2010|es|01: El evangelio a los jóvenes: Jesus, evangelio de dios (buena nueva) para la humanidad

S TRENNA 2010

by Pascual Chávez Villanueva


EL EVANGELIO A LOS JÓVENES


JESUS, EVANGELIO DE DIOS (BUENA NUEVA)

PARA LA HUMANIDAD


(2Cor 1,18-24).

Desde hace ya varios años he ido madurando la idea de ofrecer a toda la Familia Salesiana, a través de las reflexiones mensuales del Boletín Salesiano, una reflexión sencilla y sistemática sobre lo que constituye el centro de nuestra fe, acentuando algún aspecto de nuestra Tradición Salesiana, a partir de nuestro santo Padre Don Bosco, y, como lo he indicado en la Strenna 2010, en el Centenario de la muerte del Beato Miguel Rua: “Signore, vogliamo vedere Gesù”. A imitazione di don Rua, come discepoli autentici e apostoli appassionati portiamo il Vangelo ai giovani.

En su primera encíclica, Su Santidad Benedicto XVI nos recordaba que “no se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una grande idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva” (Deus Caritas est, 1).

El Cristianismo no es, ante todo, un conjunto de verdades a las que se ha llegado a través de la reflexión de muchos siglos, ni un conjunto de normas morales que sus miembros deben practicar, sino el encuentro personal con el Señor Jesús que, como encontramos en las diferentes páginas del Nuevo Testamento, cambia radicalmente la vida y nos hace verdaderos “cristianos”, esto es: “los que son de Cristo”.

Esta característica esencial de nuestra fe aparece muy claramente en una palabra clave de la Sagrada Escritura, a la que nos hemos acostumbrado demasiado, a veces sin reflexionar en lo que significa: “evangelio”. Se trata de un término griego que quiere decir “buena/bella noticia”, y que Marcos, el primero que puso por escrito los testimonios orales de la comunidad cristiana sobre Jesús, utilizó como título: “Comienzo del Evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios” (Mc 1, 1).

Ya desde el principio, los cristianos, iluminados por el Espíritu Santo, comprendieron que Jesucristo, el Hijo de Dios hecho hombre por amor nuestro, era la mejor noticia para toda la humanidad.


Reflexionemos brevemente lo que sucede cuando recibimos una noticia realmente buena. Esta experiencia incluye tres características principales: es algo inesperado – nos viene “de fuera” – llena nuestro corazón de inusitada alegría.

Aplicándolo al Cristianismo, comprendemos perfectamente que no se trata de especulación humana, por más alta que ésta sea, sino que la maravillosa verdad que Dios nos ama, y que nos ha hecho hijos e hijas suyos en Cristo, es la mejor noticia que podíamos haber recibido: nadie podía imaginarlo, nadie podía preverlo.


Incluso el pueblo de Israel, que esperaba desde siglos al Mesías prometido, se encontró desconcertado ante la novedad de Jesús y del Reino que él anunciaba: también para ellos: más aún, ante todo para ellos fue algo inesperado, que les tomó tan de sorpresa, que sólo quienes fueron capaces de cambiar su manera de pensar pudieron aceptar, con sencillez y gratitud, a Jesús como el Mesías, el Cristo.

Es necesario reconocer, por otra parte, que no fue para todos “buena noticia” la persona de Jesús y el Reino anunciado por él: para quienes se amparaban en la autosuficiencia de su orgullo, de su poder y de su riqueza (cfr. Lc 1, 51-53) fue más bien una “mala noticia” que llevó a su portador, finalmente, a la muerte de cruz.

Tomar en serio que el Cristianismo es la mejor noticia para la humanidad tiene como consecuencia, además, la preocupación y urgencia por comunicarla a todos los hombres y mujeres del mundo: “¿Cómo invocarán a Aquél en quien no han creído? ¿Y cómo creerán en Aquél de quien no han oído? ¿Y cómo oirán de él, sin que se les anuncie?” (Rom 10, 14). Renunciar a la tarea evangelizadora y misionera de la Iglesia constituiría la mayor infidelidad a Dios y el acto más egoísta frente a la humanidad.

Imaginemos que una familia muy pobre ha recibido un billete de lotería y que, por fortuna, es el número premiado. No teniendo, por su pobreza, acceso a la información, corren peligro de no recibirlo; y nosotros, enterados de ello, nos resulta indiferente informarles o no. Pues bien: toda la humanidad, en Jesucristo, se ha ganado el premio mayor de la loteria; pero más de cinco sextas partes de ella ¡no lo saben! ¡Qué egoístas seríamos si no les informáramos esta noticia, que, como dice Benedicto XVI, “da un nuevo horizonte a la vida” presente y, sobre todo, a la vida eterna.


Contemplando a nuestro Padre Don Bosco, podemos hacer dos reflexiones. En primer lugar, en su vida y en su sistema educativo y pastoral no encontramos un conjunto de ideas o de normas, sino un itinerario de fe que lleva al encuentro vivo con la persona de Jesucristo. Con un símbolo humano universal, pero al que son sensibles sobre todo los jóvenes, les educó en un camino de realización humana y de santidad cristiana centrado en la amistad con Jesucristo, que presupone esta relación interpersonal al grado máximo.


Por otra parte, sintió tan vivamente la situación de quienes no han recibido esta maravillosa noticia, que desde el principio de su obra y en la medida de sus fuerzas (a veces más allá de éstas) promovió el trabajo misionero, dejando a la Congregación y a la Familia Salesiana esta preocupación como un rasgo distintivo. Cada año tengo la gran alegría de poder enviar, con la bendición de Dios y la entrega del crucifijo misionero, a muchos miembros de la Familia Salesiana que se unen a otros miles que ya se encuentran en territorio misionero, en una hermosa tradición que se prolonga desde 1875. Sin embargo, sigue siendo actual la frase del Señor Jesús: “La mies es mucha, pero los trabajadores, pocos”. Cada uno de nosotros estamos llamados, según nuestro propio estado de vida y en la medida de nuestras posibilidades, a llevar a nuestros hermanos y hermanas, con la palabra y, sobre todo, con el testimonio de nuestra vida, la gran noticia, la mejor noticia que la humanidad puede recibir: que somos hijos e hijas de un Dios que nos ama.





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