2005|es|08:Rejuvenecer el rostro: La fuerza evangelizadora de punta

C ALENDARIO SALESIANO


El calendario salesiano presenta en agosto una de las realidades más hermosas de la Iglesia: los misioneros


LA FUERZA EVANGELIZADORA

DE PUNTA

de Pascual Chávez Villanueva


La dimensión misionera constituye la esencia de la Iglesia, su razón de ser: anunciar al mundo el Evangelio de Jesús. Él es la prueba y la garantía que Dios ha estrechado una amistad eterna con la humanidad, y de los hombres ha hecho hijos suyos.


En cuanto expresión del espíritu humano, todas las culturas y civilizaciones son buenas. Seres humanos de cualquier época y lugar, nosotros llevamos impresa la huella de Dios, somos imagen suya. Pero todas las realidades históricas son limitadas; las culturas y las civilizaciones tienen, por lo mismo, necesidad de ser asumidas, purificadas y elevadas por Jesús y su Evangelio. Dios se ha hecho hombre, semejante a nosotros en todo, menos en el pecado: nació, vivió, creció, padeció y, finalmente, murió en un lugar, en un tiempo, en un pueblo determinados. Encarnación significa también inculturación: Él escogió una cultura a través de la cual presentarse al mundo. Cultura significa valores, pero significa también límites… hasta el límite extremo y extremamente doloroso de la muerte. Muerte y resurrección representan la manifestación suprema del amor de Jesús, la prueba de que era realmente el Hijo de Dio, el sello de lo que había predicado y anunciado. Pero son también el signo evidente que toda cultura está llamada a superar todo lo que en ella lleva a la muerte o al pecado.

CRISTIANISIMO NO ES...


La evangelización como vocación y misión de la Iglesia, y la missio ad gentes (el mandato misionero) como expresión concreta de ese papel, ahondan sus raíces en el mandato del Maestro de Galilea a los discípulos que lo habían seguido (cf. Mt 28,19; Mc 16,15; Lc 24; He 1,8). De ello brota también la convicción de la necesidad y posibilidad que tienen todas las culturas, ninguna excluida, de abrirse a la novedad del Evangelio. Cabalmente mirando al obscuro maestro de Galilea se puede deducir quién es Dios y quién es el hombre, qué es la vida y qué es la muerte. En la persona del hijo de María de Nazareth todo recupera su significado auténtico y se encuentra la solución al sentido de la vida y de la historia: de dónde viene, hacia dónde va. El cristianismo no es, por tanto, una filosofía y –podríamos decir– ni siquiera una religión. Es más bien la manifestación histórica de Dios y de su designio de salvación: Dios se hace hombre para enrumbar la historia humana hacia el Reino, es decir, hacia su plenitud, hacia la meta para la cual el mundo y el hombre han sido creados. El cristianismo no es un conjunto de normas que practicar o de ritos que celebrar: es reconocer lo que Dios ha obrado a través de Jesús para “re-significar” la historia del hombre y del mundo. La moral no consiste sino en esta revolución. Anunciar esta “buena noticia” ha sido, es y será la misión de la Iglesia. Cristo no es una alternativa entre muchas. Él mismo ha afirmado ser Camino, Verdad y Vida.

Hoy se escucha a gente que habla del cristianismo como de algo superado o como de un enemigo del progreso, de la cultura y hasta del hombre mismo. La ignorancia religiosa y ciertos prejuicios atávicos –propagados por interés– pueden inducir a ello. Pero no es así, y nunca lo fue históricamente. Cristo no ha venido a condenar, sino a salvar. Todo lo bueno que existe en el corazón y en la mente de los hombres, en los ritos, en las costumbres y en la cultura de los pueblos, no solo no se pierde con el cristianismo, sino que, purificado, se convierte en auténtico camino de salvación y, por lo mismo, en felicidad para el ser humano. El Evangelio no anula el progreso, ni la civilización, ni la cultura. Los compara con otros valores más profundos y los abre a horizontes nuevos y más amplios. El cristianismo no es enemigo del hombre, ¡en absoluto! Lo ennoblece y lo potencia hasta el punto de hacerlo, en Cristo, hijo de Dios, abriéndole las puertas de un destino eterno de felicidad con Dios/Creador/Padre.


LOS MISIONEROS


Y la Iglesia –madre y maestra– a través de sus misioneros ha llevado hasta los últimos rincones de la tierra, además de la fuerza y la luz del Evangelio, la fuerza y a luz del progreso, de la ciencia, y una sim-patía “eficaz” hacia quien sufre y es olvidado. Con sus comunidades de apóstoles, misioneros y creyentes ha fundado escuelas y universidades, hospitales y centros de salud, centros de promoción y de preparación profesional. Durante muchos siglos sus instituciones han constituido el canal privilegiado, cuando no único, de difusión de la cultura y de la dignidad humana entre los más marginados de la tierra. Inimaginable fue la obra, ya sea en el nivel cultural como en el económico/social y hasta en el sector político, de los primeros evangelizadores de Europa (los santos Benito, Bonifacio, Cirilo y Metodio). Impresionantes las hazañas de jesuitas, franciscanos y dominicos en la América recién descubierta. San Francisco Xavier evangelizó India, Malaca, Molucas, Japón; el jesuita Mateo Ricci logró entrar en China gracias a sus conocimientos matemáticos y astronómicos; monseñor Daniel Comboni y el cardenal Charles Lavigerie, fundadores e insignes misioneros en África, han demostrado que Evangelio es sinónimo de empeño para la dignidad de toda persona humana.

Miles de misioneros y misioneras, religiosos y laicos, continúan hoy anunciando la buena nueva de Cristo, defendiendo los derechos humanos y luchando contra toda forma de esclavitud y explotación en la mayor parte de los Países del continente africano, entre los pueblos de Asia y Oceanía. Un pueblo sin Dios es un pueblo sin porvenir, una vida sin la dimensión trascendente es una vida sin sentido. Por esto, ante la situación de laicismo, materialismo, violencia y pérdida de valores que está experimentando nuestro mundo, Juan Pablo II convocaba con insistencia a los pastores a una Nueva Evangelización. Cristo Jesús y su mensaje deben seguir siendo luz, sal, levadura, fermento de una nueva humanidad enraizada en la paz, en la justicia, en el respeto, en la fraternidad universal.

Anunciar, vivir y atestiguar el Evangelio sigue siendo la misión de la Iglesia y la responsabilidad de todo cristiano. Para todos está dicho: Predicad el Evangelio hasta los últimos confines de la tierra (Mt 28,19). ▓