SANTIDAD JUVENIL
de Pascual Chávez Villanueva
LOS FRUTOS
DEL SISTEMA PREVENTIVO
RENATO
Y SÍGMUND
Y he aquí, para los lectores, dos frutos más del sistema de Don Bosco,
que por este año son los últimos. Pero dejo a todos el encargo de dar con
otros – ciertamente los hay – y hacerlos conocer. Os presento, por lo tanto, a Renato Scalandri, de Turín y a Sígmund Ocasion, filipino de Mandaluyong .
R
enato
(1919-1944)
cursó
el liceo clásico salesiano de Valsálice, muy admirado por la
alegría constante, la seriedad de la entrega, el entusiasmo en la
actividad, la santidad de vida. Atestiguó su fe con tanta convicción
que se ganó el aprecio incluso de quien no compartía su credo.
Llamado al ejército como subteniente de Alpinos, en 1943 fue
deportado en Alemania y el 22 de abril de 1944 fue matado a traición
por un guardia, cabalmente por su entrega en el servicio y en la fe.
Sepultado con honores militares en el cementerio del campamento, su
cuerpo fue llevado a Italia solamente en 1967. Ahora descansa junto a
sus padres en Sangano (TO). Era un muchacho como muchos: corazón
grande, contacto luminoso, sonrisa límpida. Gentil, simpático,
alegre, servicial, estudioso… los adjetivos podrían continuar. Le
gustaba la bicicleta y la montaña, amaba a la gente, la parroquia y
los jóvenes, hasta conmoverse cuando encontraba a muchachos
infelices, solos, sin nadie que se preocupara por ellos. En Valsálice
es recordado como “el mejor de los alumnos”. Tenía palabra fácil
y mente rica de ideas. Un joven vivo. ¡Un joven santo! “Se
percibía en él la pureza del alma, la fe cristalina, el gozoso
optimismo de una floreciente juventud… Atraía y convencía, era
fuerza que movía nuestra parroquia”, dice una chica de Sangano.
Sentía la responsabilidad, tenía el sentido del deber y exigía de
amigos y colaboradores la misma actitud. Si algún animador se
olvidaba de seguir a un chico, ausente en las reuniones, lo
interpelaba: “Te falta uno del grupo ¿y no te preocupas de él?
Podría estar enfermo, o en crisis... No podemos dejar que nadie se
pierda”. Solía repetir que no se puede ser cristianos verdaderos
sin ser hombres verdaderos. También durante la guerra se demostró
exacto y decidido, y llevó al ambiente de los compañeros de armas
el ardor de su alma cristalina. Organizaba encuentros de cultura y
oración, se acercaba con su amistad contagiosa a tantos jóvenes que
sentían la llamada de su ideal. Después del armisticio, en 1943,
fue deportado a Alemania, en el campo de Luckenwalde, después a
Przemyls en Polonia. No se desalentó: estudiaba historia, meditaba
libros de espiritualidad, llevó también un diario y comenzó a
escribir un libro. Pero sobre todo continuó su apostolado:
consolaba, aconsejaba, ayudaba a quien lo necesitaba. El 21 de abril
de 1944 dijo al capellán del campo, P. Mario Besnate, salesiano:
“Padre, si tuviera que morir mientras sigo preso, te aseguro que no
tendría ningún rencor contra los alemanes”. El día siguiente
quiso ir al campo de al lado para llevar las hostias y visitar a un
enfermo. Presentó el salvoconducto al centinela, que hizo pedazos el
documento sin ni siquiera mirarlo, ordenándole volver inmediatamente
a su alojamiento. Renato dio la vuelta para obedecer y el centinela
le disparó a quemarropa en las espaldas.
S
ígmund
es del ’76, hoy tendría 28 años.
Único varón entre cuatro hijos, creció en una familia maravillosa.
Ya desde la primaria fue alumno del Don Bosco de Mandaluyong. A más
de vivir muy cerca, los papás pensaban que la escuela salesiana
habría ofrecido buenos cimientos humanos, morales y espirituales.
Allí Sígmund obtuvo varios certificados de excelencia en religión
y un premio como la persona más simpática. Era socio del Club
“Amigos de Domingo Savio” y del grupo “Apóstoles de los
Compañeros”, participaba en la escuela de animadores. En 1992 la
familia se trasladó a Canadá. Sígmund impresionó a los profesores
de Toronto por su rendimiento, a los compañeros por su bondad y
disponibilidad, y en poco tiempo se transformó en leader. Entre
otras cosas se distinguió como “un fantástico jugador de basket”,
hasta el punto de entrar en el equipo del Duke, del cual llegó a ser
el mejor jugador. Pero la vida no era fácil en Canadá y Sígmund
decidió… poner el hombro:
“Mamá, repartiré periódicos en la zona para ayudarte en los
gastos”. “Buena idea, hijo, ¿pero estás seguro que no te
avergonzarás?”. “¿Y por qué?”. Más tarde, para aliviar los
costos de la universidad, trabajó en un “fast food” y lavó los
platos en una casa para ancianos. A los 22 años, ya graduado,
encontró trabajo como analista de materiales, demostrando seriedad,
competencia y decisión. El presidente de la compañía lo llamaba
“Grande Persona” y “Pequeño Presidente”. Y cuando parecía
que se encaminaba a una vida de éxito económico y social, he aquí
improvisamente la enfermedad. Al volver de la oficina, una tarde de
febrero del 2000, advirtió un dolor intenso en el estómago: tumor
al colon. Preocupación, lágrimas, oraciones… la operación.
Siguió el ansia de la espera. La veredicto del cirujano fue
inapelable: “Lamentablemente está en metástasis”. El mal
precipitó. El salesiano que vino para el sacramento de los enfermos
lo encontró sereno. Su grande fe lo llevaba a consolar a los suyos,
en vez que a quejarse. Todos –médicos, enfermeros/as y pacientes–
lo llamaban “muchacho especial”, y las visitas no terminaban
nunca. Estaba firmemente convencido que Dios tenía una finalidad
para su sufrimiento. En el noticiero salesiano del Canadá (junio de
2000), el P. José Occhio escribió: “Hoy , 14 de junio, celebraré
la misa de trigésima por el descanso del alma de Sígmund Ocasion.
Hace tres meses ha descubierto tener un tumor terminal. Ha sido un
ejemplo luminoso del suceso de la espiritualidad salesiana: su
serenidad, valentía y paz hasta el momento de la muerte me han hecho
pensar en Domingo Savio”.
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FOTO
Luminosos desde el amanecer hasta el ocaso algunos jóvenes que han frecuentado las escuelas, los oratorios, las parroquias donde se educaba a través del Sistema Preventivo de Don Bosco.
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