2006|es|02:Familia cuna de la vida: Un recorrido extraordinario

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de Pascual Chávez Villanueva





FAMILIA CUNA DE LA VIDA


UN RECORRIDO

EXTRAORDINARIO


Noviazgo… hasta el matrimonio: el recorrido del amor.




L


a Iglesia (es) consciente que el matrimonio y a familia constituyen uno de los bienes más preciosos de la humanidad” (FC 1). La familia se realiza en la comunidad de amor y de vida del hombre y de la mujer que ahonda sus raíces en la sexualidad humana, diferenciada y complementaria así fisiológica como psicológicamente. En la diversidad se esconde la llamada natural a la complementariedad y a la donación mutua. En el origen de la familia está la donación libre y espontánea de quienes desean amarse a través de la capacidad de entregarse mutuamente. La familia es fruto del amor interpersonal, vivido en la reciprocidad, sostenido por la igualdad entre los partners, reforzado por su dignidad de pertenencia humana. La vida matrimonial y, en ella, la relación sexual, están ordenados a la creación de una auténtica comunidad de amor. El matrimonio es por su naturaleza una comunidad de amor; y es una meta por alcanzar a través de un recorrido accidentado, con períodos de oscuridad y de crisis. Para que resista a las tormentas y siga siendo la más bella realidad de la vida, hace falta remachar algunos puntos.

* El matrimonio es una vocación, una llamada de Dios, por tanto es una misión que parte del «¡Sí, lo quiero!». La vida entre dos es una elección seria, no un movimiento instintivo; son dos personas que han decidido “volverse una quedando dos”, uniéndose física, emotiva, mental y espiritualmente para crear un “nosotros” partiendo de dos “yo”. Forman una fuerza única. Una decisión que no puede no ser renovada cada día.

* Pasar del «yo» al «nosotros» exige un cambio radical. Una pareja feliz es el resultado de muchas cosas: el amor está hecho de pequeños pasos. Exige paciencia, tiempos prolongados, definición de responsabilidades y roles aun para los detalles más insignificantes: quien administra las finanzas, quien saca el perro, quien cocina, quien arregla las cosas que se dañan, quien maneja durante los viajes largos, quien sigue a los hijos en los estudios, quien sale de compras... No es muy romántico, pero el amor familiar es un proceso lento y constante de armonización de personas “diversas” entre sí: cada uno tiene que “dejar sitio” a los demás.

* La vida familiar es siempre una magnífica ocasión de crecimiento, una «escuela» en la cual aprender a conocerse y mejorar. Ensancha horizontes y perspectivas, aumenta los recursos individuales, ayuda a superar problemas y dificultades, vuelve más cuerdos, “más verdaderos”. Es programa intensivo, 24 horas sobre 24, de calificación interpersonal, durante el cual se aprenden, viviéndolas, algunas de las disciplinas más importantes de la vida.

La primera es compartir. Sin ello, la vida familiar es solo un agregado de individualidades. Compartir es esencial para alimentar la dinámica del “nosotros”: se extiende al cuerpo, a las emociones, a los pensamientos, al tiempo, al espacio y a los objetos personales. La segunda es la paciencia. Cada uno se mueve, crece y se desarrolla según su propio paso y ritmo en campo físico, emocional, intelectual o espiritual. Forzar causa daño, siempre. La tercera es la gratitud. Significa aprender a apreciar a los componentes de la familia por lo que son y hacen. La cuarta es la aceptación de los demás exactamente como son.. Es importante conceder la misma comprensión incondicionada que se exige para sí, aprendiendo a convivir con características que pueden hasta chocar. La quinta es el perdón. Nunca es fácil, pero es la única posibilidad, si se quiere que el amor sea duradero.

* La comunicación es esencial. El diálogo es la linfa de la vida familiar. Es puente entre realidades que de otro modo correrían el peligro de hundirse en la soledad. Nada provoca más dolor que el encontrarse físicamente cercanos y emotivamente alejados. Un diálogo franco, condimentado de sinceridad, es el instrumento indispensable para descubrir las necesidades y los deseos mutuos y ponerse de acuerdo acerca de soluciones satisfactorias.

* Los compromisos son inevitables: no faltarán, en efecto, divergencias y momentos difíciles. Será fundamental entonces usar el arte del negociado, gracias al cual nadie debe perder y nadie debe vencer. Solamente así se podrán enfrentar con eficacia los cambios repentinos y las pruebas infaltables. Mantenerse estrechamente unidos en los recodos de la vida ahonda las relación.

* El amor pide ser nutrido y sustentado como toda realidad viva: es éste el secreto de la felicidad. Cada componente de la familia debe donar tiempo y fuerzas a la relación. Si se da por descontado que nada jamás cambiará, es posible que la relación se ponga mustia y muera. Y no basta ofrecer alimento en aniversarios o cumpleaños. Hay que hacerlo como dulce costumbre cotidiana, y demostrar el placer de vivir juntos, de re–crearse y divertirse.

* Una robusta espiritualidad es, finalmente, indispensable para el funcionar armónico de la familia. En el fondo ella es una realidad espiritual. La opinión, más o menos generalizada, según la cual el matrimonio subsiste hasta que dura el amor, debe ser refutada con la convicción de quien sabe que el matrimonio posee una consistencia institucional que lo sitúa por encima de las alternancias de los estados subjetivos de ánimo. Toca a los cónyuges defender y consolidar, con la ayuda de Dios, la plena coherencia entre las exigencias de la institución y los sentimientos personales. La fidelidad en el amor es la más fuerte afirmación de la libertad. 