2007|es|05:Amar la vida: El arco iris


A GUINALDO 2007

de Pascual Chávez Villanueva


AMAR LA VIDA




Ya no maldeciré más el mundo por causa del hombre… Os doy un signo de la alianza que he establecido entre mí y vosotros y todos los seres vivientes... He colocado mi arco en las nubes: será la señal del compromiso que he asumido con el mundo” (Gn 8,9 passim).



l libro del Génesis hace ver como el Dios amante de la vida derrota el caos y con su palabra creadora plasma el cosmos. Todo lo que hizo no pudo ser sino una obra maestra, tomando en cuenta la calidad del Artista. Pero ya desde el capítulo 3 y siguientes el escenario se presenta muy diverso. Alterado el designio original de Dios, a causa del pecado que inunda la faz de la tierra por la violencia y la depravación del hombre, el mundo precipita nuevamente en el caos. Pese a ello el mal, con su lógica interna de destrucción y de muerte, no puede tener la última palabra. Así, tras el tsunami del diluvio, Dios estrecha una alianza con el hombre, comprometiéndose a no permitir jamás que este mundo por él creado sea destruido y se vuelva un desierto de rabia y desesperación. Signo de esta alianza con la humanidad es el arco iris: inmediatamente después de la lluvia resplandece en el cielo y parece abrazar el firmamento, para recordar a la criatura la promesa del Creador.


El Dios biófilo no ama solo la vida humana, sino toda la vida, también la vegetal y animal, porque la creación entera es obra de su amor. Junto al valor y a la dignidad de la vida humana la Biblia expresa, de la primera a la última página, el cuidado amoroso de Dios por la naturaleza, explicitado por las palabras de Gn1,31: «Vio Dios cuanto había hecho, y todo estaba muy bien». Animales, plantas, firmamento, sol, océanos… todo es bueno, todo tiene valor por sí mismo, todo proclama la gloria de Dios, como canta el Salmo 18: «Los cielos narran la gloria de Dios, la obra de sus manos anuncia el firmamento; el día al día comunica el mensaje, y la noche a la noche trasmite la noticia». Todas las criaturas son, en efecto, invitadas a bendecir al Señor, como reza el Cántico de Daniel: «Bendecid, obras todas del Señor, al Señor» (ángeles, cielos, aguas, sol y luna, estrellas del cielo, lluvias y rocíos, vientos, fuego y calor, frío y ardor, rocíos y escarchas, hielos y frío, heladas y nieves, noches y días, luz y tinieblas, rayos y nubes, montes y colinas, todo lo que germina en la tierra, fuentes, mares y ríos, cetáceos y todo lo que se mueve en las aguas, aves, fieras todas y bestias, hijos de los hombres) (3,57-88).


Pero este reconocimiento es real solo si y cuando el hombre reconoce por su lado la dignidad del lugar en donde habita y decide respetar la naturaleza, acoger a las criaturas y aceptar la riqueza de su diversidad. Solo esta aceptación concreta de todo lo que existe, pero sobre todo del ser viviente, lleva a la afirmación del valor de la creación, de los derechos de quien ha sido colocado como su guardián y, en consecuencia, a superar la explotación y el abuso, a realizar un desarrollo respetuoso del ambiente y entrelazar una convivencia armoniosa con los demás seres vivientes.

Hoy la civilización industrial ha favorecido la producción y el aumento de la riqueza, pero con excesiva frecuencia ha exagerado en la explotación de los recursos, incentivando la deshumanización del hombre que, casi sin darse cuenta, se ha convertido en simple productor/consumador.

La cultura de la vida nos lleva a una verdadera actitud ecológica: al amor de todos los seres humanos, pero también de animales y plantas, es decir, al amor de la creación entera, y a defender y promover todos los signos de la vida contra los mecanismos de destrucción y de muerte.


Ante las amenazas de la explotación desordenada, de opresión de la naturaleza, de desarrollo insostenible que están causando contaminación, efecto sierra, deforestación, cementificación, desertificación, empobrecimiento de los recursos, fruto de insaciable avidez y de falta de responsabilidad no solo frente a la creación que Dios nos ha dado como casa para todos, sino también frente a las generaciones futuras, me parece oportuno recordar las palabras del gran jefe indiano Seattle: Lo que hiere la Tierra, hiere a los hijos y a las hijas de la Tierra.

Dios se ha empeñado en preservar la naturaleza, pero no sin nosotros: nos ha hecho colaboradores suyos, nos ha investido de responsabilidad. La operación arco iris para salvar la creación es obra de Dios, de todos y de cada uno.