2003|es|10: Los mil rostros de Don Bosco: Tiempos difíciles para la fe


Shape4 Shape3 Shape2 Shape1 MAESTRO Y AMIGO

de Pascual Chávez Villanueva



L


OS MIL ROSTROS

DE DON BOSCO

TIEMPOS DIFÍCILES

PARA LA FE

Don Bosco vivió en tiempos en que la fe se halló sometida a dura prueba por la “progresiva revolución liberal” (Braido), y la Iglesia, apretada entre “doctrinas subversivas perversas”, estuvo llamada a defender denodadamente su integridad doctrinal y su independencia del poder político.

se




ha escrito que la expresión como si viera al Invisible es “la descripción más lograda de la fe que existe en todo el Nuevo Testamento” (J. Moffatt). La fe, así definida, consiste en la adesión al orden de lo que es real, aunque todavía no sensible; el creyente que vive como si viera al Invisible no precisa ver para creer, como exigía Tomás el incrédulo (Jn 20,29); le basta creer para ver, como Moisés, incluso lo que por definición es invisible, Dios en persona (Ex 33,23).


El autor de esta definición ha querido con ella superar el desencanto de una comunidad que vivía una situación crítica: perdida en un mundo que le era hostil, no sabía encontrar razones para su esperanza; su fidelidad le resultaba una pesada carga, porque no le preparaba para afrontar los nuevos retos; constituida por creyentes veteranos, no contaba con el apoyo de quienes les había educado en la fe, porque ya habían desaparecido. Así estos cristianos “hebreos” vivían cansados de esperar la realización de las grandes promesas de su fe y desanimados por no haber obtenido de ella más que dificultades y persecuciones. Es a ellos que por vez primera se ha presentado la fe como visión del Invisible.


No hace falta mucha imaginación para vernos hoy reflejados en aquellos cristianos. En la Europa “postcristiana” se vive actualmente una situación de cansancio en la fe, de diáspora espiritual que podría caracterizarse, en primer lugar, por una sensación, imperceptible pero profunda, de desarraigo y extrañamiento. Pareciera como si la fe nos hiciera extraños a un mundo que se nos vuelve cada vez menos familiar, en el que estamos de más. A veces la indiferencia, provocada por una fe o una presencia débiles, asume incluso la actitud de la hostilidad. Entonces el creyente está llevado a arrinconarse en la sacristía, a transformar la fe en una cuestión privada, sin manifestaciones públicas y sin compromiso social, como si fuera una vergüenza creer en Dios en esta época dominada por la ciencia y la técnica. En semejantes circunstancias, lógicamente, nuestra vida creyente se torna pesada, por situarnos contracorriente. En tales condiciones hay que aprender del salmón a nadar contracorriente para remontarse hasta la fuente. Más aún, en estas circunstancias hay que aprender a hacer de los mismos obstáculos plataforma de lanzamiento para saltar más alto, con mayor decisión y energía. Sólo así se puede superar el peligro de acomodarnos a los valores y modas del momento, sólo así se reafirma el esfuerzo de vivir la vida de modo alternativo, responsabilizándonos de nuestra fe ante el mundo. En tiempos de desencanto estamos llamados a mantener fidelidad, a testimoniar con alegría el Dios en quien creemos.


Necesitamos recordar a Don Bosco. También él pasó por “la experiencia de tiempos que parecían tristísimos por el imparable fenómeno de la apostasía y de la descristianización” (P. Stella). Y, sin embargo, vio en ellos a Dios, por Invisible que pareciera. Necesitamos recordar que hemos nacido de ese Padre y sabernos herederos de su hazaña. Seremos dignos hijos y discípulos suyos si logramos presentir la presencia de Dios en nuestro mundo que parece sin Dios, entre nuestros jóvenes que parecen indiferentes a su presencia e impermeables a su acción.


Tenemos ya, en cuanto miembros de la Familia Salesiana, una larga historia de convivencia con Dios que hacer propia, pues representa nuestro capital más importante y decisivo. La fe de nuestro Padre hizo historia, y éste es nuestro patrimonio: una herencia que se defiende si se asume, unos bienes que se han de asumir para poder transmitirlos: el oratorio como tipo de presencia, los jóvenes pobres y abandonados como destinatarios, la educación como campo de trabajo, la evangelización como horizonte y meta, el sistema preventivo como método y como espiritualidad. Ellos son la mejor garantía que poseemos para afrontar la hora presente, perdiéndole el miedo al futuro. Tenemos ya más de cien años de historia; tendremos “siglos de povernir” (E. Viganò), si logramos vivir, como Don Bosco, como quien ve al Invisible.

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