EL HIJO DE LAS PAMPAS


EL HIJO DE LAS PAMPAS

C ALENDARIO SALESIANO



Las dos imágenes del calendario salesiano de agosto son Ceferino Namuncurá y Domingo Zamberletti.


UN INDIO y UN MONAGUILLO

de Pascual Chávez Villanueva



Ceferino era hijo del “Señor de la Pampa”, el grande cacique de los Araucanos (Mapuches) Manuel Namuncurá, derrotado y sometido por el ejército argentino en 1883. Su breve parábola es rica de enseñanzas.


Nació en Chimpay el 26 de agosto de 1886 y fue bautizado, dos años más tarde, por el misionero salesiano padre Milanesio, el mismo que había mediado para que se llegara al acuerdo de paz entre Araucanos y ejército argentino, acuerdo que permitió al padre de Ceferino conservar el título de “Gran Cacique” para sí y el territorio de Chimpay para su pueblo. Cuando tenía once años su padre lo matriculó en la escuela del gobierno en Buenos Aires: quería hacer del hijo el futuro defensor de los Araucanos. Pero Ceferino se encontró incómodo, y el padre lo pasó al colegio salesiano Pío IX. Aquí inició la aventura de la gracia, que transformaría un corazón no iluminado aún por la fe en un testimonio heróico de vida cristiana. Demostró en seguida mucho interés para el estudio, se enamoró de las prácticas de piedad, se apasionó por el catecismo y se hizo simpático a todos, compañeros y superiores. Dos hechos lo lanzaron hacia las cumbres más altas: la lectura de la vida de Domingo Savio, de quien se volvió ardiente imitador, y la Primera Comunión, en la cual estipuló un pacto de absoluta fidelidad a su grande amigo Jesús. Desde entonces este muchacho, que hallaba difícil “ponerse en fila” y “obedecer al repique de la campana”, se volvió un modelo.

Un día –Ceferino ya era aspirante salesiano en Viedma– Francisco De Salvo, viéndolo llegar como un rayo montado a caballo, le gritó: “Ceferino, ¿qué te gusta más?”. Esperaba una respuesta que se refiriera a equitación, arte en que los Araucanos eran maestros. Pero el muchacho, conteniendo el caballo: “Ser sacerdote”, contestó, y siguió la carrera.

Fue cabalmente en estos años de crecimiento interior cuando su enfermó de tuberculosis. Lo volvieron a su clima nativo, pero no bastó. Monseñor Cagliero pensó entonces que en Italia habría encontrado mejores atenciones médicas. Su presencia no pasó desapercibida en el país: los periódicos hablaron con admiración del Príncipe de las Pampas. Don Rua lo sentó a la mesa con el Consejo General. Pio X lo recibió en audiencia privada, escuchándolo con interés y regalándole una medalla suya ad príncipes. El 28 de marzo de 1905 hubo que asilarlo en el hospital Fatebenefratelli de la Isla Tiberina, donde se apagó el 11 de mayo siguiente, dejando tras sí una huella de bondad, diligencia, pureza y alegría inimitables. Era un fruto maduro de la espiritualidad juvenil salesiana. Sus restos se hallan ahora en el Santuario de Fortín Mercedes, Argentina, y esa tumba suya es meta de peregrinaciones ininterrumpidas, porque grande es la fama de santidad de que él goza entre su gente. Fue declarado Venerable el 22 de junio de 1972.



1 EL HIJO DE LA MONTAÑA

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El BS de mayo de 2003, en la página 20, bajo el título “Muchacho de otros tiempos” trae un artículo que se refiere a Dominguito Zamberletti. Presentamos nuevamente algunas de sus líneas, en el cuadro del aguinaldo sobre la santidad juvenil como fruto del sistema preventivo de Don Bosco


Vio la luz en la Sagrada Montaña de Varese el 24 de agosto de 1936, en la sombra del famoso santuario mariano, último de tres hermanos. Amó a los suyos con un amor intensísimo y fue correspondido con un afecto igualmente intenso, fruto de una educación profundamente humana y cristiana. La oración lo atraía en tal forma que una vez se quedó abstraído, hasta cuando una monjita lo sacudió: “Domingo, ¿todavía no has terminado de rezar?”. “¿Ya es hora de irnos? No me doy cuenta del tiempo que pasa”, contestó sorprendido. Para la música tenía una inclinación especial. Desde pequeño había comenzado a ejercitarse en el piano del hotel que tenían sus padres, donde él había nacido, en la Sagrada Montaña. A los 9 años era organista oficial del santuario. Un día su padre le dijo que en cada fiesta debía tocar algo nuevo para los fieles, pero que durante la elevación de la Hostia debía hacerlo sin tener la música por delante, siguiendo la inspiración del momento. Siguió ese consejo. Y así nacieron melodías estupendas, hasta el punto que una señora, entusiasmada por lo que había escuchado, fue a pedirle la partitura. Dominguito dulcemente le contestó: “Bueno… no la tengo. La música me ha brotado del corazón, y yo… no recuerdo ni una sola nota”. Otra pasión suya eran los monaguillos, los dirigía con un celo envidiable; su deseo más grande tal vez era poseer el don de la bilocación: hallarse en el órgano para tocar y en el presbiterio para servir.

¿Todo fácil? Ni por sueño. Lo que es fácil, y Dominguito lo sabía, no tiene mucho valor: es como las cosas que cuestan poco, mientras que las preciosas cuestan. Ser bueno a Domingo le costaba mucho: mimado por todos, obsequiado por camareros y servidores –su familia económicamente era acomodada, siendo propietaria del hotel de la Montaña Sagrada– podía permitirse una vida de gran señor. ¡Por el contrario, no! Estaba siempre listo a ayudar a las sirvientas, pese a ser el hijo de los dueños. Cada día tomaba el ferrocarril de cremallera y luego el tranvía, para bajar e ir al colegio salesiano de Varese. Inteligente, despierto, curioso, se daba cuenta de los peligros que lo rodeaban. Pero con la dirección del confesor, con la oración, la mortificación y el cumplimiento gozoso y exacto de sus deberes, logró avanzar allí donde pocos lo habrían conseguido.

Además que por su alegría y serenidad, descollaba también por la intensa vida interior y la grande caridad hacia los pobres. Varios se presentaban en el hotel de los Zamberletti, y aquí Dominguito había dado indicaciones en la cocina para que prepararan un plato más para el “Cristo hambriento”. Esta es la santidad juvenil de la que tenemos necesidad urgente, para dar al mundo ese ordenamiento social, ese nuevo rostro cristiano que deseamos tanto.

A comienzos de enero de 1949 se presentaron los primeros síntomas de la enfermedad que pondría término a sus sueños. Pleuresía. Guardó cama hasta la muerte. Rezaba y ofrecía su enfermedad, que fue inexorable. Aguantó dolores atroces hasta el 29 de mayo de 1950, cuando, antes de expirar, dijo a la mamá que lo asistía: “Mamá, estoy bien, me voy al Cielo”. Tenía solamente 13 años y 9 meses. ▓


FOTO




  1. Pintura de Ceferino Namuncurá con el traje de su tribu


  1. La mamá de Ceferino, con un salesiano, en una foto de 1938


  1. Mario Pelletti, de Pietrasanta, ante la estatua de Ceferino esculpida por él


  1. Dominguito Zamberletti


  1. El colegio salesiano de Varese donde estudió Dominguito