2005|es|09:Rejuvenecer el rostro: Señores de la cultura y santos

40 AÑOS DEL CONCILIO

de Pascual Chávez Villanueva


S


ept. 2005

REJUVENECER

EL ROSTRO


SEÑORES DE LA CULTURA

Y SANTOS


Justamente la cultura fue el medio a través del cual el cristianismo se ha expresado a lo largo de la historia.



Los apóstoles y predicadores del evangelio se han servido, desde el comienzo, de la palabra escrita. Pronto causaron la reacción de los “paganos” más cultos, los cuales manifestaron con textos polémicos su aversión al cristianismo, que consideraban una nueva corriente filosófica. Los cristianos no tardaron en rebatir, ya sea los argumentos ya sea las calumnias divulgadas en contra de ellos. Aparecieron así los ‘apologetas’, cuya misión consistía en manifestar la verdad del cristianismo, la fuerza de la fe y el heroísmo de su caridad. Si en un primer momento el objetivo fundamental fue la defensa de la religión, pronto se pasó al ataque echando en cara al Estado lo injusto y lo absurdo de las persecuciones. La actividad apologética culmina, probablemente, en la obra de Tertuliano. Hombre de temple luchador, escritor extraordinariamente dotado y orador de grande eficacia, no solo rebatió las acusaciones lanzadas contra el cristianismo, sino que llegó a demostrar que son cabalmente los cristianos los “buenos”: su religión responde plenamente a las disposiciones y aspiraciones más profundas del alma humana. Retorció las argumentaciones opuestas hasta demostrar que el paganismo fue realmente inicuo. Filón de Alejandría, S. Justino, Orígenes y el mismo S. Agustín fueron apologetas prestigiosos: presentaron el cristianismo como la religión del monoteísmo, de la moralidad, de la victoria sobre el mal, de la libertad de conciencia, y realizaron la primera síntesis doctrinal de la teología católica, poniendo de relieve lo conocibles que fundamentalmente son las verdades de nuestra fe.

UNA GRAN TRADICIÓN


Ya recordé a los Padres antiguos: Basilio (BS abril), Juan Crisóstomo, Ambrosio de Milán, Agustín, Gregorio Magno. Conviene decir que la transmisión de la cultura se realizó a través de monasterios, abadías, conventos, parroquias… y a través de las universidades creadas por la Iglesia. La escuela de Sevilla, que tiene en S. Leandro y en S. Isidoro a sus máximos exponentes, representa el ápice de los conocimientos en los siglos VI y VII. Más tarde descuella, entre todos, la figura de S. Tomás de Aquino, que asombró al mundo y durante muchos siglos constituyó la base de los estudios filosóficos y teológicos. Su doctrina ha conocido un nuevo florecimiento en la época moderna gracias a León XIII y a Jacques Maritain. S. Alberto Magno, maestro de S. Tomás, era conocido como “Doctor universal” y considerado una verdadera autoridad no solamente en teología y filosofía, sino también en física, geografía, astronomía, mineralogía, química (alquimia), zoología, fisiología y hasta en frenología. El inició métodos de investigación que, perfeccionados, dieron fruto en algunos de sus numerosos discípulos. Enorme ha sido el aporte dado a la ciencia, a la literatura, a la cultura en general por algunas órdenes y congregaciones religiosas: jesuitas, franciscanos, carmelitas. Alberto Magno, Tomás de Aquino, Copérnico eran dominicos. Más cercano a nuestros días podríamos citar a S. Francisco de Sales, famoso por el humanismo que brota de sus escritos de doctrina espiritual. El 11 de octubre de 1988 Juan Pablo II ha canonizado a S. Teresa Benedicta de la Cruz – Edith Stein – y en 1999 la proclamó doctora y copatrona de Europa. La filosofía de esta hebrea convertida al catolicismo, monja carmelita y mártir del nacismo, representa en nuestros días un testimonio y un ejemplo de diálogo entre fe y cultura.


IGLESIA Y CULTURA


Hemos citado muchos nombres de personas repletas de santidad y erudición, capaces de expresar en categorías filosóficas y científicas las verdades más profundas que nos salvan. Fueron escritores fecundos que la Iglesia reconoce como maestros de vida y ha proclamado ‘doctores’. Sabemos que el hombre, considerado en su integridad, es el centro de la humanidad y que “el porvenir del hombre depende de su cultura”, como proclamó Papa Wojtyła en su discurso ante la UNESCO en 1980. El mismo Vaticano II (Gaudium et Spes 53) subrayó la importancia de la cultura para el desarrollo completo del hombre y los múltiples vínculos existentes entre el mensaje de salvación y la cultura. Como cristianos debemos ser los primeros en poner nuestros talentos al servicio del desarrollo de los pueblos. La construcción de una humanidad más justa o de una comunidad internacional más unida no constituyen un sueño o un ideal nebuloso: son un imperativo moral, un deber sagrado que el genio intelectual y espiritual del hombre puede enfrentar, aprovechando los talentos y la energía de cada uno y explotando todos los recursos técnicos y culturales de la humanidad. El camino cultural del hombre es el camino de salvación escogido por Dios. Por eso la Iglesia, instrumento de Dios para la salvación de todo varón y de toda mujer, aprecia la cultura, todas las culturas, y promueve el diálogo fe-cultura. Los doctores de la Iglesia probablemente son los más claros exponentes de esta voluntad.