LA SCUOLA


LA SCUOLA

SANTIDAD JUVENIL

de Pascual Chávez Villanueva


Sett 2004


LOS FRUTOS DEL SISTEMA PREVENTIVO


SANTIAGO

Y BARTOLOMÉ


He aquí otros dos espléndidos ejemplos de santidad ferial encarnados por otros dos exalumnos salesianos, Santiago Maffei (9/11/1914-24/7/1935), que ha frecuentado el liceo salesiano de Valsálice, y Bartolomé Blanco (25/12/1914-2/10/1936), exalumno del oratorio.


Santiago nació de padres muy cristianos. Oigamos a Don Ricaldone: “Siempre recuerdo a ese amadísimo joven: modestamente desenvuelto, serenamente alegre y agradable, ejemplar sin sombra de ostentación, enteramente inflamado de piedad eucarística, espontáneamente apóstol por la caridad que le ardía en el corazón, suave conquistador de almas con la sonrisa floreada de pureza... El querido Santiago, como Domingo Savio, será el modelo del alumno salesiano y el ejemplar del joven de Acción Católica”. Hasta los 15 años vivió con la familia, ejemplar por estudio y piedad. En el 5º curso de gimnasio las matemáticas le hicieron la zancadilla: ¡reprobado! Fue un golpe duro; el papá lo metió al colegio donde los salesianos en el “San Giovannino” de Turín. Fue su salvación, porque allí encontró a Don Pedro Zerbino, que fue su director espiritual y su amigo. Lo expansivo del carácter, el desarrollo físico que lo hacía parecer mayor de sus 16 años y el espíritu de familia del ambiente, facilitaron una comprensión fraterna con los compañeros y una confianza inmediata con los superiores. En esta atmósfera rica de espiritualidad, su bondad natural se transformó en virtud refleja que recibirá su crisma en los ejercicios espirituales. Allí se sumerge en lo sobrenatural, allí el 19/4/1931 comienza un “Diario” que narrará, semana tras semana, su ascensión espiritual. Aceptado excepcionalmente, por la edad, como interno, desmintió todos los temores y las reservas, cantando a superiores y compañeros el elogio más sincero de esa vida donde había hallado afecto y comprensión. Terminado el 5º curso, pasó al liceo de Valsálice, donde encontró campo abierto para las iniciativas más variadas de apostolado: desde las tradicionales “Compañías”, a la Acción Católica, a las “Conferencias de S. Vicente de Paúl”. Los domingos, durante las horas de paseo, los jóvenes se desperdigaban en visita a las casitas más humildes y a las buhardillas más miserables y, por la noche, se sentían más hombres y más cristianos. En los tres años transcurridos en Valsálice fue de piedad profunda y convencido celo apostólico. Se perfilaba claro el laico católico que habría dado a la Iglesia y al mundo la nueva horma de santidad en las huellas de Pier Giorgio Frassati. La licencia clásica, un éxito (¡también en matemáticas!), le abrió de par en par las puertas de la universidad. Escogió medicina, porque el médico es la vocación más cercana a la del sacerdote, en Bolonia, porque lo colocaba a dos pasos de su familia. Allí encontró la “Congregación Mariana” de los Jesuitas, continuación ideal del apostolado asociativo de Valsálice. La sintonía se reveló tan pronta y espontánea, que inmediatamente fue elegido secretario. Las reuniones no eran academia: salían, él y sus compañeros, para ir a visitar, en las horas libres del domingo, a los chabolistas, llevándoles no solamente pan, sino también la palabra alentadora y la solidaridad que abre la puerta a la esperanza y la acción. El “Diario” será la expresión continuada y siempre al día de este afán y de esta múltiple actividad. En Bolonia vivió solamente un año, pero llegó a tener muchos amigos. A los veinte años llegó repentina la muerte. También hoy nos preguntamos desconcertados el por qué de esa cruel peritonitis. Tal vez hacía falta un santo para los jóvenes. ¿Cuál fue el secreto de la conquista de Santiago? La pureza del corazón, que es integridad de vida y le hacía escribir: “Como Domingo Savio, también yo digo: ¡La muerte mas no pecados!”.


Bartolomé era de Pozoblanco, en España. Su mamá murió antes de que él cumpliera cuatro años, y entonces hijo y papá fueron a vivir donde los tíos. En la escuela el maestro, viendo su diligencia, le dio el título de “capitán”. Huérfano también de padre a los 12 años, tuvo que dejar la escuela y dedicarse a trabajar como fabricante de sillas en el pequeño laboratorio del primo. Cuando llegaron los salesianos (septiembre de 1930), Bartolomé frecuentó el oratorio y ayudó como catequista. Encontró en Don Antonio do Muiño a un director que lo empujó a continuar su formación intelectual, cultural y espiritual. Más tarde entró en la Acción Católica, de la cual fue secretario y en donde derrochó lo mejor de sí. Habiéndose trasladado a Madrid para especializarse en el apostolado de los obreros en el Instituto Social Obrero, se distinguió allí como orador elocuente y dedicado al estudio de la cuestión social y de la doctrina social de la Iglesia, Obtenida una beca de estudio, pudo conocer las organizaciones obreras católicas de Francia, Bélgica y Holanda. En la opción política fue coherente con sus convicciones. Nombrado delegado de los sindicatos católicos, en la provincia de Córdoba fundó ocho secciones. Fue cristiano comprometido, que ofreció un testimonio serio de vida interior y una entrega generosa al apostolado social, un cristiano que luchaba por los valores del Evangelio también en las actividades que podían parecer políticas. Cabalmente esto fue tomado como pretexto para asesinarlo, aunque en realidad lo mataron por católico. Cuando explotó la revolución, el 30 de junio de 1936, Bartolomé volvió a Pozoblanco y se puso a disposición de la Guardia Civil para la defensa de la ciudad, que un mes más tarde se rindió a los rojos. Se entregó el 18 de agosto. Acusado de rebelión, lo metieron a la cárcel, donde siguió con una conducta ejemplar: “¡Para merecer el martirio, hay que ofrecerse a Dios como mártires!”. Fue procesado y condenado a muerte en Jaén. Dijo: “Habéis creído hacerme un daño y, por el contrario, me hacéis un bien, porque me labráis una corona”. Fue fusilado el 2 de octubre de 1936.


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