2005|es|07:Rejuvenecer el rostro: La explosiva energia de los fundadores

40 AÑOS DEL CONCILIO

de Pascual Chávez Villanueva


REJUVENECER

EL ROSTRO


LA EXPLOSIVA ENERGIA

DE LOS FUNDADORES


Sin las órdenes religiosas, sin la vida consagrada, la Iglesia no sería plenamente lo que es” (Juan Pablo II, 7/3/1980).


No es fácil para la mayoría de los cristianos comprender la distinción entre jerarquía, pastores, sacerdotes diocesanos, religiosos, monjes… “En resumidas cuentas se trata de curas y monjas”. Pero no es así. La Iglesia presenta en sí misma una gran multiplicidad y diversidad, como multiforme y compleja es la vida de hombres y mujeres: no hay expresión o actividad humana en que Dios no quiera estar presente como plenitud de vida y fermento de salvación. San Pablo lo explicaba en forma clara y plástica: “El cuerpo no se compone de un solo miembro, sino de muchos: manos... pies... ojos... corazón... muchos son los miembros, mas uno el cuerpo” (1Co 12,1-31). Lo mismo sucede en la Iglesia, Cuerpo de Cristo.

Las diversas vocaciones son los dones con los cuales Cristo enriquece a la Iglesia. Así ella se mantiene joven y puede ofrecer la salvación a hombres y mujeres de todo lugar, condición, época o cultura. Los carismas –así se llaman estas vocaciones o dones del Espíritu– están siempre al servicio de la unidad de la Iglesia y del bien común. Es San Pablo quien dice: “Hay diversidad de dones, pero un mismo Espíritu. Hay diversidad de funciones, pero un mismo Señor” (1Co 12,4-6). Y cita algunos de estos carismas. Los más importantes: apóstoles, profetas, maestros. Hay quienes tienen la misión de predicar, otros el don de hacer milagros, de curar enfermedades, de guiar a la comunidad, de hablar lenguas diversas... Dios continúa enriqueciendo aún hoy a la Iglesia con sus carismas. Ha suscitado a hombres y mujeres que han seguido a Cristo con radicalidad y con un estilo de vida obediente, pobre y casto. Se trata de persona de particular sensibilidad, que han captado las necesidades emergentes en un momento específico de la humanidad y con grande audacia han buscado las mejores soluciones. El testimonio de su vida, la claridad de los objetivos, la bondad de la causa y la tenacidad en defenderla han despertado en otras persona los mismos ideales. Esto ha sido el origen de órdenes, congregaciones, institutos y, hoy, de movimientos. Hombres y mujeres suscitados por el Espíritu Santo para dar vida a familias religiosas con estilos de vida proféticos y presencias capaces de hacer visible y eficaz el amor de Dios para el mundo. Son los Fundadores.


Después de las persecuciones, cuando el cristianismo, ya religión del Estado, sufre una caída de tensión y de radicalidad, surgen los ermitaños, los cenobitas, los monjes y las grandes Reglas de San Pacomio, San Benito, San Agustín. Más tarde Santo Domingo de Guzmán, que funda a los Dominicos, cuya misión es predicar el Evangelio. Cuando, en pleno Medievo, la humanidad se siente afligida por innumerables males y hasta la jerarquía de la Iglesia parece dejarse tentar por las vanidades terrenas, he aquí a San Francisco de Asís que se casa con “la señora pobreza” y presenta a los hombres de su tiempo, de todos los tiempos, a un Cristo que salva por y con amor, lleno de compasión por quien sufre y de asombrada admiración por la creación: el agua, las plantas, las estrellas, el fuego, los animales, la tierra y hasta la muerte, llamada inesperadamente “hermana”. Es el hombre de la “perfecta alegría”, puesto que la pobreza, el sufrimiento y la muerte lo acercan al Bien definitivo. Cuando la Reforma Protestante desgarra la Iglesia y ésta ve a pueblos enteros alejarse de la casa materna, Dios suscita a Ignacio de Loyola, que funda la Compañía de Jesús, los Jesuitas, un “cuerpo especializado” que, a las órdenes del Papa, ha defendido la Iglesia y la doctrina católica, siendo protagonista de hazañas innumerables a favor de la justicia, la libertad y la verdad. Muchos son los fundadores y las fundadoras, de congregaciones masculinas y femeninas. San Juan de Dios da origen a la Orden Hospitalaria para enfermos y necesitados¸ San Vicente de Paúl a los Sacerdotes de la Misión y a las Hijas de la Caridad; San Marcelino Champagnat a los Maristas y San Juan Bautista de la Salle a los Hermanos de las Escuelas Cristianas para el apostolado en las escuelas. Cuando comienza la revolución industrial y oleadas de jóvenes llegan a los suburbios de las ciudades, con el peligro de ser escandalosamente explotados, San Juan Bosco, con sus escuelas profesionales, prepara a los jóvenes a ser “honrados ciudadanos y buenos cristianos”. En pleno siglo XX, Madre Teresa de Calcuta funda a las Misioneras de la Caridad como respuesta a las nuevas y múltiples pobrezas de la sociedad moderna.


Indudablemente los carismas de los fundadores representan uno de los “rostros” más hermosos que la Iglesia pueda ofrecer al mundo, y los religiosos/as, seguidores radicales del Evangelio, son algo así como un “cuerpo de intervención inmediata” para hacer presente la solicitud materna de la Iglesia entre los más marginados. Hoy como ayer la vida religiosa debe enfrentar y aceptar el desafío de ser experiencia y testimonio de Dios, signo y sacramento de su amor en un mundo laicizado y materialista. Como decía Juan Pablo II, la vida religiosa no tiene solamente un pasado glorioso que narrar, sino también un futuro que seguir construyendo, junto con todos los hombres y mujeres de la tierra. Para esto basta que los religiosos y las religiosas sean hombres y mujeres llenos de pasión por Dios y de compasión por la humanidad.