2013|es|12: Don Bosco educador: El Sistema Preventivo sea nuestro Sistema

DON BOSCO EDUCADOR
PASCUAL CHÁVEZ VILLANUEVA


DON BOSCO RECUENTA


12.
El Sistema Preventivo sea nuestro Sistema



El 27 de abril de 1876 me encontraba en Roma. En ese día escribí una larga carta a don Cagliero que cinco meses antes había partidio como responsable de la primera expedición misionera en Argentina. Le comentaba sobre algunas iniciativas y, entre otras cosas, le decía: "Tenemos en curso una serie de proyectos que parecen fábulas o cosas para locos a los ojos del mundo: pero tan pronto como comienzan, Dios los bendice de forma que todo sigue buen curso. Una razón para orar, agradecer, esperar y vigilar".
Ciertamente no navegaba en un mar de rosas. Las deudas crecían desmesuradamente, brotaban conflictos jurídicos delicados jamás resueltos, estaba el eterno problema de las relaciones muy tensas con el arzobispo de Turín y los inevitables asentamientos de una joven congregación que estaba ampliando proyectos y presencias en muchos frentes. Justo en aquellos años yo había pedido un subsidio del gobierno, haciendo presentes los enormes gastos afrontados en las primeras expediciones misioneras. Me parecía actuar adecuadamente porque entre las diversas tareas encomendadas a los salesianos fue el cuidado de los numerosos expatriados italianos en Argentina. La Gazzetta del Popolo, un periódico de Turín que no me guardaba ironías y flechas, avivó un nido de avispas con críticas y objeciones; el columnista concluyó así su artículo: "¿No es suficiente todavía el número de jóvenes que están 'idiotizados' en Valdocco? Con muchos don Bosco terminaremos muriendo todos idiotas". No me enojaba ante críticas así de mezquinas. Les dije a mis salesianos: "El Señor espera grandes cosas de vosotros... Vosotros mismos os maravillaréis y estaréis sorprendidos. Una sola cosa Dios nos pide: que no nos hagamos indignos de toda su bondad y misericordia".


El cuarto voto salesiano

Insistía en el ser fieles a nuestro estilo de educar. Años y años de experiencia que probaban la eficacia. Mientras la Congregación Salesiana se extendía en muchos países, me convencí cada vez más de que el sistema preventivo debería convertirse en nuestra herencia irrenunciable, el centro alrededor del cual convergen y residen la identidad específica de nuestra presencia educativa. Como fundador, yo me sentía responsable de esta unidad de propósito y acción. Al principio y por razones contingentes fáciles de entender, el estilo educativo se convirtió en uno con mi persona. El sistema preventivo no era el fruto de estudios académicos, sino de una experiencia de espiritualidad y de educación. A mis salesianos yo no les ofrecía un texto científico, redactado en la mesa. Yo les entregué a ellos mi pasión por los jóvenes, les ofrecí el testimonio de una experiencia de vida. El sistema preventivo significaba los valores en los que siempre había creído y que me habían guiado incluso en los momentos de dificultad, de incertidumbre y de prueba.
No siempre fui bien entendido, incluso por algunos de mis salesianos. Sin embargo, puedo afirmar que yo los conocía bien. Los sabía bien preparados, atentos y generosos; los veía capaces de incluso sacrificios heroicos. Algunos, sin embargo, me desilusionaron. Recuerdo una situación típica. Estábamos en 1885; casi ciego, con las piernas terriblemente hinchados, me estaba acercando inexorablemente al final. Los 593 Salesianos (¡más de 200 jóvenes valientes se preparan para llegar a serlo!) estaban dispersos en Italia, Francia y España. Desde hacía 10 años fuimos trasplantados en América del Sur, primero en Argentina, luego en Uruguay y finalmente en Brasil. Las fronteras se dilataban: el inmenso campo de trabajo, inimaginables los sacrificios hechos y los desafíos enfrentados. A Turín no tardaron en llegar cartas alarmantes. Por delicadeza no estaban dirigidas a mí, sino a algunos de los Superiores Mayores. Las noticias corrían en los pasillos de Valdocco: media frase aquí, una conversación interrumpida al verme allá, una carta "desaparecida" misteriosamente bajo mis ojos... Finalmente las cosas llegaron a mis oídos. Vine a saber con gran tristeza y decepción que algunas casas en Argentina, especialmente en la de Almagro, no se educaba más de acuerdo con el Sistema Preventivo; allá, se impuso una pedagogía áspera, un poco manesca, que no dispensaba los castigos incluso físicos. Tuve que tomar una posición. Cansado, con el cuerpo en pedazos, en el calor abrasador del verano ardiente, entre el 6 y el 14 de agosto escribí tres cartas: la primera a Mons. Cagliero, (¡era obispo desde hacía pocos meses!), la segunda a Don Costamagna (director de Almagro) y la última a un joven sacerdote. Evitad tomar posiciones duras. Escribiendo al "querido y siempre amado Don Costamagna" le recordé que "el Sistema Preventivo sea nuestro sistema". Reafirmaba con esta frase la fidelidad absoluta a nuestro método educativo. No era un capricho mío, una "obsesión"; aquí se trataba de defender y mantener un elemento indispensable de nuestra pedagogía. También a los otros recomendé "caridad, paciencia, dulzura" y supliqué "que cada salesiano se hiciese amigo de todos, estuviera dispuesto a perdonar y no reclamara las cosas una vez ya perdonadas." Pequeños recuerdos, sazonados con ese tono de espíritu de familia que permite aceptar incluso los compromisos que a primera vista parecen difíciles o las amonestaciones que podrían conducir al enojo. Más tarde, llegaron otras cartas que me consolaron.
Me enteré de que muchos de mis hermanos en Argentina habían hecho copias de estas cartas y seguían fieles las directrices contenidas en las mismas. De hecho, algunos se vieron obligados espontáneamente con una especie de voto a vivir el Sistema Preventivo (como si fuera el cuarto voto salesiano) y lo renovaban cada mes.
Aunque estaba a una distancia de miles de kilómetros, siempre era su padre y su superior. Sabía que la joven congregación tenía necesidad de unidad y de estabilidad y que la garantía de su futuro estaba en la fidelidad al espíritu de sus orígenes, vale decir, al método y al estilo educativo que había caracterizado la vida de Valdocco.


Con el mismo corazón

Había siempre actuado así. Cuando en 1872 surgió el Instituto de las Hijas de María Auxiliadora, no pudiendo darles personalmente aquella asistencia que también consideraba necesaria, sobre todo al principio, había enviado a Mornese un salesiano de mi total confianza, don Cagliero, con esta precisa orientación: "Tu conoces el espíritu de nuestro Oratorio, nuestro sistema preventivo y el secreto de hacerse amar, escuchar y obedecer de los jóvenes, amando a todos y no mortificando a nadie, y asistiéndolos día y noche con paterna supervisión, paciente caridad y amabilidad constante". Al hacerlo, no quería mortificar la iniciativa personal o incluso fomentar la monótona repetición de las actitudes y acciones. Lo que yo quería era insistir sobre el carisma de nuestro estilo en la educación, sobre la fidelidad al Sistema Preventivo para acompañar a los jóvenes en su proceso de crecimiento viviendo una caridad que sabe hacerse amar.
Lo había comprendido plenamente don Francisco Bodrato, antiguo maestro de Mornese con el que había mantenido algunos diálogos interesantes ya en 1864.
Luego se convirtió en salesiano; en 1876 le había encomendado la responsabilidad de la segunda expedición misionera. En una afectuosa carta me había escrito una frase en la que me decía, sin temor a ser desmentido: "Nosotros vivimos de Don Bosco". En lugar de enorgullecerme, estas palabras me habían llenado el corazón de alegría y de esperanza. Y me demostraban, una vez más, que el camino tomado mediante la pedagogía preventiva de la caridad evangélica estaba portando también en tierras lejanas muchos frutos.
En febrero de 1885 escribiendo a Mons. Cagliero sintetizaba todo el trabajo educativo en una expresión lapidaria, apoyada sin embargo por una larga y positiva experiencia: "Hacerse amar y no hacerse temer".
Resurgían en mi mente y en mi corazón las palabras misteriosas escuchadas en un sueño hace 60 años y jamás olvidado: "No con los golpes sino con la mansedumbre y con la caridad tendrás que ganar estos tus amigos". Estaba ahora comprendiendo "todo".
El método de la bondad y de la dulzura lo veía ahora aceptado y vivido por mis hijos espirituales en muchas partes del mundo. ¡Bajo todos los cielos los jóvenes, estaba seguro, encontrarían en cada salesiano otro Don Bosco! Con el mismo corazón, con igual amor, con idéntica pasión...

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