2011|es|06: Bienaventurado ARTÉMIDES ZATTI (1880-1951)

Bienaventurado ARTÉMIDES ZATTI (1880-1951)

¡Con Don Bosco de cualquier forma!

La vocación de un Salesiano Coadjutor


Los Zatti son una humilde familia de campesinos que deciden abandonar su pueblo, Boretto en Italia, para buscar mejor suerte y huir de la pelagra. La emigración a Argentina, cuando Artémides tiene 15 años, es una consecuencia necesaria de la pobreza. Los Zatti son muy religiosos, tienen buenas relaciones con la Iglesia, rezan cotidianamente en casa, mantienen una frecuente vida sacramental. Artémides muchacho frecuenta la parroquia, acolita la misa y, lo demás del tiempo, trabaja en el campo. Quien lo ha conocido dice de él: “Un joven constantemente atento, alegre y muy trabajador, humilde, silencioso y muy afectuoso, siempre obediente y respetuoso hacia sus padres”. En los duros y exigentes trabajos del campo, aprende a enfrentar las fatigas y responsabilidad que lo acompañarán en los años de apostolado. Artémides participa asiduamente a la liturgia y vive una profunda caridad en el servicio de los hermanos. Dos columnas que van a sostener toda su vida.


Sobre estas bases Artémides madura una espontánea y sentida vocación salesiana. La seriedad de su empeño espiritual, un sincero camino de discernimiento y la voluntad de servir a Dios y al próximo, lo llevan a abrazar la misión de Don Bosco. Su vocación brota de la lectura de la vida de Don Bosco, después de haber trabado amistad con un salesiano “imán” como era el párroco padre Cavalli que lo siguió toda la vida. Durante los años de formación se porta disciplinado, humilde en los servicios y en el trabajo manual, amén que en el estudio. A los hermanos, que él tanto ama y cuida, les resulta conmovedor y edificante el esfuerzo de este joven que lucha por conquistar la meta de la vocación religiosa y sacerdotal, enfrentando las fatigas y las pruebas difíciles y duras de lo que la vida le reserva. Pronto Zatti se enferma de tuberculosis, contagiado por un joven sacerdote al cual estaba ayudando cabalmente porque muy enfermo. Los superiores, consideradas las circunstancias de la enfermedad, le proponen hacer la profesión como salesiano coadjutor. En este salesiano laico vuelve a vivir la célebre expresión de Cagliero que, ante la duda de algunos compañeros suyos acerca de si hacerse “fraile” o no, exclama con reacción instintiva: “Fraile o no fraile, yo me quedo con Don Bosco”. Tampoco Zatti necesita reflexionar largo para comprender que, sacerdote o no, quiere quedar con Don Bosco. Y con él se queda, viviendo en plenitud la original vocación del “coadjutor”.


Consagra su vida a los enfermos, en agradecimiento a la Auxiliadora por haber sido curado. Consigue la debida preparación obteniendo los títulos de boticario y de enfermero. Responsable del hospital, lo pasa a una nueva sede, ensancha el círculo de los asistidos, alcanza con su inseparable bicicleta a todos los enfermos de la ciudad, especialmente a los más pobres – será recordado en toda la Patagonia como el amigo de los pobres ­– sin jamás pedir pago pero siempre generosamente recompensado. Conoce la estrechez de las deudas y la Providencia nunca le falla. Administra mucho dinero, pero su vida es paupérrrima; para el viaje a Italia han tenido que prestarle vestido, sombrero y maleta. Amado y apreciado por los enfermos, que a veces lo prefieren a los doctores. Amado y apreciado por los doctores, que ponen en él la máxima confianza y se rinden ante el ascendiente que brota de su santidad: “Cuando estoy con Zatti, no puedo dejar de creer en Dios”, exclama un día cierto médico que se proclamaba ateo. ¿El secreto de semejante ascendiente? Helo aquí: para él todo enfermo era Jesús en persona. ¡Literalmente! Los superiores le recomendaron un día no superar, en las aceptaciones, el número de 30 enfermos; lo oyen murmurar: “¿Y si el n.31 fuera Jesús en persona?”. De parte suya no hay dudas: trata a cada uno con la misma ternura con que trataría al mismo Jesús, ofreciendo su propia habitación en casos de emergencia, o colocando en ella hasta un cadáver en momentos de necesidad. Le dice a la hermana de la ropería: “¿Tiene un vestido para un Jesús de 12 años?”. Continúa incansable su misión entre los enfermos con serenidad, hasta el final de la vida, sin tomar nunca un período de descanso.


La simpática figura de Artémides Zatti es una invitación para proponer a los jóvenes la fascinación de la vida consagrada, la radicalidad de la secuela de Cristo obediente, pobre y casto, la primacía de Dios y del Espíritu, la vida fraterna en comunidad, el gastarse totalmente para la misión. Los jóvenes son sensibles a propuestas de compromiso exigente, pero tienen necesidad de testigos y guías que sepan acompañarlos en el descubrimiento y en la acogida del don. La vocación del salesiano coadjutor forma parte de la fisonomía que Don Bosco ha querido dar a la Congregación Salesiana. Por supuesto, se trata de una vocación no fácil de discernir y acoger. Ella brota más fácilmente allí donde entre los jóvenes se promueven las vocaciones laicales apostólicas y se les ofrece un testimonio alegre y entusiasta de la consagración religiosa, como la de Artémides Zatti.