351-400|es|362 Misiones
  1. CARTA DEL RECTOR MAYOR



Alzad vuestros ojos y ved los campos,

que ya amarillean para la siega1.


Nuestro compromiso misionero de cara al 2000.


1. Con la mirada de Cristo. – 2. Una familia misionera. – 3. Una nueva fase en nuestra praxis misionera. – 4. La primacía de la evangelización. – 5. Un deber necesario y delicado: la inculturación. Profundización del misterio de Cristo; adecuada comprensión de la cultura; en comunidad; el proceso de inculturación; los itinerarios. – 6. El diálogo interreligioso y ecuménico. Actitudes y modalidades salesianas en el diálogo.- 7. Una palabra de orden: consolidar. – 8. Nuevas fronteras. – 9. Juntos hacia el 2000. – Conclusión.



Roma, 1 de enero de 1998

Solemnidad de Santa María, Madre de Dios.



  1. Con la mirada de Cristo.


Alzad vuestros ojos y ved los campos”2, es la invitación de Jesús a los discípulos, cuando éstos, después del diálogo con la Samaritana, le sugieren comer. ¡Misteriosa mirada la del Señor que ve el mundo como una mies pronta para la cosecha!

Encontramos el secreto de esta mirada en sus palabras: “Mi alimento es hacer la voluntad del que me enviado y llevar a cabo su obra”3. La voluntad del Padre es la salvación de todos los hombres. Con Cristo, Salvador universal, se anuncia y se extiende a todas las naciones y para siempre.

Mientras ésta se va realizando, el Padre actúa en la humanidad. Prepara el corazón de muchas personas y mantiene vivas las esperanzas de los pueblos, para que logren leer los signos de su salvación. Inspira la intervención de los que aceptan su voluntad y tienen el mismo amor de Cristo por el hombre. Por esto en el mundo hay siempre mucho que cosechar. Jesús lo afirma para el presente: “Es el momento de la siega”4.

La sazón de la mies se debe también a la admirable comunión que el Espíritu crea entre las generaciones en una real historia de salvación. “Otros trabajaron y vosotros os aprovecháis de su trabajo”5. Ni los esfuerzos, ni los tiempos precedentes se han perdido a pesar de las apariencias de ineficacia y lentitud.

La misión de Jesús en tierra samaritana es como el preludio de la evangelización de los pueblos. Sugiere el espíritu con el cual desarrollarla. A los discípulos, desconocedores del proyecto de Dios, Jesús les indica el tiempo en el cual realizarlo: ¡Ahora!

Es necesario aprender a mirar y ponerse a la obra sin esperar, como ellos piensan, otras fases de maduración. Todo está preparado, predispuesto por el Padre, por el Hijo y por el Espíritu Santo. Hay que comenzar a cosechar y hacer nuevas sementeras: “Uno es el que siembra y otro es el que siega”6. Son éstas, la mirada y la confianza, las que deberán guiar la tarea que Él les confiará: “Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación”7.

Jesús enseña, también, a descubrir los “signos” de la madurez de los tiempos. El don de Dios llega a los excluidos y se convierte en su manantial interior de inteligencia, de amor y de paz; ellos se convierten a su vez en anunciadores de Cristo por el testimonio y por la palabra; es un nuevo espacio, válido para todos, dentro del cual se realiza el encuentro del hombre con Dios por encima e independientemente de toda ley y experiencia religiosa precedente. Es el espacio creado por la oferta de Dios y por la sincera acogida del hombre: “Llega la hora en que, ni en este monte, ni en Jerusalén, adoraréis al Padre… Los adoradores verdaderos adorarán al Padre en espíritu y en verdad”8. Al mismo tiempo se afirma el carácter histórico y único del acontecimiento que marca la manifestación de Dios: “La salvación viene de los Judíos9

También yo, con la mirada sugerida por el Señor a los discípulos, he podido captar la abundancia de la mies que hay que recoger y la extensión de las tierras que hay que sembrar para el futuro. He atisbado la obra de preparación que el Padre ha hecho y está haciendo en espera de aquellos a los que Él mandará a trabajar.

Los tiempos están maduros. Se percibe en la escucha prestada por tantas personas al anuncio del Evangelio, en la acogida que tienen las propuestas de bien, en la generosidad de aquellos que se unen a nosotros en las iniciativas apostólicas y misioneras. Se recogen los frutos todas partes, si bien es cierto que los campos, como el Señor había predicho, tienen todavía espacios áridos y baldíos.

El pasado 28 de septiembre en la Basílica de María Auxiliadora he entregado el crucifijo a 33 nuevos misioneros. Era la expedición número 127 que nos vincula a aquella primera, cargada de audacia y profecía, que Don Bosco preparó y envió el 11 de noviembre de 1875. Mientras realizaba el gesto, agradecía al Señor los signos de nueva fecundidad que surgían en el grupo. Los misioneros venían de todos los continentes y entre ellos había, también, seglares. En algún caso (¡una joven pareja!) la vocación misionera era conjunta, como integrada en la promesa matrimonial. Algunos eran destinados a continuar un trabajo comenzado anteriormente, mientras que a otros, se le confiaba roturar terrenos nuevos y fundar nuevas presencias: ¡Cosechar y sembrar!

Pensaba en la “ley” que se verifica siempre en el trabajo apostólico: “La mies es mucha y los obreros pocos”10. Es una constante de la evangelización. El Padre llena el mundo con sus dones y sus invitaciones. La riqueza de Cristo es inmensa. Los trabajadores, aunque se centuplicasen, serían siempre pocos para distribuir tanta abundancia.

Estos mismos pensamientos han ocupado mi mente mientras visitaba nuestra antigua misión de China mientras disfrutaba con los hermanos por la nueva siembra en Camboya; cuando en Sudáfrica constataba la abundancia de los resultados (especialmente en Swazilandia y en Lesotho) y cuando me paraba a imaginar lo que habría sucedido en otros lugares que hoy están en las primeras fases del trabajo.



2. Una Familia misionera.


Don Bosco se sintió atraído por el trabajo misionero. Su deseo y su intención no se tradujeron inmediatamente en una “partida geográfica” como él había pensado. El iluminado discernimiento de su confesor presiente otros caminos preparados para él.

El espíritu misionero, no obstante permaneció en él, con la misma intensidad e inspiró su visión, su ímpetu y su postura pastoral: Fue misionero en Turín. Salió a las zonas marginadas y olvidadas donde estaban los jóvenes; se lanzó hacia las fronteras urbanas de la evangelización y de la educación.

Posteriormente realizó, también, el propósito misionero en tierras lejanas, a través de muchas formas: Enviando cada año, desde 1875, expediciones misioneras, encendiendo en los jóvenes y en los hermanos la pasión por la difusión del Evangelio y el entusiasmo por la vida cristiana, soñando de día y de noche con nuevos proyectos, difundiendo, a través del Boletín, la sensibilidad misionera, buscado recursos y cultivando relaciones que facilitaran la labor de los misioneros.

La característica misionera se convierte de esta forma en algo típico de todo salesiano, ya que está radicada en el mismo espíritu salesiano. No es, por consiguiente, un añadido para algunos. Es como el corazón de la caridad pastoral, el don que caracteriza la vocación de todos.

Cada uno, allí donde se encuentre, considera “su ciencia más eminente, por tanto, conocer a Jesucristo, y la alegría más profunda, revelar a todos las riquezas insondables de su misterio”11. Piensa, por tanto, en los que tienen necesidad de la luz y de la gracia de Cristo; no se contenta con cuidar de aquellos que “ya están”, sino que se dirige hacia las “fronteras” sociales y religiosas.

Por algo Pablo VI nos ha llamado “misioneros de los jóvenes”: Catequistas para algunos y portadores de un primer anuncio de vida para otros; educadores en las instituciones y, también, itinerantes en el vasto campo de las situaciones juveniles a las que no alcanzan tales instituciones.

En las mismas expediciones misioneras Don Bosco unió estas dos direcciones de la acción misionera. Don Ceria quiso documentarlo en los Anales: “Tenía muy metido en el corazón, ha escrito, la situación de los italianos que en grandísimo número y en crecimiento, vivían dispersos (…). Desterrados voluntariamente en busca de fortuna, privados de escuela para los muchachos, alejados de toda posibilidad de práctica religiosa tanto por lejanía como por falta de buenos sacerdotes que hablaran su lengua, corrían el riesgo de formar masas de poblaciones sin fe y sin ley”12. El proyecto misionero comprendía, también, a los “cristianos” alejados, olvidados, abandonados y emigrantes.

Últimamente se ha hablado de “tierras de misión”, no sólo por el gusto de la imagen, refiriéndose a contextos marcados por una tradición cristiana. La parroquia ha sido definida “comunidad misionera” y la escuela, “ambiente de misión”. A parte de las distinciones técnicas, es evidente que cada una de nuestras comunidades se encuentra hoy, también, en frentes muy parecidos a los de la primera evangelización.

Dado que el sentido misionero no es un rasgo opcional, sino que pertenece a la identidad del espíritu salesiano en toda época y situación, en la programación del Rector Mayor y de su Consejo la hemos propuesto a todas las Inspectorías como área de atención para el sexenio 1996 – 2002.

Entre las actuaciones, a través de las cuales se realiza la significatividad, hemos indicado: Reforzar el compromiso de la Congregación por los más necesitados, impulsar una educación, más intensa, de los jóvenes a la fe, de tal forma que surjan vocaciones y orientar, con decisión, la mayor cantidad de energías posibles (personas, proyectos, medios) hacia las misiones “ad gentes”.

El espíritu y el estilo misionero tienen su signo elocuente en la disponibilidad de muchos hermanos para trabajar en zonas de primer anuncio y de fundación de la Iglesia; pero son aceptados y vividos por todos en el desarrollo de la propia misión. La voluntad de evangelizar y la capacidad de expresar con trasparencia el mensaje evangélico, es el punto en el que se unen sus distintas realizaciones.

Los hermanos, que se van a situaciones de frontera, se sienten sostenidos por la oración, por la proximidad, por la colaboración concreta de todos los demás que comparten su misma pasión. Por esto las Constituciones afirman que en el trabajo misionero reconocemos “un rasgo esencial de nuestra Congregación”13.

Sobre nuestro movimiento hacia los más pobres, he tenido ya oportunidad de expresarme en la carta “Sintió compasión de ellos”14, y esto permanece como uno de los criterios fundamentales de reubicación. Es, en efecto, el rasgo que marca el momento naciente de nuestro carisma y revela la fuerza que mueve las comunidades de Cristo: La caridad.

La misión “ad gentes” es el objeto de la presente carta. Intento proponer algunas orientaciones sobre dos líneas de acción que parecen, hoy, más urgentes: Cualificar las presencias misioneras existentes y dirigirse hacia nuevas fronteras. Consolidar y avanzar; dar consistencia pastoral a cuanto se ha comenzado últimamente y lanzarnos hacia tierras no exploradas y hacia destinatarios no alcanzados, para que llegue a todos la luz del Evangelio.

Tengo siempre presente y es un punto firme, también, para las líneas de reflexión que os ofrezco, una peculiaridad de la obra misionera de los Salesianos: Ésta se implica en la primera evangelización y en la fundación de las Iglesias; pero ya desde el comienzo está llamada a enriquecer a la comunidad cristiana con un carisma especial: El de la predilección por los jóvenes, en la vertiente educativa y popular.

El carisma determina, sin cerrarla, la modalidad y la dirección de la obra misionera, mientras ésta da vitalidad al carisma transportándolo a su vigor evangélico y a su sentido eclesial.

Querría suscitar un renovado entusiasmo por las misiones en todas las Inspectorías e invitar a los hermanos, de cualquier edad, a considerar la posibilidad de un compromiso misionero.

Quiera el Señor que se realice, hoy, lo que sucedió en Valdocco cuando Don Bosco soñó, preparó y mandó la primera expedición y las que siguieron a continuación.

Mientras tanto, cuentan los Anales, los hechos y las palabras de Don Bosco sobre las Misiones habían dejado un fermento nuevo entre alumnos y socios. Se multiplicaron las vocaciones al estado eclesiástico: Crecieron, también sensiblemente, las solicitudes de inscribirse en la Congregación y el ardor del apostolado se apoderó de muchos de los que ya eran socios”15.



3. Una nueva fase en nuestra praxis misionera.


Nuestra praxis misionera se encuentra de nuevo, hoy, en el surco de una tradición de intrepidez, celo, tenacidad y creatividad: Los resultados son innegables. Merecería la pena un estudio cuidado para poderla comprender a fondo y sacarle provecho. Se ha insertado y experimentado en áreas geográficas y culturas muy diversas durante un período que garantiza plenamente su consistencia. El primer proyecto misionero de expansión en América (1875-1900), el que ha llevado la difusión de la Congregación en Asia (1906-1950) y la reciente expansión en África, han plasmado un modo típico de acción misionera, cuyos rasgos se han recogido sintéticamente en nuestras Constituciones y Reglamentos16.

Hoy se requiere considerar de nuevo esta praxis. La reflexión del Vaticano II y las profundizaciones de la teología han dado nuevas perspectivas a la misionología frente a acontecimientos que marcan la vida de la Iglesia y el mundo actual: El movimiento ecuménico, el despertar y la valoración de las religiones, el valor humano y social de la cultura, la intercomunicación mundial, el crecer de las nuevas Iglesias y su vivir la fe en relación con el contexto y el declinar de antiguas zonas de cristiandad.

Tales fenómenos han provocado una profundización sobre la gracia de la creación y sobre la obra del Padre en la salvación de cada persona, así como en la presencia del Espíritu en la vida de la humanidad.

Junto a las nuevas perspectivas surgen interrogantes, que tenemos que conocer y resolver debidamente, desde el punto de vista doctrinal y práctico. Se refieren al valor del cristianismo para la salvación del hombre, al alcance de la mediación universal de Cristo, al papel de la Iglesia y, por consiguiente, al mismo sentido de la evangelización y de sus caminos actuales.

Estas perspectivas e interrogantes han sido ya afrontadas por la encíclica Redemptoris Missio, cuyo estudio resulta indispensable. Sobre estos mismos argumentos se están expresando, con riqueza de reflexión y análisis contextuados, los Sínodos continentales convocados en vistas a una nueva evangelización.

Desde la misma Exhortación Apostólica Vita Consecrata nos llegan indicaciones para nuestra praxis misionera. En efecto, ésta confía a los religiosos la atención a algunos aspectos que han surgido en estos últimos años.

Pablo VI había ya subrayado la participación de los religiosos en las misiones: “Son emprendedores y su apostolado está, con frecuencia, marcado por una originalidad, que produce admiración. Son generosos: Se encuentran en las avanzadillas de la misión y aceptan grandes riesgos para su salud y para su vida misma”17.

Juan Pablo II ha resaltado en la Redemptoris Missio: “La historia da testimonio de los grandes méritos de las Familias religiosas en la propagación de fe y en la formación de nuevas Iglesias: Desde las antiguas instituciones monásticas, a las Órdenes medievales y hasta la Congregaciones modernas”18.

Con una expresión más directa, Vita Consecrata considera la “missio ad gentes” como una dimensión de todos los carismas porque está comprendida en la donación total que supone la consagración: «Su misión – afirma – se manifiesta no sólo mediante las obras propias del carisma de cada Instituto, sino, sobre todo, con la participación en la gran obra eclesial de la “missio ad gentes”»19.

La Iglesia pide hoy a los consagrados “la máxima aportación posible”20 y les confía el compromiso específico de anunciar a Cristo a todos los pueblos con nuevo entusiasmo.

Además de la ayuda cuantitativa, hecha en el pasado, verificable en el presente y deseada para el futuro, la Exhortación Apostólica subraya algunos aspectos actuales de la acción misionera para los que los religiosos parece que están especialmente dotados.

Atribuye a los consagrados una peculiar capacidad de inculturar el evangelio y el carisma en los distintos pueblos. «Apoyados en el carisma de los fundadores y de las fundadoras, muchas personas consagradas han sabido acercarse a las diversas culturas con la actitud de Jesús que “se despojó de sí mismo tomando condición de siervo”(Flp 2, 7) y, con un esfuerzo audaz y paciente de diálogo, han establecido provechosos contactos con las gentes más diversas y anunciando a todos el camino de la salvación»21. Se espera, pues, mucho de ellos en cuanto al esfuerzo y en cuanto al rumbo de la inculturación.

Algo parecido se afirma con respecto al diálogo religioso. Ya que el centro de la vida de los consagrados es la experiencia de Dios, éstos tienen una peculiar disposición para dialogar con otras experiencias, igualmente sinceras, existentes en otras religiones.22.

Al nuevo alcance que adquiere la vida consagrada, corresponde, por otra parte, el nuevo impulso dado por los seglares. Si las Iglesias fundadas deben, desde su comienzo, manifestar la santidad y la novedad de vida del pueblo de Dios, resulta primordial la formación cristiana de los creyentes. Los seglares, por otra parte, están llamados a desarrollar su capacidad de participación activa en la comunidad y de servicio al mundo. La nueva dimensión del laicado modifica la imagen misma de la comunidad cristiana y su funcionamiento.

Los seglares, pone de relieve la Exhortación Apostólica, La Iglesia en África, “serán ayudados a tomar conciencia cada vez más del papel que deben desempeñar en la Iglesia (…). Por consiguiente deben ser formados para esto”23.

En este cuadro de referencia se ordenan distintamente los esfuerzos y las competencias de los consagrados y de los sacerdotes.

A la luz de estos estímulos enfocamos algunas cuestiones, suponiendo ya conocida la práctica normal salesiana.



4. La primacía de la evangelización.


La evangelización implica pluralidad de aspectos: presencia, testimonio, predicación, llamada a la conversión personal, formación de la Iglesia, catequesis y además: inculturación, diálogo interreligioso, educación, opción preferencial por los pobres, promoción humana y transformación de la sociedad. Su complejidad y articulación ha sido resaltada y presentada autorizadamente por la Evangelii Nuntiandi24.

Existen, sin embargo, un núcleo principal, sin el que la evangelización no es tal, que da sentido y orienta la totalidad y hasta dicta los criterios y las formas, según el cual debe cumplirse el resto: Es el anuncio de Cristo, el primer anuncio que presenta a Jesucristo a quien todavía no lo conoce y el camino siguiente con el cual se profundiza su misterio hasta impulsar al apostolado.

El Sínodo de la Iglesia de África dice al respecto: “Evangelizar es anunciar a través de la palabra y de la vida la buena noticia de Jesucristo crucificado, muerto y resucitado, camino, verdad y vida”25. “Anunciar la buena noticia es invitar a cada persona y a cada sociedad al encuentro personal y comunitario con la persona viviente de Jesucristo”26.

¿De qué modo hay que tener en cuenta los aspectos enumerados arriba o de qué modo resultan, en la realidad, complementarios y convergentes hacia una única meta que es, precisamente, el conocimiento cada vez más profundo de Cristo, la adhesión de fe a su persona y la participación en su vida? Es una pregunta que no es resuelta por las comunidades misioneras, sólo doctrinalmente sino, sobre todo, en el proyecto cotidiano de acción.

En la praxis misionera, en efecto, puede haber desequilibrios, por opción, por limitaciones de visión y de capacidad, por falta de atención. Para prevenirlos es necesario establecer prioridades y cuidar algunas dosificaciones. Una de estas es la justa relación entre el anuncio explícito de Cristo en sus diversas formas (primer anuncio, catequesis, cuidado de la comunidad de los creyentes, formación cristiana de las personas) y la promoción humana. La Exhortación Evangelii Nuntiandi ha presentado con absoluta claridad sus “profundos vínculos” y su distinción; ha ofrecido, también, principios iluminadores para captar la importancia y el sentido profundo de la liberación, tal como la anunció y realizó Jesús de Nazaret y como la practica la Iglesia27.

La tradición y el espíritu salesiano subrayan la armonía y la mutua referencia entre estas dimensiones de la evangelización; al mismo tiempo, clarifican la jerarquía de su significado. La formulación más clara la encontramos en las Constituciones: “Educamos y evangelizamos siguiendo un proyecto de promoción integral del hombre, orientado a Cristo, hombre perfecto”28. “También, para nosotros, la evangelización y la catequesis son la dimensión fundamental de nuestra misión”29. De ésta y de Aquél que es su objeto, toma significado nuestro compromiso por el hombre.

Es necesario, pues, dar la prioridad a la evangelización en sus diversas formas: En nuestra preparación, en nuestra dedicación, en el empleo de nuestro tiempo, del personal y de los recursos.

El ideal de una situación misionera es el que estaba proyectado por las orientaciones operativas del CGS cuando pedían que la Inspectoría fuese “una comunidad al servicio de la evangelización”30, que cada comunidad salesiana fuese una “comunidad evangelizadora”31, que cada salesiano fuera un “evangelizador”32.

Las directrices eclesiales, en el tiempo de la nueva evangelización, llevan a concentrar más que nunca la mirada y la esperanza en Cristo. Su conocimiento y acogida transforman la persona y la salvan, sin perder de vista ni olvidar sus condiciones temporales, sino trascendiéndolas. Ofrecer este anuncio de salvación es lo específico de la misión de la Iglesia.

Dentro de esto hay que establecer el equilibrio entre el primer anuncio y el cuidado del crecimiento en la fe de cada uno y de la comunidad cristiana, entre el esfuerzo de difusión y el de consolidación. Este último comprende la educación de los jóvenes en la fe, la formación de los adultos, según sus diversas situaciones, la preparación de los colaboradores y de los ministros, la unidad y el testimonio de la comunidad cristiana y el compromiso apostólico por parte de los creyentes.

Hay que cumplir satisfactoriamente los dos aspectos: Extender el anuncio y dar consistencia a las comunidades. Este es un deber de las Inspectorías, de cada una de las comunidades y de cada persona, que deben ser capaces de conducir el proceso de evangelización hasta sus más altos niveles.

Finalmente está la oportuna dosificación entre medios y anuncio, entre estructuras y presencia en medio del pueblo, entre organización de las obras y comunicación directa, entre servicio e inserción. Medios, estructuras y organización están en función del anuncio, de la presencia y de la comunicación y deberían ser proporcionados a ellos y adecuados en el estilo. Cuando estructuras y medios son demasiado grandes y gravosos, o cuando para crearlos y mantenerlos debemos limitar excesivamente nuestra meditación de la Palabra que hay que proclamar, la comunicación directa, la dedicación al anuncio y a la formación de las personas, es necesario volver a pensar todo a la luz de un proyecto mejor centrado en lo esencial.



5. Un deber necesario y delicado: La inculturación.


Es un tema muy de actualidad y profundizado hoy. Se presenta de forma orgánica en distintos documentos eclesiales. Se han ocupado de él ampliamente los Sínodos continentales. Los textos preparatorios, las discusiones y la Exhortaciones consiguientes han hablado de él con suficiente claridad, subrayando la urgencia, explicitando los fundamentos teológicos, indicando criterios y vías de realización y concretando los principales campos de aplicación33.

Nuestra típica síntesis entre educación y evangelización nos hace especialmente sensibles a la inculturación; por lo cual, también, los salesianos le hemos dedicado nuestra atención. Don Egidio Viganó ha tratado de ella en diversas cartas34. El CG24 se ha referido a ella como exigencia y camino para poder educar y participar en la misión y en la espiritualidad salesiana35.

El riesgo para hombres prácticos como nosotros es que tras tantas iluminaciones, necesarias, e incluso articuladas y con aplicaciones en muchas direcciones, no encontremos las líneas comunitarias de acción y, por consiguiente, renunciemos al esfuerzo y nos desperdiguemos en pequeñas experiencias personales, no siempre convenientemente tamizadas. Es, pues oportuno, indicar de nuevo algunas orientaciones prácticas.


La centralidad del misterio de Cristo


La primera, aunque evidente, es fundamental en el tema de la inculturación. Se refiere a la realidad histórica y al carácter único del acontecimiento de Cristo.

Cristo no es una realidad simbólica, objeto genérico del sentimiento religioso, suma de las aspiraciones de la humanidad, síntesis de todo lo noble y generoso que se encuentra en las culturas, sino que es, por el contrario, una persona concreta, histórica, con una biografía peculiar, diversa incluso de todos los elementos logrados y expresados por la humanidad considerados en su conjunto. Se ha manifestado como un acontecimiento único e irrepetible. De Él dan testimonio los Apóstoles. El Jesús que han contemplado con sus ojos y que han tocado con sus manos36 es Cristo el Señor, el mismo de ayer, de hoy y de siempre que se queda con nosotros hasta el fin del mundo.

El Reino que Él predica y la vida que propone no son la acumulación y la suma de los bienes que el hombre puede desear y experimentar. Son la comunicación gratuita de Dios concretada en una alianza y una promesa que se han realizado históricamente en su persona.

Él no deja tras de sí sólo una “doctrina” que nosotros estamos encargados de traducir en palabras o conceptos adecuados, sólo una moral que hay que adaptar a situaciones diversas, sino que ofrece gestos y hechos salvíficos para “vivir” y “celebrar” en una relación vivida personalmente y compartida en comunidad.

Puede asumir todos las “semillas” de verdad y de bien esparcidas en la historia de la humanidad, pero de forma especial. Criterio y modelo para la inculturación son la encarnación, muerte y resurrección de Cristo, acontecimientos definitivos para la salvación del hombre.

Inculturar la fe quiere decir hacer introducir la verdad que Cristo propone en la vida y en el pensamiento de una comunidad humana, de tal forma que se exprese con los elementos de la cultura y tenga, incluso, una función inspiradora, estimulante, transformadora y unificante de esta misma cultura.

La Encarnación no es una fusión de dos elementos de igual dignidad y energía, sino la asunción de la naturaleza humana por parte de una persona divina. El Verbo, que tiene su personalidad divina y completa en la Trinidad, se hace hombre.

Hay, por tanto, un sujeto determinante que asume la humanidad y una naturaleza que, purificada y redimida, le da posibilidad histórica de expresión.

De esto se derivan algunas indicaciones para la práctica de la inculturación. Puesto que la persona, la vida y el mensaje de Cristo tienen una identidad propia y una función fundamental, hacia estos hay que dirigir nuestra continua y principal atención. Sería inútil, si no peligroso, querer inculturar el evangelio sin una permanente profundización del misterio de Cristo, sin la experiencia de una relación personal con Él y la comunión con su cuerpo que es la Iglesia. Desgraciadamente, con frecuencia, se nota una escasa compresión de los misterios que se deberían comunicar o una reflexión, muy individual, con escasa referencia a las fuentes de la fe.


Adecuada comprensión de la cultura.


Por otra parte, es necesario el conocimiento de la cultura que surge del estar inmersos en ella durante un tiempo suficiente y por haber estudiado, reflexiva y orgánicamente, sus aspectos más significativos, tal como se presentan en los estudios especializados y como deben ser vividos por la comunidad.

Es conveniente, no obstante, tener presente que ninguna cultura es monolítica y uniforme. En todos los lugares, especialmente hoy, conviven diversas culturas. La cultura no es, ni mucho menos, una realidad “fija”. Está siempre evolucionando, por el desarrollo de elementos propios y por la fuerza de los intercambios con otras culturas. Está sujeta a cambios, transformaciones y procesos evolutivos que suceden a través de pasos progresivos, pero también, por saltos debidos, sobre todo, a causas libres.

De la cultura, hay que tener en cuenta, no sólo lo que ha sido y lo que es, sino lo que está llamada a ser.


En comunidad.


Hay, pues, que tener presente que la inculturación se realiza en una comunidad que es, al mismo tiempo, sujeto de la cultura y de la experiencia de fe. En ella se va realizando la mutua compenetración. A esto ayudan los fieles que en el día a día, sin teorizar, funden experiencias y exigencias evangélicas; influyen, también, los expertos que reflexionan sobre la fe, investigan e interpretan las formas culturales; intervienen los Pastores que acompañan y educan al pueblo en el seguimiento de Cristo según el proprio contexto; son determinantes los “hombres de espíritu” que más que nadie intuyen, tienen capacidad de sintonía, descubren las semillas evangélicas que hay en ciertos filones culturales.

Con razón se indica, pues, como criterio fundamental para la inculturación la comunión eclesial. Transferido al ambiente salesiano, este criterio sugiere afrontar el problema, a través de una reflexión de la comunidad, inspectorial y local, para moverse en la justa dirección.


El proceso de inculturación.


Otro factor que es necesario tener en cuenta en la inculturación es el tiempo. No se trata tanto del tiempo “cronológico”, es decir del sólo pasar de los años, como del tiempo colmado de la presencia de Cristo, en el que actúa el Espíritu Santo. La expansión eficaz del misterio cristiano en una cultura, es para ella “plenitud” de los tiempos. La rapidez del proceso depende de la intensidad con la que la comunidad cristiana vive el misterio del que es portadora y de su capacidad de llegar a ser “levadura” en la sociedad.

Esto conduce a captar cómo sucede el proceso de inculturación para no caer en la tentación de tomar atajos impracticables.

Inculturar el evangelio comporta evangelizar la cultura. Esto sigue un recorrido ciertamente no rígido constatable históricamente: La fe se recibe con el ropaje cultural de quien la anuncia. Acoger del mensaje, según las palabras y propuestas de quien ya lo vive, es el primer paso necesario para insertar el evangelio en una cultura.

La asimilación profunda del anuncio va produciendo, en las personas que lo acogen, un cambio de mentalidad; la conversión progresiva va transformando los hábitos personales y modifica poco a poco las relaciones y la vida del grupo cristiano, de tal forma que la fermentación evangélica de todo lo humano crea un rostro original, de la misma forma que la humanidad de Jesús caracterizó la presencia histórica de Dios. De este modo, la fe asume las formas típicas de un pueblo y se convierte en su fermento para el cambio. El proceso no es lineal, sino circular. Esto evidencia que cuanto más intensamente se trabaja en la conversión de la persona, tanto más rápida y eficazmente se logran niveles de inculturación.


Los itinerarios


Finalmente, la inculturación presenta algunos itinerarios típicos. Son esencialmente: La continuidad, la contestación profética y la creación.

La continuidad lleva a asumir las “semina Verbi” que se descubren en un determinado contexto, corrigiéndolas, purificándolas, dándoles nuevo significado o abriendo en ellas una nueva fase de desarrollo. Nos puede servir el ejemplo de San Pablo en el Areópago de Atenas. La religiosidad de los atenienses ofrecía un espacio para el anuncio y por esto el Apóstol se apoya en ella. Pero llega, para los atenienses, el tiempo en el cual aquella religiosidad no basta ya, ni siquiera desde el punto de vista humano, en razón de un acontecimiento que marca una nueva fase: “pasando por alto, los tiempos de la ignorancia, anuncia ahora a los hombres que todos y, en todas partes, deben convertirse porque ha fijado el día…”37. Hay muchos aspectos que se pueden asumir en una cultura, pero no sin antes discernir sus significados y sin confrontarlos con el misterio de Cristo.

No todo en una cultura es, pues, compatible con el evangelio. Pueden existir en ellas realidades y concepciones no conciliables con la experiencia cristiana. Hay, incluso, “sistemas”, “conjuntos” y “constelaciones de elementos” cuyo mismo punto de coherencia interna es “no-evangélico”. El cristiano y la comunidad, pues, están invitados, mediante una comparación con el evento de Cristo, incluso a abandonar y a dejar algunos elementos sólidamente enraizados en una cultura. Si el hecho de la Encarnación sugiere la condescendencia de Dios que se ha revestido de la naturaleza humana, la muerte y la resurrección de Cristo indican el paso a través del cual esta misma naturaleza puede alcanzar la forma a la que está destinada y por la que ha sido asumida.

Por último, la fe cristiana, ya que no es sólo sentimiento subjetivo sino confesión de hechos históricos y misterio salvífico real, es capaz de producir expresiones culturales propias. La Eucaristía lleva en sí una cultura, tiene significados humanos, palabras, gestos, costumbres y formas sociales ligadas indisolublemente a su naturaleza y al momento histórico de su institución. Esta cultura, por tanto, atraviesa el universo cristiano en cuanto al tiempo y al espacio. Leemos, también, con emoción el relato de lo que San Pablo dice que ha recibido del Señor respecto a la celebración Eucarística38 y lo vemos hoy repetido en las comunidades cristianas esparcidas por todo el mundo.

Lo mismo sucede con la oración, que está inserta en la de Jesús, y con los demás signos en los que la comunidad cristiana se reconoce. Es lo universalmente válido de la experiencia cristiana, que brota de la verdad histórica y del carácter único del acontecimiento de Cristo. Para expresar este unum el Espíritu Santo da a la comunidad eclesial diversidad de lenguas, dones, carismas y culturas. El principio cristológico es criterio de unidad, la referencia al Espíritu Santo da razón de la pluralidad.

Hay una evidente interacción entre fe, cultura de la fe y culturas. Cuanto más se medita el misterio cristiano y el significado de los gestos y de las palabras con las que éste se expresó en el momento del “nacimiento”, tanto más se comprende su novedad y, por consiguiente, su exigencia interna de “convertir” la cultura. Cuanto más se profundizan las estructuras y los elementos de una cultura concreta, tanto más se comprenden las vías a través de las cuales un pueblo busca la plenitud de humanidad y, por tanto, cuáles son las expresiones, las intuiciones y los modelos aptos para expresar el evangelio.

La dialéctica es permanente. No puede haber paz, en el sentido de ausencia de desafíos recíprocos o una especie de convivencia definitivamente tranquila que elimina el enfrentamiento.

La inculturación representa no sólo el camino de penetración del evangelio en un grupo humano, sino también la conversión completa de la comunidad cristiana. Ésta resulta evangelizada, no de forma decorativa como con un barniz superficial, cuando se llega en profundidad y hasta las raíces de su cultura, partiendo de la persona y volviendo siempre a las relaciones de las personas entre sí y con Dios39.

Por esto, en todas partes, es urgente la inculturación. Debemos hacernos cargo de ello en comunión con nuestras iglesias.



6. El diálogo interreligioso y ecuménico.


Las consideraciones precedentes sobre la Encarnación, sobre el carácter único de Cristo y sobre la necesidad de su mediación para la salvación total del hombre sirven, también, para iluminar otra línea de compromiso: La del diálogo con otras religiones y confesiones cristianas.

El diálogo interreligioso es complementario al anuncio. Acerca a aquellos que de alguna forma sienten la presencia de Dios, valoriza las semillas de verdad presentes en las diversas religiones, favorece la aceptación mutua y la convivencia pacífica. Nos recuerda las peticiones y las preguntas dirigidas por Jesús a sus contemporáneos respecto a las prácticas y creencias religiosas (judíos, griegos, samaritanos y sirofenicios).

Es, también, parte importante del proceso de inculturación, si es verdad, como piensan muchos estudiosos, que la religión representa el aspecto más profundo de las culturas y, en algunos casos, forma con éstas, para la gente pobre, una única realidad.

Nunca, quizás, como hoy ha existido una experiencia tan inmediata de la pluralidad de las religiones. Los medios de comunicación han favorecido, al menos, una sumaria información sobre ello. Las posibilidades de desplazamiento han permitido hacer experiencias parciales y temporales de esto, incluso por parte de quien intentaba solamente beneficiarse de algunas manifestaciones o de satisfacer su propia curiosidad. Son conocidos los fenómenos vinculados con las religiones, como la búsqueda de espiritualidad, el descubrimiento de las creencias tradicionales y el integrismo.

En la Iglesia se ha hecho un largo y paciente camino de encuentro, comprensión y valoración de las diversas religiones. Se colabora con ellas en causas comunes, como la búsqueda de la paz, la erradicación de la pobreza y la defensa de los derechos humanos. Todos recordamos, todavía, las imágenes del encuentro de Asís, las de la visita del Papa a Marruecos y su discurso a los musulmanes o, más recientemente, los funerales por Madre Teresa de Calcuta.

Los Salesianos trabajan en contextos plurirreligiosos en los cuales, con frecuencia, los católicos están en minoría. Para educar y evangelizar deben conocer de forma adecuada el hecho religioso del proprio contexto y la incidencia que tiene en la persona y en la cultura para poder influir en actitudes, tradiciones, creencias y prácticas religiosas.

El diálogo no se refiere sólo a la formulación de la verdad. Incluye, también, la acogida, la coexistencia respetuosa en los ambientes educativos y sociales, las experiencias compartidas en el campo de la promoción, el testimonio y el servicio. No hay, pues, que practicarlo sólo en circunstancias formales, sino que se desarrolla, sobre todo, en el día a día. En muchos ambientes, donde en el momento presente estamos trabajando con jóvenes y con personas de otras religiones, tales comportamientos son ya una realidad. Ahora se requiere añadir otros más explícitos sobre el contenido doctrinal, moral y cultual de las religiones. De esta forma se derrumban los prejuicios, se logra una compresión más adecuada del sentido y de las normas que cada religión propone, se favorece la libertad religiosa y la sinceridad de conciencia.

La experiencia nos dice que esta forma de diálogo no siempre es fácil. El recelo de que la religión cristiana esté unida al predominio cultural del occidente crea bastantes barreras. La convicción de que Cristo es mediación, necesaria y universalmente válida, de salvación aparece como obstáculo casi insuperable. Se está insinuando el pensamiento de que toda expresión religiosa, seguida con sinceridad de conciencia, tiene, para el hombre, igual valor.

De esta forma el diálogo interreligioso pierde interés y el deseo y la capacidad de anuncio decaen. De esta contingencia no estamos totalmente inmunes.

Una ulterior dificultad llega de los nuevos movimientos religiosos, genéricamente llamados “sectas”. Su variedad y diversidad no permite distinguir qué clase de diálogo se pueda tener con ellas. La Instrumentum Laboris del Sínodo de América repite, bastantes veces, que su proselitismo agresivo, el fanatismo, la dependencia que crean en las personas a través de formas de presión psicológica y de opresión moral, la crítica y la ridiculización injusta de las Iglesias y de sus prácticas religiosas parece que hacen imposible toda forma de diálogo, encuentro y colaboración40. Sin embargo estamos invitados a comprender las razones de una cierta independencia y a favorecer la libertad de conciencia y la convivencia pacífica.

Con las debidas distinciones que suponen los comentarios de lo citado anteriormente, debemos, también nosotros, insertar el diálogo interreligioso en nuestra pastoral misionera. Nos animan a esto algunas convicciones.

La luz y la gracia traídas por Jesús no excluyen los caminos de salvación validos y presentes en otras religiones41, antes bien los asumen, los purifican y las perfeccionan. “El Verbo encarnado es la plenitud del anhelo presente en todas las religiones de la humanidad: Esta plenitud es obra de Dios y supera toda expectativa humana. Es misterio de gracia”42.

El Espíritu está presente y actúa en cada conciencia y en cada comunidad que camina hacia la meta de la verdad. Él precede la acción de la Iglesia y sugiere a cada persona el camino hacia el bien. Al mismo tiempo, impele a la Iglesia a evangelizar a aquellos grupos y pueblos que Él ya interiormente prepara para la acogida. Es una afirmación ratificada en muchos documentos recientes del Magisterio. “El Espíritu, leemos en la encíclica Dominum Vivificantem, se manifiesta de manera especial en la Iglesia y en sus miembros: Sin embargo su presencia y su acción son universales, sin límites de espacio ni de tiempo”43. Está en el origen de la misma pregunta existencial y religiosa del hombre, la cual nace no sólo de situaciones contingentes, sino de la misma estructura de su ser… El Espíritu está en el origen de los nobles ideales y de las iniciativas de bien de la humanidad en camino… Es, también, el Espíritu el que esparce las “semillas del Verbo” existentes en los ritos y en las culturas y las prepara para madurar en Cristo44.

Tal lectura, por una parte lleva a superar el relativismo religioso que considera las religiones vías de acceso y caminos igualmente válidos para la salvación, ignorando, con detrimento no leve de los destinatarios, la plenitud de la revelación y la particularidad de la gracia curativa traída por Cristo. Por otra parte, nos anima a ofrecer con entusiasmo nuestra experiencia y la de la Iglesia, con actitud de respeto y espera, conscientes de la dificultad de los cambios, abiertos a las sorpresas de la gracia, agradecidos y felices por tantas respuestas aunque sean sólo parciales y pequeñas.

Añado, simplemente, una alusión al diálogo ecuménico que se desarrolla con las demás iglesias cristianas. La unidad es una de las metas reafirmada, con insistencia, por Juan Pablo II. Es condición y signo de la nueva evangelización. La oración, las actitudes y los esfuerzos para construirla son parte esencial de la pastoral de hoy, porque responden al deseo de Jesús y a las necesidades del mundo. Toda comunidad está llamada a comprometerse. Con algunas de estas confesiones ya se ha hecho un camino y está abierta la vía al intercambio en la oración y a la colaboración en la acción.


Actitudes y modalidades salesianas en el diálogo.


Vista la conveniencia de incorporar el diálogo interreligioso y ecuménico a nuestra praxis misionera, es conveniente indicar algunas actitudes y modalidades para intervenir en él con espíritu salesiano.

Pongo en primer lugar la capacidad, típica del Sistema Preventivo, de descubrir y valorar lo positivo allí donde se encuentre. Las Constituciones lo proponen a todos los Salesianos. “Inspirándose en el humanismo de San Francisco de Sales, (el salesiano) cree en los recursos naturales y sobrenaturales del hombre, aunque no ignora su debilidad. Capta los valores del mundo (…): aprovecha todo lo que hay de bueno…”45. Lo aplican especialmente a los misioneros cuando afirman que “a ejemplo del Hijo de Dios, hacen suyos los valores de esos pueblos y comparten sus angustias y sus esperanzas”46.

Viene, después, el deseo de encuentro con las personas, inspirado en la confianza y en la esperanza. El salesiano toma la iniciativa de moverse hacia los destinatarios, sean cristianos o fieles de otra religión. Va con su carga de humanidad (¡bondad!) y convencido de que en cada corazón hay un terreno fecundo para el descubrimiento de la verdad y para la generosidad y el bien.

Por último, recuerdo la paciencia que sabe disfrutar de los pequeños pasos, esperar frutos posteriores, acompañar intuiciones o descubrimientos, confiar a Dios el momento de la maduración de la fe, aprovechar cada ocasión para comunicar, a través de la amistad y de la palabra, la propia experiencia del evangelio.

En el diálogo religioso tienen una importancia especial las comunidades. Esto es, en efecto, una obra coral, más que de pioneros solitarios. La comunidad eclesial es “signo” e “instrumento” de la salvación y comunica, sin interrupción, con la sociedad emitiendo señales con su ser, más que con sus predicaciones. Dentro de la Iglesia cada una de las comunidades, tanto las de los consagrados como las educativas, abren o cierran las posibilidades de diálogo con su estilo de vida y su capacidad de acogida.

Es cierto que en las comunidades educativas multirreligiosas animadas por nuestros hermanos se convive, se aprende la tolerancia, se conocen y se valoran elementos de otras religiones, se practican los signos y las prácticas cristianas, se dialoga profundamente con los que desean conocer mejor a Jesucristo.

Respecto a las comunidades de religiosos, por otra parte, la Exhortación Vita Consecrata subraya el papel especial que éstas pueden tener en la comunicación con otras experiencias religiosas a través del mutuo conocimiento y respeto, cordial amistad y sinceridad, “la común solicitud por la vida humana, que se manifiesta tanto por la compasión por el sufrimiento físico y espiritual, como por el empeño por la justicia, la paz y la salvaguarda de la creación47, el diálogo de vida y la experiencia espiritual.

En los lugares de misión, será importante, en éste como en otros aspectos de la vida misionera (inculturación, formación, etc.), cuidar una constante y amplia colaboración con los demás misioneros, religiosos o seglares, para dar una aportación más rica al común compromiso por el Reino.



7. Una palabra de orden: Consolidar.


En los últimos veinte años la Congregación, a pesar de la escasez de vocaciones en amplias zonas, se ha abierto con generosidad hacia nuevas presencias misioneras. El carisma salesiano se ha llevado a numerosos países. Al Proyecto África, se han añadido, poco después, un intenso movimiento hacia el Este europeo y la expansión en el Sudeste de Asia (Indonesia y Camboya).

En algunos de estos contextos, completada felizmente la fase de fundación, ahora está en curso la de consolidación en cuanto respecta a las comunidades, las estructuras y el proyecto pastoral.

Precisamente en vistas de esta consolidación y reconociendo los resultados ya logrados, quiero indicar algunas urgencias. Las confío, de forma especial, a los misioneros que trabajan allí y a las Inspectorías responsables de las presencias misioneras.


El esfuerzo principal hay que dirigirlo a la formación. Con respecto a la inicial, construidas ya las sedes y fundadas las comunidades formadoras, es necesario pensar en la preparación del personal y en la creación de equipos que sean suficientes, tanto desde el punto de vista numérico como del cualitativo. Convendrá, al mismo tiempo, crear la comisión para la formación y promover la elaboración del Directorio prescrito por los Reglamentos48. Asumiendo las orientaciones de las normas comunes y la experiencia del lugar, el directorio será un instrumento de inculturación según lo que he recordado en las páginas anteriores.

Se va imponiendo por todas partes la necesidad de conocer el humus cultural y religioso de los candidatos para hacer un discernimiento cuidado de sus capacidades y motivaciones y acompañarles pedagógicamente, para que interioricen las actitudes de vida consagrada y vivan de modo personalizado el genuino espíritu salesiano, convenientemente contextualizado. En la asimilación profunda y convencida del espíritu, además de la praxis externa, consiste la verdadera fundación del carisma en un país. Hay que cuidar, pues, las comunidades de formación, en especial en lo que se refiere al personal, a partir del prenoviciado.

La formación inicial, hoy, extrae su modelo y perfil de la formación permanente y mira a hacerla general y eficaz. La formación permanente es, pues, un aspecto indispensable de la consolidación. Implica el compromiso personal por la oración y por la vida espiritual, por la reflexión y el estudio, por la progresiva cualificación y preparación para la misión, de las que nunca se puede separar el trabajo de evangelización. Implica, también, la calidad de la vida de la comunidad local e inspectorial. Se ha constatado siempre y en todas partes que la eficacia de la evangelización depende del estilo comunitario de vida fraterna, de oración y de uno ordenado proyecto, más que del activismo individualista.

La Exhortación Apostólica Vita Consecrata recuerda que la comunión es ya misión por la fuerza de su testimonio evangélico. Quizás las “comunidades misioneras” más que las otras están llamadas a ser lugar de crecimiento permanente.

Se añaden, para cada uno, los períodos extraordinarios de actualización, síntesis y recuperación. Estos están pensados para un conveniente tiempo de reposo, pero sobre todo para volver a dar profundidad a la vida cotidiana y al compromiso de evangelización. Convendrá tenerlos con regularidad y que sean específicos.


Una segunda preocupación es la cualificación de nuestro trabajo educativo y pastoral. Indico, a la luz de la experiencia, algunos elementos que hay que tener en cuenta de manera especial.

Uno es la armonía e integración entre evangelización, promoción humana y educación.

La primera, la evangelización, constituye la finalidad principal. Es la razón de nuestro existir y de nuestras obras. A ésta hay que darle pues, como hemos dicho, la preferencia en cuanto a tiempos, medios, personas, cualificaciones y planes.

La educación es para nosotros camino y modalidad típica. Se refiere principalmente a los jóvenes, pero nos indica el estilo a seguir, también, con los adultos. Por su naturaleza se dirige, igualmente, a aquellos que no son cristianos y que no pretenden asumir la fe. A los cristianos les ofrece una formación humana completa que se complementa con el camino catequético y de iniciación en la fe.

La promoción humana es un aspecto indispensable de la evangelización. También ésta mira al hombre y a la sociedad en cuanto tal; tiene finalidades, métodos y dinamismos propios y puede asumir diversas orientaciones. Por esto Pablo VI califica como “evangélica”, “fundada en el Reino de Dios” la promoción que la Iglesia realiza. Esto debe manifestarse en la constancia y en el modo de actuar, de tal forma que haga evidente la finalidad específicamente religiosa de la evangelización, que perdería su razón de ser si se apartase del eje que la gobierna: El Reino de Dios, ante todo, en su pleno sentido teológico49.

Todo esto encuentra un instrumento de claridad, orientación y convergencia en el Proyecto Educativo y Pastoral, que motiva y sintetiza las diversas dimensiones de nuestro trabajo: La educativa y cultural, la de evangelización y catequesis, la comunitaria y asociativa y la vocacional.

Su elaboración y realización parecen necesarias para superar la improvisación y las visiones demasiado individualistas que se desequilibran hacia algún lado y se apartan de su finalidad. El decidirse a prepararlo y a ponerlo en práctica será una oportunidad para pensar de nuevo la acción y una oportunidad de convergencia comunitaria y de formación permanente.

La pastoral no logra sus fines y el proyecto no garantiza el funcionamiento, si no se considera como lo más importante la cualificación de las personas. En este caso nos referimos a los neófitos, a los fieles, a los colaboradores, a los animadores, a los padres y, en general, a las personas disponibles para procesos formativos. A algunas de estas categorías es necesario dedicar cuidados especiales. La experiencia que hacen les ofrece la oportunidad de entrar en contacto más profundo con Cristo y el trabajo que realizan incide de forma determinante en la comunidad cristiana. Me refiero a los catequistas y a los educadores.

Pretendo, prácticamente, reclamar, con energía, la atención de todos a invertir en la formación de las personas: El mayor número posible y al más alto nivel.

Revísese el empleo del dinero para distribuirlo en el mantenimiento de las actividades más importantes y revísese el empleo de las estructuras y la orientación de nuestras ocupaciones, a fin de que aquello que es sólo instrumental no impida lo que es principal. Incluso en las misiones, la comunidad debe funcionar como “núcleo animador”


Una tercera atención se dirige a las condiciones para que el evangelio y el carisma salesiano se arraiguen en los diversos contextos. La inculturación no es una operación hecha por algunos expertos en un despacho. Es la vida cristiana y salesiana que progresa y va produciendo una síntesis característica entre evangelio y costumbres.

Se va realizando en primer lugar en nosotros. Exige un sentido de pertenencia al lugar, de aprendizaje y uso diario de la lengua, de asunción de las costumbres, mejoradas si se quiere, de participación en las relaciones más sencillas y humildes, de comprensión y apropiación de la religiosidad popular. En una palabra, hacerse del lugar y ser considerados como tales, “hacerse todo para todos”.

Este camino (pertenencia, lengua, costumbres inserción popular), comenzado ya por aquellos que dan los primeros pasos en una misión, facilitará la convivencia con las generaciones nativas y el traspaso de los poderes a ellos, en el momento oportuno.

A esto mira la creación de circunscripciones que reagrupan presencias, refuerzan el sentido de pertenencia, crean corresponsabilidad y permiten la creación de comunidades compuestas por hermanos provenientes de diversas naciones, que deberán modelar el tipo de vida bajo el criterio de la inserción y de la inculturación.

A la inculturación, a la calidad de la evangelización, a la comunicación del espíritu salesiano, a la transmisión de la “memoria” contribuyen, también, los archivos, las bibliotecas especializadas en la cultura local, la recogida de material etnográfico y de todo aquello que documenta el camino misionero.

Las misiones salesianas de los primeros tiempos tuvieron muy en cuenta esta dimensión histórica que respondía a las recomendaciones de los superiores, a partir de Don Bosco, y a la preparación cultural de los pioneros. Es una preocupación que hay que reanudar hoy.



8. Nuevas fronteras.


Estamos madurando varios proyectos misioneros, todos prometedores. Las expectativas que se manifiestan en las zonas donde se comenzarán, la riqueza humana y cultural con la cual se está en contacto y las necesidades extremas a las cuales se dará respuesta, animan a emprenderlos. Son campos preparados para la siega. Os los presento para hacer más concreta la reflexión y compartir con vosotros la alegría de las perspectivas de futuro

En África, además del reforzamiento y la organización de las presencias establecidas anteriormente, caminamos hacia adelante insertándonos en nuevos contextos: Zimbabwe, Malawi y Namibia.

En Asia está en plena actividad la primera presencia de Camboya: Un vasto y moderno centro de formación profesional con 500 jóvenes con posibilidad de un centro juvenil y de acción misionera. Se está abriendo una segunda obra, al mismo tiempo que se examinan las posibilidades que ofrece Laos. Recientemente se han establecido comunidades en las Islas Salomón y en el Nepal, y se piensa comenzar la fundación de Pakistán, a la cual se enviarán cuatro hermanos en el segundo semestre de 1998. Todas las Inspectorías de la India han comenzado nuevas iniciativas misioneras.

Está, además, la China donde se vislumbran tiempos nuevos llenos de promesas por las dimensiones del territorio y de la población, por las características humanas, los antecedentes misioneros y los fermentos religiosos. El trabajo por el momento se desarrolla en formas muy originales y atípicas. El futuro presenta signos de esperanza e interrogantes. Normalmente, la Congregación sigue los acontecimientos políticos para dirigir sus pasos hacia una firme presencia apenas se den las condiciones. Con estas perspectivas se reciben ya solicitudes de candidatos que se sienten llamados a trabajar allí.

En Europa hay que apoyar algunas comunidades de reciente formación, como en Albania, mientras se procede a establecer la obra en Rumanía con la implicación de las Inspectorías de Venecia y de Austria. Don Bosco nos ha precedido y la difusión de su biografía ha suscitado vocaciones locales, que están realizando ya las primeras fases de formación.

En América miramos a Cuba, donde en los últimos años hemos tenido el signo positivo del resurgir de vocaciones y donde las necesidades del contexto cristiano parecen inmensas para la escasez de fuerzas. Y en el nuevo clima de colaboración y solidaridad trazado en el CG24 y reafirmado en el Sínodo de América, proyectamos presencias entre los emigrantes de habla española en los Estados Unidos.

Hay, además, dentro de las naciones, indígenas a los cuales anteriormente hemos atendido y que continuaremos haciéndolo. A éstos se añaden hoy los numerosos grupos de afro-americanos, para los cuales, siguiendo las líneas de la Iglesia de América, estamos estudiando algún proyecto.

Cierro estas líneas apuntando al doloroso problema de los refugiados, que son millones, especialmente en África, y donde las consecuencias más graves caen sobre los muchachos y los jóvenes. He confiado al Dicasterio para las misiones que elaboren una hipótesis de acción, partiendo del conocimiento de este fenómeno en cada continente, para llegar a iniciativas significativas en el frente educativo y pastoral.

La mies es mucha”. Siguiendo el ejemplo de Don Bosco y de sus sucesores, que presentaron a la Congregación nuevas empresas misioneras para suscitar generosidad, hago, también yo, una llamada a los hermanos que sienten el deseo y la invitación a ponerse a disposición del Señor. La dirijo a todos. La presencia de los ancianos puede resultar providencial, por el testimonio, la oración y la aportación de sabiduría, en comunidades misioneras bastante jóvenes. Igualmente puede ser precioso para las misiones aquel tiempo de la propia vida que en muchas naciones no se emplea en actividades docentes. Querría que escucharan esta llamada especialmente los jóvenes.

La generosidad misionera ha sido una de las razones de la buena salud y de la expansión de la Congregación durante el primer siglo y medio de vida. Estoy convencido de que sucederá lo mismo en el futuro.

Querría, en esta llamada, poner dos acentos especiales. El primero se refiere a las Inspectorías que hoy gozan de abundancia de vocaciones. Durante mucho tiempo han sido las Inspectorías de Europa las que han provisto el mayor número de misioneros y gracias a éstas la Congregación está en otros continentes. En el reciente congreso europeo sobre las vocaciones, celebrado en Roma, se ha constatado que la aportación de las Iglesias europeas a la misión “ad gentes” en los últimos veinticinco años, ha disminuido en el 80%, mientras continúa, todavía, por parte de éstas una ejemplar solidaridad económica y de asistencia varia. Al mismo tiempo se está haciendo consistente la contribución de otros continentes, como he podido constatar en la entrega del Crucifijo a los que partían en la 127 expedición misionera.

Juan Pablo II, en la conclusión de la Encíclica Redemptoris Missio afirma: “Veo alborear una nueva época misionera, que se convertirá en un día radiante y rico en frutos, si todos los cristianos y en especial los misioneros y las jóvenes Iglesias responden con generosidad y santidad a las llamadas y a los desafíos de nuestro tiempo”50. También nosotros debemos infundir mentalidad y entusiasmo en las Inspectorías de reciente floración y abrir a los jóvenes las posibilidades del mundo.

La reciprocidad misionera nos debe hacer disponibles para compartir mutuamente medios, personas y ayudas espirituales.

El segundo acento se refiere a la implicación de los seglares en la misión “ad gentes”. Al mismo tiempo que el crecimiento general de la conciencia del laicado y de su participación en la comunión y misión de la Iglesia, ha ido aumentando su atención a la misión “ad gentes”. Se difunde el deseo, las solicitudes crecen, se va mejorando la preparación de los candidatos y se buscan formas de hacer posible la participación con las peculiaridades de sus condiciones. Anunciar la buena noticia es un deber-derecho de los seglares fundamentado en su dignidad bautismal. Estamos asistiendo a una movilización sin precedentes de los voluntarios comprometidos en primera línea en la pastoral de las Iglesias y en la promoción humana desarrollada con sentido cristiano.

El CG24 ha reafirmado de muchas formas esta posibilidad de compromiso misionero de los seglares. Es hora de ir más allá de lo que se ha hecho hasta ahora y caminar hacia formas más amplias y organizadas de un laicado misionero salesiano.



9. Juntos hacia el 2000.


Todos estamos llamados a esta obra de consolidación y a otras nuevas empresas para la extensión del Reino. Las “misiones” forman parte de la única misión eclesial. Las salesianas forman parte de la única misión salesiana. Se realizan, sin solución de continuidad, allí donde la Iglesia debe anunciar el Evangelio o la Congregación está llamada a ofrecer el proprio carisma.

Entre aquellos que trabajan en las diversas “misiones”, se da una profunda comunión de bienes y una misteriosa solidaridad de esfuerzos y resultados.

Compartamos el rasgo misionero de la espiritualidad salesiana, deseando que la luz del Evangelio llegue a todos. Compartamos la praxis misionera para que la prioridad del anuncio, la apertura al diálogo religioso, el movimiento de inculturación, el esfuerzo de consolidar la comunidad a través de la formación de las personas, sean aceptados por todas partes en la medida que cada circunstancia lo requiere. Compartamos la vida misionera, participando en los acontecimientos gratificantes y en los tristes e intentando ver en ellos la voluntad de Dios, a través de la información y de la lectura evangélica de los acontecimientos. Mantengámonos en comunión con los misioneros sobre todo por medio de la oración diaria y en fechas y circunstancias especiales marcadas por nuestra memoria, por las indicaciones de la Iglesia y por especiales acontecimientos.

Expresión de la misma participación es una pastoral juvenil que en el camino de la fe hace vivir intensamente la dimensión misionera de la Iglesia. En los itinerarios de maduración humana, de profundización de la fe, de experiencia de iglesia y de orientación vocacional hay lugar para muy diversos estímulos provenientes del mundo de las misiones. En el asociacionismo juvenil se encuentran espacios para grupos de finalidad apostólica diversa que se inspiran en el interés por las misiones. En ellos se cultivan y florecen aptitudes y actitudes cristianos, como la prontitud en el darse, el aprecio por otras culturas, la capacidad de ir más allá de las apariencias de las personas, el sentido comunitario del trabajo y de la acción, el gusto por la comunicación y mundialidad.

Expresión de participación es, también, la difusión de la sensibilidad misionera o el testimonio de nuestra vida pobre, entre la gente cristiana o simplemente de buen corazón. Se debe hacer en conformidad con los principios y las finalidades de la evangelización, y no sólo según las técnicas de la publicidad y de la captación de adhesión. La aportación de las Procuras misioneras, mundiales, interinspectoriales e inspectoriales, ha hecho posibles el comienzo y el crecimiento de muchos proyectos misioneros y continúa siendo, todavía, el signo del compromiso de muchas personas en la empresa misionera y de aquel sentido concreto que nos ha caracterizado desde la primera expedición.

Todo esto hay que vivirlo, es casi superfluo decirlo, no con mentalidad puramente funcional, sino con el deseo de no prescindir de nada, para que muchos tengan la felicidad de experimentar la salvación de Cristo.

La proximidad del 2000 nos invita a dar una nueva prueba de nuestra capacidad de emprender juntos iniciativas misioneras importantes.

Se recordarán, entonces, los 125 años de la primera expedición misionera. En nuestra historia no se ha dejado pasar ninguna fecha importante de este acontecimiento sin señalarla con especiales celebraciones.

Al comienzo del siglo tocó a don Rua conmemorar el 25 aniversario. Los Salesianos de América deseaban ardientemente su presencia en aquel continente y buscaron a tal fin importantes influencias, que, sin embrago, no dieron el resultado apetecido51. Las celebraciones, con todo, se tuvieron, con la presencia del Catequista general, don Pablo Albera, con ocasión del Congreso internacional de los Cooperadores de Buenos Aires, segundo después del de Bolonia52.

Más célebre es la conmemoración del 50 aniversario, en 1925, querida por el Beato Felipe Rinaldi y que coincidía con un año jubilar. El punto primero de su programa consistía en “una gran función y una numerosa expedición misionera”53. Tal expedición se preparó. Estaba compuesta por 172 Salesianos y 52 Hijas de María Auxiliadora. Tocó al Cardenal Cagliero bendecirla y entregar los crucifijos a los misioneros que partían.

En el 75 aniversario, don Pedro Ricaldone, pidió una aportación extraordinaria de personal a las inspectorías que habían sido las destinatarias de los primeros esfuerzos misioneros e impulsó la fundación de algunos aspirantados misioneros fuera de Europa

En 1975, a los cien años de la fecha que nos es tan querida, don Luis Ricceri invitó a recordarla con algunas iniciativas prácticas de las cuales la segunda era: Una expedición misionera digna del centenario. “Voy, ahora, - decía – a haceros no una propuesta, sino una ferviente invitación. La Congregación, agradecida al Señor por todo el bien que ha podido hacer a las almas en estos cien años y consciente de lo mucho que falta por hacer, confiada en la Providencia que sabrá recompensar el gesto de quien deja la Inspectoría por las misiones, suscitándoos nuevas y generosas vocaciones, se propone realizar una expedición misionera digna del acontecimiento”54.

Las dimensiones de la Congregación y la vitalidad de las nuevas Inspectorías, el ensanchamiento del mundo y las nuevas zonas de sementera nos invitan a poner en práctica la reciprocidad misionera.

Os propongo, de cara al 2000, formar un manojo, con la aportación mínima de un hermano por Inspectoría, para consolidar las obras comenzadas hace poco y avanzar sobre los campos que se están abriendo. Las Inspectorías que tienen más vocaciones podrán contribuir según su riqueza, comenzando ya desde ahora una sensibilización y motivación en los hermanos jóvenes. De esta forma cumpliremos la llamada del Papa a una nueva evangelización con el agradecimiento al Señor por las casi 10.000 vocaciones misioneras mandadas a nuestra Congregación.



Conclusión.


Al final de esta reflexión mi pensamiento vuelve a María Auxiliadora. Por algo nuestras expediciones parten de la Basílica a Ella dedicada como centro de irradiación de la fe y de la Congregación. Si bien hoy, a causa de la descentralización misionera, los puntos de partida son muchos, la entrega del crucifijo ante María Auxiliadora será, siempre, el gesto con el que la Congregación Salesiana, en cuanto tal, renueva su compromiso misionero.

El cuadro que la representa nos da una síntesis de espiritualidad misionera con la referencia al Padre que es el origen de la misión, a la Encarnación del Hijo, que es la primera misión, fuente de todas las demás, y a la presencia del Espíritu enviado a animar a la Iglesia, a su vez, mandada a evangelizar el mundo.

María nos hace pensar en la palabra acogida en la Anunciación, en el anuncio gozoso llevado en la Visitación, en la palabra meditada en el nacimiento de Jesús y, progresivamente, hecha vida en la participación en el ministerio público, plenamente realizada en la unión a la pasión, muerte y resurrección de Jesús.

Los territorios donde hemos sembrado están, hoy, casi todos, marcados por un santuario de María Auxiliadora. Las comunidades que se han formado enseñan a invocarla. Las tres comunidades cristianas con las cuales hemos celebrado la Eucaristía en China han solicitado, espontáneamente, en el momento de la despedida, la bendición de María Auxiliadora. Es una práctica y un recuerdo que tantos años de aislamiento no han logrado borrar y a los que está unida a la fe.

A Ella, que ha preparado y guiado nuestra historia misionera, confiamos nuestro presente y nuestros proyectos futuros.



Juan Vecchi

1 Jn. 4, 35

2 Jn. 4, 35

3 Jn. 4, 34

4 Jn. 4, 35

5 Jn. 4,38

6 Jn. 4, 37

7 Mc. 16, 15

8 Jn.4, 23

9 Jn. 4, 22

10 Mt. 9, 37

11 Const. 34

12 CERIA E., Annali, Vol. I, pag. 252

13 Const. 30

14 ACG n.359, abril-junio 1997

15 CERIA E. Annali, Vol I, pag. 252

16 Cfr. Const. 30; Reg. 11. 18. 20. 22

17 EN 69

18 RM 69

19 VC 72

20 VC 78

21 VC 79

22 Cfr. VC 79. 102

23 EA 90

24 Cfr. EN 17

25 EA 57

26 ibidem.

27 EN 31

28 Const 31

29 Const 34

30 CGS 337

31 CGS 339

32 CGS 341

33 Cfr. EA 59-64

34 Cfr. ACG 316, 336, 342

35 Cfr. CG24 15. 55. 131. 255

36 Cfr. 1 Jn 1, 1

37 Act. 17, 30

38 Cfr. 1 Cor 11, 23-26

39 Cfr. EN 20

40 Cfr. EN 45

41 Cfr. LG 16

42 TMA n. 6

43 Cfr. DEV 53

44 Cfr. LG 17; AG 3. 15; RM 28

45 Const. 17

46 Const. 30

47 Cfr. VC 102

48 Cfr. Reg. 87

49 Cfr. EN 32

50 RM 92

51 Cfr. CERIA E., Annali, vol. III, pag. 106

52 Cfr. ib., pag. 104-128

53 Actas del Consejo Superior, 17.6.1925

54 Carta de don Luis Ricceri a los Salesiani, Carta 35, “En el Centenario de las misiones salesianas”, Vol 2, pag. 779

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