2006|es|07:Familia cuna de la vida: Sudor para el pan

150 MAMÁ MARGARITA150

de Pascual Chávez Villanueva


FAMILIA

CUNA DE LA VIDA


SUDOR PARA EL PAN


El TRABAJO de los padres es el medio con el cual concretamente “dan la vida”, gota a gota, un día tras otro, a sus hijos, y serenidad a sí mismos.


Los expertos se encuentran con el agua al cuello cuando deben pronunciarse a favor o en contra del crecer en una familia en la cual ambos padres trabajan afuera, pero es claro que atormentarse con sentidos de culpa puede ser destructor, ya sea para los padres como para los niños. Los padres que trabajan por necesidad se tranquilizan pensando que sus hijos comprenden el sacrificio que están haciendo. Si no inmediatamente, a lo menos cuando habrán crecido. No hay nada malo en amar el trabajo, el nivel social y el dinero que así se obtienen. Muchas mamás que trabajan se sienten culpables sobre todo porque privan al hijo de su presencia consignándolos, a lo mejor, a los abuelos. Sufriendo sentidos de culpa, hay la tentación de malcriar a los niños y es difícil usar de severidad con ellos cuando haría falta. Por otro lado, hacer comprender que el trabajo pesa empeora aún más el problema. Los padres que aman su trabajo, o que aprecian los beneficios que éste ofrece a la familia, deben hacerlo saber a los hijos.


Pero es importante enviar constantemente a los hijos el mensaje de que son amados más que el trabajo. Puede parecer obvio, pero no lo es. En resumidas cuentas, el amor no es solo un sentimiento que se lleva por dentro, sino también algo que se dona. Con demasiada frecuencia el trabajo absorbe la parte mejor de la atención y entrega de los padres, que terminan con dar a los hijos las sobras, descargando sobre ellos, más que sobre los jefes o los clientes, los nervios, la impaciencia y la apatía causados por el cansancio. En parte es cuestión de tiempo, sobre todo si se trabaja la jornada entera. Son pocos los que se sienten en forma por la mañana, cuando están de carrera contra el tiempo, o por la tarde, cuando a lo largo de todo el día no han hecho otra cosas que ejecutar órdenes. Pero en casa hay que usar bien el tiempo que se transcurre con los hijos. No es necesario inventar quién sabe qué cosa. Basta centrarse en los miembros de la familia en vez que en el periódico o en la televisión.


Conviene además recordar el viejo adagio: «Cuando el trabajo es un gusto, la vida es un gozo. Cuando el trabajo es un deber, la vida es una esclavitud». Hace falta enseñarlo a los hijos. No se trata de sermones o cuentos acerca del abuelo que trabajaba como minero veintidós horas al día siete días a la semana. Los padres deben enseñar concretamente a los hijos a desempeñar actividades específicas en la casa, permitirles colaborar con el padre o la madre mientras cargan el lavaplatos, pasan el aspirador, limpian la tina del baño, cambian el aceite del automóvil o cuidan el jardín. Indicarles como se hace, invitarlos a ensayar. Es una enseñanza “en el terreno”. Ofreciendo a los hijos las competencias necesarias para desarrollar varios trabajos e infundiéndoles confianza en sí mismos, los padres eliminan uno de los obstáculos más serios de la armonía familiar.


Hoy es difícil enfrentar serenamente con los hijos el argumento “trabajo”. La cuestión del dinero puede pasar en primer plano. En nuestro modo de ser la expresión “lugar de trabajo” se ha vuelto sinónimo de sueldo. Lo cual es justo. Pero es también justo no convertirlo en la razón primera de la vida. Para muchos, por el contrario, es así. En este momento la expresión que va de brazos con “lugar de trabajo” es “hombre de éxito”, es decir, uno que se supone rico. El mito del éxito es paralelo al de la riqueza, y los muchachos piensan que sea la cosa más importante de la vida, que la finalidad por perseguir sea la conquista del mayor número posible de admiradores y seguidores... cualquier cosa se haga y de cualquier forma se haga. Los muchachos con padres normales ¿qué cosa piensan, sometidos a semejante martilleo de la apología del éxito? ¿Qué los padres no valen nada? ¿Que no deben ser mayor cosa, puesto que nadie va en éxtasis delante de ellos? Situación desagradable, indudablemente. Añádase que esos mismos padres, de poco valor para el hijo, lo exhortan a empeñarse para “abrirse camino”, para “llegar a ser alguien”. ¿Y por qué - podría preguntarse el hijo - no lo han hecho ellos?


Esto hace difícil a veces formar los hijos a la “laboriosidad.” Virtud hoy poco de moda, que por el contrario ocupa un espacio importantísimo en la pedagogía de Don Bosco, y que sobre todo los padres pueden razonablemente “implantar” en los hijos. Nace de la creatividad y de la decisión de enfrentar la realidad; se nutre de fortaleza, responsabilidad, perseverancia y sentido del deber; exige paciencia, atención, aprendizaje. Los niños y los muchachos encierran semillas de capacidad, ingenio, habilidad, intuiciones que, para germinar y crecer, exigen verdaderas motivaciones (y éstas no pueden reducirse solo a la ganancia o al éxito) y disciplina. Para todo ello hacen falta buenos maestros y buenos padres.