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actas
del consejo general
de la sociedad salesiana
de San Juan Bosco
ÓRGANO OFICIAL DE ANIMACIÓN Y COMUNICACIÓN PARA LA CONGREGACIÓN SALESIANA
Separata del núm. 405
septiembre-diciembre de 2009
CARTA DEL RECTOR MAYOR
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SIGLAS
ACG
Actas del Consejo General
ACS
Actas del Consejo Superior
ACCSA Associazione Cultori Storia Salesiana
ADMA A sociación de Devotos de María Auxiliadora
ANS Agencia de Noticias Salesianas
ASC Archivo Salesiano Central
BS
“Boletín Salesiano”
CG 26 Capítulo General XXVI
Const. (C.)Constituciones de los Salesianos de Don Bosco
FMA
Hijas de María Auxiliadora
FS
Familia Salesiana
ICCInspectoría Circunsc. Italia Central
ICPInspectoría Circunsc. de Piamonte
ILE
Inspectoría Lombardo-Emiliana
IME
Inspectoría Italia-Meridional
INE
Inspectoría Italia Nordeste
ISS
Istituto Storico Salesiano
LAS
Libreria Ateneo Salesiano
LG
"Lumen Gentium"
MB      M emorie Biografiche di san Giovanni Bosco
MBe      M emorias Biográficas de san Juan Bosco, edición española
NMI
“Novo Millennio Ineunte”
PJ
Pastoral Juvenil
RReglamentos Generales SDB
RN
“Rerum Novarum"
RSS
Ricerche Storiche Salesiane
SEI
Società Editrice Internazionale
SDB
Salesianos de Don Bosco
SLK
Inspectoría de Eslovaquia
Central Catequística Salesiana
Alcalá, 166 / 28028 Madrid
Edición extracomercial
Imprime: GRAFISUR, S.L. (Madrid)
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CARTA DEL RECTOR MAYOR
«Sucesor de Don Bosco: hijo, discípulo, apóstol»
FIGURA HUMANA Y ESPIRITUAL
DEL BEATO MIGUEL RUA
En el Centenario de su muerte
1. Don Rua, «el fidelísimo de Don Bosco». Las seis palabras misteriosas que
vuelven.– Dos asuntos urgentes: uno para Don Bosco y otro para Miguel.– Una car-
ta profética en su mesa.– Ser Don Bosco en Mirabello Monferrato.– «Hacerse Don
Bosco aquí, en el Oratorio».— 2. Don Rua, «la Regla viviente». Todo el trabajo se
ha acabado. ¿Acaba también para Don Rua?– Don Bosco le comunica su mente
y su corazón.– Hacerse Don Bosco día a día.– Las ‘Reglas’ aprobadas se convier-
ten en el camino de la santidad.– «Don Rua me estudiaba a mí y yo estudiaba a
Don Rua».– La mano de Don Bosco en la de Don Rua.— 3. Don Rua, la fidelidad
a la vida consagrada «para toda la vida». Fidelidad fecunda a Don Bosco.– Je-
sús: alimento en la Eucaristía y amor misericordioso en su Corazón.– «Todo lo que
tenemos se lo debemos a María Santísima Auxiliadora».– Obediencia.– Pobreza.–
Castidad.— 4. Don Rua, «el evangelizador de los jóvenes». Nuevos campos de
trabajo pastoral.– Entre los obreros y los hijos de los obreros.– Entre los mineros de
Suiza.– Emigrante entre los emigrantes.– Arriesgar todo lo que se puede arriesgar,
como Don Bosco.– «Aquella sencillez con la que trataba de acompañar sus obras».—
Conclusión. Oración para pedir la canonización del Beato Miguel Rua.
Roma, 8 de septiembre de 2009
Fiesta de la Natividad de María
Queridos Hermanos:
Ya hace tiempo que no os escribo. No ha sido descuido mío y me-
nos aún falta de deseo de hacerlo; al contrario, bien sabéis cómo os
quiero y cómo os llevo en el corazón. Al visitar las Inspectorías me he
dado cuenta, una vez más, de que las circulares, como los diferentes
documentos de la Congregación, viajan a velocidades diferentes. Esto
se debe a muchas causas y no es la menor el retrasos por las traduc-
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ciones. Entonces sucede que las aportaciones se acumulan y al final
corren el riesgo no imaginario de que no se lean; de ese modo se
pierde la oportunidad de reforzar nuestra identidad carismática y de
compartir la reflexión sobre nuestra vida y misión. Hablando, pues,
con el Consejo General, he tomado la decisión de reducir a tres —en
vez de las cuatro actuales— las circulares de cada año, una de las cua-
les se dedicará a la presentación y al comentario del Aguinaldo. Tam-
bién las Actas del Consejo tendrán de ese modo una cadencia cua-
trimestral, con salida en enero, mayo y septiembre. Espero que esta
decisión ayude a valorar mejor nuestra literatura salesiana, a profundi-
zar en ella y a convertirla en vida. Sólo así podrá alcanzar el objetivo
fundamental de crear una «cultura salesiana» en la Congregación.
En este periodo se han dado hechos muy importantes e intere-
santes, que han implicado de modo especial al Rector Mayor, que
habéis podido seguir por medio de ANS en nuestro sitio sdb.org y
en algunos casos por medio de la televisión o su emisión en directo.
Os recuerdo algunos: la predicación de los ejercicios espirituales a
los Directores de las Inspectorías ICC, ICP, ILE, INE, pertenecientes
a la Región Italia y Oriente Medio, que es uno de los servicios más
cualificados de animación del Rector Mayor, orientado a promover
el crecimiento vocacional; la participación en ‘Fiesta Jóvenes’ de la
Inspectoría INE en Jesolo, que me ha ofrecido la oportunidad de ver
y apreciar una de las experiencias de pastoral juvenil más logradas;
la reunión con los Inspectores de Polonia y de la Circunscripción
del ESTE, en la que hemos reflexionado juntos sobre la relación de
estas Inspectorías con las de la Región Europa Norte, con el resto de
Europa y con el Rector Mayor y el Consejo General; sobre el nuevo
contexto, tan diferente del de los años del nazismo y del comunismo
en el que estas Inspectorías se encuentran hoy viviendo el carisma
salesiano; en el papel de estas Inspectorías en el ‘Proyecto Europa’.
La visita a la Circunscripción del ESTE ha tenido el objetivo de cons-
tatar el camino hecho desde su constitución, de profundizar en los
retos y propuestas hechos por el Consejo inspectorial y por la Dele-
gación ucraniana y por otras partes de las Circunscripción de indicar
las líneas que hay que asumir en el momento presente.
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CARTA DEL RECTOR MAYOR
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Ha habido además otros acontecimientos en los que he participa-
do: la celebración del 150 aniversario de la fundación de la Congre-
gación en la Inspectoría ICP en Turín, que, de algún modo, es una
muestra de lo que las Inspectorías están viviendo y que alcanzará su
cima el 18 de diciembre, fecha en la que estamos todos invitados a re-
novar nuestra profesión; la participación en el primer Forum del MJS
de la nueva Circunscripción ICC, con ocasión del 50 aniversario de la
inauguración del Templo Don Bosco en Cinecittà y del comienzo de
la peregrinación de la urna de Don Bosco; la clausura del Congreso
Nacional ADMA de España en Alicante; la predicación de los ejercicios
espirituales en la Inspectoría de Valencia y la visita a la Inspectoría de
Sevilla; la participación en varias reuniones de la Unión de Superiores
Generales, como Presidente, y en la Asamblea Semestral sobre el tema
«Cambios geográficos y culturales en la Iglesia y en la vida consagra-
da: retos y perspectivas»; la sesión plenaria del Consejo General de ju-
nio y julio, incluida la peregrinación sobre las huellas de San Pablo; la
acogida del Santo Padre en nuestra casa de Les Combes; y por último
la primera reunión de la Comisión para el ‘Proyecto Europa’.
Me agrada comenzar esta nueva etapa de nuestra comunicación
con una carta del primer Sucesor de Don Bosco, abriendo así el Año
dedicado a Don Rua en el Centenario de su muerte, ocurrida el 6
de abril de 1910. Para profundizar en su figura, dentro de poco ten-
dremos en Turín el Quinto Congreso Internacional de Historia de la
Obra Salesiana, organizado por la ACCSA y por el ISS, como prepara-
ción al Congreso Internacional de la Congregación Salesiana que cele-
braremos en Roma en 2010. Agradezco desde ahora a la "Associazione
Cultori Storia Salesiana", al "Istituto Storico Salesiano" y a la Comisión
para el Congreso Internacional, que han asumido con entrega, respon-
sabilidad y competencia esta tarea que les había confiado1.
  1 La Comisión para el Congreso Internacional sobre Don Rua, presidida por don Francesco Motto,
ha promovido también la digitalización de todas las cartas de Don Rua, realizada por el Salesia-
no Coadjutor Sr. Giorgio Bonardi y puesta a disposición en el sitio de la Dirección General, y la
biografía escrita por don F. Desramaut, con el título «Vie de Don Michel Rua, Premier successeur
de Don Bosco», publicada en francés por la Libreria Ateneo Salesiano y próxima a ser traducida
e impresa en otras lenguas.
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«Recordando a Don Rua» podremos conocer una parte funda-
mental de la historia de nuestra Congregación y una figura que
ilustra su identidad. Esta carta no pretende ser una minibiografía
alternativa a la obra escrita por don F. Desramaut, que os invito a
leer, sino una aproximación a su perfil humano y espiritual, a través
de un estudio de lo escrito hasta ahora y partiendo sobre todo de
la «Positio»2 preparada con vistas a su causa de beatificación. Espe-
ramos ver pronto canonizado a Don Rua; para esto lo invocaremos
pidiendo a Dios ayudas y gracias por su intercesión.
1. DON RUA, «EL FIDELÍSIMO DE DON BOSCO»
«Don Rua fue el fidelísimo, y por eso el más humilde y al mismo
tiempo el más valiente hijo de Don Bosco»3. Con estas palabras dichas
con tono resuelto, el 29 de octubre de 1972, el Papa Pablo VI esculpió
para siempre la figura humana y espiritual de Don Rua. El Papa, en
aquella homilía pronunciada bajo la Cúpula de San Pedro, delineó al
nuevo Beato con palabras que casi cincelaron esta característica suya
fundamental: la fidelidad. «Sucesor de Don Bosco, es decir continua-
dor: hijo, discípulo, imitador… Hizo del ejemplo del Santo una escue-
la, de su vida una historia, de su regla un espíritu, de su santidad un
tipo, un modelo; hizo de la fuente, una corriente, un río». Las palabras
de Pablo VI elevaban a una altura superior la historia terrena de este
«sutil y enflaquecido perfil de sacerdote». Descubrían el diamante que
había brillado en la trama suave y humilde de sus días.
Había empezado un día lejano con un gesto extraño. Con ocho
años, huérfano de padre, con una ancha cinta negra cosida por su
madre en la chaqueta, había tendido la mano para obtener una me-
dallita de Don Bosco. Pero a él, en vez de la medalla, Don Bosco
le había entregado su mano izquierda, mientras que con la dere-
cha hacía el gesto de cortársela por la mitad. Y le repetía: «Tómala,
  2 Sacra Rituum Congregatione. Taurinen. Beatificationis et Canonizationis Servi Dei Michaëlis Rua
Positio super virtutibus— Romae, Typis Guerra et Belli 1947
  3 Pablo VI, Homilía en la beatificación de Don Rua, Roma, 29 de octubre de 1972
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CARTA DEL RECTOR MAYOR
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Miguelito, tómala». Y ante aquellos ojos bien abiertos que le miraban
sorprendidos, había dicho seis palabras que serían el secreto de su
vida: «Nosotros dos lo haremos todo a medias».
Y en lenta progresión comenzó aquel formidable trabajo compar-
tido entre el maestro santo y el discípulo que hacía a medias con él
todo y siempre. En los primerísimos años Don Bosco quiso que Mi-
guel estuviese con él, pero que cada noche volviese a cenar y a dor-
mir con su madre, la señora Giovanna María. Pero cuando venía al
Oratorio, Don Bosco, ya en aquellos primeros años, quería que estu-
viese junto a él también en la mesa.4 Miguel empezaba a asimilar así
la manera de pensar y de conducirse de Don Bosco. «Me hacía más
impresión —dirá más tarde— observar a Don Bosco en sus actos
más menudos, que leer y meditar cualquier libro devoto».5 Estando
con Don Bosco, tenía que acumular en aquel cuerpo minúsculo tan-
ta serena fuerza que le bastase para toda la vida, en la que debería
desplegar una energía continua.
Las seis palabras misteriosas que vuelven
El 3 de octubre de 1852, durante la excursión que los mejores
jóvenes del Oratorio hacían todos los años a I Becchi por la fiesta de
la Virgen del Rosario, Don Bosco le hizo ponerse el hábito eclesiás-
tico. Miguel tenía 15 años. Por la noche, volviendo a Turín, Miguel
venció la timidez y le preguntó a Don Bosco: «¿Recuerda nuestros
primeros encuentros? Yo le pedí una medalla, y usted hizo un ges-
to extraño, como si quisiese cortarse la mano y dármela, y me dijo:
‘Nosotros dos haremos todo a medias’. ¿Qué quiso decir?». Y él res-
pondió: «Pero querido Miguel, no lo has entendido aún? Pues está
clarísimo. Pero irás teniendo más años y comprenderás mejor lo que
quería decirte: En la vida nosotros dos lo haremos siempre todo a
medias. Dolores, preocupaciones, responsabilidades, alegrías y todo
lo demás lo tendremos en común». Miguel quedó en silencio, lleno
  4 M. Wirth, Da Don Bosco ai nostri giorni, LAS Roma 2000, p. 265.
  5 A. Amadei, Il Servo di Dio Michele Rua, vol I, SEI Turín 1931, p. 30.
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de silenciosa felicidad: Don Bosco, con palabras sencillas, le había
hecho su heredero universal.6
Don Julio Barberis había sido elegido primer maestro de novicios
salesianos, porque Don Bosco había descubierto en él un finísimo
explorador y educador de almas. Con diez años menos, vivió junto a
Miguel Rua 49 años como discípulo, hermano, confidente, amigo. Y
en el proceso de beatificación fotografió así su íntima personalidad:
«Su empeño fue siempre entrar en las ideas de Don Bosco, renunciar
al propio punto de vista y a los propios criterios, para conformarse»
a la visión de Don Bosco. «Apenas supo que tenía intención de fun-
dar la Congregación Salesiana, inmediatamente, el primero, le hizo
voto de obediencia». Era el 25 de marzo de 1855 y Miguel tenía 18
años. «Desde entonces no pensó más que renunciar a su voluntad
para hacer la voluntad del Señor expresada por Don Bosco».7
Don Bosco no le mandaba nada; sólo le hacía conocer sus de-
seos. Y para Miguel eran órdenes, sin pensar en lo que le iban a
costar. Fueron deseos de Don Bosco, prontamente realizados por
Miguel, la enseñanza de la religión a los jóvenes internos, el cuidado
de los enfermos de cólera en la terrible peste de 1854, la enseñanza
del novísimo y complicado sistema métrico decimal, la asistencia
constante en el enorme comedor, en el patio, en la iglesia, la direc-
ción del Oratorio festivo de San Luis cuando don Leonardo Murialdo
tuvo que retirarse, la copia, hecha de noche, con su nítida y ordena-
da caligrafía, de las páginas enmarañadas de la Historia de Italia de
Don Bosco y de las páginas atormentadas de las primeras Reglas de
la Sociedad de San Francisco de Sales.
Al comienzo de 1858 Don Bosco tuvo que bajar a Roma con el
Papa y lleva consigo a Miguel Rua. Tiene la memoria fresca y ágil
de sus 21 años, y anota cada detalle. Escucha al Papa hablar con
Don Bosco. Los días siguientes acompaña a Don Bosco en la visita a
Cardenales y a grandes personalidades, y ve la extraordinaria estima
que todos tienen de él.
  6 Cf. A. Auffray, Don Miguel Rua, el primer sucesor de Don Bosco, (traducción, del original francés,
de Basilio Bustillo). Central Catequística Salesiana, Madrid 1957, pp. 48-49.
  7 Positio, p. 912.
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Dos asuntos urgentes: uno para Don Bosco y el otro para Miguel
Cuando en abril de aquel 1858 vuelven a Turín, hay dos asuntos
urgentes que resolver. Don Bosco toma uno para sí y el otro se lo
confía a Miguel. Al irse a Roma, Don Bosco había confiado la direc-
ción del Oratorio a don Víctor Alasonatti, un sacerdote piadoso, pero
más bien tímido, que tenía tres años más que él y que había ido a
ayudarle. Don Bosco había querido siempre el Oratorio como una
gran familia. Don Alasonatti, en los meses de ausencia de Don Bosco,
lo había transformado en un disciplinado cuartel. Don Bosco le dice
a Miguel: «Hay que reconstruir lo antes posible la gran familia. Ponte
a ello». Y él piensa. Se propone como cometido ‘hacer de Don Bosco’.
Don Bosco, que sigue satisfecho su trabajo, debe dedicarse com-
pletamente al segundo asunto urgente: ahora que tiene el aliento
del Papa, debe fundar la Congregación Salesiana. Muchos jóvenes
buenos, crecidos y ayudados por él, le han prometido en el pasado
dedicarse junto a él a los jóvenes más pobres, uniéndose en una
Sociedad. Pero al llegar a lo concreto, no se han sentido animados
a ir adelante y lo han dejado solo. Ahora Don Bosco, en los meses
que siguen, tiene que apurar el tiempo, encontrar uno por uno a la
veintena de jóvenes que han decidido formar la primera Sociedad
Salesiana. Debe reunirlos aparte con frecuencia, hablar con calma,
explicar, aclarar, resolver dudas, vencer perplejidades. A veces lo lo-
gra, como con Juan Cagliero, a veces no, como con José Buzzetti.
Con Miguel Rua no tiene ni siquiera que hablar. Los días de
diciembre de 1859 próximos a la primera reunión oficial de los
‘inscritos’ en la Sociedad Salesiana, Miguel Rua los pasa haciendo
ejercicios espirituales para la ordenación como subdiácono, el 17 de
diciembre. Para él es obvio: lo antes posible será un sacerdote de
Don Bosco.
El 18 de diciembre de 1859 es domingo. Por la noche, diecio-
cho personas se reúnen en la habitación de Don Bosco, que en ese
momento es el Belén salesiano. Está realizándose la reunión de la
fundación de la «Pía Sociedad de San Francisco de Sales», es decir,
de los Salesianos. Los dieciocho rezan, declaran que se quieren unir
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en Sociedad para santificarse a sí mismos y para dedicar la vida a los
jóvenes abandonados y en peligro. Se tienen las primeras elecciones.
A Don Bosco, el fundador, le quieren todos como primer Superior
general. El subdiácono Miguel Rua, de 22 años, es elegido como
Director Espiritual de la Sociedad. Deberá, junto con Don Bosco,
trabajar en la formación espiritual de los primeros Salesianos. Miguel
no toma este nuevo cometido como un cargo ‘ad honorem’. Julio
Barberis, que está entre los jovencísimos y asiste a sus lecciones for-
mativas, testimonia: «Era diligentísimo en prepararse a las clases y a
estimularnos al estudio».8
Una carta profética en la mesilla
El 29 de julio de 1860 Miguel Rua es ordenado sacerdote. Juan
Bautista Francesia, siempre a su lado, testimonia: «Su preparación
fue extraordinaria. Pasó la noche de la víspera en oraciones y piado-
sas meditaciones».9 Por la noche de aquella jornada festiva e impor-
tantísima, Don Rua sube a la buhardilla que le sirve de alcoba, y en-
cuentra en la mesilla una carta de Don Bosco. Lee: «Tú verás mejor
que yo la Obra Salesiana pasar las fronteras de Italia y establecerse
en muchas partes del mundo. Tendrás que trabajar y que sufrir mu-
cho; pero, tú lo sabes bien, sólo a través del mar Rojo y del desierto
se llega a la Tierra Prometida. Sufre con valentía; y tampoco aquí
abajo te faltarán los consuelos y las ayudas del Señor».
Ya es ‘«don» Rua’ y vuelve diligentemente a asumir todas sus
ocupaciones. Juan B. Francesia, a quien la carga de trabajo de Don
Rua le parece excesiva, dice por aquellos días a Don Bosco: «¿Pero
por qué le hace hacer tantas cosas?». Y oye que le responde: «Porque
Ruas tengo solo uno».10 Año tras año el Oratorio se va convirtiendo
en una casa inmensa. Cada año los jóvenes crecen en numero de un
modo increíble. Llegarán a 800, de los que 360 serán artesanos. Los
  8 Positio, p. 51.
  9 Positio, p. 72.
10 Cf. Positio, p. 71.
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Salesianos, que crecen también de año en año, están entregados a
las clases, los talleres, los enormes patios. Para trabajar y coordinar
el trabajo de todos, con la supervisión de Don Bosco, está Don Rua.
Don Julio Barberis, que es ya un sabio maestro de novicios, al
pasar los años testimoniará: «Tantas ocupaciones a cualquiera po-
drían dejar sin tiempo para la oración y el espíritu religioso. En Don
Rua el espíritu de oración y de meditación era como connatural. La
obediencia a su Superior era de grado admirable. Había empeza-
do en aquel tiempo una vida de mortificación y de negación de sí
mismo verdaderamente extraordinaria. Yo, que había entrado hacía
poco en la Casa de Don Bosco, estaba asombrado. Recuerdo que,
hablando con los amigos, estábamos todos convencidos de que era
un santo. Y también Don Bosco estaba convencido, y nos lo decía».11
Ser Don Bosco en Mirabello Monferrato
En 1863 Don Bosco hizo dar a su Obra un paso decisivo. Funcio-
naba bien en Valdocco, porque para dirigirla estaba la figura caris-
mática y paterna de Don Bosco. Pero trasplantada en otro lugar, sin
Don Bosco, ¿funcionaría? En la primavera de aquel año, Don Bosco
tuvo con Don Rua, que tenía 26 años, una reunión confidencial e
intensa. «Tengo que pedirte un gran favor. De acuerdo con el Obis-
po de Casale Monferrato he decidido abrir un ‘Seminario Menor’ en
Mirabello. Pienso mandarte a ti para dirigirlo. Es la primera obra que
los Salesianos abren fuera de Turín. Tendremos mil ojos encima de
nosotros. Yo tengo plena confianza en ti. Te doy tres ayudas: cinco
de los Salesianos más seguros, entre los cuales está don Bonetti que
será tu ‘vice’; un grupo de muchachos, escogidos entre los mejores,
que llegarán de Valdocco para continuar las clases allí y para que
sean fermento entre los muchos nuevos que recibas; contigo irá tam-
bién tu madre».
Don Rua parte en octubre. Don Bosco le ha escrito cuatro pági-
nas con consejos preciosos que se copiarán después para cada nue-
11 Positio, pp. 48-49.
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vo Director salesiano: se consideran como uno de los documentos
más claros del sistema educativo de Don Bosco. Entre otras cosas,
escribió: «Todas las noches debes dormir al menos seis horas. Trata
de hacerte amar antes que hacerte temer. Intenta pasar en medio
de los jóvenes todo el tiempo del recreo. Si aparecen cuestiones de
cosas materiales, gasta todo lo que haga falta, con tal de que se con-
serve la caridad». Don Rua resume todos estos consejos, que para
él son órdenes, en una sola frase: «En Mirabello trataré de ser Don
Bosco».
Después de algunos meses, la crónica del Oratorio, bajo la pluma
de don Rufino, anota: «Don Rua en Mirabello se porta como Don
Bosco en Turín. Está siempre rodeado de jóvenes, atraídos por su
amabilidad, y también porque les cuenta siempre cosas nuevas. Al
principio del año escolar recomendó a los profesores que no fuesen
por entonces demasiado exigentes». Después de dos años el ‘Peque-
ño Seminario’ rebosa de muchachos que dan esperanza de vocación
sacerdotal para la Diócesis de Casale y para la Congregación Salesia-
na. Entre ellos está Luis Lasagna, un muchacho inquieto, que llegará
a ser el segundo Obispo misionero salesiano en América del Sur.
En el verano de 1865 en la Obra Salesiana de Valdocco las cosas
no van bien. El administrador general don Alasonatti se está mu-
riendo; fallecerá el 7 de octubre. Otros cuatro Salesianos de los más
valiosos están fuera de combate por el trabajo agotador. El número
de los jóvenes ha superado los 700. La construcción del Santuario de
María Auxiliadora crece velozmente y exige gastos cada vez mayo-
res. Don Bosco está sumergido en la necesidad de pedir limosna por
medio de viajes, loterías, con una enorme mole de correspondencia.
Hace falta una persona que tome con seguridad en su mano la situa-
ción: la vida disciplinada de los jóvenes, la gestión material de los
talleres y de las escuelas, la vigilancia de los trabajos del Santuario.
Personas de ese calibre Don Bosco sólo conoce una: Don Rua. Y lo
manda inmediatamente llamar.
Don Provera, un gran Salesiano semi-inválido al que Don Bosco
confía las tareas más delicadas y difíciles, llega a Mirabello. Entra
en la dirección del Seminario Menor y encuentra que Don Rua está
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CARTA DEL RECTOR MAYOR
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escribiendo una carta. «Don Bosco te pide que dejes la dirección a
don Bonetti y vengas enseguida a Valdocco. Don Alasonatti está mu-
riéndose. Cuando estés preparado, partimos». Don Rua llama a don
Bonetti y le transmite algunas consignas. Después va a saludar a los
muchachos que están en clase. Abraza a su madre diciéndole: «Don
Bosco me llama. Tú por ahora quédate aquí: la cocina y el ropero te
necesitan. Después ya te diré». Toma el breviario y le dice a don Pro-
vera: «Ya estoy dispuesto, vamos».
Wirth agudamente nota: «Le experiencia de Mirabello sirvió para
desarrollar su espíritu de iniciativa personal, que tal vez habría sido
un poco reservado si nunca hubiese estado lejos de Don Bosco».12
En la acción de Don Rua en Mirabello había, sin embargo, algo más:
era la prueba de que la Obra de Don Bosco podía trasplantarse, po-
día vivir y prosperar aun sin la presencia física de Don Bosco, con
tal de que en la dirección hubiese una persona salesianamente valio-
sa: por esto el experimento positivo de Don Rua abrió horizontes sin
fin para las Obras Salesianas.
«Harás de Don Bosco aquí, en el Oratorio»
Don Rua llega a Valdocco sin hacer ruido. Tiene un largo co-
loquio con Don Bosco que en síntesis le dice: «Has hecho de Don
Bosco en Mirabello. Ahora lo harás aquí, en el Oratorio». Sobre sus
frágiles hombros pone con confianza toda la responsabilidad: clases,
talleres, jóvenes Salesianos que formar y estimular a los estudios y a
los exámenes, la publicación de las Lecturas Católicas que cada mes
deben llegar a miles de suscriptores, la construcción imponente del
Santuario, la mayor parte de la correspondencia dirigida a él, que
Don Rua debe leer, anotar y entregar a un Salesiano de confianza
para que responda. «Yo debo ir de nuevo a Roma para la aprobación
de nuestras Reglas. Estaré ausente más o menos dos meses, y conmi-
go llevaré a don Francesia. Te dejo todo. Alrededor de ti hay óptimos
Salesianos. Mira cuáles son sus dotes, escógelos y ponlos a trabajar
12 M. Wirth, o. c., p. 267.
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ACTAS DEL CONSEJO GENERAL, núm. 405 (SEPARATA)
donde mejor creas. Además de trabajar, tendrás que coordinar el tra-
bajo de los demás».
Don Rua se levanta tempranísimo. Dice la misa, hace la medita-
ción de rodillas y reza como un ángel. Después se pone a trabajar
con aquella concentración especial que él solo posee. Los Salesianos
y los jóvenes que no lo veían desde hacía dos años, se dan cuenta
de que algo profundo ha cambiado en él. No es ya el ‘prefecto de
disciplina’. Entre los ochenta muchachos de Mirabello y ahora entre
los setecientos de Valdocco, ha aprendido a ser como Don Bosco el
‘director-padre’. La mano que empuña el mando es fuerte, pero el
modo es afable y cariñoso.
Los trabajos son verdaderamente muchos. Se hacen pesadísimos
en los meses en que se debe terminar la construcción del Santuario
de María Auxiliadora: en el otoño de 1866 se pone la última piedra
de la cúpula; ocho meses de trabajos intensos para las obras y los
remates del interior; el 9 de junio 1867 es la solemne inauguración
seguida por ocho días de funciones a altísimo nivel. «Durante todo
aquel mes de junio —observa el concienzudo autor salesiano Augus-
tin Auffray— no duerme más de cuatro horas cada noche. Tenía que
preverlo todo, organizar, decidir, vigilar, animar»13, mientras que Don
Bosco estaba abrumado por una muchedumbre que quería hablar
con él, recibir una bendición, obtener de la Virgen una gracia, entre-
gar una limosna.
2. DON RUA, «LA REGLA VIVIENTE»
Todo el trabajo se ha acabado. ¿Acaba también Don Rua?
Cuando acabaron todos los trabajos del Santuario, pareció que
también Don Rua estaba acabado. Una mañana de julio, en el calor
tórrido del julio turinés, en el portalón del Oratorio, cuando iba a
salir, cayó en brazos de un amigo que estaba su lado. «Peritonitis
13 Cf. A. Auffray, o. c., p. 126.
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fulminante» sentenció el médico llamado de inmediato. «No hay na-
da que hacer. Administradle los Santos Óleos». La penicilina estaba
por inventar y la cirugía estaba todavía en pañales. Don Rua, con
fiebre alta y con muchos dolores, llamaba a Don Bosco; pero él
está en la ciudad. Se pusieron a buscarlo. Cuando llegó y le dijeron
que Don Rua estaba en las últimas, hizo gestos incomprensibles.
Había muchachos en la iglesia para el retiro mensual y se fue di-
rectamente a confesarlos. «Estad tranquilos, Don Rua no se va sin
mi permiso», dijo al entrar en la iglesia. Salió muy tarde y, en vez
de ir a la enfermería fue a tomar la cena que le habían guardado.
Después subió a su habitación a dejar la carpeta con sus papeles y,
por fin, mientras todos estaban en ascuas, fue a la cabecera de Don
Rua. Vio el recipiente de la Unción y casi se enfada: «¿Quién ha sido
el listo que ha tenido esa idea?». Después se sienta junto a Don Rua
y le dice: «Óyeme bien. Yo no quiero, ¿entiendes? No quiero que te
mueras. Tienes que curarte. Tendrás que trabajar y trabajar mucho
a mi lado y nada de morirte. Óyeme bien: aunque te tirase por la
ventana estando como estás, no te morirías».14 Francesia y Cagliero
lo habían visto y oído todo, y se convencieron de que Don Bosco,
que hablaba en los sueños con la Virgen y le arrancaba favores im-
posibles, tenía la garantía de que a ‘aquel muchacho’, el único que
había sobrevivido de todos sus hermanos, la Virgen lo iba a dejar
junto a él por toda la vida.
El 14 de agosto de 1876 un Salesiano, después de la cena, le pre-
guntó a quemarropa: «¿Es verdad que muchos Salesianos han muerto
de exceso de trabajo?». Don Bosco respondió: «Si fuese verdad, la
Congregación no habría sufrido por ello ningún daño, al contrario…
Pero no es verdad. Uno solo podría merecer el título de víctima del
trabajo, y es Don Rua, lo veis perfectamente; pero para fortuna nues-
tra el Señor nos lo conserva fuerte y vigoroso».15
14 Cf. A. Auffray, o. c., p. 127; E. Ceria, Vita del Servo di Dio Don Michele Rua, SEI Turín 1949,
p. 71.
15 Cf. A. Auffray, o. c., p. 160.
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ACTAS DEL CONSEJO GENERAL, núm. 405 (SEPARATA)
Don Bosco le comunica su mente y su corazón
Después de tres semanas de convalecencia, Don Rua vuelve a
ser, delicado y fuerte como antes, el hijo fidelísimo de Don Bosco,
que le confía, año tras año, los encargos más importantes: la elec-
ción y la formación de los que piden entrar como Salesianos, la
designación de los Hermanos para las diferentes obras que se están
abriendo en el norte de Italia, la primera visita a esas obras en 1872
para orientarlas y mantenerlas en el camino de la auténtica salesiani-
dad. En 1875 comparte con él la preparación de la primera expedi-
ción misionera a América del Sur. En 1876 le confía la Dirección ge-
neral de las Hijas de María Auxiliadora, fundadas cuatro años antes,
en sustitución de don Cagliero que había partido para las misiones.
Lo quiere junto a sí en los grandes y fatigosísimos viajes que reali-
za, pidiendo limosna, en Francia y España. Día tras día, Don Bosco
hace de Don Rua su sucesor a la cabeza de la Congregación Sale-
siana. Más con sus actitudes que con sus palabras, le transmite sus
pensamientos, sus orientaciones, su manera de afrontar las cosas, su
confianza total y serena en Dios y en María Auxiliadora. Especial-
mente en los últimos viajes, Don Bosco se entretiene íntimamente
con él, le habla del presente y del futuro, de la Congregación Sa-
lesiana que es obra de la Virgen. Deben no sólo considerarla obra
suya, sino amarla y preservarla del mal y de la decadencia, acercán-
dose a los Hermanos, animándolos a observar las Reglas como cami-
no que conduce a la salvación y a la santidad. En una palabra: Don
Bosco le comunica su mente y su corazón. «Don Rua encontró su
camino espiritual en la contemplación de Don Bosco».16
Convertirse en Don Bosco día a día
Entre el cúmulo de las ocupaciones en todos aquellos años Don
Rua es siempre el Director de los numerosísimos jóvenes que llenan
Valdocco: estudiantes, artesanos, aspirantes salesianos, jovencísimos
Salesianos. Don Rua se esfuerza por «convertirse en Don Bosco» en
16 M. Wirth, o. c., p 273.
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CARTA DEL RECTOR MAYOR
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todo, también en su actitud externa. Es verdad que el aspecto físico
y el temperamento son diversos. «Sus maneras, su voz, sus rasgos,
su sonrisa, no tenían aquella misteriosa fascinación que atraía y en-
cadenaba a los jóvenes a Don Bosco. Pero era para todos el padre
solícito y afectuoso, preocupado por comprender, animar, sostener,
perdonar, iluminar, amar», como había comenzado a serlo en Mira-
bello.17 Y los jóvenes de Valdocco, zahoríes infalibles como todos
los jóvenes del mundo cuando hay que entender quién los quiere y
quién en cambio ‘sólo finge’, demostraron con los hechos que reco-
nocían en él a un amigo y a un padre.
Junto al confesionario de Don Bosco, en la sacristía del Santuario
de María Auxiliadora, estaba el de Don Rua. Y durante treinta años
los jóvenes lo buscaban cada mañana, rodeando el confesionario
como el de Don Bosco. Y cuando curó milagrosamente de la grave
enfermedad volvió a asomarse tímidamente por el pórtico, lo rodeó
la alegría conmovida de los muchachos. A la hora del recreo, como
hacía siempre en Mirabello, volvió a estar entre los muchachos, co-
mo el más alegre y el más movido de los Salesianos. Al principio no
se atrevió a lanzarse en las tumultuosas carreras de «barra rota», sino
que se metía entre los más pequeños, tirando también él las canicas
de barro con el pulgar; y en las serenas noches de aquel verano,
bajo el cielo constelado de estrellas, confundido entre los coros de
voces juveniles, cantaba con toda el alma y con enorme satisfacción.
No era siempre cosa fácil animar una muchedumbre de jóvenes
como aquella haciendo de ellos una gran familia, como siempre
quería Don Bosco, porque ese era su sistema educativo. Hacía falta
impulsar a los mejores, animarlos para que se uniesen en grupos
apostólicos, como la Compañía de la Inmaculada, la del Santísimo
Sacramento, de San José, de San Luis, el Clero Infantil, indicar con
votos secretos a los mejores en conducta dignos de pequeños pre-
mios, señalarlos discretamente como ejemplos que seguir. ¡Son estas
élites las que arrastran a la masa! Don Rua y los Salesianos conocían
17 A. Auffray, o. c., pp. 180-181.
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y usaban muy bien estos instrumentos educativos, que Don Bosco
había utilizado con ellos cuando eran muchachos.
Había que animar también a los mediocres, frenar a los peores,
que siempre los hay en una masa. Para hacerlo Don Rua presidía
cada semana la reunión de asistentes y maestros. En un cuaderno se
anotaban las correcciones que hacer, los desórdenes que prevenir,
las advertencias que sugerir. La mayor parte de ellas las realizaba
los días siguientes Don Rua. Un discípulo suyo de aquellos tiempos
escribe: «…se le quería como a un padre. Y era porque a todos nos
trataba con bondad. Cuando tenía que corregir, reñir, castigar, sabía
endulzar lo amargo, suavizar el reproche, trayendo a la memoria del
culpable un pasado intachable, o evocando un porvenir reparador.
Así, la mayor parte de las veces, éste mostraba su arrepentimiento y
su firme propósito antes de que le castigaran. Así resultaba inútil el
castigo y, con frecuencia, ya no se hablaba más del asunto, con gran
alegría el culpable, que salía de la habitación con el corazón con-
quistado y admirado de la bondad de su superior».18
Pero sería un gran error considerar al Oratorio un lugar en el que
se debía recurrir a los castigos para mantener a los jóvenes en orden.
Entre aquellos muchachos crecían los grandes Salesianos, que año
tras año llevaban y llevarían la luz de la fe a toda la América meridio-
nal hasta el umbral del Polo Sur. La segunda generación de Salesia-
nos, que se iba a diseminar bien pronto en una docena de naciones
de Europa, América y Asia, estaba creciendo en aquella masa de mu-
chachos que llenaban las aulas y los grupos apostólicos, gritaban ale-
gres en las movidísimas partidas de guardias y ladrones y en la igle-
sia rezaban como ángeles, en la merienda vaciaban los cestos llenos
de pan fragrante recién salidos de los hornos que estaban debajo
del Santuario y por la noche cantaban alegremente bajo las estrellas.
Era una constelación de nombres prestigiosos: los «jovencitos» Unia,
Milanesio, Balzola, Gamba, Paseri, Rota, Galbusera, Rabagliati, Fassio,
Caprioglio, Vacchina, Forghino… hasta los ‘niños’ Versiglia y Variara,
18 A. Auffray, o. c., p. 125.
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que hoy veneramos entre los santos y los beatos. Había entre ellos
muchachos que nada tenían que envidiar a Domingo Savio.
En 1876 —cuenta don Vespignani en una página memorable de
su «Un año en la escuela de Don Bosco»— vino de Brasil a visitar a
Don Bosco el Obispo de Rio de Janeiro, Pietro Lacerda. Había leído
algo sobre Domingo Savio y le habían impresionado los dones ex-
traordinarios que Dios le había dado. Le hizo a Don Bosco una peti-
ción desconcertante: poder hablar con algunos muchachos que fue-
sen tan buenos como Domingo, «porque necesito que me resuelvan
algunos temores que tengo sobre mis responsabilidades ante Dios».
Don Bosco hizo que viniesen cinco muchachos de rostro sereno, to-
dos ellos respetuosos hacia el Obispo, abiertos y sinceros».19 El Obis-
po de Río le expuso a cada uno de ellos «su condición: una inmensa
ciudad, casi un millón de almas que salvar, poquísimos sacerdotes,
muchos enemigos de Dios reunidos en sectas; mientras predica-
ba le habían tirado piedras… Él, el Obispo ¿tenía responsabilidad,
culpas?… Quedaron casi asustados por aquel horrible cuadro. Pero
todos me absolvieron de toda culpa —me dijo el Obispo— y me
libraron del gran peso de la responsabilidad, prometiéndome que
rezarían».20 Estos eran los muchachos que vivían en Valdocco bajo
la dirección cariñosa de Don Bosco y de Don Rua. De todos modos,
Don Bosco entendió que el cargo de ‘corrector’ podía perjudicar la
figura de Don Rua, en quien debía brillar sólo la paternidad dulce y
amable, para convertirse pronto en el ‘segundo Padre’ de la Congre-
gación. Y aquel cargo se lo confió a otros.
Las ‘Reglas’ aprobadas por Roma
se convierten en camino de santidad
El 3 de abril de 1874 Valdocco se llenó de fiesta: un telegrama
de Don Bosco enviado desde Roma anunciaba que la Santa Sede
19 G. Vespignani, Un anno alla scuola di Don Bosco, Scuola Tipografica Don Bosco, San Benigno
Canavese 1930, pp. 29-30.
20 G. Vespignani, o. c., p. 30.
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había aprobado definitivamente las ‘Reglas’ de la ‘Pía Sociedad de
San Francisco de Sales’. Los Salesianos nacían oficialmente en la
Iglesia y se colocaban junto a las grandes familias religiosas naci-
das a lo largo de los siglos: Benedictinos, Franciscanos, Dominicos,
Jesuitas… Aquel sencillo librito de 47 páginas, dividido en 15 capí-
tulos, era el camino que el Señor, a través del Papa, señalaba a los
Salesianos como «camino de la santidad». Entre los 15 capitulitos
destacaban los tres centrales, que fijaban las líneas de la consagra-
ción al Señor por medio de los votos de obediencia, pobreza y cas-
tidad. En la carta con la que presentaba las Reglas a sus hijos, Don
Bosco escribía: «En la observancia de las Reglas nos apoyamos en
bases estables, seguras, podemos decir que infalibles, al ser infalible
el juicio del Jefe Supremo de la Iglesia que las ha sancionado».
Desde aquel momento —declaran los testigos— Don Rua fue fi-
delísimo en la observancia. Él tradujo en la práctica cada disposición
con extraordinaria exactitud. Hasta le llamaron «la Regla viviente».
Para él no había distinción entre reglas más o menos importantes.
Afirmaba: «Nada puede considerarse pequeño desde el momento en
que está contenido en la Regla».
Don Julio Barberis en el proceso de beatificación de Don Rua
atestiguó: «Cuando las Reglas fueron aprobadas por la Santa Sede, se
figuró que el mismo Señor las había confeccionado, y se habría sen-
tido gravemente culpable si hubiese transgredido aun una sola… Ni
sus compañeros con los que traté, ni yo mismo podemos afirmar que
le vimos cometer una sola desobediencia… Fue siempre admirable la
prontitud que tuvo en obedecer también a las pequeñas reglas, por
ejemplo el silencio… No pensó sino en destruir en sí mismo la pro-
pia voluntad, para hacer en todo la voluntad del Señor».21 «Él insistía
en decirnos que el Señor no pretende de nosotros cosas extraordi-
narias, sino la perfección en la cosas pequeñas, quiere la ejecución
de cada regla, dando a cada regla una importancia grandísima, y que
este es el medio de levantar el gran edificio de la santidad».22
21 Positio, pp. 912-913.
22 Positio, p. 699.
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CARTA DEL RECTOR MAYOR
21
Don Juan Bautista Francesia, compañero suyo desde los prime-
rísimos días del Oratorio e íntimo amigo, atestiguó: «Fue ejemplarí-
simo en la observancia de las Reglas de nuestra Pía Sociedad… La
obediencia a las Reglas era para él superior a cualquier considera-
ción. El amor que sentía a las Reglas le hacía extraer del corazón un
lenguaje tiernísimo: ‘Dios nos ha dado un código que nos sirve de
guía por los caminos del Paraíso. Amemos mucho este código, con-
sultémoslo con frecuencia, y cuando dejamos de leerlo besémoslo
con expresión de amor y de reconocimiento a Dios’».23
«Don Rua me estudiaba a mí y yo estudiaba a Don Rua»
Don José Vespignani, que será un grandísimo Salesiano y misio-
nero en América del Sur, llegó a Valdocco en 1876. Sacerdote recién
ordenado con 23 años, había venido de Faenza para estar con Don
Bosco. En su sencillo «Un año en la escuela de Don Bosco» nos ha
dado un cuadro vivísimo de la actividad de Don Rua, del que fue
uno de los secretarios en los primeros años. Con la sensibilidad que
en general no tiene el que vive la normalidad de la vida diaria, foto-
grafió la atmósfera y el ambiente de Valdocco, animados por la pre-
sencia de dos santos: Don Bosco y Don Rua.
«Desde el primer día —escribe— me puse de corazón a las ór-
denes de mi querido superior Don Rua. ¡Cuántas cosas aprendí en
aquella escuela suya de piedad, de caridad, de actividad salesiana!
La suya era una cátedra de doctrina y de santidad; pero era sobre
todo una palestra de formación salesiana. Cada día admiraba más en
Don Rua la puntualidad, la constancia incansable, la religiosa perfec-
ción, la abnegación unida a la más suave dulzura. ¡Cuánta caridad,
qué bellas maneras para encaminar a un dependiente suyo en el
trabajo que quería confiarle! ¡Qué delicado estudio, qué penetración
en conocer y experimentar sus capacidades para educarlas de modo
que fueran útiles para la Obra de Don Bosco!…
23 Positio, p. 923.
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El despacho de Don Rua era un lugar de piedad y de oración.
Apenas se entraba él recitaba devotamente el avemaría y después
leía un breve pensamiento de san Francisco de Sales; terminaba del
mismo modo, con la lectura de una máxima de nuestro Santo y el
avemaría. Por la mañana nos tenía preparada una buena cantidad
de cartas apostilladas por él. Con frecuencia venían con notas del
mismo Don Bosco, que dejaba al criterio de Don Rua el trámite
de encargos, admisión gratuita de jovencitos, agradecimiento por
limosnas, peticiones de aspirantes. Yo respondía siguiendo las indi-
caciones del margen, considerándome feliz por poder interpretar el
pensamiento y los sentimientos de los Superiores y aun de imitar su
estilo breve, dulce y sustancioso, que veía que era propio de los Sa-
lesianos. Así Don Rua me estudiaba a mí para hacerme hábil en los
deberes de mi vocación; pero también yo le estudiaba a él y en él a
Don Bosco, del que él aparecía como fiel intérprete y vivo retrato
en cada momento de su conducta… El mismo trabajo se alternaba
y condimentaba con sentimientos de piedad, porque todas aquellas
apostillas de Don Bosco y de Don Rua, que yo debía desarrollar en
las cartas de respuesta, se inspiraban en la fe y en la confianza en
el Señor y en María Santísima: eran verdaderas incitaciones a orar,
a resignarse, a recibir todo de la mano de Dios, a descansar en la
divina Bondad; se consolaba, se animaba, se aconsejaba; se prome-
tían oraciones, se aseguraban las oraciones de los jovencitos y la
bendición de Don Bosco. No era raro dar pareceres y sugerencias
sobre la vocación, se indicaban las condiciones para ser admitidos
como aspirantes o hijos de María… Se ejercitaba, pues, un verdadero
apostolado de piedad y de caridad, mientras que se ejecutaban las
consigna del mando supremo, es decir, la dirección general de toda
la Obra de Don Bosco.
Aquella habitación, además, era meta de visita de sacerdotes
y Directores, de Cooperadores de toda condición y de jovencitos.
Si no se trataba de temas reservados, también el secretario oía a
los visitantes, completando cada día más su conocimiento sobre el
movimiento interno y exterior del Oratorio y aprendiendo cómo se
hace para buscar en todo la gloria de Dio y el bien de las almas…
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CARTA DEL RECTOR MAYOR
23
La habitación-despacho de Don Rua fue para mí un alto puesto de
observación, desde donde descubría todo el movimiento caracterís-
tico de la Sociedad Salesiana; fue como el puente de mando de una
gran nave, donde está el capitán, que estudia la ruta para evitar los
escollos y mirar con seguridad al puerto y, al mismo tiempo, imparte
las órdenes para el gobierno de toda su gente… Junto a Don Rua
me iba formando una idea grandiosa y bella de toda la Congrega-
ción y de toda la Obra de Don Bosco».24
Desde allá arriba pudo Vespignani observar los patios inundados
de muchachos que, junto a sus asistentes, se entregaban a diferen-
tes juegos o a conversaciones alegres. Sigue todavía: «Se me explicó
que aquellos sacerdotes y seminaristas tenían, en las clases y en el
estudio, un sistema o método especial para guiar a sus discípulos al
cumplimiento de sus deberes. Lo mismo en los talleres. Don Rua se
tomaba muy a pecho la formación de los clérigos, cuya escuela de
filosofía y teología era objeto de su atención. ‘Así es, pensaba, como
trabajan todos estos Salesianos, sacerdotes, clérigos y coadjutores,
con un mismo fin y todos de acuerdo con el único fin de salvar las
almas».25 Aprendió también el modo con que se vivía entre los Sale-
sianos. Cuando Don Rua lo envió al Prefecto externo, don Bologna,
para que sus datos personales se hiciesen constar en el registro ge-
neral, al oír su edad, 23 años, don Bologna le miró y con palabras
alegres «me dijo: ‘¿Y por qué se pone usted tan serio?’ (entonces en
los seminarios se enseñaba que los sacerdotes tenían que mantener
un porte de «gravedad sacerdotal»). Aquellas palabras me hicieron
reflexionar en el aire que debía dar a mi cara, en las palabras y los
modos para darme aspecto de Salesiano y de verdadero hijo de Don
Bosco. A mi alrededor todo sonreían, incluido Don Bosco: todos me
miraban y se me acercaban como amigos y hermanos; parecían co-
nocidos y amigos de tiempos pasados.26
24 G. Vespignani, o. c., pp. 19-22 passim.
25 G. Vespignani, o. c., pp. 37, 41.
26 G. Vespignani, o. c., p. 12.
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ACTAS DEL CONSEJO GENERAL, núm. 405 (SEPARATA)
«Había leído en las Reglas que de vez en cuando convenía que
los Salesianos hablasen con su Superior y Padre de cosas espiritua-
les». Pero Don Bosco estaba muy ocupado y pedí a Don Rua, que
era Director, poder hablar con él. Él tenía que ir a Valsalice a confe-
sar a los muchachos. Le dijo: «Toma tu sombrero y vamos. De cami-
no hablamos». «Así tuve mi primer coloquio». Don Rua le preguntó
qué le había causado buena impresión los primeros días y qué, en
cambio, le había impresionado mal. «Lo que más he admirado ha
sido, no sólo ver la santidad de Don Bosco, sino también encontrar
en todas partes Superiores tan unidos a él; todavía más, digámoslo
claramente, tan parecidos a él en el comportamiento, en el modo
de hacer y de tratar, que en todo y para todo se ve el espíritu del
Fundador y del Padre». «Tienes razón, hijo mío querido; esta unidad
de pensamiento, de afecto y de método procede de la educación de
familia que Don Bosco ha dado a los suyos, ganándose nuestros co-
razones e imprimiendo en ellos todo su ideal. ¿Y de desagradable?»
«Para mí, todo fue edificante. El clero infantil, la banda de música
y, sobre todo, las Compañías de San Luis, de San José, del Smo. Sa-
cramento… Sus socios ejercen una influencia beneficiosa sobre los
compañeros».27
La mano de Don Bosco en la de Don Rua
De 1875 a 1885 Don Bosco vive su década más intensa, pero
quema también inexorablemente su vida. Junto a él, cada vez más
como brazo derecho, trabaja con intensidad y silencio Don Rua, reci-
biendo crecientes responsabilidades. Día a día se convierte a los ojos
de todos en «el segundo Don Bosco». En 1875 parte para América
del Sur la primera expedición misionera salesiana. Los años siguien-
tes Don Bosco funda los Cooperadores Salesianos y da comienzo al
"Boletín Salesiano"; parten para las misiones las primeras Hijas de
María Auxiliadora, de las que Don Rua es Director general; don Juan
27 G. Vespignani, o. c., pp. 23-24.
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1. CARTA DEL RECTOR MAYOR
25
Cagliero se convierte en el primer Obispo salesiano; y el Papa elige
a Don Rua como ‘Vicario’ de Don Bosco, preparado para sucederle.
Es él, en la noche del 30 al 31 de enero de 1888, el que toma la ma-
no de Don Bosco moribundo y la guía en la última bendición a la
Familia salesiana. La mano que Don Bosco ofrecía a un muchachito
diciéndole: «Toma, Miguelito, toma», ahora aprieta por última vez la
mano de Miguelito convertido en su vicario; y le entrega todo, todo
lo que él ha hecho en la tierra por el Reino de Dios.
3. DON RUA,
LA FIDELIDAD A LA VIDA CONSAGRADA
«PARA TODA LA VIDA»
En la carta el 30 de diciembre a todos los Salesianos para dar
las últimas noticias sobre la salud de Don Bosco, Don Rua escribía:
«Ayer por la noche, en un momento en el que podía hablar con me-
nor dificultad, mientras estábamos junto a su lecho mons. Cagliero,
don Bonetti y yo, dijo entre otras cosas: "Recomiendo a los Salesia-
nos la devoción a María Auxiliadora y la Comunión frecuente". Yo
añadí entonces: "Esto podría servir para aguinaldo del nuevo año
para mandar a todas nuestras Casas". Él replicó: "Que esto sea para
toda la vida".28 Cada sugerencia de Don Bosco era para Don Rua
una orden. Aquellas palabras, que eran la continuación coherente de
toda una vida, las guardó Don Rua en el corazón: aquellos eran los
caminos por donde Don Bosco le ordenaba que caminase la Con-
gregación «para toda la vida». Don Rua fue, como siempre, fidelísi-
mo a la consigna: Jesús Eucaristía, María Auxiliadora, junto a los tres
votos y a la fidelidad total a Don Bosco. Con su ejemplo heroico,
además de su palabra, atestiguaría que ese era el camino salesiano
para la santidad.
28 MB XVIII, pp. 502-503, MBe XVIII, p. 436.
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ACTAS DEL CONSEJO GENERAL, núm. 405 (SEPARATA)
Fidelidad fecunda a Don Bosco
Más de un Cardenal en Roma, a la muerte de Don Bosco, acae-
cida el 31 de enero de 1888, estaba persuadido de que la Congrega-
ción salesiana desaparecía rápidamente; Don Rua tenía apenas 50
años. Era mejor enviar a Turín un Comisario pontificio que preparase
la unión de los Salesianos con otra Congregación de probada tradi-
ción. «Muy rápidamente —atestiguó bajo juramento don Julio Barbe-
ris— mons. Cagliero reúne al Capítulo (es decir, el Consejo Superior
de la Congregación) con algunos de los más ancianos y se escribió
una carta al Santo Padre en la que todos los Superiores y ancianos
declararon que, todos de acuerdo, aceptaban como Superior a Don
Rua, y no sólo se someterían, sino que lo aceptarían con gozo. Yo
estaba entre los firmantes… El 11 de febrero el Santo Padre confir-
maba y declaraba a Don Rua en el cargo por doce años según las
Constituciones».29
El Papa León XIII había conocido personalmente a Don Rua y
sabía que bajo su dirección los Salesianos continuarían su misión.
Y así sucedió. Los Salesianos y las obras salesianas se multiplicaron
como los panes y los peces en las manos de Jesús. Don Bosco en su
vida había fundado 64 obras; con Don Rua serían 341. Los Salesia-
nos, a la muerte de Don Bosco, eran 700; con Don Rua, en 22 años
de dirección general, llegarían a ser 4.000. Las misiones salesianas,
que Don Bosco había querido y comenzado con mucho tesón, se
extendieron durante su vida a la Patagonia y a la Tierra del Fuego;
Don Rua multiplicó el arrojo misionero, y los Salesianos misioneros
llegaron a las selvas de Brasil, Ecuador, México, China, India, Egipto
y Mozambique.
Para que a aquellas enormes distancias la fidelidad a Don Bosco
no disminuyese, Don Rua no tuvo miedo de viajar a lo ancho y a lo
largo en los incómodos trenes de aquel tiempo, siempre en clase
económica. Toda su vida viajó muchísimo. Atestigua don Julio Barbe-
ris: «En varias peregrinaciones me llevó como compañero. Don Rua
29 Positio, pp. 54-55.
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3.7 Page 27

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CARTA DEL RECTOR MAYOR
27
llegaba a sus Salesianos donde estuviesen, les hablaba de Don Bos-
co, despertaba en ellos su espíritu, se informaba paternamente, pero
cuidadosamente, de la vida de los Hermanos y de las obras, y dejaba
escritas directrices y advertencias para que floreciese la fidelidad a
Don Bosco… No sólo atendía al bien de la Congregación en lo ex-
terior —sigue atestiguando don Julio Barberis— sino que su pensa-
miento principal era consolidar cada vez mejor la Congregación en
su interior. A este fin, el año 1893, nos convocó a mí y a otros dos
Superiores, y nos condujo a Rivalta Torinese, para que entre todos
estableciésemos varios medios para poder hacer progresar cada vez
más a la Congregación, retocando los Reglamentos y añadiendo al-
gunos que se juzgaban necesarios».30
Jesús: comida en la Eucaristía
y amor misericordioso en su Corazón
En la carta-testamento que escribió para todos los Salesianos an-
tes de morir, Don Bosco afirmaba: «Vuestro primer Rector ha muer-
to. Pero nuestro verdadero superior, Cristo Jesús, no morirá. Él será
siempre nuestro maestro, nuestro guía, nuestro modelo; pero recor-
dad que, a su tiempo, Él mismo será nuestro juez y recompensará
nuestra fidelidad en su servicio».31
Ésta fue, desde su infancia, una convicción de Miguel Rua. En la
circular que envió el 21 de noviembre de 1900 refleja y desarrolla
estas palabras diciendo a todos los Salesianos: «Qué hay de más su-
blime en el mundo que exaltar en nosotros y hacer conocer y exal-
tar por otros el inmenso amor de Jesús en la redención; exaltar en
nosotros y hacer conocer y exaltar en los otros el amor de Jesús en
su nacimiento, en sus enseñanzas, en sus ejemplos, en sus sufrimien-
tos…, en instituir la Santísima Eucaristía, en soportar su dolorosísi-
ma pasión, en dejarnos a María por madre, en morir por nosotros…,
30 Positio, p. 57.
31 Del "Testamento espiritual de San Juan Bosco", en «Constituciones y Reglamentos Generales.
Salesianos de Don Bosco», edición de 1985, p. 260, (DB, Memorie dal 1841 al 1884-5-6, ASC
132, quaderni-taccuini 6).
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y diría, aún más, en querer estar con nosotros hasta el fin de los
tiempos en el adorable Sacramento del Altar».32
Sobre su amor a Jesús Eucaristía, los testimonios en el proceso
de beatificación son muy explícitos. Don Juan Bautista Francesia y
Don Julio Barberis afirman que, al llegar a una casa salesiana, su pri-
mera petición era: «Llevadme a saludar al Dueño de la casa». Y con
esto entendía la iglesia, donde se arrodillaba un largo rato ante el
tabernáculo. Don Francesia añade que con frecuencia pasaba ‘gran
parte de la noche para hacer compañía —como él decía— al Solita-
rio del Tabernáculo. Atestigua también: «Quería que el Smo. Sacra-
mento fuese el centro de todos nuestros corazones. Iba repitiendo:
‘Hagámonos un tabernáculo en nuestro corazón y mantengámonos
siempre unidos al Smo. Sacramento’.33
La fiesta del Sacratísimo Corazón de Jesús, instituida en 1856, di-
fundió cada vez más en el mundo cristiano el culto a este símbolo del
amor misericordioso de Jesús. El Papa León XIII dio un impulso espe-
cial a este culto, y especialmente los días que marcaban el paso del si-
glo XIX al XX, exhortó a todos los cristianos a consagrarse al Corazón
de Jesús, componiendo él mismo una larga fórmula de consagración.
Don Rua quiso que la noche entre el 31 de diciembre de 1899 y el 1
de enero de 1900 los Salesianos, las Hijas de María Auxiliadora, los
Cooperadores y todos los jóvenes de las obras salesianas hiciesen esa
consagración. En el Santuario de María Auxiliadora, él mismo con los
Superiores mayores, los Salesianos y los jóvenes, pasó aquella noche
en oración, y hacia la medianoche su voz, unida a las de todos los pre-
sentes, pronunció despacio y solemnemente el acto de Consagración.
«Todo lo que hemos hecho,
se lo debemos a María Santísima Auxiliadora»
Miguel Rua fue el primer Salesiano, y fue el día de la Anuncia-
ción del Ángel a María. Lo recuerda él mismo en la deposición en el
32 Lettere circolari di Don Michele Rua ai Salesiani, Direzione Generale delle Opere Salesiane,
Turín 1965, pp. 276-277.
33 Positio, p. 306.
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Proceso de beatificación de Don Bosco: «En 1855, el día de la Anun-
ciación de María Sma., yo, el primero, haciendo segundo año de
filosofía, emití los votos por un año». Viviendo junto a Don Bosco 36
años, absorbió su espíritu, cuyo componente esencial era la devoción
a María Auxiliadora. El testigo Lorenzo Saluzzo afirma: «Recuerdo de
modo especial haber oído al Siervo de Dios estas palabras: ‘No se
puede ser buen Salesiano si no se es devoto de María Auxiliadora’».34
Don Bosco construyó el Santuario de María Auxiliadora y Don
Rua lo hizo restaurar embellecer, decorar. La solemne ‘coronación
de la imagen de María Auxiliadora realizada en el Santuario de Val-
docco el año 1903, la obtuvo él del Papa, y la realizó el Cardenal
Richelmy, Legado pontificio. El 17 de febrero anunciaba a los Sale-
sianos el gran acontecimiento diciendo: «Procuremos hacernos me-
nos indignos de nuestra celestial Madre y Reina, y prediquemos con
celo cada vez mayor sus glorias y su materna ternura. Ella inspiró
y guió prodigiosamente a nuestro Don Bosco en todas sus grandes
empresas; Ella siguió y sigue hoy esa materna asistencia en todas
nuestras obras, por lo que podemos repetir con Don Bosco que todo
lo que tenemos se lo debemos a María Sma. Auxiliadora».35 El día de
la coronación, 17 de mayo, fue solemnísimo, en medio de un verda-
dero mar de gentes. Testimonia don Melchor Marocco: «Don Ubaldi
y yo éramos sacerdotes de honor del Legado Pontificio, y por tanto
pudimos observar la actitud verdaderamente estática de Don Rua
que, cuando vio colocar a Su Eminencia las coronas sagradas sobre
la cabeza del Niño y de la Virgen, rompió a llorar inconteniblemente,
cosa que nos asombró no poco, porque conocíamos el dominio ab-
soluto que él tenía sobre sí mismo».36
El 19 de junio, relatando los acontecimientos a todos los Sale-
sianos del mundo, Don Rua escribía: «Me es dulce pensar que la
coronación de la taumatúrgica imagen de María Auxiliadora produ-
cirá entre los Salesianos extendidos por todo el mundo ubérrimos
34 Positio, p. 339.
35 A. Amadei, o. c., vol. III, p. 12.
36 Positio, p. 426.
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frutos. Ella aumentará nuestro amor, nuestra devoción y nuestro
agradecimiento hacia nuestra celestial Patrona, a la que debemos
todo el bien que se ha podido hacer… En estas solemnidades nues-
tras el nombre de María Auxiliadora estuvo siempre unido al de Don
Bosco, que con sacrificios inauditos levantó este Santuario, con la
palabra y con la pluma se hizo el apóstol de su devoción, y en su
potentísima intercesión había puesto toda confianza. ¡Qué dulce es-
pectáculo ver a tantos peregrinos que, después de haber satisfecho
su piedad en la iglesia, pasaban todos a visitar con profunda vene-
ración las habitaciones de Don Bosco! No dudo en absoluto de que,
al aumentar entre los Salesianos la devoción a María Auxiliadora, irá
también creciendo la estima y el afecto hacia Don Bosco, no menos
que el empeño en conservar su espíritu y en imitar sus virtudes».37
A Don Rua le debemos los Salesianos la recitación cotidiana de
la oración de consagración a María Auxiliadora después de la medi-
tación, así como la procesión de la estatua de María Auxiliadora por
las calles de Turín, que quiso que se hiciese la primera vez en 1901,
y que se convirtió rápidamente en una bella y veneranda tradición
para la ciudad y para todo el Piamonte.
En los apuntes de sus predicaciones a la gente se lee: «En todas
las necesidades encontramos en María SS. nuestra abogada; y toda-
vía está por encontrar al que haya recurrido en vano a Ella. Afor-
tunados, pues, nosotros por ser hijos de tal madre… Honrémosla,
amémosla nosotros y hagámosla amar por los demás, esforcémonos
por hacerla conocer como amparo de los cristianos, recurramos a
Ella como segura defensa en las enfermedades, en los reveses de
fortuna, en las familias que viven en discordia, para impedir ciertos
escándalos graves, en los pueblos, en las ciudades. Pero si queremos
hacerle un obsequio verdaderamente agradable, procuremos prestar
un cuidado especialísimo a la juventud… De modo especial cuide-
mos a la juventud pobre».38
37 A. Amadei, o. c., III, p. 43.
38 A. Amadei, o. c., III, pp. 746, 748.
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Las Hijas de María Auxiliadora, llamadas por la gente «las monjas
de Don Bosco», fueron fundadas por el Santo en 1872, y fueron lla-
madas por él «el monumento vivo de su gratitud a la Virgen santa».39
Se multiplicaron de manera rapidísima, e hicieron un bien incalcula-
ble a la juventud pobre y marginada. Don Rua, devotísimo de María
Auxiliadora, legó estrechamente su nombre al de sus ‘Hijas’. A la
muerte de Don Bosco, la Superiora general Madre Daghero escribió
a Don Rua confiándole con plena seguridad el Instituto de las FMA.
Él que lo había visto nacer y lo había seguido en su gradual desarro-
llo, lo cuidó como una sagrada herencia que le dejaba Don Bosco, y
derramó en él con atención asidua la riqueza de su pensamiento y
de su corazón.
Su figura se encuentra en cada página de la historia de las FMA
durante más de veinte años. Es un periodo muy rico de expansión
y de actividad. Se abren casas en mucha naciones de Europa, en
Palestina, en África y en varias repúblicas de América. Surgen obras
nuevas reclamadas por las exigencias de los tiempos, especialmente
para la atención de las jóvenes obreras; se abren nuevos campos mi-
sioneros de primera línea; se da una dotación mejor a las escuelas.
En sus muchos viajes, Don Rua extiende también sus visitas a
las casas de las FMA: en todas ellas deja su palabra de Santo, ilumi-
na, sostiene, guía. En todas ellas se interesa por cada cosa, y nunca
se siente cansado y con prisas. Hace sugerencias y da consejos que
buscan siempre y sólo el bien. Sus cartas, escritas con letra clara y
menuda, a veces en recortes de papel, tienen el don de la sencillez y
el perfume de la interioridad.
Obediencia
La consagración a Dios de todo religioso se funda en el ofreci-
miento de sí mismo por medio de los consejos evangélicos de obe-
diencia, pobreza y castidad. El primero de estos consejos, según la
tradición salesiana, es la obediencia.
39 Instituto Hijas de María Auxiliadora, Cronohistoria I, Ediciones Don Bosco, Barcelona 1979, p. 250.
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Al final de 1909 Don Rua tenía ya 72 años y su salud estaba gra-
vemente afectada. El 1 de enero de ese año escribe su penúltima
carta a todos los Salesianos. En ella decía: «Las Constituciones salidas
del corazón paterno de Don Bosco, aprobadas por la Iglesia, infali-
ble en sus enseñanzas, serán vuestra guía, vuestra defensa en todo
peligro, en toda duda y dificultad. Con san Francisco de Asís os diré:
Bendito sea el religioso que observa sus santas Reglas. Ellas son el
libro de la vida, la esperanza de la salvación, la médula del Evange-
lio, el camino de la perfección, la llave del Paraíso, el pacto de nues-
tra alianza con Dios».40
En toda su vida Don Rua había manifestado una obediencia ab-
soluta, tan ‘absoluta’ que Don Bosco alguna vez bromeaba. En la de-
posición para el proceso de beatificación, el Rector Mayor don Felipe
Rinaldi testificó: «Don Bosco llegó a decir: ‘A Don Rua no se le dan
órdenes ni siquiera en broma’, tal era su prontitud en ejecutar cual-
quier cosa que le dijese el Superior… A Don Rua le resultaba facilísi-
ma la obediencia, porque era profundamente humilde. Humilde en el
comportamiento, humilde en las palabras, humilde con los grandes
y los pequeños».41 Y no obstante también la humilde obediencia de
Don Rua fue sometida a dos durísimas pruebas. De la Santa Sede re-
cibió dos órdenes que hirieron en lo más vivo su sensibilidad.
Hasta 1901 «los Superiores y Directores Salesianos, fieles al ejem-
plo de Don Bosco, veían grandes ventajas en confesar ellos mismos
tanto a los religiosos como a los alumnos de sus casas. Don Rua
confesaba con gusto en el Oratorio y fuera de él, porque estaba
convencido de que esta tradición era uno de los ejes del método
salesiano. Por eso quedó dolorosamente sorprendido cuando un
decreto del 5 de julio de 1899 prohibió a los Directores de las casas
de Roma confesar a los alumnos. Según el Santo Oficio, esta norma
estaba dirigida a salvaguardar la libertad de los penitentes y a evitar
posibles sospechas sobre el gobierno del superior. Temiendo, justa-
mente, que se llegase a disposiciones para más extensión, Don Rua
40 Lettere circolari di Don Michele Rua ai Salesiani, o. c., p. 499.
41 Positio, pp. 979, 981.
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trató de contemporizar. Pero un segundo decreto, del 24 de abril
de 1901, prohibía explícitamente a todos los Superiores Salesianos
escuchar en confesión a cualquier persona dependiente de ellos.
Entonces, encontrándose preso entre dos fidelidades, intentó dar al-
gún paso, que le supuso una convocatoria en Roma, donde tuvo que
sufrir una corrección personal del Santo Oficio; y se le intimó a que
dejase inmediatamente Roma. Él se sometió sin dudarlo, pero con el
alma profundamente dolorida».42
Don J. Barberis, que vivió junto a Don Rua aquellas dolorosas y
tensas jornadas, dejó este testimonio: «Tal vez sea yo el único que
conozca las cosas en todos sus detalles… Don Bosco introdujo en
nuestras casas la práctica de que el Director fuese también confe-
sor: no puso esto como obligación; no consta en ningún artículo de
las Constituciones, ni de los Reglamentos, pero se introdujo por sí
misma y no se advirtió ningún inconveniente… Por tratarse de una
costumbre introducida por Don Bosco, costumbre mantenida duran-
te casi 70 años, y al constar en el Decreto ‘Los Superiores provean
dentro del año…’, Don Rua se creyó autorizado a seguir algún tiem-
po como hasta entonces… para tener tiempo de aconsejarse… con
importantísimos personajes, entre los que recuerdo al Card. Svampa,
Arzobispo de Bolonia… Pero apenas advirtió en toda su extensión la
importancia del Decreto, inmediatamente se apresuró a comunicarlo
a toda la Congregación, con fecha de 6 de julio de 1901».43
En 1906 otra decisión de la Santa Sede forzó su obediencia a
una nueva dura prueba, aceptando que se afectase nuevamente la
herencia recibida de Don Bosco. Desde su fundación, el Instituto de
las Hijas de María Auxiliadora estaba agregado a los Salesianos. La
unión de las dos Congregaciones estaba asegurada por una direc-
ción común. «El Instituto de las FMA —decían sus Reglas— está bajo
la alta e inmediata dependencia del Superior General de la Sociedad
de San Francisco de Sales… Concretamente, este Superior delegaba
sus poderes en un sacerdote salesiano, que tenía el título de Director
42 M. Wirth, o. c., p. 272.
43 Positio, pp. 292-294.
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general del Instituto FMA. En el plano local, se hacía representar por
los Inspectores. El gobierno interno del Instituto, en cambio, estaba
en las manos de la Superiora general y de su Capítulo. Don Bosco
consideraba preciso este régimen».44
Para poner orden en las familias religiosas que proliferaban en
las últimas décadas, la Santa Sede publicó un Decreto que ordenaba:
una Congregación femenina de votos simples no debía depender de
ningún modo de una Congregación masculina de la misma naturale-
za. El quinto Capítulo general de las FMA, reunido en 1905, manifes-
tó temor y ansiedad ante aquella decisión. Aun declarando la debida
obediencia a lo que disponía la Iglesia, con votación unánime decla-
raban que era su voluntad depender del Sucesor de Don Bosco: bajo
esa dependencia el Instituto había tenido su rápido e inesperado
desarrollo, a los Salesianos habían recurrido cuando habían surgido
dificultades con las autoridades civiles y religiosas; su seguridad pa-
ra el futuro la tenían en el espíritu del Fundador común. Pero Roma
respondió exigiendo la obediencia. Cuando se informó al Capítulo
general, escribe don Eugenio Ceria, fue como un rayo en un cielo
azul. El Papa Pío X, cuando recibió a la Madre General y a sus Con-
sejeras, con sentido de grande y cordial comprensión, dijo: «Estad
tranquilas: se trata sólo de una separación material y nada más».
En 1906 la Santa Sede transmitió a Don Rua el texto modificado
de las Constituciones de las FMA. En 1907 el texto se entregó al Ca-
pítulo extraordinario de las FMA. «La disposición fundamental con-
cernía a la total independencia de las dos Congregaciones, tanto en
el gobierno como en la administración y contabilidad. Los Salesianos
se ocuparían de las FMA —limitadamente en el campo religioso—
únicamente si lo pidiesen los Obispos».45
El beato don Felpe Rinaldi, Rector Mayor de los Salesianos, depu-
so bajo juramento sobre Don Rua: «Recuerdo su sumisión sin reserva
al Decreto para la separación de las Hijas de María Auxiliadora del
Instituto de los Salesianos. Después de este Decreto se mantuvo tan
44 M. Wirth, o. c., p. 399.
45 M. Wirth, o. c., p. 400.
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reservado que no se atrevía ya a intervenir de ningún modo en sus
asuntos, a no ser que le invitasen las Superioras o se le consultase
en asuntos de alguna importancia. Esta reserva la mantuvo hasta que
Pío X le dijo que las Hermanas tenían todavía y siempre necesidad
de la dirección de los Salesianos, especialmente en la gestión de los
asuntos materiales, en la dirección escolar y para conservar el espí-
ritu de Don Bosco. Entonces cobró ánimo y volvió a ser no sólo pa-
dre, sino también Director».46
Pobreza
Don Francesia cuenta que un día el clérigo Rua encontró un tro-
zo de alfombra roja y se le ocurrió ponerlo sobre su mesa de traba-
jo. Don Bosco lo vio y le dijo sonriendo: «¡Ah, Don Rua! Te gusta la
elegancia ¿eh?». Rua, confuso, dijo que se trataba de un retazo, pero
Don Bosco observó: «El lujo y la elegancia se introducen fácilmente,
si no estamos atentos». Don Rua no olvidó nunca aquellas palabras,
y las tuvo presentes toda su vida.47
La pobreza fue el distintivo de Don Rua. Vestía pobremente, no
buscó nunca comodidades, economizaba en cada cosa pequeña. Y
vigilaba para que todos los Salesianos amasen y practicasen la po-
breza, con espíritu de fe, como quería Don Bosco. Su ropa estaba
toda llena de remiendos. Un par de zapatos le duraba años; y sin
embargo, caminaba mucho a pie para no tomar el tranvía y dar de
limosna los diez céntimos del billete. En casa, hasta su muerte, lleva-
ba un viejo abrigo usado por Don Bosco, y lo llevaba con devoción.
Una Hija de María Auxiliadora, que durante muchos años se
ocupó de remendar la ropa de los Salesianos del Oratorio, declara-
ba que era muy raro que se le diese ropa de Don Rua; y cuando le
llevaban su sotana negra, le decían que la remendase rápidamente,
porque Don Rua estaba trabajando sin ella, cubierto solo con un
abrigo, ya que nunca había querido una sotana de repuesto.
46 Positio, p. 979.
47 Cf. Positio, p. 924.
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Durante el viaje a Constantinopla, en 1908, después de haber
hecho muchas visitas en la ciudad, volvió con las piernas hinchadas
y los pies totalmente mojados. Pidió al Director, por favor, un par de
calcetines de lana para cambiarse. En toda la casa no se encontró un
par de calcetines de lana. Entonces Don Rua sonrió y dijo: «¡Estoy
contento! Esta es la verdadera pobreza salesiana».48
Durante los 23 años en que fue Rector Mayor, Don Rua envió a
los Salesianos 56 circulares. En ellas condensó todo su amor por Don
Bosco y todo el espíritu salesiano. Entre estas cartas se considera una
‘obra de arte’ la titulada «La pobreza». Son veinte páginas, y empieza
así: «Turín, 31 de enero de 1907, aniversario de la muerte de Don Bos-
co». Copio algunos pasajes de esa actualísima carta suya49, para reavi-
var en nosotros el verdadero espíritu de la pobreza salesiana.
«Es natural considerar la pobreza una desgracia»
La pobreza, en sí misma, no es una virtud; es una legítima con-
secuencia de la culpa original, destinada por Dios para la expiación
de nuestros pecados y para la santificación de nuestras almas. Es por
tanto natural que al hombre le horrorice, la considere una desgracia
y haga lo posible por evitarla. La pobreza se convierte en virtud sólo
cuando se abraza voluntariamente por amor de Dios, come hacen
los que se dan a la vida religiosa. Sin embargo también entonces la
pobreza no deja de ser amarga; también a los religiosos la práctica
de la pobreza les impone grandes sacrificios, como nosotros mismos
hemos experimentado mil veces.
Por eso no hay que extrañarse de que la pobreza sea siempre
el punto más delicado de la vida religiosa, que sea la piedra de to-
que para distinguir una comunidad floreciente de una relajada, un
religioso celoso de uno negligente. Será por desgracia el escollo
contra el que irán a romperse tantos magnánimos propósitos, tan-
tas vocaciones que eran maravillosas al nacer y al crecer. De aquí la
48 Cf. A. Amadei, o. c., III, pp. 104-121.
49 Todos los pasajes citados figuran en las Lettere circolari di Don Michele Rua ai Salesiani, o. c.,
pp. 430-445.
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necesidad por parte de los Superiores de hablar de ella con frecuen-
cia y, por parte de todos los miembros de la familia salesiana, de
mantener vivo su amor y entera su práctica.
«El primer consejo evangélico»
La pobreza es el primero de los Consejos evangélicos. Desde el
principio de su vida pública, Jesucristo lanza las más terribles ame-
nazas contra los ricos que encuentran en la tierra sus consuelos. Por
otra parte los sufrimientos de los pobres mueven su dulcísimo Co-
razón a piedad, los consuela y los llama felices, asegurando que de
ellos es el reino de los cielos. Al que le pregunta qué tiene que hacer
para ser perfecto, le responde: «Vete, vende lo que tienes y sígueme».
A sus Apóstoles que se ofrecen a seguirlo les impone como primera
condición que abandonen las redes, el telonio y todo lo que tienen. Y
este voluntario despojo de todos los bienes de la tierra lo practicaron
todos los discípulos de Jesucristo, todos los santos que a lo largo de
tantos siglos iluminaron a la Iglesia.
«La pobreza de Don Bosco»
Nuestro venerado Padre vivió pobre hasta el final de su vida. Ha-
biendo tenido entre sus manos un inmenso dinero, no se vio nunca
en él el mínimo deseo de procurarse alguna satisfacción temporal. So-
lía decir: «La pobreza hay que tenerla en el corazón para practicarla».
Y Dios le recompensó ampliamente de su confianza y de su pobreza,
de modo que llegó a emprender obras a las que los mismos príncipes
no se habrían atrevido. Hablando del voto de pobreza, Don Bosco
escribía: «Recordemos que de esta observancia depende en máxima
parte el bienestar de nuestra Pía Sociedad y el bien de nuestra alma».
«Los pobres no sólo son evangelizados,
sino que son los pobres los que evangelizan»
La Historia eclesiástica nos enseña que fueron los más despren-
didos del mundo los que se distinguieron por su fe, esperanza y
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caridad, y cuya vida fue un tejido de obras buenas y una serie de
prodigios para la gloria de Dios y la salvación del prójimo.
Nosotros trabajaríamos inútilmente si el mundo no viese y no se
convenciese de que no buscamos riquezas ni comodidades. Debe-
mos tener bien fijo en nuestra mente lo que escribió san Francisco
de Sales: «que no solamente los pobres son evangelizados, sino que
son los pobres mismos los que evangelizan».
También entre nosotros, no son, desde luego, los Salesianos deseo-
sos de una vida cómoda los que emprendan obras llenas, de verdad,
de frutos, los que vayan en medio de los salvajes del Mato Grosso o
de la Tierra del Fuego, o se pongan al servicio de los leprosos. Éste
será siempre el honor de los que observen generosamente la pobreza.
«Las obras de Don Bosco son el fruto de la caridad»
Además hay que tener en cuenta que las obras de Don Bosco
son el fruto de la caridad. Es necesario que se sepa que muchos de
nuestros bienhechores, pobres ellos también o escasamente acomo-
dados, se imponen grandísimos sacrificios para poder ayudarnos.
¿Con qué corazón emplearemos ese dinero en procurarnos comodi-
dades no adecuadas a nuestra condición? Derrochar el fruto de tan-
tos sacrificios, o también sólo gastarlo con ligereza, es una verdadera
ingratitud hacia Dios y hacia nuestros bienhechores.
Permitidme que os haga una confidencia. Tal vez muchos, vien-
do que nuestras obras se van extendiendo cada vez más, piensen
que la Pía Sociedad dispone de muchos medios, y que por eso son
inoportunas mis reiteradas e insistentes exhortaciones a ahorrar y
observar la pobreza. ¡Qué lejos están de la verdad! Se les podría
mostrar cuántos jovencitos dependen totalmente o en gran parte
de la Congregación para la comida, el vestido, los libros, etc. Quien
observa nuestro desarrollo puede darse cuenta de las casas y de las
iglesias que se van edificando, de los daños que hay que reparar, de
los viajes de los misioneros que se deben pagar, de las ayudas que
se envían a las Misiones, de los gastos inmensos que hay que afron-
tar para la formación del personal.
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Quien no viviese según el voto de pobreza, el que en la comida,
en el vestido, en su alojamiento, en los viajes, en las comodidades de
la vida pasase el límite que nos impone nuestro estado, debería sen-
tir remordimiento por haber sustraído a la Congregación ese dinero
que estaba destinado para dar pan a los huérfanos, ayudar a alguna
vocación, extender el reino de Jesucristo. Piense que tendrá que dar
cuenta de ello ante el tribunal de Dios.
«Los tiempos heroicos de la Congregación»
El buen Salesiano llegará a poseer el espíritu de pobreza, es
decir, será verdaderamente pobre en los pensamientos y deseos si
aparece así en sus palabras, si se porta verdaderamente como pobre.
Aceptará con gusto las privaciones e incomodidades que son inevi-
tables en la vida común, y generosamente escogerá para sí las cosas
menos bellas y menos cómodas.
Concluyo evocando la memoria de los que nosotros llamamos
‘tiempos heroicos’ de nuestra Pía Sociedad. Transcurrieron muchos
años en los que se necesitaba una virtud extraordinaria para conser-
varnos fieles a Don Bosco y resistir las fuertes razones que nos invi-
taban a abandonarlo, y esto por la extrema pobreza en que se vivía.
Pero nos sostenía el amor intenso que teníamos a Don Bosco, nos
daban fuerza y valentía sus exhortaciones para permanecer fieles a
nuestra vocación a pesar de las duras privaciones, los graves sacrifi-
cios. Por eso estoy seguro de que cuanto más vivo sea nuestro amor
a Don Bosco, será más ardiente el deseo de conservarnos como dig-
nos hijos suyos, y de corresponder a la gracia de la vocación religio-
sa y se vivirá en toda su pureza el espíritu de pobreza.
Castidad
Juan Bautista Francesia, pequeño obrero, entró en el Oratorio de
Don Bosco a los 12 años. Encontró allí al estudiante Miguel Rua, que
tenía 13 años. Era 1850. Desde aquel momento fueron compañeros y
amigos inseparables durante sesenta años, hasta el día 6 de abril de
1910. La mañana de aquel día Juan Bautista Francesia estaba sentado
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junto a Miguel Rua que se estaba muriendo, y le sugirió la primera
invocación que, juntos, siendo muchachitos, habían aprendido de Don
Bosco: «Madre querida, Virgen María, haced que salve el alma mía». Y
Miguel le respondió: «¡Sí, salvar el alma lo es todo!».
Cuando en 1922, a los 82 años, don Juan B. Francesia fue llama-
do a deponer bajo juramento lo que pensaba de la santidad de Don
Rua, con la palabra ‘castidad’ se conmovió, y en voz baja dejó salir
de sus labios un testimonio que aún hoy nos conmueve leer y que
nos deja encantados: «El esplendor de la virtud angélica se transpa-
rentaba de toda la persona de don Miguel Rua. Bastaba mirarlo para
comprender el candor de su alma. Parecía que más que en las cosas
de este mundo tenía los ojos continuamente puestos en las cosas del
cielo. Era Don Rua el retrato verdadero de san Luis, y yo puedo ates-
tiguar que todo el tiempo que lo tuve cerca, nunca encontré una pa-
labra, un gesto, una mirada que no estuviese marcada por esa virtud.
Su modo de ser y portarse, en cualquier tiempo y en cualquier lugar,
estaba siempre conforme a la más exquisita delicadeza y modestia.
Por eso era siempre edificante, en público, en privado, en el patio,
por la calle, en la iglesia, en su habitación. En sus largas audiencias,
con cualquiera que hablase, mantenía un actitud tan recogida y al
mismo tiempo tan paternal que edificaba y atraía los corazones…
Estaba tan lleno de delicadeza y de atención hacia la virtud angélica
que, al inculcarla, su palabra tenía un eficacia especial. Eran amables
y llenos de sabiduría los consejos que solía dar a los Salesianos para
conducirse en medio de los jóvenes: ‘Amad mucho a los jovencitos
confiados a vuestros cuidados, pero no apeguéis a ellos vuestro co-
razón’… Otras veces decía… que se debe tener cuidado de todas las
almas, pero que no se debe dejar robar el corazón por ninguna… Al
predicar le fluían del corazón las más suaves palabras, y las hermo-
sas y bellas imágenes ganaban de tal modo a los jóvenes para la be-
lla virtud angélica que parecía un verdadero Ángel del Señor… Esta
virtud, por el testimonio que puedo dar por conocimiento propio, la
cultivó de modo perfecto desde jovencito hasta la muerte».50
50 Positio, pp. 928-930
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CARTA DEL RECTOR MAYOR
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Los días de la agonía
Y, sin embargo, precisamente en el campo de la moralidad, que
él consideraba justamente el valor más precioso para un Instituto
educativo como la Congregación Salesiana, Don Rua debió sufrir el
ataque más ignominioso, que literalmente trastornó su vida. Aquellos
momentos negrísimos se recuerdan como «los hechos de Varazze». El
colegio salesiano de aquella ciudad lo dirigía don Carlos Viglietti, el
último secretario personal de Don Bosco. La mañana del 29 julio de
1907 irrumpió en casa la policía. Los Salesianos resultan detenidos,
los muchachos —pocos, porque los demás habían partido ya de
vacaciones— son llevados a un cuartel. Don Viglietti debe escuchar
una acusación infamante: un muchacho, Carlos Marlario, de 15 años,
huérfano adoptado por la viuda Besson, acogido gratuitamente en el
colegio, ha escrito un ‘diario’ que ahora está en las manos de la poli-
cía. La casa salesiana se describe en él como un centro asqueroso de
pederastia. No sirven para nada los desmentidos de don Viglietti y
de los Salesianos, ni las negaciones unánimes de los alumnos some-
tidos a pesados interrogatorios.
La noticia se hace pública. Toda la prensa anticlerical comienza
una demoledora campaña de vilipendio contra los Salesianos y las
escuelas de sacerdotes. Nutridos grupos de alborotadores se entre-
gan a actos de violencia en Savona, La Spezia y Sampierdarena. Mu-
chos otros movimientos violentos contra sacerdotes y círculos católi-
cos se dan en Livorno y Mantua. Empieza la caza del cura. Se pide el
cierre de todos los colegios de religiosos de Italia.
«Durante aquella terrible prueba, algunos testigos contaron que
Don Rua estaba deprimido, irreconocible».51 Por aquellos meses ha-
bía sufrido una grave forma de infección, estaba muy debilitado, y
lo vieron llorar como un niño. Pero el montaje se desinfló. Aboga-
dos de los más famosos de Italia ofrecieron su patrocinio gratuito
a los Salesianos. Diputados, antiguos alumnos de los Salesianos,
asumieron la defensa de los colegios salesianos en el Parlamento. El
3 de agosto, apenas cinco días después del comienzo del vilipendio,
51 M. Wirth, o. c., p. 273.
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ACTAS DEL CONSEJO GENERAL, núm. 405 (SEPARATA)
Don Rua, ayudado por los demás Superiores para que reaccionase
de su abatimiento, presentó querella por difamación y calumnia,
asistido por tres ilustres abogados. El Tribunal de Apelación de Gé-
nova, cuando se cerró el proceso, declaró que el diario era una ma-
raña de invenciones fantásticas, escritas por «incesantes instigaciones
de gente ajena interesada en provocar un escándalo anticlerical».52
El 31 de enero de 1908, calmada totalmente la borrasca, Don
Rua enviaba a todos los Salesianos una circular cuyo título lo decía
todo: «Vigilancia». En ella resumía brevemente los acontecimientos,
invitaba a dar gracias a Dios y a María Auxiliadora, y pedía a todos
que reflexionasen sobre dos pasajes de las palabras de Don Bosco,
pronunciadas el 20 de septiembre de 1874, y sobre un artículo de
las Constituciones: «La voz pública a veces lamenta hechos inmorales
sucedidos con ruina de las costumbres y escándalos horribles. Es un
mal grande, es un desastre; y yo ruego al Señor que haga de modo
que se cierren todas nuestras casas antes de que en ellas sucedan se-
mejantes desgracias».53 Más todavía: «Se puede establecer como prin-
cipio invariable que la moralidad de los alumnos depende de quien
los educa, los asiste y los dirige. Quien no tiene no puede dar, dice
un proverbio. Un saco vacío no puede dar trigo, ni una garrafa llena
de hez dar buen vino. De ahí que antes de presentarnos como maes-
tros a los demás, es indispensable que poseamos lo que queremos
enseñarles».54 Comenta después el artículo 28 de las Constituciones
diciendo: «A pesar de su (de Don Bosco) vivo deseo de tener muchos
colaboradores en su obra, no quería que quienes no tuviesen funda-
da esperanza de poder conservar, con la ayuda de Dios, la virtud de
la castidad en palabras, obras y hasta en los pensamientos, profesa-
ran en esta Sociedad».55
52 A. Amadei, o. c., III, p. 348.
53 Lettere circolari di Don Michele Rua ai Salesiani, o. c., pp. 464-465.
54 Lettere circolari di Don Michele Rua ai Salesiani, o. c., p. 465-466.
55 Lettere circolari di Don Michele Rua ai Salesiani, o. c., p. 467.
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1. CARTA DEL RECTOR MAYOR
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4. DON RUA, «EL EVANGELIZADOR DE LOS JÓVENES»
En la homilía de la beatificación, el Papa Pablo VI —como ya he
señalado en parte— a un cierto punto afirmó: «Meditemos un ins-
tante sobre el aspecto característico de Don Rua, el aspecto que nos
deja entenderle… Hijo, discípulo, imitador (de Don Bosco), hizo del
ejemplo del Santo una escuela, de su obra personal una institución
extendida, se puede decir, por toda la tierra;… hizo de la fuente una
corriente, un río… La prodigiosa fecundidad de la Familia Salesiana
tuvo en Don Bosco el origen, en Don Rua la continuidad. Este se-
guidor suyo sirvió a la Obra Salesiana en su virtualidad expansiva,
la desarrolló con coherencia textual, pero siempre con genial nove-
dad… ¿Qué nos enseña Don Rua? A ser continuadores… La imita-
ción del discípulo no es pasividad, ni servilismo… La educación (es)
arte que guía la expansión lógica, pero libre y original, de las cuali-
dades virtuales del alumno… Don Rua se cualifica como el primer
continuador del ejemplo y de la obra de Don Bosco… Nos damos
cuenta de que tenemos delante a un atleta de actividad apostólica,
que (actúa) siempre con el sello de Don Bosco, pero con dimensio-
nes propias y crecientes… Nosotros rendimos gloria al Señor, que ha
querido… ofrecer a su fatiga apostólica nuevos campos de trabajo
pastoral, que el impetuoso y desordenado desarrollo social ha abier-
to ante la civilización cristiana».56
Nuevos campos de trabajo pastoral
Basta con leer rápidamente la cantidad impresionante de las car-
tas de Don Rua, de sus circulares, los tomos que resumen su obra
de Sucesor de Don Bosco durante 22 años, para descubrir de modo
imponente que lo que afirma el Papa es exacto: su fidelidad a Don
Bosco no es estática, sino dinámica. Él advierte bien el fluir del tiem-
po y de las necesidades de la juventud, y sin miedo dilata la obra
salesiana a nuevos campos de trabajo pastoral.
56 Pablo VI, Homilía en la beatificación de Don Rua, Roma, 29 de octubre de 1974.
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ACTAS DEL CONSEJO GENERAL, núm. 405 (SEPARATA)
Entre los obreros y los hijos de los obreros
En las últimas décadas del siglo XIX y las primeras del XX las lu-
chas sociales de los trabajadores de las fábricas se multiplican por to-
das partes. Las condiciones de los obreros son miserables: horarios in-
humanos, condiciones higiénicas pésimas, mutualidades y pensiones
inexistentes. Bajo el impulso de Don Rua los Salesianos y las FMA dan
vida a un floración de obras sociales: orfanatos, escuelas profesiona-
les, escuelas agrícolas, parroquias de periferia con Oratorios para los
hijos de las familias obreras: Oratorios que ven jugar sobre la hierba
verde y rezar en las capillas a trescientos, quinientos, mil muchachos.
Don Rua goza con ello, y exhorta a los Inspectores a tener una aten-
ción especial por estas ‘obras fundamentales de Don Bosco’.
En los últimos años del siglo, Turín se convierte en la cuna dolo-
rosa del proletariado italiano. En mayo de 1891 León XIII publica la
encíclica Rerum Novarum. En ella el Papa denuncia la situación en
la que «un pequeñísimo número de gente muy rica ha impuesto un
estado de semi-esclavitud a la infinita muchedumbre de los proleta-
rios» (RN 2). La encíclica tiene inmediatamente un fuerte impacto en
el mundo cristiano, y Don Rua siente que para los Salesianos ha lle-
gado la hora de ampliar e intensificar su acción social.
En 1892 se tiene en Turín-Valsalice el VI Capítulo General de la
Congregación. Entre las cuestiones para tratar, Don Rua pone la apli-
cación práctica de las enseñanzas del Papa sobre la cuestión obrera.
Los Salesianos asumen el compromiso de introducir en los progra-
mas escolares de los jóvenes alumnos la instrucción sobre capital y
trabajo, derecho de propiedad y de huelga, salario, descanso y aho-
rro. Se sugiere invitar a los alumnos y exalumnos a inscribirse en las
Sociedades Obreras Católicas.
Entre los mineros de Suiza
En 1898 se comienza el túnel del Simplón entre Suiza e Italia:
una de las galerías más largas del mundo, dos pasos paralelos de
19.800 metros. En la vertiente suiza se forma una colonia de más de
dos mil obreros italianos: piamonteses, lombardos, vénetos y, sobre
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CARTA DEL RECTOR MAYOR
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todo, abruceses y sicilianos, con mujeres e hijos. Don Rua no duda
en mandar entre aquellos trabajadores a los Salesianos e Hijas de
María Auxiliadora. Allí estuvieron siete años, es decir hasta el final
de los trabajos. Las noticias de cómo atendieron las necesidades de
aquellas pobres familias son escasas: hacían el bien y ninguno tuvo
tiempo de llevar una crónica. Un diputado socialista, Gustavo Chiesi,
fue un día a observar la situación. Vio lo que hacían los Salesianos
y las Hermanas, el Círculo obrero que habían fundado, que era el
lugar de encuentro más frecuentado por los italianos; envió una cró-
nica que publicó el diario "Tempo" de Milán. Se lee en ella: «Hemos
voceado muchos sobre las condiciones de nuestros obreros en el
Simplón, hemos escrito y protestado mucho. Pero nada práctico se
ha hecho hasta ahora en su ayuda. Lo poco que se ha hecho hasta
ahora lo han hecho los curas… En cada ocasión que surge ellos son
los primeros que hacen, ayudan y alivian las penas ajenas. Así en el
Simplón, así en todas partes».
Emigrantes entre los emigrantes
Otras oleadas más numerosas de emigrantes salían de Italia pa-
ra huir de la miseria de las tierras del Sur. Para América del Norte y
América del Sur, en el decenio 1880-1890, según las estadísticas del
economista Clough, cada año emigraba una media de 165 mil per-
sonas. Sólo a Argentina emigraban cada año 40 mil italianos. En la
década siguiente la masa de los emigrantes aumentó: se tocaba y se
superaba el medio millón cada año. Giuseppe Toscano, en la Cámara
de los Diputados, refiriéndose a la extrema pobreza del Sur, había
declarado en 1878: «Reducido a la desesperación ¿qué queréis que
haga el proletariado? No lo quedan más que dos caminos: el camino
del delito y del bandolerismo o el de la emigración. Doce años des-
pués la situación no había cambiado, y Vittorio E. Orlando, de Paler-
mo, gritó en el mismo Parlamento que para sus paisanos el dilema
se resumía en dos palabras: «¡O emigrantes, o bandoleros!».
Don Rua, mientras cubría Italia con una red de obras para los
jóvenes de las familias más modestas, envió misioneros Salesianos
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a América del Norte en 1897 y 1898. En Nueva York, Paterson, Los
Ángeles, Troy, nuestros Hermanos se afanaban para acoger a los
emigrantes que no conocían la lengua, no sabían dónde alojarse y
encontrar trabajo. Codo con codo con las heroicas hermanas de la
Madre Cabrini y de muchos otros misioneros y misioneras, trataban
de ayudarlos a instalarse, inscribirse en los sindicatos del pueblo.
Acogían a sus hijos en las escuelas, les aseguraban asistencia religio-
sa. Al mismo tiempo reforzó y multiplicó las presencias salesianas en
América del Sur, que prosperaban bajo la guía de mons. Cagliero y
del nuevo obispo salesiano mons. Luis Lasagna.
Los Salesianos se presentaban en continentes para ellos nuevos.
Obras sociales, orfanatos, escuelas profesionales, parroquias y Ora-
torios de barriadas se abrían en tierras lejanísimas: Ciudad del Cabo,
Túnez, Esmirna, Constantinopla. Nuevas obras se abrieron en racimo
en Europa del Norte y del Oeste. Una de las consecuencias benefi-
ciosas fue que las misiones salesianas pudieron contar muy pronto
con Hermanos de diversas nacionalidades. Los polacos emigrantes
en Buenos Aires podían encontrar a un Salesiano polaco al frente de
un secretariado para ellos; en Londres la colonia polaca disponía de
una iglesia oficiada por un Salesiano polaco; los alemanes emigra-
dos a la Pampa central o a Chile encontraron Salesianos alemanes.
En Oakland, California, todo un barrio de portugueses estaba asisti-
do por un Salesiano portugués.
Arriesgar todo lo que se puede arriesgar, como Don Bosco
La audacia apostólica impulsó a Don Rua a apoyar las empresas
más difíciles. Con la misma valentía de Don Bosco arriesgó todo lo
que se podía arriesgar para llevar el Reino de Dios y el amor de Ma-
ría Auxiliadora a todas partes.
En Palestina no dudó en aceptar como Salesianos la bien arrai-
gada Familia religiosa de don Antonio Belloni, que se dedicaba a los
niños más pobres. En Polonia no se opuso a la difícil y problemática
personalidad de don Bronislaw Markiewicz, que parecía quererse
rebelar contra la autoridad de los Superiores, pero que es venerado
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CARTA DEL RECTOR MAYOR
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como beato y fundador de una Congregación que forma parte de la
Familia Salesiana. En Colombia apoyó el apostolado nuevo y emba-
razoso para algunas personas, entre los leprosos de Agua de Dios,
iniciado por don Miguel Unia y llevado adelante por don Evasio
Rabagliati y don Luis Variara. Apoyó a don Juan Balzola y a don An-
tonio Malan que trataron de introducirse entre los indígenas Bororos
del Mato Grosso de Brasil. Animó los dificilísimos intentos de im-
plantar una misión entre los indígenas Shuar del Ecuador. En Orán
(Argelia), donde muchos niños vagaban por las calles, envió a siete
Salesianos a abrir un Oratorio y escuelas.
En 1906 bendijo a los primeros Salesianos que partían para fun-
dar misiones en la India y China, capitaneados éstos por el jovencí-
simo don Luis Versiglia al que hoy veneramos como mártir y santo.
Era un comienzo timidísimo, casi temerario, pero ahora la obra de
Don Bosco en la India, en China y en toda Asia causa maravilla en
todos.
En la víspera de sus ‘Bodas de oro’ como sacerdote, anunciada
por el "Boletín Salesiano" y pregustada por todos los Salesianos,
una grave infección que lo atormentaba desde hacía años y que lo
habían cubierto de llagas dolorosas, le truncó la vida. Dios le vino al
encuentro la mañana del 6 de abril de 1910.
«Aquella sencillez con la que buscaba acompañar sus obras»
Quien explora sólo los últimos años de vida de este delgado sa-
cerdote, tiene la impresión invencible de una actividad incansable
y gigantesca. Verdaderamente, como afirmó Pablo VI en la homilía
de beatificación, «no podremos olvidar nunca el aspecto práctico de
este pequeño-gran hombre, tanto más que nosotros, no ajenos a la
mentalidad de nuestro tiempo, propensa a medir la estatura de un
hombre por su capacidad de acción, advertimos que tenemos delan-
te a un atleta de actividad apostólica».
Y, sin embargo, toda esta actividad humana y espiritual, la realizó
Don Rua en el silencio y la humildad. Tanto que su queridísimo don
Juan Bautista Francesia, al ponerse a escribir su biografía, usando el
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plural mayestático que entonces usaban los autores, escribió: «No-
sotros que solíamos vivir con él, que lo oíamos hablar con frecuen-
cia, que tratábamos con él como se hace con una persona íntima y
confidente, encontrábamos todo natural y sin relieve. ‘¡Así, se decía,
haría yo! Así habría hecho Don Bosco. ¿Qué hay de extraordinario?
¡Me parece que no hay nada!’ Y, sin embargo, pensando en ello, se
habría debido decir que aquella sencillez, con la que buscaba acom-
pañar sus obras, aquel decir continuamente ‘todo por el Señor y na-
da más que por el Señor’, despertaba ya en nosotros asombro, que
constituirá siempre el elogio más bello de la laboriosa y humilde
vida de Don Miguel Rua».57
CONCLUSIÓN
Como conclusión, querría volver a lo que os escribí el 24 de
junio de 2009, con el título «Recordando a Don Rua». Os decía que
queremos vivir al año 2010 especialmente como un camino espiri-
tual y pastoral. Para hacer fructificar este año dedicado al primer
Sucesor de Don Bosco señalaba en la carta «algunas atenciones para
tener presentes en vuestras programaciones del próximo año, en los
caminos personales, comunitarios e inspectoriales».
La primera es la de reforzar nuestra condición de discípulos
fieles de Jesús, modelo de Don Bosco, redescubriendo los caminos
para custodiar la fidelidad a la vocación consagrada, con una in-
vitación concreta a beber en las fuentes de la vida del discípulo y
del apóstol, en las fuentes cotidianas de la fidelidad vocacional: la
Sagrada Escritura mediante la lectio divina y la Eucaristía en la cele-
bración, en la adoración y en las visitas frecuentes.
La segunda atención que tener es la de asumir la actitud de Don
Rua que, cuando fue enviado a Mirabello, compendió los consejos
recibidos de Don Bosco en una sola expresión: «En Mirabello trata-
ré de ser Don Bosco». Y todo Don Bosco se encuentra en nuestras
57 G. B. Francesia, Don Michele Rua, Turín 1911, p. 6.
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Constituciones. Hacerse Don Bosco, día a día, es exactamente lo
que nos indican concretamente las Constituciones. Movido por el
testimonio especial del primer Sucesor de Don Bosco, os invito en
este año, sobre todo con ocasión de los ejercicios espirituales, a
descubrir la importancia y el espíritu de nuestras Constituciones sa-
lesianas y a repasar vuestro proyecto personal de vida, con una refe-
rencia especial al Capítulo cuarto: el que se refiere a nuestra misión
y se titula «enviados a los jóvenes».
En tercer lugar, recordando que Don Rua, impulsado por la pa-
sión del Da mihi animas, dio un gran impulso a la misión salesiana,
os invitaba a imitarlo en su entrega a responder a las necesidades de
los jóvenes y a encontrar los caminos pastorales aptos para alcanzar-
los con el anuncio del Evangelio. El arrojo apostólico de Don Rua
nos pide, por tanto, concretar durante este año el compromiso de
evangelizar a los jóvenes. Nos lo pide el segundo núcleo del CG26;
nos lo propone el Aguinaldo de 2010, que nos invita a dejarnos im-
plicar en el compromiso evangelizador como Familia Salesiana, de la
que Don Rua fue un convencido promotor.
En este año Sacerdotal miramos todos a Don Rua también como
modelo para el Salesiano sacerdote. Descubramos y profundicemos
en su identidad, llena de fervor espiritual y celo pastoral en el ejer-
cicio del ministerio, impregnada por la experiencia de la vida consa-
grada apostólica.
Que el Espíritu de Cristo nos anime en nuestro camino de re-
novación pastoral y que María Auxiliadora nos sostenga en el com-
promiso apostólico. Que Don Bosco, siempre, sea nuestro modelo y
nuestro guía.
Cordialmente en el Señor
Pascual Chávez Villanueva
Rector Mayor
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ACTAS DEL CONSEJO GENERAL, núm. 405 (SEPARATA)
Oración para pedir la canonización
del beato Miguel Rua
Dios omnipotente y misericordioso,
tú pusiste sobre las huellas de san Juan Bosco
al beato Miguel Rua, que imitó sus ejemplos,
heredó su espíritu y propagó sus obras;
ahora que con la beatificación
lo has elevado a la gloria de los altares,
dígnate multiplicar su patrocinio hacia los que lo invocan
y apresurar su canonización.
Te lo pedimos por intercesión de María Auxiliadora,
a la que él amo y honró con corazón de hijo,
y por mediación de Jesucristo nuestro Señor.
Amén.
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