2008|es|01: Educar con el corazón de DB: Un santo educador

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de Pascual Chávez Villanueva





EDUCAR

CON EL CORAZÓN DE DB


UN SANTO EDUCATOR


La situación juvenil del mundo actual es muy distinta y presenta condiciones y aspectos multiformes. Sin embargo, también hoy perduran los mismos interrogantes que el sacerdote Juan Bosco meditaba desde el principio de su ministerio, deseoso de entender y decidido a actuar (Juvenum Patris 6).

A


preciados lectores del Boletín Salesiano, iniciamos un nuevo año que les deseo rico de gracias y bendiciones. A lo largo de este 2008 quisiera ofrecerles algunas reflexiones sobre la educación salesiana, consciente, como escribía Juan Pablo II el 31 de enero de 1988, que “la situación juvenil... es muy distinta... Sin embargo, también hoy perduran los mismos interrogantes que el sacerdote Juan Bosco meditaba... ¿Quiénes son los jóvenes, qué desean, hacia dónde van, qué es lo que necesitan?” (JP 8). Hablar de educación salesiana me lleva a hablar ante todo de Don Bosco, que “realiza su santidad personal en la educación, vivida con celo y corazón apostólico, y que simultáneamente sabe proponerla, como meta concreta de su pedagogía” (JP 5). Don Bosco alcanza la santidad siendo un educador santo. Pío XI no dudó en definirlo “educátor prínceps”.


Una feliz mezcla de dones personales y circunstancias convirtieron a Don Bosco en el Padre, Maestro y Amigo de la juventud, como lo ha proclamado Juan Pablo II, por su capacidad innata de acercarse a los jóvenes y ganar su confianza, el ministerio sacerdotal que le dio un conocimiento profundo del corazón humano, una fuerte experiencia de la eficacia de la gracia en el desarrollo del muchacho y un genio práctico capaz de llevar las inspiraciones iniciales a un desarrollo completo. A la raíz de todo está empero la vocación: para Don Bosco el servicio a los jóvenes fue la respuesta a la llamada del Señor. La fusión entre santidad y educación ─por lo que se refiere a compromisos, ascetismo, expresión del amor─ constituye el rasgo original de su figura. Él es un santo educador y un educador santo. De esta fusión tuvo origen un “sistema”, conjunto de intuiciones y prácticas que puede ser expuesto en un tratado, narrado en un film, cantado en un poema o representado en un musical; se trata, en efecto, de una aventura que ha involucrado a colaboradores y ha hecho soñar a los jóvenes. De este sistema se apropiaron sus seguidores, para quienes la educación es también una vocación: ellos lo han llevado a una grande variedad de contextos culturales, traduciéndolo en propuestas educativas diversas, según las situaciones de los jóvenes destinatarios.


Cuando volvemos a estudiar la vicisitud personal de Don Bosco o la historia de sus obras, nacen preguntas: ¿Y hoy? ¿Qué fuerza tienen hoy las intuiciones de él? ¿Cuánto pueden ayudarnos, a nosotros, las soluciones usadas por él (el diálogo entre generaciones, la transmisión de valores, etc.) para resolver las que se nos presentan como dificultades insuperables? No me detengo a enumerar las diferencias que corren entre el tiempo de Don Bosco y el nuestro. Las hay, y no pequeñas, en todos los campos: en la condición juvenil, en la familia, en la forma de vida, de pensar la educación, en la misma práctica religiosa. Si resulta ya difícil comprender una experiencia del pasado para finalidades de reconstrucción histórica, mucho más arduo será quererla traducir en un contexto totalmente diverso. Pese a ello, estamos convencidos “que lo acaecido con Don Bosco es un momento de gracia, colmado de virtualidad; que contiene inspiraciones para padres y educadores; que encierra sugerencias ricas de desarrollo, como yemas que esperan abrirse”1.


La educación, sobre todo de los muchachos menos favorecidos, non es trabajo de empleados sino vocación. Don Bosco fue un pionero carismático que superó legislaciones y praxis. Creó el sistema preventivo, empujado por un neto sentido social, pero a través de una iniciativa autónoma. Hoy la exigencia no es diversa: poner en acto las energía disponibles, favorecer vocaciones y proyectos de servicio. La eficacia de la educación descansa en su calidad, comenzando por la del educador, del clima educativo, del programa y de los objetivos fijados de antemano. Lo complejo de la sociedad, la cantidad de visiones y mensajes ofrecidos, la separación de los diversos sectores en los cuales se desarrolla la vida, han traído tendencias y riesgos también para la educación. Uno es la fragmentación de lo que se ofrece y de la manera con que es recibido. Otro es la selección según las preferencias individuales. El optional ha pasado del mercado a la vida. Todos conocen las polaridades difícilmente conciliables: ganancia individual y solidaridad, amor y sexo, visión temporal y sentido de Dios, aluvión informática y dificultad de evaluación, derechos y deberes, libertad y conciencia. Evidentemente la gracia de unidad en el corazón del educador y la santidad personal ayudan enormemente a superar estas y otras tensiones presentes en el campo educativo.







1 Braido P., Prevenir no reprimir.

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