: «Me ahogo». Una serenidad
envidiable la envolvió de cinco a seis de la mañana. Conservó su pleno
conocimiento y sensibilidad hasta el último momento. Dijo: «Madre, lléva-
me pronto al Cielo». Cuatro Hermanas rezábamos continuamente a su
lado. Nunca sentimos a la Virgen tan cerca. Rezamos la Consagración y
Plegaria y la renovación de los Votos. Ella lo seguía todo. Le pusimos el
Crucifijo a su alcance y lo intentaba besar. Hizo un ademán de despedida
con la mano y expiró. ¡Qué muerte más envidiable! María Auxiliadora res-
pondió admirablemente a su amante hija, llevándosela la mañana de la
fiesta de la Asunción como ella había deseado, haciendo palpable su con-
formidad con la Voluntad de Dios y la confianza en su misericordia que la
inspiró en estos últimos meses de su vida.
El día 16 a las 10 de la mañana tuvo lugar el funeral cantado por todas
las Hermanas de las Casas de Madrid, Salesianos, familiares, alumnas y
Antiguas Alumnas.
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7.3 Page 63

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SOR EUGENIA MATALLANA
Nació: e!13 de enero de 1932 en Peñaranda de Bracamente (Salamanca)
Profesó: el 5 de agosto de 1956 en Madrid
Murió: el 24 de junio de 1967 en Madrid
Sor Eugenia Matallana nació en Peñaranda de Bracamonte (Salaman-
ca) el día 13 de enero de 1932. Era hija de una familia bastante numerosa
por lo que ella vivió varios años de su infancia en casa de una tía.
Después de la Guerra Civil española sus padres se fueron a vivir a Bur-
gos y concretamente a la Barriada Yagüe. Más tarde en el año 1952, las
Hijas de María Auxiliadora fundaron en dicha Barriada una Casa para aten-
der la Guardería Infantil de Auxilio Social. Fue esta la ocasión que el Señor
le preparó a Sor Eugenia ya joven, para que empezara a frecuentar el Ora-
torio Festivo y conocer así a las Hermanas y el espíritu de Don Bosco.
La natural bondad de Eugenia y su inclinación a la piedad y al sacrificio
le hicieron compenetrarse pronto con las Hermanas que, necesitadas de
ayuda, contaron siempre con su colaboración. Era especialista en el trato
con los niños de esas edades infantiles, lo que demostró más tarde de
Hermana, siendo siempre una excelente maestra de párvulos.
Durante este tiempo se fue perfilando su vocación religiosa, teniendo
que vencer algunas dificultades familiares para realizarla. También su
salud poco robusta le ofrecía alguna resistencia. Pero pudo más su fuerza
de voluntad y la llamada del Señor y fue admitida como Aspirante.
Hizo su Aspirantado en la Casa de Madrid-Delicias y de esta época
tenemos el testimonio de su asistente que nos dice: «Conocí a Sor Euge-
nia cuando entró de Aspirante. En mi cargo de Asistente tuve ocasión de
tratarla de cerca. Su carácter era sencillo y alegre, vi siempre en ella igual-
dad de humor y gran docilidad en el cumplimiento de su deber.
Durante el Postulantado estuvo de ayudante en la clase de párvulas y
las niñas la querían mucho porque era bondadosa y paciente. También
ayudaba en la costura pues tenía gran habilidad para ello y siempre se la
veía activa respondiendo admirablemente de cuanto se le encomendaba.
Su piedad era sencilla y natural. Parecía que no le costase la obedien-
cia pues su carácter dócil le hacía someterse a cuanto era prescrito o
inculcado.
Se distinguió por el espíritu de trabajo y sacrificio hecho sin alarde y
con alegría».
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Comenzó su Noviciado pero la salud no le respondía por lo que las
Superioras juzgaron oportuno retrasar su profesión hasta que se recupera-
se. Por esas circunstancias volvió a la Casa del Aspirantado conviviendo
allí algún tiempo.
Esta estancia pasada con las Aspirantes dejó una estela especial,
pudiendo comprobar ellas mismas que se trataba de una novicia poco
común.
Faltaba poco tiempo para hacer la admisión de las Novicias a la Profe-
sión y en vista de la poca mejora de su salud la Directora le dijo con pena
que si en pocos días todo continuaba igual tendría que regresar a la fami-
lia. Le propuso hacer con mucho fervor una novena a María Auxiliadora y a
nuestros Santos, pidiéndoles la salud como señal de que Dios la quería
Hija de María Auxiliadora. Se empezó la novena a María Auxiliadora y a los
pocos días Sor Eugenia intentó hacer los movimientos de que estaba
impedida y con gran alegría vio que se encontraba muy bien y que le
habían desaparecido los dolores. Continuó con aquella mejoría creciente y
fue admitida a la Profesión tan deseada por ella y que realizó el día 5 de
agosto de 1956.
Fue destinada a la Casa de San Sebastián. Se le encomendó la clase
del Jardín de Infancia (60 alumnos de 3 a 6 años). Como ya tenía Sor
Eugenia alguna práctica en este trabajo, pronto se hizo dueña de la clase
haciendo cuanto deseaba con los niños, que la querían y respetaban
extraordinariamente, siendo admirable en el orden, la disciplina y aprove-
chamiento de aquellos pequeños que salían bien preparados para pasar a
las clases superiores.
Era también Asistente de Oratorio de un grupo de pequeñas a las que
atendía con toda solicitud y cariño, preparando sus clases de Catecismo
con verdadero celo apostólico. Estaba también a su cargo la Asociación
de los Santos Angeles.
De esta época tenemos el testimonio de algunas Hermanas que convi-
vieron con ella:
«He vivido con Sor Eugenia cuatro años y conservo de ella el mejor
recuerdo. Jamás puedo decir haber visto un mal ejemplo en ella. A pesar
de sufrir continuos dolores de cabeza y otros malestares siempre la he
visto paciente incluso con la sonrisa en los labios, caritativa y con gran
espíritu de sacrificio en cualquier trabajo».
En este penoso y constante trabajo por su falta de salud pasó Sor
Eugenia los seis años de profesión temporal. En 1962 hizo sus Votos Per-
petuos y fue destinada a la Casa de El Plantío. También en esta Casa se le
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encomendaron las párvulas, pero al final del segundo año tuvo que dejar
la clase por su falta de salud, a pesar de lo cual ella intentaba ser útil a la
Comunidad ayudando en la confección de trabajos manuales, labores,
etc. ofreciendo de esta manera su colaboración fraterna y procurando no
ser carga para nadie.
Una Hermana que convivió con Sor Eugenia en estos años de El Plan-
tío, nos dice:
«Conocí y viví algunos años con esta buena Hermana y a pesar de ser
ella muy joven ya llevaba el sello del sufrimiento en su persona y aunque
procuraba disimular cuanto podía, pues no le gustaba que la compadecie-
sen, siempre tenía la sonrisa a flor de labios y era muy afable con todos.
Cuando la veíamos.un poco apurada en algún trabajo y le preguntábamos
si quería que la ayudásemos, nos contestaba con mucho agradecimiento:
«Dios os lo pague». Lo poco que puedo hacer se lo ofrezco al Señor por la
conversión de los pecadores, para que todos los sacerdotes sean muy
santos, por nuestra amada Congregación, por nuestros familiares, etc. así
el Señor que ve mi buena voluntad me lo recompensará.
«A pesar de su buen carácter alguna vez se la veía contrariada y triste y
era por la pena que ella sentía de verse tan joven sin hacer nada de lo que
ella hubiera deseado, pero al momento se reía y nos decía: «Bueno, uste-
des limpien y yo rezo por todas, pues no quiero otra cosa que cumplir la
Voluntad de Dios».
Cuando se puso más grave y su cabeza ya no soportaba ningún ruido
se metía en su habitación y con un molde hacía de escayola un busto de
la Virgen que las niñas compraban para sus casas, consiguiendo así que
la imagen de la Virgen reinara en todos los hogares. Y como se dice:
«Amor con amor se paga» la Santísima Virgen, nuestra Auxiliadora, recom-
pensó a su hija querida por sus virtudes, por su observancia de las Cons-
tituciones y el día 24 de junio de 1967 se la llevó para siempre al cielo.
Ese día había sido el destinado para realizar unas graves pruebas pro-
yectadas por el médico. Sor Eugenia salió por la mañana de Casa acom-
pañada por la enfermera. Iba contenta, alegre y se despidió de las Herma-
nas y de la Directora con toda cordialidad.
Llegó a la Clínica y le aplicaron una inyección en la médula para realizar
el estudio previsto por el doctor. Fue tan grande la reacción que ésta pro-
dujo en su organismo y tan dolorosos sus efectos que después de unas
violentas convulsiones quedó sin conocimiento, teniendo que aplicarle
inmediatamente fuertes antídotos que poco a poco lograron tranquilizarla,
pero lógicamente actuaron de forma que redujeron sus energías vitales y
en pocos instantes entró en estado de coma. En este estado duró diez
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horas, luchando entre la vida y la muerte. Todas las Hermanas de la Ins-
pectoría rezaban intensamente ante el Sagrario. Inenarrable el dolor de las
Superioras que acudieron urgentemente a la clínica. Se le administró el
Sacramento de los Enfermos estando privada del conocimiento que no
volvió a recuperar a pesar de las inyecciones que se le pusieron y de
cuanto se hizo por tratar de reanimarla.
A las 9,45 de la noche entregaba su alma al Señor. Era un día 24 y
parece como si la Virgen de la que fue tan devota y fiel hija, quisiera llevar-
la consigo en esta conmemoración mensual.
Su cadáver fue llevado a la Casa Inspectorial. Allí se instaló la capilla
ardiente en la cripta donde las Hermanas la acompañaron constantemente
con sus oraciones.
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SOR ANTONIA MEDINA
Nació: e!18 de febrero de 1891 en Talarrubias (Badajoz)
Profesó: el 5 de agosto de 1923 en Sarria (Barcelona)
Murió: el 2 de septiembre de 1967 en Madrid
Vamos a tratar de dar en estas páginas una somera idea de la persona-
lidad y de la labor realizada en el Instituto por nuestra querida Sor Antonia
Medina Medina, que ha sido una de las Superioras más completas y for-
madoras de cuantas ha tenido hasta ahora la Inspectoría de Madrid, por
los valores de todo orden con que Dios la dotó y por las recias y grandes
virtudes que ella practicó, haciendo honor a su condición de extremeña
que la hicieron valiente, arriesgada, tenaz y sobre todo mujer de gran
corazón y de ideales muy definidos y concretos.
En Talarrubias (Badajoz) nació Sor María Antonia el 18 de febrero de
1891. Pertenecía a una familia bien acomodada de aquella localidad com-
puesta por sus padres, tres hermanos y dos hermanas, siendo ella la
mayor. Su madre era una señora de gran rectitud y carácter, que supo
educar con energía a sus hijos, formándolos muy cristianamente y acos-
tumbrándolos desde jóvenes al trabajo, a la renuncia y al servicio a los
demás, aunque su posición era muy desahogada. Su padre era de gran
bondad de corazón y muy generoso.
Heredó las grandes virtudes y cualidades de sus padres, siendo muy
inteligente, activa, generosa, simpática y alegre. En su obrar era rectísima y
valiente, no habiendo barreras para ella cuando se trataba de hacer el bien.
Su madre en el afán que tenía de que se formara en el trabajo y se
hiciera una buena ama de casa, la exigía una labor continuada y le hacía
un horario de distribución del trabajo, procurando que aprendiera reposte-
ría, orden de la casa, labores, etc. así como a cuidar de sus hermanos, los
cuales la obedecían como a su propia madre. El Señor se valió de estas
circunstancias para conseguir que Sor Antonia se preparase a su futura
misión de Superiora, en la que resultó completísima pues sabía de todo y
poseía junto al gran corazón de madre un pulso de padre, empleando
siempre ambas cosas en beneficio de las personas que de ella dependían.
Era muy aficionada a la lectura y en largas temporadas que pasaba en
su juventud acompañando a un tío sacerdote, hermano de su madre,
dedicaba tres o cuatro horas diarias a la lectura de buenos libros escogi-
dos por su tío hombre de gran cultura. Esto la instruyó muchísimo y fue
otro medio que la Providencia le deparó en vistas a su futura misión.
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Cuando tenía 28 ó 30 años estuvo gravemente enferma de erisipela,
llegando a estar a punto de morir. Ella recordaba después este trance,
pues tuvo hasta la mortaja preparada y oyó decir a un médico: «De esta
noche no pasa». Fue en esta enfermedad cuando le prometió a la Virgen
que si se curaba se haría religiosa.
Un día por la tarde en Madrid su hermano médico, Antiguo Alumno sale-
siano de Utrera, la llevó al teatro salesiano de Atocha, donde se celebraba
una velada para despedir al Director que cesaba y recibir al que llegaba.
Resultó un acto cordialísimo, saturado de espíritu de familia, con abrazos de
Superiores y hermanos, etc. Todo eso le agradó a ella mucho y preguntó si
había una rama femenina salesiana, decidiendo que la conocería lo más
pronto posible para entrar en el Instituto, cosa que efectuó al poco tiempo.
Hizo el Postulantado dando pruebas seguras de su vocación, ya que a
pesar de las privaciones y las dificultades que se pasaban, no pensó
nunca en dejarnos sino que seguía adelante con todo entusiasmo.
Era una excelente maestra de labores, cantaba bastante bien y sabía
entretener a las niñas con su gracia extremeña y sus interesantes narra-
ciones. De este tiempo nos dejó a todas un recuerdo muy agradable. Des-
pués pasó a Sarria (Barcelona) para hacer su Noviciado.
De este tiempo nos hablan algunas Hermanas que convivieron con ella
en Sarria. Una de ellas nos dice:
«Conocí a Sor Antonia Medina cuando entró en el Noviciado de Sarria.
Era muy alegre y cariñosa con todas, obediente, no se ofendía por las
correcciones. Si había que hacer algún sacrificio ella era la primera que se
ofrecía. En el primer año de Noviciado la puso la Madre Maestra como
Encargada del Taller, pues entendía de bordado y confección, así como
de arte culinario, por lo que como tuviera que ir a la cocina lo hacía bien y
con amor. Tenía un carácter un poco fuerte, pero se vencía constante-
mente. Cuando nos enseñaba lo hacía con tanta paciencia y habilidad que
todas quedábamos admiradas».
Otra Hermana comenta:
«En los recreos, cuando estábamos cansadas de jugar, pedíamos a
Sor Antonia que nos contase alguna cosa interesante, pues nos gustaba
mucho oírla hablar ya que lo hacía muy bien pues era muy culta y amena
en sus conversaciones. Ella se prestaba con gusto a hacerlo y siempre
terminaba con algún pensamiento espiritual que nos hacía mucho bien».
Profesó en 1923 siendo destinada primeramente a Alella donde trabajó
con el entusiasmo de siempre durante un año y después la obediencia la
trajo a Salamanca.
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En esta ciudad pasó gran parte de su vida religiosa, desde el año 1923
hasta 1951, o sea 28 años, exceptuando uno que estuvo en Barcelona.
Fue Hermana de la Casa de Sancti Spiritus, pasando después a la Plaza
de Anaya y retornando más tarde a la Casa Nueva del Paseo de Canalejas
que con tantos sufrimientos y sacrificios fue construida al terminarse la
Guerra Civil, siendo inaugurada en el año 1946-47.
En estos largos años Sor Antonia tuvo ocasión de conocer y relacionar-
se con muchísimas personas de consideración de Salamanca, tales como
catedráticos, eclesiásticos, profesionales, familiares de alumnas, etc.
Todos apreciaban y valoraban sus grandes virtudes y cualidades, ayudán-
dola eficazmente a resolver las dificultades que atravesó en esta época
tan crítica.
Cursó los estudios de Magisterio, adquiriendo no sólo los conocimien-
tos de la carrera, sino también los de Psicología de las Profesoras de su
tiempo, cosa que le valió mucho después cuando siendo Directora prepa-
raba ella misma a las alumnas libres de Magisterio.
Por su santa intrepidez consiguió que se edificara el Colegio del
Paseo de Canalejas. En la Comunidad procuraba ser la primera y estar
perennemente en la brecha. Compadecía los caracteres difíciles, ayuda-
ba a las que comenzaban la vida religiosa con materna bondad, cuidaba
delicadamente a las enfermas. Era una auténtica madre y procuraba evi-
tar el sufrimiento en todas las Hermanas sabiendo comprender en toda
ocasión.
Trabajó incansablemente por las vocaciones, bendiciéndola el Señor
con un gran número de ellas, pues sabía advertir la llamada de Dios y ella
era la que las animaba a su decisión, entusiasmándolas con su entrega
total al Señor.
Durante más de un año tuvo que sostener una dura batalla con el
Señor Obispo que nos apremiaba a dejar la antigua Casa de Sancti Spiri-
tus pues él la quería para sus sacerdotes, ya que no quería que estuvie-
sen dispersos ni en casas particulares. Se rezó mucho y a pesar de tanta
oposición y presión no se desanimó y continuó luchando hasta conseguir
que la Virgen, a la que invocaba con fe, lograra conseguir lo que deseá-
bamos.
En las fiestas que más gozaba era en las fiestas salesianas. El día 5 de
agosto aniversario de su Profesión dejaba siempre ver su intenso amor al
Instituto.
Era la mujer fuerte del Evangelio. No conocía dificultades, todo lo sabía
sobrellevar. Sabía de todo y procuraba que las Hermanas que estaban
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cerca de ella lo aprendieran también, de esta manera se daba a todas
pues quería que fuésemos muy útiles al Instituto.
Pero si hay algo que pueda destacar en esta gran mujer y gran Hija de
María Auxiliadora fue su gracia especial para descubrir y cultivar las voca-
ciones. En todas las Casas en que estuvo formó el «Platanar» grupo voca-
cional que personalmente dirigía.
Debido a su conocimiento de «vida práctica» nos hacía vivir en su
genuina forma el Sistema Preventivo. El móvil de su vida era la gloria de
Dios y el bien del Instituto, por el que trabajaba siempre incansablemente.
Después de trabajar tanto en Salamanca, al terminar el tiempo de su
directorado fue destinada por las Superioras a la Casa de Baracaldo (Viz-
caya) en el año 1951, también como Directora. El cambio iba a ser para
ella costosísimo pues dejaba un Colegio de segunda Enseñanza, con una
vida apostólica extraordinaria para ir a una Escuela sin vida, sin horizon-
tes, en la que sólo se podían tener niñas pequeñas y muy pocas por deci-
sión de la Entidad que había cedido los locales. La Casa además era
pobre, sin trabajo ni ambiente. El Señor permitió que su espíritu se viera
momentáneamente turbado ante la perspectiva que se le ofrecía, pero su
amor a Dios, al Instituto y a las almas pudo tanto que rehaciéndose rápi-
damente empezó a planear y a poner en marcha la Escuela Profesional
Femenina, de forma que en menos de dos años levantó la Casa a un nivel
de actividad y acción apostólica imposible de vislumbrar a su llegada a
Baracaldo.
Dejó la pluma y los libros por las máquinas de bordar y la repostería,
enseñando a cada Hermana lo necesario para poder atender las clases de
Costura, Bordado, Plancha, Repostería, etc. Poco a poco se formaron los
famosos talleres que en las distintas exposiciones habían de admirar al
Pueblo Vasco. La vida cambió completamente. Se consiguió un buen
ambiente, vino mucho trabajo, se aumentaron las clases y se formaba a
las jóvenes para ser dignas esposas y buenas cristianas, siempre bajo la
devoción de María Auxiliadora.
Con el trabajo Sor Antonia recobró la alegría y se ilusionó con la obra,
llegando a decir que se encontraba más feliz bordando que incluso en
Salamanca.
Como tenía el empuje de las almas grandes, al igual que Santa Teresa,
se ilusionó con la idea de llevar a nuestro Instituto por las nobles tierras
vascas, haciendo rezar a todas por esta intención. Con este fin hicimos
una visita al Sr. Alcalde de Bilbao acompañadas por el Sr. Director del
Colegio Salesiano de Deusto. Después de un corto saludo de presenta-
ción, tomó la palabra Sor Antonia y habló con tal entusiasmo de la Con-
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gregación, que al final dijo el Sr. Alcalde a las Hermanas que la acompa-
ñaban: «Les felicito porque tienen una Superiora valiente y emprendedo-
ra».
En los dos años que estuvo en Baracaldo el Señor la bendijo con abun-
dantes vocaciones para el Instituto, lo cual era para ella siempre motivo de
total alegría.
Al terminarse esos dos años, la Rvda. Madre Inspectora había recibido
la propuesta del Padre Salesiano D. Juan Manuel de Beovide para aceptar
la Obra Social de la Caja de Ahorros Municipal de San Sebastián para la
formación de la Mujer, que tenía delante de sí un gran porvenir de aposto-
lado en aquella hermosa ciudad del Norte. Aunque eran tiempos en los
que las Superioras Generalicias no solían autorizar nuevas Fundaciones en
el Instituto, como ésta ofrecía unas condiciones muy especiales, dieron el
correspondiente permiso y fue elegida Sor Antonia como Directora. Era el
verano de 1953 y la noticia la llenó de alegría, pues ya se había compene-
trado con el Pueblo Vasco y veía la posibilidad de cultivar vocaciones para
el Instituto.
En Baracaldo dejó un recuerdo imperecedero por su actividad incansa-
ble, apertura a nuevos y risueños horizontes, observancia, vida de familia,
alegría y trabajo.
El Señor recompensó ampliamente sus sufrimientos y sacrificios pasa-
dos en Baracaldo, concediéndole una estancia feliz en San Sebastián,
donde trabajó con el mismo entusiasmo y la gran eficacia de siempre.
Los primeros tiempos de la Fundación no fueron fáciles, pues el haber
sido las Hijas de María Auxiliadora las destinadas a ocupar y dirigir la
Escuela-Hogar «Virgen del Coro» que sustituía a la antigua «Maternidad»,
no fue bien visto por los maestros nacionales y otras Entidades que desea-
ban haber ocupado nuestro lugar, por lo que al principio movieron bastan-
tes papeles para evitar nuestra ida y la puesta en marcha de la Obra.
Pasados los primeros conflictos, la Escuela Hogar marchó siempre
viento en popa, bajo la dirección de Sor Antonia y el asesoramiento y rec-
torado del Padre Beovide que fue el primer promotor y lo ha seguido sien-
do durante los años de su funcionamiento, alma de la misma Obra y
ayuda eficaz y fraterna para las Hermanas. En todo momento consejero y
mediador ante la Caja de Ahorros para conseguir cuanto se juzgaba nece-
sario y conveniente para el bien de las jóvenes y de la Escuela.
Sor Antonia pasó siete años en esta Casa de San Sebastián, que
según ella fueron los más serenos y felices de su vida. Como siempre en
este tiempo trabajó intensamente, tanto en la dirección de la Casa como
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en la formación de las Hermanas, en las que imprimía el genuino espíritu
religioso salesiano con la palabra y con el ejemplo y con la materna y firme
exigencia de disciplina regular en el cumplimiento de sus deberes. Se hizo
querer y respetar de todos con su energía característica y con su gran
corazón.
Al terminar el curso 1959-60 la Inspectora la destinó como Directora a
la Casa de Delicias de Madrid. Sintió mucho dejar San Sebastián, pero al
ver que iba a continuar trabajando en una responsabilidad de considera-
ción la animó bastante, pues le hacía pensar que todavía podía ser útil al
Instituto a pesar de sus casi 70 años de edad.
En la Casa de Delicias fue bien recibida por las Hermanas entre las que
se encontraban varias que habían estado con ella en Salamanca o que
habían sido alumnas.
El Señor permitió que en el segundo año de estar en esa Casa tuviera
mucho que sufrir a causa de unos caracteres difíciles y por incomprensio-
nes, lo cual dada ya su edad le hizo caer enferma con un agotamiento
extremo, hasta tal punto que la Inspectora tuvo que enviarla a descansar a
la Casa del Noviciado. Después aprovechando los Ejercicios de las Direc-
toras, regresó a San Sebastián para buscar su recuperación. No se logra-
ba levantarle el ánimo porque en seguida volvía a sus preocupaciones y
sufrimientos lo cual era debido a la arterieesclerosis que padecía. En
noviembre, viendo que la situación no cambiaba, volvieron a traerla a la
Dehesa de la Villa.
Poco a poco fue normalizando su vida y ella misma organizaba su
tiempo de oración, trabajo, lectura, etc. llegando a estar contenta y a dis-
frutar de paz y serenidad en la aceptación de la Voluntad de Dios.
Era discretísima. Su gran experiencia tenía que hacerle ver las cosas y
sus soluciones prontamente, pero nunca se permitió juzgar nada, ni mani-
festar su opinión y mucho menos su desagrado; al contrario ensalzaba la
actitud y el enfoque que la Directora daba a las cosas, demostrando públi-
camente su agradecimiento y contento, siempre para dar buen ejemplo a
las Hermanas.
Sufría mucho al comprobar su rápido deterioro, viéndose poco a poco
imposibilitada para hacer los trabajos que siempre había hecho con facili-
dad y gusto, pues era activísima. Siempre la vimos sometida a la Voluntad
de Dios, fruto de su intensa oración.
Unida a la falta de salud física, tuvo que padecer una gran sequedad
de espíritu que le hacía imposible todo consuelo espiritual. Fue una gran
purificación que el Señor le hizo pasar. Sólo deseaba morir y cuando se le
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acercaba alguna Hermana siempre decía: «Pedid al Señor y a la Virgen
que me lleven pronto».
Este sufrimiento tan grande fue minando su salud de tal forma que al
cabo de un año, el 2 de septiembre de 1967 rindió su espíritu al Señor en
una agonía terrible que duró 24 horas.
No podía hablar pero sí oír y cuando rezábamos a su lado jaculatorias,
hacía señales para que callásemos. Posteriormente la Hermana Directora
encontró entre sus cosas una carta en la que pedía a la Comunidad que
cuando ella estuviese expirando no la dijeran nada, sino que la dejaran
centrarse totalmente en Dios a cuyo encuentro iba.
Nuestra Inspectoría perdió con ella una de nuestras mejores Superio-
ras.
Sor Antonia Medina fue una de aquellas mujeres que la Sagrada Escri-
tura alaba por su prudencia.
Plasmadora de almas juveniles, al estilo de Don Bosco, no ahorró ener-
gías para tratar los gérmenes de vocación religiosa salesiana y lo hizo de
tal modo que los frutos no se dejaban esperar.
Cuántas Hermanas le deben, después de a Dios, la dicha de trabajar
bajo las banderas salesianas y cuántas otras han hecho de sus hogares
otros tantos templos donde se alaba a Dios y se practican todas las virtu-
des humanas y cristianas.
Quiera el Señor y nuestra Madre María Auxiliadora suscitar en nuestras
filas muchas Superioras como ella y entre nuestras niñas muchas Hijas de
María Auxiliadora que ardan en su mismo ideal.
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SOR CONSTANTINA LARA
Nació: el 6 de marzo de 1938 en Santa Cecilia (Burgos)
Profesó: el 5 de agosto de 1958 en Madrid
Murió: el 18 de mayo de 1968 en Madrid
Nació de una familia muy sencilla, humilde y muy cristiana. Fue educa-
da por sus padres que deseaban transmitir a sus hijos el caudal de fe que
ellos poseían.
Constantina pronto supo asimilar el espíritu de piedad que reinaba en
la familia, adquiriendo una gran devoción a la Virgen bajo la advocación
del Rosario y recibía con frecuencia los Santos Sacramentos, aunque a
veces tuviera que andar con sus padres tres o cuatro kilómetros para lle-
gar a la Iglesia por falta de sacerdote en el pueblo.
En la familia reinaba una gran unión de corazones y mucho amor entre
padres e hijos y entre los hermanos. En este ambiente sencillo y apacible
se fraguó la vocación de Constantina que fue realmente fuerte y muy
generosa.
Ingresó en el Aspirantado en el año 1954. En esta época era una joven-
cita muy alegre, piadosa y muy caritativa, pues según el testimonio de sus
compañeras se distinguía por su caridad. Siempre estaba dispuesta a
hacer algún favor, por lo que las demás Aspirantes acudían con frecuencia
a ella.
En el Noviciado unido a su gran caridad se destacó su espíritu de
sacrificio, su amor a las Novicias y su deseo de pasar desapercibida.
Se distinguió también en este tiempo por su constante y alegre buen
humor, gastando bromas a las novicias, haciéndoles pasar amenos recreos,
lo cual era fruto de su celo y caridad.
Su Maestra de Novicias nos dice que fue una Novicia buena, sencilla,
de buen criterio, alegre y piadosa. La recuerda como persona jovial, de
pocas palabras, pero siempre en armonía con todas; dispuesta a recono-
cer su espontaneidad en decir su propio parecer y también dispuesta a
someterse a las opiniones dadas.
Pasó felizmente su Noviciado siempre ocupada en trabajos de casa,
cocina y ropería, con deseo de pasar desapercibida y de vivir para Dios.
Al profesar el día 5 de agosto de 1958 fue enviada al Aspirantado de El
Plantío como cocinera.
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De esta época nos dice alguna Aspirante que convivió con ella y que
tuvo ocasión de ayudarla en la cocina, que era muy delicada en el trato
con ellas, las enseñaba mucho y con sus bromas les hacía más fácil la
superación de la nostalgia familiar propia de esa época. Se advertía en ella
un gran espíritu de sacrificio, siendo siempre la primera en lanzarse al tra-
bajo más duro. También les llamaba la atención cómo siempre se esforza-
ba en disimular lo negativo de las Hermanas y por el contrario resaltaba
mucho lo positivo.
Llegado el verano, las Superioras la destinaron a la Casa de Ferrovia-
rios de Madrid, donde atendió la cocina de los salesianos y de los alum-
nos de este Colegio de Huérfanos que eran muy numerosos. El trabajo de
este año fue muy duro pues además del muchísimo trabajo estaban sin
Directora, pues dependían de la Dehesa de la Villa. También coincidió este
tiempo con una larga temporada de obras en la cocina, durante la cual
tuvo que estar preparando la comida en el patio lo que supuso que pasara
mucho frío y fue la causa del origen de su penosa enfermedad. Ella todo lo
superaba con generosidad y alegría, ofreciendo todos sus sacrificios al
Señor y demostrando su amor a los Padre Salesianos.
Jamás hizo sentir el peso del trabajo, sino que esta dispuesta al mismo
sin negarse a nada. Nos dice la Directora que muchas veces tuvo que limi-
tar su actividad por temor a que se enfermara, pues ella era muy despreo-
cupada en ese sentido.
Su vida era silenciosa, entregada, alegre, porque siempre tenía como
centro a Dios. Se la veía siempre unida a Superioras y Hermanas, practi-
cando con mucha naturalidad la virtud de la paciencia. Con frecuencia
solía decir: «Es tan hermoso trabajar por Dios...» Tenía una virtud especial
para mandar a las empleadas, las cuales cumplían su deber con alegría
por medio de este gran arte que ella poseía.
En el año 1962 se le empezó a manifestar con bastante violencia la
enfermedad que iba a ser su cruz en los seis últimos años de su vida, el
asma. Los fuertes ataques de esta enfermedad la hicieron sufrir mucho y
poco a poco la obligaron a retirarse del trabajo. Fue una prueba muy dura
para ella que era tan trabajadora y que no podía estar sin dar un contribu-
to a la Comunidad. Pero supo aceptar esta limitación con espíritu de sacri-
ficio y con mucha fe.
Como sus sufrimientos físicos iban en aumento y pasaba unas crisis
enormes de ahogo, con la sensación de perder la vida con bastante fre-
cuencia, comenzó a sentir la necesidad de estar siempre acompañada por
temor a morir sola. También empezó a sentir la necesidad de defenderse
con empeño del frío y de las corrientes que pudieran perjudicarla, lo cual
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contribuyó a que su carácter siempre amable y alegre se volviera un poco
fastidioso y un poco exigente sobre todo con la Hermana enfermera que la
atendía.
La Directora de este tiempo nos habla de Sor Constantina:
«A mi modo de ver esta hermana se hizo más fervorosa a partir de una
operación quirúrgica en la que se puso muy grave, tanto que los médicos
no dieron ninguna esperanza. Le preguntamos si quería recibir los Santos
Sacramentos y nos dijo gustosa que sí, pues era mejor estar preparada
para lo que pudiera ocurrir y los recibió con mucho fervor. Una noche
estando con ella en el Sanatorio me dijo: «Esta noche he estado muy mal.
Me dio un colapso que me duró mucho tiempo, pero vi cosas tan bonitas
que me dio pena despertar. He visto cuadros muy bonitos». A partir de
ese momento la sonrisa se convirtió en ella en algo habitual. Después de
recibir los Santos Sacramentos empezó a mejorar rápidamente y pudo ser
llevada a la enfermería de la Casa Inspectorial.
Cuando llegaron los días de los cambios de las Hermanas, las Superio-
ras pensaron que quizá le viniera bien los aires nativos y con ese fin la
destinaron a la Casa de Burgos, en la que a penas pudo estar un mes,
pues le dio un ataque muy fuerte y la tuvieron que traer rápidamente a
Madrid.
Viendo que cada vez se encontraba peor y que a penas respondía ya a
los medicamentos, se puso el caso en manos de un célebre cirujano quien
viendo su estado tan crítico decidió realizar una intervención quirúrgica.
Después de una preparación minuciosa se llevó a cabo la operación que,
en el primer momento resultó ser satisfactoria aunque proporcionó
muchas molestias a la pobre enferma. El doctor la seguía con mucho inte-
rés y con gran temor.
Fue mejorando lenta pero favorablemente y experimentó un cambio
radical en su carácter. Volvió a ser la hermana afable, cariñosa y alegre,
dispuesta a acoger y consolar a todo el que se le acercase como lo había
hecho anteriormente. Su piedad se cimentó mucho más y su vida fue una
continua y silenciosa inmolación a su Dios para quien totalmente vivía y a
quien sabía iba a encontrar pronto.
Al salir del Sanatorio volvió a la Casa de Villaamil en Madrid para que
pudiera ser mejor atendida, ya que la Casa contaba con mejores condicio-
nes para ello.
De esos dos años que vivió todavía los testimonios son unánimes en
afirmar que ella dio ejemplo de óptimo comportamiento en su vida religio-
sa: humilde, servicial, sacrificada, siempre con la sonrisa en los labios y
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procurando que su sufrimiento fuera sólo para ella. En las largas noches
de insomnio y de ahogo no permitía que ninguna Hermana la acompañara,
pues decía que ya que lo tenía que pasar ella, que las demás descansaran
porque tenían que trabajar al día siguiente.
Cuando se encontraba peor y no podía levantarse, al ir a visitarla siem-
pre recibía a todas con una habitual sonrisa y tenía conversaciones espiri-
tuales.
Aunque la operación le había mejorado bastante, el mal con el trans-
curso del tiempo volvía a avanzar aunque más lentamente que antes. Ella
sufría físicamente en medio de una soledad de espíritu, mostrándose sere-
na y alegre exteriormente, lo cual supone una virtud poco común.
Una Hermana que vivió con ella los últimos años nos confía:
«Un día hablando íntimamente con Sor Lara me decía: «Siento tan
poco a Dios. Hace muchos años que no sé lo que es un consuelo espiri-
tual. Vivo en una aridez y sequedad continuas. Sólo me sostiene la fe,
pero así, a secas...» La considero heroica. Esa enfermedad más la conti-
nua aridez y su exterior siempre alegre tiene que haber agradado mucho al
Señor».
Las niñas decían de ella: «Sor Lara siempre está sonriente y muchas
que por no tratarla desconocían su nombre, decían: «la Hermana que
siempre sonríe.
Supo sufrir en silencio y supo sonreír a todas. Amaba el pasar desaper-
cibida.
Llevaba algunos días que no se encontraba bien y una noche en la
cena aumentó su malestar, por lo que apenas sin ser notada se levantó de
la mesa y se fue a su habitación. Subió la enfermera a verla y le dijo que le
dolían mucho las piernas y que se encontraba muy mal, peor que nunca.
Se llamó inmediatamente al médico el cual indicó que era cuestión de un
problema circulatorio, ya que los continuos ataques del asma habían
dañado considerablemente el corazón. Pasó el día regular y la noche en
vela.
Por la mañana bajó la enfermera a Misa con intención de avisar des-
pués al sacerdote para que le subiera la Comunión, pero cuando acabó la
Misa, la Hermana que estaba supliendo a la enfermera bajó angustiada
para comunicar que Sor Constantina acaba de entregar su alma a Dios.
Con la misma suavidad y deseo de pasar desapercibida con que había
vivido se fue al Cielo.
Su muerte causó mucha impresión a las niñas del Colegio que la cono-
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cían sobre todo de verla rezar en la capilla. Ese día fueron muchas las que
se acercaron al sacramento de la Reconciliación. Después se encomenda-
ban a ella y sintieron su protección.
A todas nos dejó admiradas por su virtud profunda y sencilla, impreg-
nada de una santa indiferencia. Sentimos pronto la seguridad de que se
encontraba gozando de Dios por ella tan deseado y tan amado en la acep-
tación de su divina Voluntad.
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SOR FELISA TORREQUEBRADA
Nació: el 4 de noviembre de 1916 en Madrid
Profesó: el 5 de agosto de 1943 en Sarria (Barcelona)
Murió: el 10 de diciembre de 1968 en Béjar (Salamanca)
Sor Felisa Torrequebrada perteneció a una familia sencilla y cristiana,
compuesta por varios hermanos y dos hermanas que vivían en Madrid
cerca de nuestro Colegio de La Ventilla, al que la llevó su madre desde
pequeña. Conoció pues muy pronto a las Hermanas y se encariñó con
ellas, siendo además una excelente colegiala y una entusiasta oratoriana.
Su niñez y juventud las pasó bajo la mirada y protección de María Auxilia-
dora que pronto la distinguió llamándola a formar parte de las Hijas de
María Auxiliadora.
De esta primera parte de su vida tenemos pocas referencias.
Le costó un poco de trabajo obtener el permiso de su madre, viuda ya
en esta época, pero una vez que lo obtuvo preparó sus cosas e ingresó
como Postulante el 31 de enero de 1941, a los dos años de haber acaba-
do la Guerra Civil Española, por lo que la situación era muy difícil a nivel
económico y Sor Felisa como las demás compañeras se sometieron a
esta situación con gran sacrificio.
Marchó a Barcelona (Sarria) para hacer el Noviciado. De esta época
tenemos el testimonio de la Hermana que estuvo haciendo provisional-
mente de Maestra de Novicias. Nos dice:
«Siendo tan reducido el número de las Novicias, formábamos una
comunidad muy familiar y era fácil conocernos. Ella era piadosa, desen-
vuelta y sacrificada en sus quehaceres, mostrándose siempre dispuesta a
prestar ayuda a todas y siendo sencilla y amable. Fue siempre entusiasta
de la paz y la unión, procurando animar cuando surgían las dificultades».
Los testimonios de otras compañeras de Noviciado son acordes en
decir que su vida traslucía grandes deseos de santificarse, de trabajar por
la gloria de Dios y de salvar almas, siendo muy consciente del fin por el
cual había venido a la Vida Religiosa.
En su vida de profesa siguió trabajando con entusiasmo en las virtudes
ya indicadas: prudencia, ser ángel de paz, estar siempre fielmente unida a
las Superioras y un celo ardiente por hacer el bien a las jóvenes y a las
niñas en la clase y en el Oratorio. Estos fueron sus constantes ideales.
Estuvo destinada en varias Casas, en unas de ropera, en otras como
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maestra de labor o de párvulas. Siempre fue asistente de Oratorio por el
que tenía gran celo y casi hasta su muerte dio clase de labor nocturna a
las chicas que trabajaban.
Una Antigua Alumna de Béjar, hoy Hija de María Auxiliadora, nos dice
cómo era para ellas Sor Felisa:
«Conocí a Sor Felisa en el Colegio de Béjar donde yo era alumna. Ella
era la Profesora de labor de Bachillerato Elemental. Se dominaba muchísi-
mo por usar siempre mucha paciencia con nosotras. Si a veces tenía una
palabra más fuerte, con toda sencillez nos pedía perdón y después seguía-
mos tan amigas.
Era muy amante de las niñas obreras. Tenía con ellas clase de labor
nocturna y yo me atrevo a afirmar que eran sus predilectas.
Me admiró mucho su constancia en el Oratorio. Era siempre la primera
que salía al patio y la última que se marchaba. Su presencia era muy acti-
va. Se daba generosamente aunque a veces no encontrara la acogida
suficiente en nosotras. Se veía que su apostolado tenía fundamentos sóli-
dos. Era muy devota de la Virgen. Nos hablaba de Ella con mucha espon-
taneidad. Nuestra despedida del Oratorio cuando estaba ella y eso ocurría
casi siempre, era con un recuerdo para María Auxiliadora.»
Su salud fue siempre un poco delicada, pero se fue empeorando a
medida que fue pasando el tiempo. Cuando las Superioras se dieron
cuenta de que estaba desmejorándose, le enviaron a Madrid para que la
viera un médico especialista, el cual dictaminó una operación pues tenía
una grave úlcera de estómago. Esta fue un éxito pero la convalecencia se
prolongó mucho ya que la había sorprendido la intervención cuando ella
estaba muy débil. Era el año 1964. En esta ocasión fue edificante su acep-
tación del sufrimiento.
Una vez repuesta de la operación inmediatamente se puso a trabajar
con el mismo entusiasmo de siempre.
Pasó un año o dos muy repuesta en su salud, pero después empezó
con grandes dolores del lado derecho que se extendían por el vientre. El
médico diagnosticó inmediatamente cáncer de hígado en un estado muy
avanzado y por lo cual no se pudo hacer nada. Se le puso régimen de
comida muy especial y un tratamiento fuerte que le ayudaba a calmar los
dolores.
Se consultó también con el médico que le había operado la úlcera y
coincidió con el diagnóstico. A ella no se le dijo nada y volvió a Béjar con
la esperanza de mejorar.
En ese año, 1968, Sor Felisa y sus compañeras celebraban las Bodas
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de Plata de su Profesión Religiosa. Estaba decidido que participaran en la
tanda de Ejercicios para Directoras que se iba a celebrar en Palencia. A
ella se la invitó y aunque no se encontraba bien, manifestó su deseo de
unirse a sus compañeras y participar de las charlas y reflexiones con esta
ocasión. Hizo el viaje en coche, mostrándose siempre contenta y tomó
parte en todo con mucho fervor y gran esfuerzo de voluntad.
Regresó nuevamente a Béjar y pasó el verano haciendo un descanso
total. La Directora tenía que luchar con ella pues quería participar en el
Oratorio y salir de paseo con las niñas a pesar del mal tiempo.
Cuando la Comunidad se dispuso a organizar el curso vio que a ella no
le asignaban ninguna responsabilidad y eso le hacía sufrir. La Directora se
vio obligada, una vez consultado el médico, a decirle la verdad de su
enfermedad. Se sometió gustosa a la Voluntad de Dios aunque le costó
mucho trabajo.
Pasó los meses de octubre y noviembre en un continuo y generoso ofre-
cimiento al Señor, pero con la esperanza de que María Auxiliadora le hiciera
la gracia de curarla para poder seguir trabajando en bien de las almas.
«Nos dice una Hermana: «En esos últimos meses de su vida un día
hablando conmigo decía: «Yo le digo al Señor que haga como quiera, si
quiere llevarme, que me lleve y si quiere que viva enferma sufriendo, con-
forme, y si quiere curarme...» y se le saltaron las lágrimas dejando sin ter-
minar la frase».
En esta época de tanto sufrimiento, como buena Hija de María Auxilia-
dora lo ofrecía todo por el bien espiritual de las almas que la Virgen les
confiaba en el Colegio y en el Oratorio.
Poco a poco Sor Felisa se fue consumiendo hasta un extremo no muy
corriente, pues verdaderamente era un esqueleto recubierto de piel. Vivía
intensamente su piedad ya que conservó el conocimiento hasta el final.
Las Hermanas de la Comunidad estaban admiradas de su capacidad
de sufrimiento y de su serenidad ante la muerte. Viéndola ya tan mal, se le
administró el Sacramento de los Enfermos que ella recibió con pleno
conocimiento y con edificante fervor. Después como una velita que se
extingue, entregó su alma al Señor.
Sor Felisa era muy querida en Béjar pues llevaba allí muchos años y
eran numerosas las jóvenes que habían recibido sus enseñanzas y disfru-
tado de su trato afable y de su grande interés por todas. Al saberse su
fallecimiento se puede decir que casi todo el pueblo pasó por la capilla
ardiente. Se veía llorar desconsoladamente a las Antiguas Alumnas y a
todas las personas amigas.
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Por la mañana a las 11 se celebró el funeral en la Parroquia que estaba
totalmente abarrotada de público, hasta el extremo de que muchas perso-
nas no pudieron entrar.
Como nota curiosa añadimos que a los 11 días del entierro se celebró
el sorteo de la Lotería Nacional de Navidad, que en España tiene mucha
popularidad y tocó el segundo premio del Gordo en Béjar por valor de
muchos millones de pesetas que fueron repartidos entre familias humildes
ya que el nivel económico de la población es mediano. La gente al verse
favorecida por este medio tan extraordinario, atribuían llenas de entusias-
mo a Sor Felisa el gran favor que desde el cielo les había obtenido.
Las Hermanas de la Comunidad después del intenso sufrimiento de los
últimos días, experimentaban como una sensación de paz, de serenidad,
de santa alegría, como algo que Sor Felisa les enviaba en recompensa de
la caridad que habían tenido con ella durante su penosa enfermedad.
Que desde el cielo siga bendiciendo a nuestra querida Inspectoría y
nos ayude a alcanzar la santidad.
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SOR RUFINA MADRID
Nació: el 8 de enero de 1915 en Carabaña (Madrid)
Profesó: el 5 de agosto de 1943 en Madrid
Murió: el 9 de enero de 1970 en Madrid
Pocos datos tenemos de Sor Rufina Madrid. De sus primeros años
conocemos que perdió muy pronto a sus padres y que únicamente tenía
una hermana.
Conoció a las Hijas de María Auxiliadora por mediación de una Antigua
Alumna que estuvo como Maestra en su pueblo y sintiendo la llamada de
Dios para abrazar la Vida Religiosa, se puso en contacto con las Superio-
ras y decidió su ingreso en el Instituto. Era el otoño de 1940. Contaba 25
años de edad.
Durante el tiempo de Aspirantado, Postulantado y Noviciado dio prue-
bas de poseer un carácter apacible y bonachón que hacía que se enten-
diese bien con todas sus Superioras y Hermanas. A pesar de que en el
fondo tenía un carácter fuerte sabía dominarlo tan bien que era caracterís-
tica suya la bondad. Era muy equilibrada y parecía que pocas cosas
pudieran alterarla.
Fue una excelente maestra de labores, trabajo que ejercitó durante
toda su vida y medio por el cual pudo hacer mucho bien.
Cuando profesó en Madrid el 5 de agosto de 1943 fue destinada por
las Superioras a la casa de La Roda que se fundaba entonces y en la que
pasó años heroicos, pues la situación de la Casa era muy precaria y tenían
muy pocos elementos para trabajar. Tuvieron que practicar la pobreza en
grado sumo y en ocasiones vivieron de la limosna. Las Hermanas acepta-
ron esta situación con mucha generosidad y alegría y poco a poco se fue-
ron abriendo camino, siendo esta Casa una de las que más vocaciones ha
dado a la Inspectoría.
En el año 1945 se abrió otra Casa en Madrid, en el Barrio de Pueblo
Nuevo. Era una zona habitada prácticamente por casas de una planta e
incluso chabolas y albergaban a personas de la clase más humilde.
Los trabajos y sacrificios que las Hermanas tuvieron que afrontar fue-
ron heroicos y Sor Rufina en su contacto con aquellas jóvenes, las supo
guiar y aconsejar como verdadera educadora, fiel seguidora de San Juan
Bosco, librándolas de los peligros y poniéndolas en guardia contra las difi-
cultades que podrían encontrar en la vida.
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9.4 Page 84

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Fue también muchos años encargada del Oratorio y de las Antiguas
Alumnas por las que trabajó con ardor indecible, organizándolas y hacién-
doles vivir la piedad eucarística y mariana.
Durante los años que fue Vicaria de la Comunidad hizo florecer las
Asociaciones Marianas, siendo una eficaz ayuda para las Superioras por
su fidelidad y disponibilidad siempre, para las Hermanas jóvenes fue una
cariñosa Hermana mayor y las ayudaba en sus dificultades.
Unos años antes de contraer la enfermedad que la llevaría a la muerte,
tuvo también que sufrir la enfermedad de su única hermana y su rápido e
inesperado fallecimiento, cosa que sintió muchísimo. Su hermana era
viuda y dejaba varios hijos todavía jóvenes, los cuales no tenían más fami-
lia que Sor Rufina. Todo lo aceptó como venido de la mano de Dios y con
gran espíritu de fe, preocupándose de sus sobrinos y sobrinas y aconse-
jándoles y dirigiéndoles como una madre.
Hacia el año 1967 empezó a resentirse de los ríñones y por prescrip-
ción facultativa tuvo que seguir un tratamiento muy fuerte, tanto en lo que
se refiere a la alimentación, como a otras medidas curativas que le resulta-
ban muy molestas y humillantes a la vez. Lo aceptaba todo con gran
paciencia y su semblante reflejaba siempre una gran paz, expresión de su
adhesión a la Voluntad de Dios.
Seguía su vida normal de trabajo, aunque en lo posible se concedía
mayor tiempo de descanso. Así pasó los años 1968 y 1969 aunque a fina-
les de éste ya se sintió peor. Fue a descansar en verano a Santander pero
no encontró mejoría. Volvió a la consulta médica y el diagnóstico fue
grave, pues el mal iba avanzando a gran velocidad.
Comenzó entonces Sor Rufina su vida de enferma sin poder moverse a
penas de la cama, desde donde continuó edificando a las Hermanas con
su continua sonrisa a flor de labios, soportando con serenidad los agudos
dolores que la atormentaban y cuando la preguntaban que cómo estaba,
ella siempre contestaba que muy bien pues estaba cumpliendo la Volun-
tad de Dios.
Una Hermana de la Comunidad nos comenta: «A mediados de septiem-
bre, al enterarse Sor Rufina de que me cambiaban, me dijo: «A mí no me
cambian porque tengo el presentimiento de que voy a durar muy poco».
Ella se daba cuenta de que hacían cuanto era posible por mejorarla,
pero que no resultaban eficaces los remedios aplicados, pues los análi-
sis cada vez eran más alarmantes. Anhelaba vivamente que la sometie-
ran a diálisis o que le aplicaran el riñon artificial, ya que de otro modo no
podía vivir pues su esclerosis renal estaba en fase terminal, pero se
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9.5 Page 85

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resignó serenamente cuando los médicos dijeron que no podían hacer
nada.
El doctor que la asistía viéndola tan grave, decidió ingresarla en la Ciu-
dad Sanitaria de Francisco Franco, donde se le aplicaron los adelantos
más modernos de la Medicina para esta clase de enfermedades, con lo
que pudo mejorar un poquito. Después volvió a Casa y esperaba con
serenidad el encuentro con el Señor.
Pidió el Sacramento de la Unción de los Enfermos y lo recibió con gran
paz rodeada por toda la Comunidad. Uno de los últimos días de su vida
una Hermana le pidió que le diera un consejo y un recuerdo para ella y
para las Hermanas. Sor Rufina le dijo: «Dígales que trabajen sólo por
Dios».
De nuevo un ingreso urgente en la Ciudad Sanitaria donde permaneció
hasta su muerte. De los largos días y de las noches de soledad que allí
vivió, sólo Dios sabrá. Sufre en silencio cuanto Dios quiere pedirle y el día
9 de enero de 1970 a las 8,30 de la mañana se realiza el definitivo encuen-
tro estando únicamente a su lado la enfermera de la Comunidad.
Inmediatamente una ambulancia la traslada al Colegio donde se instala
la capilla ardiente, comenzando entonces un ininterrumpido desfile de per-
sonas que quieren ver a Sor Rufina: Antiguas Alumnas que lloran amarga-
mente su pérdida, señoras de la Asociación Católica de Madrid que tanto
la aprecian, madres de familia, chicas del taller, oratorianas, alumnas, etc.
así como todas las Hermanas de las Casas de Madrid que la querían de
verdad, pues Sor Rufina fue buena con todos.
Al día siguiente tuvo lugar el funeral de «corpore insepulto» al que asis-
tió una gran multitud, a pesar de que llovía torrencialmente. Se celebró
con gran solemnidad y sentimiento y al terminar se organizó el entierro al
que asistieron muchísimas personas bajo la columna enorme de agua que
cayó torrencialmente sobre el cementerio. Parecía así como si la Naturale-
za entera quisiera también llorar a esta querida Hermana que pasó hacien-
do el bien.
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SOR ADMIRACIÓN CAVERO
Nació: el 22 de mayo de 1915 en Pozo Amargo (Cuenca)
Profesó: el 5 de agosto de 1954 en Madrid
Murió: el 28 de enero de 1970 en Salamanca
Poco sabemos de la niñez de Sor Admiración. Únicamente que se
quedó huérfana muy pronto y que vivió con una tía a la que quería mucho
y de la que hablaba con frecuencia. También sabemos que tenía varios
hermanos.
Vivió en La Roda (Albacete) donde nuestras Hermanas habían fundado
un Colegio en el año 1943. Tuvo ocasión de conocer el espíritu y estilo
salesiano y como Dios la había llamado a la Vida Religiosa, pidió ser admi-
tida en el Instituto, teniendo que pedir un permiso especial por contar con
35 años cumplidos.
Ingresó en la Casa de Delicias de Madrid y a pesar de la diferencia de
edad con las demás Aspirantes, se adaptó rápidamente. Se mostró siem-
pre sumisa, alegre, generosa, viviendo la piedad al estilo salesiano. Sentía
mucha gratitud hacia las Superioras que le habían proporcionado la dicha
de responder a la llamada del Señor y por eso todo le parecía poco para
responder a esta gracia tan apreciada por ella.
Al terminar su Postulantado que lo hizo también en la Casa de Delicias,
pasó al Noviciado donde continuó la línea de conducta que había seguido
anteriormente, por lo que al cumplirse los dos años, hizo su Profesión
Religiosa el 5 de agosto de 1954.
Fue destinada como Directora a la Casa de Huérfanos de Ferroviarios
en Madrid, en unas circunstancias difíciles, pues hasta entonces dicho
Colegio dirigido por seglares, era ahora regido por los Salesianos y por
nuestras Hermanas que se ocuparían de la cocina y ropería de los sacer-
dotes y alumnos que eran entonces más de 600.
Como es natural, ni los alumnos ni el personal seglar empleado recibie-
ron con agrado a los nuevos dirigentes. Sor Admiración particularmente
tuvo que sufrir mucho con las señoras mayores del costurero que hasta
entonces habían sido dueñas de la situación y que les costaba muchísimo
someterse a las nuevas disposiciones. Tuvo que tener una paciencia ina-
gotable y un tacto delicadísimo para ir suavizando asperezas y soportar
burlas y desprecios.
Por fin en el año 1961 fue destinada a la Casa de Salamanca como
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Encargada de la ropería de los salesianos. En esta Casa trabajó con
esmero, atención y mucha generosidad, poniendo de su parte todo lo que
podía para que estuvieran bien atendidos y contentos, no escatimando
jamás ningún sacrificio para que todo estuviera bien hecho y puntualmen-
te, aunque se tratara de algún extraordinario con el que ella no contaba.
Era muy sumisa con las Superioras. Ante las dificultades que se le
podían presentar, ella siempre reaccionaba con gran espíritu religioso.
A pesar de ser un poco mayor, animaba un grupo de Oratorio con el
que trabajaba con entusiasmo, aunque con mucho esfuerzo y sacrificio
por su parte. Vivía feliz en la vida religiosa con un deseo constante de
donación a Dios y a las Hermanas. Era realmente alma de oración, muy
humilde, sencilla. Sabía hacer las cosas desapercibidamente. Se entrega-
ba plenamente. Amaba mucho al Instituto y todo le parecía poco para
agradecer su admisión en él.
Hacia el año 1966 su salud se empezó a resentir. Tenía fuertes dolores
de vientre y una extraña palidez en su rostro. Los médicos la examinaron
con atención pero no pudieron encontrar la causa de su mal y sólo un tra-
tamiento lograba mejorarla un poco.
Ella mientras tanto continuaba con su trabajo activa y responsablemen-
te siempre, aunque no puede dudarse del gran esfuerzo que ello suponía.
Repetía: «Si Dios permite que no vean la causa, será porque así conviene
que lo sufra. Por otra parte debo estar muy agradecida a las Superioras
que hacen todo cuanto pueden para mejorarme. Ellas ya no pueden hacer
más».
Lo que más le costaba era estar de pie en el patio con un grupo de
Oratorio, pero todo lo ofrecía por Dios y sus queridas niñas.
Los Salesianos la querían: Sabían que podían contar con ella si necesi-
taban alguna cosa. Todos podían contar con sus servicios y con todo lo
que había en la ropería.
Su fraternidad era muy notable. Se extendía a todas y se preocupaba
de que las Hermanas jóvenes comieran bien y abundantemente.
Por fin en el año 1969 las continuas exploraciones de los médicos bus-
cando la causa de su mal dieron como resultado que tenía muy dañado un
riñon, lo cual hacía imprescindible la extirpación del mismo. Ella recibió
con alegría la noticia pues esperaba que conocido el mal podría librarse
de él.
La operación fue difícil, pero resultó bien. La operaron en el mes de
marzo, cuando las Superioras estaban reunidas en el Capítulo General
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Especial, por lo que ella ofreció todos sus dolores y sufrimientos por el
éxito del mismo. Se recuperó después de una larga convalecencia por lo
que pudo continuar su trabajo, aunque con más cuidados y excepciones
que antes. No cesaba de dar gracias a Dios por haberle proporcionado
esta mejoría y también era muy agradecida a todas las personas que se
interesaban por ella.
En el verano de ese mismo año fue destinada a la Casa del Teologado
de esa misma ciudad de Salamanca, para evitar que tuviera que subir y
bajar escaleras y así llevar una vida más tranquila sin responsabilidad pro-
pia, sino simplemente ayudando a la Hermana ropera. Como era buena
religiosa aceptó dócilmente la nueva obediencia, aunque le costó mucho
dejar la Casa donde llevaba más de doce años. Se mostró muy contenta
con la nueva Comunidad y se esforzaba cuanto podía por ayudar a las
Hermanas. Pasó así los primeros meses del curso, pero al llegar la Navi-
dad empezó a sentirse de nuevo mal pues se le había dañado también el
otro riñon. El doctor que le había operado dio un diagnóstico poco conso-
lador. Le puso un tratamiento, pero iba empeorando día a día. Ella com-
prendió el giro que dio la enfermedad y se puso a disposición de Dios.
La Hermana que la asistió en esos momentos difíciles nos testimonia:
«El Señor me proporcionó la satisfacción de asistir a Sor Admiración en la
última enfermedad, que yo llamaría su dolorosa crucifixión, pues estuvo
clavada en el lecho. Nunca cambió de posición, no porque no lo necesita-
ra, sino porque sabía que no le convenía. No dio la menor señal de contra-
riedad en el sufrimiento aunque se veían en su cuerpo unas señales que
debían molestarle mucho.
En mí ha dejado un recuerdo imborrable viendo su paciencia y resigna-
ción. No pedía ni rehusaba nada de lo que le diéramos para tomar. Al
manifestarle cada día por quien iban a ser ofrecidos sus sufrimientos,
daba su consentimiento y manifestaba su satisfacción al saber que todo
servía para la mayor gloria de Dios.
Cuando empeoró los últimos días fue llevada de nuevo al sanatorio y
allí a los pocos días expiró, después de haber recibido con gran fervor el
Sacramento de los Enfermos.
Nos dejó a todas un gran ejemplo de virtudes cristianas y religiosas,
particularmente en una vida humilde y escondida a los ojos de los hom-
bres, aunque muy ciertamente no a los de Dios».
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SOR MARÍA PAZO
Nació: el 9 de febrero de 1879 en Vigo (Pontevedra)
Profesó: el 28 de junio de 1903 en Sarria (Barcelona)
Murió: el 10 de febrero de 1971 en Madrid
Sor María Pazo nació en Vigo (Pontevedra). Su familia estaba com-
puesta de bastantes hermanos, de ellos dos fueron Salesianas: Sor Asun-
ción que falleció poco tiempo antes que Sor María en la Inspectoría de
Barcelona y ella que vivió en nuestra Inspectoría de Santa Teresa. Tam-
bién tuvo un hermano Salesiano.
Sabemos que su madre fue una señora muy piadosa que supo inculcar
esa piedad a todos sus hijos y Sor María asimiló de tal forma ese espíritu
que fue su característica durante toda su vida.
Como en Vigo tenían un Colegio los Salesianos, fueron ellos sin duda
los que le hicieron gustar el espíritu de Don Bosco a las dos hermanas y
entusiasmaron a su hermano para que formara parte de la Congregación.
Sor María hizo su noviciado en Barcelona-Sarriá y profesó el día 28 de
junio de 1903. No tenemos noticias de cómo transcurrieron sus primeros
años de profesión, pero en el año 1919 sabemos que estaba destinada en
Salamanca como encargada de hacer los recados fuera de casa. No era el
trabajo que más le gustaba pero lo hizo con generosidad. Se pasaba el día
fuera de Casa visitando a los bienhechores y recogiendo limosnas para el
sostenimiento de nuestras Casas, pues entonces era grande la pobreza en
que vivían nuestras Hermanas. Iba también a los pueblos cercanos a Sala-
manca acompañada de alguna niña, lo cual suponía un esfuerzo y un can-
sancio muy grande, ya que lo mismo iba en los tiempos de mucho frío de
aquella provincia, como con los ardores del verano.
Una Hermana que vivió con ella aquellos años nos contó que un día
llegó tan rendida del trabajo, que se fue derecha al dormitorio, se tiró en la
cama y se durmió. No se presentó a la hora de la comida, pero como era
habitual que llegara más tarde, no la echaron de menos; tampoco a la
hora de la merienda, pero al ser la hora de la cena ya se preocuparon.
Preguntaron por ella y al asegurarse de que estaba en Casa, fueron direc-
tas al dormitorio y la encontraron todavía dormida, vestida y sin haber sol-
tado las cosas. Prueba eso el cansancio tan enorme que tenía.
Era muy sencilla, amable y muy generosa. Tenía un buen corazón y era
incapaz de ver una pena o una necesidad sin procurar remediarla en la
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medida de sus posibilidades. Se interesaba por todas las personas y todo
el que la trataba la apreciaba sinceramente.
Destacaba su gran piedad. Como a veces no podía estar en la Comuni-
dad para las Prácticas de Piedad, no dejaba de hacerlas sola con gran fer-
vor. Por la calle iba siempre rezando. Tenía múltiples devociones particu-
lares, pero su piedad era sólidamente salesiana. Muy amante de Jesús
Sacramentado y de María Auxiliadora. Devotísima del Sagrado Corazón de
Jesús, de San José y del Santo Rosario.
Desde la fundación del Noviciado en el año 1942 fue destinada allí y
seguía con su oficio, pero ya lo hacía vestida con el hábito, cosa que le
hacía el trabajo más agradable, pues nunca le gustó quitárselo. Todos los
días salía para pedir limosnas y así lo hizo hasta cumplir los 79 años.
Antes de salir de casa hacía una visita al Santísimo Sacramento y al salir
se despedía del Señor con una simpática sonrisa, como pidiéndole que la
acompañara y moviera los corazones de los Cooperadores y bienhechores
a los que iba a visitar. Iba acompañada de una niña a la que trataba con
exquisita caridad. La tarde la solía pasar en casa prestando su ayuda a
quien le hiciera falta y atenta a cuantas personas venían a pedirle ayuda
para encontrar un trabajo, colegio para sus niños, ingreso en hospitales,
etc. A todos intentaba ayudar valiéndose de todos los conocimientos que
tenía.
Quería mucho a las Novicias y las trataba con mucho cariño y respeto.
Siempre les daba buenos consejos y ellas la querían y la consideraban la
«abuela» llena de experiencia.
La Casa resultaba pequeña y además las Superioras querían construir
allí un pabellón para poner la Primera Enseñanza. Ella era incansable y no
se desanimaba ante las negativas del Ministerio y de otros Organismos
Oficiales. Confiaba plenamente en Dios y en María Auxiliadora. Pasados
algunos años, hacia el 1957 se consiguió que el Ministerio de Educación y
Ciencia concediera una subvención a fondo perdido para la construcción
de un pabellón para la Escuela.
Ya en el año 1960 contando con más de ochenta años, tuvo que dejar
su diaria peregrinación con mucho sacrificio por su parte, pues desde que
profesó se había encargado de esa misión y le parecía imposible no tener
que salir a diario a la calle.
La Hermana Directora que tenía entonces procuró ayudarla a superar
esta circunstancia difícil para ella, dándole algunos encargos que la distra-
jeran. Un ejemplo de estas responsabilidades fue el que mirara que en nin-
gún oficio hubiera desórdenes. Como era muy detallista, con toda senci-
llez se le ocurrió poner una medalla de orden en el hueco de las Hermanas
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que mejor dejaban el dormitorio o que hacían el oficio con más esmero. A
veces se le ocurría quitar alguna cosa que veía fuera de sitio, originando
con ello algún conflicto, pero como era muy buena y todas la querían
mucho, pasaban por alto esas cosas.
Otro oficio que le encomendó la Directora fue el asistir a las Novicias
cuando estaban cosiendo por las mañanas. Ella aceptó ese encargo con
gran alegría, procurando que observaran muy bien el silencio y entonando
de vez en cuando alguna jaculatoria que les ayudasen a mantener el silen-
cio interior. Las Novicias en broma le decían que era mucho rezar y ella
cuando tenía ocasión les hacía ver que se lo diría a la Inspectora, pues el
rezar nunca es demasiado.
Ella en esta época pudo fortalecer aun más su espíritu de piedad, pues
como veía muy poco no podía coser, aunque sí se prestaba para hacer
algún trabajo en la ropería.
Su mayor consuelo era acompañar a Jesús Sacramentado en la capilla.
También asistía con mucho gusto a las confesiones de las niñas a las que
ayudaba a prepararse con verdadero celo salesiano:
Aunque no podía salir de casa, se seguía sirviendo de sus conocimien-
tos para ayudar a las personas que le pedían colocación u otra forma de
beneficencia.
Ese fue el plan de vida de nuestra querida Sor María durante los últi-
mos diez años de su vida, en los que se iban presentando los achaques
propios de la edad. Sin duda gozaba de buena salud para poder seguir
casi totalmente la vida en común, no resultando jamás de peso a la Comu-
nidad, pues ella procuraba estar siempre puntual a los actos de la vida
comunitaria, siendo muy exacta en la observancia de la obediencia y en el
sincero afecto a las Superioras y a las Hermanas. Ofrecía su vida al Señor
con gran sencillez y con un amor ardiente y generoso.
Hacia el año 1968 tuvo la gran alegría de poder ir a Vigo donde ella
había nacido. Pudo ver a sus hermanos y recordar los tiempos de su niñez
y juventud. Estuvo descansando en Villagarcía de Arosa en la Casa de las
Hermanas y allí la visitaron sus familiares con frecuencia. Se comprende
que gozó mucho con este viaje que hizo perfectamente a pesar de sus 89
años.
Todos los acontecimientos del curso 1970-71 que fue el último de su
vida le costaron mucho, pues habiendo dispuesto las Superioras el trasla-
do del Noviciado a El Plantío, sintió mucho la marcha de las Novicias. No
profirió ninguna queja y aceptó como siempre la Voluntad de Dios. Esto
contribuyó en parte a su rápido declinar. Una de las cosas que más le
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afectaba era la salida o abandono de la vida sacerdotal de algunos Sale-
sianos.
A final del año 1970 el señor permitió que tuviera que ser protagonista
de un hecho que a juicio del doctor y de las personas que convivían con
ella, fue la causa de su muerte.
Dormía en una habitación sola y una noche se despertó y se dio cuen-
ta de que había alguien en la habitación porque le habían movido la cama.
Creyendo que era una hermana, preguntó: «¿Quién eres?» «¿qué quie-
res?» Entonces se pudo dar cuenta de que era un hombre quien estaba
allí, pues se acercó a la cama y le agarró un brazo. Ella intentó desasirse y
con la mano libre le dio varios golpes, recibiendo otros de él. Tenía en la
mano un objeto cortante pues le hizo varios arañazos en la cara, cuello y
mano. En este forcejeo Sor María llamó a las Hermana Directora que dor-
mía en la habitación de al lado y el hombre entonces le dijo: «Cállate,
abuela, o te mato». Sor Pazo aseguró después que su voz le pareció muy
conocida y entonces para verle la cara se volvió para encender la lámpara
que tenía en la mesita y el hombre de un golpe se la tiró al suelo.
Mientras tanto la Hermana Directora se levantó al oír los gritos y fue a
otra habitación donde estaba una Hermana enferma, pero al ver que no
era ella la que llamaba, volvió al cuarto de Sor María y en el momento en
que entraba vio que un hombre saltaba por la ventana a la azotea. Avisa-
ron a la policía pero nada se pudo averiguar. Las Hermanas que vivían con
ella aseguraron por lo ocurrido, que Sor María había conocido perfecta-
mente a la persona que entró, pero que no quiso delatarlo.
En los primeros momentos parece que Sor María se quedó muy serena
y contaba con gran naturalidad lo que le había ocurrido, pero pasados
unos días empezó a pensar las cosas y a sentir verdadero horror de lo que
había vivido. Lo pensaba continuamente y se impresionaba mucho, lo cual
sin duda afectó a su anciano corazón.
Pasó el mes de enero bastante regular, pero siempre levantándose
salvo algún día aislado en que se resfriaba y no se encontraba bien. Llegó
el día de su cumpleaños, 92 años y recibió con su acostumbrado gracejo
todas las muestras de cariño que en ese día le proporcionaban de una
forma especial las Hermanas.
Pasó la noche bien y por la mañana como no se levantó, le llevaron la
Comunión. Después vino la enfermera para traerle el desayuno y después
una tercer Hermana con ánimo de darle un poco de conversación, a lo
que Sor María repuso: «Por favor, déjame, que estoy meditando las mise-
ricordias de Dios». La Hermana la dejó sola. Después fue otra para ofre-
cerle un zumo y le dijo lo mismo que estaba meditando las misericordias
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de Dios. A continuación entró otra y la encontró agonizando. Avisó inme-
diatamente a la enfermera y a la Hermana Directora, las cuales apenas lle-
garon a verla expirar serenamente. Inmediatamente se avisó a un Salesia-
no que le administró la Unción de los Enfermos.
En cuanto se supo la noticia de su fallecimiento empezaron a llegar
personas de la vecindad favorecidas por ella, que lloraron amargamente
su pérdida. Vinieron Hermanas de todas las Casas, unas y otras contaban
los favores que habían recibido de ella y el cariño que siempre les había
demostrado.
Todas sentimos inmensamente su muerte. Era como una reliquia y un
testigo fiel de la observancia del genuino espíritu de Don Bosco.
Cuando hemos vuelto a la Casa de la Dehesa de la Villa nos hemos lle-
nado de pena al no ver a nuestra querida Sor María sentada en la capilla,
con el rosario en la mano, acompañando a Jesús Sacramentado y pidien-
do por las necesidades de la Iglesia, del Instituto, de la Inspectoría, pues
estábamos acostumbradas a verla así siempre que llegábannos a esa
Casa.
Estamos seguras de tener en el cielo una poderosa intercesora ante el
Señor, María Auxiliadora y nuestros Santos, pues es natural que ella que
bien practicó en la tierra la virtud de la caridad, la siga practicando en el
cielo.
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SOR CARMEN PURAS
Nació: el 6 de julio de 1926 en Bilbao (Vizcaya)
Profesó: el 5 de agosto de 1952 en Madrid
Murió: el 3 de diciembre de 1971 en Madrid
Era hija de una familia muy cristiana, tenía varios hermanos, pero ella
era la única chica. Siempre fue afable y cariñosa por lo que su padre sen-
tía por ella una predilección especial.
De joven ya llevaba una vida espiritual intensa y trabajaba muy activa-
mente en el apostolado de la Parroquia de su barrio en Bilbao donde
había nacido. Cuando el Señor le hizo sentir su llamada a la Vida Religio-
sa, ella la siguió con gran generosidad, teniendo que vencer los obstácu-
los que se oponían a la separación de sus padres, por ser querida de una
manera especial porque era la única. La gracia de Dios venció y tanto sus
padres como ella lograron ofrecer ese gran sacrificio e ingresó en el Insti-
tuto, comenzando su Aspirantado en la Casa de Delicias en Madrid.
Ya en este tiempo se distinguió por su carácter agradable y no varia-
ble, por su observancia, discreción y buen criterio, como lo atestiguan las
compañeras de aquel entonces. Ellas mismas dicen que la paz, la calma
interior y exterior eran fruto del trabajo constante y esforzado que mante-
nía para dominar su carácter que a veces era impetuoso, pero que siem-
pre aparecía a la vista de todos como persona pacífica y serena.
También edificaba por su gran espíritu de sacrificio, de austeridad y
por su amor al cumplimiento del deber. Estuvo muchos años afectada de
una grave dolencia de corazón, sin embargo trabajaba como si gozara de
una gran salud y sin quejarse nunca de sus dolencias. Cuando alguien le
preguntaba cómo se encontraba, ella invariablemente contestaba: «Como
Dios quiere».
A pesar de su carácter y de la edad superior a la de la mayoría de las
Aspirantes que eran sólo unas niñas, supo amoldarse a todas, lo cual
hacía que la considerasen como una hermana mayor.
Era de una piedad sencilla, pero basada en una fe profunda. Dejó de su
Postulantado un recuerdo grato y la convicción de que llegaría a ser una
buena Hija de María Auxiliadora, como así fue.
Comenzó el Noviciado el día 5 de agosto de 1950 y durante este tiem-
po desempeñó el oficio de ropera y de enfermera, pues poseía ese título y
lo ejerció con gran competencia, con mucha candad y dedicación, aunque
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como su salud no era demasiado fuerte, le suponía en muchos casos un
gran sacrificio.
Cuando profesó el 5 de agosto de 1952 en Madrid, fue destinada como
enfermera y maestra de labor a la Casa de Falencia, donde había cerca de
quinientas niñas internas, huérfanas de ferroviarios.
Es fácil imaginar el arduo trabajo que tuvo que realizar Sor Carmen en
esta Casa que entonces se abría y en donde había tanto que hacer. Se
entregó generosamente al cumplimiento de su deber, llegando hasta los
últimos detalles y siendo siempre una ejemplar y sumisa religiosa con sus
Superioras y Hermanas. Pasó así cuatro años, sin duda llenos de sacrificio
dado el trabajo intenso que tenía y la falta de salud que siempre la acom-
pañaba.
En 1956 fue destinada también a otra fundación nueva: Madrid-EI
Plantío donde se iniciaba el Aspirantado y un Colegio. También fue como
enfermera y al mismo tiempo ayudaba a la Ecónoma. Como siempre la
adaptación a una obra nueva y la falta de recursos económicos supusie-
ron momentos difíciles para la Comunidad. Gracias a Dios las vocaciones
eran muy abundantes, aunque no lo eran tanto los medios para sostener-
las. La Divina Providencia acudía siempre en su ayuda y así, a pesar de los
grandes apuros que pasaban, siempre tuvieron lo necesario.
También había un dispensario público que atendía Sor Carmen y al
cual acudían numerosas personas del pueblo y sus alrededores, con lo
cual ella tuvo una ocasión favorable para ejercer su apostolado. Su actitud
de servicio y de entrega incondicional, con olvido de sí misma, eran bien
apreciadas por todos.
Era un alma de vida interior muy piadosa. Con frecuencia se le oían fra-
ses como éstas: «Cuando Jesús pide no se conforma con poca cosa»,
«Estoy segura de que mi vida no va a ser larga, por eso Jesús quiere que
la corra deprisa», «Pida un poco por mí, para que no defraude a Jesús».
En 1962 fue nombrada también Vicaria de la Casa, siguiendo al tiempo
con su labor de enfermera. Prestó siempre generosamente colaboración a
Hermanas y Superioras y fue edificante a pesar de que su enfermedad
cada día le proporcionaba más molestias y sufrimientos. Tenía siempre las
piernas hinchadas, pero a pesar de eso subía y bajaba las escaleras cuan-
tas veces era necesario. Permanecía de pie mucha parte del día, lo cual
era para ella muy costoso.
Ofrecía todo el Señor, así como las incomprensiones que no faltaron en
su vida como en la de todas las personas. En muchas ocasiones decía
que estaba persuadida de que la muerte le vendría de repente y que por lo
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tanto estaba preparada y que no le asustaba. Esta persuasión le hacía
vivir en una continua tensión hacia Dios.
Su enfermedad iba avanzando y en el año 1970, en vista de que se
encontraba cada vez peor, fue destinada a la Casa de Enfermas de la
Dehesa de la Villa en calidad de enferma, pero al mismo tiempo de enfer-
mera de las Hermanas que allí estaban por ese motivo. En aquel año tan
sólo eran dos.
Eran dignos de admirar su cariño, la constante disponibilidad y los cui-
dados que prodigaba a las enfermas, mientras parecía despreocuparse de
ella misma, aun sin desconocer el peligro en que se encontraba, situación
que superaba apoyándose en la fe y con gran esfuerzo de su voluntad.
Sus atenciones y delicadezas a las demás enfermas estaban impregna-
das de calma y serenidad, como si no tuviera otra cosa que hacer en ese
momento. Las enfermas la querían precisamente por esas atenciones y
cuando ella murió la recordaban con verdadera nostalgia.
Cuando las Superioras comprendieron que no podía llevar la responsa-
bilidad de la enfermería por haberse agravado su mal, decidieron llevarle
una ayuda que ella valoró y agradeció profundamente, si bien esto le trajo
consigo un gran esfuerzo y sacrificio pues no eran de carácter semejante.
En sus escritos de entonces leemos: «Quiero, Señor, que como el
fuego va secando la leña verde y transformándola en el mismo fuego, del
mismo modo cada día deje yo que tú vayas enderezando cuanto no vaya
bien y transformándolo en amor».
Su muerte fue repentina pero no imprevista, porque según el juicio de
las Hermanas con las que convivía, los últimos días había dicho que se
encontraba tan mal que pensaba que sería el último de su vida. Llamó
mucho la atención la serenidad con que hablaba siempre de su enferme-
dad tan grave y de su fin en la tierra. El doctor que la trataba decía con
frecuencia: «No he visto nunca una enferma tan grave y consciente de su
mal y que tenga tanta serenidad y buen humor como ella».
Sólo un alma que vive de fe, de esperanza y de caridad es capaz de
esperar con serenidad y optimismo la llamada del Padre. Y ella fue una de
esas almas.
Varias veces en este tiempo estuvo gravísima, con la consiguiente alar-
ma de Hermanas y Superioras, pero pasaba la alarma y continuaba su
vida cada vez más en plan de enferma, cosa que a ella le costaba por lo
que suponía de retiro del trabajo y de arrinconamiento de actividad, pero
también esto lo ofrecía al Señor generosamente.
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Su muerte efectivamente fue repentina como ella siempre esperaba.
Ocurrió así:
Dormía Sor Carmen con una Hermana enferma joven, con una salud
psicológica también dañada y alrededor de la una de la madrugada esta
Hermana se despertó a las voces que daba un hombre al parecer embria-
gado que intentaba abrir la verja de la casa, haciendo bastante ruido con
el picaporte. Asustada llamó a Sor Carmen que se despertó sobresaltada
y se asomó a la ventana, pero viendo que el hombre estaba fuera de la
finca y que después se alejaba, se quedó más tranquila y se volvió a acos-
tar, diciendo a su compañera que sabía que ese sobresalto le habría per-
judicado. Al poco rato la llamó diciendo que se encontraba mal. Pudo
decirle únicamente: «Me muero». La pobre Hermana asustada fue a bus-
car a la enfermera que dormía en la habitación de al lado y después a la
Hermana Directora que tenía la habitación más lejos. Cuando ésta pudo
llegar a la habitación, Sor Carmen ya expiraba en los brazos de la enfer-
mera y de su compañera de dormitorio. Eran las dos de la madrugada del
día 3 de diciembre de 1971.
Es de imaginar la impresión de toda la Comunidad, aunque todas esta-
ban convencidas de que Sor Carmen vivía preparada constantemente
para este encuentro con el Señor.
Su marcha fue sencilla, silenciosa, plena de aceptación de la Voluntad
Divina como había sido toda su vida.
Su recuerdo perdura entre nosotras como un ejemplo a imitar y lleno
de agradecimiento sincero en todas aquellas Hermanas y niñas que disfru-
tamos de sus caritativos servicios.
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SOR CONCEPCIÓN GUINEA
Nació: el 9 de diciembre de 1896 en Amurrio (Álava)
Profesó: el 8 de diciembre de 1920 en Sarria (Barcelona)
Murió: el 1 de noviembre de 1972 en Madrid
Sor Concepción Guinea tuvo noble cuna. Fueron sus padres los Exc-
mos. Sres. Condes Guinea. Fervientes cristianos e insignes bienhechores
de la Congregación, los cuales ya habían entregado con generosidad otra
de sus hijas al Instituto, la cual falleció a los pocos años de profesión
aureolada por la heroicidad de sus virtudes.
Sor Concepción durante su niñez y juventud frecuentó el Colegio de las
Hijas de María Auxiliadora de Jerez de la Frontera (Cádiz) ya que la familia
se había trasladado allí a vivir por motivos profesionales del Sr. Conde.
Transcurridos unos años de convivencia con las Hermanas, siente viva-
mente la llamada del Señor y decide su ingreso entre las Hijas de María
Auxiliadora. Viaja a Sarria el 24 de mayo de 1918 acompañada de su
madre y de un hermano.
Fue recibida por la Inspectora de España Madre Emilia Franchia muy
apreciada en el seno de aquella noble familia.
Hay personas que pasan por el mundo dejando una estela de amistad
y simpatía difícil de olvidar. Una de esas almas abiertas y francas, con un
gracejo natural saturado de un gran espíritu religioso fue Sor Concha.
Excelente profesora de Música, Taquigrafía y Mecanografía. Le gusta-
ban las cosas bien hechas y era de admirar el interés que ponía en dar sus
clases. Cuántas buenas promociones de maestras de Música recibieron
las clases magistrales de Sor Concha.
Pocos días después de su Profesión Religiosa fue destinada a la Ins-
pectoría de Centro América, pues llevaba el celo misionero y pidió genero-
samente en su Profesión ser enviada a las Misiones.
Las casas de Granada, San Salvador y Costa Rica fueron testigos de
su buen hacer en los trabajos y misiones que se le encomendaban. Pasó
en tierras americanas quince años, siendo Vicaria y Ecónoma de varias
casas, sin dejar de ser maestra de Música.
Regresa a España en el año 1935 por expreso mandato de sus Supe-
rioras, ya que Madre Ana Covi había prometido a la Familia que procuraría
obtener el permiso para que volviera a la Patria para que su madre ancia-
na y enferma tuviera el consuelo de abrazar a su hija antes de morir.
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A bordo del barco «Orazio» escribe en su diario:
«Qué momentos tan impresionantes y tristes acabo de vivir. Dar un
adiós a mi querida Madre Inspectora, a las Hermanas amadísimas de Cen-
tro América donde tan feliz he pasado quince años de mi vida es algo que
siento hondamente... Y después del adiós, me vienen a mi mente todas
estas dudas: ¿Hasta cuándo durará esta ausencia? ¿Volveré a ver a estas
queridas Superioras y Hermanas que nunca jamás olvidaré? Presiento que
no. ¿Quién adivina el futuro?
Sólo Dios sabe lo que será de mí de ahora en adelante, pero llena de
amor y confianza me arrojo tranquila en sus manos, en los brazos de Dios
que sé cuánto me ama...»
Seguimos copiando de su diario, pues en él se refleja la grandeza de
esta alma enamorada de Dios.
«Hoy el mar está tranquilo, parece una balsa de aceite, tan suave que
brilla con los rayos del sol que lo hace bellísimo. No me canso de admirar
tantas maravillas, ni de alabar al Creador que las hizo. Qué fácilmente se
medita y se piensa en Dios mirando al mar.
Seguimos leyendo:
«Ya hemos llegado a Barcelona. Cómo palpita mi corazón al ver a las
personas y lugares de mi infancia religiosa. Casi no podía creer lo que
veían mis ojos. Qué gozo se prueba al ser recibida con tanta cordialidad y
cariño».
Viene acompañada de otra Hermana italiana y con ella sigue viaje hasta
Genova y de allí a Turín para saludar a las Madres.
En esta ocasión escribe:
«Fuimos recibidas con gran cariño por todas las Madres. Nos invitan a
ir con ellas al estreno de la película sonora de San Juan Bosco. Por la
tarde fuimos a I Becchi, haciendo un recorrido por los lugares salesianos:
Chieri, Asti, Arignano, Castelnuevo y por último a Becchi. Qué impresión al
ver esa humilde casita, cuna de nuestro Padre Don Bosco y de la que ha
salido tanta gloria.
Visité el Noviciado en Nizza, alegrándome mucho al hablar con una
Hermana ancianita que vivió con mi hermana Sor María y de la cual me
hizo un gran elogio de su virtud y santidad.
Por fin llega para mí el día de dejar Turín, donde he pasado solamente
una semana, pero vivida intensamente y llena de emociones salesianas.
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Esta convivencia con las Madres ha acrecentado aun más mi amor al Ins-
tituto del que me glorío de formar parte.
En Genova embarqué nuevamente en el «Orazio» llegando a Barcelona
después de dos días de navegación y de allí a Madrid llegando a esa capi-
tal a las 10 de la noche.
Mi corazón latía tan fuertemente que me sentía desfallecer.
Era tanta mi emoción al pensar que allí me esperaban mis hermanos...
y a los pocos minutos abrazar a mi querida madrecita que hacía más de
quince años que no la veía».
Dejamos su diario y seguimos describiendo:
Madre General había dispuesto que Sor Concha se hospedara con los
suyos, pues las Hermanas de las Comunidades de Madrid vivían en unos
pisos muy pequeños haciéndose pasar por señoritas seglares. (Estamos
en tiempo de la República).
Permaneció con su familia unos tres meses y al comenzar de nuevo el
curso, Madre Clelia que se encontraba haciendo la visita en Madrid, la
destinó a Sevilla con el cargo de Vicaría en la Casa de San Vicente. Per-
maneció allí hasta el 12 de agosto de 1938, en que Madre Francisca Lang
que tanto la conocía de América y que este mismo año había venido de
Inspectora a España, viendo que el clima de Andalucía no favorecía en
nada su delicada salud, la destinó a la Casa de Salamanca.
En 1941 la trasladan a la Casa de Villaamil (Madrid) como profesora de
Música, Taquigrafía y Mecanografía.
Con cuánto cariño la recuerdan las numerosas Antiguas Alumnas a las
que con tanta dedicación atendía en los años en los que fue encargada de
esta asociación. Y era que Sor Concha con su gran simpatía dejaba por
donde pasaba una estela de afecto y cariño difícil de olvidar.
Vuelve a Salamanca, pero la enfermedad que hace tiempo la mina, se
manifiesta con la aparición de un tumor maligno. Es trasladada a Madrid
donde se le practica una operación. La Comunidad y alumnas de Villaamil
acuden con insistentes oraciones a la intercesión de Don Felipe Rinaldi y
obtienen una curación que los médicos califican de milagrosa.
Permanece en la Casa de Villaamil hasta que en 1952 se funda la Casa
de Palencia y ella forma parte de esta Comunidad destinada a dicha Fun-
dación. El Obispo de la Diócesis se reservaba casi siempre el día de la
Inmaculada para ir a celebrar esa fiesta al Colegio de Ferroviarios, pues él
mismo decía que era un día de cielo en que se gozaba con aquellas músi-
cas y cantos tan bien interpretados.
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Tanto amaba Sor Concha a la Inmaculada que todo le parecía poco
para honrarla.
Deja la Casa de Falencia con gran dolor para todos. Su cometido lo
había realizado eficazmente por espacio de doce años.
Pasa otra temporada en Madrid, pero los fríos de la capital no los resis-
te su delicada salud y las Superioras, creyendo más beneficioso para ella
el clima marítimo, la destinan a la Casa de San Sebastián.
Aquí se le declara una fuerte afección bronquial y por orden facultativa
tiene que volver a Madrid.
Ya en los últimos meses de su existencia, sigue la vida común de la
que es amantísima y trabaja como si nada pasara. Pero sabemos que
sufría mucho física y moralmente. La falta de voz le dificultaba grande-
mente la enseñanza del canto a las niñas. Ocupación que la apasionaba y
que ella realizaba con la maestría de una gran artista.
En la Casa de la Dehesa de la Villa (última morada) tuvo la suerte de
encontrarse de Directora a Sor Anuncia Rodríguez, una de sus mejores
alumnas de Música. De ella recibimos las últimas impresiones:
«La recuerdo siempre religiosa, gozosamente activa, comprometida,
sabiendo adonde va, alegre en su vocación y en la práctica de los tres
Votos.
Tenía un auténtico sentido de la pobreza, situándola en la condición de
pobre que vive de su trabajo y que de él depende parte del sostenimiento
de la Comunidad.
Competentísima maestra de Música, gozaba oyendo tocar a las que
fueron sus alumnas, mientras que ella se sentía feliz ayudando en otros
trabajos.
Lo que más me llamó la atención fue la ilusión que ponía siempre en
todo. Al observarla pensaba: «Qué cierto es que dentro de la vida religiosa
no hay trabajo que rebaje a las personas, todo depende del espíritu con
que se realice».
La virtud de la castidad cristalizaba en ella en un amor delicado a
Jesús y María. Cuánto gozaba preparando las fiestas de la Inmaculada y
de María Auxiliadora.
Tenía un temperamento fuerte. Con frecuencia se notaba cuánto le
costaba obedecer, pero también la obediencia religiosa cobraba en ella su
auténtico sentido. No era ciega, ni mucho menos. Era responsable, com-
prometida, iluminada por el espíritu de fe.
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Recordando sus últimos momentos, pienso que fue así su obediencia:
le costaba mucho morir. Se encontraba feliz entre sus Hermanas. No
podía ser de otra forma, pues trabajaba con mucha ilusión y vivía siempre
gozosa. Le costaba decir adiós a la vida, pero siempre dijo «sí» a su
Señor: «Me cuesta mucho, tú lo sabes... pero heme aquí para hacer tu
Voluntad».
Sufrió muchísimo. Un cáncer en la garganta que le privó del habla y le
producía ahogo. Descubierto, se le declaró mortal. Sólo dos días perma-
neció en cama, sin que viéramos que sus labios musitaran más que fervo-
rosas jaculatorias.
Así se fue la que tantas veces nos había ayudado a cantar fervorosa-
mente: «Llévame, oh Madre, llévame al Cielo...»
La paz que reflejaba su rostro nos decía que sí, que se había ido ya
con Aquélla a quien amaba entrañablemente, con Aquél a quien consagró
toda su vida y por quien únicamente trabajó, gozó y sufrió.
Era el 1 de noviembre de 1972, fiesta de Todos los Santos.
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SOR AURORA MARTIN MARTIN
Nació: el 1 de junio de 1921 en Zarza de Pumareda (Salamanca)
Profesó: el 5 de agosto de 1941 en Barcelona (Sarria)
Murió: el 11 de enero de 1973 en Madrid
Sor Aurora fue la primera de las tres hijas que el cristiano matrimonio
formado por Don Germán y Doña Florinda entregaron al Instituto de las
Hijas de María Auxiliadora.
Su hermano nos cuenta algo de cómo era Aurora en su infancia:
«A los cuatro años comenzó a ir a la Escuela de Párvulos y pronto
aprendió las oraciones. Participaba en la medida que podía de todas las
actividades en las que intervenía la familia. Era inclinada a la piedad y
sufría cuando oía a algún hombre del pueblo proferir una blasfemia».
«Siendo ya un poco más mayor participaba también en las veladas
recreativas de la Escuela. Tenía una memoria prodigiosa, valor que llamó
la atención del Párroco del pueblo y aunque los recursos económicos de
la familia no le hubieran permitido ir a estudiar a Salamanca, él logró una
beca en el Colegio de las Hermanas y así fue como empezó a estudiar en
la Casa de María Auxiliadora que ya nunca abandonaría:»
Uno de los mejores testimonios que tenemos de los años de formación
de Sor Aurora nos los facilita Sor María Miralles que fue Asistente suya y la
conoció bien durante muchos años:
«La conocí por primera vez en Sarria en el año 1934, cuando fui para
hacer mis votos perpetuos. Tuve con ella encuentros sinceros y espontá-
neos que ya dejaron en mí profunda impresión.
Pasó el tiempo... y en el año 1936, año de nuestra Guerra de Libera-
ción, fui destinada a la Casa de Salamanca encargándome de la asistencia
a las Aspirantes que allí hacían sus estudios de Bachillerato y entre las
que se encontraba Sor Aurora. En este tiempo fue cuando pude admirar
muy de cerca su seriedad, su piedad y lo que después pude comprobar
sería su virtud característica: el gran espíritu de sacrificio.
Como era muy inteligente hacía dos cursos en uno solo, examinándose
en junio y en septiembre, por lo que no dejaba de estudiar en todo el año,
a excepción de las vacaciones de Navidad y algunos días en verano.
Los domingos no faltaba al Oratorio donde realizaba un excelente tra-
bajo de asistente.
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Su defecto -pues todos tenemos alguno- era la poca atención al
orden, pero fue el motivo que me reveló el grado de humildad y dominio
que tenía, pues a pesar de su carácter más bien fuerte, aceptaba las
correcciones siempre sin proferir una excusa e intentando corregir aquello
que se le corregía.
Cuando acabó cuarto curso, fue considerada como la de mayor con-
fianza y responsabilidad para asistir al estudio general, seguras de su
ascendiente aun con alumnas mayores que ella. Jamás había una indisci-
plina cuando ella asistía.
Durante este tiempo estuve muy unida a las Aspirantes contando con
su afecto y confianza, por lo que sabía qué grandes eran sus deseos de
adelantar en los estudios para ir pronto al Aspirantado de Andalucía y pro-
seguir allí su Postulantado. Su estancia en Salamanca le sirvió bien de
prueba práctica pues fue una época difícil por la circunstancia de la guerra
y la escasez de personal.
Tuvo dos excelentes formadores en Don Gabriel Martín como Profesor
y Don José Luis Herrero encargado de darles las conferencias a las Hijas
de María, además del celo particular que con ellas empleaba la Directora
Sor Esperanza Díaz y el buen ambiente que había en el Colegio.
Terminó por fin el Bachillerato e inmediatamente las Aspirantes fueron
enviadas a San José del Valle donde en poco tiempo empezaron el Postu-
lantado. Ya terminada la guerra y rehabilitada la Casa de Sarria, pasaron
las Postulantes a Barcelona para dar comienzo a su Noviciado.
La resistencia física de Sor Aurora se alteró en aquel tiempo quizá por
los esfuerzos hechos hasta entonces, produciéndose en ella una grave y
alarmante dolencia que sólo halló aparente solución en una intervención
quirúrgica. Las Superioras que tenían grandes esperanzas en Sor Aurora
no dudaron en poner todos los medios para conseguir su salud y la some-
tieron a dicha operación. Quedó bien de la misma, con suficiente salud
para profesar, pero desde entonces ya nunca más gozó de vigorosa salud.
Ya Profesa comenzó sus estudios en la Facultad de Letras de Madrid y
por estar cerca de la Ciudad Universitaria fue destinada a la Comunidad
del Noviciado provisional de la Avenida del Valle.
Allí fui yo también como Maestra, por lo que tuvimos un nuevo encuen-
tro. Sor Aurora, buena como siempre, acudía a contarme cosas igual que
cuando era Postulante, acentuándose aun más nuestra mutua confianza y
procurando ayudarnos con gran sinceridad a crecer en santidad.
En esta época Sor Aurora ya no tenía las mismas fuerzas físicas que
antes y con frecuencia se quedaba dormida encima de los libros. Su fuer-
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za de voluntad era tal que a veces cantaba lo que leía para vencer así el
sueño, cosa que la cansaba aun más. Le faltaban bríos y vitalidad. Sólo la
sostenía su fuerza de voluntad y el gran amor que profesaba al Instituto.
Terminados sus estudios superiores, ya Licenciada en Lenguas Clási-
cas fue destinada al Colegio de Salamanca como Encargada de estudios,
siendo muy apreciada y querida por las alumnas, las cuales veían en ella
los grandes valores y virtudes con los que estaba adornada.
En 1955 fue nombrada Directora de esa misma Casa. En 1958 pasa a
ser también Directora de la Casa Inspectorial en Villaamil y después anima
la Casa de Delicias, hasta que en 1968 su estado de salud no le permite
estar en este cargo de tanta responsabilidad.
Volvió a Salamanca como Vicaria, pero cada vez iba perdiendo más
fuerzas y sus piernas resistían muy poco el andar. Daba algunas clases,
pero el segundo año viendo que el personal era escaso se ofreció para dar
más horas de clase y ese esfuerzo terminó por agotarla, teniendo que ser
suplida antes de terminar el curso.
Todos los años iba a tomar baños de mar y le hacían curas especiales
que lograban mejorarla algo, pero volvía a recaer de nuevo. En vista de
que no se veía solución para su mal fue trasladada a la Casa Inspectorial y
allí pasó los últimos meses de su vida recibiendo los solícitos cuidados de
Superioras y Hermanas».
Hasta aquí el resumen del testimonio de Sor María Miralles que en
grandes pinceladas nos describe la calidad de nuestra querida Sor Aurora.
Otra Hermana que convivió con ella nos dice:
«Tuve la suerte de pasar los dos primeros años de mi vida práctica en
la Casa de Villaamil donde estaba Sor Aurora de Directora. Pude observar
muy de cerca la personalidad de esta auténtica Hija de María Auxiliadora.
De carácter enérgico, muchas veces la vi reprimírselo. Era muy recta y
prudente ante cualquier actuación como Directora de cara a las Herma-
nas.
También tuve la suerte de acompañarla por espacio de quince días en
el Hospital donde estuvo en observación clínica. La hicieron pruebas dolo-
rosísimas en la columna vertebral, pero nunca se quejó lo más mínimo.
Siempre serena y sonriente. No olvidaré nunca la tarde en que el Dr. Váz-
quez le dijo sin rodeos antes de marcharse del hospital: «Tendrá usted
que resignarse a llevar siempre el bastón, pues ya no se le puede hacer
nada». Fue tremendo lo que debió de sufrir. Se veía la lucha de la natura-
leza joven a la que de repente se le comunica que su mal no tiene solu-
ción... Con los ojos llenos de lágrimas, pero con una serenidad y dominio
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admirables dijo sonriendo: «Bien, si el Señor así lo quiere... Bendito sea, El
manda».
Esta aceptación generosa de la Voluntad de Dios no fue el fruto de un
día, sino el de haber ido madurando en las continuas aceptaciones de
cada día y que hizo cumbre en ese momento de dolor con el que da
comienzo a otra etapa distinta.
Los últimos meses de su vida fueron una continua escuela de virtud. La
enfermera nos la describe como un alma toda de Dios. Siempre repetía:
«No quiero más que cumplir la Voluntad de Dios. Si El quiere que perma-
nezca más tiempo como estoy ahora, ese es también mi querer».
Al despedirse de alguna de las personas que la visitaban les decía:
«Pedid por mí para que sepa sufrir con alegría todo lo que el Señor me
quiera dar».
La visitaban mucho las niñas y se sentía feliz al lado de ellas. Para
todas tenía una buena palabra.
Aunque pasara una mala noche y le costara mucho levantarse no per-
día nunca la Santa Misa que seguía con gran devoción y con el libro en las
manos hasta que ya no pudo sostenerlo.
Esperaba la llamada a la Casa del Padre con gran serenidad y exhaló el
último suspiro en el momento en que el sacerdote que la asistía en estos
momentos terminaba de decir las últimas palabras de la recomendación
del alma y la Bendición Papal.
Gozó siempre del aprecio de las personas que la trataron y este apre-
cio quedó palpable en el gran número de las mismas que la acompañaron
en la conducción del cadáver manifestando hasta el final la gran estima
que tenían a tan buena Hija de María Auxiliadora.
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SOR SUSANA RUBIO
Nació: el 4 de julio de 1921 en Madrid
Profesó: el 5 de agosto de 1945 en Madrid
Murió: el 24 de julio de 1974 en Madrid
Sor Susana Rubio nació en Madrid el 4 de julio de 1921, siendo bauti-
zada el 21 de julio del mismo año y confirmada el 6 de mayo de 1924.
Sus padres don Antonio y doña Alejandra, muy buenos cristianos cui-
daban la educación y formación cristiana de sus hijos.
La vida de Susana estuvo marcada por la sencillez. «Era buena, buení-
sima -nos escribe su hermana Sor Alejandra- tanto en casa como en el
Colegio. Y no es que hiciera nada extraordinario.
Era muy fervorosa, obediente al máximo a cualquier insinuación de la
mamá o de los hermanos. Detallista, amiga de complacer siempre, muy
interesada por las personas que sufrían. Nunca recibió un castigo ni en
casa ni en el Colegio. No cabe duda que tenía su geniecillo, pero lo saca-
ba pocas veces y lo dominaba pronto.
Las Hermanas en aquella época tenían la Misa a las seis de la mañana.
Mercedes y yo íbamos todos los días, Susanita quiso unirse a nosotras
desde que hizo la Primera Comunión, sobre todo en las novenas de la
Inmaculada y Navidad, en pleno invierno y nevando no faltaba ni un sólo
día. Le entusiasmaba hacer ese obsequio a la Virgen y al Niño Jesús».
El año 1939, al terminar la guerra, las Hermanas recuperaron el Colegio
y con gran esfuerzo habilitaron los locales para comenzar las clases en
septiembre. Las Hermanas Rubio habían pasado ya la edad escolar, sin
embargo seguían frecuentando el Colegio como Hijas de María y Oratoria-
nas. Asistían también a las reuniones vocacionales.
Alejandra más comunicativa era abiertamente vocacional. Susanita lo
guardaba en su corazón y ni a su hermana comunicaba sus grandes deseos
de ser Religiosa.
«Cuando decidí marcharme a Sarria -comenta Sor Alejandra- la Direc-
tora me dijo sin más: «Susana también se va contigo. Díselo a tu mamá y
a preparar todo. Mi madre impresionada sólo pudo decir: «¿Pero las dos
hijas mías? En fin si el Señor lo quiere no hay más que hablar. Pocos días
después marchamos. Casi recién llegadas Susanita empezó a sentirse
inquieta, no tenía sosiego. Al interrogarla me comunicó: «Yo no merezco
tanta gracia del Señor, no me siento digna, esto es demasiado para mí». A
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la Directora, Madre Juana, nuestra antigua profesora en Madrid, le expuse
la ansiedad de mi hermana. A los dos días la enviaron a casa».
Por entonces se dividió la única Inspectoría española en las tres actua-
les. La Inspectoría Central Santa Teresa tenía la sede en Madrid. Susana
se había recuperado y estaba animada y decidida a volver. La Madre Ins-
pectora decidió unirla al grupo de Postulantes que comenzarían su Novi-
ciado en la capital de España.
Su tiempo de formación transcurrió normalmente y profesó como Hija
de María Auxiliadora el 5 de agosto de 1945 a los veinticuatro años de
edad.
Su primer destino fue el Colegio-Internado de Salamanca. Llegó allí
llena de alegría y salud. La llamaban cariñosamente «manzanita» por el
color rojo de sus mejillas, a lo que respondía con una sonrisa. Era amena
de conversación, pero muy comedida, prefería escuchar, dado su tempe-
ramento introvertido. La suya era una familia unida y entrañable, se sentía
feliz cuando le preguntaban por ella y comunicaba las últimas noticias que
le habían llegado.
Era un alma transparente, toda bondad, siempre disponible. Prestaba
servicios con una naturalidad grande, aunque le supusiese un sacrificio no
lo hacía pesar. Cuando la Directora le daba una nueva encomienda la
aceptaba sin rechistar, aunque le resultara pesada carga. Sonrisa serena,
sencillez, generosa y cercana inspiraba confianza. Respondía muy bien de
su trabajo.
Jamás se le escapó un lamento o queja y mucho menos una murmura-
ción. Era un ángel.
Era maestra de labor y se ingeniaba de una manera admirable para
enseñar a las niñas a coser. Aun las más pequeñas, con seis años, encan-
taba verlas hacer vainicas, pespuntes o punto de cruz. Gozaba del cariño
de las niñas y el aprecio de las familias.
Otra importante misión de nuestra Hermana en Salamanca era la asis-
tencia de las internas. Tenía un grupo de huérfanas de nueve a diez años y
bastante difíciles. Se entregaba a su cuidado sin medirse nunca. Deseaba
que fueran felices, las trataba con suma bondad, interiormente pasaba sus
malos ratos, se culpaba a sí misma de que las niñas no fueran todo lo
buenas que ella deseaba.
Las hermanas que convivieron con ella la recuerdan muy cordialmente.
«Al profesar-comunica una Hermana- fui destinada a Salamanca y mi pri-
mer trabajo fue el de Asistente de internas. El grupo de Sor Susana y el
mío compartían el mismo dormitorio y de ella aprendí qué quiere decir y
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qué significa la total entrega a las niñas de día y de noche. Me enseñaron
mucho sus largas horas de paciencia y comprensión. Gocé de su incondi-
cional ayuda en aquellos primeros tiempos de mi vida salesiana. Pasados
los años, en mis encuentros con ella, yo veía cómo le brillaban los ojos de
gozo cuando le decía que ella había sido mi primera maestra de asisten-
cia.
En la última etapa de su estancia en Salamanca hizo el trabajo de ayu-
dante de Ecónoma y aunque le resultaba penoso, lo aceptó gozosamente.
En 1954 la encontramos en Santander en una Comunidad pequeña
que atendía la cocina y ropería del Colegio de el Alta de los Salesianos.
Sus niñas quedaron allá en Salamanca. El panorama era muy distinto. Ella
era la responsable de la despensa. Muchas veces repetía: «Hacer la
Voluntad de Dios es mi cielo». Estaba feliz y se daba sin medida. Humilde,
silenciosa, entregada a su trabajo pasaba los días. Que las Hermanas y los
niños estén bien atendidos, que nada les falte.
En 1958 fue trasladada a Madrid-Ventilla. Se inaugura entonces el
nuevo Colegio de siete aulas y un gran patio con lo que se podía acoger a
buen número de alumnas y oratorianas. Hasta entonces aquello era un
barrio muy pobre, la gente vivía de la recogida de basuras y la busca. Las
Hermanas estaban allí desde 1927 por una circunstancia providencial. La
Marquesa de Molins hizo Ejercicios Espirituales con un santo jesuíta que
hacía apostolado en aquel barrio y la comprometió a fundar una Escuela
para niñas como ellos tenían otra para niños. Poseía por allí la marquesa
una casa de campo y la destinó para tal fin. La encomendaron la dirección
a nuestro Instituto. Por el año 1950 el Ayuntamiento emprendió la urbani-
zación de ese distrito. Proyectaron un gran hospital, viviendas, una gran
avenida que iba a pasar por nuestro Colegio. Con la expropiación se com-
prometieron a darnos otro edificio y es el que estrenó Sor Susana. Le
encomiendan una clase elemental, clase de labor y la Economía. Si Dios lo
quiere, bendito sea. Pero ¿por dónde empezar? Es apocada y sin querer
se agobia. ¡Eso de la Economía! Se pone nerviosa, el geniecillo que apun-
taba de niña sale alguna vez. Qué esfuerzo tan grande para dominarse. Su
conciencia tan delicada... Pero no se trata de faltas. Su capacidad es limi-
tada y lo que tiene entre manos la desborda. Pide al Señor le ayude a
manifestarse dulce, amable, servicial y a contribuir con su alegría a la ale-
gría de la Comunidad. Son situaciones de prueba en las que el oro se puri-
fica en el crisol.
En el mes de septiembre de 1962 le llega la obediencia: Colegio de
Valdepeñas con el cargo de Ecónoma. Allá fue nuestra hermana con el
corazón transparente y el alma llena de grandes deseos. Su «Fiat» era
cada vez más firme y más consciente. Servicial, sencilla, acogedora y pru-
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11.10 Page 110

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dente como la hemos visto en épocas anteriores. Qué observante para
serle fiel a su Señor. Qué filial entrega a la Santísima Virgen.
Realizaba sus funciones de Ecónoma con un espíritu de servicio admi-
rable. Atendía a las necesidades que descubría y a las que manifestaban
las Hermanas con premura y humildad. No le resultaba fácil su oficio. La
casa era muy pobre, había muchas alumnas gratuitas y los ingresos eran
escasos, tenía que ingeniárselas para no gastar más de lo que podía. La
segunda obra de la Casa era un taller de punto. La relación con los prove-
edores, la búsqueda de clientes, el llevar la Contabilidad, los déficit eran
para ella problemas que la tensionaban mucho y repercutían en su siste-
ma nervioso.
Al comenzar el curso 1973-74 empezó a manifestarse inquieta, un
moverse continuo, cierta angustia en la expresión de su rostro... síntomas
de una incipiente enfermedad mental que a mediados de curso se pronun-
ciaba más.
Decidieron las Superioras apartarla de sus trabajos y preocupaciones
habituales y ponerla en tratamiento médico. Así pues la llevaron a la casa
de Salamanca.
Cuando llegó pasaba los días sentada en un sillón, sedada por los
medicamentos y cada poco tiempo había que enderezarla pues perdía el
equilibrio. Daba mucha pena. Las Hermanas estaban pendientes de ella.
Pasado algún tiempo pudo valerse sola y tener alguna actividad, pero
no volvió a ser la misma, sus facultades seguían muy mermadas. Entró en
el número de los «pequeños» los últimos que serán los primeros en el
Reino de los Cielos. Hermanas y niñas se enternecían con su humildad,
sumisión y anonadamiento.
A pesar de los medios puestos en juego, la enfermedad avanzaba;
nuevas molestias en el pecho y espalda hacían suponer una metástasis en
la columna vertebral. Dada su situación se la trasladó a Madrid, a la casa
de Enfermas de la Dehesa de la Villa. El confesor que la atendía podía
comprobar que tenía la virtud de la gratitud en grado eminente. Su gran fe
la llevaba a valorar el perdón que le otorgaba el confesor en nombre de
Jesús y cada vez le daba las más expresivas gracias.
Tenía la dicha de recibir todas las tardes la visita de su mamá y de su
tía que pasaban un rato con ella, muy apenadas por su estado y a la vez
felices por estar a su lado.
Por su empeoramiento el médico aconsejó otra operación y su familia
fue partidaria de que se le hiciera. La intervinieron el 22 de noviembre de
1973 con poco éxito. No tuvo mejoría aparente, al contrario, una caída for-
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12.1 Page 111

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tuita la postró en el sillón hasta el fin de sus días. Por la metástasis de la
columna necesitaba transfusiones de sangre para contrarrestar la falta de
glóbulos rojos. Ella las deseaba para reanimarse. Llegó un momento en
que el médico dijo que no se le podían hacer más. La Directora vio una
señal de gravedad y la invitó a recibir la Unción de los Enfermos. La impre-
sionó la propuesta. «¿Es que me voy a morir?» Susana, hija, todos vamos
al encuentro del Señor, dijo la Directora, mañana haremos fiesta, vendrá
Sor Alejandra, tu hermana y estará contigo toda la Comunidad. Lo aceptó
y volvió a su silencio.
Aun estuvo con vida unos quince días. Celebraron el Sacramento con
toda solemnidad, estuvo serena y contenta.
Los últimos días los pasó en un estado comatoso, semi-inconsciente.
Murió la noche del 24 de julio de 1974.
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12.2 Page 112

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SOR AGUSTINA ALONSO
Nació: el 22 de julio de 1939 en Muda (Falencia)
Profesó: el 5 de agosto de 1958 en Madrid
Murió: el 5 de agosto de 1975
Con frecuencia nos admira el gesto heroico de esos misioneros que
entregan su vida en la brecha, rendidos por las fatigas, apuñalados por los
enemigos de la fe, defendiendo la fe de sus neófitos, arrollados por las
ondas embravecidas de un río tumultuoso o despedazados entre las
garras de las fieras... Pero más frecuentemente aún ignoramos la callada
generosidad de otros misioneros que después de haberlo dado todo en el
campo de sus sudores, faltos de salud, han de retirarse en retaguardia, no
por miedo, sino abriendo los brazos a la cruz de la enfermedad con que
Cristo los distingue para continuar desde otras latitudes su labor misione-
ra bajo el signo del dolor.
No es el trabajo apostólico, ni la oración, ni el sufrimiento lo que de
suyo redime, sino el trabajo y la oración y el dolor emprendidos y acepta-
dos como expresión de la Voluntad de Dios.
Es el caso de Sor Agustina. Con la misma generosidad con que supo
leer en la entrega apostólica la Voluntad divina que la quería Misionera,
supo también aceptar el holocausto de su enfermedad, que contrariaba su
celo y sus ansias de entrega, en la certidumbre de que Dios la quería
Misionera en el más alto grado: Misionera a través del sufrimiento a ima-
gen y semejanza del Divino Mártir del Calvario.
Nació en Muda, pueblecito del Norte de Falencia, el día 22 de julio de
1939. Familia cristiana en cuyo seno era lógico el despertar de los más
generosos ideales. De complexión débil, pero juguetona e inquieta, supo
hacerse querer mucho de sus compañeras.
No había mediocridad en sus decisiones, por lo que a penas adoles-
cente comunicó a su tío sacerdote el propósito de hacerse Salesiana.
Hizo el Aspirantado y Postulantado en el Colegio de Delicias y en 1956
empezó el Noviciado. De este tiempo de formación recuerdan sus compa-
ñeras:
«Era una de las Novicias más jóvenes, con un sentido del humor muy
marcado y característico en ella. Todo lo hacía chiste. Esto le daba un aire
poco reflexivo e infantil. Pero guardaba tras esas formas un alma grande y
responsable, cosa que he ido advirtiendo con profunda admiración a
medida que he convivido con ella».
113

12.3 Page 113

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Profesó en Madrid el 5 de agosto de 1958 y fue destinada con 19 años
a la Casa de Delicias. Un Colegio con casi mil alumnas. Era un alma senci-
lla y grande y no tardó en llamar la atención de las alumnas, padres y Anti-
guas Alumnas. Poseía una gran inteligencia y era muy sacrificada. Lo que
más destacaba en ella era el arte de romper tensiones con su admirable
gracejo y diciendo la más auténtica broma con la sencillez y seriedad de
quien no se da importancia. Era una persona dotada para vivir en Comuni-
dad. Poseía una habilidad especial para imitar a las personas, pero lo
hacía de tal forma que nunca faltaba a la caridad.
Recogemos el testimonio de alguna Hermana que ha vivido con ella:
«Siempre la recordaré como la Hermana buena que sin llamar la aten-
ción, sabía hacer felices a cuantos vivíamos a su lado».
«Después de profesar tuve la oportunidad de vivir con ella un período
corto de tiempo, pero lo suficiente para descubrir su personalidad y su
estilo desenfadado y alegre siempre, aunque el sufrimiento la estuviese
minando».
Estando en la Casa de Delicias cayó enferma. Se le diagnosticó pleure-
sía. Como esa Casa no reunía condiciones, las Superioras la mandaron a
la Casa de la Dehesa de la Villa para curarse y reponerse. Es entonces
cuando tuve ocasión de tratarla pues yo era la enfermera de la Comuni-
dad. Tuvimos muchos momentos de comunicación personal, charlamos
de nuestras vidas, de las ilusiones y desilusiones que trae. Vi la madurez
de su vida. En los meses de enfermedad demostró un espíritu fuerte, obe-
diente y con deseos de curarse para volver a la brecha a trabajar con sus
párvulos que tanto la querían.
Con toda ilusión hizo sus Votos Perpetuos en aquellas circunstancias.
Se levantó de la cama sólo al momento de la ceremonia y decía con gra-
cia: «El Señor me quería jugar una de las suyas. Como soy tan fea quería
dejarme, pero he podido yo más que El y ya no le dejaré nunca».
Concebía la vida como una aventura en la que merece la pena emplear-
se al servicio de los más necesitados. Por eso encontró en su vocación
misionera el complemento de su vida religiosa.
Su gran deseo de siempre se hizo realidad cuando las Superioras la
destinaron como Misionera a las tierras del Alto Orinoco en Venezuela.
Antes tuvo que estar un año entero en Roma preparándose para la
nueva misión. Para su impaciencia fue un año largo y de difícil espera. Era
como si presintiera que en su vida no había tiempo que perder. Por eso se
quejaba filialmente a Madre General: «Madre, ya no soy una Novicia, llevo
doce años de profesa. No me entretenga más tiempo barriendo y fregan-
114

12.4 Page 114

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do, cuando hay tantos pobrecitos que pueden beneficiarse de mis cuida-
dos».
Fue Fundadora de la «Misión Salesiana Nuestra Señora del Carmen» en
la Isla del Ratón en el río Orinoco. Clima tropical con temperaturas de más
de 50 grados y una gran humedad que hacían aun más temibles aquellos
calores.
Dos años estuvo en la isla y otros dos en San Juan de Manapiere.
Las residencias misioneras eran el punto de convergencia de mucha-
chitas procedentes de los puntos más dispares: indias, guaicas, piaroas,
maquiritares, vanivas... se aficionaron a ella como a una verdadera amiga,
como a una más. Se reían al recordar la impresión que dejaba en ellas
cuando la veían por primera vez, ya que dado lo sutil y fino de su figura no
sabían reconocerla si como hombre o como mujer.
Fueron cuatro años vividos con intensidad en la entrega a aquéllas que
en su mayoría tenían los primeros contactos con el mundo civilizado. Les
enseñó lo más elemental de las normas de higiene, a vestirse, a comer, a
leer y escribir y al mismo tiempo les iba hablando de Dios, Padre de todos,
en quien se puede confiar toda la vida.
Su vida misionera iba transcurriendo con toda normalidad hasta que
aparecieron los síntomas de su terrible enfermedad: una tos persistente
que ya no la abandonaría nunca y un tumor canceroso que fue causa de
una urgente intervención quirúrgica.
Siguió trabajando con entusiasmo hasta que las Superioras, en vista
del enorme quebranto de su salud, la hicieron regresar a España. Dios
parecía estar tan celoso de ella que la quería completamente abandonada
en sus brazos paternales y empezó a desprenderla de todo lo que no
fuera El.
Primero fue la muerte de su santa madre acaecida el 6 de agosto de
1973 sin que ella tuviera el consuelo de venir a darle el último abrazo. Sólo
Dios sabe el dolor de esta alma tan sensible. Fue un duro golpe que le
hizo exclamar: «Sólo por Dios se puede hacer un sacrificio tan grande. A
una Misionera El puede exigirle cada día más».
Después vino la prueba de su enfermedad y con ella la de su regreso.
Lejos de una alegre bienvenida, la primera noticia que tuvo al llegar al
aeropuerto de Barajas fue la del fallecimiento de su padre ocurrido cinco
días antes.
Y por último... ¡El Calvario!
Cuando ella esperaba con ilusión que su enfermedad sería pasajera y
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12.5 Page 115

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pronto podría volver a su querida Misión, los médicos le aconsejaron guar-
dar cama inmediatamente. El cáncer había progresado mucho. Su gargan-
ta no podía soportar ni el más pequeño sorbo de agua. Hubo que implan-
tarle una sonda para su alimentación. Su cuerpo ardía por dentro y por
fuera. Cualquier postura que tomase era un suplicio para ella. Continuos
golpes de tos la dejaban sin respiración y exhausta de fuerzas. Largas y
continuas noches en las que no lograba reposar un momento a pesar del
sueño que tenía. Repetía a la enfermera: «Aunque veas que no duermo no
te levantes, estoy tranquila. No me preocupa la muerte. Si yo no puedo
dormir al menos descansa tú».
El tormento mayor lo constituía la sed. Como Cristo en la Cruz sentía
una sed que la abrasaba. Al suplicio físico se unía el suplicio moral que
ponía al descubierto la magnitud de su corazón.
Cómo echaba de menos su Misión querida. De haber salido que venía
a España para esto, hubiera preferido quedarme allí para morir entre mis
indiecitas, repetía con frecuencia.
No dejaba de pensar en ellas. Recibió en cierta ocasión un lote de car-
tas de ellas. Alguna se expresaba en estos términos: «Querida Sor Agusti-
na: Cuando la Hermana nos ha dicho que tenías enfermedad, nosotras en
seguida nos hemos puesto a pedir al Señor por ti. Y cuando yo me acuer-
do de ti por la noche lloro y no puedo dormir». Ella se enternecía y con
lágrimas nos comentaba: «Esa es mi capitana. Pedid por ellas, en estos
días dejarán la misión y volverán a la selva. Tal vez alguna ya no regrese
más.»
De sus compañeras de misión se acordaba con frecuencia y cada vez
que se le ofrecía la ocasión preparaba un paquete para ellas con algunas
cosillas: insecticidas, pipas, caramelos... sencillos detalles que hablan de
cariño y fraternidad.
Todas esas cosas aliviaban en parte su sufrimiento moral, el sentimien-
to de inutilidad y la nostalgia de su misión. Seguía siendo Misionera.
Amaba a la Virgen con un tierno corazón. Cada vez que un Salesiano
venía a visitarla, no le dejaba irse sin que antes le hubiera impartido la
bendición de María Auxiliadora. Parecía intuir que la Virgen se la iba a lle-
var en un día dedicado a Ella. Cuando se acercaba un 24 nos decía: «Yo
creo que mañana la Virgen me lleva». Y una vez pasada la fecha al com-
probar que todavía no la había llevado nos reprochaba amistosamente:
«No se lo pedís bien. Decidle que me lleve. Esto se hace muy duro».
Su muerte fue como la de un justo. Sintió una gran soledad en los últi-
mos momentos. Se vio despojada de todo consuelo humano y sobrenatu-
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12.6 Page 116

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ral. La noche anterior a su muerte fue una noche de desprendimiento. El
Señor lo quiso así. Me dijo así (cuenta la enfermera): «Siento una soledad
espantosa. ¿Dónde estáis?» ¿Dónde está Dios? Sé que está aquí por la
fe, pero no le veo ni le siento. A ti tampoco te siento, estoy sola... Fue una
verdadera angustia para ella aquella noche, pero lo aceptó y vivió con el
Crucifijo. Al día siguiente convencida de que era su día no quiso que la
dejaran sola, pero el Señor la privó de los consuelos más importantes
para ella: el confesor que no estaba, la familia tampoco, al médico no lo
pudimos localizar. Así desprendida de todo lo humano, ofreciendo su vida
por las misiones, la Iglesia, la Congregación, agradeciéndome constante-
mente todo, entregó su vida a Dios en un momento de serenidad y paz,
en un día consagrado a la Virgen y tan significativo para una Hija de María
Auxiliadora.
Era el 5 de agosto de 1975. Después de celebrar la Eucaristía y de
renovar sus Votos al Señor, sentada y con los brazos abiertos como abar-
cando a todo el mundo, recostada en sí, entregó su vida fogosa y ardiente
para ir a gozar para siempre del Padre.
Podemos decir que en su enfermedad fue más misionera que en la
brecha. Por eso su vida fue un acto de servicio, porque clavada con Cristo
en la Cruz ha rendido a la Iglesia el mejor servicio que se le puede hacer:
el holocausto de su vida joven y generosa.
Un día 5 de agosto de 1957 dijo «sí» al Señor y se abandonó en sus
manos y otro 5 de agosto, dieciocho años después le decía el «sí» definiti-
vo de su vida. «Ven, Esposa de Cristo...»
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12.7 Page 117

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SOR PAZ RIESGO
Nació: el 18 de abril de 1917 en Salamanca
Profesó: el 5 de agosto de 1942 en Barcelona (Sarria)
Murió: el 30 de octubre de 1975 en Madrid
Sor Paz Riesco Pedraz nació en Salamanca el 18 de abril de 1917,
siendo bautizada el 22 de abril del mismo año y confirmada el 2 de junio
de 1919.
Su padre don Cristóbal era catedrático de Latín en el Instituto de Ense-
ñanza Media. Su madre doña Piedad se dedicaba a la educación de sus
doce hijos, cinco varones y siete niñas. Fue una suerte para Paz pertene-
cer a una familia tan numerosa, donde no podía haber mimos ni distingos
para nadie y así se educó sin ningún complejo.
Los padres profundamente cristianos inculcaron en sus hijos esa vida
de fe que alimentaba su alma. Los niños eran alumnos del Colegio Sale-
siano. Paz y sus hermanas eran alumnas de las Hijas de Jesús. Ella era
una niña de gran sensibilidad. Crecía en un ambiente de gran alegría y pie-
dad. Era muy activa y juguetona. Tenía afición y facilidad para la música y
la pintura. Desde pequeña se mostró muy responsable en todas las ocu-
paciones. Siempre se distinguió por las buenas notas en los exámenes.
Siguió Paz en el Colegio hasta terminar brillantemente el Bachillerato. A
continuación hizo los estudios de Magisterio. Fue un día muy importante
en su vida cuando recibió el flamante título de Maestra estatal. Fue desti-
nada a una escuelita en un pequeño y alegre pueblo de Salamanca.
Era la primera vez que salía de casa y echaba de menos a su numero-
sa y animada familia. Pronto lo superó al entregarse de lleno a su misión.
Su fuerte vocación de educadora, su talante dinámico, su alma de artista
la encaminaron a una actividad que cambió la faz de la tierra de aquella
pequeña e ignorada aldea.
La pobre y destartalada escuela se convirtió en un ambiente acogedor.
Sus paredes decoradas con hermosos dibujos, las ventanas cubiertas de
flores. En poco tiempo cambió sensiblemente el aspecto y porte de las
alumnas. Limpieza, alegría y buenas maneras empezaron a ser su distinti-
vo.
En Cojos de Robliza -así se llamaba la aldea- no había párroco. Acos-
tumbrada a su Misa diaria y a otras prácticas de piedad aquello le pareció
inconcebible. No era nuestra joven maestra persona de quedarse con los
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brazos cruzados acomodándose a las realidades que encontraba, al con-
trario, tendía a mejorarlas. Pidió las llaves de la pobre iglesia, la limpió y la
embelleció con la ayuda de las niñas y de algunas madres. Las campanas
no estaban mudas en el campanario y las campiñas se inundaban del pia-
doso sonido. Acudían con gozo las mujeres y los niños, las mozas y los
mozos, y no faltaban algunos padres. Se ensayaba algún canto piadoso
de los muchos que la maestrita había aprendido en su Colegio, se rezaba
el Rosario y se volvía a casa con el alma llena de sosiego y paz.
Las actividades apostólicas fueron en aumento. Visitas a los enfermos,
recomendación del alma a los moribundos, catequesis y preparación a la
Primera Comunión. Siempre estaba la señorita a punto. La vida cristiana
mejoró notablemente en el pueblo.
Sabíamos que ya desde niña sentía en su corazón la llamada del
Señor. «Fue al terminar Magisterio -nos dice su hermano José- cuando
queriendo hacerse religiosa se lo comunicó a su Director espiritual, el cual
le prestó buena ayuda. Parece que se inclinaba por las Hijas de Jesús, ya
que con estas religiosas se había educado y eran para ella las más cono-
cidas. Después de estar un año ejerciendo como Maestra, se decidió a
arreglarlo todo para entrar en el Noviciado. Al terminar aquel curso me
daba a mí por carta la noticia: «He decidido lo que hace tanto tiempo
venía pensando, hacerme jesuitina. Lo he hablado con mi Director Espiri-
tual que ha dado su visto bueno e incluso he hablado con la Madre Gene-
ral y he obtenido su permiso, de modo que el nuevo curso iré al Novicia-
do». Yo por aquel entonces era ya sacerdote Salesiano. Le escribí a vuelta
de correo una carta bastante larga, le decía que ya hacía tiempo que
esperaba esa noticia, pero añadía que siempre pensé que se haría no
Jesuitina, sino Salesiana y empecé a darle razones. En esencia le decía
que su carácter tan alegre y vivaracho y tan entregada a los pobres, era
más propio de una hija de Don Bosco que de San Ignacio. Que lo pensara
mejor, que yo rezarla a María Auxiliadora (a la que tanto queríamos desde
nuestra infancia) para que la iluminara en un asunto tan importante. Poco
tiempo después recibía contestación: «La carta que me escribiste se la
presenté a mi Director espiritual, el cual después de leerla, me dijo: «Eso
mismo que te indica tu hermano es lo que yo pensaba de ti, pero como tú
nunca me hablaste de Salesianas, me pareció algo imprudente el señalár-
telo». Y continuaba mi hermana: «En seguida cambié de idea y decidida-
mente me haré Salesiana. Dime a quien tengo que dirigirme. Lo que más
me cuesta es tener que desdecirme ante la buena Superiora de las Jesui-
tinas».
Los primeros pasos de Sor Paz en el Instituto de las Hijas de María
Auxiliadora nos lo cuentan dos Hermanas, también salmantinas que entra-
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ron a la vez. «Fuimos compañeras -nos dice una Hermana- en el Postu-
lantado y en los años de Noviciado en Barcelona. Sor Paz era alegre y
optimista, muy decidida, no se arredraba por nada. Muy espontánea, una
de esas personas llenas de simpatía con quien se respira bienestar y ale-
gría.
Hizo su profesión el 5 de agosto de 1942 en Barcelona (Sarria) y fue
destinada a la Casa de Madrid-Villaamil.
Su estancia en Villaamil duró sólo un año, ya que fue destinada a la
Fundación del Colegio de María Auxiliadora en La Roda (Albacete). Una
señora, buena cristiana, ofreció a la Madre Inspectora una casa que
poseía en esa tierra manchega y allí envió como fermento a una Hermana
perpetua, dos Júnioras y una Postulante. Como pioneras les tocó vivir días
heroicos. Con escasos medios ponen en marcha las dos primeras aulas,
la capillita y un pobre dormitorio para pasar la noche. La caridad de algu-
nas familias que les llevaron las niñas al Colegio y se percataron de su
situación, les proporcionaba algún alimento. La Postulante iba a comprar
el pan y las mamas que la veían con la bolsa vacía se la iban llenando. Sin
embargo la casa resplandecía de alegría. La gran confianza en la Provi-
dencia que fue el tesoro que Madre Inspectora les entregó al enviarlas allí
y la fuerza del «Da mihi animas» les ayudaba a superar todas las dificulta-
des. De todo hacían motivo de fiesta y de risa. Las Antiguas Alumnas que
vivieron esos tiempos de la fundación guardan de aquellas Hermanas un
recuerdo inolvidable. No cabe duda que aquella siembra ha dado frutos
abundantes: vocaciones religiosas, familias cristianas y un Colegio que
realiza una labor catequística y pastoral impresionante en el día de hoy.
«Sor Paz llegó a La Roda cuando apenas tenía un año de profesión.
Fue mi primera profesora, dice una Hermana, simpática, alegre, sencilla.
Estaba siempre con las niñas, la sentíamos muy cercana y se dejaba que-
rer por todas, favoreciendo así el espíritu de familia que reinaba en aquella
casita, tan pobre como atrayente, por la vida de aquellas Hermanas de un
espíritu de sacrificio a toda prueba».
En Villaamil estuvo de nuevo en 1950 a 1955. Era la Vicaria y daba cla-
ses de Bachillerato. Esos años tuvo un objetivo muy claro: la formación
integral de las alumnas, de modo especial de las mayores. Impulsó la Aso-
ciación de Hijas de María, movida por su filial amor a la Virgen y creó el
Centro de Acción Católica, al que pertenecían las alumnas más compro-
metidas, que allí cultivaron y afianzaron la dimensión apostólica de sus
vidas.
Tenía especial esmero en la preparación de las niñas para la recepción
de los Sacramentos. Procuraba confesores todas las semanas y ella que
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12.10 Page 120

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tenía una gran delicadeza de conciencia, era la primera en confesarse.
Solía decir bromeando: «Se me van los pies al confesonario».
Las Hermanas que vivieron con ella aquellos años valoran sus grandes
cualidades humanas y cristianas. Era sincera en grado extremo, sin respe-
to humano. Su carácter alegre y abierto ganaba la simpatía de las niñas y
de sus familias. Dotada de forma no común de habilidades y buenas cua-
lidades, no estaba exenta como todo mortal de algún defectillo. Era algo
voluntariosa con el bagaje negativo que tiene esta cualidad. Su notable
despiste ocasionaba anécdotas regocijantes y algunos malos ratos.
Aportamos el testimonio de una alumna suya, hoy Hija de María Auxi-
liadora: «Sor Paz era una mujer íntegra. La conocí cuando yo era una ado-
lescente y tenía los ojos muy abiertos para observar aquello que de alguna
manera estaba dentro de mi ser: la vida religiosa. Por eso observaba a las
Hermanas. Con ella por razones de las actividades, asociaciones y fiestas
salesianas, convivía durante muchas horas en aquel internado donde a
veces pasaban tan lentas.
De ella aprendí muchas cosas: a ser sincera aun jugando con desven-
taja, a no juzgar la intencionalidad de nadie, aun cuando los hechos fueran
evidentes, a soportar incomprensiones y regañinas inmerecidas... Ella
siempre disculpaba con su palabra oportuna y graciosa y echaba a buena
parte las desconsideraciones de los otros, aunque estos otros fueran sus
mismas Hermanas en religión. De ella aprendí a trabajar sin descanso, a
cambiar planes porque surgían imprevistos, a vivir con espíritu de fiesta,
porque ella siempre estaba alegre. Con sus chanzas y dichos alegres nos
hacía reír y fomentaba en nosotras la creatividad para entusiasmar con
nuestros carteles murales las fiestas del Colegio.
El curso 1954-55 la encontramos en el Colegio de Patencia de Huérfa-
nas de Ferroviarios. Fue feliz de estar cerca de aquellas niñas huérfanas
que tanto necesitaban un ambiente familiar y una preparación para enfren-
tarse con la vida como buenas cristianas y honradas ciudadanas.
De lo dicho hasta ahora se puede deducir que era la de Sor Paz una
vida plena. En la Inspectoría era una persona de muchas esperanzas y se
le auguraban largos años de rica actividad educativa y pastoral. Sin
embargo otros eran los designios de Dios. Una insidiosa enfermedad
comenzó a insinuarse, sus coronarias empezaban a fallar. Es el inicio de
su «Vía dolorosa» que fue «in crescendo» con el paso del tiempo. La fatiga
le impedía jugar como antes con las niñas. Aquellas tardes del Oratorio
Festivo poco a poco se fueron reduciendo a la Catequesis y a charlas con
las niñas por el patio. Los médicos no veían ninguna solución. Los medi-
camentos apenas la aliviaban.
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13 Pages 121-130

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13.1 Page 121

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En esta época empezaron los frecuentes cambios de casa. Se pensaba
que el cambio de clima podía ser beneficioso. Así hasta su muerte pasó
un par de cursos en Casas de la costa y otros dos en Casas del interior de
la Península, siempre con la esperanza de una mejoría, con el deseo de
trabajar por la salvación de las almas. Sin embargo la enfermedad seguía
su curso y la Hermana se sentía cada vez peor.
En Ceé, el pueblo más occidental de la Península ibérica, a orillas del
Océano Atlántico, al final de los años 60, llevaban las Hermanas un cole-
gio creado por un industrial de la zona para la educación de los hijos de
los obreros. Con el fin de que el Colegio recibiera fondos del Estado, el
año 70 pasó a ser un Patronato y se requerían maestras estatales. Allí fue-
ron destinadas las tres Hermanas Riesco, que tenían esa cualificación. La
vida de Sor Paz ya era entonces un calvario que ocultaba con sus bromas
y sonrisas. Al final del curso escolar se sentía muy mal. Siempre buscando
remedio, pidió la llevaran a Madrid. Allí estuvo en el Colegio de San José.
Acariciaba la idea de que una operación la pondría en condiciones de tra-
bajar diez años más. Entonces la visitó el cardiólogo del Dispensario anejo
al Colegio y desaconsejó la operación. En Madrid aumentó su fatiga y se
sentía muy mal. Pidió volver a Ceé donde su clase la esperaba.
Se sentía mal interpretada por algunas personas y sufría. «Esta enfer-
medad mía es tan difícil de entender», se le oyó decir.
En 1972 al cerrar la Casa de Ceé pidió ser enviada a una Casa donde
hubiera pocas escaleras para que resistiera mejor su pobre corazón. De
nuevo fue cambiada a Valdepeñas. Allí fue feliz. La Directora nos informa:
«Viví solamente un año con ella, lo suficiente para comprender los valores
que guardaba. Hasta que el doctor nos alertó de su gravedad, no nos
dimos cuenta del esfuerzo grande que estaba haciendo para vivir como si
nada pasara. Sólo al llegar de estar con sus niñas a los actos comunes
dejaba ver su esfuerzo y su cansancio, que ella disimulaba diciendo:
«Claro, ya no son los veinte años».
¿Pero cómo decidió someterse a una operación? El médico de Valde-
peñas al verla tan mal, le preguntó por qué no se operaba. Le expresó ella
que lo deseaba mucho pero que siempre se lo habían desaconsejado los
médicos. El la animó y le recomendó un amigo suyo, cardiólogo en el Hos-
pital provincial de Madrid. Sor Paz aceptó gustosa. Las Superioras al verla
totalmente decidida accedieron. Se trasladó a Madrid a primeros de sep-
tiembre de 1975 para ponerse en manos del cardiólogo. Después de
varias consultas y de un estudio completo de su enfermedad, vieron la
posibilidad de hacer la operación del corazón. Su estado de salud era tan
deficiente que, sabiendo el riesgo que corría, asumiendo la responsabili-
dad de no salir del quirófano, decidió operarse. Espera poder trabajar con
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13.2 Page 122

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normalidad después. Sufría física y moralmente por su impotencia en el
trabajo y en la vida común, a pesar de que por su carácter alegre y des-
preocupado lo disimulara.
Los dos meses que pasó en Madrid preparándose para la operación,
su pensamiento estaba en las niñas y jóvenes que había dejado en Valde-
peñas. Contaba sus experiencias en el barrio del «Cachiporra» donde los
niños eran difíciles y ella ponía en juego sus destrezas para que estuvieran
alegres santamente y recibieran con gozo el mensaje evangélico.
«Estaba yo en Santander -nos escribe su hermano Salesiano don
José- recibí una postal de mi hermana Paz notificándome su operación de
corazón para dos días después. Preocupado por el resultado de tan difícil
operación me puse en camino a Madrid. Inmediatamente me presenté en
el Hospital. La acompañaba la Hermana enfermera y mi hermana Elena.
Les celebré la Santa Misa, todos estaban emocionados.
Pude hablar con mi hermana un rato y me manifestó que estaba dis-
gustada porque un médico del equipo le había desaconsejado la opera-
ción. Ella sin embargo había tomado la decisión y no se volvía atrás.
Al día siguiente la operaron. La Madre Inspectora y varias Hermanas
habían acudido para saludarla antes de entrar al quirófano, llegó el
momento. Eran las dos de la tarde. Avisaron que la operación duraría unas
cinco horas. Salió en la camilla de ruedas que la conducía a la sala de
operaciones. Iba ufana y alegre. Su optimismo lo llevó hasta el final. Salu-
daba con las dos manos. A la Madre Inspectora le dijo: «Madre, no se olvi-
de de que el próximo hábito sea más claro como las Hermanas jóvenes lo
desean». A la enfermera: «Gracias, seguramente hasta el cielo». A las Her-
manas: «Rezad por mí».
Esperaban rezando el Rosario don José, Sor Elena y la enfermera. A las
dos horas comunica la Secretaria que había concluido la operación. La
mucha hemorragia les había obligado a acelerar. La enferma en la U.V.I.
Les pareció mal presagio, quedaron consternados los tres. Siguieron
rezando el Rosario, pidiendo la intercesión de la Virgen. No tardó mucho
en volver la Secretaria a confirmarles su muerte, añadiendo para animar-
los: Si no se hubiera operado tenía vida para un par de meses y esto con
sufrimientos de consideración. Ha muerto sin sufrir nada.
Su capilla ardiente se colocó en el panteón de Villaamil. Era el 30 de
octubre de 1975.
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13.3 Page 123

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SOR CONSUELO MÁRQUEZ
Nació: el 5 de agosto de 1878 en Utrera (Sevilla)
Profesó: el 29 de agosto de 1902 en Sevilla
Murió: el 28 de enero de 1976 en Madrid
Sor Consuelo Márquez Garcés nació en Utrera (Sevilla) el 5 de agosto
de 1878, siendo bautizada el 16 de agosto del mismo año y confirmada en
31 de enero de 1881.
Sus padres, don Joaquín y doña Mercedes formaron una familia honra-
da y cristiana al cien por cien. Tuvieron diez hijos, viviendo con bastante
estrechez ya que el padre era telegrafista de la estación y el sueldo no era
suficiente para tantos hijos.
Como Utrera fue la primera Fundación de los Salesianos en España,
Sor Consuelo tuvo ocasión de conocer en persona a don Rúa, ya que esta
fundación tuvo lugar en 1881. Trató a los Salesianos y conoció su espíritu
desde su más tierna infancia. Más tarde, sintiendo la llamada de Dios a la
vida salesiana, ingresó en el Instituto en Barcelona-Sarriá, comenzando su
Postulantado el 24 de junio de 1899, siendo acompañada por su padre
desde Utrera a Barcelona.
Tomó el hábito también en Sarria el 18 de noviembre de 1899.
Como el clima de Barcelona no le sentaba bien y su salud se resentía,
fue enviada a Sevilla, donde profesó el 29 de agosto de 1902.
Parece ser, según los datos que obran en nuestro poder, que al profe-
sar fue destinada a la Casa de Ecija, donde estuvo de Hermana muchos
años y después de Directora animando a la Comunidad.
De Ecija fue trasladada a Jerez de la Frontera (Cádiz). En este tiempo
fue Ecónoma y Directora de varias Casas en Andalucía.
Siendo Directora de Torrente (Valencia) en el 1936, estalló la guerra civil
de España. De estos años sabemos poco, pero la volvemos a encontrar
en el 1939 en Sevilla, en la Casa de San Vicente, otra vez como Ecónoma.
En octubre de ese mismo año y finalizada ya la guerra, fue destinada a
Barcelona-Sarriá como Ecónoma Inspectorial.
Al dividirse la Inspectoría española existente en tres nuevas Inspectorías:
Madrid, Barcelona y Sevilla, Sor Consuelo es enviada a Madrid como Direc-
tora de la Casa del Noviciado, situada en la Dehesa de la Villa, siendo al
mismo tiempo Ecónoma Inspectorial. Definitivamente en 1948 pasa a residir
124

13.4 Page 124

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a la Casa Inspectorial de Villaamil, como Ecónoma Inspectoría!, donde per-
maneció hasta su muerte el 28 de enero de 1976. Siguió siendo Ecónoma
Inspectorial hasta 1967 contando entonces 89 años de edad.
Todos los testimonios que hemos recibido sobre la figura espiritual de
Sor consuelo son unánimes en afirmar que fue siempre una religiosa ejem-
plar, observante, silenciosa, delicada, caritativa, amable, muy trabajadora,
muy piadosa y sencilla, atenta con todas las personas, muy deferente con
las Superioras, en cuyas disposiciones veía siempre la Voluntad de Dios.
Tenía un gran amor a la Congregación y a María Auxiliadora, y a la
Pasión del Señor, haciendo el Vía Crucis todos los días con gran fervor.
Cuando ya era muy ancianita recorría las estaciones de pie, porque no se
podía arrodillar.
Como buena andaluza tenía una habilidad extraordinaria en el manejo
de las castañuelas y aun siendo de edad muy avanzada, en ocasiones de
fiestas amenizaba los recreos con el baile de sevillanas que ejecutaba con
mucha gracia.
Era además muy cumplidora de sus deberes. En sus largos años de
Ecónoma Inspectorial siempre la vimos trabajando sin parar todo el día,
bien haciendo paquetes para enviarlos a las Casas, pasando cuentas a los
cuadernos que llevaba con esmerado orden o bien escribiendo la corres-
pondencia con excelente Ortografía.
Fue siempre muy piadosa y sin descuidar sus obligaciones procuraba
participar en todas las Eucaristías que se celebraban en Casa. Los domin-
gos tenía la costumbre de oír dos Misas. Si la segunda no se celebraba en
Casa, a pesar de sus 95 años, iba a la Parroquia que estaba muy cerca.
Siendo ya anciana solía levantarse algo antes que la Comunidad para
llegar puntual a las primeras prácticas de piedad. Era tal la obsesión de
puntualidad que tenía que muchas noches las pasaba encendiendo la lin-
terna para ver con claridad el reloj.
Durante el día se la veía con frecuencia en la capilla donde permanecía
mucho tiempo de rodillas a pesar del agudo reuma que sufría. Nunca se
quejaba de sus dolores que debían ser muy agudos.
Una Hermana que compartió el dormitorio con ella durante diez años
(tenía Sor Consuelo de 84 a 94 años) asegura que era la persona más
ordenada, limpia y delicada que había conocido, no teniendo que sufrir
por compartir el dormitorio con ella la más mínima molestia.
Era muy exacta y observadora de la pobreza, ya que ella había vivido
los primeros años del Instituto en España en los que se hacía sentir con
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13.5 Page 125

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dureza la carencia de muchas cosas y de los medios indispensables para
llevar a cabo las obras.
Con el correr de los tiempos, con el mejorar de las condiciones econó-
micas de nuestras Casas, a veces parecía excesiva la pobreza que ella
exigía, pero era necesario tener en cuenta su edad, mentalidad y circuns-
tancias por las que había pasado para comprenderla perfectamente y
admirarla.
A pesar de lo dicho respecto a la pobreza, era admirable la capacidad
de adaptación que tenía. Sobre todo a partir del Concilio Vaticano II que
tantos cambios trajo consigo, jamás se le escapó una queja, sino todo lo
contrario: aceptaba y aplaudía cuanto proponía el Instituto a raíz de las
directrices que marcaba la Iglesia.
Todos los problemas y dificultades que se le presentaban los llevaba
ante el Sagrario y ante María Auxiliadora. En su presencia permanecía
serena confiando en el poder y en la bondad de ambos.
En su libro de oraciones tenía escrito por ella: «Oh, Jesús, soy toda
vuestra. Bendecidme, salvadme y concededme un gran amor al sacrifi-
cio».
Era de conciencia muy delicada y se preparaba con mucho esmero
para recibir el Sacramento de la Penitencia.
Resplandeció en ella la virtud de la caridad. Jamás se la oyó criticar ni
juzgar a nadie. Era muy agradecida a cualquier favor que se le hiciera.
Cuando en 1967 cesó en el cargo de Ecónoma Inspectoría!, a sus 89
años, se la veía siempre ocupada: ayudaba en los trabajos de la ropería,
preparaba los pañuelos y servilletas de la Comunidad para la plancha;
separaba sellos para las misiones o empaquetaba el dinero recaudado
para éstas.
Siempre tuvo muy buena salud, pero se resintió en los tres o cuatro
últimos años de su vida en que ya retirada de toda actividad, ofrecía y
rezaba, dando siempre un ejemplo admirable de paciencia y piedad hasta
que fue perdiendo la conciencia de sus actos.
Siendo ella la segunda de sus diez hermanos, pasó por el dolor de ver-
los morir a todos, lo que fue para ella un gran motivo de pena pues los
quería entrañablemente. También quería mucho a las Hermanas y Supe-
rioras del Instituto, tratando a todas con gran caridad y respeto.
Uniendo a su trabajo una gran piedad, fue consumiendo su vida poco a
poco hasta llegar a una muerte serena y tranquila como es la muerte de
los justos.
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Amaneció para la vida del cielo el día 28 de enero de 1976 a los 98
años de edad. Las Hermanas todas de la Inspectoría sintieron su pérdida
al tiempo que se aseguraron una intercesora en el Cielo.
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SOR FRANCISCA GONZÁLEZ
Nació: el 8 de marzo de 1921 en Pereña (Salamanca)
Profesó: el 5 de agosto de 1947
Murió: el 21 de abril de 1976 en la Dehesa de la Villa (Madrid)
Sor Francisca González García nació en Pereña (Salamanca) el 8 de
marzo de 1921, siendo bautizada el 20 de marzo del mismo año y confir-
mada en Torregamones el 5 de mayo de 1931.
Sus padres Juan y Soledad eran buenos cristianos y formaron en su
hogar un clima de piedad sencilla y sincera, inculcando en sus hijos el
amor al Señor y la devoción a la Virgen Santísima. Francisca inmersa en
ese ambiente, cuidaba su vida de piedad y amaba las virtudes, especial-
mente la caridad y la pureza.
En sus años de escolarización frecuentó varios Colegios porque su
padre era Guardia Civil y tenía frecuentes traslados. Siempre se distinguió
por su deseo de aprender y por su gusto por la lectura y la pintura. El
amor a la lectura la acompañó siempre.
Siempre estaba dispuesta a hacer un favor a quien lo necesitara.
Durante la guerra civil de 1936 cosía con otras jovencitas en roperos para
los soldados que luchaban en el frente.
De jovencita le gustaban mucho los libros piadosos. Leyó la vida de
San Juan Bosco -dice su sobrina Sor Pilar Pascual FMA- cuando comen-
zó a sentir inclinación por la Vida Religiosa. Tenía tres tías religiosas y las
tres tenían deseos de que fuera a sus Congregaciones (Agustinas, Clarisas
e Hijas de la Candad) pero ella optó por las Hijas de María Auxiliadora. La
oímos decir varias veces que fue Don Bosco quien la decidió a hacerse
Salesiana.
Entró en el Instituto a los 21 años e hizo el Noviciado en Madrid. De
esta etapa de su vida nos dice una compañera de Noviciado: «Viví a su
lado un año y de ella recuerdo sobre todo su gran humildad, sencillez,
amabilidad, virtudes muy notorias en ella. Todo esto era fruto de su gran
piedad basada en su profunda oración».
Profesó en Madrid en 1947. Su primera Casa fue la de Salamanca. Iba
a ejercer su misión salesiana en su propia tierra.
Su primera Directora la recuerda como una Hermana muy observante,
servicial, obediente y callada. Su mayor deseo era pasar desapercibida y
lo conseguía.
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Al cabo de dos años Sor Francisca recibe obediencia para el Colegio
de Pueblo Nuevo en Madrid. Un barrio obrero de gente muy sencilla
donde había muchos niños. Un hermoso campo para una hija de Don
Bosco. Le confiaron la clase de tercer grado. Se adaptó muy pronto a la
Casa y a las niñas.
Era muy callada, sacrificada y responsable de su deber -nos dice una
Hermana- se preparaba bien las clases. Apreciaba el orden y la limpieza y
se lo inculcaba a las niñas que por la pobreza y al deficiencia de la vivien-
da iban poco aseadas. Era muy habilidosa en labores, dibujo y trabajos
manuales.
Lo que más sobresalía en ella era su gran espíritu de piedad, su devo-
ción al Santísimo Sacramento y a María Auxiliadora, y supo inculcarla a las
niñas, que ya adultas, lo recuerdan y viven como algo muy importante de
su vida».
También los domingos tenía su actividad pastoral: le encomendaron el
grupo de oratorianas mayores. Cómo se preocupaba por la promoción
humana y cristiana de aquellas jóvenes. Su vida familiar con sus pequeños
o grandes problemas, la conocía y la orientaba. Les ayudaba a buscar tra-
bajo, algunas en los mismos talleres de bordados anexos al Colegio. Las
preparaba a la recepción de los Sacramentos, a vivir en gracia habitual-
mente. Les presentaba atractivamente la vida ordenada y honrada, en la
que Dios ocupa el puesto de honor. La recuerdo -dice una de aquellas
jóvenes- como una Hermana muy educada, caritativa y muy fervorosa.
El Colegio de Pueblo Nuevo, donde pasó bastantes años, lo habían
fundado y era propiedad de la «Asociación de Señoras Católicas» cuya
propulsora era la Marquesa de Casa-Oriol. Decidieron ampliar la obra con
una Casa de Ejercicios para chicas obreras.
La Hermana Directora encargó el cuidado de la Casa y la atención a
predicadores y ejercitantes a Sor Francisca. En esta misión estuvo con
dedicación plena durante seis años. No escatimó sacrificios para que todo
estuviera a punto. Su porte humilde y risueño, su honda espiritualidad
atraía a las jóvenes, se le acercaban para desahogarse con ella, consultar-
le un problema, escuchar de ella una palabra de fe. De aquellos Ejercicios
salieron algunas vocaciones de Hijas de María Auxiliadora.
En 1960 la encontramos en una Casa de Salesianos, el Colegio de
Huérfanos de Ferroviarios, donde las Hermanas se ocupaban de la cocina
y despensa, limpieza y arreglo de la ropa y atención a las chicas de servi-
cio. Un panorama muy distinto del que había tenido hasta entonces.
Nunca dejó traslucir, sin embargo, lo que le costaba asumirlo. Serena,
amable, servicial como siempre y muy piadosa.
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En cuanto a su vida de Comunidad y relación con las Hermanas, le
gustaba disfrutar de los momentos de convivencia y fraternidad. Se mos-
traba expansiva y hacía las sugerencias que le inspiraba su fina sensibili-
dad religiosa. Era evidente su profunda piedad y aunque eran muchas sus
ocupaciones, siempre sacaba tiempo para sus frecuentes visitas al Santí-
simo.
Le gustaba mucho pintar. En los retazos de tiempo libre pintaba estam-
pas, con las que nos obsequiaba en las fiestas. El tema más común eran
símbolos eucarísticos y marianos, proyección de sus dos grandes amores:
Jesús Sacramentado y María Auxiliadora.
A las chicas de servicio de un modo informal, les daba catequesis. La
escuchaban con agrado y atención. Los Salesianos guardan de ella un
buen recuerdo por su finura de trato y deseo de responder a cuantos ser-
vicios le pedían a tiempo y a destiempo.
Posteriormente fue ayudante de Ecónoma en Madrid-Delicias.
En 1964 nueva obediencia, La Roda (Albacete). Su reino la portería. Ya
su salud se resentía, sin conocer con claridad cuál era el origen de su
malestar.
En este oficio siguió la tónica de lo expuesto anteriormente. Su relación
con cuantos frecuentaban el Colegio estuvo presidida por su gran caridad
y finura de trato. «Viví con ella unos meses en La Roda -nos dice una Her-
mana-. Era portera. Tenía un trato fino y delicado, fruto de una vida espiri-
tual vivida cada día en profundidad».
En esta época tuvo una gran alegría al conocer la vocación de su sobri-
na Pilar, Antigua Alumna del Colegio de Salamanca. «Cuando yo le dije
que quería ser Hija de María Auxiliadora se alegró mucho, pero insistió
que lo madurara bien, no se tratase de una ilusión pasajera. La Vida Reli-
giosa no sólo era jugar y reír con las niñas, había también momentos
duros. Después que entré siempre me ayudó a superar las dificultades.
Me aconsejaba confianza con la Directora, humildad y candad con todas
las Hermanas. Los días de mi vestición y profesión que estuvo conmigo,
gozó mucho. Siempre seguí viéndola austera, piadosa y entregada.
Muchas Hermanas que vivieron con ella, me lo han dicho así también.
Así era Sor Francisca. En el hospital dejó una hermosa huella de paz y
bondad en las enfermas, una gran esperanza en el Reino. En nuestra Casa
de la Dehesa de la Villa estuvo de febrero a abril. La expectativa de su
curación iba esfumándose. Comprendió que la «quimio» no había sido efi-
caz para ella; su mal aumentaba velozmente. Fue asumiéndolo con dolor,
sí, mas sin perder la calma. Llegó a una aceptación total y generosa. Tam-
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13.10 Page 130

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bien las Hermanas de la Comunidad recibieron su mensaje de paciencia y
de conformidad con el querer divino.
Le damos la palabra a su sobrina Sor Pilar: «Cuando más la traté fue-
ron esos meses últimos de su vida que pasó en la Casa de Enfermas.
Entonces estaba yo en la Dehesa. Sabiendo desde el principio que su mal
era irreversible, lo asumió con una paz grande. Estaba preparada para el
gran paso, decía. Nunca la oí ni lamentarse ni quejarse de su mal o de sus
dolencias. Lo único que le preocupaba eran las molestias que ocasionaba
a las enfermeras que la atendían. Agradecía el mínimo servicio y pedía lo
menos posible para no molestar.
La noche que murió presentía su fin. Me dio algunos encargos para los
míos: unas medallas y un Crucifijo. A las tres de la mañana me recomendó
que comunicara su muerte a unos primos que vivían en Madrid. Todo esto
nos evidenció que había llegado y ella lo sabía, el momento final. Estuvo
muy lúcida hasta dos o tres horas antes de morir.
Recibió el Sacramento de los Enfermos con serenidad y alegría. Estuvi-
mos presentes varias Hermanas de la Comunidad. Cuando acabó la cele-
bración dijo que ya tenía todo dispuesto.
Esa noche la pasamos con ella la enfermera, Sor Luisa Martín y yo. A la
mañana llegó Madre Carmina Martín-Moreno, que estaba en Madrid aque-
llos días. La dejamos un rato sola con ella. Le decía jaculatorias muy fer-
vorosas y en su compañía expiró. A mí me quedó la impresión y doy gra-
cias a Dios por ello, que mi tía, siempre tan amante de las Superioras, tuvo
como premio el sentirse acompañada en el último momento por una
Madre del Consejo Superior ayudándole a dar el paso definitivo.»
Aconteció su muerte el 21 de abril de 1976.
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14 Pages 131-140

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SOR ELENA CONCEJERO
Nació: el 15 de enero de 1934 en Madrid
Profesó: el 5 de agosto de 1955 en Madrid
Murió: el 24 de mayo de 1977 en Bilbao (accidente)
Sor Elena nace en el seno de una familia cristiana, siendo la tercera de
sus seis hermanos.
Desde niña el Señor la prepara por medio del sufrimiento a la misión
que la llama y su alma generosa y delicada sabe aceptar y ofrecer estos
sufrimientos que, sin duda dejan en ella una huella y la hacen profunda y
silenciosa.
De temperamento tímido, necesita tener confianza para manifestarse
tal como es, motivo por el cual ella sufre al no sentirse comprendida.
Aunque estudió en un Colegio de la zona, cerca de su casa, frecuentó
desde pequeña el oratorio de las Escuelas de San José, donde las Herma-
nas trabajaban con entusiasmo y eran el alma de las tardes de los días
festivos. A ella le llamó mucho la atención su forma de vivir y pasaba allí
todo el tiempo libre, siendo ejemplar en el trato con las demás niñas y
destacando por su servicialidad.
Cuando tuvo la edad apropiada ingresó en el Taller de bordado de las
Hermanas, pues siempre fue muy hábil para los trabajos manuales y tenía
alma de artista.
El continuo contacto con las Hermanas fue el medio de que el Señor se
sirvió para llamarla a la vida salesiana, ya que supieron infundir en ella una
gran devoción a María Auxiliadora y un amor a Dios y a los jóvenes, a los
que deseaba ayudar a seguir el camino del bien.
A los 18 años pidió permiso a sus padres y comenzó el Aspirantado en
el mismo Colegio. Se sintió muy feliz y en julio de 1953 pasó a la Casa de
Delicias para prepararse mejor, junto con las demás Postulantes, a su
ingreso en el Noviciado.
Este tiempo fue para ella de prueba, pues debido a su temperamento
no fue bien entendida. Sin duda el Señor aceptó estas dificultades para ir
labrando en ella virtudes más sólidas y le ayudó por este camino a aban-
donarse en El y obtener su meta ansiada: la Profesión religiosa el 5 de
agosto de 1955.
Fue destinada a la Casa de San Sebastián. La adaptación de nuevo fue
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14.2 Page 132

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penosa, pero pronto su sentido del deber, su natural bondadoso hizo que
fuera ganándose el corazón de las Hermanas y de las niñas. Fue Maestra
de la clase segunda Elemental y continuó sus estudios de piano que había
comenzado en el Noviciado.
Al segundo año de vivir en esta Casa su salud empieza a resentirse
pues una inapetencia constante le hace que pierda fuerzas físicas, no
encontrando los médicos la causa de este mal.
Permanece en San Sebastián nueve años, soportando siempre con
buen ánimo la falta de fuerzas, cruz que sabe soportar y ofrece, al Señor
constantemente.
Por indicación del doctor que la asiste, la trasladan a Madrid, ya que él
juzga que el clima húmedo de esta zona la perjudica.
En la Casa de Aravaca volvió a ser Maestra de la clase segunda Ele-
mental. De nuevo le cuesta adaptarse al ambiente, aunque trata de supe-
rar las dificultades que encuentra. Todas las personas que la quieren,
incluso su madre, observan su sufrimiento, aunque en silencio.
Al comenzar el curso 1964-65 fue destinada a la casa de Palencia para
que pudiera continuar sus estudios de piano, ayudando en la Secretaría y
en los trabajos del internado.
Una vez terminado el curso 1966-67 fue trasladada a la Casa Inspecto-
rial como ayudante de Secretaría, ya que era una excelente mecanógrafa.
También tendrá ocasión de terminar sus estudios de piano tantas veces
interrumpidos. En 1969 termina su carrera y se matricula oficialmente en el
Conservatorio de Música como alumna de primer curso de órgano.
Viviendo con ella se advertían grandes virtudes dignas de elogio: era
bondadosa y tenía gran rectitud en todo lo que hacía. Era libre de espíritu
y tenía gran sentido de la justicia. Supo ser Hermana de verdad y evitar
todo el sufrimiento que estuviera a su alcance.
Por fin, el 24 de septiembre de 1971 fue destinada a la Casa de Plaza
de Castilla como Maestra de Música y de Taquimecanografía.
De nuevo lo desconocido y su carácter tímido la hicieron sufrir, pero
pronto su virtud y gran espíritu de fe la ayudaron a integrarse y a darse
plenamente como había sido siempre natural en ella.
Se ganó el cariño y el respeto de todas las alumnas, pues a todas les
daba clase de canto. Preparaba fervorosas Eucaristías y aprovechaba
estas ocasiones para formarlas en la verdadera piedad salesiana.
Con gran esfuerzo preparó y organizó la Rondalla del Colegio, al tiem-
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14.3 Page 133

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po que aprendió ella a tocar instrumentos de cuerda. Todo lo hacía con
gran ilusión y para atraer a las niñas, alejándolas de otros ambientes.
Últimamente le encomendaron la animación de las Antiguas Alumnas
jóvenes, aceptó esta misión con alegría y generosidad, aunque su salud
estaba muy resentida por el exceso de trabajo.
Sor Elena vive ya olvidada de sí misma y sólo trata de darse generosa-
mente a los demás. Sin duda el Señor iba guiando su camino y pronto la
encontró preparada para otorgarle el premio que le tenía reservado en el
Cielo.
Buscando siempre la forma de hacer el mayor bien a las Antiguas
Alumnas, las encargadas de la Asociación y en especial ella, pensaron en
organizar una excursión a Lourdes, para aumentar también la verdadera
devoción a la Virgen. Esta iniciativa aumentó considerablemente su traba-
jo, ya que por estos días también estaba preparando las Fiestas de la
celebración de las Bodas de oro de la Casa y tenía que hacer ensayos
extraordinarios a todos los niveles. El esfuerzo que tuvo que realizar resul-
tó agotador para ella que, después de la fiesta de la Gratitud del Colegio
estaba exhausta de fuerzas. Hasta tal punto se apreciaba su agotamiento
que la Hermana Directora intentaba disuadirla para que aplazara la excur-
sión, incluso intentó que la suspendiera. Ella alegando la ilusión sembrada
en las jóvenes, no quiso renunciar a ella. Obtuvo el permiso de la Directo-
ra y con gran sacrificio llevó adelante el proyecto.
Como quedaban asientos libres en el autocar fueron invitadas algunas
de las madres de las mismas Antiguas Alumnas y también de las Herma-
nas. La madre de Sor Elena y una de sus sobrinas también aceptaron esta
invitación.
Todo estaba perfectamente organizado y el viaje de ida y la estancia en
este lugar mariano resultó toda una experiencia positiva, inolvidable para
todas. El día 22 de mayo ya de regreso, salieron para Bilbao para acom-
pañar a la madre de una Hermana y visitar el Santuario de la Virgen de
Begoña. Allí comieron y al regresar por la carretera Vitoria-Bilbao, en el
puerto de Barazar a 20 kilómetros de Bilbao, ocurrió el terrible accidente,
despeñándose el autocar en un profundo precipicio y yendo a parar al río
Obrigo que corría al fondo del mismo y que estaba muy crecido a causa
de las abundantes lluvias que habían caído en días anteriores.
Perecieron en el acto cuatro señoras. Heridas de gravedad: Sor Elena y
la madre de sor Josefina Ruiz.
Se vivieron horas de angustia y de incertidumbre. El lugar era difícil
para el rescate y la noche que cubrió con su manto el lugar de los hechos
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14.4 Page 134

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hizo penosa la búsqueda de todas las accidentadas que habían quedado
dispersas y atrapadas, en algunos casos, por las ramas del río.
Después de dos días de gravedad, el 24 de mayo a las 9,30 de la
mañana, la Virgen Auxiliadora abre los brazos a Sor Elena para celebrar en
el Cielo la hermosa fiesta que con tanto esmero ha preparado en la tierra.
La noticia se recibe en todos los Colegios coincidiendo en la mayoría
con la celebración de la Eucaristía de este día tan especial para toda la
familia salesiana. Con el corazón roto se suspenden todas las fiestas, al
tiempo que la alegría cristiana llena de esperanza a todas al sentir la pre-
sencia de nuestra querida Sor Elena en el Cielo.
También el día 25 muere la madre de Sor Josefina. Las demás heridas
van regresando a Madrid acompañadas de sus padres que han ido a bus-
carlas. Muchas lucen sus vendas y escayolas mientras lloran la pérdida de
su gran amiga Sor Elena.
El féretro que contiene sus restos moratales viaja desde Bilbao y se
recibe en Madrid en su querido Colegio de Pueblo Nuevo a primeras horas
del día. Su madre, herida levemente, viaja al mismo tiempo en avión des-
conociendo el final de su hija. La sobrina permanece en Bilbao unos días
ya que se ha dañado una vértebra y tiene que hacer reposo absoluto.
Se instala la capilla ardiente en el salón de su Colegio y es emocionan-
te el desfile de Hermanas, Antiguas Alumnas, Padres de Familia... tanto de
su última Casa como del Barrio de Pueblo Nuevo donde está su familia
que es conocida y muy apreciada. En todos se advierte consternación por
la desaparición repentina de Sor Elena. Al contemplar a sus ancianos
padres y a sus hermanos, rotos por el dolor, nos sentimos invadidos por el
mismo sentimiento y se produce el silencio más elocuente.
Después de estos días de perplejidad y de toma de conciencia de lo
sucedido, se han recibido numerosos escritos de Hermanas y Antiguas
Alumnas que deseamos transcribir para que todos podamos apreciar la
coincidencia en señalar las grandes virtudes que adornaron a esta Hermana.
Así nos comunican:
«Tenía gran ascendiente entre las Hermanas de la Comunidad y sobre
todo una fuerza moral ante ellas, porque lo que exigía lo vivía en su pre-
sencia. Para ella el deber era algo sagrado y jamás dejó de realizar nada,
aunque hubiera estado justificado por su poca resistencia física y su gran
cansancio. Ha sido la mujer madura que buscaba a las Hermanas y a las
jóvenes para ayudarlas, amarlas y no quedarse en ellas. Hay un buen
grupo de jóvenes en el Colegio que hoy, guiadas por esa rectitud de ella,
aspiran a ser Hijas de María Auxiliadora».
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«Después de su muerte, cuando algún día fui a visitar a su madre para
animarla en su dolor, me decía: Siempre estaba contenta con ustedes. Era
muy feliz. Jamás la hemos oído un lamento, una queja. Todas ustedes
eran buenas. Quería al Instituto intensamente».
«Era querida de las niñas de las que conseguía todo cuanto quería,
pero exigiéndoles con dulce firmeza el cumplimiento del deber que ella
observaba con tanta exactitud. Era responsable hasta en los mínimos
detalles y muy ordenada en sus cosas y en su persona.
«Su bondad no significaba en ella un carácter débil, pues en ocasiones
demostraba que lo tenía fuerte, quizá un poco brusco en algunos momen-
tos, pero nunca quedaba en ella el más mínimo resentimiento, pues des-
pués trataba con naturalidad a la que hubiera podido herir. Este carácter
la llevaba a decir la verdad con valentía, sin respeto humano, aun acosta
de recibir reproches de quien no pensaba como ella. Se veía el trabajo
espiritual que realizaba en el dominio de sí misma y en la serenidad ante
sucesos dolorosos por los que tuvo que atravesar».
Ahora todo ha pasado como un sueño. En unas ha quedado como un
recuerdo, en otras como una vida y una presencia que aun continúan.
En lugar de las fiestas que se preparaban para celebrar las Bodas de
Oro de la Casa de La Ventilla, en Plaza de Castilla se ofrece un funeral
solemne el día 30 de mayo, en la Parroquia de San Francisco Javier por
las seis víctimas del accidente. Preside el Sr. Cardenal Arzobispo de
Madrid-Alcalá, Excmo. Sr. D. Vicente Enrique y Tarancón.
El acto revistió una solemnidad y un fervor extraordinario en aquella
inmensa iglesia abarrotada materialmente de personas de vanadas condi-
ciones: Hermanas, Salesianos, niñas, Antiguas Alumnas, padres de fami-
lia, amigos.
Las alumnas de la Plaza de Castilla cantaron todos los cantos que tenían
preparados por Sor Elena para la Fiesta de María Auxiliadora, acompañadas
de la Rondalla que ella dirigía y que tanto quería. Pusieron alma y vida en la
interpretación, aunque en muchos momentos las lágrimas ahogaban sus
voces. No se puede describir la emoción de esos momentos. Las rosas
rodeaban el altar por el símbolo de las Hermanas de su año de Profesión. La
sentimos a nuestro lado y su misteriosa presencia nos infundía serenidad y
paz.
Todos los participantes en esta celebración lo recordamos como algo
excepcional y como una prueba de cómo el Señor quiso ensalzar la humil-
dad de nuestra querida Sor Elena.
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SOR AMPARO DOMENECH
Nació: el 28 de septiembre de 1903
Profesó: el 5 de agosto de 1932 en Barcelona (Sarria)
Murió: el 30 de noviembre de 1978 en Madrid
Sor Amparo Domenech nació en el seno de una familia cristiana, muy
trabajadora y honrada. Su madre se distinguió por su exquisita candad y
su amabilidad con todos.
Toda la familia sentía gran aprecio por la Obra Salesiana. Se dedicaban
a la industria del pan y suministraban el mismo a las Hermanas de la
Comunidad de Valencia. Su domicilio, próximo a la Casa de los Salesianos
que también animaban la Parroquia del barrio, hizo que siempre estuvie-
ran vinculados con ellos.
Su niñez transcurrió en el Colegio de las Hijas de María Auxiliadora. Su
adolescencia fue de intenso trabajo en la industria paterna. Los domingos
los pasaba en el Oratorio Festivo. Cuando a los 16 años dejó las clases,
siguió trabajando como catequista en la Asociación de Antiguas Alumnas.
Tenemos pocos datos ordenados de su vida, de sus años de forma-
ción y de fechas exactas, pero sí numerosos testimonios de Hermanas
que convivieron con ella y que de forma poco cronológica transcribimos
para reflejar las características de esta Hermana que tanto bien hizo a
nuestra Inspectoría.
«La conocí en Valencia siendo ella Antigua Alumna. Era el año 1922 ó
1923 cuando un grupo de Hermanas que vivíamos en Sarria fuimos invita-
das a ver las Fallas de Valencia. Pronto trabamos amistad con las Anti-
guas Alumnas de allí. Era un grupo entusiasta y adicto que a diario iba al
Colegio a ayudar a las Hermanas. Destacaba entre ellas Amparo y otras
tres o cuatro que fueron después también Hijas de María Auxiliadora. Cal-
culo que por entonces tendría unos 19 años.
Luego no volví a verla hasta que profesó algún año después y fue des-
tinada a La Ventilla. Yo estaba en la Casa de Villaamil, pero nos veíamos
con frecuencia porque éramos dos Comunidades muy unidas.
Estuvo en esa Casa durante los años difíciles de la República, hacien-
do mucho bien a las niñas y siendo querida por ellas y por las Hermanas.
Después de la quema del Colegio de Villaamil el 11 de mayo de 1931,
pasamos también el verano con nuestras Hermanas de la Casa de la Ven-
tilla hasta que comenzamos el curso en el Salón de la calle de Francos
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14.7 Page 137

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Rodríguez. Creo que Sor Amparo durante la guerra fue a Valencia, pero
después volvió a su antigua Comunidad».
Otra Hermana nos habla de ella:
«Era yo niña alumna del Colegio de La Ventilla y Sor Amparo era mi
profesora de labor. Era muy alegre, piadosa y activa. Era la encargada del
teatro y Ecónoma. Gran entusiasta del Oratorio.»
Siguen los testimonios:
«Conocí a Sor Amparo en la Casa de La Ventilla. Hoy que tanto ha
cambiado todo, nos resulta difícil narrar la vida de las Comunidades en los
años 36 y siguientes. Vida verdaderamente familiar en la que todo se hacía
entre todas: lavar, tender, clases, etc. Vivíamos como Hermanas en medio
de la mayor alegría y sin oír la más pequeña lamentación sobre el trabajo.
Se disfrutaba de los relatos de Sor Amparo que siempre tenían como
característica el destacar lo positivo de todo».
Otra Hermana nos dice:
«Siempre trabajó con mucho entusiasmo en la Asociación de Antiguas
Alumnas. sentía por ellas un especial cariño. No escatimaba sacrificio
alguno con tal de hacerles el bien. A cuántas aconsejó y enseñó el camino
del bien.
En las fiestas cumbres del Colegio se cuidaba de buscar buenos dra-
mas y los ensayaba con esmero y entusiasmo. Dicho entusiasmo sabía
sobre todo infundirlo en las jóvenes. Procuraba conocerlas personalmente
y ayudarlas en las dificultades de la vida. Era muy devota de la Santísima
Virgen y procuraba extender su devoción entre las que asistían a su clase
de costura. Los días 24 de cada mes eran para ella una fiesta. Repetía:
«Hoy hay que hacer algo especial por la Virgen». Cuando fue Ecónoma
gozaba siempre que podía dar alguna sorpresa a la Comunidad».
Muy interesante resulta recoger el testimonio de una Antigua Alumna,
porción predilecta de la misión de Sor Amparo:
«Hablar de ella es hablar de La Ventilla. Casa aislada de la capital de
España en aquellos años de la fundación. Ella supo llenar con su bondad
de corazón unos buenos años de nuestra juventud. La recuerdo joven y
llena de vida. Incansable, olvidada de ella para atendernos a nosotros.
Preocupada para que nos formáramos en todos los sentidos y así poder
competir en la vida. Con su mejor voluntad nos acompañaba a fábricas y
oficinas con más desenvoltura que lo hubieran podido hacer nuestros
padres.
Su mayor ilusión era vernos contentas, sin preocupaciones ni dudas.
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14.8 Page 138

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Cuando le confiábamos alguna, procuraba en el momento darnos la solu-
ción adecuada.
Yo la visité en Zamora, Santander y otros lugares y siempre se mostra-
ba contenta y satisfecha de la labor que realizaba, pero añoraba su queri-
do Colegio de La Ventilla y sus primeras alumnas a las que dio su juventud
y sus primeros impulsos apostólicos».
Sor María Miralles toma contacto con ella en el año 1942 en el que las
dos son destinadas a la Casa del Noviciado de Madrid. Sor Amparo era la
Ecónoma y Sor María Miralles la Maestra de Novicias. Nos dice:
«Eran años de postguerra y por tanto muy difícil proveerse de alimen-
tos, por lo que Sor Amparo tuvo que ser muy solícita para conseguirnos lo
necesario. Así pude constatar su caridad, su piedad y sobre todo su gran
confianza en Dios. Siempre conservaba el buen humor intentando con ello
disimular la preocupación constante que tenía.
A las Superioras les manifestaba siempre su gran confianza y afecto.
En estos años difíciles les ayudaba así a superar la incertidumbre que la
escasez de todo les proporcionaba. Con las Novicias se manifestaba ale-
gre. Era franca y daba confianza, pero jamás se ocupó de lo que no era su
responsabilidad, dando así buen ejemplo siempre a las Novicias.
Nos dice una Hermana:
«En el año 1974 formé parte de la Comunidad de la Dehesa. Ella no for-
maba parte de mi Comunidad, pero dormíamos en cuartos muy cercanos.
Estaba ya enferma y hablaba con dificultad, pero siempre quería ayudar y
ser útil.
Se destacaba por su docilidad y por su entrega a todos cuantos hemos
tenido la dicha de convivir con ella. Ha sido muy querida. Es la expresión
que resume su vida. Dios la tenía reservada una lenta agonía de cinco
meses. Tiempo precioso en el que hemos podido ver en ella la capacidad
de sufrimiento y de gratitud hacia todas las que la cuidaban.
Esta penosa enfermedad es un canto a la caridad de las Hermanas que
con alegría y heroica entrega supieron atenderla día y noche. El médico
captó esta situación y declaraba que sólo el cariño de sus enfermeras
explicaba clínicamente esta vida».
Por último una de las enfermas que estuvo siempre muy cercana a ella
nos dice:
«Antes no conocía a Sor Amparo, pero en estos cinco años que convi-
ví con ella en la Residencia Santa Teresa me pude dar cuenta de que la
suya era una vida gastada en pro de los demás. El trabajo era su caracte-
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14.9 Page 139

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rística principal. Sólo dejaba de trabajar los domingos y festivos porque
decía: «Son del Señor» y no tocaba el ganchillo ni para cambiarlo de sitio.
Punto a punto tejía sus mañanitas que siempre llegaban oportunas para
hacer algún regalo que tuviera como compromiso la Hermana Directora.
En la vida de Comunidad era puntual al máximo. Cuando alguna de las
Hermanas más jóvenes llegábamos tarde, lo notaba inquieta hasta saber
dónde estábamos y si alguna vez, en broma, se la engañaba, se callaba
sin preguntar más, pero indagaba hasta enterarse de la verdad y con su
habitual sencillez venía a decirlo a la interesada para que supiéramos que
no la habíamos engañado. Quería muchísimo a las Hermanas.
Sencillez... así era: Sencilla como la paloma, pero astuta y pilla como la
serpiente. Nada se escapaba a su intuición. Su delicada sensibilidad le
hacía sufrir. Cuando hacíamos las cosas mal, nos decía a veces, que la
hacíamos llorar.
Todas las Hermanas la queríamos. La echamos mucho de menos, pero
entre nosotras ha quedado el recuerdo vivo de una vida sembrada de
ráfagas de luz que iluminan el camino por el cual otras pasamos enriqueci-
das por sus buenos ejemplos.
La serenidad de su muerte, después de cinco meses en estado de
coma y en silencio fueron el índice de serenidad y aguante de toda su
vida».
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14.10 Page 140

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SOR JUANA VICENTE
Nació: el 16 de abril de 1895 en Salamanca
Profesó: en el año 1920 en Sarria (Barcelona)
Murió: el 27 de julio de 1979 en Madrid
Sor Juana Vicente nació en Salamanca el día 16 de abril de 1895.
Falleció en Madrid el 27 de julio de 1979 después de 59 años de vida Reli-
giosa. Hizo su primera profesión en Barcelona Sarria en 1920.
En los primeros años de su vida religiosa trabajó con celo incansable
en el Oratorio Festivo. Fue Directora, Inspectora en las tres Inspectorías
desde 1942 hasta 1961, después todavía una vez Directora, Vicaria, Ayu-
dante de la Secretaria y Bibliotecaria.
Profesaba un verdadero y tierno amor a Jesús Sacramentado. Era cor-
dial, sabía acoger a cualquiera con mucho cariño. Estaba pronta a sugerir
pensamientos de fe así como de consuelo a todos cuantos le confiaban
sus penas. Nadie se alejaba de ella sin un buen pensamiento.
Humilde, sencilla, generosa siempre con todos. Su fe y abandono en
Dios se revelaba y se reveló a través de su larga existencia, particularmen-
te en sus últimos días que pusieron fin a una larga vida.
Vivió en plenitud su Consagración hasta el último momento. Cincuenta
y nueve años vividos en la oración, en el trabajo, en el sacrificio, en la cari-
dad generosa, así como en la fidelidad amorosa a la Regla, al Instituto y a
las disposiciones de las Superioras.
Las pruebas la acompañaron a lo largo de su preciosa vida. La perse-
cución contra toda manifestación religiosa en España durante los años
1931 a 1936 tuvo para Madre Juana un momento bastante fuerte. Víctima
de la calumnia fue cruelmente golpeada y arrastrada por personas que
solamente habían recibido de ella pruebas de amor puro, cordial, cristiano
y no solamente ella fue golpeada sino también la Comunidad de la que era
responsable.
Enfermedades, desgracias, hechos misteriosos de continuo, acciden-
tes de tráfico... en fin, nada verdaderamente ha faltado a su existencia
para poder calificarla de donación serena y sin escatimar nada al ideal del
«Seguimiento de Cristo». Atacada súbitamente por una enfermedad que
no pudo superar, el Señor la encontró preparada para su último viaje y sin
ninguna clase de dolor fue al encuentro del padre para el definitivo abrazo
con Dios y con la Santísima Virgen.
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Deja un imperecedero recuerdo de bondad umversalmente reconocida,
de finura de trato, de sensibilidad hacia las necesidades de los demás.
Una Hermana nuestra nos dice así:
«Mi recuerdo de Madre Juana». Era alta, respetable en su conjunto,
que al hablarle te hacía pensar... pero precisamente en el momento en que
comencé, desaparecía la primera impresión, ya que era toda bondad y
comprensión hacia los demás. Era decidida en todo lo que debía hacer u
obtener y no paraba hasta que todo hubiese sido realizado. Era también
todo bondad cuando corregía.
Recuerdo su gran bondad hacia todos, su valiente reacción en los
sufrimientos, su forma de ser así como de interpretar la vida, también con
su verdadero y grande amor a María Auxiliadora, a su familia y a nosotras,
a todas las Antiguas Alumnas de las que siempre se acordaba pidiéndome
noticias siempre que yo tenía ocasión de ver a alguna de ellas. Me siento
muy orgullosa de haber sido alumna suya y aun más: «la primera alumna»
como acostumbraba a llamarme. Estoy contenta de los momentos vividos
bajo su dependencia, algunos de alegría, otros de sufrimiento... pero en
todo momento no puedo más que recordarla como un alma fuerte, con-
vencida y llena de amor a Dios y al prójimo.
Todavía otra Hermana nos dice:
«Corría el año 1926 cuando por primera vez pasaba por Madrid para
dirigirme al Noviciado que se encontraba en Barcelona -Sarria. Nos para-
mos en nuestra casita de Madrid-Villaamil, era muy pequeña pero en ella
se respiraba amor, afecto, cordialidad, así como alegría en el Señor. En la
Comunidad solamente eran tres Hermanas: Sor Rosario Muñoz, Sor Con-
chita Lafuerza y Sor Juana Vicente.
Al hablar de Sor Juana me parece volverla a ver alegre, sencilla, buena,
una religiosa llena de Dios y devotísima de María Auxiliadora. Después en
mi vida religiosa la encontré en Sarria como Directora, a mi regreso de Ita-
lia. Sor Juana era de una delicadeza extrema, de mucha caridad, nadie
podía sufrir a su lado porque hacía lo posible por aliviar cualquier sufri-
miento. Era como una lámpara ardiente que daba luz y consuelo al espíri-
tu y al cuerpo.
Recuerdo su amor por la vida religiosa y su observancia. Muchas veces
nos decía: «Hermanas, como resulta imposible vivir materialmente sin el
alimento necesario, así también tenemos necesidad de la nutrición para el
espíritu y a éste debe alimentarlo la oración, la meditación, especialmente
de las palabras del Evangelio, para poder vivir en el espíritu de Jesucristo.
Amaba verdaderamente la pobreza, no poseía nada propio, todo lo
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15.2 Page 142

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daba. Era generosa y delicada con las enfermas. Su muerte deja un gran
sentimiento entre las Hijas de María Auxiliadora de España y en todas
nosotras las de Portugal, ya que la teníamos por santa.
Resulta difícil resumir en breves líneas tantos actos de bondad de los
cuales fuimos testigos las que vivimos con ella. Se preocupaba desde el
principio hasta el fin de cualquier problema de las Hermanas o de las per-
sonas que a ella recurrían, haciendo todo lo posible por mejorar la situa-
ción, no ahorrando sacrificios personales de ninguna clase.
Cuando sufrió un accidente en 1958 fue de admirar por todos por su
paciencia, su paz, su bondad y su cordialidad.
Muchas veces he oído decir y estoy de acuerdo también yo, que el
defecto de Madre Juana era ser «demasiado buena».
Tenía una verdadera devoción a la Virgen y era un apóstol del Rosario
que rezaba siempre que podía con la persona que trataba.»
Un escrito anónimo nos dice:
«Grande humildad en sus últimos años como sencilla Hermana, aceptó
con alegría, paz y serenidad las propias limitaciones debidas a la edad,
enfermedades, etc.
Trabajadora incansable: cuanto más y mejor podía: oficio del refectorio,
trabajos manuales, etc.
Gran animadora respecto al oratorio Festivo en el cual fue espléndida en
su colaboración, primero con la oración, su palabra de estímulo para aqué-
llas que participaban en él, con trabajos manuales de todo género, etc.
Creadora de paz con su buena palabra, su silencio, su ejemplo...
Interés por los familiares de las Hermanas, manifestando con sus pre-
guntas al respecto su recuerdo y cercanía, así como prometiendo sus ora-
ciones.
Capacidad de sufrimiento, especialmente en los últimos años de su
vida, en la operación repentina de la lengua y también se deduce de lo
que cuentan que sufrió en la guerra española de 1936.
El Señor nos la conservó para que fuese de verdadero ejemplo para
nosotras y para tantas jóvenes que por su mediación han sabido agrade-
cer al Señor la llamada a la vida religiosa, para darle gloria y hacer tanto
bien en el mundo.
También recibimos sus últimas lecciones de humildad en las reuniones
que las Superioras nos proporcionaron para las Hermanas ancianas de
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15.3 Page 143

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todas las Inspectorías Españolas, las de la tercera edad que con ella pasa-
mos aquellos días memorables.
«Cuando llegué a Madrid la primera vez para conocer a las Salesianas
y hacerme religiosa, la primera Hermana que encontré fue a Madre Juana.
Fue ella quien me abrió la puerta.
Y cuando mi tío, sacerdote, quien en cierto modo había asumido mi
cuidado después de la muerte de mamá, no quería que me quedase por la
gran pobreza que se veía en la Casa, yo le dije: ¿No ves qué amables son,
su simpatía y qué agradables? Si no me agrada me iré de aquí. Te lo haré
saber poniendo en la carta tres cruces.
Madre Juana era incansable en todo, tenía varias horas de clase todos
los días, mañana y tarde y también nocturna. Las otras le ayudaban a
enseñar a leer y en la clase de Catecismo. Además tenía que hacer la cró-
nica de la Casa y la cuenta de los gastos...
Respecto al Oratorio Festivo tenía muchas iniciativas, inventando jue-
gos divertidos para distraer a las niñas. Era el alma del Colegio debido a
su bondad, espíritu incansable de sacrificio, abnegación...
También la tuve como Directora en el inolvidable Colegio de Santa Inés
de Sevilla (Castellar). Era una verdadera madre llena de bondad también
con las que no se portaban bien con ella. Una vez me permití preguntarle
cómo podía ser tan afectuosa con quien la trataba tan mal y ella pronta
me respondió: «Se debe hacer así, devolver bien por mal a las que nos
desprecian o nos hacen mal de cualquier modo...»
Añadimos el testimonio de otra Hermana:
«Cuando fue Directora en San José del Valle (Cádiz) casa que entonces
era Noviciado, yo trabajaba y pertenecía a la Comunidad de enfrente, la
Casa de los Salesianos de San Rafael. Toda la Comunidad estábamos
admiradas al constatar cómo en las fiestas y siempre que volvía de algún
viaje, nos añadía a su Comunidad para hacernos algún regalo. Esto era
una muestra de su grande corazón de Madre que no hacía distinción entre
Comunidad y Comunidad.
En la Casa de Nervión (Sevilla) donde estuvo cinco años en la misma
Comunidad por fortuna, me maravillaba al verla vivir su vida Consagrada
de modo tan admirable ya que habiendo sido una persona tan importan-
te, había llegado sin dificultad a ser una Hermana cualquiera. Su humil-
dad era sin límites, así como su unión con Dios. También admiré en ella
su capacidad de ponerse al día, siendo en todo momento una perfecta
religiosa».
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15.4 Page 144

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Una Antigua Alumna nos dice:
«La muerte de Madre Juana me hace recordar a una religiosa toda de
Dios; nunca vi ojos tan expresivos, ni que me prodigaran tanta confianza.
Era una de las pocas personas sencillas en el mejor sentido de la palabra
que he encontrado en mi vida.
Encontrándome en Villaamil me enfermé del hígado y una de aquellas
noches la pasó a mi lado. Verdaderamente sólo una madre podía tener
semejante delicadeza y siempre con la sonrisa en los labios».
Otra Hermana nos comenta:
«Entre los muchos detalles escojo la capacidad de apertura para hacer
presente hoy el carisma Salesiano, según las propias posibilidades.
Madre Juana que ha vivido en esta paz profunda (testimonio sereno de
la ternura del Dios fiel) se abre a los valores de las generaciones que avan-
zan y por eso decía: «Si tuviese algunos años menos...» (estas palabras
me las dijo en una conversación con ella, mientras le contaba las expe-
riencias con los jóvenes algunos meses antes de su muerte).
Su recuerdo estará siempre vivo en mí ya que sus «huellas» son indele-
bles.
Seguimos con el testimonio de otra Hermana:
«Mi mamá me escribió que deseaba venir a vivir conmigo en el año
1953. La Directora me dio la noticia y yo me negué a que viniese porque
yo quería irme con ella y trabajar, porque no quería que mi mamá fuese un
peso para la Comunidad. Entonces tenía 72 años.
La Directora me sugirió que hablase de ello a Madre Juana que llena de
bondad, me hizo reflexionar sobre el mérito de la vocación, don precioso
de Dios y me convenció para que no abandonase la Congregación, más
bien atender también a la mamá a la que no faltaría nada. Y así sucedió,
estuvo tan bien atendida como no se podía desear más o esperar en este
mundo, lo que le hacía decir de corazón: «Masa, Señor, Masa, que parece
que quiera decir «Demasiado». A Madre Juana debo mi felicidad presente,
la tranquilidad, la alegría, etc. Mi madre estuvo con nosotras 13 años».
Otro escrito anónimo nos dice:
«En enero de 1933 las Superioras me destinaron a la Casa de Villaamil
para dar clase a las parvulitas. Fue entonces cuando conocí a Madre
Juana: joven, alta, delgada, morena, no era una belleza física, pero... muy
atrayente por su bondad, dulzura, humildad.
En el año 1935-36 las dos Comunidades de Madrid pudieron unificarse
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15.5 Page 145

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en una sola, de ésta fue nombrada Directora Madre Juana en la Casa de
Villaamil. Eramos felicísimas. Allí reinaba el espíritu de familia, paz, felici-
dad, fraternidad, estas virtudes las practicaba Madre Juana en grado
sumo.
Un día nos dijo: Cómo me siento feliz entre vosotras. Esta expresión
nos dio tanta alegría que en seguida una Hermana escribió la frase en la
pizarra con caracteres gruesos...
A pesar de la amenaza de los vecinos del suburbio en el año 1936, éra-
mos verdaderamente felices, se puede decir que todas éramos un solo
corazón y una sola alma. Sin embargo la situación de España empeoraba
cada día más y se hacía la guerra a la Religión Católica. Por este motivo
en los meses de marzo y abril nos hizo compañía una pareja de carabine-
ros día y noche, para informarnos en caso de peligro. Cuántas veces nos
avisaron por la tarde y también por la noche. Cuando los rebeldes se acer-
caban a Cuatro Caminos, lugar cercano a nuestra Casa, nos reuníamos
todas en el salón. Madre Juana permanecía serena, animándonos de tal
modo que transcurría pronto el tiempo de espera.
El día 4 de mayo tuvimos que separarnos por la trágica persecución
que padecimos siendo golpeadas, pisoteadas y arrastradas, como exacta-
mente cuentan nuestras crónicas.
Después de la guerra la única Inspectoría Española se subdividió en
tres. Para nuestra suerte Madre Juana fue nombrada nuestra Inspectora.
Creo que era todavía más humilde, más sencilla, no obstante su cargo.
El día 18 de junio de 1943 me enfermé gravemente y Madre Juana
pasaba muchas horas a mi lado, no solamente de día, sino también de
noche y venía muchas veces a ver cómo estaba. Muchos días aparecía
muy temprano en mi estancia para limpiarla y ordenarla, porque me lleva-
ban la Comunión después de la Misa.
Cuando salía para visitar alguna de nuestras Casas nunca se marchaba
sin venir a verme.
El día 23 de junio me agravé hasta estar a punto de morir. En el patio
preparaban la fiesta para celebrar el onomástico de Madre Juana el día
24. En seguida suspendió todo diciendo que no consentía la fiesta encon-
trándose enferma una Hermana de la Comunidad.
Este hecho me conmovió mucho pues hace ver su gran caridad y deli-
cadeza, que no sólo usó conmigo, sino con todas.
La sobrina dice: «Todavía me parece estar a su lado habiendo tenido la
fortuna de estar con ella en todo momento hasta el día en que tuvimos
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15.6 Page 146

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que separarnos para ir a nuestras respectivas casas. Verdaderamente ha
sido la separación definitiva.
La Inspectora mandó a la tía a pasar el mes de julio en Madrid para que
estuviera algunos días con los sobrinos a los cuales quería muchísimo y
también para volver a ver a las Hermanas de aquella Inspectoría tan queri-
das por ella.
Llegó a Madrid el día 12 y eM 3 nos reunimos todos los hermanos,
esposas e hijos. Estaba también Merceditas y su familia en la Dehesa de
la Villa, antiguo Noviciado, ya que con motivo de la llegada de la tía, hacía
la Primera Comunión la niña más pequeña de mi hermano Marcelino. Todo
lo organizó ella, fue una fiesta muy íntima, alegre, así como agradable por
la total participación de todos.
El día 14 lo pasó en Villaamil donde residía para poder ver a las Anti-
guas Alumnas. El día 15 estuvo en casa de mi hermana Nena ya que ésta
debía trabajar los días de trabajo. El lunes 16, por la tarde pronto estuvo
en casa de Jesús porque su esposa se llama Carmen. Al día siguiente fui-
mos a Salamanca donde nos detuvimos hasta el 19, día en que partía para
Burgos. Cerca de Salamanca nos detuvimos en Cantalpino, pueblo natal
de Sor Eusebia Palomino de santa memoria. En Burgos estuvimos en los
dos Colegios. El sábado 21 nos llevó uno de mis sobrinos a Valladolid,
donde encontramos a todos los hermanos para celebrar el onomástico de
Sagrario el día 22. Gozó muchísimo con todos los sobrinos.
Al oscurecer de aquel día se retiró según su costumbre después de
rezar el Rosario y mientras se quitaba la mesa permaneció hablando
mucho tiempo con mi hermana Nena. Al día siguiente debíamos regresar a
Madrid por causa del trabajo de Nena.
Parecía que se había levantado bien como todos los días. Le pregunté
cómo había pasado la noche y me respondió que bien, aunque un poco
molesta, pero que no era nada, que se encontraba bien.
Fuimos a la Catedral que se encontraba frente a la casa de Sagrario y
después del Evangelio me cogió de la mano y me dijo que se desmayaba,
la llevé fuera y sintió fuertes angustias. Quería reaccionar, pero imposible.
La ayudé a subir la escalera de casa y la pusimos en el lecho. Estaba muy
mal, tanto que le rogué se quedara acostada, pero no quería enteramente,
cosa de la que ahora me alegro.
Regresamos a Madrid. El viaje lo hizo muy bien, ni siquiera se dio
cuenta de que nos paramos a coger gasolina. Nos paramos también para
comer, pero con dificultad tomó un poco de sopa y fruta. Llegadas a casa
se acostó para recuperarse un poco, pero al anochecer se levantó para no
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15.7 Page 147

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perder la Misa. Todo el tiempo estuvo sentada y al volver le dije: Métete en
la cama y mañana veremos. La noche parece que la pasó tranquila, ya
que tanto mi hermana como yo no dejamos de vigilar.
El día 24 fui a hacer la compra y al volver cual fue mi desagradable sor-
presa al saber que la tía estaba muy mal. Como esperábamos a Jesús
(que es médico) que debía llegar por la tarde, no habíamos llamado a nin-
gún doctor, pero viendo que se agravaba, llamamos a Nena al ambulatorio
donde trabaja y se presentó en casa el doctor.
Tenía 26 de presión y 38,5 de temperatura. Tanto el día 25 como el 26
sufrió terriblemente de dolores fortísimos. Jesús dijo que era una trombo-
sis mesentérica. No pudimos hacerle nada por la edad tan avanzada y los
grandes dolores que padecía la impedían hasta levantar la cabeza de la
almohada. Bebía agua sin nunca saciarse, pero no podía incorporarse,
Jesús le aplicó suero.
La noche del 26 hacia las ocho, comenzó a darse cuenta, al menos
externamente, de que su vida había llegado al fin. Le pregunté si quería
recibir los últimos Sacramentos y me respondió con alegría que sí, cosa
que hizo con plena lucidez de mente. Después como a quien se le escapan
las cosas de la mano, alargaba los brazos y nos abrazaba a todos, dándo-
nos consejos e insistiendo en el amor de los unos a los otros..., en la acep-
tación de la voluntad de Dios, en los acontecimientos de la vida... rezaba
por todos los presentes y ausentes y como broche de oro entró en una
especie de éxtasis, insistiendo en el rezo del santo Rosario que seguíamos
recitando, hasta haberlo repetido por lo menos diez veces.
Amaneció el día 27 habiendo pasado la noche anterior todos alrede-
dor de su lecho. No olvidaremos nunca aquella noche feliz. Hacia las
siete de la mañana poco a poco se aletargaba, perdiendo vitalidad y
paralizándosele pies y manos, perdió la vista, pero nos seguía a través
del oído... y así se adormeció felizmente en el Señor. Qué muerte tan
inolvidable.
En una ambulancia la llevamos a la Casa de Villaamil donde en la cripta
se abrió la capilla ardiente. La noticia corrió de boca en boca y comenza-
ron a llegar Hermanas y Antiguas Alumnas.
El día 26, al ver la cosa tan mal, llamé a Sevilla y en seguida llegaron
Sor Consuelo Palacios (la Inspectora) y la Vicaria de la casa donde residía
mi tía y también la Hermana que por tanto tiempo había sido su enferme-
ra.
El mismo día 26 pasaron por casa de mi hermana muchas Hermanas,
especialmente las que estaban en Madrid y habían vivido con ella: Sor
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15.8 Page 148

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Ambrosina, Sor Ambrosia, Sor Paquita... y también Salesianos, Don
Modesto Bellido... pero ya la tía no conocía a nadie.
Tuvimos la suerte de estar todos los sobrinos presentes en el último
momento, cosa que si hubiese ocurrido en Sevilla, no habría podido ser.
Cuando le pregunté si estaba contenta de marchar con el Padre y con
María Auxiliadora, me dijo alegremente: SI. Y como la veía preocupada por
no encontrarse en una de nuestras Casas Salesianas, le dije que el Señor
tenía sus designios y que no sabíamos cual era su voluntad por lo que
debíamos aceptar las causas, los acontecimientos en todo y entonces
decía: «Sí, se haga su voluntad». También la Directora de Villaamil que
todos los días, desde el 24 hasta la muerte le puso una inyección, la tran-
quilizó al respecto. La tía pidió perdón a todas las hermanas con las cua-
les había vivido y vivía y repitió la necesidad de rezar, de trabajar y de
hacer el bien mientras gozamos de salud».
Hasta aquí la sobrina Hija de María Auxiliadora.
Nos queda todavía hablar de su Epistolario, o mejor de transcribir algu-
nos fragmentos de sus cartas.
Se dice que las cartas hablan y nos hacen conocer a la persona y a tra-
vés de las cartas de Madre Juana podemos conocerla.
«La más grande dificultad mía (actualmente) es la de no poder hablar
claro, pero como ahora no tengo responsabilidad directa ni con Hermanas
ni con alumnas, no es tan necesario. Ya he hablado bastante en la vida,
ahora lo que se tiene obligación es de hablar con Dios y prepararme bien
para cuando El me llame. Rece un poquito por mí, para que emplee bien
esta última etapa de mi vida».
«Mi renovación debe ser prepararme bien para ir al Cielo».
«Debemos rezar mucho por las Superioras, siempre es muy difícil ser
Superiora, pero hoy todavía más, los problemas son más difíciles y las difi-
cultades de los tiempos también son diversas. Verdaderamente debemos
pedir mucho al Señor y ofrecer alguna cosa. Es ésta nuestra obligación
actual. Esto lo pienso de mí ahora que soy vieja».
«Ciertamente, nuestras enfermedades, nuestros dolores se hacen más
soportables cuando pensamos seriamente en los padecimientos agudísi-
mos de Jesús, todos sufridos por nosotros».
«Le ruego continúe pidiendo por mí al Señor, para que yo sepa aprove-
char bien los días que todavía quiera el Señor concederme de vida».
A semejanza de un estribillo, repetidamente vivido y otras tantas repeti-
do, todas sus cartas indican que le urge la verdadera preparación al gran
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15.9 Page 149

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paso, no olvida que es definitivo y siente la necesidad de prepararse al
mismo en cada momento de su existencia...
Como podemos apreciar el epistolario de Madre Juana rebosa pie-
dad... Vivía de Dios y para Dios y Dios era el motivo de sus pensamientos
y de la materia de sus cartas.
¡Feliz ella que cumplió su misión!
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SOR ZULIMA SÁNCHEZ
Nació: el 22 de diciembre de 1935 en Barrillos de Curueño (León)
Profesó: el 5 de agosto de 1960 en Madrid
Murió: el 29 de enero de 1980 en Madrid
El día 22 de diciembre de 1935 nacía en Barrillos de Curueño (León)
Zulima Sánchez. Sus padres fueron don Juan Antonio y doña Prudencia.
Una familia pobre, sufrida, piadosa y trabajadora. Cuatro hijos en la familia
y ella, la quinta, la única mujer, por lo que fue muy querida y todos pensa-
ban que sería el consuelo de sus padres en su ancianidad. Sin embargo
siente la llamada fuerte del Señor y decide su ingreso en la vida religiosa.
Comienza el Noviciado y lo tiene que dejar por enfermedad. El Señor la
prueba, pero ella no se deja vencer por las dificultades: «Si el grano de
trigo no muere...» Mejora su salud y vuelve de nuevo para entregarse al
Señor con un sí incondicional, para siempre y para todo.
Profesa en Madrid el día 5 de agosto de 1960. Después de hacer los
votos trienales fue enviada como Misionera a Uruguay en 1966 hace los
Votos Perpetuos. Completó sus estudios de enfermería y fue el oficio que
desempeñó durante los siete años que trabajó en Montevideo.
Sintió siempre muy fuerte el deseo de trabajar en las misiones. Fue
temporalmente enviada a España y desde allí destinada al Ecuador, su tie-
rra querida. Total, fueron diecisiete años trabajando en América. Cuántas
cosas buenas y cuánto bien repartido a todos.
Trabajó durante tres años en la Misión de Sucúa y después en el Cole-
gio de Guayaquil y de Manta. Aquí se dio tan de lleno a las niñas del Asilo
que fue querida por todas y la consideraban como a una madre.
Ella estaba como enfermera, pero también pudo dar clase de segundo
grado elemental. Tenía 70 alumnas en la misma clase.
Para ella trabajar dando clase a las niñas por primera vez fue una ale-
gría muy grande y trató de superarse para ser en este campo una eficiente
Salesiana. Esta nueva responsabilidad para ella fue una ganancia muy
positiva, pues cambió su carácter a pesar de su temperamento.
El amor a la Santísima Virgen fue su característica. Jamás pasó desa-
percibida una fiesta de Ella. Era la primera en preparar la Liturgia y le gus-
taba enfervorizar a la Comunidad en este sentido.
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16 Pages 151-160

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16.1 Page 151

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Era muy observante de la pobreza. Nunca le gustó tener más de un par
de zapatos, por ejemplo.
Con el fin de servir mejor a la Congregación se puso a estudiar Bachi-
llerato, pero la enfermedad no le permitió terminarlo.
En el año 1978 debió someterse a una operación quirúrgica, en la cual
se descubrió el mal que la llevaría a la tumba, pero jamás se quejó. Cuan-
do le comunicaron el mal que padecía lo recibió con una serenidad admi-
rable. Nunca se quejó al Señor por esa dura prueba. Las Hermanas que la
visitaban siempre quedaban edificadas.
Tenía un gran corazón y sabía olvidar con generosidad las ofensas
recibidas.
Era de carácter fuerte y por tanto no le faltaron nunca las incompren-
siones. Nunca guardó por ello el menor resentimiento.
Una Hermana escribe: «Su temperamento pronto a veces, causaba
alguna herida en la Comunidad, pero nos decía: «Hermanas, por favor,
aceptadme como soy y no como debería ser». Esto sin duda reflejaba un
gran trabajo interior y una humildad de corazón».
La sencillez y la sólida piedad hacían de ella una Hermana atrayente
para la juventud. Trabajó en obras de promoción para la mujer con gran
sentido práctico.
Después de diagnosticarle el cáncer en Guayaquil llegó a España el día
6 de diciembre, enviada por las Superioras pues según la opinión de los
médicos de allí, en España encontraría mejores medios para su curación.
Pero el mal estaba tan extendido que fue imposible. Se acostó rendida de
un viaje tan largo y ya no se levantó más.
El dolor era muy profundo, pero le alentaba la esperanza de curarse
pronto.
Con ocasión del paso de una de las Superioras para Roma, quiso que
le administraran el Sacramento de los Enfermos. Acto que se realizó con
toda solemnidad y en el que participaron muchas Hermanas y algunos
familiares. Fue un acto muy emotivo pues ella participó con gran devoción
e incluso fue diciendo los cantos que quería que todas entonásemos.
Aumentan los dolores. El mal ya no se le podía atacar y ni los calman-
tes más fuertes la aliviaban. Por fin, el domingo anterior a su muerte pidió
de nuevo que acudieran sus compañeras de Noviciado que vivían en
Madrid y su Maestra de Novicias, a las cuales después de hacerles cantar
el Magníficat y alguna canción predilecta de ellas, las obsequió con unas
medallitas de la Virgen.
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16.2 Page 152

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Apenas se despidieron otro golpe fuerte de dolor ya no pudo expresar-
se, aunque las que la atendían veían que quería seguir hablando. Así en
este estado pasó 24 horas, diciendo algo que no se pudo entender y
soportando en silencio ese grave dolor.
A pesar de sus 44 años recién cumplidos, el Señor ya la encontró pre-
parada y quiso llevársela consigo para que celebrase la fiesta de nuestro
Padre Don Bosco en el cielo.
La celebración de las exequias presididas por un primo suyo Salesiano,
fue también un acto precioso de sencillez y emotividad. La homilía terminó
con palabras que hacían eco a características de su vida y que se conden-
saban en unos versos de Pemán: «Porque lo mandas y lo quieres, porque
es tuyo el dolor, bendita sea, Señor, la mano con que me hieres».
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SOR ÁUREA MONTENEGRO
Nació: el 4 de abril de 1896 en Vigo (Pontevedra)
Profesó: el 5 de agosto de 1922 en Sarria (Barcelona)
Murió: el 10 de enero de 1981 en Madrid
Sor Áurea Montenegro nació en Vigo (Pontevedra) el 4 de abril de
1896, en una familia muy relacionada con la Congregación Salesiana, de
la cual entraron en el Instituto dos de sus hijas: Sor Purificación que ingre-
só en 1917 y Sor Áurea que lo hizo dos años después.
Comenzó su Noviciado en Sarria y profesó en la misma Casa en el año
1922, siendo destinada a la Comunidad de Valencia, donde trabajó varios
años.
La Directora de la Casa era Sor Justina Osarte, religiosa ejemplar y
modelo de Hija de María Auxiliadora. Influyó mucho en su formación y ella
la consideró siempre en su vida como una santa.
En 1927 fue destinada a Madrid en la Casa de Villaamil. Se dio de lleno
al trabajo con las niñas de la barriada, entonces muy pobres y necesita-
das, pues siempre destacó en ella esa predilección a lo Don Bosco, por
los más pobres.
A partir de 1931 comenzaron ya las agitaciones políticas en España y
las Hermanas tuvieron que empezar a sortear todo tipo de dificultades que
con frecuencia se les ponían, para impartir con libertad la enseñanza reli-
giosa. Por fin nuestras Hermanas tuvieron que dejar el hábito y ocultar así
su condición de religiosas, trabajando en locales ajenos al Colegio para
pasar inadvertidas. Sólo quedó en la Casa una sección de niñas gratuitas
de las que se ocupaba Sor Áurea, muy contenta de atenderlas ya que
siempre las prefirió.
En mayo de 1936 la situación se agravó hasta tal punto que algunos
grupos extremistas e incontrolados incendiaron el Colegio. El pretexto era
vengar a los niños que habían sido envenenados por unos caramelos que,
según ellos, habían recibido de las monjas. Esta calumnia corrió el 4 de
mayo y nuestras Hermanas tuvieron que sufrir todo tipo de humillaciones,
insultos, golpes, heridas e injurias de todo tipo. Sor Áurea defendió a la
Directora Sor Juana Vicente y a Sor Josefa Rufas, ya anciana, recibiendo
como respuesta mayores golpes y heridas.
Encontró refugio en el piso de un buen Cooperador, junto con algunas
Hermanas y en cuanto se repusieron de las heridas, alquilaron un piso en
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16.4 Page 154

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la calle Ayala, donde vivieron con gran austeridad y sacrificio. Todo esto
contribuyó para un mayor afianzamiento en su vocación religiosa y sale-
siana.
La guerra civil vino a empeorar al situación. Debieron buscar refugio en
una Embajada. Sólo el Señor que puede contabilizar todo lo que se hace
por El, nos podría decir cuánto sufrió Sor Áurea en esta época, ya que era
una persona muy sensible y delicada. Le fue posible salir de España en un
barco que la Cruz Roja puso a disposición de las personas que quisieran
salir para Italia. Fue con varias Hermanas y las Superioras las acogieron
con todo el cariño que se merecían, procurando que se restableciesen de
todo cuanto habían sufrido.
Cuando las cosas de España se normalizaron regresó y fue destinada a
Salamanca, a la Academia Labor. Allí fue Profesora de Lengua y Literatura,
siendo muy apreciada por sus alumnas que la trataban siempre con
mucho afecto. Ella aprovechaba todas las ocasiones que tenía a su alcan-
ce para hacer el bien a esa juventud salmantina y eso se notó en un flore-
cer de vocaciones que vinieron a engrosar las filas de nuestra Inspectoría
y del mundo entero.
Era muy religiosa y muy amante de España que comenzaba su recupe-
ración, y junto con el espíritu de fortaleza en las dificultades y el sacrificio
en todo momento, supo inculcar en sus alumnas estos dos amores: a Dios
y a la Patria.
Al dividirse la Inspectoría en tres, ella pasó a la de Andalucía, pero des-
pués volvió a la de Santa Teresa, trabajando en las Casas de Béjar, El
Plantío, María de Molina, Palencia, Villaamil, Daoíz, dando las clases con
gran competencia dada su gran cultura, haciendo valiosos trabajos de tra-
ducción, dirigiendo durante algunos años la revista de la Asociación de
Antiguas Alumnas, poniendo siempre al servicio de la Comunidad sus
conocimientos de Música, Pintura, sus bellas composiciones en verso y
en prosa para teatros y fiestas...
Tenía una salud muy delicada y con el pasar de los tiempos tuvo que
dejar sus actividades y pasar a la Residencia de Santa Teresa donde se
dedicó mucho a la oración, soledad y retiro. Era la necesidad de un alma
tan profunda como la que tenía Sor Áurea.
Lectora infatigable, estaba al día de los acontecimientos de la Iglesia,
de los documentos y enseñanzas de los últimos Papas, por los que sintió
verdadera veneración, sobre todo por Pío XII. También seguía con interés
la evolución política de nuestro país. Sufría por todo lo que rozara la paz y
la unidad de la Iglesia, de la Congregación y de nuestra Patria. Estos tres
grandes amores y el del Señor eran los grandes temas de sus conversa-
155

16.5 Page 155

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ciones, tan documentadas y certeras que se seguían con gusto, ya que
ella ponía calor y entusiasmo en ellas.
Clarísima en sus opiniones, con gran intuición, mirando siempre ade-
lante sin miedo al riesgo, pero con una madura prudencia. Unas veces
aconsejaba, otras ayudaba a reafirmarse en lo que se le consultaba.
Su carácter tenía a veces reacciones fuertes, pero conociéndola, se
podía deducir de sus posturas de disconformidad en algunas situaciones,
su gran amor a la justicia, a la verdad y la gran rectitud que tenía en todo.
Hablar con ella de la Congregación era entonar un canto de gozo por la
vocación salesiana. Vivía todas y cada una de las situaciones que de
algún modo afectaban al Instituto. Era muy realista. Hablaba con objetivi-
dad de la vida en nuestras Comunidades, del hacer y actuar evangelizador
de nuestras Casas. Cuántas veces sus palabras urgían a ofrecer, a orar
por la coherencia y la fidelidad al Espíritu de Don Bosco y de Madre Maz-
zarello.
Por estar al día de cuanto sucedía a su alrededor, su espíritu se mante-
nía joven, traduciéndose en sus palabras sobre el seguimiento de Cristo.
Era muy suya la frase que se encuentra en tantas biografías de nuestras
primeras Hermanas: «Vivir el momento presente y vivirlo con amor». Ponía
gran fuerza al hacer referencia a estos principios o a algunas frases pauli-
nas que expresaran la experiencia del ser en Cristo. Este tema y la vida de
oración parecían ser su preocupación más honda y la fuente de su equili-
brio y profundidad.
Últimamente cuando se la visitaba, lo relacionaba todo con la muerte
que ella esperaba próxima. Por eso debió el Señor encontrarla muy bien
preparada para el retorno a El, ya que la llamó inesperadamente y tras
unos breves días de enfermedad.
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16.6 Page 156

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SOR JUANA RODRÍGUEZ
Nació: el 27 de junio de 1906 en Tordesillas (Valladolid)
Profesó: el 5 de agosto de 1926 en Sarria (Barcelona)
Murió: el 5 de agosto de 1981 en Santander
Sor Juana Rodríguez ingresó en el Instituto atraída por el espíritu de
Don Bosco y la devoción a María Auxiliadora que con tanto celo y entu-
siasmo habían difundido los Salesianos en Baracaldo, donde ella siempre
vivió aunque había nacido en Castilla. Ellos comenzaron a animar a algu-
nas jóvenes piadosas a ingresar en el Instituto que tardaría todavía unos
años en abrir allí una Casa. Sor Juana fue por tanto una de las primeras
vocaciones de este pueblo, que ha ido dando a la familia Salesiana
muchos de sus buenos hijos e hijas.
Había nacido en Tordesillas (Valladolid) en 1906 y a los 20 años profe-
só en Sarria (Barcelona) que era la Casa Inspectorial y el único Noviciado
entonces en España.
Fue destinada a Madrid, a la Casa de La Ventilla, un Colegio humilde
de niñas pobres que sufrió todos los rigores de los tiempos difíciles de la
República y después de la Guerra Civil. Estas circunstancias hicieron sufrir
mucho a Sor Juana.
En su larga vida religiosa desempeñó en todas las Casas el oficio de
cocinera, siendo también despensera y ropera en alguna de las Comuni-
dades pequeñas. Muy activa y eficiente en su trabajo, llegaba a todo y
hasta podía ayudar a algunas Hermanas en sus oficios. Intuía las necesi-
dades de los demás y tenía un probado espíritu de sacrificio. Sabía com-
placer y encontraba muchas formas de hacerlo. En época de escasez y
pobreza de algunas Casas en las que estuvo se esmeraba para preparar
con detalles y sorpresas platos exquisitos con la misma comida de cada
día. Muchas veces tenía que esperar a que le llegara la limosna que
habían ido a pedir las Hermanas, como ocurrió en la Casa de Cambados.
Su aspecto exterior era más bien serio, pero en cuanto se entablaba
conversación con ella se descubría su gran alegría, amable trato y una
sencillez poco común. Tenía además un desarrollado sentido del humor y
su larga vida le había facilitado la acumulación de muchas experiencias y
anécdotas que ella narraba siempre con oportunidad y era el gran entrete-
nimiento de muchos recreos comunitarios.
Le encantaba preparar a la Comunidad sorpresas, pudiendo decir que
toda ella era una pura sorpresa por los muchos resortes de que disponía
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16.7 Page 157

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para hacer grata y amable la vida comunitaria: chistes, muecas, aparecer
disfrazada era muy común en ella.
Creaba un clima de cordialidad y armonía siempre. Cuando alguien ala-
baba su buen humor, solía decir siempre: «No creáis, la procesión va por
dentro...» Quién sabe cuántos habrán sido los sacrificios ocultos, las difi-
cultades notables, las molestias disimuladas, todas esas cosas que van
tejiendo la vida ordinaria y que sólo Dios conoce cuando el alma vive para
El.
Una de sus mayores preocupaciones últimamente fue un hermano
suyo soltero, que vivía solo y del que ella se sentía responsable en cuanto
a su atención. Se sintió muy aliviada cuando pudo ingresar en una Resi-
dencia y ya descansó de sus cuidados, aunque no se olvidaba de su aten-
ción espiritual.
Toda su alegría y fortaleza tenían su origen en la vida de piedad inten-
sa, pero sencilla: la Virgen, la devoción al Rosario que nunca dejaba de
rezar, el Corazón de Jesús, a quien invocaba con frecuentes jaculatorias y
cuya imagen tenía siempre adornada con flores frescas. También era
devotísima de San José. Ella contaba con gran devoción que cuando se
dirigió a Barcelona para entrar como Aspirante en el Instituto, viajaba sola
y un personaje misterioso la acompañó durante el viaje y por la ciudad.
Aseguraba siempre que aquel caballero fue San José al que se había
encomendado. Por eso su imagen estaba siempre en la cocina, en la des-
pensa, en las cortinas de la cama.
A pesar de no tener un contacto directo con las niñas, nunca estuvo
ajena a su trato y compañía. Se acercaban a ella y siempre encontraban
alguna buena palabra y esa nota de buen humor que tanto necesitamos. A
todas las conocía por su nombre, se interesaba por sus familias y cuando
le confiaban algún problema, sabía seguirlos y se interesaba hasta el final.
Cuando salía de Casa para dirigirse a la Parroquia en los muchos años
que vivió en la Casa de Santander Nueva Montaña, todas las niñas la que-
rían acompañar porque las hacía reír y les agradaba su compañía.
A su muerte, muchas Antiguas Alumnas de aquella barriada demostra-
ron a las Hermanas cuánto la querían, por la enorme afluencia y gestos
delicados que tuvieron acompañando su cadáver y formando una gran
comitiva hacia el cementerio.
En dos rasgos coinciden todos los testimonios de las Hermanas que
convivieron con ella en la Inspectoría: su habilidad por ser elemento de
paz en la Comunidad, tratando de superar siempre las inevitables tensio-
nes que se forman en todo grupo humano y su inquebrantable fidelidad y
su saber «estar» siempre dispuesta a lo que Dios quisiera de ella. Era un
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estímulo, un ejemplo constante para superar los baches que en la Vida
Religiosa pueden amenazar hasta el desaliento y hasta el abandono. Su
ilusión y su gozo en la Vida Religiosa han ayudado a más de una Herma-
na.
Enfermó y aunque se sometió a diversas operaciones y un fuerte trata-
miento, el mal no perdonó. Ella parecía ignorar su mal pues no perdía el
humor. Los últimos días de su vida fueron dolorosísimos. Las Hermanas
de la Comunidad estaban impresionadísimas. Sin embargo la muerte le
llegó en medio de una gran paz, en una fecha tan señalada como el 5 de
agosto de 1981, día de consagración y promesas. Cuando ella expiraba,
nuevas voces en el Instituto pronunciaban sus Votos. Ella recibiría en el
cielo de las mismas manos de Dios, la corona de su fidelidad.
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SOR JUANA LOMA
Nació: el 26 de abril de 1915 en Madrid
Profesó: el 5 de agosto de 1944 en Madrid
Murió: el 26 de abril de 1983 en Madrid
Sor Juana nació en una primavera y toda su vida fue un canto de opti-
mismo y de entusiasmo al amor de Dios y a la Auxiliadora.
Fue el 26 de abril cuando abrió los ojos en Madrid y fue el 26 de abril
cuando los cerraba en esa misma ciudad, donde tanto había trabajado,
sufrido y gozado. Habían pasado exactamente 68 años esparciendo el
gozo de hacer felices a los demás. Alegró a todos con su buen humor, su
poesía y sobre todo con su virtud.
Sor Juana era de una familia de hondas raíces cristianas y de un amor
fuerte a España, precisamente en una época en la que esos dos grandes
amores se pagaban en muchos casos con la vida.
Creció a la sombra de la Parroquia de Santa María la Mayor, donde tra-
bajaba su padre. De la mano de su hermana María, también Hija de María
Auxiliadora, frecuentó el primer oratorio en Madrid y fue allí donde conoció
y aprendió a amar a María Auxiliadora. Amor que fue tan grande en ella
como el amor a la propia vida.
La Virgen lo era todo en su vida después de Jesús Eucaristía. Conta-
giaba de ese amor a todos cuantos se le acercaban. La fuerte experiencia
de filiación mariana se vio acrecentada al morir su madre. Jamás se mar-
chó a dormir sin poner bajo su protección toda su persona.
Los tiempos de su adolescencia y juventud fueron violentos para
España. El temperamento de Sor Juana no se detuvo ante dificultades y
peligros, ya antes de estallar la guerra, en la incipiente República. Estuvo
siempre al lado de las Hermanas que no podían vestir el hábito religioso.
Ella se apresuró a aprender Corte y Confección y ese diploma fue una
de las armas que más le valdría en esos tiempos difíciles para hacer el
bien.
Difícil es traer a estas breves páginas todas las peripecias que la joven
Juana tuvo que hacer para salvar a las Salesianas: bautizar, repartir la
Comunión, estar y servir de intermediaria entre las que tenían que ocultar-
se, etc. Mejor es que ella misma nos cuente alguna de esas aventuras:
«La Divina Providencia quiso ponernos al paso en tiempos de la guerra
a nuestro inolvidable Rvdo. Padre Lucas Pelas. Con este apóstol de
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16.10 Page 160

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Madrid me han ocurrido algunas coas que sencillamente escribiré por si
algún día pueden hacer bien:
Nuestra casa en la calle de García de Paredes núm. 51 fue santificada
por la presencia casi diaria de Jesús Eucaristía. Raro era el día que no
comulgábamos toda la familia o asistíamos al Santo Sacrificio de la Misa.
Para despistar un poco a la portera de la casa, pusimos en nuestro
piso un rótulo que decía: «Corte y Confección» y así si subían a casa
varias jóvenes, pensaban que iban a coser. Dichas clases tomaron incre-
mento y sin poderlo evitar se nos mezclaron algunas chicas de otras ideas
que, con toda amabilidad, despedíamos al terminar la hora destinada al
Corte y nos quedábamos las jóvenes seleccionadas para que el Padre
Lucas pudiese confesarnos, darnos alguna clase o predicarnos las nove-
nas de la Inmaculada, San Juan Bosco, etc.
Durante el día ayudaba a dos Salesianos, don Emilio Alonso y don José
Arce que estaban escondidos en la Embajada y a otros como don Lucas
Pelaz y don Alejandro Vicente que andaban por Madrid derrochando valor.
Cuántas veces pasé documentación falsa a la Embajada para los Salesia-
nos que salían de la cárcel sin ella. Cuántas veces llevé el parte de guerra
para alentar los ánimos de estos mismos Salesianos. También llevaba
todos los días dos botellas de leche a un santuario que había en la calle
de Ayala donde un Salesiano estaba enfermo y otros estaban por allí
enchufados disimulando su identidad. Otro tanto hacía con los zapatos de
ellos cuando se los tenía que arreglar.
En cierta ocasión tuve que ir a pedir a don José Arce formas sin consa-
grar para don Lucas. Como tuve que sacarlas de la Embajada y temía que
me registrasen, las metí en un sobre y después en unos zapatos que lleva-
ba para arreglar. ¡Pobre Jesús!
La madre de una amiga de casa que se encontraba en trance de muer-
te me avisó con una de sus hijas para que yo hiciese lo posible por hacer-
le llegar un sacerdote. Vivía en compañía de personas contrarias a nuestra
Religión y cuál no sería mi sorpresa cuando llamo a la puerta y me abre
una persona que podría habernos denunciado. Iba con don Lucas. Dios
ayuda mucho en esos momentos.
Con la mayor naturalidad se me ocurrió decirle que era el médico de mi
casa y que mi madre lo mandaba para visitar a la enferma, como persona
de toda confianza para conseguir la mejoría de nuestra querida amiga. De
este modo pudo recibir los Santos Sacramentos sin sospecha alguna.
Cuando nos vimos en la calle nos parecía mentira que estuviésemos
sanos y salvos.
Quisieron fusilar a toda mi familia. Ya estaban en la puerta los tres
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17 Pages 161-170

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17.1 Page 161

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coches de la C.N.T. para llevarnos a dar el paseo... Yo les dije bien fuerte
que era Católica, Apostólica y Romana. Me contestaron que más tarde
querían ver esa valentía. Después de rompernos contra el suelo el Niño
Jesús y a mordiscos como fieras, todo lo que era religioso, nos dejaron
encerrados en el piso y se fueron en busca de uno de mis hermanos que
faltaba. En este intervalo se pudo arreglar la situación por teléfono, salien-
do a nuestro favor un rojo perfecto que resultó tener buenos sentimientos.
Se puede suponer lo que rezaríamos en ese día, viéndonos ya con las
balas dentro del cuerpo. Ni estos trances, ni los ruidos de los cañones nos
intimidaban y en cuanto pudimos formamos nuestro Oratorio Festivo. Nos
reuníamos en el Hipódromo, en los jardines del Museo de Ciencias Natura-
les. Allí jugábamos, comentábamos y nos animábamos para hacer el bien.
Don Lucas sabedor de nuestras aventuras juveniles, me dijo un día que
iba a ir por allí para darnos la Bendición en pleno paseo y así lo hizo. Nos
había advertido: cuando yo meta la mano en el bolsillo de la gabardina,
tomaré la cajita de las Formas Consagradas para daros la bendición. Así
sucedió. La verdad era que nos reíamos del mundo entero.
La beatificación de Madre Mazzarello la celebramos en la calle Mayor
núm. 17, muy cerca de la Puerta del Sol. Tuvimos Misa, casi solemne y un
sermón de campanillas. Nos reunimos un gran número de Antiguas Alurm-
nas y nuestra Comunión fue fervorosísima suplicando al Todopoderoso
nos concediera vida para celebrarlo con más paz y tranquilidad que
entonces.
En la calle del Pinar núm. 8 fue una de las casas que más frecuentába-
mos para recibir los Sacramentos y reunimos clandestinamente para
hacer el bien. ¡Cuántas personas han pasado por esta casa para recibir los
Sacramentos!
Podíamos seguir transcribiendo lo que ella dejó escrito de esta expe-
riencia vivida con valentía en los tiempos difíciles para los españoles, pero
basta con estas muestras que nos hablan del temple de Sor Juana.
Al finalizar la guerra una cosa tenía segura y era la de ser Hija de María
Auxiliadora y para ello tuvo que vencer serias dificultades en la familia a la
que la guerra había dejado sin hogar, sin trabajo y había que empezar de
nuevo.
A pesar de todo, el año 1942 encontramos a Sor Juana en el Noviciado
de Sarria, Novicia responsable, decidida, de carácter fuerte y valiente,
pero sencilla y empeñada en ser una auténtica Hija de María Auxiliadora. A
ello le ayudan su gran amor a Jesús Eucaristía y a la Santísima Virgen y de
modo especial todo el sufrimiento, la valentía y el riesgo derrochados en
los tiempos difíciles que ha vivido.
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Profesó en Madrid el 5 de agosto de 1944 y su vida fue lo que ya se
preveía: una fuerza arrolladora puesta al servicio del Reino.
Todos los testimonios coinciden en destacar las características de su
vida: Amor a la Eucaristía, amor a María y pasión por los Salesianos, y
como brote fecundo de todos estos amores su preocupación y celo cons-
tantes por las vocaciones sacerdotales y religiosas.
Los sacerdotes santos fueron uno de sus afanes apostólicos más fuer-
tes en su vida. A cuántos ayudó a ver claro la meta de su santidad voca-
cional.
Era feliz cuando podía ayudar a mantener su celo apostólico y su voca-
ción al servicio de Dios y de las almas. El Señor premió su inquietud y hoy
algunos de sus primeros alumnos de párvulos son excelentes y santos
sacerdotes.
Una de las alegrías más grandes de su vida fue el asistir a la Ordena-
ción Sacerdotal de su sobrino predilecto, el que ella había querido que se
llamara precisamente Juan Bosco y fue él quien le administró poco tiempo
después el Sacramento de la Unción de los Enfermos.
Sor Juana trabajó en todos los campos Salesianos y todos tenían para
ella grandes vivencias y recuerdos, pero sobresalían entre todos sus años
de trabajo en las Casas de los Salesianos, donde no perdonó ningún
sacrificio para que la santidad de sus Hermanos Salesianos se acrecenta-
ra.
Mucho saben de sus consejos y de sus sacrificios los Salesianos que
la conocieron. No fueron años fáciles, pero sí llenos de alegría.
Superiora por dos sexenios en diferentes Casas. Todas las Hermanas
son unánimes en testimoniar la alegría del tenerla como Directora. Su
palabra y su ejemplo hacían camino y clima para no desmayar y estar
siempre alegremente dispuestas al sacrificio.
La última Casa donde vivió fue la Residencia de María Auxiliadora de
Madrid, al servicio de la juventud más necesitada. Allí fue la portera duran-
te catorce años. Por las características de esa Casa, Sor Juana sufrió
mucho al principio hasta que descubrió la manera de hacer su apostolado
con alegría, también entre esa juventud un tanto marginada.
Inventaba aleluyas y versos, los colgaba con un alfiler y así cuando
iban a hablar por teléfono los leían. Más tarde, cuando faltó Sor Juana la
echaban mucho de menos.
Fueron años de madurar en silencio, ignorada y sufriendo su enferme-
dad de vértigo, pero jamás dejó sentir su peso a las Hermanas ni a las
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17.3 Page 163

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jóvenes que con ella convivían. Frecuentemente se caía y siempre era
motivo de broma para ella en vez de hacerlo pesar. Jesús seguía siendo el
gran amor de su vida. La proximidad de la capilla a la portería le permitía
pasar largos ratos delante del Sagrario y su oración era principalmente por
la santidad de las almas consagradas, las necesidades de la Inspectoría y
de España.
La última enfermedad llegó silenciosamente, sin anunciarse. Cuando se
declaró ya no había remedio. Sor Juana salió desde el altar acabada la
Eucaristía, por su propio pie para hacerse un análisis y ya no volvió nunca
a Casa. Meses dolorosos en la clínica y por último en la Casa de Enfermas
de Madrid, donde había vivido los primeros años de su Vida Religiosa.
Desde allí emprendió el vuelo para unirse a su Dios, precisamente el
día de su cumpleaños. Así serenamente en la paz de Dios, Sor Juana nos
dejaba para siempre aquí en la tierra y nos espera en el Cielo.
Una vez más el amor de Dios había triunfado y seducido a su criatura y
ella se había dejado seducir. ¿Qué podría importar todo lo que ella había
pasado?
164

17.4 Page 164

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SOR ANGELINA CALLES
Nació: el 30 de noviembre de 1946 en Guadramiro (Salamanca)
Profesó: el 5 de agosto de 1967 en Madrid
Murió: el 24 de septiembre de 1983 en Aguilar de Campoó (Falencia) en accidente
automovilístico
Sor Angelina Calles nació en un pueblecito de la provincia de Salaman-
ca -Guadramiro- el 30 de noviembre de 1946. Pueblo sencillo dedicado a
la ganadería y a la Agricultura. Nació en el hogar de Juan y Vicenta, era la
última de nueve hijos, de los cuales otras dos Hermanas también se hicie-
ron Hijas de María Auxiliadora antes que Angelina. Su nacimiento constitu-
yó una auténtica fiesta. Y la niña creció rodeada del cariño familiar y sanos
criterios, en un hogar donde Dios era el centro. Era inquieta, alegre y bon-
dadosa. Tenía un temperamento fuerte y dominante dulcificado por su
innata bondad. Sus hermanas recuerdan a Angelina niña con dos amores:
su madre Vicenta y la Virgen, su estrella.
Frecuentó la Escuela del pueblo. Era de inteligencia despierta y admi-
rable tesón, organizada y precisa. Trabajaba con ilusión, con una enorme
capacidad de admiración por todo lo que iba descubriendo. Capacidad
que conservó y potenció a lo largo de toda su vida.
A los doce años vino a Madrid con Sor Domitila Marcos y vivió algún
tiempo en la Casa de Pueblo Nuevo, ayudando a las Hermanas en diver-
sos trabajos y estudiando al mismo tiempo algún curso de Bachillerato. Ya
entonces se distinguía por su piedad y sencillez.
Una Hermana que vivía por aquel tiempo en la Casa nos dice: «Se la
veía siempre con la sonrisa en los labios y una responsabilidad propia de
una persona mayor. Era juiciosa, despierta y piadosa, hacía frecuentes
visitas al Santísimo y siempre nos acompañaba en la Eucaristía, aunque
para ello tuviera que levantarse a las seis de la mañana y soportar mucho
frío e incomodidades.
A los quince años pasó al Aspirantado de El Plantío (Madrid). Allí se fue
consolidando su piedad, el ser toda de Dios, «su Roca» como a ella le
gustaba decir. Y su entrega a Dios creció hasta el punto de hacer Voto de
Virginidad el día de la Inmaculada de 1961. Sencillamente porque sentía
que se lo pedía el Señor.
Durante todo el tiempo de formación, tanto en el Aspirantado como en
el Noviciado fue silenciosa, escondida, siempre en busca del trabajo
menos brillante, sin ruido y con un estilo tan suyo... lleno de sencillez, de
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17.5 Page 165

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ingenua sonrisa, así como si no pasara ni hiciera nada. Una de sus com-
pañeras del tiempo de formación afirma: «Me encantaba compartir con
ella el tiempo, sus conversaciones eran profundas, agradables, tenía senti-
do del humor y sencillez y un respirar a Dios en su vida que atraía... Pero
lo que más me llamó la atención entonces y después, y lo que provocó
que se ganara toda mi confianza fue descubrir cómo sufría en silencio,
con paz, con búsqueda constante de Dios».
Y tras el Aspirantado, el Postulantado, los dos años de Noviciado y por
fin la Profesión Religiosa el 5 de agosto de 1967. Era y siguió siendo la
mujer fuerte, virgen prudente, alma transparente que crecía a pasos agi-
gantados porque decía ella: «Me ha redimido el amor». Toda su vida fue
un abandono total y absoluto en las manos de Dios: «Una flauta simple y
hueca en la que sólo suenes Tú».
Tras el año de Juniorado en Huesca, su primer destino fue la Casa de
Villaamil (1968-75). Terminó sus estudios de Magisterio y volcó toda su
energía siendo Asistente de Internas, Maestra Elemental, en el Oratorio,
con los Cooperadores... Siempre acogedora con las jóvenes, siempre a
punto, sonriente, en el dormitorio, en el comedor, en el patio, jugando con
ellas, escuchándolas... El 5 de agosto de 1973 emitió sus votos perpetuos
y ese mismo día le fue confiado el cargo de Vicaria de la Casa. Qué deli-
cadeza y amplitud de ánimo el suyo. Llegaba a todas las Hermanas y a
todos los que frecuentaban la Casa con mil detalles fraternos. Para ella el
tiempo no era suyo... sino de las demás. Sabía estar al lado de cada Her-
mana a pesar de ser una Comunidad muy numerosa. Como persona de
gran capacidad humana y de una profunda fe comunicaba a todas su
«Locura por El».
Pero al mismo tiempo que Sor Angelina crecía en hondura espiritual,
aumentaba también su hondura humana. Sabía reír y sonreír. Sabía gastar
bromas y alegrar a los demás. Llegaba a mil detalles. Se fiaba plenamente
del otro porque decía: «Fiarse de una persona es la manera más inteligen-
te e inteligible de amarla». No podía ver que nadie sufriese solo. Ella lo
intuía y allí estaba con su palabra, con su presencia, con su estímulo de
fe, conduciendo el sufrimiento hacia Dios, sencillamente. Muchas veces se
la oía decir: «Dejad que las Hermanas crezcan en libertad». Durante su
permanencia en Villaamil su preocupación por las Hermanas llegó hasta el
punto de que, a pesar de sus muchas ocupaciones, preparaba cultural-
mente a todas las que no habían tenido la oportunidad de estudiar. Saca-
ba tiempo como fuera con tal de que las Hermanas pudieran promocio-
narse.
Fue madurando a pasos agigantados, buscando a Dios solo, intentan-
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do vivir con todas sus consecuencias la vocación de Hija de María Auxilia-
dora, leemos en algunos de sus escritos:
«Me encuentro como pez en el agua, plenamente identificada con el
ideal de F.M.A. Mi vida se confunde e identifica con la vida del Instituto en
la Iglesia, donde encuentro el camino claro y del que me siento miembro
activo y responsable...» (5 de agosto de 1982).
Y realmente era así. Vivía feliz porque caminaba en el abandono total
en su Dios y Señor, su Roca, su Esposo fiel, solícito, a quien correspondía
con una vida absolutamente rendida al amor. Había firmado su hoja en
blanco con un sí total, absoluto, en disponibilidad plena al querer de Dios
sobre ella.
EI18 de julio de 1981 escribía así: «Mi vida de F.M.A. es feliz, ferviente
y fiel. Lo primero ya lo soy, lo segundo lo procuro con su gracia y lo terce-
ro lo espero de su amor».
Tras su paso por Villaamil, en 1975 fue nombrada Directora de la Casa
de La Roda (Albacete). Cuánto amor derrochó en esas tierras manchegas.
Allí superó dificultades, obstáculos, luchó y amó. Se encarnó plenamente
en ese pueblo sencillo y abierto y se hizo cercana hasta en el lenguaje. Su
sonrisa siempre acogedora, abierta, serena, fruto de esa paz interna que
es la certeza de la presencia trinitaria en ella. Presencia transformante y
totalizante que la impulsó a renovar constantemente el voto de bondad
que hiciera en la Navidad de 1978, en el coro de la Parroquia del Salvador
de La Roda y que selló toda su vida con ese «algo indefinible» que era la
transparencia de la bondad del Padre. Se suceden los testimonios de las
personas que en Villaamil, La Roda y Salamanca convivieron con ella. Her-
manas, alumnas, Antiguas Alumnas, cooperadores, padres de familia... su
vida fue una siembra constante de amor.
Una Hermana atestigua: «Para ella siempre era buena hora, siempre
era un momento que podía atenderte. Nunca buscó sus derechos, ni que-
dar bien, ni hablaba de justicia. Su justicia era la Palabra de Dios, sus
derechos servir a todos, su «quedar bien» lo cambió por «hacer bien» y
siempre con absoluta libertad, con la verdad por delante, pero desde la
caridad».
Tenía un gran dominio de sí misma. Cuántas veces enrojecía para no
ser imprudente ni poner en evidencia a nadie. No hacía pesar las contra-
riedades de las personas que la hacían sufrir, antes bien vivía el gozo del
perdón y del olvido de la ofensa como el Buen Pastor. Era bondadosa,
pero clara y recta en sus apreciaciones. Si tenía que decir no, decía no,
pero siempre con bondad, intentando que su palabra no hiriera. Nos lo
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dice ella misma cuando escribe en su libreta el 5 de agosto de 1982:
«Nunca juzgar ni condenar». Y reflexionando sobre sus actitudes añadía el
17 de agosto de 1983:
«Hablar siempre bien de todas y cada una, porque para una madre aun
el hijo más perverso es bueno... y Dios así nos ama y con su amor nos
salva... que todas las Hermanas puedan experimentar este amor del Padre
y de María en esta pobre hija suya».
En La Roda organizó los Cooperadores, el Club Juvenil «La Rocosa»,
animó la presencia de las hermanas en el barrio de La Goleta, vitalizó el
Oratorio; en resumen hizo vida la palabra de Don Bosco: «No basta amar,
es necesario que ellos sepan que los amamos».
Para ella el Sistema Preventivo lo envolvía todo: el clima de familia, la
presencia de Dios en las personas, todo.
Tenía el don de la comunicación. Llegó a escribir:
«Como tengo dificultad en expresarme hablando... pido que el lenguaje
de todo mi ser sea transparencia de su Presencia (2 Cor 3,18). Es decir,
que no sólo las palabras, sino el porte, los gestos, la mirada, todo mi ser
sea transparencia de Dios».
Y lo consiguió: Comunicaba a Dios con solo verla, sin palabras, desde
el silencio...
Los coloquios con ella eran verdaderamente edificantes. Los conside-
raba la llave maestra de la santidad salesiana. Iba al grano, a la vida inte-
rior, a hacer participar a las Hermanas de su Comunión con el Señor para
que así el gozo fuese completo. Transmitía con gozo y sencillez el misterio
pascual, su absoluta confianza y abandono en las manos del Padre, su
amor total.
Y viviendo así le llegó el cambio a Salamanca. Fue nombrada Directora
de esa Casa en agosto de 1980... y el trasplante supuso para ella un
nuevo impulso.
Angelina era un alma totalmente enamorada de su Dios. Repetidamen-
te encontramos en sus escritos los versos de San Juan de la Cruz que
hacía suyos.
Su lema: «Sé de quien me he fiado» y «No sepa tu mano izquierda lo
que hace tu derecha» son la síntesis del abandono absoluto en que colocó
toda su existencia. Trabajó incansablemente sobre sí misma para abando-
narse totalmente en el Señor y por ello intentó denodadamente hasta el
fin, caminar en humildad, en el silenciamiento de todo su ser.
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El 5 de agosto de 1982 escribía:
«En el encuentro a solas de cada día, donde la Palabra irrumpe sobera-
na en la Tienda del silencio, ahí comprendo más y más que Dios es amor...
y que su yugo es suave...»
El día 11 de septiembre del mismo año escribe:
«A primera hora de la tarde de cada día entraré en la Tienda del
Encuentro para decirle mi amor y sobre todo para dejarme amar por el, en
un tiempo suficientemente largo y a solas».
Y así lo hacía. Sus Hermanas de Comunidad lo afirman con cariño:
«Disfrutaba en la oración». Tenía un tiempo fijo: la primera hora de la
tarde, cuando cada una íbamos a nuestras ocupaciones, el lugar de su
cita era la capilla.
Vivía en continua oración. Pudo afirmar ella misma el 5 de febrero de 1983:
«Cuando voy a la oración, mejor dicho -en oración vivo siempre- cuan-
do me ocupo sólo de atenderlo a El, advierto que inmediatamente entro en
su paz y en su amor al contemplarle en su Sacratísima Humanidad... Así
me paso horas y horas sin cansarme, con deliciosa paz y esta unión me
fortalece para compartir con El en plenitud de vida y misión la Pasión y
Redención, enviándome luego en su nombre para pregonar la Gloria del
Padre y anunciar la paz a los hombres».
Algunos podrán pensar que Angelina vivió fuera de la realidad, que no
pisó la tierra. Nada más lejos de la verdadera mujer sencilla, profunda,
humilde, entregada. Vivió su relación con Dios a través de las pequeñas
cosas de cada día, intentando descubrir en cada instante la Voluntad del
Padre para decir gozosamente su Fiat.
Estas eran sus palabras:
«Vive de tal manera que cualquier escena de tu vida pueda ser contem-
plada sin rubor por los espectadores del cielo y de la tierra entera, para
gloria de Dios y paz de los hombres».
Y así sencillamente fue creando a su alrededor calor de hogar, clima de
familia, inquietud pastoral, entusiasmo vocacional. Prueba de este fervor
sincero fueron las numerosas vocaciones que florecieron a su paso para el
sacerdocio, el Instituto o los Cooperadores Salesianos. Fue auténtica for-
madora de valores humanos y sembradora de valores eternos entre las
jóvenes y Hermanas. En ellas volcó todas sus ansias misioneras.
Y fiada de Dios, reconociendo su absoluta pobreza, aceptó el nuevo
servicio que el Instituto le pedía: fue nombrada Inspectora de la Inspecto-
ría de Santa Teresa de Madrid. El 31 de mayo de 1983, escribiendo a las
Hermanas nos decía:
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«Aquí me tenéis, creyendo en los insondables misterios de Dios, con la
certeza de su presencia inefable y dispuesta a servir con alegría en las
situaciones concretas, como Ella lo hizo».
El 5 de agosto de 1983 empezó su mandato. En el Ofertorio de la
Eucaristía presentó sus manos vacías de sí misma para recibir el manojo
de espigas de la Inspectoría de manos de la Inspectora cesante Sor María
Pilar Andrés. Gesto cargado de simbolismo que se grabó a fondo en todas
las Hermanas. Comenzaba una nueva etapa que sería definitiva: «Las
puertas de la nueva ciudad se abren para ti»... La Inspectoría la acogió
con gozo y cariño, depositando en ella su confianza y ella con el ardor y
entusiasmo que la caracterizaban el mismo día 6 de agosto reunió al Equi-
po Inspectorial y empezó la organización material y espiritual del siguiente
curso. Con profunda humanidad y cercanía aprovechó el mínimo instante
para rezar, organizar, recibir a las Hermanas y escribir personalmente a las
que la iba escribiendo... y todo dentro de una maravillosa paz... porque
escribía e!15 de agosto:
«Siento que ya veo por sus ojos divinos y que El mira por los míos. Sé
que su fuerza impulsa mi voluntad y todo lo puedo con su gracia que
triunfa en mi debilidad. Siento que su corazón manso y humilde se ha
adueñado del mío y lo ha transformado en corazón de carne».
Angelina caminaba ya a velas desplegadas. El mismo día 15 de agosto,
un mes antes de su muerte, escribe:
«No prolonguéis más esta espera, no quiero retardar la espera».
Mientras tanto sigue con generosa donación su recién estrenado ser-
vicio, alentando en sus circulares y en sus conversaciones el entusiasmo
vocacional, la entrega generosa y sin condiciones al amor, pidiéndonos
con San Pablo: «No apaguéis el Espíritu» (1 Tes 5,19) y lanzando a toda
la Inspectoría un grito esperanzador y entusiasta: «Boguemos mar aden-
tro».
Así llegó el 19 de septiembre. Con Sor Araceli Andrés, Ecónoma Ins-
pectorial, parte para realizar su primer y rápido contacto con las Hermanas
de las Casas del Norte y tener así también una panorámica de las obras
que allí tenemos. Cuánto gozaron las Hermanas con esta visita. Humana,
sencilla, como si nada dijera ni hiciera, Angelina llegó a cada Comunidad
dejando un rayo de luz, aroma de servicio generoso y exquisita sencillez.
Previamente nos había comunicado el objetivo inspectorial para este año:
«La animación», queriendo significar con ello «todo el misterio de gracia
que se encierra en la Redención: He venido para que tenga vida y vida
abundante... Se trata de dar vida desde dentro.
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Por donde pasó fue hablando sin palabras, desde su vida, desde las
implicaciones del objetivo inspectorial, actuando su significado silenciosa-
mente, consciente de la entrega total y absoluta que suponía el dar vida.
Amaneció el día 24 de septiembre, día de su estrella, fiesta de Nuestra
Señora de las Mercedes... Era sábado. Se despidió de las Hermanas de
Santander para llegar a comer, según sus proyectos, a Villamuriel de
Cerrato (Falencia). En el camino la conversación con Sor Araceli fue pro-
longada meditación... los anhelos del espíritu son incontrolables... rezan
por todas las necesidades de la Inspectoría, del Instituto. En cierto
momento Sor Angelina coge el volante del coche y así Sor Araceli podrá
descansar y ella intenta hacer un poco de práctica con su carnet recién
estrenado. Estaban llegando a Aguilar de Campoó (Falencia). De pronto
allí en la carretera la esperaba su Señor y se fundieron en un abrazo único.
Era pasado el mediodía. En la carretera quedaba un símbolo: las páginas
que leyera durante el viaje, en especial la oración por las vocaciones y la
que reflejaba el objetivo inspectorial: animar es dar vida, quedaron subra-
yadas con su sangre generosa...
Si el grano de trigo no muere no da fruto...
Animar es dar vida...
Feliz el Salesiano que muere en la brecha...
La noticia llegó rápida a Madrid a la Casa Inspectorial. No es fácil dar
crédito a los oídos. ¡Cuánto dolor! En seguida partieron para el lugar del
suceso Sor María Pilar Andrés y Sor Laura Iglesias, las dos Inspectoras
anteriores, su hermana Sor María y alguna otra hermana. Mientras tanto
las Hermanas de la Comunidad de Villamuriel corrían presurosas. Sor Ara-
celi quedó herida y fue trasladada a la clínica de Falencia.
Pasadas las 12 de la noche el furgón acompañado por las Hermanas y
por los Salesianos que acudieron a Falencia regresó a Madrid. ¡Qué pro-
fundos sentimientos de dolor embargaban todos los corazones!... En la
Casa Inspectorial esperaban Sor Pilar Letón y Sor Teresa Esteban, envia-
das por Madre General para compartir con todas este gran sufrimiento.
Su padre, hermanos, Hermanas, Antiguas Alumnas de las Casas por
donde pasó Sor Angelina, Cooperadores, Padres de familia, amigos...
desfilaron ininterrumpidamente ante su cadáver para tributar su postuma
demostración de cariño y lealtad a tan fiel Hija de María Auxiliadora. Ora-
ciones, lágrimas, dolor, esperanza, confianza de tener una gran interceso-
ra en el cielo, todo ello mezclado formaba el escenario indescriptible.
«¡Qué inescrutables son tus designios, Señor! ¿Qué nos querrás decir con
esta muerte tan inesperada? Habla, Señor...
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A mediodía del día 25 domingo, se celebró el funeral de «corpore inse-
pulto». Concelebraron el padre Inspector don Cosme Robredo y más de
cien Salesianos. Un dolor hondo y sereno aleteaba en toda la asamblea.
Angelina estaba presente con su paz. Parece como si actuara aquello que
últimamente escribió:
«El Espíritu de Amor me impulsa a pacificar en Cristo todas las
cosas...»
Después del funeral todas acompañamos sus restos hasta el panteón
de las Hermanas en el Cementerio de la Almudena de Madrid. Fue algo
conmovedor... Ella que se consideraba tan poquita cosa, tan insignifican-
te, totalmente pobre, carente de cualidades y de experiencia, convocó una
auténtica multitud, convocó a su querida familia Salesiana.
Finalizamos estos rasgos biográficos sabiendo que no hemos podido
abarcar en su totalidad la insondable profundidad espiritual y humana de
Angelina. Son breves pinceladas de una vida sencilla, serena, abrasada de
amor, intensamente vivida en el gozo de la entrega fiel y solícita a su
Señor.
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SOR PIEDAD RAMOS
Nació: el 28 de agosto de 1932 en Revilla de Santullán (Falencia)
Profesó: el 5 de agosto de 1952 en Madrid
Murió: el 23 de octubre de 1983 en Madrid
Sor Piedad nació en Revilla de Santullán, un pueblo de la provincia de
Falencia el día 28 de agosto de 1932. Su familia es profundamente cristia-
na y florecen las vocaciones en el interior de ella: varios tíos y primos son
sacerdotes.
Su padre era minero y ella la mayor de tres hermanos. Gozaban de una
posición económica media, pero pronto el dolor azota a la familia y cuan-
do Piedad sólo contaba nueve años el padre muere en accidente en la
mina.
Este suceso produce un gran cambio en la familia que desde entonces
sufre dificultades económicas al recibir la madre una paga ínfima para
mantener a sus tres hijos.
El sufrimiento modela y madura a Piedad quien en pocos años se hace
tremendamente responsable. Su corta edad no le permite llegar hasta el
fondo de la tragedia que está azotando a su casa. Un día al volver de casa
de los tíos pregunta: «¿Mamá por qué en casa de los tíos siempre están
alegres y nosotros vivimos tan tristes?»
Su madre tiene que hacerle partícipe de su dolor y de las dificultades
que encuentra para sacarlos adelante y Sor Piedad desde entonces toma
parte en el problema cuidando a sus hermanos y ayudando en las labores
de la casa.
A los catorce años tiene que salir de casa para irse a Aguilar a trabajar
con una familia, de esta forma sería una boca menos para su madre y una
ayuda económica para todos.
Es todavía joven, pero desempeña el trabajo con mucha responsabili-
dad por lo que llega a ser muy querida en la familia donde trabaja.
Esa separación de su madre y de sus hermanos llega a ser muy doloro-
sa para ella que era tan amante de la familia. Nos cuenta una hermana que
cuando eran pequeñas solían ir todos los años al pueblo de la abuela con
ocasión de las fiestas. Allí se reunían los tíos y primos. Sor Piedad vivía
este acontecimiento con gran ilusión a lo largo de todo el año. No era la
fiesta lo que le interesaba sino el encontrarse con toda la familia.
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18.3 Page 173

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Su tío, don Tomás, muy amante de las vocaciones, Salesiano enamo-
rado del espíritu de Don Bosco, descubre en su sobrina las dotes para ser
excelente Hija de María Auxiliadora y la conduce al Postulantado. Tenía
entonces Piedad 18 años.
Los años de formación fueron para ella un tiempo de gozo y paz. Era
un alma sencilla, abierta a la gracia y todo lo que recibía y aprendía de sus
formadoras era para ella motivo de alegría y gratitud.
Hace su profesión el día 5 de agosto de 1952 y es destinada a la Casa
de Zamora donde las Hermanas atienden la cocina y la ropería de los sale-
sianos. Aquí empieza su misión y una vida de servicio y entrega sin límites.
Los primeros años fueron de adaptación y nada fáciles, pues los traba-
jos de la cocina eran nuevos para ella, pero puso todo el empeño en
aprender y responder del trabajo que le había sido encomendado.
Era todavía joven profesa cuando su madre enfermó de cáncer. Fueron
momentos duros que sólo la fe ayuda a superarlos. Sufre tremendamente
al ver a su madre enferma y no poder atenderla. Por otro lado ve a sus
hermanos todavía jóvenes que se quedan solos. Cuando le permiten visi-
tar a su madre el corazón se le desgarra, pero su fe y confianza en Dios
son firmes y en El se abandona. La muerte de su madre, el no poder
acompañarla en su enfermedad fueron una gran prueba para su vocación;
pero había dicho un sí incondicional y jamás vacila en el camino elegido.
Pone a sus hermanos bajo el mando de la Virgen y está segura de que Ella
los protegerá.
En Zamora realiza una labor callada y sacrificada que vive con entu-
siasmo y gran generosidad a lo largo de 23 años. Está en la Casa de
Zamora dos veces, en Santander, en Madrid (Ferroviarios) y Urnieta. Allí
cae enferma y es trasladada a Madrid.
Sus primeros años en Zamora no fueron nada fáciles. La Directora de
carácter fuerte la hace sufrir mucho, pero Sor Piedad no se rebela ni pro-
nuncia una palabra de protesta, al contrario, viendo en la Superiora una
representante de Dios es atenta y detallista con ella, llegando incluso a ser
mal interpretada por las Hermanas quienes no sabían nada de sus gran-
des superaciones ni de su gran caridad.
De Zamora es trasladada a Santander con la misma Directora y jamás
pensó Sor Piedad en quejarse, sino que veía en ello la mano de Dios que
la purificaba y hacía madurar en el sufrimiento.
Era de naturaleza tímida y callada y no se defendía si era mal interpre-
tada o acusada injustamente, por eso alguna Hermana más de una vez
salió en defensa suya.
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Su trabajo lo hacía por Dios, por los jóvenes, por los Salesianos y a
todos amó profundamente desde su puesto de trabajo. Esas virtudes se
captaban por eso fue siempre muy amada por los Salesianos que convi-
vieron con ella. La rectitud con que hacía su trabajo se manifestaba en
innumerables detalles: cargada de trabajo no contestaba mal jamás a nin-
guna Hermana ni a chicas que se acercaban a pedir algo. No importaba si
eran oportunas o inoportunas, a todas las atendía con amabilidad. Apare-
cía siempre serena, aun en los días en que el trabajo era agobiador. Su
semblante irradiaba la paz que vivía y nunca se hizo la víctima ni se quejó
de cansancio. Su vida, sus fuerzas eran para gastarlas por Dios y por las
almas.
Nunca buscó sobresalir, al contrario se preocupaba por pasar desaper-
cibida. Era una persona inteligente, le encantaba leer y formarse pero vivió
feliz en su cocina y nunca ambicionó otra cosa que no fuera cumplir la
Voluntad de Dios, allí donde El la quería.
Cuando en alguna fiesta los Salesianos o los chicos preparaban algo
para agradecerle sus servicios, ella rehuía toda alabanza y había que obli-
garla a que apareciera para que pudieran manifestarle su agradecimiento.
Fue Hermana fiel a las Superioras y en momentos difíciles ella fue la
única que supo defender a una Directora que era mal interpretada por la
Comunidad.
Su gran humildad se manifestaba en la vida diaria. Tanto cuando era
Hermana como cuando fue Directora, si alguien la ofendía era ella la pri-
mera en acercarse a esa persona para restablecer la paz y el diálogo.
Desde la cocina Sor Piedad fue una persona profundamente apostóli-
ca, con gran amor a los jóvenes y más especial aún por las vocaciones.
Para muchos salesianos jóvenes fue una madre fiel y prudente en la Casa
de Formación.
Era de naturaleza buena, creaba armonía, unidad, paz. Sabía perdonar
y olvidar no dando importancia a las pequeñas cosas.
El Señor la probó a lo largo de toda su vida, pero ella ama y se fía.
Escribe a una Hermana: «Mi vida está sembrada de dificultades, el Señor
sabrá por qué. Yo me fío de su ayuda para superarlas con amor y para ello
deposito en El toda mi confianza y acepto lo que El quiera».
No se encerró nunca en sí misma y vivía los problemas de la sociedad
que la rodeaba. Ofrecía trabajo, oración y sacrificios por los jóvenes y por
las vocaciones.
En 1974 siendo Directora de Urnieta contrae la enfermedad de hepati-
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18.5 Page 175

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tis que después degenera en cáncer, por lo que debe ser trasladada a
Madrid donde reside hasta su muerte en 1983.
Amaba la vida para darla y cuando el Señor la visita con la enfermedad
vive su Getsemaní día a día. Su lecho es una patena donde se inmola
durante casi nueve años. En distintas ocasiones estuvo a punto de morir y
luego nos decía que sentía una gran paz cuando estaba tan grave.
Muere aceptando plenamente la Voluntad de Dios, irradiando la paz y
la serenidad que habían caracterizado su vida. Fue un alma de paz y éste
es el mensaje que nos deja.
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SOR ESMERALDA RIVAS
Nació: el 17 de octubre de 1939 en Valdunciel (Salamanca)
Profesó: el 5 de agosto de 1959 en Madrid
Murió: el 6 de julio de 1984 en Bolivia (en accidente de carretera)
Sor Esmeralda nació en un pequeño pueblo de la provincia de Sala-
manca, llamado Valdunciel, a 13 km. de la capital. Era la quinta de las seis
hijas que tuvieron el matrimonio Rivas Escribano.
Su niñez transcurrió en un ambiente familiar cristiano. Sus padres, agri-
cultores de profesión, acostumbraron a sus hijas desde pequeñas a ayu-
dar en las tareas del campo. Iban alternando la actividad escolar con la
colaboración en el trabajo de la familia y así Esmeralda como sus herma-
nas aprendieron en el hogar el sentido de responsabilidad, cumplimiento
del deber y del trabajo que fueron las características de toda su vida.
El ambiente cristiano que en el hogar se respiraba favoreció en ella el
crecimiento de sus principios religiosos y desde muy pequeña manifestó
su deseo de ser Misionera. Todas las noches, antes de acostarse, se
ponía de rodillas a los pies de la cama y rezaba ante un cuadro de la
«Santa Infancia» pidiendo para que todos los niños llegasen a conocer a
Jesús. Con su hermana se ponía de acuerdo para hacer alguna mortifica-
ción y ofrecerla para que todos los niños llegaran a conocer y a amar a
Jesús.
Poco a poco fue creciendo en ella la idea de ser religiosa y cuando
decidió llevar a la realidad su deseo no sabía por qué Congregación deci-
dirse, ya que no conocía ninguna. Había en la familia una prima que era de
las Siervas de San José y otra en el Instituto de las Hijas de María Auxilia-
dora. La familia piensa que lo mejor es visitar a ambas para que ella deci-
da. Apenas pisó nuestro Colegio de Salamanca vio claro dónde tenía que
quedarse. La Directora la aceptó, pero viendo que todavía era muy joven
la invitó a quedarse como interna unos meses, así tendría ocasión de
conocer mejor a las Hermanas y continuar sus estudios de cultura general.
Pasó unos meses muy contenta, pero insistía a la Directora pidiéndola
ir al Aspirantado, hasta que por fin consigue que la manden al Colegio de
Delicias (Madrid) donde se encuentran las Aspirantes. Así es como
comienza a estudiar Bachillerato y pronto empieza a distinguirse por sus
virtudes no comunes, por lo que las demás Aspirantes la conocen como
otra «Laura Vicuña».
A los 17 años tomó la esclavina y junto con su hermana Martina, que
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había empezado el Aspirantado hacía sólo unos meses, comenzaron el
Postulantado.
El 5 de agosto de 1957 comenzaba con mucho fervor el Noviciado.
Dos meses antes de profesar se encontró mal y tuvieron que llevarla a
los médicos que no encontraron nada importante, simplemente los nervios
que se habían apoderado del estómago y no retenía alimento alguno. Por
algún tiempo ella temió que no la dejaran profesar, pero fue la misma
Madre Inspectora la que pidió a todas comenzasen con mucha fe una
novena a Laura Vicuña. Antes de terminarla ya estaba completamente
curada. Ella consideró siempre este hecho como una gracia singular.
Hizo sus primeros votos el 5 de agosto de 1959 al lado de su hermana
Martina. Unos años más tarde vendría la tercera Hija de María Auxiliadora
de la familia. Nada más profesar fue destinada nuevamente a la casa de
Delicias para completar sus estudios. Después estuvo en Villaamil y de allí
fue a la Casa de Cée donde trabajó con todo el entusiasmo que la carac-
terizaba con aquellas pobres gentes. Su contagiosa alegría, su gran dispo-
nibilidad hizo siempre de ella una Hermana apreciada por la Comunidad y
de gran ayuda para la Directora.
En el colegio de Burgos -Virgen de la Rosa- trabajó como Maestra de
Primera Enseñanza y las niñas pudieron disfrutar siempre de su entrega
serena y llena de vitalidad. Siempre la quisieron mucho pues supieron
advertir en ella la raíz del amor que siempre les demostraba y que no
podía venir más que de un profundo amor de Dios.
Pero donde realmente se encontraba trabajando como pez en el agua
era en ambientes pobres y necesitados y así la vemos feliz en Santander,
en el «Hogar» una obra social confiada a las Hermanas. Trabaja mucho
con esas niñas carentes del amor familiar que ella tuvo la suerte de disfru-
tar en su hogar y sufre mucho cuando cierran esa Casa. Pasa al Colegio
de Nueva Montaña, también en Santander y es nombrada Consejera Esco-
lar. Trabajadora incansable, siempre disponible, es de gran ayuda para la
Comunidad que sabe que puede recurrir a ella buscando cualquier tipo de
ayuda, pues nunca dirá que no y siempre con la mejor de sus sonrisas.
De estos tiempos recogemos el testimonio de una Hermana:
«Para mí ha sido la Hermana más admirable que he tratado. Destaca-
ban en ella todas las virtudes que siempre habría deseado tener como Hija
de María Auxiliadora: era alegre, bondadosa, sacrificada, entregada, dis-
ponible cien por cien. Jamás se la veía resentida o dolorida por alguna
cosa. Dejaba caer las cosas y buscaba sobre todo el bien de todos los
que la rodeaban, Hermanas, niñas, familias...
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Una vez que estuve bastante enferma, durante la convalecencia me
encontraba muy baja de moral y sin ánimos para emprender de nuevo mis
tareas. Ella lo captó más que nadie y con su fina inteligencia me daba
algún pequeño trabajo para que yo me sintiera útil. Al mismo tiempo siem-
pre tenía para mí una palabra cariñosa y de ánimo y así poco a poco con-
siguió que yo volviera a sentirme bien. Su amistad siempre me ayudaba a
pensar en los demás.»
Colaboró muy eficazmente con la Directora en la marcha del Colegio
de Santander por entonces perteneciente únicamente a los hijos de los
trabajadores de la fábrica de Nueva Montaña. Hizo todo lo posible porque
llegasen a las clases niñas de pueblos cercanos, mediante un autocar que
la fábrica puso a disposición del Colegio.
Era muy entusiasta de la labor docente, por lo que no medía el tiempo
cuando se trataba de recuperar a las niñas más atrasadas.
Pero su vocación misionera la tiene bien definida y la ha expresado rei-
teradas veces a las Superioras. Es en el año 1975 -año centenario de las
Misiones Salesianas- cuando es aceptada su petición y parte para Roma
a fin de prepararse mientras recibe el destino. En enero de 1976 parte
para Bolivia y es destinada a Okinawa como Ecónoma. Llegó a esta
nación el 22 de enero de 1976. El 22 de diciembre de ese mismo año es
nombrada Directora de esa Comunidad y permanece en su cargo hasta el
2 de diciembre de 1982.
En enero de 1983 es nombrada Ecónoma de la Casa de Montero
«Muyurina». Aunque esta nueva obediencia es aceptada con amor, siente
mucho dejar la casa de Okinawa, pero las Hermanas encontrarán en ella
siempre una Hermana abierta a las necesidades de las demás, alegre y
sencilla, buena y profundamente optimista, un verdadero elemento de paz,
capaz de superar y relativizar cualquier situación sin dramatismos. Amante
de las jóvenes busca la forma de mantener contacto directo con ellas a
través de las Catequesis. No faltó al curso de «aggiornamento» para su
labor de Evangelización porque decía que era la forma de amar más su
vocación misionera salesiana.
Mientras estaba en Okinawa en 1981 tuvo la noticia de la gravedad de
su padre y regresó a su pueblo natal para vivir,unida a la familia, esos
momentos de dolor. Pudo llegar a tiempo para asistirle los últimos días.
Mucho agradeció a las Superioras que le permitieran estar a su lado en el
momento de su muerte.
Aunque fue un momento doloroso, su venida fue esperada por todas
las Hermanas de la Inspectoría y ella aprovechó la ocasión para comuni-
car a todas las situaciones de aquellas gentes y cómo se iba desarrollan-
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do su labor de evangelización. Nos dejó entrever el cariño profundo que
tenía a la gente de Okinawa, a la que sin duda dejó lo mejor de ella misma.
«Vivo feliz y contenta», repetía constantemente.
Ya no volvimos a disfrutar de su presencia en la Inspectoría, pues un
fatal accidente de carretera se la llevó para siempre desde su querida Boli-
via, cuando tan sólo le faltaban dos meses para celebrar sus Bodas de
Plata de profesión Religiosa y precisamente cuando volvía de pasar una
jornada de retiro y oración para prepararse con más fervor a vivir la acción
de gracias por esos 25 años de entrega al Señor. En su breve, pero dolo-
rosísima agonía se pudo percibir claramente esta frase entrecortada:
«Hágase la Voluntad de Dios».
La Delegación «Nuestra Señora de la Paz» de Bolivia pidió a las Her-
manas que escribiesen voluntariamente aquellos rasgos sobresalientes de
su personalidad humana, religiosa y apostólica. Imposible transcribirlos
todos, pero bastan estas muestras para estimularnos a vivir con autentici-
dad los valores auténticos de las almas dedicadas a la extensión del
Reino:
«Fue mi Ecónoma durante varios años y por motivos concretos tuve
que tratar mucho con ella. Siempre se mostró Hermana comprensiva y
atenta. Se caracterizaba en ella la alegría poniendo siempre una nota de
armonía y unión en la Comunidad. Saltaba a la vista su piedad y su fe sen-
cilla a lo salesiano. La oí decir poco antes de morir: «Dicen que el Señor
para las Bodas de Plata pide siempre algo... ¿qué querrá de mí?... no sé
qué será. Se la veía tan contenta que ya daba el sí como respuesta. Ella
no sabía lo que le iba a pedir, pero el Señor había decidido pedirle lo
máximo: la vida.
«Su paso fue como el de un ángel: suave, bondadosa, su risa cantarí-
na, su mirada brillante de alegría, su amor a las Hermanas, su piedad sen-
cilla y profunda, su actitud servicial... en fin, encarnaba vivamente la per-
sonalidad de Don Bosco y de Madre Mazzarello. Si la santidad consiste en
amar, en estar alegre y ser bondadosa, podemos afirmar que tuvimos
entre nosotras a una santa, gloria para el Instituto».
«Fue mi Directora el año 1980 en Okinawa. He vivido intensamente
este período precisamente porque ella era el corazón de todo. Hacía poco
que había profesado y tenía que aprender muchas cosas. Me sentí siem-
pre comprendida por ella y se ganó toda mi confianza. Mi carácter tímido
y cerrado me dificultaba muchas cosas, pero ella me ayudó a salir adelan-
te. Me admiraba y creo que he aprendido de ella como mejor lección la
capacidad de comprender a las personas y de aceptarlas tal cual son, pri-
mer paso para crecer en la fraternidad».
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«Alimentaba mucho su espiritualidad dedicándose fielmente a los ratos
de meditación, a la lectura de los libros salesianos y del Observatore
Romano. Muy fiel a las Constituciones, especialmente a todo lo que se
refiere a la vida de oración.
También las Antiguas Alumnas sufrieron un duro golpe al enterarse del
repentino fallecimiento de su querida amiga Sor Esmeralda. Quisieron
aportar su testimonio para completar los rasgos biográficos de esta Hija
de María Auxiliadora tan ejemplar. Algunas dicen así:
«Fue mi profesora, hizo de sus clases un lugar de aprendizaje diferente
a otros. En sus clases se aprendía, se reía, se rezaba, se cantaba... fácil
de hacerse entender con los niños, los jóvenes, los adultos... Durante los
exámenes era muy estricta, notando siempre un gran interés por la conti-
nua superación de todos. Cuando nos veía cansadas nos decía: «Cuando
uno siente cansancio debe sentirse feliz y satisfecho porque ha realizado
algo bueno». Quienes fuimos sus alumnas hemos sacado mucho prove-
cho de sus enseñanzas».
Otra nos dice:
«Exigía siempre sinceridad, puntualidad y orden. Con ella tuvimos la
felicidad de convivir en paseos y retiros espirituales, inculcando el fiel
cumplimiento del deber. Nos decía que debíamos estudiar para ser algo
en la vida».
Nos privamos de su presencia en nuestra Inspectoría, pero nos senti-
mos doblemente orgullosas al haber entregado esta Misionera que supo
ser en España y en Bolivia una Salesiana de cuerpo entero.
Que el ejemplo de su vida nos estimule a ser auténticas transmisoras
de los valores del Reino y que su trágica e inesperada desaparición sea
semilla fecunda de nuevas y santas vocaciones.
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SOR AMELIA ALONSO SANTOS
Nació: el 16 de mayo de 1923 en San Miguel de Valero (Salamanca)
Profesó: el 5 de agosto de 1942 en Barcelona (Sarria)
Murió: el 25 de diciembre de 1984 en Roma
Sor Amelia nació el 16 de mayo de 1923 a la sombra del Santuario de
la Virgen de la Peña en Francia, pues San Miguel de Valero pertenece a la
comarca de esa sierra. Por algo diría siempre ella que toda la vida la había
pasado junto a la Virgen, incluso materialmente pues desde su cuarto
señalaba la Basílica de Turín cuando repetía esta frase en unos años de su
vida.
Tenemos poquísimas referencias de los años de su infancia. Creció en
un hogar cristiano que dio al Instituto dos de sus hijas.
Cursó Bachillerato en la Academia Labor de Salamanca y entusiasma-
da con el Instituto marchó a Sarria para hacer su Noviciado.
Ya entonces acusaba rectitud de intención, espíritu de sacrificio y
todas esas virtudes de las que más tarde haría honor y de las que pode-
mos decir reflejaban las recomendaciones de San Pablo a los de Tesalóni-
ca: «Vosotros, pues, como elegidos y amados de Dios, revestios de entra-
ñas de misericordia, bondad, humildad, mansedumbre, longanimidad...
soportándoos y perdonándoos unos a otros...
Terminado su Noviciado, profesó en Sarria el 5 de agosto de 1942 y
fue destinada a la Casa de Villaamil donde permaneció hasta el año 1948
que la obediencia la quiso en la Casa de La Ventilla también en Madrid.
Durante los años que vivió en Villaamil se celebraron las Bodas de
Plata de la Fundación de esa Casa y destacó en la participación y organi-
zación de todas las actividades y celebraciones que se llevaron a cabo
con tal motivo.
Era incansable en el trabajo, además de las clases durante el día, daba
clases nocturna a gente necesitada y además tenía asistencia con las
artesanas. Alguna de aquellas chicas, agradecidas por el buen trato y las
orientaciones que les daba, han seguido una relación con ella, incluso en
los años últimos que vivió en Italia. Todas las chicas conocían sus deseos
de ser Misionera y como tal la consideraban cuando estaba en Italia.
En el año 1952 vuelve a Villaamil para ayudar en la Inspectoría y desde
el año 1954 hasta 1961 fue Secretaria Inspectorial. Estos años no fueron
fáciles para nuestras Casas de España que estaban recuperándose de las
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carestías de la postguerra. Ella ayudó muchísimo a incrementar las obras,
especialmente la Escuela con la pasión por las almas y la fuerza de volun-
tad que la caracterizaban.
Traslada a Italia en 1961, pasó en Casa Generalicia 23 años, primero
en Turín y luego en Roma, atendiendo los trabajos que la Madre General le
mandaba. No obstante no se desvinculó nunca de la Inspectoría de
Madrid e incluso destacaba su acogida y ayuda cuando alguna de nues-
tras Hermanas, por diversos motivos tenía que ir a Roma. Ella siempre
estaba ávida de noticias de la Inspectoría y preguntaba y se interesaba
por todas con mucho cariño.
En los tres últimos años de su estancia en Italia, antes de su muerte,
prestó su servicio en la Secretaría de Estado del Vaticano con competen-
cia y dedicación admirable, haciéndose estimar y amar por cuantos traba-
jaban con ella y siempre dejando en un lugar destacado al Instituto.
Sobresalió siempre en ella su vida callada, sacrificada, teniendo como
norma de vida el no molestar nunca a nadie. Pero lo que realmente fue en
ella virtud característica fue su amor a la pobreza. Se puede decir que
como María fue la «pobre de Yavhé».
En un escrito que Sor Amelia posiblemente elabora en el hospital, quizá
presintiendo su próximo final, encontramos estas palabras: «Puedo
honestamente decir delante de Dios que he hecho todo cuanto he podido
y sabido con amor y por amor, para la gloria de Dios y por el bien del Ins-
tituto que he amado y servido siempre fielmente con todas mis fuerzas. A
Dios, a mis padres y a mi familia debo la fe, la rectitud moral, el amor a la
justicia y a la coherencia. No pocas veces, por permanecer fiel a estas
enseñanzas he debido luchar contra corriente. He considerado una gracia
inmensa, acrecentada con el paso del tiempo el don que el Señor me hizo
con mis padres, su comportamiento me ha confirmado siempre en los
valores espirituales y morales y el recuerdo de su testimonio me ha servi-
do siempre de mucho en la vida».
Cuando conocimos su muerte surgió un gran interrogante: ¿habrá ofre-
cido su vida y sus dolores por el Papa y la Iglesia? Porque Sor Amelia era
consciente de que todo bautizado no sólo debe ser apóstol, sino hasta
mártir cuando la causa de Dios así lo pida.
Desde muy pronto sintió deseos de trabajar en terrenos de Misión y si
no lo consiguió, sí que entregó su vida al servicio de la Iglesia en sus últi-
mos años, siendo una de las primeras mujeres que ocuparan un puesto en
la Secretaría de Estado del mismo Vaticano.
Su ejemplo de coherencia y de autenticidad nos anime en nuestra
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vocación religiosa y pidamos a Sor Amelia interceda ante el Señor para
que haya muchas y santas vocaciones en la Iglesia, en el Instituto y en
nuestra Inspectoría.
Jesús vino a buscarla al hospital «Regina Elena» de Roma el mismo día
que celebramos los cristianos la Navidad. Que su partida sea todo un
signo para nosotras.
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SOR ANTONIA MARTIN
Nació: el 22 de octubre de 1907 en Parada de Rubiales (Salamanca)
Profesó: el 8 de septiembre de 1936 en Casanova (Italia)
Murió: el 29 de mayo de 1985 en Madrid
Sor Antonia Martín nació en Parada de Rubiales (Salamanca). Sus
padres Eduardo y María, sencillos labradores se preocuparon de la forma-
ción cristiana de su hija. Es bautizada a los cinco días de su nacimiento y
aunque ahora pueda extrañar, tan sólo con cuatro años es confirmada, ya
que en los pueblos de Castilla se aprovechaba la visita del Sr. Obispo para
recibir este Sacramento y a él se acercaban todos los niños y jóvenes que
hubiera en el pueblo desde la última visita del prelado que estuviesen sin
confirmar.
Su infancia transcurre serena. Ayuda en la medida de sus fuerzas a las
tareas de su casa y cuando va creciendo también colabora en los trabajos
del campo. Asiste con regularidad a la Escuela y se esfuerza por aprender
todo lo que en la misma le enseñan.
Muy pronto el dolor visita su familia y era muy pequeña cuando se
quedó huérfana de padre y madre.
Comienza ahora una nueva etapa en su vida. El Párroco del pueblo y la
maestra se interesan por ella y se ocuparon de hacer todas las diligencias
para que pudiera ir a Salamanca a trabajar. Y fue precisamente en el Cole-
gio de las Hermanas, en el paseo de Canalejas donde ella empezó a tra-
bajar como chica de casa para ayudar en las tareas de limpieza.
Tuvo la suerte de coincidir con la Sierva de Dios, Sor Eusebia Palomi-
no, que en las mismas condiciones que ella entró en el Colegio a trabajar.
La Directora del Colegio en aquellos tiempos, Sor Lucía Martínez, que
conoció personalmente a Don Bosco, muy pronto se dio cuenta de las
cualidades intelectuales de Sor Antonia y le facilitó el poder estudiar al
mismo tiempo que trabajaba. Solía acompañar a las chicas de Magisterio
a la Normal, haciendo de Asistente.
Ayudada por becas de Beneficencia pudo sacar la carrera de Magiste-
rio.
En este ambiente de estudio y trabajo conoció el espíritu salesiano que
le caló muy dentro. Comenzó a surgir en ella la vocación a la vida religiosa.
Sor Antonia era muy baja de estatura, tanto que al insinuar querer
entrar en el Instituto, le ponían alguna dificultad.
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En una visita que hizo al Colegio Don Marcelino Olaechea, Obispo
Salesiano, estuvo conversando con las chicas sobre la vocación. Ella, ven-
ciendo su timidez, le dijo: «A mí no me quieren porque soy pequeña». A lo
que el Superior le respondió: ¡Cómo! ¿También para ser Salesiana se
necesita como para la mili dar la talla?... Después de este encuentro se
interesó del caso, habló con la Directora y Sor Antonia pudo entrar en el
Instituto.
Comenzó su Noviciado en Sarria (Barcelona). Allí le sorprendió la gue-
rra civil española y fue trasladada con otras Hermanas a Italia. Profesó en
Casanova el 8 de septiembre de 1936.
Regresó a España ese mismo año, siendo destinada a Salamanca.
Aquí comienza una larga etapa -23 años- en la que se distinguió como
excelente profesora y educadora salesiana.
Había destacado en ella su habilidad y aptitud para las Matemáticas.
Se preparó en esta materia y fue por muchos años profesora en los cursos
de Bachillerato.
Son muchos los testimonios de Antiguas Alumnas. Recogemos algu-
nos:
«He sido alumna de Sor Antoñita durante siete años en Salamanca. Era
nuestra Profesora de Matemáticas y Consejera Escolar. Siempre estaba
entre las niñas y jóvenes. Amante del deber. Hablaba poco y hacía mucho.
Exigía el deber y lo hacía amar. Excelente Profesora de Matemáticas, tenía
el arte de hacerse entender por todas y de hacer de la asignatura un poco
«temible», algo amable. Era un arte ganado y ofrecido. Seguía a cada per-
sona y tenía asimilado el Sistema Preventivo para llegar a cada una. Nos
enseñaba a ser responsables y a aprovechar el tiempo como un tesoro».
«Una Hermana que vivió con ella, comenta que las niñas la querían
porque era exigente y les enseñaba muy bien. Dice: «Era muy frecuente en
ella cuando iba a asistir al estudio de niñas, sacar una libretita y hacer
ademán de apuntar a aquéllas que hablaban para bajarle la nota. Otras
veces con su minúsculo lapicero hacía o simulaba que ponía ceros. Al
comentarle alguna Hermana por qué ponía tantos ceros, ella sonriente le
decía: «los pongo en el aire». Buscaba todos los medios para que las chi-
cas aprovecharan el tiempo».
«Su autoridad era moral. Bastaba que apareciese entre las niñas bulli-
ciosas y pidiera silencio, para que éste fuera total. Las Hermanas se lo
comentábamos y ella nos explicaba que no tenía necesidad de imponerse
con castigos, a una señal la obedecían».
Como en la Comunidad había otra Hermana que también se llamaba
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Sor Antonia, para distinguirla un profesor siempre decía: «Búscame a Sor
Antonia «la chiqui». Así fue cundiendo el apodo y con cariño en el ambien-
te de Salamanca se la conocía por Sor Antonia «la chiqui». Otras en cam-
bio, sobre todo en la última etapa de su vida la llamaban Sor Antoñita.
Pequeña de cuerpo, pero grande de espíritu.
Cuenta una Hermana: «A pesar de nuestra diferencia de estaturas -ella
era tan bajita y yo demasiado alta- nos tocaba salir muchas veces a las
dos de paseo con las niñas internas y a otras incumbencias, lo que moti-
vaba hechos graciosos que al llegar a Casa ella misma los relataba
aumentándolos y coloreándolos para hacer reír».
«Me llamaba mucho la atención cómo sabía ser elemento de paz en la
Comunidad. En esos momentos de tensión que suelen darse, ella solía
salir con alguno de sus dichos graciosos, que sin herir a las interesadas,
aunque fuera la Directora, suscitaban la risa y aquello se cortaba por com-
pleto. Y no es que fuera de una naturaleza graciosa, más bien sabía indus-
triarse para proporcionar bienestar y alegría».
Era una trabajadora infatigable, consciente de que su vida, su inteligen-
cia y su tiempo eran dones de Dios.
«Admiré siempre en ella, dice una Hermana, el amor al trabajo y un tra-
bajo escondido, donde encontraba su mayor satisfacción. Su lema: todo
por amor de Dios».
Sor Antoñita fue una florecilla de sencillez y laboriosidad incansable,
cuyo único alimento fue el amor a su Jesús. Entrañable y desprendida.
Poseía gran autoridad entre las alumnas que se dejaban aconsejar, segu-
ras de su interés y cariño por ellas.
Nunca pretendió ni pidió nada, siempre dispuesta a dar».
Una característica peculiar de ella fue su gran amor al Instituto, arrastró
tras de sí numerosas vocaciones salesianas. Se preocupaba por las Her-
manas jóvenes, por sus estudios, porque se promocionase cada una
según sus posibilidades. Son muchas las Hermanas que recibieron una
ayuda particular que ella ofrecía generosamente a aquéllas que encontra-
ban dificultad con las Matemáticas.
Era muy devota de Santa Teresa. Muchos dichos de la Santa los hacía
suyos.
En el año 1959 recibió su primer cambio de Casa y fue destinada a El
Plantío (Madrid). Sigue entregada a la enseñanza preparando a las Aspi-
rantes y Postulantes que debían examinarse como libres en el Instituto.
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Muchas Hermanas recuerdan el interés que demostraba por las chicas
y Aspirantes que presentaba a los exámenes porque aprendieran y fueran
bien preparadas. En los días de exámenes pedía una oración especial por
ellas. Varias Hermanas la vieron en estos días rezar con los brazos en cruz
ante la imagen del Corazón de Jesús.
Cuando se separaron las obras de El Plantío y comenzó a funcionar el
Colegio siendo independiente del Aspirantado, Sor Antonia pasó a formar
parte de esta Comunidad. Era el año 1970.
De estos años contamos con el testimonio de la Directora de la Comu-
nidad:
«Conviví con Sor Antonia durante dos años en El Plantío (1970-72). Ya
estaba llegando al límite de la edad y de las fuerzas en su labor docente
como Profesora de Matemáticas en la segunda etapa de EGB. Era muy
apreciada por las alumnas. Valoraban en ella su competencia profesional,
su capacidad de adaptación al nivel de la clase y de cada alumna, y su
cercanía a todas, sobre todo a aquéllas que tenían más dificultades en
seguir las explicaciones y el ritmo normal de la clase. Cada una se sentía
ayudada y guiada.
A las Hermanas que entonces vivíamos en la Casa nos llamaba la aten-
ción el gran cariño que le tenían también las Antiguas Alumnas. Era a ella
a la primera que buscaban para recordar y agradecer todo el interés que
por ellas había demostrado. Se notaba que Sor Antoñita se encontraba a
gusto y gozaba estando entre las niñas: en clase, en los recreos, en los
paseos, a la entrada y salida de las clases, en todo momento. Y siempre
atenta, delicada, educadora, con la palabra y el ejemplo.
Frecuentemente llevaba bajo el brazo algún volumen de las Memorias
Biográficas o la Santa Biblia. Eran las fuentes de donde ella sacaba cada
día la fuerza para vivir la caridad pastoral, en una entrega gozosa y conti-
nua a lo largo de la jornada.
En la Comunidad su presencia era muy valorada por su serenidad, su
disponibilidad a todos los trabajos y su espíritu de sacrificio, que se mani-
festaba en los pequeños detalles, como recogida de papeles por los
patios, cuidar los rincones más olvidados, etc. Todas admirábamos en ella
su sencillez, una gran humildad y cercanía. A su lado se estaba bien».
En enero de 1982 tuvo la primera trombosis que disminuyó en parte
sus facultades, repitiéndose nuevamente en julio de 1983, de la que se
recuperó en parte muy lentamente.
Las atenciones continuas que requería su enfermedad hicieron que las
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Superioras pensaran en trasladarla a la Residencia de Santa Teresa, Casa
de Enfermas.
El mal fue menguando sus facultades. Varias veces fue hospitalizada,
hasta que entró en estado de coma. Murió el 29 de mayo de 1985.
Ha sido una religiosa ejemplar, sencilla, humilde, sincera, fraterna,
sacrificada, entregada a su labor docente con gran generosidad y espíritu
salesiano, apreciando al máximo el valor de la asistencia en la práctica del
Sistema Preventivo.
Tanto las Hermanas como las alumnas que han vivido con ella la
recuerdan con inmenso cariño y gratitud, reconociendo las virtudes que
poseía y sobre todo su espíritu de trabajo y sacrificio, así como su entrega
a las chicas, por las que trabajaba sin descanso y con el mayor interés.
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SOR AMBROSIA MARTÍNEZ
Nació: el 7 de diciembre de 1904 en Moreda (Álava)
Profesó: el 5 de agosto de 1930 en Barcelona (Sarria)
Murió: el 31 de julio de 1985 en Madrid
Sor Ambrosia Martínez San Millán nació en Moreda (Álava) el día 7 de
diciembre de 1904.
Sus padres se llamaban Odón y Victoria y eran excelentes cristianos.
Dios la dotó de bienes y educación sólida, preparándola para ser más
tarde madre y maestra acogedora con una rica personalidad.
Profesó en Barcelona-Sarriá el día 5 de agosto de 1930 y encontró en
la Casa Salesiana el ideal de toda su vida.
Amaba a Don Bosco con aquella intuición femenina que caracterizó a
Madre Mazzarello y a las primeras Hermanas, buscando el modo de que el
espíritu salesiano se encarnase hoy con aquella fuerza salvadora llamada:
Congregación Salesiana.
Eran los años difíciles de la República y de la Guerra Civil española.
Ella en sus primeros años de vida religiosa y guiada por su impulso salva-
dor, se dio de lleno a niñas huérfanas, jóvenes y familias necesitadas que
siempre llevó en el corazón.
Desplegó su apostolado en las Casas de Villaamil, Torrente, La Ventilla,
San Vicente (Sevilla).
Desde 1941 hasta 1965 trabajó incansablemente en la Inspectoría de
Nuestra Señora del Pilar, siendo Consejera y Directora durante catorce
años en las Casas de Alicante, Sepúlveda (Barcelona) y Valencia.
Atestigua Sor María del Carmen Martín-Moreno: «Mi primer contacto
con Sor Ambrosia fue en Madrid, en la Casa de Villaamil en 1940, cuando
yo comenzaba a frecuentar esa Casa para conocer a las Hermanas y estu-
diar de cerca mi vocación. Había manifestado desde el primer momento
mi deseo de ser Misionera.
En la jornada del Domund de aquel año, hábilmente se me dio la opor-
tunidad de trabajar en el teatro como misionera y fue sor Ambrosia, que
tenía más o menos mi estatura, la que me prestó el hábito, circunstancia
que aprovechó muchas veces para hablarme de vocación.
Cuando estaba en el Aspirantado perdí totalmente la pista de Sor
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Ambrosia, pero después supe que en la división de Inspectorías ella había
quedado en Barcelona.
Estuvo en Valencia como Consejera y dio un gran impulso al Colegio.
Las Hermanas y Antiguas Alumnas guardaron siempre un recuerdo muy
grato de ella.
De Valencia pasó a Alicante (Benalúa) donde estuvo algún tiempo de
Consejera y en el año 1948 fue nombrada Directora de dicha Casa. En
1954, el último año de su directorado en Benalúa, hubo de hacerse cargo
también de la fundación del Colegio de Huérfanas de Ferroviarios, cons-
truido en el monte Tosal y que desde siempre se denominó familiarmente
«El Castillo». Fue mucha la fatiga que tuvo que sostener para atender las
dos Casas aquel año. Al siguiente pasó como Directora Fundadora. Le
tocó la parte dura de la fundación, pues al no ser propiedad nuestra había
que ir equilibrando palabras y acciones para poder actuar nuestro Sistema
Preventivo en la educación de aquellas quinientas internas, niñas y jóve-
nes, que nos habían confiado. Su gran salesianidad supo imponerse y
ganó la partida. El Consejo de Administración de los Colegios de Huérfa-
nos de Ferroviarios quedó prendado de nuestro estilo y del espíritu de
familia en que las internas se movían.
Estuvo allí hasta 1960 ó 1961 en que la destinaron nuevamente a
Valencia en calidad de Directora.
Su temperamento fogoso, su inagotable trabajo y sobre todo el clima,
minaron su físico convirtiéndola en una persona enfermiza. Tenía que
pasar muchos días en cama y a pesar de sus esfuerzos y óptima voluntad,
no le fue posible continuar como Directora de aquella numerosa Comuni-
dad y de aquel gran Colegio que estaba en fase de aumento progresivo en
obras y en alumnado. En esta situación la encontré cuando asumí la Ins-
pectoría de Barcelona.
En aquellos tiempos no era común exonerar a una persona de su cargo
antes del tiempo establecido. En un fraterno diálogo con ella, Sor Ambro-
sia supo comprender que se trataba solamente de buscar su bien, su
mejora en la salud y al mismo tiempo el de la Comunidad y el de las obras.
Y aceptó con sencillez su nuevo campo como Ecónoma en la Casa de
Barcelona-Sepúlveda. Comenzó con entusiasmo su nuevo servicio en una
hermosa actitud de entrega, desarrollando todas sus capacidades que
eran muchas, con las que sabía servir a Dios y a sus Hermanas.
Pero el clima de Barcelona no la favoreció tampoco. El especialista le
diagnosticó «enfisema pulmonar» y aconsejó, que a ser posible, traslada-
sen a la Hermana a la meseta castellana, que era el clima y la altura que
su enfermedad precisaba para mejorar. Este fue el motivo de su traslado a
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la Inspectoría de «Santa Teresa» de Madrid. Le acompañé en este viaje y
expresó infinitas veces su inmensa gratitud, que después me demostraría
siempre en los diversos encuentros que tuve con ella».
Hemos sido testigos de su llegada a la Inspectoría por motivos de
salud, de su amor entrañable al Instituto en las personas queridas con las
que ha trabajado, de su incondicional servicio al Señor en su acatamiento
y disponibilidad.
Sus veinte años de trabajo, primero como Ecónoma en Salamanca,
Villaamil, El Plantío-Noviciado y luego como Secretaria en Aravaca son
toda una lección de salesianidad y entrega.
No perdió ocasión de ejercitar el apostolado de la buena palabra. Tenía
una pasión por los libros, eran aquéllos que el Instituto ha ido publicando
para ahondar y actualizar hoy el espíritu de Don Bosco y de Madre Mazza-
rello. Por eso en sus últimos años se ofreció para traducir al castellano el
Maccono, las circulares de Madre Angela Vespa y Madre Ersilia Canta,
que providencialmente ponen una firma a su vida dedicada a los pobres
en el amor a Don Bosco al que seguía con la misma ilusión en sus 55 años
de profesión como el primer día que dio a nuestra Familia su generoso sí.
Transcribimos el testimonio de algunas Hermanas que han convivido
con ella.
«La conocí en Salamanca cuando llegó de su Colegio de Benalúa (Ali-
cante). La edad y las circunstancias del cambio: Inspectoría, Casa, cargo,
no deberían hacer muy fáciles estas nuevas relaciones, sin embargo, pare-
cía rebosar de felicidad, haciendo memoria de su pasado y proyectando
su presente.
Creo que toda la Comunidad de Salamanca repetíamos Benalúa como
el lugar de la mayor fraternidad y del mayor dinamismo pastoral. «Eramos
una pina, decía, refiriéndose a aquella Comunidad que en Alicante había
conseguido tantos éxitos. Y de verdad que ponía los medios para lograr
esa unidad en su nueva Comunidad, porque esa «pina» era la base de la
íntima comunión con Dios que impulsaba al ardor del «Da mihi animas».
«Por su temperamento comunicativo, jocoso y familiar se integró en
seguida en la Comunidad de Salamanca. Parecía que siempre había esta-
do con nosotras. Tenía ya 60 años, pero su temperamento era juvenil y
conectaba muy bien con las Hermanas jóvenes.
«Lo que siempre admiré y me quedó muy grabado de Sor Ambrosia fue
la delicadeza con que trataba a las niñas, a las Antiguas Alumnas y a las
personas con quienes hablaba, preocupándose por sus problemas y ale-
grándose con sus alegrías.
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En la vida de comunidad con las Hermanas jóvenes disfrutaba mucho,
hablando con entusiasmo y cariño de la Congregación a la que amaba
tiernamente.
Era un pozo de sabiduría y memoria prodigiosa. Nos contaba hechos
acaecidos en los tiempos heroicos de nuestra Inspectoría y en los difíciles
de la guerra, entusiasmando a quienes la escuchábamos.
Tenía un arte especial para propagar la devoción a María Auxiliadora a
la que atribuía el bien realizado en las Casas, en la Inspectoría y en todo el
Instituto. Era grande su amor a toda la Familia Salesiana y se sentía orgu-
llosa de pertenecer a ella como Hija de María Auxiliadora».
«Fue mi primera Directora, estuve con ella seis años. Durante este perío-
do de tiempo aprendí lecciones de vida que me quedaron grabadas para
siempre.
Era Sor Ambrosia una gran mujer. Poseía cualidades humanas extraor-
dinarias que sabía comunicar. Sí era una gran pedagoga que muchas
veces actuaba a golpes de intuición, otras a impulsos del Espíritu, pero
cincelaba.
Su profunda intuición y su fe, la confianza absoluta en la divina Provi-
dencia, su sencillez a veces casi de niña, su generosidad, su magnanimi-
dad eran notas características destacadísimas en ella.
Era también abierta, clara, sincera, noble, nada timorata. En aquellos
tiempos (1948-54) leía el periódico, lo comentaba, lo dejaba en nuestras
manos con naturalidad. Cuando alguien al leer la Sagrada Escritura cam-
biaba alguna palabra por parecerle más delicada, le exigía que leyera al
pie de la letra tal y como estaba escrito.
Era muy alegre y simpática. Algunas veces después de haber dado
algún aviso de los fuertes a la Comunidad, al acabar se ponía a reír y
decía: «Ahora ya lo he dicho y tan amigas como antes, a disfrutar y reírnos
que es espíritu salesiano».
Se preocupó siempre de la preparación profesional de las hermanas y
tuvo gran interés en la dirección técnica de la Escuela (ella era una gran
maestra) de modo que cuanto tocaba florecía.
Tenía una grandísima confianza en las personas y como Don Bosco las
echaba al agua para que aprendieran a nadar... y vaya si aprendían...
Te exigía mucho en todos los campos, religioso, humano, escolar, etc.
no te dejaba pasar nada, pero siempre con afecto maternal.
En el año 1974 fue destinada a la Casa de Aravaca (Madrid) como
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Secretaria del Colegio. Cumplía sus obligaciones como era su costumbre.
Pero poco a poco se fue resquebrajando su salud, ya bastante deficiente
desde hacía años.
Nos cuenta de nuevo Sor Carmina: «Quiero hacer constar que a través
de los años realizó un precioso trabajo espiritual en sí misma. Suavizó su
fuerte temperamento y su unión con Dios era cada vez más profunda y
sentida. Esto le ayudó a vivir con alegría sus últimos años en que quedó
completamente ciega.
En una de mis visitas a la Casa de Aravaca, no mucho antes de su
muerte, me llevó a su cuarto, me abrió la ventana y me dijo: «¿Oye cómo
hablan, ríen, juegan y alborotan las niñas en el recreo? Me encanta. Sus
voces dan vista a mis ojos y me parece verlas». Era una salesiana cien por
cien.
A través de toda su vida demostró siempre un gran amor al Instituto, a
María Auxiliadora, a Don Bosco, a Madre Mazzarello y a las Superioras. Y
me consta que en el ocaso de su vida fue un magnífico testimonio para las
Hermanas jóvenes y Júnioras que formaban parte de la Comunidad de
Aravaca».
En el año 1985 su salud se deterioraba por momentos, teniendo sínto-
mas de agotamiento general.
Las palabras iban apagándose en su garganta y la falta de riego san-
guíneo fue la causa principal de que le sobreviniera una trombosis.
En este estado fue hospitalizada en la Clínica de Puerta de Hierro de
Madrid y ante la imposibilidad de recuperación, fue trasladada a la Casa
Inspectorial en donde plácidamente se durmió en la paz del Señor el día
31 de julio de 1985.
Que su recuerdo nos estimule a vivir más intensamente nuestra entre-
ga.
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SOR SOFÍA CORONADO
Nació: el 19 de octubre de 1927 en Linares (Jaén)
Profesó: el 5 de agosto de 1948 en Madrid
Murió: el 26 de diciembre de 1985 en Madrid
Sor Sofía Coronado nació en Linares (Jaén) el día 19 de octubre de
1927. Sus padres eran manchegos y después de algunos años de ausen-
cia volvieron de nuevo a Valdepeñas (Ciudad Real) pueblo que ella consi-
deró siempre como suyo.
Era una niña muy vivaracha, amante del cine, del baile, de la pintura.
En fin tenía un alma de artista. Era muy sociable, tenía muchos amigos y
amigas. En cuanto a los estudios no destacaba demasiado.
Le sorprendió la guerra civil de España cuando tenía 8 años y en ese
tiempo frecuentó mucho el cine, cosa que influyó mucho en su vida.
Había pertenecido a las Aspirantes de Acción Católica y en esta época
frecuentaba de vez en cuando los Sacramentos y asistía a la Eucaristía de
los domingos y días festivos.
En la Cuaresma de 1945 fue invitada por una de la Asociación a partici-
par en una tanda de Ejercicios Espirituales. Ella rehusó la invitación por-
que tenía la intención de ir a la boda de un amigo por esos mismos días.
Al final cambió de idea y decidió hacerlos. En una de las primeras medita-
ciones fue llamada por el Señor a cambiar de vida y darse del todo a El.
Ella era radical en todo y también lo fue en el seguimiento de Cristo.
Cambió de amigas y se dio a la piedad y al apostolado.
Empezó por hacer una hora de oración diaria, rezo del Oficio Parvo de
María Santísima y visita a Jesús Sacramentado con Comunión.
En su casa también notaron el cambio. Su ayuda en las tareas se hizo
notar. No quería tomar parte en las distracciones inocentes de la feria del
pueblo y prefería quedarse ante el Sagrario de la Parroquia largas horas al
final de la tarde.
Vendió su colección de artistas cinematográficos y con el importe se
compró un cilicio que usó con el permiso de su director espiritual y que
dejó al empezar el Aspirantado por no ser una práctica salesiana.
Pronto afloró en ella el deseo de consagrarse para siempre al Señor en
nuestro Instituto. En el Asprirantado y Postulado estuvo ávida de captar y
asimilar al máximo el espíritu salesiano que desconocía por completo. Le
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costó adaptarse a una vida de trabajo y de tan escasas prácticas de pie-
dad. Comprendió que así agradaba a Dios y a su Virgen Auxiliadora a la
que tanto amaba.
Durante el Noviciado se distinguió por su vida de piedad y sus visitas
constantes a Jesús Sacramentado en el primer banco de la capilla, olvida-
da del paso del tiempo y de todo lo que pudiera distraerla de El.
Depone una Hermana: «Comenzamos juntas el Noviciado. Desde el pri-
mer día me di cuenta de que era muy comunicativa. No sólo tenía facilidad
para comunicarse con los demás, creo que también la tenía para comuni-
carse con Dios. Su compostura en los momentos de oración era la de un
alma fervorosa.
Se fue perfeccionando en la pintura. Pintaba y pintaba con sencillez y
espíritu de servicio».
Después de una vida intensa de piedad y de formación en el Novicia-
do, profesó en Madrid el 5 de Agosto de 1948.
Ejerció como Maestra de Primera Enseñanza y extraordinaria Profesora
de Dibujo en la Casas De Burgos-Yagüe donde fue fundadora, Madrid-
Noviciado, Villaamil, Salamanca, Plaza de Castilla (como Directora) Mala-
bo y finalmente Valdepeñas y La Roda.
Fue siempre fiel, sincera, respetuosa con las Superioras y amó ardien-
temente al Instituto.
Vivió dos años en Turín en la Casa de Madre Mazzarello y se empapó
bien del espíritu salesiano. Fue por el año 1950 en el que asistió en Roma
a la canonización de Domingo Savio.
A mí me dio clase de cultura general. Lo que más me atraía era su
jovialidad, dulzura, nunca la vi enfadada, tenía madera de mística.
En el año 1955 fue cambiada a la Dehesa de la Villa para dar clases de
elementales y pintura.
Comenta la Consejera: «Tenía poca disciplina, pero quería mucho a las
niñas y jóvenes y sentía gran inquietud por las más pobres y las más difíciles».
En el Colegio de la Dehesa de la Villa las niñas eran muy pobres y el
Colegio tenía muchas necesidades. Un día se cayó la tapia de la huerta y
no había medios para levantarla. Sor Sofía salió con otra Hermana por los
barrios de la gente más rica y fue pidiendo casa por casa y luego decía:
«les hacemos un favor pidiéndoles de lo que les sobra». Regresaba a casa
loca de contenta viendo la Providencia de Dios.
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Con su constancia consiguió que las niñas del Colegio de «Nuestra
Señora del Camino» visitaran el Colegio nuestro varios años por Navidad y
llevaran muchos regalos para las niñas del Oratorio y buenas limosnas
para las necesidades del Colegio y Noviciado. Aquello sí que fue la Provi-
dencia.
Fue un alma sencilla que se dejaba atraer fuertemente por Dios. Por
eso era constante su oración y en sus conversaciones frecuentemente
tenía gracia para irradiar esta vivencia del Señor Jesús.
Su espíritu artístico se dejaba impresionar por la belleza y en todo
admiraba y veía la obra de Dios.
Su amor a María la llevó a pintar muchos cuadros de Ella, porque decía
quería sembrar su amor por doquier. Se le oyó decir que tenía prisa de
pintar para dejar la imagen de la Virgen extendida por todas partes.
Cuenta una Hermana: «Dos años viví con Sor Sofía en la Comunidad
de la Plaza de Castilla, del año 1970 al 72. Para mí fue una mujer de tem-
peramento fuerte ilusionada en la extensión del Reino de Dios.
«Ella fue para mí, comenta una Hermana, Directora y Hermana, la que
me infundió un gran amor a María Auxiliadora y a nuestros Fundadores y a
leer y conocer a nuestros grandes Santos contemplativos: Santa Teresa
de Jesús y San Juan de la Cruz».
No sólo fueron palabras las que tuvieron ese arraigo en mí, sino su
ejemplo y testimonio. Siempre encontré en ella palabras de aliento y con-
suelo y yo la recordaré con cariño inolvidable».
Sé que muchas Hermanas le deben la profundidad en su vida de ora-
ción. Otro aspecto es que era muy generosa, repartía todo cuanto tenía,
sus cosas, su persona, siempre estaba a disposición de los demás. Como
era muy sensible, la vida comunitaria la proporcionó mucho sufrimiento, si
bien lo envolvía todo con el manto de la caridad.
El testimonio de Sor Laura Iglesias: «Después del famoso asunto de
María Henar en el que estuvo implicada llevada sólo por el deseo de
mayor unión con Dios, siguió su relación normal con las que habíamos
tenido que actuar en sentido contrario... y nunca la vi resentida sino siem-
pre atenta, sencilla y amable en su actitud y en su expresión.
Sobre este tema comentaba Sor Sofía con una Hermana: «He obrado
con rectitud, lo sabe Dios, también las Superioras lo sabían. Quiero perdo-
nar y empezar otra etapa de mi vida. Más le pasó a Jesús, yo no podía ser
menos. ¡Madre mía, ayúdame!»
Cuando en 1980 se abre la Casa de Malabo en Guinea Ecuatorial es
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elegida entre las primeras Hermanas para ir a aquella Casa, pudiendo así
realizar su deseo de ser Misionera. Entresaco de sus escritos: «Cada día
ofrezco mi vida al Señor y de El espero las fuerzas necesarias, me siento
muy feliz. Una cosa es decirle a Dios: «soy tuya, haz de mí lo que quieras
y otra cumplir su voluntad».
La juventud guineana recibió amor, cariño, testimonio de salesianidad,
como tantas Hermanas y niñas de todas las Casas por donde ha pasado.
Este amor ardiente a Dios y a María Auxiliadora ha quedado plasmado
en sus cuadros con profusión. Pintó siempre para agradecer algo y como
acto de obediencia.
Escribe: «Mi vida sin María Auxiliadora no tiene sentido, es y será el
atajo que me lleva a Cristo. Un día se me ocurrió consagrarle mis pinceles
y pedirle ser su pequeña pintora». Quería pintar a María a fin de que tanto
Hermanas como niñas al ver sus imágenes tuviéramos más y más confian-
za en Ella.
Depone una Hermana: «Sólo tuve la suerte de vivir tres cursos en Mala-
bo con ella (1980-82). Fue una gran artista, tenía muy buenas dotes y una
gran sensibilidad religiosa. La recuerdo en nuestra capilla pequeñita
inmersa en Dios, parecía que su semblante se transformaba, fijos los ojos
en el Sagrario o en el bello cuadro de María Auxiliadora que ella había pin-
tado con tanto cariño, pulcritud y esmero.
No perdía un minuto de tiempo aunque no se encontraba bien. Para
ella era un relax el pintar y así los pocos minutos que tenía libres los dedi-
caba a este arte: sus Vírgenes negras. Disfrutaba con ellas.
En el año 1982 regresó a España por haber contraído la enfermedad
del Paludismo. Fue destinada a la Casa de Valdepeñas en donde estuvo
de 1982 a 1985, ocupándose de algunas clases y de Pastoral, haciendo
mucho bien a los pequeños y mayores. Como tenía pasión por la pintura
hizo una exposición y vendió todos los cuadros en beneficio de las Misio-
nes.
De su vida mística mucho sabe su Director Espiritual de estos años, se
puede atestiguar que sobre esta lucha de su pobre naturaleza que se sen-
tía fracasada humanamente, sabía elevarse a una alta contemplación. Sus
penas sabía superarlas ante Jesús Sacramentado al que visitaba larga-
mente, después del examen de la noche, si es que no había tenido tiempo
de hacerlo antes; muchas noches se quedaba sola en el coro de la capilla
haciendo oración.
El cambio de Casa que le costó mucho, fue permitido por el Señor que
quería desprenderla de todo lo terreno y prepararla así al gran paso.
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El 13 de agosto de 1985 fue destinada a la Comunidad de La Roda
(Albacete). Hizo el descanso comunitario con las Hermanas y pudieron oír
sus conversaciones profundas, la necesidad de alimentar su vida interior
con lecturas espirituales a las que era muy fiel e intentar dar una respues-
ta cada día más generosa al Señor. Se sintió muy a gusto en la Comuni-
dad, siendo aceptada por todas.
Después de dos meses de curso, sobre el 11 de noviembre, empezó a
sentir fuertes dolores en la espalda, fue al médico y éste le dio poca
importancia, un poco de reuma, diagnosticó. Sin embargo y a pesar de
seguir trabajando, los dolores persisten y el 5 de diciembre fue ingresada
en Albacete, pero antes quería confesarse como si fuera a morir y así se lo
manifestó al confesor. El día 6 nos dicen que es un cáncer galopante y
durará muy poco. Sin decirle el mal que tenía, se le hizo comprender que
todo iba mal y asumió con dolor y paz la realidad. Se sentía morir, día a
día iba perdiendo fuerzas y ella misma se daba cuenta y decía en los últi-
mos momentos: «Tengo ganas de vivir con tanto como hay que hacer, ya
no tengo ansias ni para rezar. Quiero hacer la voluntad de Dios y repetía:
«Te ofrezco estos dolores por las vocaciones, el Instituto y la santidad del
mismo».
En vista de la gravedad de su estado fue trasladada a Madrid e ingre-
sada en un sanatorio donde fue operada.
La última semana de estancia en el sanatorio recibió el Sacramento de
los Enfermos estando presentes las Superioras, sus hermanos y varios
Padres Salesianos. Fue una fiesta dentro del dolor.
Los días después de la operación, como le pusieron una sonda no
podía comulgar y lo sentía, pero sabía ofrecerlo. Después siguió recibien-
do al Señor hasta el día de Navidad, pues tenía plena lucidez y el 26 de
diciembre de 1985, a la 1 de la madrugada entregó su alma al Señor.
Gracias, Sor Sofía, sabemos que tu pincelada, tu enseñanza a niñas y
jóvenes han sido entrelazadas de Ave Marías y jaculatorias y que como
decía Don Bosco, hoy la Congregación ha tenido un gran triunfo pues
estabas en el surco del trabajo, Dios te llamó y dijiste Sí. Que tu siembra
de amor sea fecunda en vocaciones.
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SOR EUGENIA SÁNCHEZ
Nació: el 12 de noviembre de 1901 en Barruecopardo (Salamanca)
Profesó: el 5 de agosto de 1928 en Sarria (Barcelona)
Murió: el 11 de abril de 1986 en Madrid
Sor Eugenia nació en Barruecopardo, en la provincia de Salamanca el
día 12 de noviembre de 1901.
Toribio y María fueron sus padres, personas muy cristianas que educa-
ron con su testimonio a sus hijos. Dios se dignó elegir a tres de sus hijos
para la Congregación Salesiana: dos Salesianos y ella.
Estudió en nuestro Colegio de Salamanca, donde conoció a muchas
Hermanas que vivían con autenticidad el espíritu de Don Bosco y animada
por ese ejemplo, fue surgiendo en ella la vocación religiosa.
En esta misma Casa tuvo ocasión de conocer a Sor Eusebia Palomino
que estaba empleada para ayudar a las Hermanas en los distintos trabajos
de la Casa. Ya entonces se destacaba Eusebia por su profunda piedad y
las niñas la apreciaban, trataban con ella y la tenían como a santa.
Muchos años más tarde sor Eugenia fue testigo en el Proceso Diocesa-
no para su declaración de Sierva de Dios que se celebró en Huelva.
Sor Eugenia en 1926 ingresó como Postulante en Sarria (Barcelona) y
después de los dos años de Noviciado hizo su Profesión Religiosa el 5 de
agosto de 1928 en Sarria.
Estuvo en las Casas de Alicante, Salamanca, Delicias, La Ventilla, San-
tander, María de Molina, Emilio Ferrari, El Plantío y la Dehesa de la Villa.
Sus auténticos títulos de identidad son los de Maestra y Asistente.
Cercanía, entrega, espíritu de sacrificio, hicieron de ella una Hermana
siempre querida en la Comunidad y por las niñas de las Casas donde trabajó.
Su gran amor al Instituto en un trabajo callado y constante, nos hacen
recordarla como una auténtica Salesiana.
La Guerra de España la sorprende en el Colegio de Villaamil (Madrid) y
el día 4 de mayo de 1936 sufre con el resto de la comunidad el asalto del
Colegio por las turbas y los malos tratos que les infieren de palabra y de
obra, teniendo que ser atendidas en la Casa de socorro por las heridas
que recibieron. Ella misma nos cuenta repetidas veces los recuerdos de
estas jornadas imborrables.
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Casi toda su vida fue Maestra de labor, inculcando en las niñas senti-
mientos de amor a Jesús Sacramentado y a María Auxiliadora. Aquellas
clases quiso hacerlas semejantes a las de Mornés, donde cada puntada
era un acto de amor a Dios.
Desde 1951 hasta 1959 fue destinada a la Casa de Santander El Alta
de los Salesianos, donde las Hermanas se dedicaban a atender a las
necesidades materiales de la Comunidad. Lavaba la ropa, ayudaba en la
cocina, etc.
Desde el año 1960 al 1968 estuvo destinada en Emilio Ferrari, Madrid.
Tenía la clase de párvulos y disfrutaba muchísimo con ellos.
Nos cuentan las Hermanas: «He vivido dos veces con ella y lo que más
me llamaba la atención era que a sus 72 años su actitud era incansable.
Tenía el oficio del comedor y lo hacía con una puntualidad y esmero
exquisitos. Estaba pendiente de todos los detalles. Ayudaba en el taller de
punto sin perder un minuto, siempre callada, pero con la sonrisa en los
labios. Asistía a las confesiones de las niñas y disfrutaba enormemente
ayudándoles con su sencillez y espiritualidad a recibir el Sacramento.
Le gustaba hacerse la encontradiza con las niñas, se preocupaba de
sus problemas y les daba el consejo oportuno.
Más tarde, en el año 1985, volví a vivir con ella en la Casa de la Dehesa
de la Villa. Le quedaban sólo siete meses de vida que los vivió en plenitud,
con sencillez y serenidad.
Continuaba en el taller de punto con la misma puntualidad, dedicación e
interés. Seguía también con su cercanía a las niñas. Su lugar de encuentro
era la puerta del patio a la hora de los recreos. Apenas la veían, acudían
todas sus amigas. Las niñas le decían si habían sido buenas o regulares, ella
las animaba a ser santas como Laura Vicuña y las encaminaba para que
fueran a ver a Jesús Sacramentado y a rezar a la Virgen.»
Nos dice otra Hermana: «Viví con ella en dos situaciones distintas,
una como Hermana de la Comunidad y otra tres años después como
Directora.
Una nota peculiar de ella era la serenidad, era una mujer de paz, bon-
dadosa. Tenía un gran amor a las Superioras y a las niñas. Otra era la pre-
sencia comunitaria. Gozaba plenamente estando en Comunidad y aporta-
ba todo lo mejor que tenía.
También amaba intensamente a su familia. Con los sobrinos tenía lar-
gas conversaciones.
Las Hermanas más jóvenes la querían mucho y le hacían muestras de
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cariño repitiéndole frases así: «Geni, bonita». Ella respondía con una sonri-
sa agradecida».
Su vida espiritual era intensa. Entresacamos algunos de sus pensa-
mientos más íntimos:
-Mi vida religiosa es un tejido de gracias.
-Dios es amor y lo derrama en las criaturas sin merecerlo.
-Un cristiano sin cruz no existe.
-Cuando se ama mucho no hace falta mandar.
-Lo primero que tenemos que hacer es tratar a todos bien.
-Ninguna en su Comunidad debería sentirse extraña.
-Hacer el bien, pero escondido...
Sor Eugenia era una persona muy sufrida. Hace varios años, hacia el
año 1977 tuvo un herpes que le causó grandes dolores y fiebre. Todo lo
sufría en silencio, hasta que viendo que no mejoraba tuvo que manifestar-
lo, con gran pena por su parte.
En noviembre de 1985 empezó a sentirse mal. Todos se pensaron que
se trataba de una simple gripe y se le puso un tratamiento sin experimen-
tar mejoría. Se quejaba del vientre. El sobrino médico recomendó su ingre-
so y en seguida se vio que era urgente la operación. La intervinieron el día
10 de diciembre y cuando abrieron vieron que estaba invadida por el cán-
cer. Se le dieron pocos días de vida. Pasados unos días mejoró un poco y
en las vísperas de Navidad volvió a casa. Se le puso una habitación aisla-
da con dos camas para que la pudiera acompañar siempre una Hermana y
para que pudiera recibir con facilidad la visita de sus sobrinos que tanto la
querían e incluso de las niñas que seguían entreteniéndose con ella y dis-
frutando de sus conversaciones. Hacía ganchillo se entretenía con lo que
podía, sin pronunciar nunca una queja.
Comía muy poco y en marzo comenzaron los grandes vómitos de san-
gre.
Hablaba con frecuencia de lo feliz que era en la Vida Religiosa y la
suerte que había tenido de convivir con Superioras santas.
El día de la Milagrosa tuvo la Santa Misa en su habitación y recibió el
Sacramento de los Enfermos.
Estaba Madre Inspectora haciendo la visita en la comunidad cuando se
puso mal y ella misma avisó a la enfermera, a la Madre y con ella vinieron
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todas las Hermanas. Al verlas entrar empezó a despedirse de cada una,
dándoles las gracias en medio de fuertes dolores. Al marcharse las Her-
manas pidió el Crucifijo de su Profesión y lo apretaba contra su pecho al
tiempo que señalando con el dedo el cuadro de María Auxiliadora, decía:
«María Auxiliadora, llévame contigo».
Sus hermanos, Salesianos de la Inspectoría de Sevilla, Don José y Don
Claudio vinieron a verla. Decía: «No se lo querrán creer, pero siento que
me estoy deshaciendo por dentro».
Nos dice una Hermana:
«Pocos días antes de su muerte fui a visitarla y le pedí un encargo: que
le dijese al Señor que ayudase a mi hermano paralítico a llevar su enfer-
medad con paz y sin desesperación. Desde que ella murió no le he visto
nunca desesperarse y cuando los dolores son más fuertes, repite: «Señor,
enséñame a hacer tu voluntad porque Tú eres mi Dios y me ayudas a
recuperar la calma».
El día 11 de abril de 1986 Sor Eugenia dejaba de existir y entraba a for-
mar parte del coro de Hermanas que nos esperaban en el Cielo.
Que nos ayude a vivir desde la celeste morada nuestra entrega al
Señor y nos aliente con su ejemplo a ser generosas con El.
Se ha ido dejándonos en el alma lo que ha sido el lema de su vida: paz.
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SOR MARÍA DEL CARMEN JULIÁN
Nació: el 30 de julio de 1946 en Madrid
Profesó: el 5 de agosto de 1967 en Madrid
Murió: el 12 de abril de 1986 en Madrid
Sor Carmen Julián nació en Madrid el día 30 de julio de 1946.Sus
padres, Manuel e Irene, se preocuparon de educar a sus dos hijas en el
amor de Dios y para ayudarse a ello las enviaron desde muy pequeñas al
colegio que las Hermanas tenían en el Paseo de las Delicias donde ellos
vivían. Allí cursó todos sus estudios y participó con gran estusiasmo en
toda la vida del Colegio, animada por una fervorosa Comunidad que era
estímulo y ejemplo para todas las niñas, prueba de ello fueron las numero-
sas vocaciones que en esos años recibió el Instituto.
Era muy decidida e inteligente. Sabía muy bien lo que quería y la voca-
ción religiosa despuntó muy pronto en su alma. Fue siempre muy alegre y
tenía una gran voluntad que demostraba en sus estudios, destacando en
todas las materias por su trabajo e inteligencia.
La capacidad de escuchar a los demás, de darse a las compañeras
que veían en ella un modelo, fue una de sus características. Siempre esta-
ba rodeada de amigas. Consideraba obligación escucharlas para ayudar-
las. Sus palabras siempre eran bien acogidas. Procuraba que todas se
sintieran bien a su lado y esto lo hacía de una forma natural y sencilla.
Vivía intensamente todo lo que pasaba en el Colegio. Participaba ple-
namente de sus fiestas al igual que otras muchas compañeras. En el cole-
gio por aquellos años reinaba un sano ambiente y para el barrio era una
gracia contar con el Colegio como centro de Educación femenina.
Nos dice una Hermana: «Fui compañera de Carmen desde párvulas.
Siempre tenía la sonrisa en los labios y las manos dispuestas a ayudar a
todas las niñas y más tarde a las Hermanas, incluso en las tareas de lim-
pieza del Colegio que era uno de los signos externos del amor que tenía-
mos a nuestras educadoras.
Todas las tardes hacía fervorosamente la visita a Jesús Sacramentado
y a la Virgen. Sintió pronto la llamada del Señor y le siguió con sencillez y
madurez impropias de su edad.
A los 16 años dijo a sus padres que quería ser Hija de María Auxiliado-
ra y nos lo comunicó a un grupo de amigas que como ella nos planteába-
mos la comunicación de esta decisión en casa.
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Fueron días tensos, ellos querían que esperara un poco para conocer
mejor la vida. Lo planteó con mucha decisión y les dijo que si no la deja-
ban en ese año esperaría la mayoría de edad para tomar la decisión. Sus
padres, con pena, al verla tan convencida le otorgaron el permiso. Luego
han vivido siempre contentos de verla tan feliz aun en medio de su enfer-
medad.
Comenzó el Aspirantado en El Plantío el día 7 de enero de 1964 y des-
pués de seis meses de Postulantado fue a la Dehesa de la villa donde
estaba el Noviciado y por fin el 5 de agosto de 1967 dio su sí definitivo al
Señor haciendo su Profesión Religiosa, muy feliz de alcanzar lo que tanto
había deseado y a lo que se había preparado con tanto entusiasmo.
Dio pruebas evidentes durante todo el tiempo de formación de su
capacidad e inteligencia, por lo que las Superioras decidieron enviarla a
Italia, al Instituto Pedagógico de Turín para que estudiara más de cerca el
carisma salesiano y profundizara más en el conocimiento de Dios.
Fue una gracia que aprovechó en extremo y de la que pudimos benefi-
ciarnos en toda la Inspectoría. A su regreso ejerció como Maestra y Asis-
tente en las Casas de Madrid (Dehesa de la Villa). Ayudó durante un año
como Asistente a la Maestra de Novicias, dos años en su querido Colegio
de Delicias y por fin fue destinada a Burgos, donde tuvo que dejar el curso
sin terminar, pues un fuerte ataque de asma la llevó a poner en peligro
serio su salud y tuvo que ser trasladada en una ambulancia a Madrid.
Cuando se repuso un poco, fue destinada a la Casa de Emilio Ferrari
donde estuvo varios años como Hermana y después como Directora. Dio
todo el amor que tenía y como Directora supo crear un clima de familia
propicio para el cultivo de vocaciones que constituían para ella siempre un
compromiso eclesial.
Cuando humanamente y a nivel apostólico parecía esperarse de ella un
servicio de fecundidad apostólica en los campos en que era experta, Dios
la llevó a vivir en el silencio de la oración, las vicisitudes de su enfermedad
que ya no la dejaría más. Las sucesivas y graves crisis de asma la obliga-
ron a pasar grandes períodos de tiempo hospitalizada e incluso pusieron
en evidente peligro su vida. La Comunidad la acompañaba y seguía el
curso de su enfermedad con todo cariño, pues era admirada por todas y
sabían apreciar el mundo interior que tenía para poder superar tanta fatiga
y limitación con tan temprana edad y con tantas cualidades naturales con
las que Dios la había favorecido. Desde esa nueva cátedra siguió siempre
con sencillez y alegría, olvidada de sí y con un amor entrañable al trabajo
escondido. Estaba siempre disponible a cuanto se le encomendaba.
Oigamos el testimonio de las Hermanas: «Sor Carmen era una Herma-
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na buena, entusiasta, con grandes valores que siempre puso al servicio de
la misión y con gran espíritu de entrega.
El principio conocido de su enfermedad fue un fuerte resfriado que
cogió en la Casa de Delicias. Recuerdo su tos profunda y persistente en
aquel catarro por el cual guardó cama largos días. Después apareció el
asma...
Fue muy querida como Directora, dinámica y grandemente acogedora.
Las jóvenes se sentían atraídas y ella aprovechaba el don para orientarlas
cristiana y vocacionalmente.
Cuando tuvo que retirarse de la actividad lo hizo con sencillez, sin
hacerlo sentir, con delicada elegancia, porque vivía el amor al que se
había entregado».
Sor Carmen era toda humanidad, por eso comunicaba también la
experiencia divina. Era un alma de Dios totalmente enamorada del Señor.
Una de las primeras frases que recuerdo de ella cuando yo estaba en
Delicias y que me cambió, fue al preguntarle yo cuál era su meta en la
vida, su fin, a qué aspiraba... se resistía a contestar, pero con la impacien-
cia y pesadez propia de la adolescencia, yo no paré hasta conseguir la
respuesta: «Hacerme santa ayudando». Yo no entendía y quería que me
explicase... «ayudando a los demás a que se hagan santos» me respon-
dió.
En todo este tiempo la he sentido crecer en su vocación día a día, pero
especialmente en estos últimos años en que su enfermedad se agravó. Ha
sido un ascenso vertiginoso hacia Dios. Parecía que cuando más se com-
plicaban las cosas y más oscuridad sentía mayor era la iluminación inte-
rior: «No entiendo nada, no veo nada, pero... me fío».
De ninguna manera quería presentarse ante mí. De un modo idealizado
por ello, compartía también conmigo sus momentos de incertidumbre, de
soledad, de no ver: «Mis lágrimas son la expresión de mi dolor físico y mi
sonrisa de mi gozo interior». Sé que el beso de Dios implica esto. Estoy
haciendo una honda experiencia de Misterio Pascual, misterio de muerte,
misterio de Resurrección, de vida, de amor».
De vez en cuando en nuestras conversaciones salía el tema de la
muerte. Ambas sabíamos que podía llamar a su puerta en cualquier
momento y quería estar preparada para cuando el Señor la llamase.
Cuando alguna vez me enfadaba con ella porque trabajaba demasiado,
me decía con dulzura: «¿No comprendes que tengo que dar todo lo que
pueda hoy porque no sé si mañana podré hacerlo?»
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Tenía miedo de dejarse llevar por la comodidad, de que su enfermedad
le pudiera servir de pretexto para no entregarse totalmente. Todo lo ofre-
cía por la Iglesia, por la perseverancia gozosa de las Hermanas, por los
jóvenes, por la gente en formación...
Uno de sus sufrimientos fuertes era el no poder trabajar directamente
con los jóvenes, esos jóvenes que tenía siempre presentes en un pequeño
frasco lleno de pastillas de muchas formas y colores: sus medicinas. Sin
embargo se sentía activa en su inacción, aunque el sentimiento de inutili-
dad de cara a la comunidad, a los jóvenes, al Instituto... la embargaba a
veces profundamente. Estos eran momentos tan duros que debía hacer
acopio de todas sus fuerzas para seguir adelante en su camino... «mi
camino que cada vez se hace más empinado, más costoso...»
Había momentos en que ansiaba la muerte, por un lado, porque le
asustaba su futuro de tantos sufrimientos y dolores como tenía, aunque lo
sabía disimular bien, no quería ser carga para nadie; pero también para
llegar al encuentro definitivo con su Dios, con su Jesús, del que se había
enamorado locamente. Hasta que llegara ese momento ella sabía que
tenía que ir muriendo un poco cada día.
Creo que sus estancias en el Hospital han sido de una importancia vital
en su historia. Sus muchos momentos de soledad, de interrogantes...
supusieron para ella experiencias fuertes de Dios. Sentía su presencia y
eso bastaba. No protestaba ni hacía preguntas a Dios porque todo estaba
aceptado. Y qué duro le resultaba a veces su Fiat. «Hace tiempo que
entregué a Dios toda mi vida y El lo sabe».
Ha habido momentos críticos en que por distintas circunstancias, nin-
guna de las personas que más podían entender su enfermedad y sus con-
secuencias se encontraban a su lado y en esos momentos de profunda
soledad y hasta oscuridad, se dejaba caer en las manos amorosas del
Padre. «Señor, quieres que pase esto sola para que me purifique que es lo
que necesito. Sé que me quieres pobre y desprendida también de las per-
sonas a las que más quiero».
Yo sé que era profundamente feliz porque la verdadera felicidad es la
que nace de dentro y en su interior todo era de Dios. Tenía la certeza de
que su Señor estaba con ella. «Ayúdame a buscar la voluntad de Dios y a
cumplirla» me decía. El estaba presente en su vida, en el centro, era el
motor y eso lo sabía transmitir a los demás. «¡Cuánto daría por poder
transmitirte lo feliz que soy, aunque fuese un poco!» Y lo consiguió.
«Dios va haciendo su camino en mí y digo su camino porque yo nunca
lo hubiese elegido así y porque me está ayudando a meterme de lleno en
ese Dios al que no entiendo, al que no veo, que me trae loca, pero al que
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amo porque El me ama. Yo querría responderle con todas mis fuerzas...
pero son tan pocas...»
Solía decirme: «Este Señor mío me estrecha por delante y por detrás
como en el Salmo. A veces parece que se duerme, pero debe ser por
exceso de confianza».
Nos cuenta su enfermera: «En sus dolencias trató siempre de abando-
narse a la voluntad de Dios. De una profundidad de espíritu poco común,
sus conversaciones siempre se orientaban a la confianza.
Muchas noches las pasaba sentada en una silla y con la mascarilla de
oxígeno en la boca. No podía vivir sin oxígeno.
Fue limitando sus actividades, todo lo hacía sentada: ganchillo, que
hacía con gran perfección y como era muy buena mecanógrafa, hacía de
Secretaria del Equipo Inspectorial. Escribiendo a máquina les prestaba
una valiosa ayuda, mientras muchos ratos tenía la pipeta de los aerosoles
en la boca para mitigar el asma que la ahogaba.
Cuando se le insistía que no trabajase tanto, respondía invariablemen-
te: «Tengo que terminar, no quiero dejar los trabajos empezados». Temía
que la muerte la sorprendiera, tenía prisa, sabía que sus días estaban con-
tados.
Leía mucho y comunicaba. Siempre estaba dispuesta para ayudar en
cualquier momento: murales, preces, adornos... en todo se recurría a ella
en la Casa de Enfermas y siempre respondía con un sí sonriente a cada
petición. Era una gran ayuda para la Comunidad.
Por su físico, su gracejo y expresión bondadosa era una persona que
impactaba, sobre todo en los jóvenes. Su forma de apostolado directo era
el teléfono y el locutorio.
El día 12 de abril, en contra de la voluntad de todas, salió de casa.
Hacía mucho frío. Se celebraba en la Inspectoría el Centenario de la veni-
da de las Hijas de María Auxiliadora a España. En el salón de Actos del
Colegio de Villaamil-Madrid tuvo lugar uno de los actos conmemorativos:
una conferencia sobre el tema del Centenario impartida por un Salesiano.
Sor Carmen manifestaba al terminar la conferencia lo que había goza-
do en la evocación de las proezas de las primeras Hermanas de la nacien-
te Inspectoría Española.
El teatro está en un sótano y tuvo que subir bastantes escaleras. Se
encontraba con mucha fatiga, se le presentaba un ataque de asma. No se
disponía allí de oxígeno. La enfermera del colegio le puso una inyección
con la esperanza de que mejorase, como no fue así inmediatamente salie-
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ron con ella en un coche para llevarla al Hospital. Al pasar por la Clínica de
San Francisco de Asís la vieron tan mal, que la ingresaron allí casi mori-
bunda y falleció en el acto. Era e!12 de abril de 1986.
Uno de los pasajes que con más frecuencia le salían en la Biblia última-
mente era el del Apocalipsis que dice así: «Mira que estoy a la puerta y
llamo y al que me abra entraré y cenaré con él y él conmigo». Su traduc-
ción era «y compartiremos la vida». Y Sor Carmen abrió la puerta y com-
partió el camino de la vida, camino de muerte y de resurrección.
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SOR MERCEDES BORRAS
Nació: el 11 de julio de 1892
Profesó: el 5 de agosto de 1915 en Sarria (Barcelona)
Murió: el 14 de julio de 1986 en Madrid
Sor Mercedes Borras nació en Barcelona el 11 de julio de 1892.
Era hija única de padres muy cristianos y recibió una esmerada educa-
ción religiosa.
Desde muy pequeña asistió al Colegio de Sarria en Barcelona, ya que
los padres tenían su domicilio muy próximo a esta Casa Salesiana.
El contacto con las Hermanas y su inclinación a la piedad hicieron que
poco a poco se despertara en ella la vocación religiosa.
A los 18 años ingresó en el Noviciado, después de pasar por el Postu-
lantado, dejando un recuerdo de vida ejemplar. Hizo su primera Profesión
el 5 de agosto de 1915 en el mismo Colegio de Sarria.
Ejerció su apostolado en las Casas de Barcelona, Salamanca y Madrid
(Delicias) siempre como Maestra de párvulos. Inició a centenares de niñas
en la lectura y escritura y en sus primeros años de vida dejó una huella de
bondad y cariño que, en muchos casos, suplía el cariño materno.
Sus grandes devociones fueron siempre a María Auxiliadora y al Sagra-
do Corazón de Jesús, devociones que transmitía por osmosis a cuantos
se relacionaban con ella.
En Barcelona durante la Guerra Civil de España de 1936 y para salvar
la vida de Monseñor Pintado tuvo que casarse con éste civilmente, pues
para salir de la zona roja necesitaba un pasaporte y no se lo concedían si
no estaba casado.
Sor Mercedes era un elemento de paz en la Comunidad. Sabía seguir
con gracejo las bromas que las Hermanas le hacían. Supo contagiar a
todas su gran devoción al Sagrado Corazón de Jesús hasta el extremo de
hablar de Sor Mercedes siempre evocando la confianza en el Sagrado
Corazón de Jesús.
Su obediencia era pronta y alegre. Tenía un don especial para tratar a
los pequeños y una paciencia sin medida para adaptarse a sus travesuras.
Era puntualísima a las clases. Siempre estaba la primera y nunca daba a
conocer su cansancio. Las niñas aprendían mucho con ella a pesar de que
en muchas ocasiones el grupo de una clase era superior a las sesenta.
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En el Colegio de Delicias celebraba con gran esplendor la fiesta del
Sagrado Corazón de Jesús y en las fiestas participaban todas las alumnas
en una devota procesión que solían hacer por el patio del Colegio después
de celebrar la Eucaristía.
Igualmente celebraban con solemnidad la Fiesta de Cristo Rey. Induda-
blemente era Sor Mercedes la «promotora» y en estas fechas se ponía el
hábito nuevo porque hasta en ese detalle quería que todo fuese especial y
festivo.
También colaboraba con la Hermana encargada del teatro. Ella se
prestaba para ir ensayando a los diferentes grupos de «artistas» con ante-
rioridad para que la Hermana encargada las tuviese ya preparadas cada
domingo para su «debut». A Sor Mercedes le encantaba permanecer en la
sombra.
Otra ocupación que caracterizaba a Sor Mercedes era pasarse las
horas en la portería rezando rosarios y rodeada de sus capillitas domicilia-
rias de María Auxiliadora, que pasaban de 150, a las que cuidaba y arre-
glaba con esmero.
Ya era de edad avanzada y se levantaba a primera hora para tocar la
campana que despertaría a la Comunidad. En seguida abría las puertas de
la calle y de la Capilla para que pudieran hacer la visita un gran número de
jóvenes obreras de El Corte Inglés que tenían los talleres muy cerca del
Colegio. Era muy emocionante a esas primeras horas de la mañana ver a
tantas jóvenes comenzar la jornada con la visita al Santísimo Sacramento.
En la puerta estaba siempre Sor Mercedes animando esta práctica y diri-
giendo a cada una la palabra oportuna.
Tuvo siempre la alegría de recibir la visita de sus alumnos parvulitos:
unos ya sacerdotes, médicos, Salesianos y otros buenos padres de fami-
lia.
Seguía a sus alumnos siempre con la oración, interés y cariño, ponien-
do un empeño especial en las vocaciones sacerdotales. Un grupo de
alumnos que llegaron al sacerdocio se consideraban siempre ligados a
ella con un afecto especial porque estaban seguros de que la oración de
su antigua Maestra les acompañaba.
Cuando se cerró la Casa de Delicias ella lo sintió mucho porque era
consciente del bien que se realizaba en aquel barrio madrileño de clase
media.
Se distinguió también Sor Mercedes por su respeto y fidelidad a las
Superioras a las que profesaba afecto y confianza.
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En sus largos años de achaques físicos y sufrimientos se destacó por
su deseo del cielo, su oración constante y su agradecimiento a tantas Her-
manas enfermeras que le prodigaban sus fraternos cuidados. Repetía con
frecuencia: «La Vida Religiosa es un Paraíso porque se vive con Hermanas
muy buenas».
A partir de 1976 Sor Mercedes ya anciana y enferma pasó a la Resi-
dencia de Santa Teresa. Era de admirar su espíritu religioso. Sin ver ni oír
a penas se pasaba el día en continua oración, siempre con el Rosario en la
mano, moviendo sus labios para rezar y besar el Crucifijo.
Murió el 14 de julio de 1986 después de unos días muy dolorosos,
pues una caída agravó su estado y los dolores fueron muy agudos. Murió
en la paz del Señor como había vivido.
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SOR ROMANA OTERO
Nació: el 10 de marzo de 1898 en San Adrián del Valle (León)
Profesó: el 5 de agosto de 1923 en Sarria (Barcelona)
Murió: el 30 de septiembre de 1986 en Salamanca
Sor Romana nació en San Adrián del Valle, provincia de León, el 10 de
marzo de 1898.
Fueron sus padres personas bondadosas y honradas que educaron a
sus hijos en el temor y amor de Dios. Esto constituyó para ella una regla
de oro para toda su vida.
Buscando siempre lo más recto y agradable al Señor fue haciéndose
realidad el deseo de consagrarse para siempre a El y así lo hizo, profesan-
do en el Instituto el 5 de agosto de 1923 en Sarria (Barcelona).
Sus principales actividades dentro de la Inspectoría fueron: asistente,
profesora, ecónoma y directora. Toda la vida la llenó de trabajo y sencillez,
de testimonio, de obediencia, de delicadeza de trato, por eso es difícil
hacer un resumen de su vida.
Como Profesora destacó por su tesón en el trabajo y exactitud en el
cumplimiento de sus deberes, siendo entre sus alumnas modelo de pie-
dad sencilla y de amor a Don Bosco y a María Auxiliadora.
Como Directora en momentos nada fáciles, como fueron la Fundación
de Béjar, dio claro testimonio de amor a la juventud más necesitada,
afrontando con valentía las situaciones, a la vez que atendía con verdade-
ra delicadeza fraternas las necesidades de cada una de las Hermanas y de
las niñas.
Aunque no les faltaba nada de lo necesario, las Hermanas tuvieron que
vivir seis años en una casa prestada hasta que se fueron adquiriendo las
primeras construcciones del Colegio que ahora tenemos. Y todo eso
podemos decir que fue obra suya pues fue visitando fábricas, pidiendo en
un sitio y en otro a aquellas personas que sabía le podían ayudar un poco.
Supo afrontar toda clase de dificultades hasta que dejó la Casa consolida-
da, precisamente unos meses antes de salir, pues dejó Béjar el 30 de
octubre de 1955.
Por temperamento era seria, reflexiva, delicada, perseverante, trabaja-
dora, sencilla... Era madura y equilibrada.
También tenía una gran fe y esperanza. Su amor a María Auxiliadora
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era extraordinario, procurando inculcarlo a todas las personas que se
acercaban a ella. Igualmente quería a las Superioras, Fundadoras y Santos
Salesianos.
De modo especial hablaba de Sor Eusebia Palomino cuando nadie
hablaba de ella en la Inspectoría.
Vivió en Sevilla y en Valverde del Camino. Allí convivió con Sor Carmen
Moreno, mártir de la Guerra Civil Española y con Sor Eusebia Palomino de
la que ha sido ferviente admiradora. Tenía en su poder reliquias directas
de ella y propagó su devoción por todos los ambiente en que vivió.
También en Salamanca durante los años difíciles de España, supo
superar y salir al paso de las dificultades económicas, buscando alimentos
para las Hermanas e internas impidiendo así que experimentaran la nece-
sidad que existía.
Comenta una Hermana: «Era muy observante de la pobreza: cosía, zur-
cía y remendaba la ropa con una pulcritud y esmero extraordinarios. Sien-
do yo niña en el Colegio ella era la Vicaria y me llamaba la atención su
gran espíritu religioso junto a su rectitud y trabajo incansable».
En Cambados, pueblo marinero, estuvo también de Directora y siguió
la misma línea de caridad, mitigando el hambre de aquellas niñas huérfa-
nas de pescadores.
Los últimos años los vivió en la Comunidad de León, en el Colegio de
Huérfanos de Ferroviarios de los Salesianos, siendo para ellos mujer de
esperanza y de fe. Estuvo desde 1970 hasta 1984. Llegó con 72 años. Fue
sacristana. Disfrutaba en el jardín contemplando las flores y cortando los
capullos más bonitos para el Sagrario. Muy observante de las Constitucio-
nes no consentía en retirarse a descansar sin haber escuchado las «Bue-
nas noches».
Su carácter era fuerte y seco, como los montes que la vieron nacer.
Al cerrarse la Casa de León fue destinada a Salamanca, a la Comuni-
dad de Sancti Spiritus y fue acogida muy bien por las Hermanas porque
siempre fue modelo de entrega. Era una Hermana que unía en la Comuni-
dad, siempre se la encontraba con serenidad y capacidad de acogida,
especialmente con las más jóvenes.
Sin preavisos, sin anuncios, silenciosamente y hasta casi apresurada-
mente... No, no era de las que se hacen esperar. Diríase que su reloj siem-
pre señalaba la hora con cierto adelanto y no para coger el primer sitio,
sino para estar disponible, recogida y receptiva. Y así sin duda la encontró
el Señor aquella tarde de septiembre de 1986, aquel martes día 30 en que
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vino a liberarla de tanto dolor y opresión como había experimentado en
aquella larga semana de hospital. Entre la sorpresa y la pena Sor Romana
se fue. Para ella fue un salto preparado desde muy atrás. Se la oía con fre-
cuencia hablar de desprendimiento, de liberación, de premura por concluir
las tareas, especialmente la última que la ocupaba: una hermosa colcha
de ganchillo. Y la rapidez con que leía páginas y páginas de las Memorias
Biográficas como queriendo llegar al final. En efecto, pocas páginas le fal-
taban para terminar el volumen X último traducido al castellano.
Su mente siempre ocupada, sus manos no conocían el descanso:
hacer ganchillo, ordenar sus cosas, rezar, generalmente en la capilla.
Conocía bien el valor del tiempo.
Su presencia era deseada por las Hermanas y su ventana que feliz-
mente daba al patio, con frecuencia era el centro de atracción de las niñas
que a ella se acercaban para recibir, junto con algún caramelo, una estam-
pa o reliquia de Sor Eusebia Palomino o un buen consejo práctico, fruto
de su larga experiencia.
Como San Pablo pudo decir: «Su Gracia no ha sido estéril en mí».
Estamos convencidas de que María Auxiliadora después de acompa-
ñarla en su último sí al Padre, la habrá escogido amorosamente para intro-
ducirla en aquella Casa que tenemos arriba, como le gustaba decir a
Madre Mazzarello.
Desde allí nos recuerda y espera.
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SOR JUANA ALONSO
Nació: el 24 de septiembre de 1931 en Santander
Profesó: el 5 de agosto de 1951 en Madrid
Murió: el 2 de enero de 1987 en Bata (Guinea Ecuatorial) en accidente aéreo
Sor Juana Alonso nació en Santander el 24 de septiembre de 1931
siendo bautizada el 30 de septiembre y confirmada dos años más tarde.
Dios le regaló desde su nacimiento un hogar donde el trabajo, la vida
sencilla y la ayuda al necesitado eran la nota predominante de la jornada.
Su hermano Francisco, bastante mayor que ella marchó al Aspirantado
de los salesianos cuando ella sólo tenía dos años. Crecía alegre y jugueto-
na. Sus padres la educaban con su ejemplo cristiano más que con pala-
bras. La vida para el matrimonio no era demasiado fácil, pues para sacar a
sus hijos adelante tenían que trabajar intensamente. Eran muy generosos
y lo demostraban sirviendo a todo vecino de su pueblo natal que fuera a
vivir a Santander, sobre todo por motivo de enfermedad.
Hacían cada día la comida para el comedor infantil de las Religiosas
Esclavas del Sagrado Corazón de Jesús.
En esta escuela familiar de fe, trabajo y donación, Juanita -como cari-
ñosamente la llamaban sus padres- iba poniendo los grandes cimientos
de su vida.
Poco después sus padres se trasladaron a Madrid por motivos de tra-
bajo y ella estudió interna en el Colegio de Villaamil. Aquí la siembra que
tan gozosamente habían hecho sus padres, empezó a germinar. Pronto
destacó por su alegría y simpatía sumándose a cualquier iniciativa. El esti-
lo salesiano tan de acuerdo con su carácter la sedujo y manifestó pronto
su deseo de ser Hija de María Auxiliadora. Sus padres que rezaban para
que sus hijos fueran buenos religiosos gozaron con esta decisión.
Comenzó su Aspirantado con el curso 1948-49. El 31 de enero de
1949 tomó la esclavina en Salamanca. El 5 de agosto del mismo año tomó
hábito en Madrid-Dehesa de la Villa y allí inició el Noviciado.
Profesó el 5 de agosto de 1951 y fue destinada al Colegio de
Madrid-Delicias. Allí entregó los primeros diez años de su vida religiosa.
Su testimonio de alegría y sencillez no se borrará nunca del recuerdo de
numerosas Antiguas Alumnas. Era el alma del Oratorio y de esas tardes de
patio en las que los juegos y las bromas hacían felices a niñas y jóvenes. A
la hora del Catecismo también sabía transmitir ese fondo de fe aprendido
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desde su más tierna infancia y lo hacía con tanta amenidad que sus ense-
ñanzas y ejemplos calaban hondo en sus jóvenes.
Preparó durante muchos años el Ingreso de Bachiller. Era tan compe-
tente que sus alumnas empezaban con soltura los estudios superiores y
reconocían la base firme aprendida con Sor Juana.
Según el testimonio de alguna Hermana sabemos que ella era el alma
de los recreos comunitarios. Siempre fácil a contar chistes o cualquier
cosa que hiciese feliz a las Hermanas. Por su juventud y forma de ser en
ocasiones era reprendida por la Superiora, pero jamás se veía en ella falta
de humildad en la aceptación de la represión. Siempre estaba alegre.
Estaba dotada de un buen carácter y era difícil encontrar en ella muestras
de una gota de amargura.
Antes de sus Votos Perpetuos vivió junto con sus padres un fuerte
sufrimiento: el hermano mayor, Salesiano, les comunicó la decisión de
secularizarse. Era una vocación tan cultivada por todos que les costó
hacerse la idea de que se pudiera desvanecer, pero pronto tuvieron que
aceptar la nueva forma de vida que él voluntariamente elegía.
Después de esos diez años de gozo en la Casa de Delicias, estuvo por
poco tiempo en los Colegios de La Roda y Palencia como Profesora de
clases elementales y por fin volvió a estar otros diez años en Burgos, alter-
nándose en los Colegios de la Barriada Yagüe y en el de la Virgen de La
Rosa. En el primero daba clase de primera Enseñanza y fue un tiempo
Vicaria y Consejera. En el segundo atendía a su clase y era la Vicaria y la
animadora de la Asociación de Padres de Alumnas.
Una Hermana Directora de Burgos la recuerda así: «Mujer de gran
capacidad de sufrimiento, especialmente en el aspecto moral. Acogedora,
sencilla en todas sus manifestaciones. Niñas, jóvenes y Hermanas eran
muy amadas por ella. Preparaba sus clases con responsabilidad poniendo
en ellas creatividad, entusiasmo. Generosa en el sacrificio, dinámica en la
jornada de cada día. Tanto en la Asociación de Padres como en la Comu-
nidad las convivencias recreativas estaban selladas por el aire jovial y bro-
mista que la caracterizaba. Tenía mucha iniciativa.
No obstante su actitud de fraternidad, su temperamento primario la lle-
vaba a veces a reacciones rápidas que producían algún choque, pero ella
lo disipaba en seguida con su humilde disculpa. No amontonaba en su
interior sinsabores. No traducía en silencios negativos el pequeño choque
temperamental. Era fácil siempre para ella perdonar y «volver a empezar».
En 1979 encontramos a Sor Juana en Granada, en la Inspectoría de
María Auxiliadora del Sur de España. El motivo era que su madre se había
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trasladado a esa ciudad. Sor Juana comprendió que la ancianidad de su
mamá, la falta de salud y lo mucho sufrido en la vida necesitaban de su
cercanía y solicitó de las Superioras este cambio temporal. Después vol-
vería contenta a nuestra Inspectoría.
El Colegio de Granada es un internado para niñas de familias necesita-
das. Les daba clase y era asistente de un grupo. Eran criaturas carentes
de todo, pero sobre todo de afecto. Pronto se ganó la simpatía y el cariño
de las niñas y de las Hermanas. Siempre estaba mezclada con las niñas.
Dice una Hermana asistente como ella de un grupo:
«Fue mucho más que su propia madre, muchas de las cuales ni siquie-
ra las visitaban. Siempre entre sus asistidas fue una auténtica Hija de Don
Bosco que se dio por entero a los pobres y marginados.»
La salud de su madre fue en rápido declive y ella supo compaginar su
entrega incondicional a las niñas con el cuidado exquisito y cariñoso de su
entrañable mamá. La atendía de noche, mientras su hermano y cuñada lo
hacían de día. La enferma no dejaba de dar gracias a Dios diciendo: «Yo la
quise toda para Ti y ahora me la prestas porque necesito su ayuda».
Después de este bienio tan pleno en donación a estas niñas, y a su
familia, partió su madre para el Cielo.
Entonces le llegó la obediencia a Sor Juana para ir al nuevo Colegio del
Barrio del Pilar de Madrid. El dolor de esta pérdida tan irreparable como es
la de una madre lo guardará en su corazón y a las niñas y a las Hermanas
volverá a darles su simpatía y alegre sencillez. En esta nueva misión volve-
rá a dar clases y será la Encargada de Estudios y de los Padres de Familia.
Sin embargo dentro de ella albergaba un gran deseo que puso de
manifiesto después de perder a su madre: quería ser Misionera. Qué feliz
se sintió cuando ante su disponibilidad y generoso ofrecimiento Las Supe-
rioras pensaron en ella y la mandaron a Malabo (Guinea Ecuatorial).
Partió a finales de Agosto de 1983. No tuvo miedo a su salud un poco
quebrantada. Estaban a punto de empezar las clases en Guinea y no pudo
contar con un período de adaptación previo.
En la Comunidad se encontró con una Hermana de su misma profesión
la cual nos dice: «He vivido con ella en Malabo y he constatado que las
virtudes de la joven novicia se habían acrecentado con los años y afianza-
do esa madurez y equilibrio sereno aun en los momentos más difíciles de
su vida. Su jornada era una continua oración vivida en sencillez.
Tenía un hermoso campo de apostolado entre los niños y jóvenes gui-
ñéanos. Era plenamente feliz y su gozo lo irradiaba a su alrededor».
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La que fue su primera Directora en Malabo atestigua: «Estuvo en Mala-
bo tres años y cuatro meses. De carácter fuerte y humilde. Siempre dis-
puesta a ayudar. En la comunidad era muy querida, tenía el corazón más
grande que su persona... Sabía reconocer sus fallos y rápidamente volvía
a la serenidad, perdonando o pidiendo perdón. Tenía unas dotes pedagó-
gicas especiales: hacía trabajar a todos sus alumnos en todos los niveles
en donde dio clase: Magisterio, Bachiller, Primaria. En la preparación daba
ejemplo de trabajo organizado y constante.
Las internas la querían mucho, les enseñaba cantos, juegos, adivinan-
zas y las mantenía alegres durante horas enteras.
Las tardes de los sábados las dedicaba al poblado de Baney que es
uno de los más grandes de la isla. Allí se preocupaba de la preparación a
la Confirmación. Los domingos animaba con otras Hermanas el «Grupo
Juvenil Don Bosco». Destacó por su jovialidad, alegría, optimismo e inicia-
tiva».
Ciertamente la salud de roble de Sor Juana tuvo alguna quiebra. Las
fuertes y prolongadas molestias en las rodillas decidieron a las Superioras
a enviarla a Madrid el 7 de enero de 1986 para someterse a una revisión
médica. Los médicos decidieron operarla y se realizó la intervención a
finales del mismo mes.
Siguió un largo período de recuperación y convalecencia, pero no fue
tiempo perdido. Su espíritu misionero fue allí donde podía obtener algo útil
para su Guinea: material escolar, ropa, cintas de cassette, discos, donati-
vos. Todo lo que recibía le hacía feliz. También fue ocasión de encuentros
con Hermanas, charlas a las niñas sobre las Misiones. Todo lo hacía con
un entusiasmo que contagiaba.
Muchas de sus Antiguas Alumnas de su Colegio de Delicias, al enterar-
se de que estaba en Madrid, fueron a verla y a recordar con ella aquellos
inolvidables tiempos de infancia y juventud. También de ellas recibió el
regalo de su amistad sincera y además algún que otro objeto para sus
misiones.
A primeros de julio le dio el médico el alta. Se daba la feliz coincidencia
de que las Hermanas de las tres Inspectorías de España se reunían en
Burlada para un Curso de Renovación. Ella desde su silla de ruedas había
colaborado en la preparación, porque eran las Hermanas de su profesión
a las que correspondía este curso de verano. Y fue grande su alegría por-
que así pudo participar con ellas a tan entrañable encuentro.
«No había vuelto a convivir con ella desde el Noviciado, manifiesta una
Hermana y en Burlada he comprobado que no ha cambiado esa forma de
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ser particular suya: Con su habitual gracejo nos hizo reír con los recuer-
dos, anécdotas, cantos y todo lo que nos hablaba de nuestros primeros
tiempos».
Contaba sus experiencias misioneras y sus deseos de volver con su
querida gente de Guinea.
El mes de agosto después de visitar a sus familiares regresó a Malabo.
Se cumplían los tres años de su primera llegada.
El primer trimestre transcurrió normalmente, rico en trabajos escolares
y actividades pastorales. A pesar de su pierna operada muchas veces
cansada y dolorida, subía, bajaba y enseñaba, evangelizaba y acogía.
Llegaron las Navidades y con ellas el día elegido por Dios. Había salido
de España entonando el Magníficat sin sospechar que su Señor prendado
de su pequenez la deseaba en su Reino.
Las fiebres palúdicas habían azotado a la Comunidad en los últimos
meses, lo que unido a la dureza del clima y al intenso trabajo les hacía
sentirse muy débiles. El gobierno Español ofrecía a los cooperadores un
viaje en Aviocar y alojamiento gratis en el Continente y decidieron ir algu-
nas Hermanas para recuperarse.
El día 26 de diciembre de 1986: Sor María Nieves Domínguez, Sor
Juana Alonso, Sor Araceli Moreno y Sor Úrsula Bosara hicieron el viaje de
una hora de duración. Pasaron unos días tranquilos, de mucho descanso;
agradecían al Señor la oportunidad de recuperarse para volver a su traba-
jo pastoral con nuevas energías.
El dos de enero era su día de regreso a Malabo. A primeras horas de la
tarde subían al pequeño avión con otras quince personas -cuatro de ellas
niños guiñéanos y su madre- más tres miembros de la tripulación. Todos
ellos satisfechos de los días pasados... ¿Cómo se iban a imaginar lo que
dentro de breves minutos les esperaba?
Se eleva el aparato. No responde un motor. Piden aterrizaje forzoso.
No se lo concede el controlador y a los pocos instantes se precipitan en el
mar a unos ciento cincuenta metros de la playa. Todos mueren en el acto,
ninguno ahogado. El tremendo golpe ha sido suficiente para segar sus
vidas.
Tu paso por este mundo ha sido un regalo de Dios.
Sigue tendiéndonos una mano desde el Cielo.
Gracias por la estela de alegría que dejaste en nuestra Inspectoría.
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SOR MARÍA NIEVES DOMÍNGUEZ
Nació: el 28 de septiembre de 1936 en Pozuelo de la Orden (Valladolid)
Profesó: el 5 de agosto de 1963 en Madrid
Murió: el 2 de enero de 1987 en Bata (Guinea Ecuatorial) en accidente aéreo
Sor María Nieves Domínguez Ordóñez nació en Pozuelo de la Orden
(Valladolid) el 28 de septiembre de 1936, siendo bautizada el 11 de octu-
bre del mismo año y confirmada en Pozuelo de la Orden el 4 de julio de
1946.
Nieves era la cuarta de siete hermanos. Sus padres, Francisco y Flo-
rentina trabajaban sin descanso para sacar a la familia adelante en aque-
llos años de guerra.
Nieves era una niña alegre, amiga de todas las niñas, jugaba con
todas. Si alguna le pedía una explicación de las lecciones lo hacía con
gusto. «En casa -comentan sus hermanas- hacía los deberes y por la
noche le gustaba que nuestro padre le preguntara las lecciones para com-
probar si las había aprendido».
La maestra del pueblo la recuerda con cariño: «En la Escuela nunca
perdía el tiempo, daba gusto verla trabajar con entusiasmo, como quien
disfruta aprendiendo. Cuánto la recuerdo leyendo con los pequeños y
recitando el Catecismo que entonces se les enseñaba de viva voz. En el
mes de mayo nunca faltó a ofrecer flores a la Virgen y recitar versos...
Laboriosa en extremo, atenta, cariñosa y llevando siempre alegría al
grupo en que se encontraba».
Tenía muchas amigas. Una de ellas conocía a una Salesiana que era de
su pueblo y estaba entonces de Directora en la Dehesa de la Villa. Una
tarde, al salir del centro, María invitó a Nieves a visitar a su paisana.
¡Designios inescrutables de Dios! ¿Quién podría pensar que ese paseo
sería el comienzo de su vocación salesiana?
A Nieves le gustó el ambiente y comenzó a frecuentar el Colegio. A tra-
vés de las lecturas de las vidas de nuestros Santos y el diálogo con las
Hermanas, fue conociendo el Instituto y su vocación se fue cristalizando
fuerte y vigorosa. Incluso trabajó una temporada en el taller de punto para
conocer más de cerca las obras y el estilo salesiano. Aquella Casa con el
Colegio, los talleres y el Noviciado le ofrecían un hermoso panorama.
El año 1960 entró en el Aspirantado. Tenía 23 años. Su primera activi-
dad fue ayudar en la ropería y servir las comidas al Padrecito, anciano
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capellán y veterano misionero de Argentina. Era un Salesiano muy amante
de nuestro Instituto, de nuestros Santos. Conocía a las Aspirantes y se
interesaba por su formación. Era perspicaz en el discernimiento de las
vocaciones.
Un día preguntó a la Directora del Aspirantado: ¿A qué Aspirantes
ponen ustedes a estudiar? «A las más jovencitas» le respondió. «Hay Aspi-
rantes mayores con capacidad para estudiar, insistió el Padrecito. Fíjese
en sor Nieves, es prudente, inteligente y piadosa.» Pronto la mandaron a
las clases de Bachillerato. En este tiempo hizo primero y segundo de
Bachiller.
En 1961 tomó el hábito y pasó al Noviciado de la Dehesa de la Villa.
Fue Novicia trabajadora y piadosa, humilde y sencilla, callada y alegre,
que edificaba con su vida.
Profesa el 5 de agosto de 1963. La destinan como estudiante al Cole-
gio de Madrid-Villaamil. Allí acabó el Bachillerato.
Era una Hermana de muchas esperanzas, muy espiritual y a la Madre
Inspectora le pareció bien que estudiara Teología en Roma. Fue alumna
de Ciencias Religiosas en el Instituto «Regina Mundi» filial de la Universi-
dad Gregoriana. De 1967 a 1971 hizo su Licenciatura.
Hizo sus Votos Perpetuos en Roma con gran fervor el 5 de agosto de
1969. Dos grandes deseos manifestó al Señor ese día: el vivir con radicali-
dad su vida religiosa y la llegada de su hermano Fernando al Sacerdocio.
El es consciente de que siempre su hermana trató de alentar su vocación;
lo animaba, le escribía, rezaba por él. El lo resume así: «En la carta que me
escribió Nieves en su profesión perpetua me decía que iba a ser el apoyo
de mi sacerdocio... Ciertamente me cuidó con cariño de hermana y de
madre».
El curso 1971-72 fue cuando Sor Nieves inició su actividad docente en
el Colegio de Huérfanas de Ferroviarios de Palencia. Es Asistente de inter-
nas, tutora y Profesora de Religión en Bachillerato Elemental. Era difícil
mantener la disciplina y admirable su paciencia y respeto, ni en los
momentos de desorden levantaba la voz.
La Madre Inspectora en su visita a la Casa recogió esta impresión: «La
conocí más de cerca en Palencia. Todas las Hermanas y niñas se hacían
eco de su bondad y de su espíritu religioso.»
Manifestaba un gran celo apostólico. Como Asistente no se medía ni
ahorraba sacrificios por el bien de las niñas.
Estuvo sólo dos años en Palencia y en sólo ese tiempo dejó en la
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Comunidad que era muy numerosa, una sensación de serenidad y paz
muy grande. Hablaba poco, pero con su sonrisa, su trabajo silencioso lo
decía todo.
En ei curso 1973-74 la encontramos en Madrid-Plaza de Castilla. «Era
mi tutora y Profesora de Religión -nos dice una júniora- era también la
Vicaria. Todas las alumnas de esa clase supimos descubrir en ella algo
especial que nos hacía sentirnos felices a su lado. Era su sencillez, su
capacidad de adaptación y sobre todo su facilidad para seguir nuestras
bromas y meterse en nuestro «mundo». Todas la recordamos con cariño.
«Se entregaba a Dios sin escatimar nada. Si no hacemos esto, ¿qué
hacemos? daba a entender. El punto de mira lo tenía siempre puesto en
Dios, en su Reino. Era capaz de cualquier sacrificio, si alguien debía sacri-
ficarse, ella podía ser. Sacrificio y cariño se juntaron en la enfermedad de
su hermano Mario maltratado por el cáncer durante cuatro años. Tantas
veces hizo el viaje del Colegio a Leganés donde él vivía».
1974. Recibe el nombramiento de Directora del Colegio San Juan
Bosco de Salamanca. Un Colegio grande con todos los ciclos de Ense-
ñanza, internado, Oratorio y Centro Juvenil. Obra complicada para iniciar-
se en el gobierno. Su natural sencillez, su sufrimiento callado fueron las
bases de una presencia fecunda. Consciente de su misión de animadora
de la Comunidad infundió en ella el sentido de la responsabilidad, aconse-
jando y ayudando siempre certeramente. Dos años que fueron plataforma
de lanzamiento a la delicada misión de formar a las futuras Hermanas.
En 1976 se traslada el Noviciado al Colegio de Madrid-Emilio Ferrari.
Fue elegido por su obra en favor de la juventud pobre, clima adecuado
para la formación Pastoral de las Novicias. Sor Nieves era Maestra de
Novicias y Vicaria de la comunidad. Algunas Hermanas nos expresan
cómo la sintieron aquellos años: «Como miembro de la Comunidad se
manifestó sencilla y humana, no tenía muchas palabras, pero te sentías
acogida por ella».
«Era muy comprensiva con todas. Muy piadosa y austera consigo
misma, muy observante de la Vida Religiosa. Como Vicaria era muy firme
en sus decisiones y recta en defender cuanto ella veía.
Sabía comprender a las Novicias. Si alguna Hermana en los momentos
de expansión se quejaba del bullicio y algarabía que formaban, ella insistía
en que eran jóvenes y tenían que manifestar ruidosamente su alegría. A
quienes le llamaban la atención por algún fallo les decía que todas había-
mos sido Novicias y tuvimos que aprender».
«Tenía un gran empeño en que toda la Comunidad se sensibilizara en
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su papel de formadora y no dejara esta responsabilidad sólo en sus
manos».
Damos ahora la palabra a sus primeras Novicias: «Hice el Noviciado de
1976 a 1978. Eran los dos primeros años de Sor Nieves como Maestra y
con ella empecé una nueva andadura de mi formación en la Vida Religio-
sa. Son muchas las vivencias de este tiempo. La recuerdo como una Hija
de María Auxiliadora que trataba de vivir cada día en plenitud su vocación.
Trabajaba sin descanso, se daba sin medida. Si me acercaba a ella me
acogía cordialmente y dejaba todo por escucharme. A estos momentos de
encuentro les daba mucho valor. Era una enseñanza «personalizada» en
que te ayudaba a crecer, a buscar lo esencial, a valorar la vida de Comuni-
dad... Me exigía mucho, pero se exigía mucho más a sí misma. En el tra-
bajo cogía la parte más dura, en participar en la vida común era la prime-
ra. Su ejemplo era el mejor método de formación. Era humilde, al menor
fallo pedía disculpa.
«Conocí a Sor Nieves en Emilio Ferrari cuando comencé el Noviciado.
Pronto me di cuenta de que era una Hermana con gran espíritu religioso y
salesiano. Admiraba mucho a nuestros Fundadores y amaba de todo
corazón al Instituto.
Siempre me ha impresionado su rectitud de intención. Bien podría
decirse que vivió el lema de Don Bosco así: «Dadme buenas Hijas de
María Auxiliadora y llevaos todo lo demás». Esta era su gran satisfacción:
ver a la Novicia que crecía en espíritu religioso y salesiano. Cuando tenía
que corregirnos lo hacía con mucho afecto y con tanta eficacia que reper-
cutía positivamente en nuestro crecimiento vocacional.
Sor Nieves siempre ha sido misionera. Disfrutaba mucho hablando a
las Novicias de las primeras misioneras, incluso nos propuso estudiar en
profundidad a una Misionera cada Novicia y luego poner en común el
resultado de nuestro estudio para enriquecernos mutuamente. Siempre
nos decía que cuando acabara su cometido como Maestra de Novicias iría
a las Misiones.
Destacaba también su equilibrio en la oración, porque todo su queha-
cer era pura contemplación. Como trabajadora incansable que era, oraba
mucho en sentido de abandono en las manos del Padre y de discerni-
miento: ¿qué es lo mejor, Señor?
1980. Se traslada el Noviciado a El Plantío-Colegio donde se imparte la
Educación Preescolar y la Enseñanza General Básica. Sor Nieves es la
Directora de la Casa y la Maestra de las Novicias. Se ensancha su radio de
acción: es responsable del Colegio, animadora de la Comunidad y Forma-
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dora de las jóvenes Novicias, tarea en la que lleva cuatro años y ha adquiri-
do una rica experiencia. Su misión le exigía hacerse toda para todas.
Se la sentía desprendida de todas las cosas. Si tenía algún detalle lo
regalaba en seguida. Si su familia quería hacerle un regalo, nunca lo acep-
taba, no tenía necesidad de nada, era «la pobreza andante» cuantas vivie-
ron con ella lo pueden decir.
«Sus sentimientos -nos dice una Novicia de El Plantío- se identificaban
con Jn 10,10. «Para que tengan vida y la tengan en abundancia». Deseaba
ir dando su vida sin medirse por los jóvenes. Nos dio a todas lecciones de
austeridad, de no poner la fuerza en aquello que no proporciona verdade-
ra felicidad; ella necesitaba muy pocas cosas y con ellas era feliz. Decía
que sus años de Maestra habían sido de los más felices. Disfrutaba de
nuestra espontaneidad e ideas y nosotras poco a poco nos íbamos empa-
pando de su espiritualidad sencilla y enraizada en el Señor.
Nunca nos mandó un trabajo que no fuera ella por delante: limpiezas,
pinturas, arreglos, reuniones... Nos ha enseñado a no tener miedo a nin-
gún trabajo que pudiera ser positivo para el bien de las jóvenes».
Otra Novicia suya la define así: «Sor Nieves era ante todo una persona
profundamente humana, abierta a las distintas mentalidades y con gran
bondad de corazón. Fue exigente con nosotras las Novicias y en algunos
momentos nos costó admitirlo, pero siempre venció la rectitud de inten-
ción y el gran amor que nos tenía. Todas supimos reconocerlo en uno o en
otro momento. Realmente fue para nosotras una auténtica Maestra a
quien sentíamos cerca en nuestro proceso de formación, enteramente dis-
ponible a cuanto pudiéramos necesitar de ella y preocupada al máximo
por ayudarnos a crecer como personas humanas y religiosas. Y además
de Maestra en el mismo grado era Hermana, así se hizo querer como una
Hermana más en la Comunidad, de las que lo son de verdad».
Personalmente siento que me ha quedado mucho bueno de ella. Sí es
mucho lo que me enseñó con su vida sencilla, austera, disponible y entre-
gada a tope. Auténtica, trabajadora, buscadora incansable de Dios y con
grandes deseos de vivir compenetrada con su voluntad.»
Hasta aquí nos han hablado las que fueron sus Novicias en El Plantío.
Es hermoso ver la coincidencia de todas en resaltar los valores de su que-
rida Maestra. Aquí queda bien subrayado el perfil humano y espiritual de
nuestra fervorosa hermana.
En 1983 es nombrada Consejera Inspectoría!. Su conocimiento a fondo
de las Hermanas jóvenes era una buena aportación a la animación inspec-
torial. En septiembre de este año la nueva Inspectora muere en accidente
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de coche y la Vicaria Inspectorial la sucede. Es entonces cuando Sor Nie-
ves pasa a ser Vicaria Inspectorial.
Desde ahora todo va a ser breve, cambiante y rápido en su vida. El
Señor acelera el momento del encuentro definitivo. Será también su último
año de Maestra de Novicias. El curso 1984-85 será Directora de la Casa
Inspectorial y Vicaria Inspectorial.
En el verano de 1985 nos sorprende la noticia: Sor Nieves Domínguez
va a Guinea Ecuatorial. Será la Directora de la Comunidad de Malabo. A
finales de agosto con su hábito blanco de Misionera se dirige al aeropuer-
to con una sonrisa grande y mucha luz en los ojos.
Por fin su ideal tanto tiempo acariciado va a ser realidad. A una Júniora
que lamenta su marcha la anima: «En el sacrifico y en la donación es
donde crecemos. Seguimos unidas con la antorcha encendida. Te espero
en Malabo.
Estuvo en África 16 meses. Un tiempo apretado, denso, vivido con
intensidad.
¿Cómo la recuerdan las Hermanas de la Comunidad?
Es Sor Pilar Alvarez, sumida en el dolor de la reciente tragedia, hace un
rato de oración para poder escribir serena estas letras: «Sor Nieves desta-
có por la prudencia y sencillez; en su trato era afable, tenía una sonrisa a
flor de labios que le abría el corazón a todos, especialmente a los niños,
sus grandes amigos.
En el primer año de su estancia aquí dio clase de Lengua a Nivel Pri-
mario en el Colegio nacional «Enrique Nvo» del barrio «Elá Nguema». Allí
los niños, incluso los que no asistían al Colegio y no sabían español, para
saludarla le cantaban las canciones que ella enseñaba a sus alumnos: «Te
damos las gracias, Señor, por las manos...» Todos los demás maestros
del Colegio apreciaban su trabajo hecho con profundidad, esmero y dili-
gencia.
En el internado las niñas la querían mucho, la llamaban para cualquier
cosilla y ella pacientemente atendía a todas sus llamadas.
Este curso daba clase en nuestro Colegio. En octubre a segundo y
después en noviembre a cuarto. Siguió con su esfuerzo de preparación,
trabajo concienzudo y dedicación plena.
En la Pastoral se multiplicaba: los viernes ya de noche un grupo de
Confirmación, los sábados las vocacionales, los domingos por la tarde las
AMS y también la Archicofradía de María Auxiliadora todos los 24 y en las
fiestas del Instituto... No había huecos en su tarea diaria.
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En la Comunidad creó un clima sereno, dirigió especialmente a las
Júnioras nativas, Sor Úrsula y Sor Loreto, a quienes reunía semanalmente,
siempre estaba dispuesta al diálogo, serena y en algunas ocasiones firme.
Muy Salesiana.
Las Hermanas la admirábamos por todo esto que hacía de ella una Hija
de María Auxiliadora generosa, humilde, llena de buena voluntad, con cri-
terio equilibrado y recto... siempre ocupada, siempre con algo entre las
manos, pero nunca cerrada, la encontrabas conscientemente atenta a ti
aunque tuviera muchas cosas que la urgían.
Su recuerdo entre nosotras es entrañable, lleno de afecto y delicadeza,
como era ella.»
Tenemos también el testimonio de las internas de Malabo: «Sor Nieves
era una Hermana muy amable, sencilla, con un corazón lleno de humildad,
servicial, atenta siempre a todas, con los ojos abiertos para ver lo que
necesitábamos las que estábamos a su alrededor. Sabía tener buenos
detalles con la gente sin distinción entre pequeños y mayores.
Se preocupaba mucho de las chicas del grupo AMA y más de las que
somos del grupo vocacional. Nos daba charlas hablando de la vida de
Don Bosco y de Madre Mazzarello, nos ponía diapositivas, preparaba
algún día de retiro. Sor Nieves era muy buena, sembradora de paz».
No hemos hablado de la devoción de Sor Nieves a la Santísima Virgen.
Si como nos decía su Maestra fue viva en su infancia, la confianza en su
auxilio fue creciendo gradualmente a lo largo de su vida. Así lo expresa su
hermano Fernando: «La celebración de sus fiestas era una ocasión para
manifestarla. Me escribió desde Malabo: «Sentimos mucho la presencia
de la Virgen y procuramos celebrar sus fiestas y difundir su devoción y
esperamos abra camino».
En el verano de 1986 tuvo que regresar a España con un fuerte palu-
dismo y estuvo ingresada en el Hospital del Rey. Al final del verano, ya
repuesta, regresó a África. Desde allí escribió a una Hermana: «En el viaje
de regreso le dije al Señor que tomara mi vida y que me concediera la gra-
cia de confiar en El plenamente, porque ¿sabes? pasé miedo en el avión
en algún momento, se movía mucho y eso creo que no es confiar del
todo... ¿Sería un presagio de lo que le sucedió después?
Llegaron las vacaciones de Navidad. Las fiebres palúdicas habían azo-
tado a la Comunidad en los últimos meses, lo que unido a la dureza del
clima y al intenso trabajo, les hacía sentirse muy débiles. El Gobierno
Español ofrecía a los Cooperadores viaje en el Aviocar y alojamiento gratis
en el Continente y decidieron ir unos días a recuperarse. El día 26 de
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diciembre de 1986, Sor Nieves Domínguez, Sor Juana Alonso, Sor Araceli
Moreno y Sor Úrsula Bosara hicieron el viaje de una hora de duración.
Pasaron unos días tranquilos, de mucho descanso, agradecían al Señor la
posibilidad de recuperar fuerzas para insertarse a su regreso con nuevos
bríos en su trabajo educativo pastoral.
El día 2 de enero era el día de regreso a Malabo. A primeras horas de la
tarde subían al pequeño avión con otras dieciséis personas -cuatro de
ellos niños ecuatorianos y su madre- más tres miembros de la tripulación.
Todos satisfechos de los días pasados...
Se eleva el avión, no responde un motor, piden aterrizaje forzoso, no se
le concede el controlador y a los pocos instantes se precipitan en el mar a
unos 150 metros de la playa. Todos mueren en el acto, ninguno ahogado,
el tremendo golpe ha sido suficiente para segar sus vidas.
Nieves, hermana, el Señor escuchó tu palabra y ha tomado tu vida en
sus manos. Y con infinita confianza se la has entregado.
Tu paso por este mundo regalo ha sido de Dios.
Sigue tendiéndonos tu mano desde el Cielo.
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SOR ARACELI MORENO
Nació: el 13 de enero de 1946 en Villamediana (Palencia)
Profesó: el 5 de agosto de 1969 en Madrid
Murió: el 2 de enero de 1987 en Bata (Guinea Ecuatorial) en accidente aéreo
Sor Araceli Moreno Salas nació en Villamediana (Palencia) e!13 de
enero de 1946, siendo bautizada el 3 de febrero del mismo año y confir-
mada el 7 de octubre de 1955.
Sus padres, Teófilo y Lucía, sencillos y piadosos campesinos eran feli-
ces con sus tres hijos. Araceli era la mayor. La enfermedad de la madre y
su muerte sumió a la familia en un gran dolor.
Teófilo, el padre era un hombre trabajador, honrado y muy amante de
sus hijas. Deseando lo mejor para ellas pensó en su hermana Rosario que
vivía también en su pueblo natal y le propuso que abriera las puertas de su
casa a él y a sus tres hijas que necesitaban una madre. Pudo así paliar un
poco el desamparo que le había quedado tras la muerte de su esposa.
La tía Rosario, como la llamaban las niñas, tenía un corazón grande,
sentía un gran cariño por su hermano y por las niñas y no lo pensó dos
veces. Se los llevó a todos a su casa. Tenía Araceli 7 años, Emilia 5 y sólo
contaba cuatro la más pequeña, Lucía.
Araceli desde pequeñita era muy alegre, atrevida, desenvuelta...
Así fue transcurriendo su infancia y adolescencia en Villamediana su
pueblo natal. A los catorce años terminó su período escolar. Como hacían
otras jovencitas marchó a Valladolid para trabajar como empleada de
hogar en casa de unos señores que eran del pueblo.
Posteriormente su familia se trasladó a San Sebastián, porque su
padre encontró allí trabajo y ella también consiguió en esa ciudad una
buena casa para trabajar, donde se hizo querer y era considerada como
una más de la familia. Tenían una hija Maestra con muchas inquietudes
apostólicas que compartía con Araceli; las dos decidieron hacer una expe-
riencia de promoción cultural y evangelización en una zona rural muy
pobre de Andalucía. Araceli colaboraba con las clases de labor y Cateque-
sis a mujeres y niñas. Había algunos de catorce años que no sabían ni el
Padrenuestro. Tenía un grato recuerdo de esta misión que fue un paso
importante en el descubrimiento de la llamada de Dios. Entonces Araceli
tenía 18 años. Sintió fuerte el amor por los jóvenes pobres y abandona-
dos.
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Cuando llegó a San Sebastián una amiga la llevó al Oratorio Festivo de
nuestro Colegio de la «Cuesta de Aldaconea» y fue muy sensible al atrac-
tivo de la vocación Salesiana. Al regresar de Andalucía su vocación estaba
más definida y comenzó a dialogar con la Directora para que le ayudara a
discernir y decidir.
Nos escribe una Hermana de su profesión:
«Conocí a Araceli al entrar en el Aspirantado. Vivimos juntas esta etapa
importante de la vida que es tiempo de formación. Juntas dimos los pri-
meros pasos y juntas aprendimos lo que significa ser Hijas de María Auxi-
liadora. Fuimos ahondando en nuestra vocación y compromiso y de aque-
llos años recuerdo que lo que más la caracterizaba era sin duda el afán de
superación, el dominio de una timidez no propia de su carácter sino de la
novedad de vida tan distinta de la vivida hasta entonces. De hecho en este
ejercicio fue creciendo a pasos agigantados hasta lograr ser esa Araceli
intrépida que hemos conocido todos los que hemos tenido la dicha de
convivir con ella».
Profesó el 5 de agosto de 1969. Pasó su primer año de Profesa en el
Juniorado interinspectorial de Huesca. La que fue su Directora nos mani-
fiesta su recuerdo: «Conocí a Sor Araceli en el Juniorado. Era una Herma-
na sencilla y buena, humilde y dócil, con grandes deseos de santidad. Se
trabajaba en la virtud y se superaba continuamente. Siempre estaba dis-
ponible y alegre, era muy responsable».
Al terminar su Juniorado fue su primer destino el Colegio de Burgos
«Virgen de la Rosa». Le dieron el oficio de cocinera, que por cierto lo
desenvolvió con mucha soltura, por su modo de ser y por la práctica de
sus años de trabajo. Aun tenía tiempo para otras actividades: era también
la enfermera y sentía inclinación por ese trabajo. Comenzó a asistir a cla-
ses para prepararse bien, con la ilusión de poder ayudar a todos los que
pudieran necesitar sus servicios que serían siempre generosos, alegres y
desinteresados hasta los últimos momentos de su vida. En los cuatro años
que estuvo en Burgos se hizo «Dama de la Cruz Roja» y «Auxiliar de Clíni-
ca».
En agosto de 1975 recibe el cambio a la Residencia de santa Teresa de
Madrid, como enfermera. La Directora nos comenta: «Encajó perfecta-
mente desde el primer momento; colaboraba muy bien con las otras
enfermeras, era muy entregada y cariñosa con las enfermas; su habilidad
en el «volante» nos facilitaba mucho el traslado de las enfermas a las con-
sultas de los médicos. Posteriormente fue también Ecónoma.
Conforme avanzada el tiempo se compenetraba más y más con la
Comunidad y con su misión en ella. Fue un miembro muy activo en toda
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circunstancia: trabajo, oración, recreos y distensión. Tenía una gran capa-
cidad de animación.
En la enfermería fue brazo fuerte. Eran momentos de gran trabajo y
preocupación, en los cuatro años que estuvo allí murieron tres Hermanas
tras dolorosa enfermedad.
Otra prueba de su valor fue el accidente sufrido por las Hermanas y
Antiguas Alumnas de la Plaza de Castilla cuando regresaban de Lourdes.
Aprovechó para ir con ellas hasta San Sebastián y visitar a la enferma.
En el viaje de regreso al caer el autocar por un precipicio, sufrió fractu-
ra de coxis, piernas y cuerpo magullado... sin poder moverse varios días
de la cama y sin ninguna queja, ni una exigencia. Con gran fuerza de
voluntad superó todo, hasta coger el volante en cuanto pudo para superar
prejuicios.
Tan joven, vigorosa y activa, alguna vez chocaba con los más débiles,
pero era tan momentáneo que rápidamente rectificaba y con sus risas y
bromas borraba lo que había podido hacer sufrir.
Viví con Sor Araceli -manifiesta una Hermana joven- un mes y medio
en la Residencia de Enfermas. Fue poco tiempo, pero la vivencia fue inten-
sa, ya que por las circunstancias vivimos muy unidas. Descubrí en ella una
entrega total y gozosa de modo que en mí que comenzaba mi vida religio-
sa, dejó una gran huella.
Trataba a las Hermanas mayores y enfermas con un cariño y delicade-
za grandes. Siempre sonriente. Trabajaba sin desmayo en todo, tanto en
la enfermería como en las demás labores de la casa. Su vida de oración
era profunda. Todas las semanas hacíamos la meditación comentada y
por la tarde un rato de oración.
Su alegría era contagiosa y sabía hacer reír a aquellas Hermanas que
sufrían en su enfermedad.
Los domingos era asistente del Oratorio del Colegio. Allí podía desple-
gar su capacidad de entrega a los niños y jóvenes, olvidando el cansan-
cio que durante la semana acumulaba en su trabajo de enfermera. Esa
tarde se la suplía como respuesta a la fuerte llamada de la juventud en su
corazón oratoriano.
En el verano de 1979 recibe una nueva obediencia: en el Colegio de
Madrid-Plaza de Castilla será portera y enfermera.
También aquí se le ofreció ocasión de colaborar en la pastoral juvenil.
Funcionaba en el Colegio un grupo de «Boy Scouts» mixto muy riguroso,
la Hermana responsable necesitaba ayuda. Sor Araceli se ofreció y se
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entregó de lleno a esta tarea. En la portería tenía ocasión de hablar con
los niños y jóvenes de grupo cuando iban a dar una vuelta por el Centro,
se interesaba por su vida y les daba buenos consejos.
Siempre que podía salía con ellos de marcha, participaba en acampa-
das y en los campamentos de verano.
Para estar al frente de un campamento se requería una titulación. Ani-
mosa como era se inscribió en un curso de Directores de Campamentos
y consiguió el diploma. Todo en función del «Da mihi animas» que reso-
naba con fuerza en su interior.
Septiembre de 1983. La obediencia la lleva esta vez a casa de Sale-
sianos: el Colegio de Huérfanos de Ferroviarios de León. La Comunidad
de Hermanas atiende la cocina y ropería del Colegio y además lleva un
Oratorio y un grupo de Cooperadores Salesianos; reforzar esa Pastoral
era la misión de Sor Araceli. Además iría a clases de Contabilidad para
prepararse mejor en la tarea de Economía que ya había desempeñado
con habilidad en la Residencia de Santa Teresa.
Al curso siguiente fue ella la Directora de la Comunidad. Las Hermanas
la sintieron muy cercana y los Salesianos la sintieron hermana que salía al
paso, con mucha competencia, a todas las necesidades del Colegio.
En el verano de 1984 se cerró el Colegio de Huérfanos de Ferroviarios
de León y Sor Araceli y las Hermanas quedaron disponibles. Ella no había
pedido nunca ir a Misiones, pero conociendo la Madre Inspectora su dis-
ponibilidad le pidió que fuera a Malabo. La necesitaba para llevar la Eco-
nomía y la enfermería. Ella aceptó sin ninguna reserva.
La despedida de León fue costosa por la separación de aquellos jóve-
nes, incluyendo los Novicios Salesianos. Se había entregado sin medida.
Así la recuerda una joven cooperadora: «Desde que llegó de Madrid la
veías siempre con su sonrisa, yo nunca la vi enfadada. Era de esas per-
sonas que siempre están alegres, nunca dejan traslucir sus problemas y
siempre están dispuestas a ayudar. Cuando se marchó de León se iba
con lágrimas en los ojos porque se había ganado el cariño de toda la
gente del barrio.
Araceli en Malabo. Septiembre de 1984. Otro continente, otro
«mundo». Por los oficios que desempeñaba entró rápidamente en con-
tacto con la situación alimenticia y sanitaria de la ciudad.
En el mercado comprobó que apenas había qué comer y lo que había
una gran parte de la población no lo podía comprar. Niños desnutridos,
hambre en muchas familias. Como enfermera, con su temperamento tan
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24.2 Page 232

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activo y disponible, se entregó totalmente a los enfermos en el dispensa-
rio y si era necesario, en las propias casas. Le dolía la falta de medios
sanitarios, se desvivía por proporcionar las medicinas que le llegaban de
Europa a sus pacientes. A pesar de su fortaleza física y espiritual pasó
unos meses abrumada, impotente ante el «panorama» que tenía delante.
Una Hermana de la Comunidad de Malabo nos escribe sobre Sor Ara-
celi: «Dos años y medio estuvo con nosotras en Malabo. Era la mujer
fuerte de la Biblia que ocupaba su tiempo siempre provechosamente.
Como enfermera tenía una destreza y seguridad en sí misma que
hacía mucho bien a quien la necesitaba: Salesianos, niñas, gentes del
país... fluían sin cesar en el pequeño dispensario del Colegio y ella junto a
la medicina y a la cura, sabía decir la palabra oportuna que llegaba al
corazón.
En la Pastoral llevaba la Catequesis de la Comunión de la Parroquia
Claret los sábados por la mañana; se iba al poblado de Baney por la
tarde, donde se encargaba de la formación de los Catequistas; pero
donde su labor pastoral subía de puntos por su ilusión, entrega generosa
y responsabilidad fue en el grupo de Cooperadores jóvenes Salesianos en
formación.
Era profunda, piadosa, sensible a la crítica, pero muy capaz de supe-
rarse en todas las dificultades...
El verano de 1986 Sor Araceli vino a Madrid para descansar. Se sentía
muy agotada y trataba de recuperarse. Fue también ocasión de encuen-
tro con tantas Hermanas de la Inspectoría, con su querida Hermana
Lucía y demás familiares. Fue un tiempo de gozo. Ya de nuevo en Mala-
bo escribía: «he disfrutado en España como no te puedes imaginar.
Cuántas gracias tengo que dar a Dios por ello. Pero me siento muy feliz
de mi regreso a Malabo.
Precisamente unas horas antes de tomar el avión recibió la visita de
una buena amiga, a la que le comentó los gozos y sombras de la vida
Misionera en África Ecuatorial. La dureza del clima, la falta de medios,
los estragos del paludismo. También comentó la impaciencia de la Misio-
nera cuando llega a aquellos ambientes, quisiera cambiar la realidad
inmediatamente. El paso del tiempo le hace comprender que la evolución
cultural y la evangelización son procesos largos y se van realizando a lo
largo de varias generaciones. Sus palabras estaban impregnadas de
amor por el pueblo guineano, de modo especial por los niños y jóvenes.
¿Por qué vuelves a África? respondió sin dudar un momento: «Porque
los amo y porque me necesitan».
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Llegaron las vacaciones de Navidad. Las fiebres palúdicas habían
azotado a la Comunidad en los últimos meses, lo que unido a la dureza
del clima y al intenso trabajo, les hacía sentirse muy débiles. El Gobierno
Español ofrecía a los cooperadores viaje en Aviocar y alojamiento gratis
en el continente y decidieron ir unos días para recuperarse. El día 26 de
diciembre de 1986 Sor Nieves Domínguez, Sor Juana Alonso, Sor Arace-
li Moreno y Sor Úrsula Bosara hicieron el viaje de una hora de duración.
Pasaron unos días tranquilos, de mucho descanso; agradecían al Señor
la posibilidad de recuperarse para insertarse a su regreso con nuevos
bríos en su trabajo educativo y pastoral.
El día dos de enero de 1987 era el regreso a Malabo. A primeras
horas de la tarde subían al pequeño avión con otras dieciséis personas
-cuatro de ellas niños guiñéanos con su madre- más tres miembros de la
tripulación. Todos satisfechos de los días pasados... ¿Cómo iban a ima-
ginar lo que dentro de breves minutos les esperaba? Se elevó el aparato,
no responde un motor, piden aterrizaje forzoso, no se lo concede el con-
trolador y a los pocos instantes se precipitan al mar a unos ciento cin-
cuenta metros de la playa. Todos mueren en el acto, ninguno ahogado,
el tremendo golpe ha sido suficiente para segar sus vidas.
Tu paso por este mundo ha sido un regalo de Dios.
Sigue tendiéndonos tu mano desde el Cielo.
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SOR ÚRSULA BOSARA
Nació: el 28 de mayo de 1962 en Malabo (Guinea Ecuatorial)
Profesó: el 8 de agosto de 1985 en Burgos
Murió: el 2 de enero de 1987 en Bata (Guinea Ecuatorial) en accidente aéreo
Sor María Úrsula Bosara Riosa nació en Malabo (Guinea Ecuatorial) el
28 de mayo de 1962, siendo bautizada el 8 de julio del mismo año y con-
firmada el 27 de junio de 1971 en Malabo.
Sus padres, Hermenegildo y Manuela, eran católicos desde la infancia
y al unirse esponsalmente habían recibido el Sacramento del Matrimonio.
Entres sus siete hijos, Úrsula ocupaba el segundo lugar, todos son católi-
cos. Dos hermanas son Postulantes en el Instituto secular «Verbum Dei» y
un hermano en los Claretianos.
Su padre es Secretario del Instituto de Enseñanza Media Rey Malabo.
Siempre se ha preocupado de la formación cristiana de sus hijos. Úrsula
asistió a la Catequesis de la Parroquia e hizo a los nueve años la Primera
Comunión.
Era una niña inteligente y llevó con facilidad sus estudios básicos y
comenzó el Bachillerato.
Conoció a nuestro Instituto en 1980 cuando llegaron a Malabo las pri-
meras Hermanas. Fue una de las primeras jóvenes que se acercaron a
nuestra Casa de Malabo. «Quiero conoceros para ser como vosotras»
fueron sus palabras de presentación. Tenía 18 años, era alegre y simpáti-
ca. Fue ésta para ella la etapa de orientación vocacional. Todas las tar-
des, al salir de clase del Instituto iba a nuestra Casa acompañada de
otras jóvenes a las que contagió su entusiasmo vocacional, una de ellas,
Loreto, es también Hija de María Auxiliadora. Pasaban largos ratos en
nuestra capillita. Algunas veces se quedaban a rezar con la Comunidad y
había que mandarlas a casa, estaban a gusto y nunca veían el momento
de irse.
El 7 de octubre Úrsula y Loreto se quedaron a vivir con las Hermanas:
Iniciaban su Aspirantado. A la hora de manifestarse en la oración era Úrsu-
la la más espontánea y expresaba su inquietud: «Las vocaciones religiosas
guineanas».
Quería que sus jóvenes compatriotas gustasen la felicidad de ser todas
del Señor.
Fue un año de experiencia positiva para todas. Ellas se fueron integran-
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24.5 Page 235

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do en la vida Salesiana y nosotras vivíamos con ellas más profundamente
la vida y costumbres guineanas.
El 29 de julio de 1982 salieron de su Patria, dejando todo lo que consti-
tuía su vida, para iniciar su formación de Hijas de María Auxiliadora.
Tras dos meses de ambientación, en octubre comenzaron el Postulan-
tado en Madrid, en el Barrio del Pilar. No les resultó fácil superar la nostal-
gia de su tierra, la inmersión en una cultura distinta, la incompatibilidad de
la comida, clima, ambiente, de costumbres y modos de ser...
Tomó el hábito el 5 de agosto de 1983. Hizo el Noviciado en El Plantío.
Hizo todo lo posible por aprovecharlo al máximo. Seguía con interés las
clases, las actividades, las sugerencias de la Hermana Maestra. Seguía
con la dificultad de adaptación a nuestras costumbres y mentalidad, pero
todo lo superaba por su ansia de ser Salesiana.
Profesó en el Instituto el 8 de agosto de 1985 en Burgos, como testi-
monio misionero y juvenil en un acto organizado por la Iglesia Española, al
que las Superioras accedieron para colaborar a la animación misionera de
los jóvenes de toda España, congregados en Burgos con motivo del Año
Internacional de la Juventud.
El lema de Úrsula era: «Lo que habéis recibido gratis, dadlo gratis» y
como símbolo el pan que se da gratuita y diariamente en la Eucaristía.
El Juniorado lo debía realizar en Guinea bajo la dirección de Sor Nieves
Domínguez que ya había sido su Maestra de Novicias. Hubo de demorar
su viaje de regreso a su tierra por tener que someterse a una operación
quirúrgica sin consecuencias.
Su llegada a Malabo fue apoteósica, con la cariñosa acogida de Her-
manas, familiares y amigos. Los padres le prepararon una gran fiesta de
bienvenida.
Pronto se instaló como miembro de la Comunidad en el Colegio Waiso
Ipola. Debía continuar sus estudios de Bachillerato interrumpidos por su
ciclo de formación Salesiana. Era inteligente, llevaba los estudios bien y
con poco esfuerzo.
En el Colegio ensayaba los cantos de los diversos cursos y daba la
Educación Física.
En la Pastoral tenía un grupo de Confirmación los viernes por la tarde.
Los sábados por la mañana participaba con Sor Araceli en la Catequesis
de Primera Comunión de la Parroquia del Padre Claret y por las tardes iba
con ella y Sor Juana a Baney. Los domingos por la mañana a dos pobla-
dos más alejados y por la tarde ayudaba al grupo de las AMAS.
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Tenía un carácter fuerte que la llevaba a reacciones inesperadas ante
opiniones que adelantábamos de modo crítico las españolas sobre las
costumbres o idiosincrasia de su pueblo y que ella sabía dominar al
momento.
En el Colegio atendía a un grupo de jóvenes de 14 a 17 años. Dado su
trato abierto y agradable conectaba rápidamente con ellos.
En toda actividad pastoral tenía una idea clave: suscitar vocaciones y
lo conseguía con esa simpatía propia que irradiaba vida y alegría. Era toda
ella un reclamo de juventud limpia y entregada.
Para su familia era un rayo de sol y esto era también para todos los
que la rodeaban: compañeros de estudios, internas y externas y sobre
todo en el grupo de AMAS a las que enseñaba cantos, juegos y bailes del
país.
Las internas y Preaspirantes de Malabo también tienen una palabra
que decir de Sor Úrsula: «Era muy alegre, le gustaba cantar, bailar, tocar
la guitarra, hacer chistes, contar historias; pero sobre todo tenía un gran
deseo de ayudar a los jóvenes guiñéanos. Iba a clase con afán de saber
más y poder transmitirlo a los demás. Se la veía muy contenta en su vida
religiosa, se sentía feliz con las Hermanas. Me parece a mí que tenía el
espíritu de una verdadera Salesiana».
«Todavía tenía muy tierna edad y su vida e ideales de hacer el bien a la
humanidad eran ardientes; toda su ilusión estaba en transformar y culturi-
zar a sus hermanos. Le oí decir: «No tenemos que vivir sólo la Pasión del
Señor, sino también su Resurrección».
«Una de las cosas que caracterizaban a Sor Úrsula fue su alegría Sale-
siana, pero yo me atrevería a decir que con un «algo» de lo propio guinea-
no y quizá de lo africano en general, ya que somos muy dados a la músi-
ca, al movimiento... Era una joven Hermana inquieta, con una sonrisa
clara, propia de una guineana que se siente en las manos de Dios. Se
notaba en ella un sentimiento patrio, es decir, amaba mucho a nuestra tie-
rra y a los nuestros. Tanto es así que quería y luchaba porque fuéramos
mejores, y se la veía sufrir cuando algo no marchaba bien; además procu-
raba defendernos todo lo que podía, aunque a veces sin conocer el fondo.
En el recreo entretenía a las internas, les enseñaba cantos, les contaba
cuentosjugaba con ellas divirtiéndolas como sólo ella sabía hacer.
Llegaron las vacaciones de Navidad. Las fiebres palúdicas habían azo-
tado a la Comunidad en los últimos meses, lo que unido a la dureza del
clima y al intenso trabajo, les hacía sentirse muy débiles. El Gobierno
Español ofrecía a los Cooperadores viaje en Aviocar y alojamiento gratis
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en el continente y decidieron ir unos días a recuperarse. El día 26 de
diciembre de 1986 Sor Nieves Domínguez, Sor Juana Alonso, Sor Araceli
Moreno y Sor Úrsula Bosara hicieron el viaje de una hora de duración.
Pasaron unos días tranquilos, de mucho descanso, agradecían al Señor la
posibilidad de recuperar fuerzas para insertarse a su regreso con nuevos
bríos en su trabajo educativo y pastoral.
El 2 de enero de 1987 era el día de regreso a Malabo. A primeras horas
de la tarde subían al pequeño avión con otras quince personas -cuatro de
ellas niños guiñéanos y su madre- más tres miembros de la tripulación.
Todos satisfechos de los días pasados... «¿Cómo iba a imaginar lo que
dentro de breves minutos les esperaba? Se eleva el aparato, no responde
un motor, piden aterrizaje forzoso, no se lo concede el controlador y a los
pocos instantes se precipita en el mar a unos ciento cincuenta metros de
la playa. Todos mueren en el acto, ninguno ahogado, el tremendo golpe
ha sido suficiente para segar sus vidas.
A pesar de ser del país era el primer viaje que Sor Úrsula hacía al con-
tinente, lo preparaba con mucha ilusión y repetía convencida: «Voy a traer
alguna vocación de Hija de María Auxiliadora del continente».
Hoy a los cinco meses de su muerte, comunican los Salesianos de
Bata que tienen tres vocaciones de Hijas de María Auxiliadora.
El día de su profesión, 8 de agosto de 1985, se sentía tan plena de feli-
cidad que exclamó: «Ya puedo morirme. Soy Hija de María Auxiliadora». El
2 de enero de 1987 se había cumplido su deseo.
Es la primera Hija de María Auxiliadora africana que se va al Cielo.
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SOR MARÍA BELLIDO
Nació: el 19 de febrero de 1896 en Alicante
Profesó: el 29 de septiembre de 1923 en Sarria (Barcelona)
Murió: el 2 de junio de 1987 en Madrid
Sor María Bellido Andreu nació en Alicante el día 19 de febrero de
1896.
Su infancia, adolescencia y parte de su juventud las pasó en esta capi-
tal levantina junto a sus buenos y religiosos padres y hermanos.
Dios la escogió en este ambiente cristiano y le hizo sentir su llamada
para servirle más de cerca en el Instituto de las Hijas de María Auxiliadora.
Hizo su Aspirantado, Postulantado y Noviciado, profesando en Barcelo-
na-Sarriá el 29 de septiembre de 1923.
Su vida entregada a Dios en el Instituto desde su profesión religiosa,
transcurrió por la senda de la sencillez y humildad del trabajo salesiano en
las Casas de Salamanca, Baracaldo, Béjar, Madrid-Delicias, el Plantío y
finalmente en la Residencia de «Santa Teresa» donde consumió sus últi-
mos años privada de la conciencia que le permitiera vibrar con las aten-
ciones y delicadezas que como Hermana enferma y muy querida recibía.
Fue Directora de las Casas de Salamanca y Baracaldo, distinguiéndose
por su amabilidad, educación refinada y por su continua presencia entre
las niñas que veían en ella la Directora amiga. Tenía un gran amor a las
vocaciones y muchas de las Hermanas que ahora vivimos felices dentro
de la Inspectoría, sabemos que algo de la semilla que en nosotras prendió
el Señor fue regada y cultivada por Sor María.
Las Antiguas Alumnas recuerdan en ella su especial amor a la Virgen y
a la Eucaristía. Siendo sacristana en el Colegio de Delicias y al tiempo
Maestra de una de las clases elementales, con frecuencia enviaba a una
de sus alumnas a comprobar si ardía la lámpara del Sagrario y aprovecha-
ba esta ocasión para decir esa palabrita al oído que animaba a ser lámpa-
ra del Señor en nuestra clase, en el patio, en casa.
Hay una opinión unánime al recoger los testimonios de las Hermanas:
«Fue una Hermana buena con todos, alegre, simpática, delicada, fina,
piadosa, sacrificada, de buen carácter, incapaz de hacer sufrir a nadie,
prudente, servicial y muy buena enfermera».
Comenta Sor Carmen Martín-Moreno: «Al principio de mi llegada como
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Directora a la Casa de Delicias me imponía mucho su presencia ya que
ella había sido Directora antes que yo en dos Casas. Me sentía muy
pequeña a su lado, pero su educación y finura de trato, su bondad, su
sumisión, su espíritu religioso cambiaron muy pronto mis temores. Encon-
tré en ella a la Hermana buena siempre dispuesta a ayudar a todos.
Había sufrido mucho, pero su piedad, su gran amor a Dios le ayudaban
en el trabajo de perdonar y olvidar siempre.
Era un elemento de paz en la Comunidad y participaba alegre en las
bromas que se le gastaban. Era habitual en ella la exclamación: «¡Virgen
de la Soledad!» que todas repetíamos ya y la identificamos con la figura
de Sor María».
Su cargo de Vicaria no la impedía realizar otros trabajos en la Comuni-
dad y en el Colegio. Desempeñó el oficio de enfermera no sólo de las Her-
manas, sino de un grupo de internas de un Patronato de Huérfanas de
Madrid que acogía niñas de humilde condición.
En el año 1958 Sor María era enfermera y portera del Noviciado. Aque-
llos padres que visitaban a sus hijas Aspirantes en Delicias, son los mis-
mos que llaman cada mes en el Noviciado y saludan con confianza a Sor
María que desde entonces la conocen con el nombre de «la monja simpá-
tica».
Así van transcurriendo sus años de entrega, con sencillez y profundi-
dad de Vida Religiosa que marca a cuantas tienen la suerte de convivir
con ella.
Después de haber estado unos años en el Colegio de El Plantío donde
fue muy querida como en todas partes por su amable bondad y gran sim-
patía, al irse desgastando su salud por el paso de los años, fue trasladada
a la Residencia de Santa Teresa de Madrid, para estar con otras Herma-
nas que por enfermedad o edad avanzada necesitan cuidados más espe-
ciales.
Afectada por una fuerte arterio-esclerosis vivió totalmente ausente del
afecto y atenciones que le prodigaban las Hermanas. No pudo agradecer-
les como había sido norma de su vida, de su bondad y de su esmerada
educación. Es uno de los casos incomprensibles para nuestra pobre inteli-
gencia humana, que se aceptan en la fe, pensando que los caminos del
Señor no son los nuestros.
La noticia de la desaparición de Sor María el día 2 de junio de 1987
deja en todas las Hermanas una huella de dolor y bendicen a Dios que se
acordó de su humilde hija para llevarla a gozar de su presencia para siem-
pre.
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Su ejemplo y el amor a la Eucaristía que siempre irradió, perdura ahora
en el alma de sus Antiguas Alumnas y de las Hermanas de la Inspectoría
de Santa Teresa que saben que tienen una nueva intercesora en el cielo.
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SOR EMILIA ACEVEDO
Nació: e!17 de julio de 1930 en Madrid
Profesó: el 5 de agosto de 1957 en Madrid
Murió: el 11 de julio de 1987 en Madrid. Año Mariano
Fueron sus padres Antonio Felipe y María Purificación.
De los primeros años de su vida nos cuenta su hermana llamada Glo-
ria: «Recuerdo nuestra infancia como un sueño. Nuestro padre acababa
de morir. Formábamos la familia: mi madre, una hermana suya a la que
queríamos mucho y nosotras dos.
Poco antes de empezar la Guerra Civil mi hermana cayó enferma. Una
enfermedad grave que pocos niños lograban superar, pero ella, gracias a
Dios y a los cuidados de mi madre se recuperó.
Recuerdo verla siempre, día y noche postrada, atada a un aparato que
era de hierro y lona, del que no se podía mover para nada y en el que
estuvo cuatro años.
A pesar de eso, de los problemas de la guerra, de la falta de mi padre,
etc. en mi casa había alegría. Mi madre nos inculcaba: risas sanas y
auténticas pueden con todo.
Viviendo Emi en aquel aparato, mi madre nos enseñó a leer y a escribir.
Y por supuesto, también a rezar. Recuerdo todavía los largos rosarios en
familia que fueron conformando nuestro amor a la Virgen.
Al acabar la guerra ella ya estaba buena y comenzó a aprender a
andar. Tenía entonces ocho años. Nos inculcaron una bella lección: todo
es natural: carecer de cosas, andar, estar quieta, todo.
Un hermano de mi madre con sus tres hijas que había perdido a su
esposa en la guerra, solicitó dos becas para mis dos primas pequeñas.
Una confusión hizo que le concedieran tres y así fue como mi hermana,
aprovechando esta beca sobrante ingresó interna en el Colegio de
Madrid-Villaamil. Ella repitió muchas veces que en esos años fue inmen-
samente feliz.
Cuando volvió a casa siguió estudiando, trabajó pero ya no era la
misma. Se notaba que Dios la había llamado para una entrega total. Así se
lo manifestó a todos una semana antes de ingresar en el Aspirantado.
Pese a su aparente poca fortaleza física y a las muchas lágrimas de mi
madre, no cedió en su plan ni un día ni una hora. Todo lo hizo según tenía
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25.2 Page 242

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ella planeado. Ingresó en el Instituto el 8 de enero de 1955. Estaba tan
convencida que no tenía ninguna duda». Hasta aquí el testimonio de su
hermana.
Nos dan otros testimonios algunas Hermanas:
«Sor Emilia, Sor Emilita, como la llamábamos siempre, era un ángel
desde que la conocí en el Postulantado y en el Noviciado. Era sencilla, sin
complicaciones, llena de Dios. No sabía decir no. Su vida fue un prolonga-
do sí.
Muchas veces decíamos que no era flor de este mundo. Era demasia-
do buena. Demasiado pequeña de estatura para el corazón tan grande
que tenía. Cuando hablaba de Dios parecía que se elevaba.
Nuestro lema del Noviciado: «Angeles de Dios siempre en adoración,
prontas y solícitas a las órdenes y deseos divinos, fieles hasta en los míni-
mos detalles» lo vivía de verdad.
Era cercana, gozaba con quien gozaba y sufría con quien sufría. Siem-
pre animaba».
«He vivido mis años de formación con ella. Tenía todas las virtudes:
alegre, cariñosa, trabajadora, humilde, muy caritativa, piadosa, sacrifica-
da... Sus grandes devociones eran: María Auxiliadora, Jesús Sacramenta-
do y el Vía Crucis. Para mí fue una santa en vida».
Pasó por el Noviciado como lo hacen las almas sencillas y grandes,
hizo su Profesión Religiosa en Madrid el 5 de agosto de 1957.
Ejerció su apostolado como Maestra de Preescolar y del Área Artística,
con gran celo y entrega total en las Casas de El Plantío y Plaza de Castilla
de Madrid. También en San Sebastián, Baracaldo, Valdepeñas, Vigo
(Coya) y de nuevo regresó a Madrid trabajando en las Casas de Aravaca y
Daoíz, donde fue llamada por el Padre. Educaba y hacía crecer a las niñas
con su sonrisa y bondad sin límites. Fue muy querida por cuantos la cono-
cieron, dejando abierta una senda de cariño y sencillez.
Desde la Casa de Vigo pasó a la Casa de Espiritualidad de El Plantío
para hacer su curso de Formación Permanente, agradeciendo inmensa-
mente a las Superioras esta gracia de disponer de tiempo para reflexión y
asimilación de las Constituciones y riquezas de la Espiritualidad Salesiana
que la afianzaban en su camino de pasar desapercibida, haciendo el bien
y sembrando la paz.
Continúan los testimonios de las Hermanas:
«Fui Directora suya y puedo asegurar, pues la conocí profundamente,
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25.3 Page 243

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que siempre vivió entregada a Dios y me daba la impresión que en esta
vida gozaba ya del cielo.
Con las Hermanas era complaciente y jamás oí que chocara con ningu-
na.
Sus rendicontos eran para mí una gozada viendo la labor que Dios
hacía con las almas. Hablaba realmente como quien posee y es poseída
por Dios.
Estando en mi Comunidad tuvo que ser intervenida de un riñon. Asistí a
la operación y cuando ya la iban a anestesiar y ver que nadie decía nada,
se sentó en la mesa de operación y dijo al doctor: «¿No rezan primero? El
médico le respondió bromeando: «Somos ateos». Entonces ella en alto
rezó un Avemaria muy tranquila».
«Aunque pequeñita de estatura, fue gigante en virtud. Era de esas
almas que intuyen la necesidad del otro y siempre estaba dispuesta para
ayudar sin pensar si le costaba o no».
«La conocí en la Comunidad de Valdepeñas mi primer destino. Viví con
ella varios años. En los momentos en los cuales apareció en mí la morriña,
el decaimiento, la crisis, etc. siempre la sentí cercana, intentando ayudar-
me, tratando de darme ánimo, interesándose por qué sufría, ofreciéndome
su ayuda con toda sencillez. Al final siempre terminaba diciéndome:
«Vamos a rezar, a ser buenas, a confiar en Jesús y en María Auxiliadora» y
me lo decía con tal impacto que se notaba brotaba muy sinceramente de
su interior. Lo mismo hacía para decirte lo que le parecía que estaba mal
hecho para corregirte.
Cuando oía alguna palabra de crítica, por pequeña que fuese, siempre
dejaba caer con cierta gracia el manto de la caridad.
El trabajo era otro factor importante del carácter de Sor Emilia. Des-
pués de estar todo el día en la clase de Primero de E.G.B. era Asistente de
internas, siempre con su delantal en la mano, dispuesta a echar una mano
en cualquier trabajo extra, oficios que no eran de nadie.
Como buena artista que era, las vacaciones se las pasaba pintando,
decorando paredes en los dormitorios de las internas, clases, murales,
cuadros y todo lo que se le pidiera porque era incapaz de decir que no».
También transcribimos palabras de su hermana Gloria:
«En el año 1984 fue destinada a la Casa de Daoíz (Madrid) para poder
asistir a nuestra madre anciana y muy enferma.
Mi madre solía decir que de ella en casa sólo tenía el cuerpo, porque
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25.4 Page 244

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su alma estaba en el Colegio. Aprovechaba cualquier circunstancia para
volver a la Comunidad. Esto hizo mucho más sacrificado el permanecer
durante tres largos años fuera de su ambiente.
Cuidó a nuestra madre, imposibilitada totalmente, de manera perfecta.
Tuvo que atender a toda la familia y la casa. Los amigos acudían a estar
con ella. Su actuación fue ejemplar y ahora pasados los años valoro todo
mucho más.
No se supo nunca de su cansancio físico, ni de contrariedades que
también las hubo. No desfalleció. A nuestra madre que era una mujer cor-
pulenta la manejaba ella sola. Y me pregunto: ¿Quién ponía la fuerza?
¿Ella o Dios? Casi era un auténtico milagro.»
Las Hermanas siguen dando su testimonio:
«Viví con Sor Emilia en la Casa de Daoíz. Eran los años que estaba cui-
dando a su madre (1984-1987).
Era edificante lo que gozaba en los ratos que podía venir a la Comuni-
dad. Se interesaba por todo y por todas con gran responsabilidad. Hacía
aquellos oficios que le habían asignado.
Rezaba mucho. Todas las noches se pasaba largos ratos en la Capilla
e invitaba a las jóvenes a rezar con ella.
Después del fallecimiento de su madre retornó a la Comunidad e hizo
una fervoroso tanda de Ejercicios Espirituales. En ellos dejó plasmados
estos propósitos que ya poco tiempo pudo cumplir, pues la llamó el
Padre, al que tanto amó, el día 11 de julio del Año Mariano 1987. Su muer-
te fue repentina. Estaba vigilante y con la lámpara encendida.
Así escribió sus últimos propósitos de Ejercicios:
-Saborear el gozo de ser amada por Dios.
-Vivir de alegría y esperanza.
-Pensar en el Paraíso.
-Recordar que todos seremos transformados.
-Vivir la oración de cada día.
-Luchar contra la tristeza con jaculatorias.
-Avivar la confianza: Sagrado Corazón de Jesús...
-Hacer vida en mí el gran Amor gozoso de Dios.
-Recordar la mirada acogedora y gozosa de María.
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25.5 Page 245

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De todos cuanto vivieron con ella, de las Hermanas y de las Antiguas
Alumnas que tanto lloraron su desaparición, podemos hacer resumen de
su vida diciendo: Pasó haciendo el bien.
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25.6 Page 246

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SOR DOLORES QUIJADA
Nació: el 7 de marzo de 1926 en Robledo de Chávela (Madrid)
Profesó: el 5 de agosto de 1947 en Madrid
Murió: el 18 de octubre de 1987 en Madrid
Sor Dolores Quijada nació en Robledo de Chávela, un pueblo de la sie-
rra de Madrid. Sus padres fueron José y Maximina, de condición humilde,
pero muy felices al lado de sus cinco hijos, pues en su hogar siempre rei-
naba el amor y se vivía la presencia de Dios. Muy pronto perdió a su
madre y por este motivo a los 13 años ingresó en el Colegio de Sarria
(Barcelona).
Dice su hermana Aurora: «Mi recuerdo de ella en los años de nuestra
infancia no puede ser mejor. Era la más buena de los cinco. No se enfada-
ba nunca. Siempre cedía en todo, jamás se peleaba con ninguna amiga y
todos queríamos jugar a su lado. Si alguien le daba algo lo compartía con
todos e incluso si era poco, prefería quedarse sin nada y repartirlo.
Estuvo en Barcelona cuatro años interna. Cuando regresó en unas
vacaciones comunicó a la familia el deseo de hacerse Religiosa. Así fue,
ese mismo año 1945 se quedó en Madrid, en Villaamil y seguidamente
entró en el Noviciado.
Su vida de Noviciado estuvo hondamente marcada por la piedad, ale-
gría, sencillez y principalmente por su amor grande a nuestra Madre María
Auxiliadora.
Con gran fervor y consciente del paso que iba a dar, profesó en Madrid
el día 5 de agosto de 1947, tenía 21 años.
Vivió en las Casas de Emilio Ferrari, Béjar, Burgos, Aravaca, El Plantío,
Vigo y Santander.
Muchas de las Hermanas con las que ha convivido en las Casas nos
aportan su testimonio:
«Era un alma sencilla, alegre, portadora de paz. Parecía más ingenua
de lo que era en realidad. Era humilde, aguantaba las bromas y las humi-
llaciones. Su forma de ser un poco infantil, miedosa y a veces desconfia-
da, hacía que las Hermanas se metieran con ella, pero no se enfadaba, lo
soportaba todo con su sonrisa habitual e incluso sacaba chispa.
Era muy piadosa, celosísima en cumplir las Prácticas de Piedad. Cuan-
do tenía alguna incumbencia que no permitía hacerlas con la Comunidad,
247

25.7 Page 247

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se las arreglaba para hacerlas antes a cualquier costa. Me atrevería a ase-
gurar que no dejó de hacerlas ni una sola vez en toda su Vida Religiosa.
Tenía un gran sentido de la responsabilidad y del deber, llegando a
veces a la obsesión, por eso cuando le encomendaban algo que no podía
hacer, pedía que le librasen de ello porque no podía sufrir el hacer algo
con negligencia.
Impartía la Enseñanza en la clase de Párvulos mayores y era un verda-
dero espectáculo ver cómo trataba a los niños. Estaba consagrada en
cuerpo y alma a su clase, siempre corrigiendo cuadernos y preparando
trabajitos. Le escribían tan bien los niños que parecía mentira que aquellos
cuadernos correspondieran a niñas de tan corta edad.
Quería muchísimo a la Virgen y esa era la causa de que todo intentara
hacer bien.
También amaba mucho a la Iglesia y se interesaba por todos los pro-
blemas que de algún modo pudieran tocar su honor. Gozaba con el
esplendor de los cultos y leía asiduamente la revista Ecclesia y hablaba
con entusiasmo y conocimiento de todos los acontecimientos eclesiales.
Su fidelidad a la vocación era una idea constante y trataba de vivirla
con una obediencia a las Constituciones muy exacta, siendo quizá legalis-
ta debido a la formación que había recibido. Su amor a las Superioras fue
grande. El espíritu salesiano de familiaridad y corazón oratoriano era
característico en ella. Se preocupaba por preparar bien las Catequesis de
los domingos en el Oratorio, así como los juegos y entretenimientos para
estas tardes de los domingos.
Era ocurrente con las Hermanas y contaba con el apoyo de la Comuni-
dad.
Estaba también pendiente de los cumpleaños y fiestas de su familia y
rezaba por todos ellos».
Otra Hermana nos comunica su recuerdo:
«Era sumamente ordenada y metódica. Tenía un sentido de responsa-
bilidad especial. No creaba problemas en las relaciones con nadie. Amaba
intensamente a la Virgen y esto lo demostraba sobre todo en la prepara-
ción y celebración de las fiestas marianas. Se sentía muy feliz de ser Hija
de María Auxiliadora.
Conviví con ella en la Comunidad de la Dehesa de la Villa por los años
50. Eramos las dos jóvenes profesas, ella se manifestaba muy fervorosa.
Ponía un gran esmero en la confesión y era muy dada a conversaciones
espirituales. Después siempre la vi preocupada por su crecimiento espiri-
248

25.8 Page 248

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tual. Muy humilde, silenciosa, cumplidora de su deber, trabajando con las
pequeñas sin ruido, sin sobresalir, santificándose en lo cotidiano».
En el último año de su vida, antes de conocer el estado grave de su
enfermedad, manifestaba tener miedo a que le pudiera llegar el momento
de la muerte.
En la clínica, mientras pudo leer ella se hacía la lectura y cuando ya
muy debilitada no podía por sí sola, rogaba a una Hermana que hiciera la
visita en voz alta y rezara el Rosario. Le decía: «Aunque no me oigas,
sigue, que yo rezo para mí».
Aunque la enfermedad se presentó en seguida como mortal y con
manifestaciones de durar poquísimo, ella no se dio cuenta nunca de que
estaba grave, ni pensó que se moría. Se hacía ilusiones para cuando estu-
viera bien. Sin embargo cuando le dijeron que le quedaban pocos días de
vida y que si quería recibir la Unción de los Enfermos, aceptó la muerte y
dijo que sí, que quería ir al Cielo.
A partir de ese día ya estaba dispuesta para ir al Cielo y cuando cada
mañana se despertaba, extrañada se preguntaba: «Pero, ¿todavía no?
¡Qué largo se me hace! ¿Cuándo voy a llegar al Cielo?»
Mandó llamar a todos los sobrinos y con una entereza admirable les
fue diciendo que ella se iba al Cielo, que iba a estar allí muy bien con el
Señor, con la Virgen y con nuestros Santos. Les repetía que fueran buenos
para que cuando les llegase la hora estuvieran tranquilos como ella. Todos
se emocionaban y ella decía: «Se emocionan más los hombres que las
mujeres». Uno de ellos mayor y casado, se impresionó porque le dijo su
tía que si quería algo para su padre, porque en seguida se iba a encontrar
con él en el Cielo.
Una de las sobrinas mayores repetía que le parecía mentira que su tía
tan miedosa, hubiese recibido tan bien la noticia de su muerte, a lo que
una Hermana respondió que no era más que el fruto de una vida de fe.
Por fin llegó el día deseado por ella, era el 18 de octubre de 1987, día
grande para su entrada en el Paraíso y con serenidad y recogimiento
entregó su alma al Señor.
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SOR ELENA RIESGO
Nació: el 14 de marzo de 1916 en Salamanca
Profesó: el 5 de agosto de 1953 en Madrid
Murió: el 26 de noviembre de 1987 en Salamanca
Sor Elena Riesco nació en Salamanca en una familia numerosa y pro-
fundamente cristiana. De los padres aprendió su exquisita educación y
formación religiosa, ya que todos juntos hacían las Prácticas de piedad a
diario.
Estuvo nueve años en el Colegio de las Jesuitinas como mediopensio-
nista, junto con sus hermanas Paz y Piedad (Hijas de María Auxiliadora).
De pequeña era pacífica, tranquila y con su hermana Paz hacía muy
buena pareja para los juegos.
Como era una de las mayores de tantos hermanos, los cuidaba con
gran cariño y los entretenía haciéndoles teatro, los llevaba de paseo, etc.
Era bondadosa, no protestaba por nada y por ella nunca había disgus-
tos pues sabía ceder fácilmente.
Hizo en las Jesuitinas los cursos de Instituto y de Magisterio acabando
su carrera con muy buenas notas. Al poco tiempo de acabar le dieron
Escuela en un pueblo en el cual ejerció poco tiempo.
Al tener la plaza en propiedad le tocó Baracaldo. Allí fue muy feliz con
esas niñas a las que trató de educar e inculcar todas las virtudes que ella
poseía, pero sobre todo les enseñó a amar a la Virgen de la cual era devo-
tísima.
Después de algún tiempo pudo regresar a su casa de Salamanca y fue
destinada a un Grupo Escolar que estaba muy cerca.
Estuvo allí varios años, pero el Señor la llamó en edad madura para
seguirle de cerca en el Instituto. Entró en el Aspirantado de Madrid-Deli-
cias a los 36 años de edad. Llevaba una buena experiencia educativa fruto
de sus años de docencia como Maestra Nacional.
De naturaleza bondadosa, alegre y pacífica no se disgustaba por nada,
estaba atenta a escribir a sus hermanos en los onomásticos o para comu-
nicarles las buenas noticias que ellos tanto agradecían, pues la echaban
mucho de menos.
La devoción a la Virgen la tenía grabada desde muy pequeña, pero al
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entrar en el Aspirantado se acrecentó más bajo el título de María Auxilia-
dora.
Siempre tenía la sonrisa en los labios y se prestaba para ayudar en los
trabajos que podía. Su vida de piedad y de fe fue firme porque la había
adquirido en su casa desde que empezó a comprender al lado de sus
padres.
Después de su Noviciado, en el que fue feliz, profesó en Madrid el día
5 de agosto de 1953.
Nos dice una Hermana: «Fui compañera de ella en el Noviciado. Fue
patente su originalidad y a la par su sencillez y transparencia a la que unía
una gran naturalidad. Era popular y querida por todas».
Hemos gozado de su presencia en la Plaza de Castilla de recién profesa
y más tarde, en Salamanca, Aravaca, Cée, Santander y Dehesa de la Villa.
Otra Hermana nos comunica: «Viví con Sor Elena en la Casa de La
Ventilla (hoy Plaza de Castilla). Lo más característico que puedo decir de
ella es que era buena, sufrida y bondadosa. Por aquellos años ya empeza-
ba a resentirse del riñon, pero los médicos no la entendían. Ella sufría, se
valía de las niñas para hacerse ayudar en las limpiezas de la clase, sopor-
tando cualquier broma que le pudiese parecer pesada. Siempre la vi enfer-
ma, aunque no dejaba de dar su clase. Su bondad natural le hacía dejarse
querer por las niñas. Era lenta para las cosas, pero muy campechana y
muy agradable en su trato comunitario. Su última enfermedad nos ha
podido dar luz sobre su lentitud y el posible holocausto de su vida.»
Estando en Aravaca cayó enferma, quedando muy delicada de salud,
por lo cual ya su estancia en Santander fue sin dar clase y ayudó lo que
pudo en los trabajos de la ropería.
Pasaba sus días sonriente, afable, fruto de su buen corazón.
Nos dice una Hermana: «He tenido ocasión de vivir dos veces con Sor
Elena en Cée (La Coruña) allá por los años 60. Yo acababa de profesar. Su
hermana Paz también estaba en la misma Comunidad. Me llamaba la
atención el cariño y la amabilidad con que trataba a su hermana. En los
recreos nos reíamos mucho cuando comentaban detalles de sus padres e
innumerables hermanos».
A pesar de la edad y la escasa salud ha sido siempre joven y ha sabido
adaptarse con jovialidad y entusiasmo a las formas e ideas que nuestra
renovación le ha exigido.
No podía estar directamente con las jóvenes, pero ofrecía todo por
ellas.
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Muchas veces repetía que no podía rezar ni meditar porque su cabeza
no estaba para nada, pero su semblante y sus pocas palabras casi dele-
treadas transparentaban la paz que Dios le regalaba y que ella traducía en
serenidad y como quien nada hace daba y repartía sólo amor.
Amaba a María Auxiliadora y a Ella encomendaba las vocaciones para
la Iglesia y para la Inspectoría.
Muchas Hermanas coinciden en testimoniar esta actitud de serenidad y
sencillez, añadiendo que era muy raro pasar al lado de ella sin que te dije-
ra algo agradable.
El verano antes de morir fue destinada a Salamanca (Sancti Spiritus).
Recibió este cambio con agradecimiento porque volvía a su tierra salman-
tina y además así podía estar más cerca de su hermana Carmen. Hasta el
final supo mantener una actitud tan salesiana como es la de captar lo
positivo de cada acontecimiento.
Dios le ha dado el último y definitivo cambio: el gozo y la posesión
plena de su amor. Estamos seguras de que Sor Elena lo ha acogido con
inmenso agradecimiento y su sonrisa y su mirada de paz habrán dicho
despacito: «Sí, Señor, te estaba esperando».
Y así tan sencilla como fue su vida se durmió en la paz del Señor en
Salamanca, su ciudad que la vio nacer, el día 26 de noviembre de 1987.
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SOR CARMEN MARTÍNEZ
Nació: el 16 de febrero de 1915 en Salamanca
Profesó: el 5 de agosto de 1940 en Italia
Murió: el 7 de febrero de 1988 en El Plantío (Madrid)
Sor Carmen Martínez Uribarri nació en Salamanca el 16 de febrero de
1915. Fueron sus padres Valeriano y Guadalupe que con su sencillez y
buen ejemplo forjaron la personalidad de su hija, a la vez que la rodearon
de un profundo ambiente religioso.
En el año 1937 entró en el Aspirantado de San José del Valle (Cádiz).
Con motivo de la guerra civil española fue enviada con otras cuatro
Aspirantes a Italia, donde hizo su formación en Torre Bairo.
Después de su profesión regresó a España.
Es destinada a las Casas de Plaza de Castilla donde vive durante cinco
años. Otros cuatro en la Casa de Emilio Ferrari y de allí vuelve a la Plaza
de Castilla. En 1953 es destinada a la Casa de Santander y en 1957 a
Béjar. A Valdepeñas en 1967, el curso 1968-69 trabaja en Salamanca y
desde el año 1969 hasta 1970 la obediencia la destina a San Sebastián.
En todas estas Casas la encontramos entregada generosamente a la
educación de las niñas en el servicio entusiasta, jovial y desinteresado
como Maestra Elemental, ofreciendo a Dios los mejores años de su juven-
tud.
Por motivos de salud es destinada a la Casa del Teologado de Sala-
manca. Desempeña el oficio de ropera y es para los Salesianos madre y
hermana solícita, sabiendo sacrificarse en todo momento. Su amor al Ins-
tituto se ve ampliado por un amor orante hacia sus hermanos Salesianos.
De Salamanca pasa a El Plantío y de allí a Burgos-Virgen de la Rosa,
para regresar definitivamente a El Plantío, Casa de Espiritualidad. Mientras
su «hombre interior» se va robusteciendo poco a poco con la gracia de
Dios, su naturaleza física va perdiendo vigor y es en esta última Casa
donde va a declinar notablemente hasta que el Padre la llame de una
manera definitiva.
Contemplamos a Sor Carmen a la luz de Dios y la vemos sencilla, deta-
llista, cercana a todos, corazón abierto y atenta a las necesidades de
cuantos la rodean. Cariñosa y amable como característica de su virtud
interior.
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Admiramos su amor a Don Bosco madurado en la entrega concreta a
los salesianos por cuyo sacerdocio rezaba, ofrecía y se sacrificaba.
Su actitud de fidelidad a la llamada del Señor es para nosotras aliento y
empuje; valoró, oró y potenció su vocación, viviendo las Constituciones de
un modo sencillo y concreto. Es notable también la sensibilidad que tuvo
para captar la Voluntad de Dios a través de las Superioras.
Nos cuenta una Hermana: «Conocí a Sor Carmen en Béjar en el curso
1956-57 pues yo entré en el Colegio por esa fecha. Fue mi primera Maes-
tra de EGB. Aprendí con ella cosas básicas en mis seis y siete años. Era-
mos un curso numeroso muy travieso. Recuerdo su calma, su capacidad
para ir enseñándonos a cada una. Eran admirables su paciencia y bondad.
Aunque éramos pequeñas no nos pasaban desapercibidas.
También recuerdo su forma de enseñarnos a rezar, a visitar a Jesús
con frecuencia. Quería mucho a la Virgen.
Después la cambiaron y ya no la volví a ver hasta que no estuvo desti-
nada en El Plantío.
En mi primer encuentro con ella, siendo yo ya Hija de María Auxiliado-
ra, recuerdo su alegría y emoción contando y recordando juntas las trave-
suras de mis años de Colegio.
Siempre que venía a El Plantío me hacía bien encontrarme con ella. Me
preguntaba con mucho interés por mi familia, por mi situación dentro de la
Comunidad, si me encontraba bien, etc.
A medida que ha ido pasando el tiempo y avanzando la enfermedad la
he visto cómo sufría y cómo iba aceptando sin limitación el dolor. Me ha
hecho bien el encontrarme con ella de vez en cuando. Ha sido una de las
personas buenas que Dios ha puesto en mi camino y su testimonio sin
duda influirá en mi vocación para ayudarme a vivir en santidad».
Su organismo que había ido debilitándose lentamente, parece que le
urge la llegada y el encuentro con Aquél que tanto ha amado e invocado
en su vida.
Al inicio del año Centenario de la muerte de Don Bosco y dentro del
año Mariano, el día 7 de febrero de 1988, en El Plantío, en la Casa de
Espiritualidad deja de existir para el mundo y se va a vivir definitivamente
con el Padre.
Su muerte nos lleva a alabar a Dios nuestro Salvador porque su amor
se manifiesta en los sencillos y mansos de corazón.
Que la vida y la muerte de Sor Carmen, unidas a la Pascua del Señor,
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se conviertan para nosotras en semilla de renovación, en gracia que
empuje hacia una nueva hora, la hora de vivir con radicalidad nuestra
Consagración, la hora de ser de verdad signos del amor de Dios para los
jóvenes pobres y abandonados.
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SOR PILAR LÓPEZ
Nació: el día 14 de mayo de 1926 en Belmente (Cuenca)
Profesó: el 5 de agosto de 1953 en Madrid
Murió: el 27 de marzo de 1988 en Madrid
Sor Pilar López nació en Belmente (Cuenca) e!14 de mayo de 1926.
Sus padres fueron Juan y Romana y fue la menor de los hijos con los
que Dios bendijo el hogar que ellos formaron.
A los seis años se trasladó toda la familia a Madrid, ya que los herma-
nos mayores cursaban sus estudios en esta ciudad. Ella y su hermana un
poco mayor iba al Colegio de los Sagrados Corazones de la calle Fuenca-
rral. También asistía a la Catequesis en la Iglesia de Monserrat de los
Padres Benedictinos.
Pasado algún tiempo dos de sus hermanos enfermaron y pensando
que volverían a recobrar la salud perdida en su pueblo natal, la familia
entera se trasladó de nuevo a Belmonte. No hubo solución para su mal y
después de un poco de esperanza, los dos murieron.
En el pueblo siendo ya adolescente era una excelente Catequista con
las niñas de la Parroquia y también visitaba la cárcel para decirles a aque-
llos pobres desdichados una buena palabra. Era muy bien acogida.
En las fiestas de Corpus cuando el Señor recorría las calles del pueblo,
especialmente el día de los «imposibilitados», preparaba a todos los que
querían recibir al Señor y ellos lo hacían con gran fervor.
A Madrid volvía casi siempre en Navidades y se quedaba una buena
temporada en casa de sus hermanos. Pero su celo apostólico no podía
parar y en compañía de una árnica que también pertenecía a la Acción
Católica, visitaban los domingos algunos barrios muy necesitados de
todo, también de Dios.
Un día le dijo a su cuñada que se sentía llamada por Dios a la Vida
Religiosa, pero no a la contemplativa. Enterado también el Párroco de su
pueblo le dio a leer la vida de san Juan Bosco y ella quedó encantada del
Apóstol de los jóvenes. Convencida de que Dios la llamaba por este cami-
no, ingresó en el Postulantado de Madrid-Delicias el 31 de enero de 1951.
En el mismo año pasó al Noviciado, siendo modelo por su compostura,
fervor, espíritu de sacrificio, donación de sí, amor a las Superioras y sobre
todo por su devoción inquebrantable a Jesús Eucaristía y a María Auxilia-
dora.
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En 1953 hacía su profesión religiosa impaciente por entregar al Señor
todo su ser en favor de las almas.
Así la conocimos: entregada a Dios y a su Reino en la Inspectoría de
Madrid en las Casas de San Sebastián, Burgos y Emilio Ferrari, desde el
año 1953 al 1961 y en Centro América desde el año 1961 hasta 1980, en
las Casas de Guatemala, San Pedro Sula en Honduras y en la Casa de la
Virgen de San José de Costa Rica, donde se destacó por su trabajo incan-
sable, asumiendo riesgos y desafíos con tal de hacer el bien.
Su servicio de Directora le proporcionó el medio de ayudar a jóvenes y
familias. Signo de esto es el cariño que le profesaron en todas las Casas
donde animó a Hermanas y jóvenes.
Nos dice la Directora de Emilio Ferrari:
«Sor Pilar fue destinada a esta Casa el año 1959. Su misión era encar-
garse de la casa de Ejercicios que por aquel entonces dirigía D. Joaquín
Jiménez, SJ. Dicho Padre era muy exigente y a pesar de todo estaba muy
contento con Sor Pilar porque cumplía muy bien con su deber. Tenía todo
muy ordenado pero la labor principal que hacía era ayudar a las chicas,
especialmente a las obreras, que participaban en los Ejercicios. Las pre-
paraba a la Confesión y Comunión con una gran delicadeza y cariño. Su
porte distinguido y su espiritualidad hacía que las chicas se acercaran a
ella con gran confianza. No perdía la paz con nada. Como buena Hija de
María Auxiliadora era muy devota de nuestra Virgen, devoción que incul-
caba a los demás.
Cumplidora del deber, obediente, respetuosa con todos, especialmen-
te con las Superioras.
El día 1 de octubre de 1961 parte para Centro América deseosa de
extender su apostolado hasta aquellas lejanas tierras. No sabemos con
exactitud cómo transcurrieron los primeros años allí.
Recogemos un testimonio: «Era el año 1968. Estuve de paso en el
Colegio de San Pedro de Sula en Honduras. Entre las Hermanas de esa
Casa me llamó mucho la atención Sor Pilar, figura gentil, agraciada en lo
físico, sumamente ordenada y silenciosa. A finales de este año tuvimos la
noticia de que Sor Pilar había sido nombrada Directora de esa Casa, cosa
que me alegró. Tuve ocasión de visitar de nuevo esa Comunidad y me
sorprendió lo unidas que estaban las Hermanas a su nueva Directora. Los
recreos eran animadísimos y en la Capilla había un gran fervor. La figura
de la Directora se destacaba sonriente, atrayente, afectuosa y caritativa a
todos los niveles. Tanto en los recreos como en los paseos estaba rodea-
da de Hermanas a las que amaba de verdad.
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En el año 1969, por estar en guerra nuestra República con la de El Sal-
vador, mi Directora me envió a San Pedro Sula con cuarenta internas. Mi
permanencia en este Colegio fue de mes y medio. Entonces conocí mejor
a Sor Pilar. La admiré considerándola una religiosa privilegiada, de gran
altura espiritual. Pasado ese tiempo volví a mi Colegio con las internas.
Una vez allí me encontré mal de salud y el médico recomendó cambio de
clima. Volví otra vez a la Casa de Sor Pilar que, aún conociendo mi inútil
situación, me recibió con todo cariño, pero a pesar de la buena voluntad
de todos no lograba recuperarme. Siempre recordaré el derroche de com-
prensión y paciencia que Sor Pilar me regaló.
Un día que hacía el coloquio privado con ella, me dijo: «Quiero pedirte
un favor: a las Directoras nadie nos dice la verdad directamente y cuántas
veces nos equivocamos. Por eso deseo que tú me digas qué defectos has
visto en mí. Dímelo y me harás un gran favor». Yo no me atreví entonces,
pero al siguiente coloquio le dije: «Hermana Directora, Dios le ha regalado
con muchas y bellas dotes que Vd. cultiva, pero es muy pronta e impulsi-
va, tiene arranques fuertes, aunque después se arrepiente. Eso no debe
ser así». «Tienes razón, me dijo. Es mi defecto dominante. Desde muy
pequeña lucho por corregirlo. Algo he logrado, pero no alcanzo a quitarlo
todavía. Te agradezco y te pido de corazón que reces para que Dios me
ayude. Gracias sinceramente, Dios te lo pague». Y seguimos contentas y
comunicativas.
Era una Hermana completamente entregada a la Comunidad, a las
almas, a las profesoras, a las empleadas de Casa, a todos en general. Su
vida estaba sembrada de detalles para con todos y todos la amaban de
corazón.
En junio de 1971, en forma inesperada para la Comunidad, se fue a
España. Estuvo en la Casa de la Plaza de Castilla de Madrid como Vicaria
y de la misma inesperada forma regresó a los seis meses a Centro Améri-
ca.
Después de este paréntesis fue nombrada Vicaria de la Casa de Pana-
má. Un año después yendo a Ejercicios Espirituales a Costa Rica, pude
estar con ella una semana en una Casa de descanso. Tuve una impresión
muy fuerte. Noté que ella había sufrido mucho aun cuando ella no me dijo
nada. De nuevo la obediencia la destinaba a la Profesional de la República
de Nicaragua.
Transcurrido un año de nuevo fue cambiada al Colegio de Guatemala
para cursar tres años de Pedagogía. Carrera que culminó con éxito, no
obstante haber sufrido una grave punción en la cabeza... había comenza-
do el decaimiento de su salud. Esa punción sufrida para poder encontrar
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la causa de su dificultad en el hablar que por entonces no era demasiado
notoria, la había desmejorado en muchos aspectos.
Desde aquí fue enviada como Directora a la Casa de la Virgen en San
José de Costa Rica. Allí pudo apreciar el cariño que la tenían los médicos,
las enfermeras y todo el personal en general. No obstante ella pidió un
descanso en Panamá donde estuvo muy bien atendida.
De nuevo regresó a España y de nuevo a Panamá para regresar a
España definitivamente».
Para atender mejor a su hermana María que necesitaba su ayuda fue
destinada al Colegio de La Roda (Albacete) el más cercano a Belmente.
De una de sus cartas entresacamos: «Yo seré Salesiana hasta la muerte.
Tengo falta de equilibrio y dificultad al hablar, pero Dios es maravilloso».
Después de estar algunos años cuidando a su hermana y sintiendo que
su enfermedad se agravaba, fue destinada a la Casa de Aravaca (Madrid)
para llevar una vida tranquila.
Como sus dolencias iban en aumento, en el año 1987 pasó a la Resi-
dencia de Enfermas «Santa Teresa» en Madrid. Por su enfermedad estaba
afectado todo el sistema nervioso, siéndole muy difícil mantenerse en pie.
Pronto se encontró muy contenta en la Comunidad. Decía que estaba
acompañada y acogida y esto le daba motivos para vivir agradecida a
Dios, a las Hermanas y especialmente a las enfermeras.
Su corta estancia fue tranquila y gozosa. Se pasaba el día en compañía
de otras enfermas a las cuales las hacía siempre partícipes de su entu-
siasmo misionero. El Rosario era su rezo preferido. Ponía el cassette y así
rezaban las tres partes con sus correspondientes cantos.
A todas contaba sus experiencias de veinte años de Misionera en Cen-
tro América. Su hermana María era para ella su máxima preocupación y al
tiempo la máxima ilusión. Cuando venía a visitarla la recibía con mucho
cariño. Ella a su vez la colmaba de detalles.
Por falta de estabilidad tuvo una caída y se fracturó la cadera derecha.
Esto fue la muerte para ella. La operaron y todo resultó bien, pero la mala
circulación le produjo una embolia y así vivió dos meses. Le repitió una
segunda vez y a la tercera le tocó el cerebro. Sufrió mucho en esos últi-
mos tiempos por la falta de movimiento y control. Había perdido la volun-
tad y no le era posible la recuperación.
De ella conservamos como recuerdo y empuje para vivir nuestra voca-
ción con fidelidad, entrega, bondad y alegría. Persona sensible, detallista,
llegaba a todos, aun en los últimos días de su enfermedad.
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Dándose cuenta de su estado físico solía levantar los ojos al cielo
deseando encontrarse definitivamente con Dios.
Este encuentro llegó el día 22 de marzo de 1988 las 8,45 de la mañana
en la clínica de la Milagrosa de Madrid. Sus restos fueron traídos a la Resi-
dencia de santa Teresa donde estuvo instalada la capilla ardiente. Que el
Señor de la vida la haya acogido con amor y a nosotras que todavía pere-
grinamos en la fe, nos consuele y nos anime con su gracia para corres-
ponder siempre con fidelidad al compromiso de entrega de toda nuestra
vida para la salvación de los jóvenes, en espera de vivir la Pascua plena
con el Señor Jesús.
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SOR INOCENCIA OSACAR
Nació: el 20 de junio de 1897 en Undiano (Navarra)
Profesó: el 5 de agosto de 1923 en Sarria (Barcelona)
Murió: el 9 de junio de 1988 en Madrid
Sor Inocencia Osácar Ayerra nació en Undiano (Navarra) el 20 de junio
de 1897.
Fue hija única del matrimonio formado por Joaquín e Isidora, personas
sencillas y buenas que supieron educar a su hija en el amor y temor de
Dios.
Desde los comienzos de su Vida Religiosa fue un alma entregada y
feliz. Así lo demostró en su Postulantado y Noviciado.
El día 5 de agosto de 1923 profesó en Sarriá-Barcelona.
Dios le ha regalado una hermosa y espléndida vida, noventa y un años
vividos para El y entregada a la salvación de las jóvenes, noventa y un
años en los cuales ha sabido bendecir al Señor de la Vida con gozo, entu-
siasmo y amor.
Su vida profunda y de una fe robusta se transparentó en su rostro: sus
ojos vivos y alegres estaban en todo, pendientes de todos. Parecía haber
aprendido de María en las Bodas de Cana, porque donde ella estaba no fal-
taba el vino del detalle, del servicio, de la ayuda. Sabía prever, llegaba a las
personas, atendía todo con primor y esmero, preparaba y cuidaba creando
siempre clima de familia. Se estaba tan bien a su lado. Te hacía estar en
casa con su mirada clara, acogedora, cálida y fraterna. Era como la mujer
fuerte de los Proverbios: siempre solícita, premurosa, atenta a toda necesi-
dad de las Hermanas y de las niñas.
Ha vivido con intensidad la vida porque la ha vivido con amor. Sí que
podemos decir que ha hecho de su vida una celebración de acción de
gracias a Dios, al que amaba con todas sus fuerzas y con todo su ser.
Su vida nos era necesaria por eso Dios se la ha regalado larga y llena
de salud como signo de gozo, de entusiasmo y de entrega plena a su ser-
vicio.
Entró en el Instituto en 1921, profesó en 1923 y a los pocos años de
hacer su Profesión Perpetua en 1933, se la envía a fundar con Sor Rosario
Ferrete y Sor Concepción Olmos la Casa de Sueca (Valencia) ella va como
responsable de las Hermanas.
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De 1937 a 1948 está en Salamanca, de 1948 a 1953 en Baracaldo de
Ecónoma, en 1953 en Falencia hasta 1982 y al cerrarse la Casa pasa a
Villamuriel de Cerrato (Falencia) hasta este año 1988.
Las Hermanas nos dan su testimonio:
«Viví con Sor Inocencia cuatro años en Falencia. Jamás olvidaré su
sonrisa. Era trabajadora, le tenía que reñir la Directora porque trabajaba
demasiado. Siempre alegre, serena, muy humilde, nunca se quejaba ni se
le oía hablar mal de nadie. Escuchaba con interés y preguntaba. Tenía sus
ratos de oración además de los comunitarios. Participaba siempre en los
teatros de Navidad. Salesiana cien por cien. Era muy limpia y ordenada.
Cuando se presentaba en Comunidad nadie sabía que había estado en la
huerta con los animales por lo ordenada que estaba y decía que no era
respetuoso presentarse mal ante las Hermanas».
«He tenido la suerte de vivir con Sor Inocencia en Falencia en el Cole-
gio de Huérfanas de Ferroviarios. Fue para mí que llegué recién profesa,
una Hermana ejemplar en todo. Era buena, muy piadosa, sacrificada al
máximo y siempre con la sonrisa en los labios que a la vez le salía por los
ojos muy alegres.
Nunca escuché de su boca una palabra que pudiese molestar a nadie.
Desempeñaba el oficio de despensera, todo lo hacía con mucho cariño
y en las fiestas demostraba sus dotes de buena repostera... y cuando le
hacíamos fiesta por sus dulces o tartas tan adornadas, disfrutaba mucho y
siempre le quitaba importancia. Fue muy humilde en todo y en toda su
persona.
En los ratos libres que le quedaban se dedicaba a cuidar las gallinas y
los cerdos. En los inviernos fríos de Falencia cruzaba aquellos patios
envuelta en un chai, con sus manos rojas por el frío y nunca dejaba esca-
par una queja.
También era encargada de las plantas y éstas correspondían a sus cui-
dados. Las galerías parecían jardines pues las cuidaba con gran cariño,
pienso que las flores también la llevaban a Dios.
Era muy amante de la Comunidad y tomaba parte activa en todo lo que
le encomendaban cuando había fiestas».
«La conocí en el ocaso de su vida desde 1983 hasta 1988 en que pasó
a la Casa del Padre. Ya estaba fuera de toda actividad, pero con sus
muchos años mantenía la ornamentación de la Casa, las plantas, orden
del comedor de las Hermanas, sacristía, etc. Siempre estaba todo a punto
y en perfecto orden.
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Gustaba de la vida de piedad, puntualmente estaba en la capilla para la
oración en común. Su presencia era activa. Las novedades o cambios
litúrgicos los asimilaba plenamente y en ellos participaba con creatividad
en profundo espíritu de fe.
Se lamentaba de no poder hacer más, de no poder ayudar a la Comu-
nidad en algunos quehaceres cotidianos o extras, pero el espíritu lo man-
tenía vivo y ante el Señor intercedía pues largos ratos los pasaba ante el
Sagrario como lámpara que se va desgastando con vivacidad y dando luz.
En los primeros años salía para ver a las niñas que cariñosamente le
hacían corro. Más tarde tuvo que conformarse con mirarlas desde la ven-
tana. Ellas guardan grato recuerdo de «Sor Ino».
Era el alma de la Casa siempre en su sitio con diligencia, con elegan-
cia, compartiendo los gozos y las deficiencias de la Comunidad. Se le
podía aplicar a ello lo mismo que a nuestras primeras Hermanas.»
Después de algún tiempo se sintió mal, iba a comenzar su calvario. Fue
trasladada a la Residencia de Santa Teresa de Madrid para ser atendida
más especialmente.
En marzo comenzaron sus dolores. Al principio se creyó que sería cosa
de artrosis, algo de huesos. El mal se fue desvelando y con él los grandes
dolores.
En proporción a su vida la enfermedad ha sido breve. Dios le ha dado
salud y una enfermedad corta aunque dolorosa.
Entre tanto su vida se iba apagando y su deseo se hizo realidad el día 9
de junio de 1988 en la Residencia de santa Teresa de Madrid cuando fue
al encuentro definitivo y pleno con el Padre.
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SOR PRESENTACIÓN PÉREZ
Nació: el 9 de enero de 1928 en Pina de Esgueva (Valladolid)
Profesó: el 5 de agosto de 1956 en Madrid
Murió: el 4 de julio de 1988 en Salamanca
Sor Presentación Pérez nació en Pina de Esgueva, en la provincia de
Valladolid. Descendía de una familia cristiana, sencilla, acogedora, cuya
madre mujer de temple supo educar a sus seis hijos en el amor de Dios,
en la aceptación de todo cuanto les rodeaba como signo de su presencia.
Ella fue un digno exponente de esta formación.
Con gran ilusión y convencimiento entró en el Noviciado en 1954.
Profesó en Madrid el día 5 de agosto de 1956 después de dos años de
profunda formación y piedad.
Vivió en las Casas de Palencia y Santander desarrollando una hermosa
tarea con las niñas.
En el año 1969 fue destinada a Villagarcía de Arosa como Directora y
más tarde, en el año 1975 la encontramos en El Plantío, Santander, Plaza
de Castilla y por fin en 1983 fue destinada a Salamanca que sería su últi-
mo destino.
En estas últimas Casas llevó con diligencia y esmero el trabajo de la
Economía.
Siempre la vimos entregada con un fuerte espíritu de sacrificio, vivien-
do el «voy yo» con ánimo alegre y firme.
Era una persona de voluntad recia, sabiendo vivir preferentemente el
bien de los demás al suyo propio, tomando para sí la parte más costosa y
saliendo al paso de todas las necesidades comunitarias.
Fue muy querida en todas las casas donde estuvo, como lo demues-
tran los testimonios de las Hermanas:
«He vivido con ella seis años. Durante estos años la observé como per-
sona de piedad sencilla. Gustaba saborear las cosas de Dios y tenía una
gran devoción a María Auxiliadora.
Destacaba en su amor por todo lo Salesiano y en los últimos años un
cariño especial y confiado a Sor Eusebia Palomino. Deseaba con verdade-
ro interés visitar su tumba en Valverde del Camino, pero no pudo llevarlo a
cabo por su enfermedad.
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Fiel a su vocación, a una entrega generosa en favor de la Comunidad
en la que no ahorraba trabajo ni esfuerzo para dar gusto en todo lo que
podía.
Tenía un carácter alegre, abierto. Amaba al Instituto y a las Superioras,
se sentía gozosa de su identidad de Hija de María Auxiliadora. En ella se
ha cumplido la herencia de Don Bosco: pan, trabajo, en el que fue cons-
tante siempre y el paraíso del que ya estará gozando».
«Tuve la suerte de vivir con Sor Presentación los años que pasó en el
«Hogar Sutileza» de Auxilio Social de Santander.
Era Asistente del grupo de niñas mayores y también daba clase a las
medianas de cultura general.
La vi siempre trabajadora y fiel al cumplimiento de su deber. Era sacri-
ficada, con las niñas menos trabajadoras era exigente y constante en
seguirlas, comprensiva con las débiles y buena con todas.
Tanto las Hermanas como las niñas la queríamos sin fingimientos. Con
ella podíamos contar para cualquier cosa.
De temperamento activo y carácter abierto, nos gustaba tenerla cerca-
na en los paseos, asistencias, limpiezas, etc. propias de los internados.
Era muy ordenada en su persona y en sus cosas, sabiendo transmitir a
todas el gusto por el orden.
Recuerdo en un paseo por la orilla del mar cerca de un lugar denomi-
nado «mata leñas» que algunas mayores quisieron jugársela con una
estratagema peligrosa... Ella lo captó al vuelo y supo impedirlo sin que
hubiera ningún incidente.
Siempre que nos encontrábamos, recordábamos con alegría aquellos
años dedicados plenamente a unas niñas propias de nuestro carisma».
«Viví con ella en Salamanca. Era una hermana muy austera, sacrificada,
piadosa, caritativa, sufrida. Por no hacer sufrir a su familia no les dijo nada
de su enfermedad».
«Tuve ocasión de tratar a Sor Presentación durante su última enferme-
dad cuando venía a Madrid y la acompañaba para recibir las sesiones de
Radioterapia y Quimioterapia.
Me llamó la atención la alegría y buen humor que tenía siempre. En los
ratos en que hablábamos en el coche y en las salas de espera me mani-
festó el ansia que tenía de vivir, la esperanza en que se iba a curar, el
miedo que tenía a la muerte y al sufrimiento.
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Aun en los momentos en que su moral estaba más baja, nunca se
quejó de por qué le había tocado esa cruz. A pesar de su ansia por curar y
vivir, mostraba deseos de hacer la Voluntad de Dios, dando a sus sufri-
mientos un valor redentor, ofreciendo con su chispa y buen humor, por la
Iglesia, el Instituto y por tantas necesidades que a ella se le ocurrían.
A las personas a las que trataba: médicos, enfermeras, etc. directa o
indirectamente les decía una palabrita o íes hablaba de María Auxiliadora
o de Sor Eusebia Palomino de la que esperaba conseguir la curación y les
repartía algún llavero o medalla.
Todo esto ha dejado en mí un buen recuerdo de la Hermana atenta,
alegre, disponible, fuerte, entregada, llena de fe y vida interior».
Después de uno de los viajes a Madrid para recibir la sesión de los
ciclos y detener su grave enfermedad cancerosa, se sintió peor que de
costumbre y así comenzó el Vía Crucis doloroso que fueron sus últimos
días de vida.
El Señor la encontró preparada y vino a buscarla. Murió el lunes día 4
de julio de 1988 a las 11 de la noche en Salamanca.
No nos esperábamos que el Señor la llamase así tan rápidamente. Ha
muerto como ha vivido, de pie firme, trabajando, abriéndose a la vida y
buscando con toda su alma la curación. El Señor tiene sus caminos.
Ahora descansa tranquila en El.
Su existencia y su muerte unida a la del Señor Jesús sea para nosotras
llamada y signo de renovación en nuestras Comunidades, llamada a vivir
con más fuerza la fraternidad, la unión, la bondad, la amabilidad; signo de
una vida entregada plenamente al Reino de Dios y a la salvación de los
jóvenes.
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SOR AMELIA FERNÁNDEZ
Nació: e!12 de enero de 1901 en San Esteban Trabanca (Avila)
Profesó: el 6 de enero de 1925 en Sarria (Barcelona)
Murió: el 24 de octubre de 1988 en Madrid
Sor Amelia Fernández del Campo nació en San Esteban de Trabanca
(Avila) el día 12 de enero de 1901.
Francisco y Josefa fueron sus padres, honrados trabajadores del
campo que supieron dar a sus hijos una esmerada educación y profunda
vida de fe.
En esta escuela alimentó su temple fuerte y viril, su coherencia interna
y su vida austera y entregada.
Muy pronto el Señor la llamó a una vida de total dedicación a los jóve-
nes y ella respondió con generosidad segura de que ese era su camino.
Después de pasar por el Postulantado y Noviciado dejando una estela
de fervor y convencimiento pleno de su elección, profesó en nuestro Insti-
tuto el día 6 de enero de 1925 en Sarria (Barcelona).
Su larga vida ha sido desgastada en diversas Casas de España: Valver-
de del Camino, donde conoció a Sor Eusebia Palomino, Sevilla, Barcelo-
na, San José del Valle, Salamanca. Fue Directora en Aravaca (1955-61).
También fue Directora en La Roda (Albacete) los tres siguientes años y en
1964 fue destinada a Salamanca donde vivió 23 años, siendo trasladada al
cabo de ese tiempo a la Residencia de Santa Teresa en Madrid, pues su
salud física y mental estaba ya demasiado quebrantada.
La vimos siempre muy educada con todos. Se destacó por su finura de
trato, delicadeza y afabilidad.
De gran sensibilidad artística y con gran ingenio para atraer a las jóve-
nes, a las que educaba a través del teatro, la música y los juegos.
Mujer de oración profunda, que a pesar de sus muchas ocupaciones
que desempeñaba magníficamente, supo encontrar siempre esos minutos
preciosos para dedicarlos a sus grandes devociones: la Eucaristía, el
Sagrado Corazón de Jesús, María Auxiliadora, el Papa y nuestros Santos
salesianos.
Ha sido hermoso escucharle ya inconsciente el: «Jesús mío, te amo,
perdón». Es el reflejo de una existencia tan unida al Señor que hasta el
final y a través del inconsciente sigue alabando a su Dios.
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Fueron las Antiguas Alumnas su porción predilecta y ha dejado en
todas un grato recuerdo, pues las siguió con entusiasmo y dedicación.
Tenía un arte especial para descubrir la belleza de las niñas y aquellos
rasgos característicos que ella quería expresar en las representaciones
teatrales, pues fue durante mucho tiempo encargada de esta actividad.
Ponía mucho esfuerzo e interés en preparar todo, dando así realce a las
fiestas.
Pese a su físico, tan reducido al final y a su estado mental tan precario,
siempre recordamos su sonrisa agradecida hasta el final de su vida. Aun
inconsciente agradecía todos los cuidados que se le prestaban. Las enfer-
meras son testigos de su gratitud. Su rostro en actitud de no exigir nada y
de sonreír a todas las que le atendían y ayudaban, es para nosotras tam-
bién un signo hermoso de una vida que ha transcurrido en una donación a
todos y plenamente confiada en el Padre.
Ya en el ocaso de su vida y próxima a su muerte, en los momentos que
tenía de lucidez ofrecía al Señor todas sus fatigas por el Instituto y la sal-
vación de las almas.
Después de unos días de amargo sufrimiento, Dios la llamó para siem-
pre y la cortó como fruto sazonado el día 24 de octubre de 1988 en la
Residencia de Santa Teresa de Madrid.
Que su muerte en el centenario de la de Don Bosco nos urja a vivir con
fraternidad y disponibilidad a los intereses del Reino.
Desde el Cielo Sor Amelia nos ayudará a seguir creciendo vocacional-
mente para ser signos gozosos del amor del Padre.
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SOR CARMEN BELLVER
Nació: el 10 de octubre de 1903 en Benicalap (Valencia)
Profesó: el 5 de agosto de 1930 en Sarria (Barcelona)
Murió: el 27 de noviembre de 1988 en Madrid
Sor Carmen Bellver nació en Benicalap (Valencia) eMO de octubre de
1903.
Sus padres, Leoncio y Mercedes, ejemplares cristianos, supieron dar a
sus hijos un ejemplo de vida que les ayudaría a vivir su fe siempre.
Su padre murió siendo ella muy niña, por lo que su educación cristiana
la continuó en el hogar de unos tíos que no tenían hijos. Su forma de ser
hizo que allí se sintiera como hija predilecta y única en la familia.
Una tarde a la semana iba a casa para ver a su madre y hermano. Esto
lo recordó siempre con mucha añoranza, pero comprendiendo que era
para su bien, pues sus tíos tenían más posibilidades económicas y su
madre renunciaba a ella por su bien, nunca lo hizo pesar.
Muy joven y providencialmente conoce a las Hijas de María Auxiliadora
en Sueca (Valencia). Estando con ellas descubre que el Señor la llama
para entrar en el Instituto y se lo comunica inmediatamente a la Hermana
Directora que le recomienda que rece mucho a la Virgen. Ella lo hace
siempre delante del Sagrario y es cuando empieza a gustar el valor de la
Visita al Santísimo Sacramento que fue su gran devoción toda su vida,
haciendo que cuantos vivieron con ella apreciaran también ese valor.
Además de las orientaciones de la Hermana Directora, Sor Carmen se
dejó ayudar mucho por el Padre Viñas a quien recordaba con veneración y
cariño.
Cuando llegó el momento oportuno decidió comunicarlo en casa espe-
rando una buena acogida, pero no fue así. Su tía se opuso y le prohibió ir
al Colegio. Esto le supuso un gran dolor pues además de no poder ver a
las Hermanas con tranquilidad, no podía ir a la Capilla a rezar. A pesar de
la prohibición más de un día cuando le tocaba ir a casa de su madre, se
pasaba por el Colegio y sobre todo se iba a rezar a la Capilla. Esto hizo
que la Hermana Directora le facilitara una llave de la misma para que
entrara y se encerrara por dentro y así nadie podía decir a su tía que la
había visto en el Colegio.
Estos años que le faltaban para alcanzar la mayoría de edad los pasó
con entereza y esperanza, deseando que llegara el día en que pudiera
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empezar su formación en Sarria. Mientras tanto su tía la llevaba con fre-
cuencia a un Convento de Carmelitas. Allí comienza a invocar a la Virgen
con el nombre de Nuestra Señora del Carmen, descubre la identidad de
su nombre, la importancia de la vida de perfección simbolizada en el
Monte Carmelo y con la Virgen, y llega incluso a preguntarse si el Señor la
querría Carmelita y no Salesiana.
Con el tiempo todas las dudas quedan resueltas y la mayoría de edad le
permite dejar a su familia y hacer un fervoroso Postulantado y Noviciado para
profesar el 5 de agosto de 1930 en Sarria como Hija de María Auxiliadora.
La vida de Sor Carmen ha sido un gran regalo del Señor. Estuvo en las
Casas de Villaamil, La Roda, La Ventilla, Emilio Ferrari, Dehesa de la Villa,
María de Molina, Burgos, Falencia y de nuevo volvió a Emilio Ferrari donde
sus últimos años fueron una escuela de vida interior intensa que ha dejado
marca para siempre en Hermanas, niñas, Antiguas Alumnas y padres de
familia. Acercarse a Sor Carmen era acercarse al Sagrario donde se
encontraba siempre un consuelo espiritual y una referencia a lo trascen-
dente.
En el año 1936 estalló la Guerra Civil de España y varias de nuestras
Hermanas fueron martirizadas. Sor Carmen nos contaba sus experiencias:
«Me encontraba destinada en la Casa de Madrid-Villaamil. El día 4 de
mayo cuando las niñas habían salido con toda normalidad de clase, nos
avisaron de que un grupo de revoltosos se encaminan hacia nuestro Cole-
gio. La Hermana Directora dio orden de que saliésemos. Yo me encontré
en la escalera con un grupo de ocho o diez hombres que me dijeron que
saliera pronto o me quemarían dentro. Salí con todas las Hermanas por la
puerta del salón y en ese momento dispararon dos tiros y los que estaban
en el Colegio salieron pensando que era yo quien había disparado. Me
cogieron entre varios y me obligaron a enseñarles la bolsa que llevaba
porque decían que yo tenía el revólver. Fue entonces cuando comprendí
que la intención de esa chusma era ponerme en mi bolsa el arma, pero yo
se lo pude impedir.
Por fin ellos me dejaron libre. Las mujeres empezaron a tirarme piedras
y me hirieron en la cabeza hasta que providencialmente pude esconderme
en un portal sin ser vista. Escondida así estuve hasta las nueve de la
noche. Salí con un abrigo que me prestaron y en un coche, pasando desa-
percibida, me llevaron a la calle de Velázquez, donde la caridad de los
señores García de Vinuesa habían recibido también a otras Hermanas».
Otro momento difícil de esta época nos lo narra una Hermana testigo
de la confidencia escuchada a Sor Carmen: «Sucedió al comienzo de la
guerra. Iba ella con otra Hermana y unos milicianos las descubrieron.
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Poco a poco las fueron acorralando en medio de insultos hacia un pare-
dón con intención de matarlas allí mismo. Ellas se pusieron a rezar invo-
cando a María Auxiliadora. Ya nerviosas porque no disparaban y oyendo
el alboroto de unos niños, se volvió Sor Carmen y les gritó: «¿A qué espe-
ráis? Los milicianos le respondieron: Que quiten de en medio a esos niños
que no podemos disparar... Y era verdad. Aquella calle minutos antes
estaba totalmente desierta y en ese momento un gran número de niños y
niñas jugaban ajenos a lo que estaba pasando. Los milicianos ante la
imposibilidad de disparar se fueron de allí».
Por supuesto, en este hecho vio Sor Carmen claramente la protección
de María Auxiliadora.
Fueron tiempos difíciles para todas las Hermanas de España. Ante la
imposibilidad de estar en los Colegios, se marcharon todas con la familia
desde el año 1936 al 1939.
Ella se fue con la suya y en ese tiempo se ocupó de la casa que fue
convertida por el Ejército Rojo en un Comité. Su hermano Blas huyó y ella
quedó responsable absolutamente de todo. Con qué deseos esperaba la
noche para retirarse a su habitación y allí hacer un tiempo indefinido de
oración.
Una vez terminada la Guerra fue destinada nuevamente a la Casa de
Villaamil y en el año 1943 fue como Fundadora y Directora a la Casa de La
Roda (Albacete). Fueron tiempos de suma pobreza, pero la confianza en la
Providencia no faltó y serían numerosas las ocasiones en que se vio prodi-
giosamente su acción en casos muy concretos. Las Hermanas de aquella
época atribuyen a la confianza incondicional de Sor Carmen el poder salir
airosas de muchos apuros.
Se dio tanto al apostolado que tuvo que ser destinada de nuevo a Villa-
amil al año siguiente, ya que tanto trabajo unido a la escasa alimentación
había quebrantado su salud.
Después fue Directora en varias casas: La Ventilla, Emilio Ferrari, la
Dehesa de la Villa, María de Molina y Burgos. Fue dejando en todas ellas
una estela de paz y fervor que serían interminables los testimonios de las
Hermanas que tuvieron la dicha de vivir con ella y ahora lo narran con
inmensa emoción:
«Tuve la dicha de vivir con ella en tres Casas y la recuerdo con cariño
porque me ayudó a ser feliz. La he querido como si fuera mi madre y
siempre admiré en ella su amabilidad, simpatía, prudencia, comprensión,
pero sobre todo porque adivinaba que todas esas virtudes provenían de
una intensa vida interior».
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«Fue un alma enamorada de Dios. Vivió llena de El, de su amor espon-
sal que irradió y contagió a todas las que pasamos por su lado. El pensa-
miento de la presencia de Dios era natural en ella. Su corazón era como
una custodia en donde Dios reposaba. Decía que a las almas no hay que
darles cosas, hay que darles a Dios. Oraba sin interrupción, siempre de
rodillas en la Capilla. Ofrecía sus oraciones por las vocaciones sacerdota-
les y por el Instituto».
«Era muy espiritual. Cualquier conversación que se iniciara, por mate-
rial y frivola que fuera, en seguida la llevaba al terreno de lo espiritual.
Nunca terminaba una conversación, aunque fuese con personas que ape-
nas conocía sin hacer al final una pequeña «Platiquita», dejando a todos
contentos y con deseos de practicar aquello que recomendaba.
Siempre dispuesta a ayudar en todo lo que ella sabía, que era mucho
en el arte de la aguja con la que hacía verdaderos primores.
Si en alguna ocasión le parecía que había faltado, era pronta a pedir
disculpas ante la Comunidad. Era muy humilde y sencilla. Para todo pedía
permiso».
Las devociones más importantes de Sor Carmen fueron a la Santísima
Virgen y al Sagrado Corazón de Jesús. Además de su profundo amor a la
Eucaristía.
Era muy amante de la pobreza y la practicaba constantemente.
Nos dice una Hermana: «Su deseo de desprendimiento era grande. En
una ocasión perdió su aguja de hacer ganchillo que era su mejor herra-
mienta de trabajo. Me comentó con toda sencillez: «Hace unos días el
confesor me preguntó si tenía el corazón apegado a algo. De momento le
dije que no, pero pronto me vino a la mente que quizá estaba apegada a
esa aguja de ganchillo que me facilita el trabajo y mira cómo el Señor me
quiere ahora, al perder esa aguja, para que mi corazón sea solamente de
El. Bendito sea».
Nos cuenta otra Hermana: «Estos dos últimos años de su vida he teni-
do la suerte de vivir muy cerca de ella por mi oficio de enfermera. Delicadí-
sima en todos sus actos, sacrificada en grado sumo, no quería molestar-
me en nada. En la noche del 25 de noviembre, día y medio antes de morir,
a las cinco de la mañana me desperté súbitamente como si alguien me
estuviera llamando. Me levanté y la encontré sentada en la cama retor-
ciéndose de dolores, pero sin una queja... Como pude la metí en la cama,
le di un calmante y me quedé con ella, llamando a la Directora para que
avisara al médico. Yo la veía muy mal. Después de un rato vino el doctor y
nos dijo que estaba muñéndose. No la oímos ni un lamento. Con una paz
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inalterable pasó esas últimas horas, dando a cada una su consejo, esa
palabra de vida y de amor de Dios. Lo único que merece la pena es amar
a Dios. Expresión que la caracterizaba.
Sobre las ocho de la mañana del día 27 de noviembre de 1988 entró en
coma y a las once, plácidamente como había vivido, entregaba su alma a
este Dios que tanto amó y que sin duda le abrió los brazos de Padre para
recibirla en su Casa.
Todavía escuchamos y seguiremos escuchando: «Amarte, Jesús, es mi
ilusión, amarte es mi vivir y mi única ambición, amándote morir».
Agradezcamos a Dios el don de Sor Carmen. Su vida y su muerte ha
sido un continuo ejemplo de vida.
Desde el cielo nos ayuda con su mirada clara y su voz enamorada nos
sigue hablando de Dios, el único amor de su vida. «No me tienes que dar
porque te quiera, Señor, pues aunque lo que espero no esperara, lo
mismo que te quiero, te quisiera». (Esta oración la hemos encontrado fir-
mada por ella en las Constituciones de su uso).
Como una pina, decía, cuyo centro es Jesucristo, como una pina, así
tenemos que vivir. Que así sea.
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SOR MERCEDES FERRACES
Nació: el 28 de julio de 1913 en Cazallas-Mellid (La Coruña)
Profesó: el 5 de agosto de 1948 en Madrid
Murió: el 18 de junio de 1989 en Burgos
Sor Mercedes Ferraces Seijo nació en Cazallas-Mellid (La Coruña) el
día 28 de julio de 1913.
Sus padres fueron Manuel y Benita, cristianos, bondadosos y honra-
dos. Era la quinta de nueve hermanos, de los cuales uno murió a los cinco
años y otra a los veinticuatro. Pertenecían a una clase más bien humilde,
que vivían del trabajo del campo.
En 1921 su padre ingresó en el Cuerpo de Seguridad y les destinaron a
Barcelona, quedando la madre en el pueblo al cargo de los nueve hijos. Al
año siguiente le trasladaron a El Ferrol y entonces toda la familia cambia
de residencia para reunirse con él.
Al quedar establecida allí la familia, Mercedes, al igual que sus herma-
nos asisten a una Escuela Pública para aprender lo indispensable y tam-
bién el Catecismo. Al mismo tiempo frecuenta una Escuela de Artes y Ofi-
cios donde aprende Dibujo. De ahí se desprenderán las cualidades que
tanto admiramos en ella para todo tipo de trabajo manual.
Con los escasos estudios realizados y en unión con otra hermana
mayor que ella, va a casa de una modista para aprender a confeccionar la
ropa de la familia y ayudar en casa con lo poco que ganaban.
En 1935 decidió hacerse Religiosa una de sus hermanas mayores. La
marcha de esta hermana influyó en la vida de Sor Mercedes que se veía en
la necesidad de ayudar a sacar adelante a sus hermanos más pequeños.
Al iniciarse la Guerra Civil Sor Mercedes tuvo la suerte de poder encon-
trar un trabajo como dependiente en un establecimiento de Mercería, para
ocupar la plaza del dependiente que tuvo que marcharse al frente: Al con-
seguir este trabajo de gran ayuda para su familia, hizo que Sor Mercedes
se diera también de lleno a otro trabajo en sus horas libres: una Obra
Social llamada «Mujeres al servicio de España», que se dedicaban a la
confección de ropa para los soldados y aun le quedaba tiempo para asis-
tir como enfermera voluntaria a un Hospital de sangre instalado en un
Centro de la Marina, habilitado para recibir heridos mutilados cubiertos de
heridas y de miseria.
No tenía descanso. Para ella no había domingos ni horas libres. Todo
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el tiempo era poco para dedicárselo a aquellos pobres gentes. Para hacer-
les más llevaderos sus sufrimientos, pues incluso venían sin piernas y sin
brazos. Los atendía con cariño y consiguió que alguna amiga más se unie-
ra en este humanitario trabajo.
En cuanto a su vida espiritual, se unió a unas cuantas amigas que eran
de sus mismas ideas religiosas. Se dedicaba a la Catequesis, se integró
en Acción Católica, fue elegida Presidenta en el Centro de la Parroquia del
Carmen, siendo el Consiliario un Padre Salesiano.
En esta época se dedicaban a confeccionar canastillas para recién
nacidos de padres muy pobres. Para el bautizo les buscaban padrinos y
les entregaban las canastillas.
También formó parte de la Coral Polifónica Ferrolana, fundada por don
Manuel Pérez Fanego, que se dedicaba a dar conciertos sacros y benéfi-
cos.
Prestaba apoyo espiritual, moral y material hasta donde sus medios se
lo permitían.
Pasados los años de la Güera, ella continúa trabajando en el comercio
y con sus actividades de Acción Católica. Se dio por entero a hacer el
bien, a propagar la fe con sus compañeras de grupo e hicieron que El
Ferrol hablara de ellas como un ejemplo vivo de fe y de caridad en su
ayuda al necesitado.
Un dato más para apuntar en la vida espiritual de Sor Mercedes lo da
el hecho de que toda su familia era muy religiosa, de Comunión diaria. Su
hermana fallecida a los 24 años, fue considerada como hija del dolor, pues
había ofrecido su vida a Dios a cambio del éxito en su trabajo de aposto-
lado. Todo esto dio razón de ser a Sor Mercedes para ofrecerse ella a la
Vida Religiosa en recuerdo de la muerte de su hermana.
Al ver que su vocación le atraía y que su ilusión estaba en servir al
Señor todavía mejor de lo que lo había hecho hasta entonces y compro-
bando que su familia podía prescindir de su sueldo, planteó la situación a
sus padres, ya ancianos, aun teniendo en cuenta que sus dos hermanas
mayores eran ya Religiosas. Los padres no pudieron negarse y le dieron el
permiso.
Fue a Madrid y su Noviciado fue una escuela profunda de formación en
todos los aspectos. Sus deseos de entrega al Señor se vieron cumplidos
con su Profesión Religiosa en Madrid, el 5 de agosto de 1948.
Al profesar fue enviada a Portugal donde trabajó incansablemente en
las Casas de Estoril, Lisboa y Cascáis.
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Nos comunica una Hermana: «Fui destinada a Portugal, mi primer
campo de trabajo, en el año 1951 y precisamente en la Casa «28 de
mayo» donde ya se encontraba Sor Mercedes. Fue un regalo de Dios
haberla puesto en mi camino. Me enseñó a educar a aquellas niñas con
tantos problemas. La mayoría eran huérfanas de padres vivos. Sor Merce-
des vivía en una entrega total. Educaba con amabilidad salesiana, siendo
enérgica para evitar la ofensa de Dios.
En el patio siempre en medio de las niñas. Era alegre, juguetona, crea-
tiva, cercana a todas. Con la palabra oportuna evitaba los grupitos.
Era hábil para aprender y enseñar y tener ocupadas a sus educandas.
Tenía un cierto orgullo de que sus niñas destacasen en la piedad, en el
amor a María Auxiliadora, en el orden, en el trabajo, etc. Llegaba a tener
en sus clases de labores hasta cien internas. Si alguna Asistente mandaba
a las niñas castigadas a su clase, decían: «El mejor castigo que nos pue-
den dar es mandarnos a la clase de Sor Mercedes porque es como estar
en el cielo».
Su mayor preocupación era pensar en el futuro de aquellas jóvenes al
dejar el Colegio. Esto le impulsaba a darles una formación sólida, práctica.
Fue una Salesiana a lo Don Bosco. Amó y se entregó sin reservas a la
salvación de las jóvenes. Fue una buena Catequista y un gran testimonio
en la Comunidad. Disponible siempre y con gran espíritu de fe».
En 1977 vino a España y hemos gozado de su presencia en la Comuni-
dad de El Plantío y en Burgos (Virgen de la Rosa) en los últimos nueve
años.
Le recordamos con gran afecto: parlanchína, agradable, servicial, aten-
ta a todo y a todos, acogedora, simpática, alegre, franca en el hablar. Sus
ojos vivaces reflejaban sus sentimientos y a veces qué hermosa era su
mirada, mezcla de intuición, humor y cercanía.
De carácter fuerte y dominante, pero Dios la condujo por el camino de
la sencillez y de la humildad. La vimos siempre cercana a los suyos, ofre-
ciéndoles apoyo, cariño y ayuda.
Trabajadora y activa, joven entre las jóvenes, mujer adulta entre los
padres y las Antiguas Alumnas. Educadora siempre. Con gran amor al Ins-
tituto y de verdad entusiasmada por María Auxiliadora, su madre y compa-
ñera de camino.
Su palabra cercana llegaba a todos, pequeños y grandes. La palabra y
su semblante amplio y acogedor, dos hermosos dones de Dios con los
cuales nos ha transmitido su riqueza interior. A través de ella Dios se nos
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ha manifestado. Lo hemos experimentado en su vida puesta al servicio de
todos, en su existencia consagrada a Dios y enteramente dedicada a El en
nuestro Instituto.
Su vida ha sido coronada con la enfermedad y el dolor. Tan sólo dos
meses y sin embargo cuánta ofrenda y sacrificio. Un día le comunicó a
Madre Inspectora: «Me faltaba esta etapa. He trabajado siempre con una
salud muy buena. Dios me esperaba aquí».
Y ella ha esperado en Dios conscientemente, con lucidez, deseosa de
seguir viviendo y también de morir si esa era la Voluntad de Dios. Entre
sus últimas palabras el nombre amoroso de María nos ha llenado de gozo
y aliento.
Dejaba este mundo serenamente como había vivido, en Burgos, el 18
de junio de 1989 al clarear el alba.
Que María Auxiliadora la conduzca de la mano a su Hijo, el Señor resu-
citado.
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SOR ASUNCIÓN MORATALLA
Nació: el 31 de mayo de 1930 en La Roda (Albacete)
Profesó: el 5 de agosto de 1958 en Madrid
Murió: el 4 de noviembre de 1989 en Madrid
Sor Asunción Moratalla nació el 31 de mayo de 1930 en La Roda (Alba-
cete). Ha sido la cuarta de ocho hermanos. Nació y creció en el seno de
una familia sólidamente enraizada en la fe cristiana. Y en su familia se forjó
un temple de mujer fuerte, de una piedad honda y de una fe inquebranta-
ble, solícita en la entrega, sencilla, desprendida, abnegada y sacrificada.
Dios quiso bendecir su hogar llamando para vivir una consagración
total a El y a los demás, a un hermano sacerdote y a su hermana mayor
que también es Hija de María Auxiliadora. Es de ella de quien recogemos
los recuerdos de la infancia y los rasgos de su personalidad que se van
forjando poco a poco en las diversas circunstancias en que tiene que vivir
la familia.
Era una niña juguetona, alegre, amiga de todas, sin llamar la atención,
dócil a lo que los hermanos mayores disponíamos. Desde muy pequeña,
sin embargo, destacó su gran personalidad, su criterio propio, su formali-
dad y su vida de piedad que llevaba sin ningún respeto humano. Se nota-
ba que vivía una unión profunda con Dios y aunque las dos hermanas fre-
cuentaban el Colegio de La Roda y recibían igual formación, su hermana
mayor siempre admiraba en ella su gran espíritu de sacrificio y aun sabien-
do que pensaba y sentía de una forma semejante a la suya, nunca le mani-
festaba sus sentimientos, sino que sentía por su hermana una envidiable
admiración.
En esos años enfermó y murió la madre y las dos hermanas se hicieron
cargo de la casa, atendiendo con gran esmero a los hermanos y al padre.
Al año siguiente de morir su madre, consiguió el permiso su hermana
Emilia y entró en el Aspirantado, ante la inevitable envidia de Asunción que
sentía fuerte la responsabilidad de ayudar a su padre y hermanos, y sabía
que tardaría unos años en conseguir el permiso.
Pero cuando Dios llama a un alma y ésta corresponde con fidelidad, el
paso del tiempo no es obstáculo para dar respuesta y así llegó el momen-
to de que Asunción viera colmado también su gran deseo.
De sus tiempos de Noviciado la recordamos como un elemento de paz
en cada circunstancia. Sabía dar motivos para que las demás novicias
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dejaran pasar las cosas que no tenían grave importancia. Siempre era
como una dulce calma en la tormenta. Sus compañeras la recuerdan así:
silenciosa, serena, modelo para las que por natural eran fogosas e intran-
sigentes. La Hermana Maestra la ponía de modelo y todas descubrían en
ella esas virtudes propias de quien quiere consagrarse por entero a Dios.
Era muy austera y servicial por lo que a lo largo de su vida todas las
Hermanas que convivieron con ella pudieron gozar de sus servicios indis-
tintamente, pues estaba siempre disponible para todas.
Hemos tenido la dicha de tenerla en muchas Comunidades de la Ins-
pectoría. Cuando profesó el 5 de agosto de 1958 fue destinada a la Casa
de la Dehesa de la Villa. Después hemos vivido con ella en Atocha. El
Plantío, Falencia, Emilio Ferrari, Vigo, Baracaldo, Burgos, La Roda. Por
último estuvo en Béjar de donde vino a Madrid para ser operada y donde
Dios la encontró preparada para darle el premio de sus buenas obras.
Muchas de estas obediencias sabemos que fueron muy costosas para
ella, pues incluso en alguna descubrió motivaciones que la hicieron sufrir.
Sólo alguna Hermana confidente de ella supo de este sufrimiento, pues
ella todo lo selló con el silencio y con el ofrecimiento al Señor convencida
siempre de estar cumpliendo su divina Voluntad.
Su enfermedad ha dejado al descubierto todo lo bueno que en ella se
encerraba. Amiga de pasar desapercibida al final de su vida reveló lo
mucho que sabe amar el alma que es silenciosa.
Siempre la conocimos más bien tímida, pero tremendamente trabaja-
dora, responsable y con un gran sentido del deber. Siempre en actitud de
superación, pues su carácter tímido le exigía hacer verdaderos esfuerzos
cuando tenía que hacer algo en público.
Se valoraba poco a sí misma y necesitaba el apoyo de las Superioras y
la confianza que en ella depositaban para poder dar lo mejor de ella
misma. Su gran fortaleza animaba a muchas Hermanas.
Sus dos últimas Casas han saboreado más la grandeza de esta Her-
mana que ante el dolor y ante la evidencia de una muerte cercana dio
muestras de entereza.
Llegó a Béjar el 22 de agosto de 1988. El cambio le costó mucho pues
venía de La Roda, su pueblo natal y se encontraba muy a gusto en su tie-
rra y entre los suyos.
Dentro de la Comunidad, su espíritu de entrega, dedicación y humildad
superaron las dificultades, incluso las que se originaban por su tempera-
mento un poco fuerte. Su espíritu de oración, su sencillez y austeridad
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pronto ganan a la Comunidad. Se la ve disfrutar en las tardes de los
domingos junto a los niños del Oratorio.
Ya en el segundo semestre, en marzo, comienza a sentirse cansada,
pero lo supera con su espíritu de sacrificio e incluso rechaza hacer una
visita al médico, pero ya en el mes de mayo viendo que no se mejora, con-
siente en ir a hacerse una revisión y es tratada de sinusitis. Con el trata-
miento mejora, pero un mes más adelante el mal se declara y aunque se
mantiene fuerte ante la dificultad, se empieza un proceso que ya no tendrá
curación. Los últimos días del mes de junio se visita a un especialista en
Salamanca y ante las primeras pruebas no duda en diagnosticar el mal
que la aqueja. Momento duro para ella y para todos. Pero siempre la
encontramos abandonada en los brazos del Padre y sin manifestar su
sufrimiento. Se reconoce la urgencia de una intervención quirúrgica y des-
pués de estar ingresada en un hospital de Salamanca, por indicación de
los médicos es trasladada a Madrid, pues en el nuevo hospital se dispo-
nen de medios más adecuados para tan difícil operación. Una vez más ella
muestra su resignación ante la nueva contrariedad, pues no desea alejarse
más de su Comunidad de Béjar y a la que desea volver a pesar del sacrifi-
cio que le supuso la última obediencia.
Se dispone a todo y ante la gravedad del momento no se duda en
hacerla pasar por el quirófano donde se le estirpa un tumor en la garganta.
La operación logra calmar la gravedad, pero ya nunca se recuperará y vivi-
rá meses de auténtico calvario aunque lo adivinamos más que lo hace
sentir, pues su sonrisa y serenidad intentan no hacer sufrir ni preocupar a
nadie.
La Hermana enfermera que sigue con más detalle los últimos tres
meses de la vida de nuestra querida Hermana y que está más cerca de
ella para hacerle las curas y seguir al dictado lo que el médico determina,
nos dice:
«Doy gracias a Dios por haberme dado la oportunidad de vivir estos
tres meses tan cerca de Sor Asunción. He podido apreciar en ella su figu-
ra de Hermana sencilla, humilde, sacrificada, serena, abandonada a la
Voluntad del Padre. Puedo decir que en ningún momento he visto en ella
una queja, una impaciencia, un rebelarse ante esta enfermedad. Sufría en
silencio pues desde el primer momento fue consciente de su mal. Creo
que sacaba fuerzas de los ratos de oración que pasaba delante del Sagra-
rio,pues para comunicarse con El no necesitaba la voz de la que después
de la operación se vio privada. La Capilla estaba muy cerca de su cuarto y
siempre que su estado se lo permitía se sentaba allí y pasaba largos ratos.
En un principio tuvo mucha ilusión y esperanza de ponerse bien, de
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poder hablar, de volver a Béjar y seguir trabajando. Esa esperanza tam-
bién se la daban los médicos y todos confiábamos que podía ser así. Con
esa ilusión se sometió a las curas y tratamientos, poco agradables y un
tanto dolorosos.
El día 4 de noviembre se le manifestó una notoria gravedad. A media
mañana notamos que se fatigaba mucho y que le costaba respirar. Urgen-
temente la trasladamos a la clínica para que la hicieran una aspiración y le
aliviaran un poco ese estado de ansiedad y ahogo que tenía. De nuevo
nos advierten que su estado es muy grave.
Avisamos a la familia que se puso en camino y ella se disgustó pues no
quería molestar a nadie. No quería hacer sufrir a nadie.
Una hora antes de morir me encontraba sentada a su lado viendo la
dificultad tan enorme que tenía para respirar y me dijo: «Tienes mucho que
hacer vete, no quiero hacerte sufrir». Fueron las últimas palabras que dijo,
estaba serena aun en medio de la angustia de sentir que se ahogaba.
Estaba preparada, esperando. Estaba en manos de Dios y sabía que
venía a buscarla. Hacia las 7 de la tarde, rodeada de hermanas y de algu-
nos familiares a los que ya no reconoció, entregó su alma al Señor, deján-
donos a todas una sensación de paz, serenidad, de abandono en Dios,
inolvidables».
La muerte no se improvisa. Creemos que el Padre le ha devuelto defini-
tivamente la Palabra y estamos seguras de que respira plenamente la vida
de Dios, que en sus pulmones ha entrado para siempre el aliento de la
Vida.
Desde el cielo nos habla claramente y la oímos. Nos invita a entregar
toda nuestra vida a la misión que la Iglesia nos ha confiado: la salvación
de los jóvenes.
Que María Auxiliadora a la que ha amado tanto la acoja y la bendiga y
haga florecer nuevas vocaciones en nuestra Inspectoría y en La Roda que
la acoge como semilla de vida y de fecundidad apostólica.
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SOR DOMITILA MARCOS
Nació: el 14 de septiembre de 1894 en Cantalapiedra (Salamanca)
Profesó: el 5 de agosto de 1927 en Sarria (Barcelona)
Murió: el 21 de septiembre de 1990 en Madrid
Sor Domitila Marcos nació en un pueblo de la provincia de Salamanca
llamado Cantalapiedra el día 14 de septiembre de 1894. Todas hemos
conocido su larga y fecunda vida, su empuje apostólico, su amor al Insti-
tuto, su actitud filial hacia las Superioras y su sagacidad y desenvoltura.
Fundadora de varias Casas, ha enriquecido a la Inspectoría con sus
grandes dotes y sus rasgos de heroicidad en muchos casos, dejando en
todas las Hermanas que vivieron con ella recuerdos imborrables.
Un recorrido rápido por las Comunidades que han gozado de su pre-
sencia nos ayuda a captar algo de la fecundidad de su vida.
Profesa el 5 de agosto de 1927 y es destinada a la Casa de Valencia
donde vivirá hasta 1930 y de allí irá a Alicante.
La Guerra Civil le obliga a abandonar la Vida Religiosa comunitaria y a
vivir en el anonimato. Dada la situación inestable y peligrosa que vive
España en esos años marcha a Italia con otras Hermanas hasta que todo
se normaliza y pueden volver en el año 1939.
A su regreso, con otras Hermanas funda la Casa de Campano y allí
permanece hasta 1941 en que es destinada como Asistente de Aspirantes
en San José del Valle (Cádiz).
De ahí va a Salamanca en el año 1942 donde tiene la responsabilidad
de la Economía de la Comunidad.
En el año 1945 se funda la Casa de Emilio Ferrari (Madrid) y se le enco-
mienda en ella la misión de Directora de esa nueva Comunidad y allí trans-
curren con un intervalo de cuatro años, dos sexenios fecundos para ella,
para las Hermanas de la Comunidad y sobre todo para aquella barriada
pobre en extremo, que gozará de la bondad y entrega desinteresada de
Sor Domitila. Este período quedará grabado a fuego en su corazón. Toda-
vía en los últimos meses de su vida sus recuerdos iban dirigidos con fre-
cuencia a sus experiencias en esa Comunidad.
Las Hermanas que vivieron con ella esos años no dudan en rememorar
sus recuerdos más íntimos con una coincidencia total en destacar los ras-
gos que caracterizaron a nuestra Hermana:
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«Siento un deber de gratitud hacia la buena y querida Sor Domitila, ya
que fue la primera Salesiana que conocí. Me preparó para ingreso en
Sancti Spiritus de donde pasé a la Academia Labor en la ciudad de Sala-
manca. Allí hice el Bachillerato y el Señor me concedió el don de la voca-
ción Salesiana. Profesé en el año 1948 y tuve la suerte de ser destinada a
la Casa de Emilio Ferrari de donde era Directora Sor Domitila. En la vida
diaria pude observar el espíritu de trabajo que tenía, la entrega generosa a
aquellas familias tan pobres que vivían en chabolas, dedicadas en su
mayoría a la busca del carbón que tiraban de las calefacciones. Era gente
ignorante, despreocupada en el aspecto religioso cultural. Ella las visitaba
y les hablaba de Dios como una Misionera, logrando en muchas ocasio-
nes hasta legalizar matrimonios y enseñarles a vivir cristianamente lo que
ya hacían sin ningún tipo de formación. La Institución de las Señoras
Católicas, protectoras de la Casa, le ayudaban mucho económicamente y
así unidas lográbamos llegar a dichas familias y conseguir que trajeran al
Colegio a sus hijas para ir poniendo las bases de una evangelización.
Cuando las niñas iban cumpliendo los 14 años pasaban a un taller de
bordados y se lograba encontrar trabajo para ellas bordando mantelerías,
juegos de cama, etc. Se les pagaba cada semana un salario de acuerdo
con su trabajo, circunstancia que las estimulaba y así se prolongaba más
el tiempo de formación.
Sor Domitila era una mujer piadosa, incansable, de una sencillez admi-
rable. Sabía estar en la cocina, en los trabajos más humildes y al mismo
tiempo su preparación le hacía digna de alternar con las autoridades o con
las Señoras Católicas, incluso con las marquesas de Oriol, insignes bien-
hechoras de nuestras Obras.
Se abrió el comedor de Auxilio Social para las niñas más necesitadas y
la Comunidad también participaba de esa comida, ya que lo que destina-
ban las Señoras Católicas para el mantenimiento de las Hermanas era
insuficiente.
También se creó un Dispensario para atender a las necesidades médi-
cas de aquella pobre gente. Gracias al trabajo de Sor Domitila se consi-
guió que lo atendieran doctores cualificados que hacían esa labor con
honorarios bajísimos, quizá movidos por el celo apostólico de nuestra
Hermana. Enfermeras de la Cruz Roja, hijas incluso de las mismas señoras
atendían y ayudaban a los médicos. Al frente del Dispensario siempre
estaba una Hermana.
Todo contribuyó a que en pocos años el barrio cambiara de aspecto y
esas familias se regeneraron cultural, espiritual y moralmente. Fueron
tiempos difíciles, duros, sin luz ni agua y con alimentos escasos, muchas
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29.3 Page 283

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veces. Pero alegres y contentas, siguiendo el ejemplo de esta singular Hija
de María Auxiliadora».
Otra Hermana haciendo vivencia de esos años inolvidables añade:
«Sor Domitila entraba sin ningún reparo en esas chabolas para intere-
sarse por los problemas de quienes las habitaban. En algunas ocasiones
daba pruebas de una caridad heroica. Recuerdo que murió una señora de
mala vida que habitaba cerca del Colegio. Murió sola sin que nadie lo
supiera hasta pasados unos días. Ni los vecinos ni los empleados de la
Funeraria se atrevían a entrar en la casa debido al fuerte olor que despedía
su cuerpo. Sólo ella fue capaz de vencer la repugnancia y envolviéndola
en una sábana la sacó a la calle para que le hicieran una digna sepultura.
Y así podría enumerar muchos detalles que hablan de su caridad refi-
nada y su fuerte amor a los pobres».
Después de estos años inolvidables, en 1961 es destinada a la Casa de
La Roda (Albacete) donde vive otra etapa especial y permanece allí hasta
1988. Su simpatía y su espíritu materno llegó al corazón de las jóvenes
que la recuerdan con mucho cariño. La presencia de Sor Domitila en este
pueblo manchego era familiar, todos la querían.
También en este atardecer de su vida se agolpan los testimonios uná-
nimes para hablar de ella y para ensalzar el bien que ha hecho a todos los
que convivieron con ella.
Su Directora en algunos años en esta Comunidad nos dice:
«Fui su Directora cuando Sor Domitila tenía ya 88 años y estaba retira-
da de todo trabajo comunitario, pues tenía gran dificultad para caminar.
Su mente era lúcida y dejaba transparentar las grandes virtudes de que
estaba adornada. La vida comunitaria era de gran valor para ella, jamás
dejó un día de levantarse para ir a hacer las prácticas de piedad. No falta-
ba nunca al comedor ni al recreo. Cuando veía que faltaban Hermanas a
estos actos comunes en seguida preguntaba por ellas y cuando se le
daba una razón convincente descansaba, pero si no veía justificación
sufría mucho. Me decía a veces: a Sor... hay que ayudarla porque debe
tener algún problema ya que no está con la Comunidad».
El trabajo era otra cualidad suya. Siempre sentada en un sillón hacía
verdaderas maravillas de labores de ganchillo, siempre en servicio de la
Comunidad para alguna fiesta o para hacer regalos. Incluso se llegaba a
poner tarea para no perder el tiempo. Era incansable.
Tenía un don de gentes especial. El pueblo de La Roda la conocía
mucho y la visitaba con frecuencia. Ella hacía así su apostolado. Jamás se
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alejó de las niñas pues elegía la hora del recreo para hacer su paseito y
cuando ya sus piernas no le permitían salir, iban los grupos de niñas a
verla a ella. Siempre recibían una buena palabra que ellas recordaban.
El sentido de la Providencia de Dios era muy fuerte en ella. Como había
pasado situaciones de mucha necesidad después de la Guerra Civil, pro-
curaba mantener buena relación con la gente pudiente del pueblo, pues
ella opinaba que tenían obligación de ayudar a los más pobres.
Destacaba también en ella el sentido del humor. Hasta el último año
tomaba parte en los juegos comunitarios y alegraba el lugar donde ella
estaba. Tenerla en la Comunidad era un tesoro, pues todas gozaban
metiéndose con ella y ella correspondía con su alegría y cariño. La consi-
deramos como el regalo que Dios ha hecho a la Comunidad. Era una gran
mujer completa».
Sus dos últimos años los ha vivido en la Residencia de Santa Teresa
de Madrid, querida por las Hermanas y atendida con todo cariño y pacien-
cia. Toda su persona estaba al servicio del Reino y hasta sus límites tem-
peramentales los supo poner al servicio de la misión.
Nos hace mucho bien contemplarla en su amor a María Auxiliadora, en
cuya escuela aprendió ella también a ser auxiliadora.
Nuestro recuerdo último se condensa en esa imagen silenciosa, grata y
querida, sentada en su sillón y esperando siempre conversación. Su sonri-
sa nos habla de una larga experiencia acumulada en el tiempo y fecunda-
da por la acción del Espíritu. Es la imagen de la Hija de María Auxiliadora
que ha sabido darlo todo por la salvación de los jóvenes.
Le agradecemos a Dios que le haya concedido tan larga vida y una
vejez serena y gozosa. Que el Señor nos ayude a contemplar y vivir la
muerte de nuestra Hermana como una llamada a renovar en fidelidad
nuestra vocación de Hijas de María Auxiliadora».
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SOR CARMEN VALDEOLMILLOS
Nació: e!16 de julio de 1932 en Hornillos de Cerrato (Falencia)
Profesó: el 5 de agosto de 1956 en Madrid
Murió: el 1 de diciembre de 1990
Sor Carmen Valdeolmillos nació en Hornillos de Cerrato, en la provincia
de Falencia el día de la Virgen del Carmen del año 1932. Creció bajo la
protección de la Virgen y ella profesó un filial amor a la Reina de los Cielos
durante toda su vida.
Los detalles de su infancia se pierden en el pasado. La recordamos
siempre vinculada a su hermana y sobre todo a su querida madre a la que
cuidó y amó con ternura envidiable. Sobre todo en sus últimos años supo
compaginar sus deberes con las Hermanas y las niñas, atendiendo a su
responsabilidad con esmero, sin olvidar a su anciana madre, a la que ofre-
cía todo el cariño y la ayuda de que era capaz, sobre todo en el declinar
de su vida cuando más la necesitaba.
Con un dolor indescriptible esa anciana mujer tuvo que contemplar la
ausencia de su hija que tanto consuelo le estaba dando en sus últimos
años. Fue tan dura la separación que a los pocos meses voló para reunir-
se con ella para siempre.
Cuando el Señor llama para sí a una Hermana que está en la brecha,
que vive plenamente su entrega a la Comunidad y a la misión, y que es
sorprendida por una enfermedad que es incurable que la hace consciente
de su próximo fin, es cuando los testimonios de las personas que han
convivido con ella afloran espontáneos y revelan con sinceridad la grande-
za de esa alma que ha vivido su ser de Hija de María Auxiliadora con
intensidad y que ha sabido acoger la enfermedad con una entereza y con-
fianza digna de las almas que están llenas del Autor de la Vida.
Así ha ocurrido con nuestra querida Sor Carmen.
Su muerte nos ha sorprendido. Hacía tiempo que la terrible enferme-
dad había hecho su aparición y aunque un tiempo estuvo silenciosa, no
había abandonado a ese cuerpo vivaracho, activo, incansable, optimista,
abierto a todos, alegre y entusiasta.
Se repiten las palabras que definen la vida y la actividad de esta Her-
mana. Se calcan los testimonios, porque fue una Hermana clara, transpa-
rente y poco ha podido quedar oculto dentro de quien fue toda para
todos.
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A modo de pinceladas, transcribimos lo que de ella dicen las Herma-
nas:
«Viví con ella en tres Comunidades, en distintas facetas de su vida. La
última fue en Emilio Ferrari, donde sufrió la operación quirúrgica a conse-
cuencia de la aparición de su grave enfermedad. Vi en ella una mujer
valiente al enfrentarse con la operación y después de ella se superó con
un optimismo y elegancia ejemplares, tanto que a las tres semanas ya
estaba en medio de las niñas. Animaba a todas cuando nosotras tratába-
mos de acercarnos con esa intención a ella.
Durante el tiempo que conviví con ella en Plaza de Castilla, era la
Encargada de la Primera Etapa de E.G.B. y Preescolar. Tenía grandes cua-
lidades y todo lo llevaba adelante. Tenía valores para cualquier cosa que
se propusiera. Fue muchos años encargada del deporte y lo llevó con gran
éxito.
Estaba adornada de un gran sentido crítico para captar las cosas y
pocas veces se equivocaba en lo que previamente intuía. El tiempo siem-
pre le daba la razón. Era cercana, daba su confianza y ánimo también a
las Hermanas.
Era muy comunicativa. Tenía una simpatía natural y eso hacía que su
relación con alumnas, padres, profesoras, etc. fueran muy agradables. Era
emprendedora. Con las niñas era alegre, cercana, cariñosa. Se las inge-
niaba para que su clase participara en todo. Ayudaba a las que más lo
necesitaban en clase y en el deporte.
La gente de fuera la seguía con interés a donde la obediencia la iba
destinando y su ausencia la sentían mucho las familias. Prueba de este
afecto fue la cantidad de personas que desfilaron ante ella cuando ya Dios
había llevado su alma al Cielo. Fue una demostración de cariño y agrade-
cimiento que a las Hermanas nos emocionó».
Otra Hermana testigo de los últimos días de Sor Carmen nos dice:
«La reemplacé en los deportes de Plaza de Castilla. Me puso al día en
seguida, a pesar de lo que suponía de sufrimiento para ella dejar ese
cargo. Su labor en este campo, donde trabajaba muy sola, fue dura pero
no falta de empeño, entusiasmo, cariño y sacrificio.
Después de unos años, cuando volvía otra vez a esta Casa, ya con su
enfermedad en la última etapa, estaba el campo de deportes en plena
ebullición. Siempre que las jóvenes la veían le demostraban su afecto. El
mismo día de su muerte se organizaron solas para encargar una hermosa
corona de flores como prueba de su agradecimiento y cariño.
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Yo pasé la última noche con ella. No podré olvidar nunca la experien-
cia. Estuvo casi todo el tiempo con pleno conocimiento. Le costaba
hablar. No la oí ningún quejido. La paz reinaba en torno a ella. Sólo
demostraba sufrimiento cuando veía que no podía controlar su cuerpo que
se deshacía por minutos. Como los demás días subió el sacerdote a darle
la Comunión, ella se dio perfecta cuenta pero tuvo que renunciar a recibir
a Jesús Sacramentado porque no podía tragar ni casi respirar. En mí dejó
una sensación tan grande de paz que yo quisiera tener cuando el Señor
me llame definitivamente para El».
La vida de Sor Carmen transcurre la mayor parte en las Casas de
Madrid. Cuando profesó fue destinada a la Casa de Béjar y allí estuvo
hasta el año 1963 en el que la encontramos estudiando su carrera de
Magisterio en El Plantío y en Villaamil. Termina sus estudios en 1968 y
hace un paréntesis para ir a dar su alegría y trabajo como Consejera de
Primera Etapa de E.G.B. en la Casa de Valdepeñas. Aquellas sencillas
familias, ese Colegio de puertas abiertas fue el campo adecuado para per-
cibir el buen hacer de esta sencilla Hermana.
En 1972, cuando nos disponemos a celebrar el Centenario de nuestra
Fundación la encontramos en la Casa de Emilio Ferrari. Después en la
Dehesa de la Villa, más tarde en Plaza de Castilla, donde vive diez años
como Encargada de la Primera Etapa de EGB y dando sus clases en esos
cursos que fueron su especialidad y el campo que recibió más su cariño y
desbordante iniciativa. Un curso en Villaamil, de nuevo a Emilio Ferrari
para volver a la que ella consideraba su Casa: Plaza de Castilla.
Una Hermana temporal que la conoció en estos últimos meses nos
dice con sencillez:
«Cuando hace unos meses vi morir a Sor Carmen salió de mí un grito:
Señor, una vez más me enfrentas al misterio de la muerte, algo tendrás
que decirme.
Comenzábamos el Adviento, tiempo de vivir en fe y en esperanza.
Tiempo en que esperábamos con gozo la Encarnación de Dios. Me di
cuenta de que esa encarnación la teníamos ya en casa: Dios hecho amor
en Sor Carmen.
Fue poco el tiempo que Dios me regaló su presencia. Llegó en sep-
tiembre a esta Casa, a mi primera Comunidad y a los tres meses se mar-
chó. Fue tiempo suficiente para quererla. Sus gestos, sus palabras, su
mirada hicieron que en seguida la sintiera como una Hermana.
No la vi nunca quejarse a pesar de que cuando llegó la enfermedad ya
la iba destruyendo sin piedad, poco a poco. Siempre encontraba justifica-
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29.8 Page 288

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ciones, disculpas para sus dolores... siempre tenía la sonrisa en los labios
(incluso cuando murió). He aprendido que para ir al Cielo tenemos que
aprender a sonreír.
Estaba convencida de que no iba a poder celebrar con las niñas la fies-
ta de Don Bosco. Presentía que llegaba el momento definitivo. Corrió
mucho más que nosotras y cuando nos dimos cuenta ya se nos había ido.
Murió con serenidad, con paz, con la sonrisa en su rostro. Su cuerpo
destrozado, pero su espíritu gozando del Amor que llenó su vida».
Y así se suceden los escritos de las Hermanas que expresan repetida-
mente lo que significó esta Hermana en la vida de Comunidad y de rela-
ción con todos.
A modo de broche final transcribimos lo que una Hermana resume de
la vida de Sor Carmen:
«Quiero que estas líneas sirvan para conocer mejor y más a nuestra
querida Sor Carmen Valdeolmillos que pasó haciendo el bien a todos
cuantos tuvimos la suerte de convivir con ella o de encontrarla simplemen-
te en el camino.
Con su alegría contagiosa hacía en ocasiones cambiar el hilo de las
conversaciones, cuando podían acabar en discusión o en interpretaciones
contrarias a lo que se pretendía.
Amaba, mucho a la Virgen y ese amor lo supo transmitir a cuantos se le
aproximaban, especialmente a sus alumnas. Decía que por amor a María
Auxiliadora era capaz de cualquier sacrificio.
También pude apreciar el amor grande que sentía por su buena y queri-
da mamá y era digna de admiración e imitación la candad y delicadeza con
que la trataba, teniendo sumo cuidado en no exteriorizar su sufrimiento
cuando fue presa de la gravísima enfermedad que llevó con gran elegancia
y heroísmo, pues desde el principio se propuso no hacérsela pesar a nadie.
Esperamos que el Señor la encontrase madura y preparada para ir a
gozar de su presencia, habiendo escuchado el alegre saludo de nuestro
Señor: «Ven, Esposa, a recibir el premio, porque fuiste fiel en transmitir el
mensaje de salvación a tantas almas».
Ahora que gozas de El para siempre, querida Sor Carmen, intercede
para que vengan muchas y santas vocaciones a nuestro Instituto para que
el Reino de Cristo se propague por la tierra. Agradezco haber vivido conti-
go y tu recuerdo siempre me ayudará a ser mejor».
Que lo que esta Hermana expresa sea el resumen del paso de Sor Car-
men por nuestra querida Inspectoría.
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SOR JULITA PRIETO
Nació: el 16 de junio de 1910 en Barruecopardo (Salamanca)
Profesó: el 5 de agosto de 1930 en Sarria (Barcelona)
Murió: el 31 de marzo de 1991 en Madrid
Sor Julita Prieto nació en un pueblo de Salamanca el día 16 de junio de
1910. Su historia empieza para nosotras cuando empiezan a hablar los
testimonios sencillos de las Hermanas que con ella convivieron.
Muchos años de vida, de los cuales más de sesenta se los dio por
entero al Señor en su Consagración a la Vida Religiosa vivida con integri-
dad y en la mayor plenitud de que fue capaz.
Su vida es para todos ejemplo de observancia religiosa, de puntuali-
dad, de orden, de gusto por el trabajo y de disciplina. Educada y muy res-
petuosa reflejaba plenamente el carácter salmantino lo que hacía que, a
veces, pareciera reservada y poco comunicativa. Bastaba un poco de
convivencia y confianza con ella para que dejara ver su grandeza interior e
incluso su sentido de humor escondido en una aparente seriedad.
La encontramos en la Inspectoría de Santa Teresa en el año 1951
donde es Directora hasta el año 1957 en la Casa de Santander. Vuelve a
animar la Comunidad de la Plaza de Castilla durante un curso y hasta el
año 1968 recorre las Casas de Delicias (Madrid), Dehesa de la Villa
(Madrid), Burgos, María de Molina (Madrid), Falencia y finalmente Sala-
manca donde ejerce su oficio de Ecónoma con gran responsabilidad y
competencia, siendo un vivo y eficaz ejemplo de pobreza para toda la
Comunidad.
Donde más se llega a conocer la grandeza de esta Hermana es en la
Casa de Salamanca donde vive casi hasta el final de su vida, en el silencio
y testimonio de una vida entregada al Señor y siempre ofreciendo por sus
queridas jóvenes.
Ella misma, viendo que su salud está quebrantada y no queriendo ser
un peso para la Comunidad del Colegio de Salamanca que trabaja inten-
samente y siempre está falto de brazos, pide que la lleven a la Residen-
cia de Santa Teresa de Madrid. Parece que presiente cercano su fin,
pues a los pocos meses será llamada por el Señor para recibir el premio
eterno.
Varios testimonios de Hermanas que la conocieron bien hablan por sí
solos:
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«Sor Julita Prieto fue mi Asistente estando yo interna en el Colegio de
Salamanca, en lo que antes era la «Academia Labor».
Era una mujer, recta, observante, trabajadora. Por otra parte era serena
y amable, y en todas estas facetas de la vida intentaba educarnos.
Quizá no era de las que más admiradoras arrastrase ya que su aspecto
resultaba un poco serio, pero frecuentando su trato era incluso simpática
y tenía ocurrencias muy graciosas, conversación muy amena y sabía
muchos juegos, chistes y acertijos, con los que pasábamos con ella
muchos ratos entretenidas.
Cuando nos acostábamos en aquel dormitorio corrido, ella seguía
paseando un rato más con el Rosario en la mano. A mí me gustaba obser-
varla hasta que convencida de que estábamos todas dormidas, se metía
en su celda y corría las cortinas.
Yo que ya sentía los primeros deseos de hacerme Salesiana, siempre
pensaba para mí: «Qué contento debe estar el Señor de Sor Julia». Todo
el día trabajando por El y por las almas. Y en mi mente recorría las vidas
de tantas personas que no se entregarían por ellas y al mismo tiempo le
pedía al Señor que cuando fuese Salesiana me pareciera a ella.
Pasó el tiempo y tuve la suerte de tenerla como Directora en la Plaza
de Castilla. De aquel tiempo quiero destacar su pobreza que hoy la califi-
caríamos de ridicula, pero que en aquel tiempo en que en los alrededores
del Colegio había auténtica miseria, nos daba un gran ejemplo. Cuando
las Hermanas desechaban un hábito, ella iba juntando los trozos que esta-
ban mejor y cuando tenía suficientes se hacía uno para ella. En la comida
siempre iba buscando las sobras y cuando la reñíamos por eso, nos decía
que a ella le gustaban más las comidas del día anterior.
Se levantaba temprano y lavaba la ropa de toda la Comunidad. Enton-
ces no había lavadoras y los tejidos eran fuertes por lo que se les llegaban
a hacer grandes heridas en los dedos.
También ella se dedicaba a cuidar a los cerdos, haciendo la limpieza
de todo por lo que en alguna ocasión tuvo que hacer esperar a alguna
visita importante, pues no estaba presentable para nadie. Cuando podía
evadirse en esas circunstancias de acudir a la portería nos mandaba a
alguna de nosotras y ella seguía con esas tareas tan desagradables.
Por tercera vez viví con ella en Salamanca. Estaba en la ropería. Siem-
pre activa y silenciosa. Silencio que cortaba para rezar el Rosario, para
recitar alguna jaculatoria, alguna Comunión espiritual o la coronilla del
Sagrado Corazón.
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Para mí siempre ha sido de buen ejemplo. Es el ejemplo de persona
madura, observante, trabajadora, serena, muy amante de María Auxiliado-
ra y de todo lo que se refiera al Instituto».
Religiosa cien por cien, exigente con ella misma, con gran espíritu de
sacrificio y disponibilidad.
Nunca se le oyó hablar mal de nadie, respetuosa al máximo con todas
y muy obediente a cualquier indicación de las Superioras.
Testimonio muy elocuente es el que ofrece una Hermana Júniora que
estuvo al lado de Sor Julita los tres últimos años de su vida y han marca-
do sus primeros pasos en los que pueden ser decisivos los ejemplos de
Hermanas con experiencia. Nos dice así:
«He vivido con ella desde 1987 al 1990, años en los que ha sufrido su
enfermedad y ha ido «desgastándose» poco a poco.
A mí me ha dicho mucho en medio de su gran silencio. Me ha hablado
siempre de paz, de serenidad, de cumplimiento del deber. Su modo de ser
y de estar ha sido una lección de exigencia y de observancia, una vida en
la presencia de Dios. Aun en su carácter recio y poco expresivo, conmigo
ha tenido gestos de gratitud y fraternidad.
En el tiempo en que enfermó su hermana Antonia yo era estudiante y la
que conducía el coche de la Comunidad. A pesar de que ella también
estaba enferma y necesitaba mucho cuidado,iba cada día a estar un rato
con su hermana en el hospital. Vivió ese tiempo con constante superación
para mostrarse bien y sonriente ante su hermana. Yo la llevaba y me que-
daba esperándola o bien si podía aprovechar para hacer otra cosa, iba
después a buscarla. Coincidía que eran tiempos de exámenes para mí y
ella más de una noche me decía: «El examen de mañana te saldrá bien
porque el tiempo que has perdido conmigo lo suplirá mi oración. Sube a
estudiar que yo mientras rezo por ti».
Al llegar de la Escuela en seguida me buscaba con la mirada para pre-
guntarme cómo me había ido el examen. Si le decía que bien se alegraba
y así lo hacía todos los días. Era la forma de darme las gracias.
Después de morir su hermana y de recoger sus cosas, me dio un
pequeño recuerdo de ella y me dijo: «Como me has acompañado tanto en
estos días, creo que a mi hermana le gustará que tengas este detalle que
le pertenecía». Pequeñas cosas que a mí me han dejado un cariñoso y
grato recuerdo. Si la tuviera que definir con una imagen del Evangelio diría
que es la «Virgen prudente» que ha permanecido con la lámpara encendi-
da, que tenía siempre aceite para mantener viva la llama de la fidelidad».
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Por último nos queda el ejemplo de su entereza y sacrificio ante la
enfermedad. A pesar de los dolores y del deterioro físico que su cuerpo
sufría día a día, no la hemos oído ni una queja, sólo palabras de agradeci-
miento para quienes la han cuidado, tanto en Salamanca como en la Resi-
dencia Santa Teresa de Madrid.
Alegrémonos, Hermanas, cantemos aleluya. El aleluya de Cristo Resu-
citado que brilla en el nuevo rostro de Sor Julita, signo para nosotras de
una vida en fidelidad, de un gran amor al Instituto y a las jóvenes, signo de
vida y resurrección.
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SOR MARÍA JIMÉNEZ
Nació: el 20 de octubre de 1914 en Madrid
Profesó: el 5 de agosto de 1943 en Madrid
Murió: el 16 de diciembre de 1991 en Madrid
Sor María Jiménez nació en Madrid y prácticamente pasó toda su vida
en esta ciudad que la vio crecer en cristiano al lado de unos padres que
inculcan en ella los verdaderos valores que dan sentido a toda una exis-
tencia.
Cuando realmente descubrimos la gran mujer que encierra el cuerpo
frágil de Sor María, es precisamente en su larga y dolorosa enfermedad
que la reduce poco a poco y le va privando de todas sus facultades físicas
y al final de su postración incluso se deterioran sus facultades mentales.
Inició su vida Religiosa en Sarria (Barcelona) en 1941. A los pocos
meses de su vestición vino a Madrid, siendo una de las fundadores del
primer Noviciado de la Inspectoría.
Gozamos de su presencia en la comunidad de Villaamil de Madrid
durante los años 1945 a 1955. Se caracteriza siempre por su alegría, su
optimismo y buen humor que le hace ser querida por las Hermanas.
Cumplidora de su deber y con un fuerte sentido del orden, desempeña
todos los trabajos que la obediencia le encomienda con la mayor perfec-
ción que le es posible.
Después de su primera década en Villaamil, es destinada a la Casa de
Delicias también en Madrid, permaneciendo allí hasta el año 1971 en el
que es trasladada a la Residencia de santa Teresa, cuando ya ha hecho
aparición la enfermedad que la va a acompañar el resto de su vida.
Las Hermanas que convivieron con ella en esa querida Casa, las Anti-
guas Alumnas que la recuerdan con mucho cariño, coinciden en definirla
como una Hermana alegre, piadosa, delicada, sencilla, cumplidora del
deber y sabiendo quitar importancia a los pequeños problemas que se
pueden plantear en la convivencia diaria.
Su aspecto exterior también era siempre perfecto. Cuidaba el orden en
todo lo que dependía de ella y esta virtud la mantuvo hasta el final de su
vida.
Su enfermera que acompañó a Sor María en su enfermedad durante
muchos años, atestigua:
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«No perdió el amor al orden y a la limpieza, llegando incluso a ser exa-
gerada en algunos momentos. Le gustaba estar bien puesta en la cama y
quería que quien se acercara a ella la viera como un altar. No nos dejaba
marchar de la habitación hasta que todo quedaba a su gusto y en su
sitio».
Recordamos a Sor María como una mujer fuerte, educada, respetuosa,
con un claro amor a María Auxiliadora y entregada por completo a las Her-
manas, niñas y Antiguas Alumnas. Abierta, acogedora, filial, con un fuerte
sentido de pertenencia al Instituto.
En 1971, después de unos años de enfermedad en la Casa de Delicias,
es trasladada a la Residencia de Santa Teresa, para que pueda ser atendi-
da con más detalle como su enfermedad iba requiriendo.
Sufría artrosis poliarticular progresiva, por lo que necesitaba ayuda de
las enfermeras para hacer muchas cosas, sobre todo aquéllas que requie-
ren el más mínimo esfuerzo o movimiento un poco rápido.
Nos confiesa su enfermera:
«Al atenderla, me di cuenta de lo duro que era para ella depender de
las demás, aunque no lo hacía notar y se dejaba ayudar con sencillez.
Tenía una fuerte personalidad, pero supo adaptarse siempre a su situa-
ción de enferma y no perdió nunca el optimismo y la ilusión de presentar-
se bien. Se movía con mucha dificultad, pero no por eso dejaba de esfor-
zarse. Trabajaba en lo que podía hasta que su inmovilidad total se lo
impidió».
La enfermedad la fue purificando. Escribe en el año 1967:
«Cuando más pesado y complejo se vuelve el cuerpo, más fuerte y
dinámica ha de ser el alma». Años más tarde, con letra temblorosa escri-
be: «Esperanza ante el dolor en la esperanza de tu amor. Todavía más: Tu
esperanza, Señor, disminuye el dolor».
Sufrió grandes dolores con paciencia y elegancia. Los huesos se le
fracturaban y la inmovilidad llegó a ser total. Sólo podía mover las manos
y se pasaba el día postrada en la cama y ayudada por dos enfermeras,
descansaba algunas horas en la silla de ruedas.
Ofrecía por todas las intenciones de la Iglesia, de la Inspectoría, del
Instituto, de cada persona que le encomendaba cualquier necesidad. Más
de 20 años de enfermedad en los que habrá aportado sin duda mucho
bien a la Inspectoría y a la Iglesia. Ella misma decía: «Tengo que sufrir con
elegancia. Si me enfado no saco nada. Además soy la muñeca rota de
Jesús. El sabrá por qué tiene que ser así». Y se preguntaba: «Si hubiese
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estado bien, ¿le hubiera sido fiel? Cuando lo ha querido así por algo será».
Algo que llamaba la atención era la delicadeza que tenía con todas las
que nos acercábamos a su lecho para saludarla, para entretenerla unos
momentos. Contestaba rápidamente dando noticias de su estado de salud
y de ánimo, pasando en seguida a interesarse por nuestros propios pro-
blemas, nuestros familiares, etc. Siempre la encontramos abandonada a la
Voluntad de Dios y con un saber estar cumpliéndola que alentaba a todos.
Cuando perdió la vista fue otro momento duro para ella, pero eso le
ayudó para ver más a Dios. Rezaba y escuchaba la radio y así pasaba los
días, pero siempre con gran temple y sin perder la compostura.
Agradecía todo lo que se le hacía. Dejaba siempre un mensaje de paz y
esperanza. Era lo que ella vivía.
Se fue silenciosamente el día 16 de diciembre de 1991, iniciando la
novena de Navidad. Entre las hojas finales de su pequeño cuaderno, tiene
dibujada una barquichuela que se desliza hacia otro mar, dejando tras de
sí su reflejo en nuestro mar. Puede ser un signo de su paso entre noso-
tras.
Modelo de Salesiana oferente, pidamos al Señor que interceda por
todas las personas asociadas a su Cruz para que comprendan como ella,
que el dolor redime a las que saben descubrir que lo único esencial es
cumplir siempre la Voluntad de Dios.
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SOR JULIA FERNANDEZ SOTES
Nació: el 9 de enero de 1914 en Vigo (Pontevedra)
Profesó: el 30 de octubre de 1932 en Sarria (Barcelona)
Murió: el 7 de mayo de 1992 en Madrid
Sor Julia Martínez nació en Vigo (Pontevedra) el día 9 de enero de
1914. Su vida es tan rica y tan llena de Dios que deja profunda huella en
las Hermanas que repiten sus testimonios gozosos para que consten
siempre en las páginas de la historia de nuestra querida Inspectoría.
De su infancia nos quedan pocos recuerdos. Su única hermana, a la
que vemos muy vinculada siempre y que comparte con ella los momentos
más graves de enfermedad y sufrimiento de Sor Julia, es también llamada
a la Casa del Padre días antes que ella. La noticia se le comunica con
mucha precaución temiendo ya por su enfermo corazón, sin embargo
acepta esta separación con la paz y la fe que la han caracterizado siem-
pre.
Ella hablaba siempre de su infancia con verdadero sentimiento, habien-
do sido educada en un ambiente profundamente cristiano, por lo que da
su respuesta a la llamada del Señor en una edad temprana, profesando en
Sarria el 30 de octubre de 1932, cuando sólo cuenta 19 años.
El Señor la llama para siempre cuando estamos celebrando las Fiestas
del Cincuentenario de la Inspectoría. Fecha significativa para una Hermana
que es considerada como uno de los grandes cimientos en los que se ha
podido apoyar mucho del trabajo apostólico de estos cincuenta años.
A los dos meses de profesar es destinada a la Casa de Villaamil en
Madrid. En estos años se dedica a dar clases Elementales, siendo siempre
querida y admirada por sus alumnas.
En mayo de 1936, en los inicios de la Guerra Civil, es maltratada y
arrastrada por las calles del barrio junto con otras Hermanas. Este hecho
lo vivió asociada al sentir de los mártires de la Iglesia y así nos lo ha trans-
mitido siempre con una profunda sencillez y sin dar importancia a tan
espantosos momentos y al mismo tiempo vistos con una gran fe.
De 1936 a 1939 lo mismo que otras muchas Hermanas tienen que
abandonar las Comunidades y regresar a las familias.
Ya en 1939 vuelve de nuevo a Villaamil y esta vez la obediencia le asig-
na el oficio de Ecónoma que compagina con sus clases de párvulas.
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Los recuerdos que hay de esta ejemplar Salesiana coinciden e califi-
carla de mujer inteligente, sensible, de gran corazón y con una capacidad
intuitiva capaz de llegar a cada una de las Hermanas en particular.
En el año 1944 y hasta 1949 es destinada a Salamanca, a la Academia
Labor, siendo Directora de esta Casa en el año 1948.
Pasó después unos meses en la Casa de Delicias de Madrid, como
Consejera y Encargada de Aspirantes. De los muchos testimonios que se
han recogido, es notorio que un número considerable hace mención a
aquellos años en los que tuvo contacto directo con las Aspirantes. Así nos
lo recuerdan algunas jóvenes de entonces que ahora son Hermanas:
«Recuerdo que una Aspirante entró algo mayor y acostumbrada a
hacer todo por su cuenta y poco sometida a disciplina, era objeto de
muchas quejas por parte de las Hermanas Asistentes. Sor Julia cuando
oía algún argumento que hacía referencia a esta actitud de la Aspirante,
siempre decía: «Sí, es cierto lo que dices, pero también es cierto que las
personas si se sienten acogidas y se tiene paciencia con ellas poco a
poco cambian». Para mí era una actitud admirable que debería adornar a
cualquier educadora.
Tenía una paciencia ilimitada. En todos los acontecimiento repetía esta
frase: «Mira siempre de tejas para arriba».
Otra Hermana dice:
«Todo lo suyo estaba teñido de amor de Dios, traducido en amor con-
creto a las personas. Igual amasaba el pan para comer las Aspirantes, que
cocinaba, que arreglaba o confeccionaba hábitos, etc. y todo sin ninguna
preferencia. Esa actitud la he podido admirar hasta en sus últimos años».
No admitía excepciones. A una Hermana se le ocurrió en una ocasión
sacarle el pan del cajón que ella había guardado para la próxima comida,
con el fin de que no comiera el pan duro. Ese día Sor Julia no probó el pan
y así aleccionó a la Hermana para que no volviera a tener excepciones con
ella que las demás no se permitían.
Una etapa muy significativa de su vida se remonta a la Fundación de
Cambados (Pontevedra). Como cualquier Fundación está salpicada de
momento de prueba, de dura pobreza, de escasos recursos, pero de un
gran amor que se traduce en semilla del Reino, que después de muchos
años incluso de ausencia de las Hermanas ha quedado prendida en aque-
llas Antiguas Alumnas, hoy madres de familia que aman fervorosamente a
María Auxiliadora y educan a sus hijos en ese espíritu Salesiano que un
día le legaron sus educadoras, a las que consideran como sus «segundas
madres».
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Una Hermana nos refiere:
«Siendo Encargada de Antiguas Alumnas a nivel inspectorial, fui invita-
da por la una Antigua Alumna a presidir una celebración de imposición de
insignias. Me acompañaron tres miembros del Consejo Regional y nunca
podremos olvidar lo que vivimos allí los dos días que estuvimos. La acogi-
da a una Salesiana, aunque fuera desconocida para ellas, significaba la
representación de una vida cargada de recuerdos y gratitud. El nombre de
Sor Julia resonaba en todas las bocas y corazones de aquellas señoras
que formaban pina alrededor de sus hijas y en torno a la Virgen de Don
Bosco que presidía sus hogares y cada uno de sus corazones. Todo fue
fiesta y alegría y preguntaban con sincero interés por Sor Julia, de la que
no dejaban de hablar recordando uno y mil gestos que habían marcado
sus vidas. Muchas de ellas mantenían correspondencia con ella a pesar
de los años transcurridos y al conocer últimamente la gravedad de su
enfermedad no dejaban de interesarse por ella».
Basta como muestra el testimonio de esta Antigua Alumna:
«Ante todo, gracias por la carta que nos han enviado con motivo del
fallecimiento de nuestra querida Sor Julia, con ello nos sentimos integra-
das en la gran familia de Don Bosco. Ya les escribí una carta dándoles el
pésame y haciéndoles ver nuestro inmenso dolor. Este año hemos cele-
brado la fiesta de María Auxiliadora en Caldas de Reyes. Hemos disfruta-
do un día encantador de convivencia sobre todo nosotras, con lo que nos
gusta recordar cosas de la infancia en el Colegio, cosas que han pasado
hace casi 40 años. Qué paciencia tienen las monjas que tropiezan con
nosotras. La verdad es que revivimos aquellos recuerdos de los años
maravillosos del Colegio de Cambados como si fueran de hoy en día y del
que ya no queda nada. Lo único grandioso que nos queda y que cada vez
va a más, es nuestra devoción a María Auxiliadora, es algo tan vivo, tan
real, que el mes de mayo lo vivimos como si estuviéramos asistidas por
las mejores monjas que pueda haber en toda España. Debe ser la Virgen
la que nos atrae hacia Ella.
En el funeral de Sor Julia todo fueron emoción y lágrimas, sobre todo
de las más mayores que eran las que más la recordaban. «Ha sido una
buena madre para nosotras» decían muchas. Tanto la Comunidad de Cal-
das como los Salesianos de Castrelo-Cambados nos ayudaron mucho y
nos animaron con su presencia. Al salir del templo les repartí fotocopias
ampliadas de las últimas fotos que el año pasado habíamos hecho con
Sor Julia, ahí en Villaamil en mi última visita, todas la besaban y al final me
quedé corta con las fotocopias».
Sor Julia vuelve a Villaamil en 1955 para preparar la Fundación de El
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30.9 Page 299

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Plantío (Madrid) que se inicia en 1956. Será la Directora de esta Casa
hasta 1962.
La bondad de su corazón cautivaba a todos. Con esa bondad abría
horizontes y daba explicación a cualquier acontecimiento de la vida ordi-
naria. Su trato era exquisito y ecuánime. Siempre dispuesta a atender a
cualquier Hermana que se acercara a ella y tomando la iniciativa cuando
alguna por timidez no se atrevía a confiarle su corazón.
Era recta, prudente, pero sobre todo era profundamente piadosa. Res-
piraba a Dios y lo transmitía por todos sus poros. Trabajadora incansable,
no conocía el descanso ni ahorraba ningún sacrificio. Tenía clara la heren-
cia de Don Bosco: «Trabajo, pan, Paraíso». Una vida coherente que predi-
caba con el ejemplo. Vivía de Dios y para Dios y en El encontraba la fuen-
te de su entrega.
Su caridad exquisita con todos fue otra de las grandes virtudes que
adornaron su vida. Incluso nos confía una Hermana:
«Cuando coincidíamos en reuniones de Directoras, comentábamos las
dificultades que teníamos para atender a todas las Hermanas, pero jamás
ella evidenciaba el nombre de ninguna, ni hacía referencias singulares que
pudieran delatar cualquier intimidad.
Acabado su sexenio en El Plantío es nombrada Directora de San
Sebastián durante cuatro años y tres después en la Casa de Cée (La
Coruña). Mujer equilibrada de grandes y profundas convicciones, resuena
en el recuerdo de todos con las mismas virtudes que la hacen invariable,
profundamente querida, guía espiritual y hermana entre Hermanas, siem-
pre dispuesta a ayudar y a transmitir esa Vida que vivía intensamente en
su interior.
Desde 1969 hasta que el Señor la llama definitivamente para El, en
plena celebración del Cincuentenario de la Inspectoría, la encontramos en
Madrid-Villaamil como encargada de las Hermanas forasteras, de la cos-
tura y confección de hábitos, ayudante de la enfermera, suplente en cual-
quier sitio donde su presencia pudiera hacer fácil cualquier situación. Era
la persona a quien se podía acudir siempre en busca de ayuda.
Otra faceta muy interesante de su vida fue su gran amor al Oratorio
festivo. Toda la semana vibraba al son del Oratorio. Ensayaba a las niñas,
se las ingeniaba para que perseveraran en la asistencia y todo esto incluso
cuando ya sus fuerzas físicas estaban disminuidas con el paso de los
años y las primeras señales de su corazón enfermo.
Su acción en la Comunidad era siempre valiosa. Con el entusiasmo de
un alma joven animaba las fiestas y cualquier acontecimiento gozoso
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30.10 Page 300

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comunitario. En el reparto de Hermanas para formar los grupos de anima-
ción en las fiestas de Navidad, se consideraba una suerte poder contar
con ella. Siempre daba el máximo en iniciativas, en detalles, en tiempo
dedicado a hacer felices a las demás. Siempre dispuesta a vestirse con
cualquier disfraz con tal de ver sonreír a sus Hermanas. Su presencia
siempre era motivo de paz y de serenidad.
En los últimos años se le descubrió un cáncer de estómago. Tenía
muchos dolores. «Parece que me muerde un perro» decía, pero a pesar de
ello estuvo mucho tiempo en el comedor de niñas, prestando su ayuda a
las más pequeñas, con paciencia e interés para que estuvieran bien nutri-
das y comieran correctamente.
Tuvo que ser intervenida quirúrgicamente y también en esta ocasión
dio muestras de acrisolada virtud. El personal de la Clínica advirtió en ella
virtudes poco comunes, sobre todo al aceptar con toda sencillez la ayuda
que tenía que recibir en los momentos de más intimidad.
Su frágil corazón le hacía estar alerta y en sus últimos años, en varias
ocasiones se tuvo que retirar de la vida común y permanecer en su habita-
ción sin poder realizar ningún trabajo ni esfuerzo. Su humildad y gran vida
interior hacían de estos momentos una escuela de oración para el resto de
las Hermanas. Cuando mejoraba y podía participar en algún acto comuni-
tario era siempre motivo de fiesta y alegría. Varias caídas le hicieron tam-
bién retroceder en su desgastada salud.
Un adiós prolongado a la vida la mantuvo en un estado de coma
durante varios días. Asistida su respiración por oxígeno clínico, su cama
estaba siempre rodeada de las Hermanas de la Comunidad y de muchas
de fuera que venían a rendirle su homenaje y gratitud y a recordar con
lágrimas en los ojos cuántos bellos ejemplos habían recibido de ella.
No nos podíamos creer que Sor Julia iba a privarnos de su presencia.
El Señor quería ya darle la corona de los escogidos y se la llevó para siem-
pre. Se nos iba una madre en la tierra, pero nos dejaba la presencia de la
Virgen Auxiliadora a la que amó e hizo amar tiernamente.
Agradezcamos a Dios tan precioso regalo y que su vida sea un estímu-
lo para vivir nuestra consagración con una radicalidad evangélica.
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ÍNDICE CRONOLÓGICO
1942
NUÑEZ, Encarnación (15-5-42)
1944
ROIG MARTÍNEZ, Josefina (3-1-44)
SOTELO LÓPEZ, Ramona (4-3-44)
1945
SÁNCHEZ MATÍAS, María Teresa (26-2-45)
1955
SAGASTAGOITIA DE ISA, Irene (13-2-55)
AREVALO SANTOS, Josefa (14-3-55)
ANDREU ESPARZA, Encarnación (16-6-55)
RANZ GARCÍA, Clara (15-12-55)
1956
MONTES SASTRE, Aurora (31-5-56)
PALMEIRO GARCÍA, Encarnación (3-10-56)
1962
MÉNDEZ ESCUDERO, Carmen (30-12-62)
1963
ISCAR ALONSO, María Teresa (1-4-63)
1964
MACHÍN SANZ, María del Carmen (15-11-64)
1965
SANTOS SÁNCHEZ, Ana María (25-6-65)
MALDONADO CABRERA, María Jesús (9-7-65)
CENZUAL COCA, Gabriela (26-8-65)
1966
MINGUEZ HERRERO, Emilia (15-8-66)
1967
MATALLANA MACARRO, Eugenia (24-6-67)
MEDINA MEDINA, Antonia (2-9-67)
303

31.3 Page 303

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1968
LARA DIEZ, Constantina (18-5-68)
TORREQUEBRADA CANTALEJO, Felisa (10-12-68)
1970
MADRID GUALDA, Rufina (9-1-70)
CAVERO BLASCO, Admiración (28-1-70)
1971
PAZO COBELO, María (10-2-71)
PURAS BEATHIJATE, Carmen (3-12-71)
1972
GUINEA SANTU, Concepción (1-11-72)
1973
MARTIN MARTIN, Aurora (11-1-73)
1974
RUBIO BENITO, Susana (24-7-74
1975
ALONSO ANDEREZ, Agustina (5-8-75
RIESGO PEDRAZ, Paz (30-10-75)
1976
MÁRQUEZ GARCES, Consuelo (28-1-76)
GONZÁLEZ GARCÍA, Francisca (21-4-76)
1977
CONCEJERO SANZ, Elena (24-5-77)
1978
DOMENECH SALVADOR, Amparo (30-11-78)
1979
VICENTE ROMERO, Juana (27-7-79)
1980
SÁNCHEZ ROBLES, Zulima (29-1-80)
1981
MONTENEGRO LÓPEZ, Áurea (10-1-81)
RODRÍGUEZ SÁNCHEZ, Juana (5-8-81)
304

31.4 Page 304

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1983
LOMA LOMA, Juana (26-4-83)
CALLES HERRERO, Angelina (24-9-83)
RAMOS VALLE, Piedad (23-10-83)
1984
RIVAS ESCRIBANO, Esmeralda (6-7-84)
ALONSO SANTOS, Amelia (25-12-84)
1985
MARTIN MATÍAS, Antonia (29-5-85)
MARTÍNEZ SAN MILLAN, Ambrosia (31-7-85)
CORONADO DEL REY, Sofía (26-12-85)
1986
SÁNCHEZ MARTIN, Eugenia (11-4-86)
JULIÁN SORIANO, María del Carmen (12-4-86)
BORRAS LLORET, Mercedes (14-7-86)
OTERO VALVERDE, Romana (30-9-86)
1987
ALONSO ALONSO, Juana (2-1-87)
DOMÍNGUEZ ORDONEZ, María Nieves (2-1-87)
MORENO SALAS, Araceli (2-1-87)
BOSARA RIOSA, Úrsula (2-1-87)
BELLIDO ANDREU, María (2-6-87)
ACEVEDO GÓMEZ, Emilia (11-7-87)
QUIJADA HERRERO, Dolores (18-10-87)
RIESGO PEDRAZ, Elena (26-11-87)
1988
MARTÍNEZ URIBARRI, Carmen (7-2-88)
LÓPEZ REDONDO, Pilar (27-3-88)
OSACAR AYERRA, Inocencia (9-6-88)
PÉREZ GONZÁLEZ, Presentación (4-7-88)
FERNANDEZ DEL CAMPO, Amelia (24-10-88)
BELLVER CASANI, Carmen (27-11-88)
1989
FERRACES SEIJO, Mercedes (18-6-89)
MORATALLA LÓPEZ, Asunción (4-11-89)
1990
MARCOS CHAMORRO, Domitila (21-9-90)
305

31.5 Page 305

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VALDEOLMILLOS SÁNCHEZ, Carmen (1-12-90)
1991
PRIETO RODRÍGUEZ, Julita (31-3-91)
JIMÉNEZ LÓPEZ, María (16-12-91)
1992
FERNANDEZ SOTES, Julia (7-5-92)
306

31.6 Page 306

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ÍNDICE ALFABÉTICO
ACEVEDO GÓMEZ, Emilia (11-7-87) ................................................... 242
ALONSO ALONSO, Juana (2-1-87) ..................................................... 216
ALONSO ANDEREZ, Agustina (5-8-75) ............................................... 113
ALONSO SANTOS, Amelia (25-12-84) ................................................ 182
ANDREU ESPARZA, Encarnación (16-6-55) ....................................... 21
AREVALO SANTOS, Josefa (14-3-55) ................................................. 19
BELLIDO ANDREU, María (2-6-87) ...................................................... 239
BELLVER CASANI, Carmen (27-11-88) ............................................... 269
BORRAS LLORET, Mercedes (14-7-86) .............................................. 210
BOSARA RIOSA, Úrsula (2-1-87) ........................................................ 235
CALLES HERRERO, Angelina (24-9-83) .............................................. 165
CAVERO BLASCO, Admiración (28-1-70) ........................................... 87
CENZUAL COCA, Gabriela (26-8-65) .................................................. 55
CONCEJERO SANZ, Elena (24-5-77) .................................................. 132
CORONADO DEL REY, Sofía (26-12-85) ............................................ 195
DOMENECH SALVADOR, Amparo (30-11-78) .................................... 137
DOMÍNGUEZ ORDOÑEZ, María Nieves (2-1-87) ................................ 221
FERNANDEZ DEL CAMPO, Amelia (24-10-88) ................................... 267
FERNANDEZ SOTES, Julia (7-5-92) .................................................... 297
FERRACES SEIJO, Mercedes (18-6-89) .............................................. 274
GONZÁLEZ GARCÍA, Francisca (21-4-76) .......................................... 128
GUINEA SANTU, Concepción (1-11-72) ............................................. 99
ISCAR ALONSO, María Teresa (1-4-63) .............................................. 37
JIMÉNEZ LÓPEZ, María (16-12-91) ..................................................... 294
JULIÁN SORIANO, María del Carmen (12-4-86) ................................. 204
LARA DIEZ, Constantina (18-5-68) ...................................................... 75
LOMA LOMA, Juana (26-4-83) ............................................................160
LÓPEZ REDONDO, Pilar (27-3-88) ...................................................... 256
MACHÍN SANZ, María del Carmen (15-11-64) .................................... 44
MADRID GUALDA, Rufina (9-1-70) ...................................................... 84
MALDONADO CABRERA, María Jesús (9-7-65) ................................. 52
MARCOS CHAMORRO, Domitila (21-9-90) ......................................... 282
MÁRQUEZ GARCES, Consuelo (28-1-76) ........................................... 124
MARTIN MARTIN, Aurora (11-1-73) ..................................................... 104
MARTIN MATÍAS, Antonia (29-5-85) ................................................... 185
MARTÍNEZ SAN MILLAN, Ambrosia (31-7-85) .................................... 190
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MARTÍNEZ URIBARRI, Carmen (7-2-88) ............................................. 253
MATALLANA MACARRO, Eugenia (24-6-67) ...................................... 64
MEDINA MEDINA, Antonia (2-9-67) ..................................................... 68
MÉNDEZ ESCUDERO, Carmen (20-12-62) ......................................... 33
MINGUEZ HERRERO, Emilia (15-8-66) ...............................................
59
MONTENEGRO LÓPEZ, Áurea (10-1-81) ............................................ 154
MONTES SASTRE, Aurora (31-5-56) ................................................... 27
MORATALLALOPEZ, Asunción (4-11-89) ........................................... 278
MORENO SALAS, Araceli (2-1-87) ...................................................... 229
NUÑEZ, Encarnación (15-5-42) ...........................................................
5
OSACAR AYERRA, Inocencia (9-6-88) ................................................ 261
OTERO VALVERDE, Romana (30-9-86) ............................................... 213
PALMEIRO GARCÍA, Encarnación (3-10-56) ....................................... 30
PAZO COBELO, María (10-2-71) ......................................................... 90
PÉREZ GONZÁLEZ, Presentación (4-7-88) ......................................... 264
PRIETO RODRÍGUEZ, Julita (31-3-91) ................................................ 290
PURAS BEATHIJATE, Carmen (3-12-71) ............................................ 95
QUIJADA HERRERO, Dolores (18-10-87) ........................................... 247
RAMOS VALLE, Piedad (23-10-83) ..................................................... 173
RANZ GARCÍA, Clara (15-12-55) ......................................................... 25
RIESGO PEDRAZ, Elena (26-11-87) .................................................... 250
RIESGO PEDRAZ, Paz (30-10-75) ....................................................... 118
RIVAS ESCRIBANO, Esmeralda (6-7-84) ............................................ 177
RODRÍGUEZ SÁNCHEZ, Juana (5-8-81) ............................................. 157
ROIG MARTÍNEZ, Josefina (3-1-44) .................................................... 7
RUBIO BENITO, Susana (24-7-74) ...................................................... 108
SAGASTAGOITIA DE ISA, Irene (13-2-55) ........................................... 15
SÁNCHEZ MARTIN, Eugenia (11-4-86) ............................................... 200
SÁNCHEZ MATÍAS, María Teresa (26-2-45) ....................................... 11
SÁNCHEZ ROBLES, Zulima (29-1-80) ................................................ 151
SANTOS SÁNCHEZ, Ana María (25-6-65) ........................................... 48
SOTELO LÓPEZ, Ramona (4-3-44) ..................................................... 9
TORREQUEBRADA CANTALEJO, Felisa (10-12-68) ........................... 80
VALDEOLMILLOS SÁNCHEZ, Carmen (1-12-90) ................................ 286
VICENTE ROMERO, Juana (27-7-79) .................................................. 141
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