2015|es|02: ¡Europa: despierta!

Mensaje del Rector Mayor


TITULAR

¡Europa: despierta!


SUMARIO

El sucesor de Don Bosco se dirige a sus hermanos europeos para hacerles un llamado e invitarlos a que, desde el carisma salesiano, busquen una manera de rejuvenecer al Viejo Continente y encontrar en sus raíces la savia vital que aún hay en ellas


Por Ángel Fernández Artime, SDB


Se da casi por descontado definir nuestro tiempo como uno “de crisis”. Y las crisis son muchas: sociales, políticas, sanitarias… y todas lastiman al mundo con cumplimiento implacable. En la Biblia, las crisis suscitan siempre la llegada de profetas. Cuando la vida se vuelve difícil, es casi instintivo reaccionar como se afirma en el Salmo 120: «Alzo los ojos a los montes: ¿de dónde me vendrá el auxilio?». El salmista se responde: «El auxilio me viene del Señor, que ha hecho el cielo y la tierra». Es como decir: el tiempo de crisis es el “tiempo de Dios”, el tiempo de Su escucha, de Su cercanía, de Su consuelo. Y nosotros, como pastores educadores, estamos invitados a experimentar en primera persona Su cercanía, escucha y consuelo, para que luego podamos ser nosotros, en primera persona y comunitariamente, testigos y profetas de cercanía, escucha y consuelo.

Nuestro pueblo tiene necesidad de Dios porque sólo Él puede colmar el corazón insaciable del hombre, porque somos sus hijos. Nosotros, mis muy estimados, estamos llamados a ser cercanos, a escuchar y a acompañar sobre todo a los más olvidados por los demás, por la sociedad y, a veces también, por las iglesias locales. Debemos ser “hombres del Adviento” y anunciar el kairos —el Tiempo de Dios— revelado por los profetas y, sobre todo, por el mismo Jesús.

¡Velen y estén preparados!”, nos dice en repetidas ocasiones el Evangelio. Los evangelistas subrayan de esta manera una insistencia típica de Jesús: la invitación a estar preparados y a velar para no quedarse dormidos, es decir, a permanecer “despiertos”. Adormecerse, de hecho, significa cerrar los ojos, cerrarnos a poner atención hacia lo externo y hacia los demás, apagar las luces de nuestro discernimiento y de nuestra fuerza, permaneciendo inmóviles, dejando de escuchar y de ver la realidad. Quien piensa más en la herencia y se duerme sobre los tesoros recibidos corre el riesgo de pasar a formar parte de un museo, incluso sin darse cuenta, y volverse anacrónico.

Estimados: la rica Europa —y no lo digo en el sentido económico sino más bien cultural, histórico y social— corre este peligro. El Papa Francisco ha tenido la valentía de llamarla “abuela” en presencia de los eurodiputados y la ha descrito como “envejecida”. Estemos preparados y velemos para que nuestros tesoros históricos y carismáticos europeos se conviertan en nuestras fuertes y suculentas raíces, no en la madera de nuestro ataúd.

Pero hay una segunda imagen que me viene a la mente al oír la palabra “velen”: es la imagen de una mamá que, despierta, no se separa de su pequeño hijo enfermo y espera, con serena y confiada espera, a que ceda la fiebre. Y es que velar es también abrir el corazón a los demás, sobre todo a aquellos que son “nuestros hijos” que, en la oscuridad y en los momentos difíciles, tienen necesidad de “un amigo que cuide de ellos”, como dice Don Bosco en las Memorias del Oratorio sobre los jóvenes encarcelados.

Tantas veces nuestros muchachos y muchachas —y cuando digo “nuestros” es porque les llevamos justo en el corazón, no porque estén siempre con nosotros y nosotros con ellos—, tantas veces, decía, los jóvenes, como la gente de nuestros pueblos y también nuestros hermanos, levantan al cielo las mismas palabras del profeta Isaías: “Tú, Señor, eres nuestro padre, / tu nombre de siempre es «Nuestro redentor». / Señor, ¿por qué nos extravías de tus caminos / y endureces nuestro corazón para que no te tema? / Vuélvete, por amor, a tus siervos y a las tribus de tu heredad. / ¡Ojalá rasgases el cielo y bajases!”.

Bellísima oración que surge de nuestros corazones llorosos, explícitamente o apenas balbuceando… ¡Pero nosotros somos testigos de que el kairos ya ha venido! Somos testigos no sólo de los cielos rasgados, sino también de cómo la tierra ha sido rasgada porque el Hijo Santo de Dios vino sobre ella a buscar a Adán y, como no lo encontró, fue hasta el Hades a buscarlo, como dice una bella oración pascual de la liturgia bizantina de Juan Damasceno.

Queridos hermanos: tenemos el gran desafío de los tiempos que vivimos y que son como son, no como eran o como queremos imaginar. En ese sentido, debemos ser testigos de gozo y esperanza; de un humanismo optimista; de la belleza y dignidad del hombre, una dignidad que no es tal si no está abierta a la trascendencia; somos testigos de la belleza y la fuerza de la comunión, que no es nunca una simple yuxtaposición de particularidades y diferencias sino encuentro de la diversidad, de manera que este armónico entrelazado viene a dar esplendor y sentido a la unidad.

En estos días el gran tema es la identidad de nuestra presencia en el subcontinente europeo. Europa es vista hoy como una familia de pueblos que no logra restablecer su propia identidad, pues en los últimos decenios ha olvidado sus raíces humanísticas y cristianas, y también aquellas que emergen del entrelazado de las diversas antiguas etnias, así como de las diversas raíces culturales y religiosas que, desde hace milenios, están presentes entre nosotros.

La preciosa imagen de la familia, usada también por el Papa Francisco en Estrasburgo, es para nosotros como una joya, pues el icono de la familia está enraizado en nuestra identidad salesiana. Todavía podemos dar mucha vida en este continente, que no es más viejo respecto a los otros, pero que con mentalidad eurocéntrica se ha pensado así y, quizá por ello, se ha envejecido.

Nosotros somos animadores de una nueva vida que podrá rejuvenecer las comunidades y presencias, ayudando a despertar el típico humanismo europeo, el arte y la ciencia a “medida humana”, cuidar de los más olvidados, de los que están en mayor peligro, de los más marginados. Tenemos la grave responsabilidad de animar y gobernar en Europa nuestras presencias para que se vuelvan casas abiertas a todos, donde se respire esperanza y memoria, sencillez y familiaridad, interculturalidad e integración generacional y étnica, respeto por las diferencias y construcción de la unidad.

Europa está llamada a abrirse a todos los pueblos del mundo, aportándoles la propia riqueza humana y cultural y recibiendo otras riquezas. Y nosotros, los salesianos, estamos presentes en esta realidad en un modo muy vivo y comprometido. Pero no podemos ser significativos en este contexto, y no podemos afrontar estos desafíos, si no despertamos nuestro corazón, si no velamos con atención y ternura sobre esta realidad europea, sobretodo y la realidad de las nuevas generaciones.

El llamado “Proyecto Europa” no comienza sobre el papel ni sobre la mesa del Consejo General, sino en nuestro corazón. Sólo si llevamos este deseo de “ser” más que de “hacer”, el deseo de unidad en la belleza de la diversidad, el deseo de reforzar nuestros lazos como familia de los pueblos, podremos vivir verdaderamente el “testimonio de Cristo hace tiempo establecido entre nosotros tan fuertemente que no nos falta ya algún carisma”. Sólo con Él y enraizados en Él, y con la materna ayuda de nuestra Madre Auxiliadora, podremos “esperar la manifestación de Nuestro Señor Jesucristo” junto al pueblo multiétnico, plurirreligioso y multicultural que camina en Europa y junto a todos los pueblos de la Tierra.