2007|es|12:Amar la vida: El compromiso por la vida

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de Pascual Chávez Villanueva


AMAR LA VIDA

EL COMPROMISO POR LA VIDA


Fijaos en los lirios, cómo ni hilan ni tejen. Pero yo os digo que ni Salomón en toda su gloria se vistió como uno de ellos” (Lc 12,27).


L


a Iglesia ha recibido el Evangelio de la vida y es enviada para anunciarlo y transformarlo en realidad. Esta vocación y misión piden la acción generosa de todos sus miembros. Juntos, debemos sentir “el deber de anunciar el evangelio de la vida, de celebrarlo en la liturgia y en toda la existencia, de servirlo con las diversas iniciativas y estructuras de apoyo y promoción” (EV 79). Al respecto, indico algunas elecciones que debemos hacer.


Defender el valor de toda vida humana. La vida se ha visto siempre rodeada de peligros, provocada por la violencia, desafiada por la muerte. Persisten las amenazas, fruto del odio, del abuso o de intereses opuestos (homicidios, guerras, matanzas), agravados por el descuido y la falta de solidaridad. Se añaden los abusos contra millones de seres humanos que logran sobrevivir a duras penas o simplemente mueren de hambre, el comercio de armas siempre más mortíferas, el desequilibrio ecológico, la difusión de las drogas, los incidentes de tráfico, los atentados terroristas: causas, todas ellas, de auténticas hecatombes. Frente a semejante “obscurecimiento”, es urgente defender el valor inviolable y sagrado de la vida, regalo inestimable, desarrollar un sentido de gratitud hacia quien nos la donó, reavivar una visión integral que abrace su actividad material, económica o social, pero también su progreso espiritual.


Tutelar la vida de los pobres. Toda vida es preciosa y digna de respeto. De ello sigue que se justifica no solo la vida sana, útil, feliz, sino también la vida disminuida, tocada por el dolor y la enfermedad, la del niño no nacido y la del anciano inválido. Es preciosa la vida de los poderosos, pero lo es también, y tal vez más, la de los pobres y abandonados. Como hijos de Dios, somos llamados a proteger y cuidar a quienes enfrentan una vida más difícil, de mayor riesgo, menos defendida, marginada. Debemos ser capaces de crear nuevas formas de presencia misionera en el mundo de la marginación y de la exclusión.


Educar al valor de la vida. Es una tarea che corresponde a padres, educadores, profesores, catequistas, teólogos. Las nuevas generaciones tienen necesidad de encontrar auténticos “maestros de vida”. Los jóvenes buscan no sólo información o doctrina, sino testigos que estimulen y acompañen el desarrollo de sus mejores cualidades. Es indispensable hacer resaltar el valor absoluto de la vida, promoviendo el respeto por las personas, suscitando una visión positiva hacia ellas y esperanza de futuro, combatiendo lo que impide vivir con dignidad y solidaridad. Actitudes y gestos cotidianos, también los más sencillos, deben ser para los jóvenes escuela de vida. Como educadores, debemos saber despertar en ellos el gozo de vivir, el aprecio de los valores, el gusto del servicio hacia los demás y la naturaleza, testimoniando que la vida es vocación.


Educar “a acoger y vivir la sexualidad, el amor y toda la existencia según su verdadero significado y en su íntima correlación.... sólo un amor verdadero sabe cuidar la vida” (EV 97). Difícilmente se podrá valorizar de verdad la vida humana si ella no es apreciada en el cuadro familiar, si en el seno de la familia reina un clima de violencia, si se presenta como progreso la interrupción de una vida incómoda o no deseada, si se vive teniendo como meta la competitividad, el suceso o el poder.


Anunciar a Jesucristo como sentido de la vida. El anuncio debe llevar a los jóvenes a una relación personal con Jesús, energía y modelo de vida llena. Tal vez nunca ha sido urgente como hoy la evangelización, frente a un mundo que ensalza modelos engañosos y seductores. Los jóvenes denuncian un grande vacío interior y tratan de llenarlo con el placer, la diversión, el sexo, las drogas, o recorriendo caminos de violencia y delincuencia. Pero ni el placer ni el consumismo satisfacen sus aspiraciones y necesidades. Muchos viven situaciones socio/económicas de exclusión o graves fragilidades personales. En estas situaciones debe resonar la “buena nueva” del Dios amante de la vida que quiere la felicidad de todos los vivientes. La evangelización es la mejor propuesta para una vida humana llena y feliz. Debemos empeñarnos en realizarla con franqueza y entrega.


Finalmente, agradecer por la vida y celebrarla. Toda vida, en cuanto don de Dios, tiene no sólo dimensión de compromiso, sino también de culto. Por sí misma es manifestación de alabanza, por ser prodigio de amor. Acogerla constituye ya culto, rendimiento de gracias. Celebrar la vida mueve a una mirada contemplativa ante la naturaleza, el mundo, la creación, hacia la cual a veces asumimos actitudes utilitaristas o consumistas; ante las personas, con quienes frecuentemente mantenemos relaciones superficiales o funcionales; ante la sociedad y la historia, que muchas veces usamos para nuestros intereses... Es necesario saber gozar del silencio, aprender la escucha paciente, la admiración y la sorpresa frente a lo imprevisto y lo inimaginable. Hay que saber dar lugar al otro, para establecer con él una nueva relación de intimidad y confianza. Desde esta perspectiva brota la alabanza y la oración. Celebrar la vida es admirar, amar y rezar al Dios de la vida: “Te doy gracias por tantas maravillas: prodigio soy, prodigios son tus obras” (Sal 139,14).








FOTO dic. 2007


  1. Fijaos en los lirios del campo”.


  1. Tutelar la vida de los pobres … toda vida es preciosa y digna de respeto.


  1. Celebrar la vida mueve a una mirada contemplativa ante la naturaleza.

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