2005|es|10:Rejuvenecer el rostro: Iglesia en clave feminina

Shape2 Shape1 Shape3 40 AÑOS DEL CONCILIO

de Pascual Chávez Villanueva

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EJUVENECER

EL ROSTRO

IGLESIA

EN CLAVE FEMENINA


La Iglesia da gracias a Dios por el misterio de la mujer y por la mujer, por lo que constituye la eterna medida de su dignidad” (Juan Pablo II – 29/06/1995)



L


as mujeres representan el rostro y la dimensión femenina del cristianismo. Con frecuencia se oye hablar de discriminación a su respecto de parte de la Iglesia. Se olvida –no siempre en buena fe– que la mentalidad y las leyes que han defendido la dignidad de la mujer y la unidad de la familia a lo largo de casi 2000 años han tenido su origen en el cristianismo. Por otro lado es cierto que aún hoy somos herederos de una historia que ha hecho difícil el camino de la mujer, ignorando su dignidad, mortificando sus prerrogativas y, no pocas veces, marginándola hasta hacer de ella una esclava. Esto le ha impedido ser totalmente sí misma y ha privado a la humanidad de su riqueza espiritual. También algunos “hombres de Iglesia” no fueron exentos de prejuicios y reservas con relación a la mujer, y Juan Pablo II ha estigmatizado vivamente esos errores. ¿A quién echar la responsabilidad de semejantes desviaciones? Difícil decirlo. Los orígenes de muchos usos y costumbres se pierden en la noche de los tiempos.


+ En el Antiguo Testamento la mujer era valorada por su maternidad. Quedar sin descendientes era una deshonra y una desdicha. Esa concepción tenía sus reflejos: la mujer vivía sujeta al esposo y, si tenía la mala suerte de quedar viuda, era relegada a los márgenes de la sociedad. En el Nuevo Testamento la vida y la doctrina de Jesús han sido una revolución. No solo se valoró nuevamente la dignidad de la mujer, sino que –como afirma San Pablo– en Cristo Jesús se eliminaban todas las diferencias: “Ya no hay ni judío ni griego; no hay ni esclavo ni libre; no hay ni varón ni mujer” (Gal 3,28). La actitud de Jesús es contracorriente en una sociedad que había reducido la mujer a “incubadora”: él se deja seguir y servir por mujeres, absuelve a la adúltera recomendándole que no peque más, se detiene en la casa de Marta y de María, reserva a una mujer la primera aparición después de la Resurrección, proclama iguales frente al matrimonio al hombre y a la mujer. En el mundo romano que discriminaba a niños, esclavos, viudas, ancianos y enfermos, está comprobada la sumisión de la mujer, incapaz de hacer testamento, de atestiguar en un proceso, bajo tutela perenne del padre o del esposo. Si la infidelidad del varón era considerada un “incidente”, la de la mujer era un ultraje, hasta el punto que el castigo podía llegar a ser la muerte. Fue el cristianismo que obró una auténtica revolución cultural, cambiando praxis milenarias. Todo ser humano posee una dignidad inajenable, cualquiera sea su condición social, sexo, etnia, cultura. Predicando en Corinto, encrucijada de comercios e inmoralidad, Pablo sitúa la familia como célula primera y fundamental de la sociedad, y llama a los cónyuges a vivir una unión indisoluble. A los Efesinos escribe que el matrimonio es símbolo nada menos que del amor de Cristo para su Iglesia, un amor capaz de dar la vida.


+ A lo largo de los siglos, también en el seno de la Iglesia la imagen de la mujer se ha cargado frecuentemente de negatividad. Según algunos teólogos medievales hablar de la mujer era hablar de la responsable de la caída original. No faltaron predicadores que justificaban la sumisión de la mujer con el llamado al primer pecado que le ha pegado la etiqueta de tentadora. Pero hay también quien defiende la igualdad de dignidad varón/mujer, y llega al punto de valorar más a esta última fijando la mirada en María. “No es acaso María, de quien viene la salvación, la mujer por excelencia?”, decía San Bernardo. Es cierto que han existido siempre mujeres que han ejercido un influjo decisivo en el seno de la Iglesia. Es suficiente recordar a las numerosas colaboradoras nombradas por San Pablo en las cartas, o citar a algunas de las primeras mártires, como Inés y Cecilia; o a mamás de personas importantes, como Elena madre de Constantino, Mónica madre de San Agustín, Mamá Margarita madre de Don Bosco; o fundadoras o reformadoras famosas, como Teresa de Avila, María Mazzarello; o reinas santas, como Isabel de Hungría, Isabel de Portugal, etc.


+ Durante el Renacimiento Catalina de Siena ejerce un gran influjo sobre papas y hombres de gobierno, recordándoles que un jefe que no posea cualidades humanas y cristianas difícilmente logrará ayudar en algo a los súbditos. Sigue siendo actual hoy. No menor fue el influjo de Santa Brígida, madre y educadora de ocho hijos que, al darse cuenta de la grave situación social, política y religiosa del continente, fundó la Orden del Santísimo Salvador, del cual escribió la “Regla”: una novedad absoluta, considerando su condición de mujer, que daba al traste con la tradicional jerarquía. Brígida soñó una Europa unida y fiel a sus propias raíces cristianas. Con Catalina y Edith Stein es patrona del Viejo Continente. Papa Wojtyła ha agradecido a Dios por la naturaleza, la vocación y la misión de la mujer: por la mujer-progenitora, en cuyo seno se prepara al ser humano; por la mujer-madre, que de la familia hace un hogar y una escuela de valores; por la mujer-esposa, entregada al servicio del amor y de la vida; por la mujer-trabajadora, que introduce la humanidad en las estructuras económicas y políticas; por la mujer-consagrada, que expresa la respuesta esponsalicia que Dios quiere recibir de toda criatura; por el genio femenino, que enriquece la Iglesia y el mundo.



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