LE PAROLE DELLA FEDE


LE PAROLE DELLA FEDE


Shape2 Shape1 SANTIDAD JUVENIL

de Pascual Chávez Villanueva






LOS FRUTOS DEL SISTEMA PREVENTIVO


TERESA Y FERNANDO


Os presento en este mes de marzo a Teresa Bracco, ya beatifIcada, y a Fernando Caló.


1 T

▲back to top

eresa era una muchacha muy reservada, modesta, delicada en su relación con las personas, dispuesta siempre a ayudar. Y linda: grandes ojos oscuros y aterciopelados, que brillaban en un rostro sereno y atento, coronado por dos gruesas trenzas negras. Linda, decía, pero sin trazas de vanidad. Sabía atraer la admiración respetuosa de sus paisanos: “Una chica de esa clase no la he visto nunca antes y no la he vuelto a ver jamás después”, afirmó uno de ellos. “Había en ella algo diverso de las otras chicas”, recuerda una amiga. “Era la mejor de todas nosotras”, recuerda la hermana Ana. Había nacido el 24 de febrero de 1924, penúltima de siete hijos, en Santa Giulia de Dego (Savona). Mamá y papá fueron para ella ejemplos de fe y fortaleza cristiana. En 1927 dieron sepultura, en el espacio de tres días, a dos hijos de 9 y 15 años. Una fe, la de ellos, metida en el crisol de la prueba. Teresa pudo completar solamente la cuarta clase primaria. Luego le tocó aportar al sustento de la familia trabajando como pastorcita. Llevaba siempre consigo la corona del rosario y, mientras pastoreaba, no dejaba de rezar. Ginin – como la llamaban – sacrificaba con gusto preciosas horas de sueño con tal de poder hacer la comunión. La iglesia, en efecto, no estaba muy cerca de la casa, la misa se celebraba muy temprano y ella no quería pederla por nada al mundo. La Eucaristía, la devoción a la Virgen y la espiritualidad del deber: aquí está el secreto de su santidad.

En casa Bracco llegaba regularmente el Boletín Salesiano. Del número de agosto de 1933 Teresa recortó la tercera página, que traía la imagen de Domingo Savio, hijo de campesinos como ella, declarado recientemente venerable y que se había propuesto el exigente propósito: “La muerte antes que el pecado”. La niña – tenía solamente nueve años – quedó fascinada y colgó la página en la cabecera de su cama. Desde entonces hizo suyo el lema de Domingo. Declaró guerra al pecado: “Más bien me dejo matar”, escribió. Y mantuvo el propósito. Secuestrada en 1944 por un soldado alemán, trató de eludir sus brutales intenciones y, al ver que todo esfuerzo era inútil, prefirió renunciar a la vida antes que perder la virtud tan celosamente guardada. La hallaron, con el cuerpo martirizado, el 30 de agosto. Su sacrificio no fue sino el último acto de una existencia entregada totalmente al Evangelio. Juan Pablo II la beatificó el 24 de mayo de 1998, memoria de María Auxiliadora, cuando fue peregrino a Turín ante la Síndone . En esa circunstancia el Papa dijo: “Señalo a los jóvenes esta chica […] para que de ella aprendan la límpida fe atestiguada en el empeño cotidiano, la coherencia moral sin compromisos, el coraje de sacrificar, si es necesario, también la vida, para no traicionar los valores que a la vida le dan sentido”.



F


ernando nace en plena segunda guerra mundial, en 1941. Nunca conoció al padre, ni el calor de un hogar, ni el afecto de una familia. La mamá, una niña-madre, servía como muchacha en una casa y podía dedicar muy poco tiempo al hijo, que fue huésped de varios orfelinatos. A los ocho años entró en el instituto salesiano de Estoril en el Portugal. Cada tarde volvía a su paupérrima habitación donde lo esperaba la mamá y con ella rezaba antes de dormir. Su hazaña mayor en este período fue la de llevar a la mamá a la misa el domingo. Desde años, en efecto, ella no pisaba la iglesia. Terminada la primaria, pasó a la escuela profesional, siempre con los salesianos. El carácter de Fernando no era ciertamente el de un santito, tenía un temperamento vivo y rebelde, estallaba de rabia ante el menor reproche, le costaba controlarse y generalmente frecuentaba compañeros poco recomendables. Afortunadamente su confesor se dio cuenta del peligro y, sin muchos rodeos, lo puso sobre aviso. Así fue como Fernando comenzó su conversión. No fue un paseo: tenía fama de “muchacho travieso” y los ojos de los superiores no lo soltaban un instante. Cuando había desórdenes estaba constantemente entre los primeros acusados. Pero aguantó, acallando la rebelión que le estallaba por dentro. El director lo comprendió y le concedió confianza, hasta el punto de hacerle una propuesta inesperada: ser apóstol entre los compañeros más recalcitrantes y difíciles. Fernando aceptó el desafío, formando un pequeño grupo de cuatro amigos algo calaveras. “No son los mejores, son capaces de meterse en líos si hace falta; los demás en quienes Ud. piensa son demasiado buenos para este tipo de muchachos”, le dijo al director.

Tenía dos grandes pasiones: el fútbol y la trompeta. Hacia el final de 1954 comenzó a escribir un diario, testigo de su empeño de querer mejorar, como lo eran los compañeros, que advertían su lento e incontenible cambio. Dos años después, durante los ejercicios espirituales, trazó el programa de su vida: Quiero sujetar mi curiosidad y mortificar mi vista. Quiero ser apóstol de la Virgen Inmaculada. Quiero ser sacerdote. El 20 de abril de ese mismo año, 1956, durante un encendido encuentro de fútbol en el patio, pegó por casualidad violentamente la cabeza contra una columna del pórtico. Estuvo algunos días en la enfermería, después volvió entre los compañeros, pero durante un recreo golpeó de nuevo la cabeza. Fortísimos dolores aconsejaron su ingreso en el hospital. Un compañero, preocupado, le preguntó: “Fernando, ¿y si te mueres?”. “¡Estoy pronto!… Se juega fútbol en el Paraíso, ¿o no?”. El 26 de julio Fernando inició su encuentro en el Paraíso. ¨





FOTO




  1. El lirio desde siempre es la flor de la pureza… Una virtud que exige una voluntad fuerte y decidida. Teresa la salvó con la sangre. Fernando la reconquistó con gran coraje.