2013|es|04: Don Bosco educador: Les toca a los malos temblar delante de los buenos y no a los buenos delante de los malos

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DON BOSCO EDUCADOR

PASCUAL CHÁVEZ VILLANUEVA


DON BOSCO NARRA


LES TOCA A LOS MALOS TEMBLAR

DELANTE DE LOS BUENOS

Y NO A LOS BUENOS DELANTE DE LOS MALOS


«Yo era un muchachito vivaracho y atento que, con el permiso de mamá, iba a las varias fiestas de pueblo donde actuaban saltimbanquis y prestigiadores. Me situaba siempre en primera fila, los ojos fijos en los movimientos con que trataban de distraer al público. Poco a poco lograba descubrir sus trucos, regresando a casa los repetía por horas y horas. Con frecuencia no lograba el efecto deseado. No ha sido fácil caminar sobre esa bendita cuerda tendida entre dos árboles. ¡Cuántas caídas, cuántas rodillas sangrando! ¡Y cuántas veces me dieron ganas de dejarlo todo!… Volvía a comenzar sudado, cansado, a veces también decepcionado. Después, un día tras otro, lentamente, lograba el equilibrio, me daba cuenta que mis pies descalzos adherían a la cuerda, se hacían una cosa sola con los pasos, y entonces me soltaba contento en repetir e inventar otros movimientos. He aquí por qué, cuando hablaba a los muchachos, les decía: “Limitémonos a las cosas fáciles, pero hagámoslas con perseverancia”. Esta es mi pedagogía: sin revuelos, fruto de muchas victorias, de derrotas igualmente numerosas, enfrentadas con la testarudez que era una de mis características más notables.

De esta forma ha nacido mi estilo de educar: sin palabras gruesas y difíciles, sin grandes esquemas ideológicos, sin referencias a una serie de autores ilustres. Así ha nacido mi pedagogía: aprendida en los potreros de los Becchi, más tarde en las calles de Chieri, todavía más tarde en las cárceles, en las plazas, en los arrabales de Valdocco. Pedagogía construida en un patio.

Valentía la saqué a relucir algunos años más tarde cuando, llegando a Chieri para continuar los estudios, fui acogido por el profesor frente al alumnado con una frase poco halagadora: “Este muchacho o es un topo descomunal o es un gran talento”. Había para quedar absolutamente mortificado. Recuerdo que salí del apuro diciendo: “Algo intermedio, señor: soy un pobre joven que desea cumplir con su deber y adelantar en los estudios”.

Sin contar que de por medio había ese bendito sueño de los 9-10 años (¡sueño que se había repetido otras veces más!),que me venía martilleando, y el deseo de hacerme sacerdote para los jóvenes se iba haciendo cada vez más fuerte… Entonces hice algo que de verdad me caía mal, antes bien, logré de mi carácter una brillante victoria, una verdadera conquista: tendí la mano pidiendo ayuda, un algo, con tal de llevar a cabo mi sueño. Confesaré más tarde a algún salesiano: “Tú no sabes cuánto me haya costado pedir limosna”. Con mi temperamento orgulloso no era por cierto fácil llegar a la humildad de tener que pedir. Mi valor estaba alimentado por una gran confianza en la Providencia, y también esto lo había aprendido de mi madre. En su escuela había aprendido una regla que me guiaba siempre: “Cuando me topo con una dificultad, hago como quien encuentra el camino bloqueado por un peñasco enorme; si no puedo quitarlo, le doy la vuelta”.

Y te aseguro: peñascos enormes los he encontrado numerosos en mi camino. Cito algunos, brevemente.

1860, por ejemplo, fue un año típicamente difícil. Había muerto el P. Cafasso, mi amigo, confesor y director espiritual: ¡la falta que me hacía su presencia, su consejo y también su ayuda económica!

Después, de parte del gobierno, llegaron graves dificultades, auténticos “peñascos enormes”; registros dirigidos y demoledores en Valdocco, como si yo fuera un delincuente. Mis jóvenes vivían en el terror, mientras policías armados se metían en todos los rincones. Las pesquisas seguían creando un clima de miedo y de inseguridad. Pedí por escrito audiencia al ministro del interior Luigi Farini. Tuve las agallas de decirle con humilde firmeza: “Para mis jóvenes exijo justicia y reparación de honor, no sea que les vaya a faltar el pan de la vida”. Sé que arriesgaba en grande, porque esos hombres de gobierno eran anticlericales, pero tuve el coraje necesario. Y así, poco a poco, las pesquisas cesaron.

¡Jamás me di por vencido! Les decía a los muchachos: “La valentía de los malos existe solo gracias al miedo que se les tiene. Sed valientes y veréis cómo se achican”. Una bienhechora francesa me había enviado desde Lión una estampita con una frase que no había olvidado nunca y que me iba guiando: “Sé con Dios como el pajarillo que siente temblar la rama y, pese a ello, sigue cantando, pues sabe que tiene alas”. No era solo una expresión poética, sino un acto de valiente confianza en la Providencia del Señor, porque solamente Él “es el dueño de nuestros corazones”.

Cuando llegaba el momento de salir de vacaciones solía hablarles así a mis jóvenes: “¡Sed hombres y no ramas que el viento agita! Frente alta, paso firme en el servicio de Dios, en casa y fuera, en la iglesia y en la calle. ¿Qué es el respeto humano? Un monstruo de cartón que no muerde. ¿Qué son las palabras presumidas de los malos? Burbujas de jabón que se evaporan en un instante. No les hagamos caso a los adversarios y a sus burlas. Recordad que ciencia sin conciencia no es sino ruina del alma”. Y añadía “Nada en el mundo os debe asustar. Actuad hoy en forma que no debáis avergonzaros mañana”.

No me cansaba de meter en sus cabecitas: “Dad gloria a Dios con vuestra conducta, consuelo a vuestros padres y a vuestros superiores. De otra forma un joven perezoso, indisciplinado, será un joven desgraciado, será un joven que constituirá un peso para sus padres, un peso para sus superiores, un peso para sí mismo”.

De Valdocco habrían salido los futuros “buenos ciudadanos y honrados cristianos” que tanta falta le hacían al mundo».