2010|es|09: El evangelio a los jóvenes: La parábolas del Reino

NOVENO TEMA

LAS PARÁBOLAS DEL REINO


En el evangelio escrito más antiguo, después de presentar varias de las parábolas de Jesús, san Marcos sintetiza: “(Jesús) les anunciaba la Palabra con muchas parábolas como éstas, según podían entenderle; no les hablaba sin parábolas, pero a sus propios discípulos se lo explicaba todo en privado” (Mc 4, 33-35; cfr. Mt 13, 34-35). Esta afirmación, que encontramos corroborada en todos los demás evangelistas, tanto los sinópticos como san Juan (en el que los discípulos, durante la última cena, comentan: “Ahora sí que hablas claro, y no dices ninguna parábola”: Jn 16, 29), constituye uno de los rasgos más seguros, históricamente hablando, de la vida y la predicación de Jesús.


Sin poder detenernos a profundizar en su contenido (ya me he referido a varias de ellas, en los diversos temas presentados a lo largo de estos meses), quisiera elencar, casi a manera de esquema, algunas de sus características principales.


Ante todo, este lenguaje parabólico subraya la concretez de su expresión, la cercanía con la vida real y cotidiana de sus oyentes, aun de los más humildes e ignorantes: una mujer que pierde una moneda y la busca por todos los rincones, hasta que la encuentra, y hace fiesta por ello; un pastor al que se le extravía una oveja, un sembrador que esparce la semilla en diversos tipos de terreno, un pescador que separa los peces buenos de los inservibles, un padre que ama a sus hijos y se preocupa –y sufre por ellos- según la propia situación de cada uno...


Es indudable que el uso de imágenes y relatos, sean éstos tomados de los acontecimientos recientes o inventados para ejemplificar su mensaje, sirve para comunicar la Buena Nueva de una manera mucho más clara e incisiva que lo que podría hacer una exposición conceptual, sobre todo cuando el auditorio es sencillo y popular. ¡Cuántas veces nosotros mismos recordamos, de una conferencia u homilía, más que las ideas expuestas en ellas, el ejemplo o la anécdota relatada! Lo importante, sin duda, es que dicho relato remita al contenido que se quiere transmitir. Yo mismo he vivido esta experiencia: en todas partes me encuentro personas que me hablan del paraguas amarillo, o del cuadro de “Don Bosco buratinaio”, que representa precisamente una de las parábolas más entrañables de Jesús, y que he utilizado en los Aguinaldos recientes.


En este sentido, el lenguaje y la enseñanza de Jesús es muy “actual”. Es universalmente reconocido que en nuestra cultura, sobre todo juvenil, se aprende mucho más con las imágenes (tanto visuales como narrativas) que con la lectura “teórica” o la audición conceptual. Por otra parte, este lenguaje narrativo y parabólico no sólo enriquece el cerebro con ideas, sino que también estimula el “corazón”, esto es, la afectividad y los sentimientos.


Sin embargo, hay que decir también que, a diferencia de lo que muchas veces sucede en esta “civilización de la imagen”, Jesús no le ahorra al oyente la necesidad de reflexionar y de buscar, por así decir, el sentido del relato; a este respecto, algunos especialistas hablan incluso, si no de un lenguaje “esotérico”, sí al menos un poco “enigmático” de parte del Señor. Es indudable, a partir de los textos evangélicos, que Jesús invitaba a sus oyentes a esforzarse por comprender el sentido de la parábola, al grado que sus mismos discípulos le rogaban que se las explicara, llegando al caso en que dos evangelistas entienden una comparación utilizada por Jesús en dos sentidos diversos, aunque complementarios (cfr. Mt 12, 38-40 y Lc 11, 29-30).


Hay que añadir otro rasgo más importante en el que Jesús va más allá de la simple comunicación de un relato: evitando el peligro de quedarse en una escucha “pasiva” de la parábola, nos invita a dejarnos cuestionar por la palabra recibida, en vistas a la conversión. ¡Cuántas veces sucede, por ejemplo, que nos emocionamos y hasta preocupamos excesivamente por lo que continuará en la telenovela favorita, y no nos preocupamos igualmente por lo que sucede a nuestro alrededor, a veces en nuestra misma casa y familia! En la Sagrada Escritura encontramos ejemplos de este peligro: nada menos que el mismo rey David, al escuchar un relato que el profeta Natán le presenta en forma de noticia, se indigna y encoleriza, sin darse cuenta de que el profeta le está presentando, parabólicamente, su misma actitud y su doble pecado. ¡Cuántas veces nos hace falta que alguien nos diga, como al rey David: “¡Tú eres ese hombre, tú eres esa mujer!” (cfr. 2 Sam 12). En el evangelio de san Lucas, encontramos al fariseo Simón que juzga correctamente frente a un pequeño relato de Jesús acerca de dos deudores, sin darse cuenta que se está colocando él mismo “la soga al cuello” (cfr. Lc 7, 36-50). Somos muy buenos para juzgar a los demás, pero no para profundizar en nuestra propia situación.


Dicha conversión, a la que nos lleva la predicación de Jesús, concretamente sus parábolas, implica, antes que cambiar nuestros actos o hábitos, un cambio de mentalidad; de otra manera, nos parecerán inadmisibles o escandalosas. Pensemos, por ejemplo, en el dueño de la viña al pagar igualmente un denario a todos sus trabajadores (cfr. Mt 20, 1-16), o el comportamiento del administrador infiel (cfr. Lc 16, 1-8), o la conclusión frente a las actitudes del fariseo y del publicano (cfr. Lc 18, 9-14), y especialmente la hermosísima (pero, sin duda desconcertante para los criterios humanos) figura del padre bondadoso frente a sus dos hijos. Si estas parábolas del Señor Jesús no suscitan en nosotros una inicial reacción de extrañeza y hasta de incomodidad, es porque quizá nos hemos acostumbrado demasiado a ellas...


Actualmente, hay algunos escritores que, para determinar el final de sus novelas, elaboran diversas posibilidades; en ocasiones, incluso, dando al lector la posibilidad de “escoger” dicha conclusión. A primera vista, parecería que Jesús hace algo semejante. En realidad, hay una razón muy diversa: algunas parábolas de Jesús quedan “abiertas”, porque apelan a la libertad humana: concretamente, a la conversión. En la que es quizá la más conocida y conmovedora, la del padre bondadoso y sus dos hijos (cfr. Lc 15, 11-32), no sabemos si el hijo mayor al final entra a casa y participa de la fiesta, puesto que quienes se parecen a él, que son precisamente los oyentes de Jesús (cfr. Lc 15, 1-2), están siendo invitados por Él a aceptar, con alegría filial, el amor y el perdón de Dios para con los pecadores. Algo semejante podemos decir de otra parábola igualmente hermosa, la del buen samaritano (cfr. Lc 10, 29-37): ante una respuesta teóricamente “correcta” de parte del doctor de la Ley, Jesús le invita a ponerla en práctica: “Ve, y haz tú lo mismo” (v. 37).


Podemos concluir afirmando que las parábolas de Jesús constituyen la quintaesencia de su mensaje, centrado en el maravilloso amor y misericordia del Padre (“Abbá”) para con todos sus hijos e hijas, en el mundo entero; y la invitación, que se vuelve urgente por la inminencia del Reino que viene, a la conversión y aceptación de este amor gratuito y salvador. Y todo ello, presentado en la forma excepcionalmente rica y eficaz del ejemplo y la parábola.


Nuestro santo Padre Don Bosco ha comprendido perfectamente este rasgo típico de la revelación de Dios, en especial en la predicación de Jesús, y sobre todo en la educación de sus muchachos, más que elaborar amplios tratados conceptuales y abstractos sobre la vida cristiana, las virtudes, etc., presenta ejemplos, tomados de la Sagrada Escritura, o de los acontecimientos de la historia, o incluso inventando relatos y parábolas. En particular, al invitar a los jóvenes del Oratorio a vivir y crecer en el amor a Dios y al prójimo, que constituye la auténtica santidad, incluso juvenil, no elabora tratados ascéticos o místicos, sino que presenta modelos de vida: me refiero a las Vidas de muchachos ejemplares que encarnan este camino de santidad, muy distintos en su carácter y su procedencia familiar: pensemos en santo Domingo Savio, Miguel Magone, Francesco Besucco...