351-400|es|365 El Padre nos consagra y nos envía
  1. CARTA DEL RECTOR MAYOR




EL PADRE NOS CONSAGRA Y NOS ENVÍA”1



I, UNA VIDA CONSAGRADA – 1. Una invitación apremiante – 2. Una palabra clave – 3. La experiencia gozosa de un don recibido – 4. La confesión de la iniciativa de Dios – 5. Un proyecto de vida en Dios – 6. La profesión pública – 7. Algunas consecuencias.

II. NUESTRA CONSAGRACIÓN APOSTÓLICA – 1. Singularidad de la consagración “salesiana” – 2. La originalidad “consagrada” de nuestra misión apostólica – 3. Servicio y profecía – 4. Los múltiples dones de nuestra comunidad consagrada – 5. Algunas consecuencias – 6. El guía de la comunidad consagrada.


Roma, 8 de septiembre de 1998

Fiesta de la Natividad de la Sma. Virgen




Queridos hermanos:


Celebro poder haceros llegar mi saludo, unido al de los miembros del Consejo General, en este momento en el que una parte de vosotros se prepara a comenzar el año de actividad pastoral y otros piensan en recoger los resultados finales. Dirijo una palabra particular de aliento y cercanía a las comunidades que se encuentran en situaciones difíciles a causa de guerras y conflictos de diverso género, especialmente en África. Para ellas pido vuestra oración y vuestro recuerdo.

La carta precedente acerca del núcleo animador ha estimulado una reflexión positiva. Ha provocado también una preocupación, que algunos se han apresurado a manifestarme. Esto me ofrece la ocasión de profundizar todavía más el tema que está siendo determinante en el camino de estos años: la capacidad de animación de la comunidad salesiana.



I.- UNA VIDA CONSAGRADA


  1. Una invitación apremiante.


Una pregunta surge espontánea con frecuencia cuando se afronta esta temática. Se refiere al peso, a la incidencia, al influjo de nuestra vida consagrada en el trabajo de animación comunitaria, en la orientación de la educación y en la práctica pedagógica. No se refiere principalmente al tiempo que la consagración permite dedicar, factor que se puede suplir con un empleo mayor de recursos laicales, y ni siquiera a las competencias en dinámicas comunitarias o en la educación, hoy fáciles de encontrar en los laicos; sino precisamente a la calidad específica que la vida consagrada aporta a la comunión, a la propuesta educativa pastoral y a la práctica pedagógica.


El CG24 prestó gran atención a esta problemática. Si bien no le dio un desarrollo unificado y orgánico, indicó una serie de estímulos a tener en cuenta. Sin la pretensión de ser completo, creo que se pueden resumir en algunos puntos.

Un primer punto: la consagración, vivida con autenticidad y alegría, introduce en la comunidad educativa salesiana algunas sensibilidades: la primacía de Dios en la vida2, la importancia de la espiritualidad en la tarea educativa3, la atención al espíritu salesiano4, una visión del crecimiento humano conforme a un paradigma de nueva humanidad, la apertura a una experiencia de Dios para jóvenes y adultos5.

De estas ideas, recogidas en una lectura rápida, proviene un segundo punto de atención: la identidad del consagrado debe aparecer claramente “como fuerza dinámica específica para la educación y para la animación de la CEP”6. Urge, pues, por parte de los consagrados, una profundización de su identidad7, como razón última de las tareas que se les confían y como posibilidad de desempeñarlas con resultados plenos, de acuerdo con las finalidades que la Congregación se propone.

Tal reflexión resulta urgente también a causa del descubrimiento de la vocación del laico8 y de la insistencia sobre su realización máxima.

Debe mover a los consagrados a cultivar y compartir los dones provenientes de su propia vocación, conscientes de “lo que tenemos en común y de nuestras diferencias” con los laicos, sabiendo además que hay un punto de encuentro de la totalidad: el corazón oratoriano y el estilo del Buen Pastor9.

Un tercer punto: cuanto he indicado anteriormente debe llevar a superar una cierta desorientación por parte de algunos consagrados respecto de la propia participación en la comunidad educativa y frente a los espacios de intervención abiertos a los laicos10. Su participación debe consistir más en la comunicación del espíritu11 que en la realización material del trabajo cotidiano. La relación con los laicos hay que plantearla sobre la base del compartir los dones12.

Y, todavía: para lograr realizar este proyecto, es necesario apoyarse en una formación inicial13 y en un crecimiento permanente que ayuden a los Salesianos “a profundizar la identidad de su consagración y a adquirir convicciones firmes sobre el valor educativo de su consagración”14.

El influjo de la consagración en la animación comunitaria y en la orientación de la educación tiene un desarrollo particular en los nn. 149-155 del CG24, cuyo núcleo parece ser la afirmación: “Don Bosco quiso que hubiera personas consagradas en el centro de su obra, dirigida a la salvación de los jóvenes y a su santificación. Quería que sus religiosos fueran el punto de referencia preciso de su carisma”15.

Esta voluntad suya se atribuye a inspiración divina; es determinante, pues, para la misión, que no consiste sólo en la promoción temporal, sino en la propuesta de santidad a los jóvenes. “El Señor guió a san Juan Bosco en la fundación de una comunidad de consagrados que fuese levadura en la multiplicidad de servicios, animación espiritual para cuantos se dedican a la educación y garantía de continuidad en su misión con los jóvenes”16.

El carisma, por lo tanto, no se expresa en su integridad y autenticidad si faltan los laicos: pero menos aún si llegase a faltar la aportación específica de los consagrados.

De todo esto se deducen, para la comunidad salesiana, orientaciones como éstas: “compruebe frecuentemente la incidencia de su vida consagrada y comunitaria; aproveche las ocasiones que tenga para presentar y explicar a los laicos y a los muchachos el valor específicamente educativo de la vida consagrada”17.


La misma problemática proviene de las comunidades religiosas, y no sólo de las nuestras. Convencidos de que la educación, particularmente la que se realiza por medio de la escuela, es una actividad útil a la evangelización, no pocos religiosos se preguntan cuál deba ser en ella el lugar de su opción radical por el Reino.

Ante la delegación de las principales tareas a los laicos y la transmisión a ellos de la propia tradición pedagógica, algunos se sienten perdidos respecto de la propia aportación, más allá de la posibilidad de entrega completa y de la competencia que tal entrega comporta. Y esto, incluso después de haber dado la prioridad a los compromisos, como indica el CG24: de formación, de orientación y de identidad educativa.

Desde la parte de los jóvenes, muchos hacen notar que éstos llegan a captar la profesionalidad y la generosidad de nuestro servicio, pero no siempre les resulta perceptible su razón última y su sentido.

Es real, por otra parte, que en algunas estructuras no se llega a hacer brillar la opción consagrada por el peso de las actividades instrumentales: nos hemos quedado en los medios, más que evidenciar los fines. Y así también en el ejercicio de algunas funciones organizativas o directivas no se logra la unidad entre profesionalidad y corazón oratoriano que define la imagen del salesiano.

Respecto de la comunidad misma algunos lamentan no la pérdida, sino la debilidad de expresión, del sentido y de las manifestaciones más inmediatas de la consagración, como la fraternidad y la oración cotidiana. Aun reconociendo que esto se debe a la multiplicidad de tareas inspiradas en la caridad pastoral, el hecho representa un empobrecimiento del testimonio de la consagración y para los más jóvenes una dificultad para vivirla con alegría.

El CG24, y lo mismo harán ciertamente los Capítulos inspectoriales, se ocupó ampliamente de las relaciones a establecer con los laicos, de las modalidades fundamentales con las que los religiosos se hacen presentes en la comunidad educativa, del objeto principal de sus intervenciones y de la calidad de su acción. No insistiré sobre estos puntos. Los considero, si no logrados, al menos propuestos suficientemente a vuestra atención. Ya traté de ellos en la Carta anterior Expertos, testigos y artífices de comunión18.

El tema de nuestra consagración lleva a la raíz el significado de tales indicaciones, partiendo de su fuente más interior y personal. En este sentido ha sido asumido en nuestra programación para el sexenio19.


  1. Una palabra clave.


Las discusiones de los últimos años han hecho ver diversas posiciones acerca de la vida consagrada y su colocación en la Iglesia. Las palabras clave, para introducirnos en lo que se puede llamar su núcleo, son varias: carisma, sequela Christi, misión.

El Sínodo sobre la vida consagrada ha sido consciente de tales diversidades y ha tratado de conducirlas a un cauce común. Ha pedido al Papa que diera una respuesta precisa a algunas cuestiones, para poder hacer un discernimiento frente a los desafíos que se presentan y desarrollar los valores permanentes de la vida consagrada, incluso a través de nuevas expresiones.

Entre las cuestiones que debían esclarecerse estaba el elemento distintivo, el que determina la identidad de la vida consagrada y, por lo tanto, también su aportación específica a la vida de la comunidad cristiana y a la pastoral.

Es sabido, porque ya ha sido objeto de numerosos comentarios, que la Exhortación Apostólica lo pone en la consagración. Esto estaba ya presente en la enseñanza que va desde el Concilio Vaticano al Sínodo sobre la Vida Consagrada. Pero había sido desfigurado, tanto por una interpretación restringida de la consagración, como por el nuevo perfil de la vida consagrada en la Iglesia entendida como pueblo de Dios, como por el crecimiento de la secularización, que llevó a un cambio en el significado de lo “sagrado”.

La declaración Elementos esenciales de la enseñanza de la Iglesia sobre la vida religiosa (31 de mayo de 1983) afirmaba: “En la base de la vida religiosa está la consagración. Al insistir en este principio, la Iglesia pone el acento en la iniciativa de Dios y en la relación nueva y diversa con Él que la vida religiosa comporta”20. Dos referencias fundamentales determinan, pues, la realidad de una vida consagrada: la iniciativa de Dios, sentida por el sujeto como una llamada, y una nueva y singular relación con Él, conforme a la cual se orienta y organiza la existencia.

La Exhortación Apostólica Redemptionis Donum (25 de marzo de 1984), que quería intervenir en el fecundo intercambio en curso, dirigiéndose a los religiosos decía: “La Iglesia piensa en vosotros ante todo como personas consagradas: consagrados a Dios en Jesucristo como propiedad exclusiva. Esta consagración determina vuestro puesto en la vasta comunidad de la Iglesia, del pueblo de Dios. Al mismo tiempo ella introduce en la misión universal de este pueblo una fuente especial de energía espiritual y sobrenatural”21.

Consagración se ha convertido, pues, en la palabra clave en la que se resumen la condición y el camino de santidad de aquellos que se ponen, con profesión pública, al seguimiento radical de Cristo. Todos los proyectos de existencia que responden a tal propósito son considerados como vida consagrada, aunque entre ellos se den notables diferencias en cuanto a modalidades, organización y finalidades inmediatas.

La Exhortación Apostólica Vita Consecrata afronta directamente el argumento y habla de él con intencionada claridad, atribuyendo a la consagración otros elementos cualificantes y distintivos de este género de existencia. En el n. 72, con el título “Consagrados para la misión”, se lee: “A imagen de Jesús, el Hijo predilecto “a quien el Padre ha santificado y enviado al mundo” (Jn 10,36), también aquellos a quienes Dios llama para que le sigan son consagrados y enviados al mundo para imitar su ejemplo y continuar su misión”22.

De tal consagración, que es definida “nueva y especial”, se esclarece el sentido y se disipan los malentendidos. Hay una continuidad con la consagración bautismal porque ésta es asumida de forma radical. Al mismo tiempo hay una novedad, un “salto”, un éxodo, una intervención de Dios, en cuanto que este tipo de existencia no está necesariamente incluido en la gracia bautismal. Comporta una vocación o llamada personal.

La excelencia objetiva de la vida consagrada no excluye otras objetivas excelencias en su género (laical, sacerdotal), ni produce una jerarquía espiritual. Pero sí genera una diferencia enriquecedora en la comunión, y representa, por todo ello, una aportación típica en términos de signo, anuncio, testimonio de vida cristiana y servicio a la misión de la Iglesia.

La Exhortación Apostólica Vita Consecrata subraya que ningún otro elemento, fuera o separado de éste, puede dar la fisonomía y justificar la presencia de la vida religiosa en el mundo actual: ni los compromisos educativos o sociales, ni el voluntariado en las situaciones de pobreza, ni las luchas por las grandes causas humanas; sólo el hecho de que se ha sentido la llamada para testimoniar la primacía de Dios y se acoge la centralidad indispensable de Cristo en la orientación y en la organización de la propia existencia. Y como no pueden ofrecer el rasgo original, otras motivaciones no son suficientes para asumir una existencia consagrada. Se ve, pues, la debilidad, especialmente hoy, de una vocación basada sólo en el entusiasmo por el trabajo juvenil o por la promoción de los pobres y cosas semejantes. Tales motivaciones se agotan si no tienen raíces más sólidas y definitivas.

Lo dicho da pie a algunos comentarios.

No todos han comprendido la importancia de esta preferencia e insistencia. He tenido oportunidad, en convenios y reuniones, de escuchar reservas sobre el tema. Es conveniente descubrir los motivos, porque acá y allá circulan tales reservas también por nuestros ambientes.

Alguien teme que se vuelva a considerar a los religiosos como personas constituidas públicamente en una situación social diversa, cosa hoy “extraña” a la mentalidad actual. Esto está totalmente excluido. De nuestra opción por Dios no provienen prerrogativas o privilegios de “status” en el ámbito secular ni en el de la Iglesia. Y vale la pena recordar que nuestra existencia no está protegida o defendida, sino más bien expuesta.

Algunas reservas provienen de la sospecha de que los consagrados se consideren a sí mismos y deban ser considerados por los demás como “superiores”, La “excelencia objetiva” de la vida consagrada, la “nueva y especial consagración”, el término “más” (más radical, más intensa, más cercana, más conforme), repetido con frecuencia para describir el compromiso del religioso respecto de las exigencias pedidas a todo cristiano, produce desconfianza. Y así también el temor de que los religiosos aparezcan organizados como una categoría separada, en contraste con la actual visión eclesial de comunión que debe darse también en ámbitos inmediatos, como las iglesias locales y las comunidades parroquiales.

Hay todavía otras dos dificultades resaltadas por algunos. Una de tipo pastoral: que la afirmación primera y casi aislada de la relación personal con Dios centre de nuevo a los religiosos en su propia perfección, separándolos del ser para el mundo. La otra, espiritual: que esto determine una visión intimista o dualista (sagrado – profano, espiritual – corporal, relación con Dios – acción en el mundo) de la experiencia cristiana. Estos dos aspectos nos tocan muy de cerca para las finalidades apostólicas de nuestra Congregación delineadas en el artículo 6 de las Constituciones y para la espiritualidad activa que se inspira en la caridad pastoral.

Ninguno de los significados que provocan tales desconfianzas está comprendido en el término consagración, según la profundización hecha en estos años. Se pone, en cambio, de manifiesto el sentido total que tiene la consagración. Ésta comprende simultáneamente todos los elementos de un proyecto de vida en Dios: los consejos evangélicos, la misión apostólica, la comunión fraterna, la espiritualidad. No es un elemento “organizativo” diverso de ellos o por encima del conjunto de ellos, sino el elemento que está en su base. Es la gracia y la relación que los abarca todos.

Esto nos es familiar a nosotros porque lo encontramos en nuestras Constituciones: “La misión apostólica, la comunidad fraterna y la práctica de los consejos evangélicos son los elementos inseparables de nuestra consagración, vividos en un único movimiento de caridad hacia Dios y los hermanos”23.

La consagración no consiste en la disposición externa de la vida, sino en una gracia que transforma interiormente. Nuestra Regla afirmará que hemos sido consagrados no por una persona o institución humana, ni siquiera por la fuerza de un gesto litúrgico, sino con el don del Espíritu: “El Padre nos consagra con el don de su Espíritu y nos envía a ser apóstoles de los jóvenes”24.

Es un motivo éste que en nuestras Constituciones se repite frecuentemente, con otras palabras equivalentes: vocación, alianza con Dios, donación total, amor de predilección, opción radical. Todas ellas indican una sola cosa: una relación particularísima de Dios y con Dios que marca nuestra experiencia personal y nuestro trabajo educativo.

Por este sentido envolvente (seguimiento de Cristo con los votos, vida de comunión, formas concretas de misión), dentro de la vida consagrada se dan muchas formas o tipos. La consagración no es una en la modalidad, sino que tiene expresiones múltiples. Se habla de formas de vida consagrada, antiguas, modernas y futuras. Es importante comprender esto para no confundir consagración con el solo aspecto estrictamente “religioso”, creando una especie de dualismo respecto de los compromisos pastorales, más aún cuando éstos, como es nuestro caso, se realizan en ámbito secular y requieren profesionalidad y relaciones también seculares.

Por nuestra unidad personal, por nuestro testimonio, por la continua aportación en la comunidad educativa, interesa redescubrir algunos aspectos de la consagración. Hoy, más que como un “momento” único, se la considera como un “continuum” que comprende toda la existencia; más que como un “estado” en que se está establecido, de una vez para siempre, se la considera como un don, un camino que recorrer, una relación que cultivar. “La entera vida religiosa entregada al servicio de Dios, establece una consagración especial”25.

La vida consagrada comprende la experiencia personal de la llamada o vocación, la aceptación de la iniciativa de Dios en la fe, la elección de un proyecto de discipulado o seguimiento de Cristo, el reconocimiento, por parte de la Iglesia, de la acción de Dios en nuestra persona y la inserción pública del proyecto escogido en su misión.

Pienso que será útil reflexionar y revivir estos aspectos y pasos. No tienen sólo un valor doctrinal, de iluminación, sino que representan una condición para la expresión viva de la consagración en nuestros ambientes.


  1. La experiencia gozosa de un don recibido.


Una llamada acompañada de una atracción interior”, dice la Exhortación Apostólica Vita Consecrata hablando de la consagración26. “Una experiencia singular de la luz que emana del Verbo Encarnado es ciertamente la que tienen los llamados a la vida consagrada”27. “Quien ha recibido la gracia de esta especial comunión de amor con Cristo, se siente como seducido por su fulgor28.

Muchos “motivos” transversales de la Exhortación Apostólica remachan este elemento subjetivo, que es el signo y el primer paso de la consagración: el reclamo de la belleza que atrae, el sentirse alcanzado por una manifestación particular de Cristo29, el ser arrebatado en el horizonte de la eternidad30 o envuelto en el esplendor de la verdad, el hacer experiencia de Dios amor, la felicidad interior por un conocimiento nuevo, la fascinación de la sabiduría.

La consagración consiste en el hecho de que Dios se hace sentir en nuestra vida de manera singular hasta envolverla totalmente y convertirse en el “motivo” principal, Él a quien más escuchamos y al que miramos con más atención y gusto. Y no por obligación religiosa o ética, sino como vida, sentido y alegría.

Esta atracción o enamoramiento de Dios es un dato y una experiencia que podemos revivir mirando atrás. Marca el recorrido de nuestra decisión vocacional. Ciertamente recordamos cuándo y por qué nos decidimos por Él, como los esposos recuerdan cuándo sucedió su encuentro y cómo se encendió una atracción recíproca.

Para algunos puede haber sido una iluminación repentina en un momento de particular intensidad espiritual, por ejemplo un retiro. Para los más sucedió con gradualidad: un primer toque debido al contacto con ambientes o personas relacionadas con lo religioso, en los cuales se captó un valor particular; luego, poco a poco, se descubrió la fuente de la que provenían tales valores; se participó en la experiencia de los que nos impresionaron, a través de la amistad, la colaboración y las confianzas. Se descubrió un panorama de vida nuevo y lleno de sentido... Por fin, nos sentimos “aferrados”, según la expresión de San Pablo: “He sido conquistado por Cristo Jesús”31.

Es la experiencia bíblica de pertenecer a Dios y no ser capaces de separarnos de Él, aunque somos conscientes de nuestras debilidades e infidelidades: “Tú me has seducido, Señor, y yo me he dejado seducir (...). En mi corazón había un fuego abrasador, que sentía dentro de mis huesos. Traté de contenerlo, pero no podía”32.

A veces escuchamos estas historias personales cuando en los encuentros juveniles algún/a joven profeso/a cuenta a sus compañeros cómo y por qué se decidió a entrar en la vida religiosa.

Los relatos son muy variados en cuanto a anécdotas y circunstancias. Pero todos tienen un mismo esquema: después de un primer vislumbrar del valor de Cristo, de Dios Padre por la propia vida, la reflexión los llevó a escogerlos como “el amor” de la propia existencia, prefiriéndolo a otras posibles experiencias humanas. Es el comienzo. La historia más completa la escuchamos de religiosos, también de hermanos nuestros, que respondieron gozosamente a la llamada.

La consagración no consiste principalmente en un decreto, en un conjunto de signos externos, en una clase social, en una separación del mundo; sino en el hecho de que Dios ha entrado en la existencia de una persona y ha ocupado el puesto principal, que habita en ella y la hace su interlocutor y su partner.

No es, pues, exclusiva de los religiosos y ni siquiera de los cristianos. En todas partes donde Dios intervenga, creando o salvando, consagra con la presencia de su amor y otorga una dignidad inviolable. La primera consagración es la existencia humana: es el primer acto de amor que establece el carácter intocable de la persona, su superioridad sobre todas las cosas y también los rasgos fundamentales de nuestra existencia.

Mediante la fe y el bautismo, que son autocomunicación de Dios a través del ministerio de la Iglesia, nuestra pertenencia a Él se hace consciente y se transforma en principio de un nuevo desarrollo personal. Lo hemos explicado nosotros mismos tantas veces a los jóvenes hablando de la consagración del bautismo que nos hace hijos de Dios, miembros de su pueblo, templos del Espíritu.

Lo singular del consagrado en la vida religiosa o en el “siglo” es que él siente todo esto como el elemento principal, un punto irrenunciable para la propia realización. Dios le alcanza en el momento en que hace el proyecto de la propia vida y mediante el don del Espíritu lo atrae a sí de forma radical y exclusiva: es el hecho fontal de la consagración que la Iglesia discernirá, hará público y confirmará insertando este don en la propia comunión y misión.

El reciente congreso de los jóvenes religiosos, celebrado en Roma en octubre de 1997, ha expresado este primer elemento de la consagración en el lema: Vidimus Dominum. Hemos tenido una experiencia de encuentro, descubrimiento, “visión” del Señor.

La vivacidad de esta experiencia no debe disminuir con el crecimiento de la edad o con el arraigo de las costumbres. Está llamada, más bien, a madurar y llenar la vida. Si cayese, la vida religiosa perdería su motivación y se arrastraría en el funcionalismo, es decir, en el simple cumplimiento fiel de los propios deberes.

Nos sucedería a nosotros lo que sucede a los matrimonios cansados que siguen conviviendo en paz, pero sin que de tal convivencia se esperen novedades ni felicidad.

Añado que esto es indispensable hoy. Vivimos tiempos de predominio de lo “subjetivo”; la comunicación mueve a subrayar “la emocionalidad”; los jóvenes van a donde los lleva el “corazón”; menos indicado que nunca es un “genericismo” que no afecta a la vida. A los jóvenes religiosos les decía el Papa: “Esta sabiduría (de la vida consagrada) es el sabor del misterio de Dios, el gusto de la intimidad divina; pero es también la belleza del estar juntos en su nombre”33.


  1. La confesión de la iniciativa de Dios.


En correspondencia con esta intuición, gusto, percepción nítida de la presencia de Dios y de la atracción de Cristo y de nuestra gozosa acogida, se va arraigando en nosotros el convencimiento de haber sido destinatarios de la atención y del amor de Dios, no en general, como un individuo en una masa, sino personalmente: “Te he llamado por tu nombre”34.

Nos eligió antes de crear el mundo, para que fuésemos sus hijos adoptivos”35. De expresiones de este género está llena la Escritura cuando describe la actitud de Dios para con nosotros.

El primer paso ha sido suyo. No somos nosotros quienes le hemos alcanzado; sino Él quien vino a nosotros y entró en nuestra existencia. La categoría “don” para interpretar el hecho, no sólo de la vocación, sino de la misma existencia, es dominante y se adopta constantemente en la Exhortación Apostólica.

Llama la atención el uso del verbo “consagrar” en pasivo. Con frecuencia se dice “hemos sido consagrados”. La consagración no es un esfuerzo nuestro para llegar a un cierto grado de virtud o para poner el pensamiento de Dios en el centro de nuestra vida. Es más bien consecuencia de un hecho que está más dentro de nosotros y en la base de nuestro proyecto. La consagración es una visita, un don, una venida de Dios hacia nosotros una irrupción de su gracia en nuestra vida. En el Evangelio la iniciativa se expresa con la mirada que Jesús dirige a algunos, la llamada, la invitación, la fascinación que Él suscita, la implicación práctica, la interpelación, la visita en casa.

Lo mismo se ve en las vocaciones proféticas. Éstas son repentinas e imprevisibles. No es el profeta quien va en busca de Dios, sino Dios que irrumpe en él y se posesiona de él. Amós dice que iba detrás del rebaño cuando sintió la voz de Dios36. Movimiento semejante, aunque en circunstancias muy diversas, describen los otros profetas. De ordinario, por exactitud teológica en seguir el orden de las casualidades, este elemento se enuncia en el primer puesto.

La iniciativa es del Padre que nos coloca en el camino de Cristo. “Éste es el sentido de la vocación a la vida consagrada: una iniciativa enteramente del Padre (cf. Jn 15,16), que exige de aquellos que ha elegido la respuesta de una entrega total y exclusiva”37. La iniciativa, en la historia, pertenece también al Hijo. Jesús llama, invita: “A algunos Él pide un compromiso total que comporta el abandono de todas las cosas (cf. Mt 19,27) para vivir en intimidad con Él y seguirlo adonde vaya”38. La iniciativa pertenece al Espíritu, que desde lo profundo de la conciencia y de la mente produce aperturas, descubrimientos, gustos, propósitos, tendencia, amor a Dios y su obra. “Es el Espíritu quien suscita el deseo de una respuesta plena; es Él quien guía el crecimiento de tal deseo, llevando a su madurez la respuesta positiva y sosteniendo después su fiel realización”39.

Se trata de abrirse a la escucha, de responder, de dejarse ocupar, de acoger. La iniciativa y las posibilidades no están en nosotros. Hay que sentir una presencia que nos ha hecho objeto de su predilección y responder con amor. La consagración se apoya toda en la relación: no es principalmente un esfuerzo de superarse a sí mismo, sino una confrontación, una lucha con Dios. En el icono bíblico de Jacob que lucha con Dios, domina el deseo de la cercanía y bendición del Señor, del cual no se puede separar, aunque a veces su presencia provoca resistencia en nosotros. La imagen expresa con vigor una relación sentida como vital, aunque en una existencia problemática.

Esta iniciativa de Dios no debe permanecer como un “secreto” personal, una doctrina teológica, sino hacerse “confesión” o proclamación que explique a los jóvenes nuestra elección de vida. Conviene sobre todo despertarla en los inevitables momentos de prueba, cuya solución con frecuencia confiamos a nuestras solas fuerzas.


  1. Un proyecto de vida en Dios


De los dos hechos descritos más arriba, que existencialmente son uno solo (presencia de Dios-acogida, vocación-respuesta, llamada-seguimiento, don-correspondencia, revelación-adhesión), se deduce el tercero: una orientación y una opción de vida.

Ha madurado en nosotros la convicción y el sentimiento de que somos suyos, de que “en Él vivimos, nos movemos y existimos”40, de que Él es el primero y el único importante, no en abstracto y en general, para el mundo o para el género humano, sino para nosotros.

Hemos concentrado en Él expectativas y esperanzas. Lo buscamos “desde la aurora”41, es decir, continuamente, como fuente de sentido, como interlocutor, como compañía.

De esto proviene una unión que nos va llenando de luz y de paz, aún psicológicamente, y nos caracteriza frente al mundo. El consagrado es aquel que ha puesto a Dios y el valor religioso, la fe y lo que ella ofrece, en el centro de su existencia. “El Señor es la parte de mi heredad”42.

Esto llega a ser no simple deseo vago, sino propósito. El esfuerzo es para llegar a vivir el misterio de Dios, no como una breve pausa semanal o diaria, por ejemplo en la misa o en la oración, sino como una relación permanente, capaz de inspirar decisiones y modalidades de vida.

Por eso asumimos un proyecto concreto, una forma de existencia visible, que lleva el signo de Dios. Nos incorporamos a una comunidad que se reconoce ya en la opción misma y que ha predispuesto un camino para desarrollarla.

También este tipo de vida comunitaria es “consagrado”, no en virtud de una separación material del mundo, ni por los signos o por las prácticas externas (ésta sería una visión extraña a la fe cristiana), sino porque la comunión surge de una acción permanente del Espíritu, la vida se plantea inspirándose en el evangelio y la Iglesia lo reconoce como una de sus expresiones auténticas y visibles. Nuestras Constituciones lo expresan así: “Dios nos llama a vivir en comunidad... (En ellas) formamos un solo corazón y una sola alma para amar y servir a Dios y para ayudarnos unos a otros”43.

En este proyecto se subraya el deseo de conformarse con Cristo, expresado en los consejos evangélicos asumidos con voto. Éstos, aunque precisos en su objeto específico, tienen un significado abierto hacia una generosidad y una creatividad sin límites.

Expresan el núcleo del evangelio y son signo de la vida que se inspira en él. Hoy están expuestos a interrogantes más serios y a nuevos desafíos. Y no es superfluo volver a hacer una reflexión sobre ellos frente a las corrientes, modas o costumbres actuales, para redescubrir su fuerza propositiva y su carga de contestación y de profecía. Los desafíos, efectivamente, provocan nuevas expresiones y hacen nacer nuevos mensajes. Comprenderlos en el sentido evangélico, escogerlos como estilo de vida, decidirse a profesarlos públicamente, ser creativos en expresarlos hoy, es un don que procede de la Trinidad y refleja su misterio de donación.

A la imitación hay que añadir otras dos exigencias. En primer lugar el trato, la amistad y la intimidad con Cristo. La asunción de sus preferencias y de sus actitudes sería insuficiente. Hace falta la relación personal. Jesús es una persona viva con la cual hay que encontrarse y en la cual hay que vivir. Entre el consagrado y Él se establece una relación profunda. Nos lo enseña la vida de los discípulos. Jesús, en efecto, tuvo oyentes, admiradores, secuaces, discípulos y algunos que le fueron particularmente íntimos y amigos: “Vosotros sois mis amigos”44. Estaban movidos por el deseo de compartir la vida con Él estando juntos. “Maestro, ¿dónde moras?”45. Se repite y debe meditarse que la consagración introduce más intensamente en la vida y en el misterio pascual de Cristo.

Hoy, cuando todos los vínculos institucionales aparecen débiles y todas las pertenencias formales parecen transitorias y poco elocuentes, esta experiencia personal resulta un testimonio convincente y una garantía de fidelidad.

Viene oportuno un comentario: es conveniente dejar espacio a las manifestaciones afectivas de amistad con Cristo, además de las efectivas. Es necesario evitar dos extremos: convertir el amor en un sentimiento superficial, un simple movimiento de sensibilidad; y, otro extremo, dejar aridecer nuestro corazón con el olvido o el intelectualismo. Si tantas veces la voluntad se encuentra frenada en el amor de Dios es también porque nuestra sensibilidad humana está atrofiada. Mientras la fe o el pensamiento de Dios no alcanzan los sentimientos, permanecen marginales e inoperantes. Hubo santos que manifestaron con ternura su amor a Dios. Podemos recordar a san Francisco de Asís, pero no menos, si bien con otro estilo, a san Francisco de Sales, en cuya espiritualidad nos inspiramos.

Además de la imitación y de la intimidad está la participación activa en su causa, es decir, gastarse por aquello por lo que Él trabajó y sufrió. Nos ocuparemos de esto más adelante, clarificando el carácter prevalentemente apostólico de nuestra consagración.

Este camino de amistad, imitación, participación, discipulado, en la Exhortación Apostólica se denomina “adhesión conformadora con Cristo”46. “A través de la profesión de los consejos, en efecto, el consagrado no sólo hace de Cristo el sentido de la propia vida, sino que se esfuerza por reproducir en sí, dentro de lo posible, “la forma de vida que escogió el Hijo de Dios al venir al mundo”” (LG 44)47.

También este aspecto de la consagración provoca en nosotros interrogantes prácticos y saludables. Lo que fue y es objetivamente el núcleo generador e iluminador del proyecto, la opción por Cristo, ¿conserva en el corazón y en la vida su centralidad hasta dar luz y color a todo lo demás?

¿Logramos hacer comprender a los jóvenes y a los colaboradores que nuestra vida se desarrolla bajo la energía de un gran “amor” que nos ha parecido, incluso humanamente, ventajoso?


6. La profesión pública.


Estos tres hechos: llamada-respuesta-proyecto, presencia-acogida-opción, invitación-correspondencia-alianza, están expresados en la profesión. En ésta la persona “se consagra”, en el sentido corriente de ofrecerse, entregarse, ponerse enteramente a disposición. El Señor, como en el Bautismo, consagra al que el Espíritu ha movido a ofrecerse y le da una nueva gracia para que camine con Cristo en novedad de vida48.

Las fórmulas más antiguas son sucintas y esenciales. Las actuales, más bien largas y analíticas. Pero todas subrayan que el objeto de la consagración no son las cosas, ni las actividades, ni las obligaciones morales, sino la persona; que la razón última no es la tarea, sino el amor de Dios sentido y el deseo de corresponder a él; que los sujetos principales son el Señor y quien profesa: “Dios Padre, Tú me consagraste a Ti. (...) Yo te ofrezco todo mi ser”49.

La profesión religiosa es signo del encuentro de amor entre el Señor que llama y el discípulo, que responde entregándose totalmente a Él y a los hermanos”50. Las exigencias de la consagración son, pues, totales, excluyentes, perpetuas; todo, solo, para siempre. En algún tiempo prevaleció la fórmula “hasta la muerte”. No era una determinación de tiempo, sino de intensidad: hasta el holocausto, hasta la consumación.

La profesión tiene una importancia singular en la organización y en el desarrollo de nuestra vida espiritual. No es un acto pasajero, un rito que se cumple y acaba dejando compromisos que cumplir, sino el comienzo de una relación que se prolongará por toda la vida, como la del matrimonio. De ella deberán brotar actitudes, gestos y orientaciones de vida. Resulta, pues, no sólo un propósito de santificación, el contrato de pertenencia a una comunidad; sino sobre todo una fuente de gracia, como para los esposos la promesa inicial de pertenencia recíproca.

Sobre la gracia que se recibe y sobre el compromiso de corresponder a ella se construirá la existencia Su influjo en la vida cotidiana marca la diferencia entre el salesiano auténtico y el incoloro. Por esto es más que oportuna la preparación inmediata, especialmente para la profesión perpetua, que ya se ha hecho común en la Congregación. No hay que reducirla ni en el tiempo ni en el contenido, sino más bien cualificarla, sea en cuanto a iluminación, sea como toma de conciencia de la experiencia hecha.

La profesión es el reconocimiento público, por parte de la Iglesia, de la irrupción de Dios en la vida de una persona, de la voluntad de esta persona de vivir tal acontecimiento en la comunidad cristiana y a servicio del Reino, por tanto no de forma intimista e individual. La Iglesia lo reconoce y lo incorpora a la comunión y misión del pueblo de Dios. Da autenticidad al don y se hace mediadora de la consagración51. Por eso, la liturgia valoriza la profesión con una celebración especial: invoca sobre las personas el don del Espíritu Santo y asocia su oblación al sacrificio de Cristo, mientras la presencia numerosa de la comunidad da al acto un relieve carismático y eclesial.

Esta intervención de la Iglesia va unida a un punto discutido y sufrido hoy en algunos ámbitos, sobre todo bajo el punto de vista práctico: el carácter indispensable de la vida consagrada para la calidad de la comunión y misión de la Iglesia. Leemos en la Exhortación Apostólica: “La vida consagrada, presente desde el comienzo, no podrá faltar nunca a la Iglesia como uno de sus elementos irrenunciables y característicos, como expresión de su misma naturaleza”52.

El concepto de una Iglesia formada únicamente por ministros sagrados y por laicos no corresponde, por tanto, a las intenciones de su Divino Fundador tal y como resulta de los Evangelios y de los demás escritos neotestamentarios”53.

La “profesión” no es una promesa genérica de amor, concebida y expresada subjetivamente, sino asunción de un proyecto real, suscitado por el Espíritu, vivido por el Fundador hasta la santidad, reconocido por la Iglesia como camino eficaz para el seguimiento de Cristo. Conduce, pues, a una “referencia renovada a la Regla”54 que recoge el espíritu, la disciplina y los caminos ya experimentados para la realización del proyecto.

Es de nuestros días la preocupación por la espiritualidad. Y algunos van detrás de libros que la proponen y la explican. En las Constituciones se encuentra ya meditada por sucesivas generaciones que la han vivido; viene magníficamente entregada en fórmulas originales que reflejan esa larga experiencia vivida. Una lectura rápida o la sola escucha comunitaria no se corresponden con la profundidad y la riqueza del texto. Una “lectio” que valorice el conjunto y cada expresión, que confronte el significado de tales expresiones con la historia del carisma y con la vida personal, nos ayudará a captar la sabiduría del camino que la profesión nos ofrece.

Sabemos que nuestra regla viviente es Jesucristo, el Salvador anunciado en el Evangelio, que hoy vive en la Iglesia y en el mundo, y a quien nosotros descubrimos presente en Don Bosco”55. Precisamente por esto “acogemos las Constituciones como testamento de Don Bosco...las meditamos en la fe y nos comprometemos a practicarlas: son para nosotros, discípulos del Señor, un camino que conduce al Amor”56.

De todo lo expuesto hasta aquí se ve que la vida se va haciendo cada vez más auténticamente consagrada a través de la llamada o invitación de Dios, la experiencia sentida de su presencia, la voluntad de responder, un proyecto concreto de vida que pone a Jesucristo al centro de la existencia y el gesto de la Iglesia que integra todo esto en la propia comunión y misión.

La consagración abraza toda la vida y se realiza in crescendo: un encuentro, una alianza, un pacto de amor y de fidelidad, la comunión final.


  1. Algunas consecuencias.


Podemos ahora sacar algunas conclusiones no secundarias para nuestra presencia entre los jóvenes y los laicos.

Los consagrados asumen la santificación como el propósito principal de su vida. Esto es común a todas las formas de vida consagrada. En su estilo de existencia, de relación, de trabajo, quieren vivir y comunicar, de algún modo, el misterio de Dios, liberador, cercano, a través de una “adhesión conformadora con Cristo de toda la existencia”57. Querrían ser memoria viviente de Cristo58.

Las Constituciones afirman que la santidad es el don más precioso que podemos ofrecer a los jóvenes59. De hecho, a ellos les resulta difícil construir su humanidad. Desde fuera les llegan mensajes y sugerencias discordantes y contradictorios. Con dificultad llegan a pesar, a discernir y sobre todo a escoger y orientarse. El clima libertario hace laboriosa la escucha de la conciencia y la maduración de criterios morales.

No les es fácil tampoco, en el contexto secular, percibir la transcendencia y creer que Cristo vive hoy y no es sólo una historia edificante del pasado.

Puesta así en relación con la misión, la santidad resulta ser la principal aportación de los Salesianos religiosos a la educación y a la promoción humana. En efecto, tiene un valor temporal no sólo por las obras de caridad en beneficio de los pobres, sino por el horizonte, el sentido y la dignidad que introduce en la convivencia humana.

En la existencia de los consagrados ocupa, pues, una primacía sin igual. Su proyecto de vida comunitario asegura sus dimensiones esenciales en la justa prioridad: la contemplativa o de oración e interioridad, la apostólica de donación por el Reino, la ascética de penitencia y éxodo. Y todo ello vivido en una relación de intimidad y colaboración con Cristo bajo la guía del Espíritu.


Otra consecuencia relacionada con la anterior: los consagrados aparecen como expertos de la experiencia de Dios. Tal experiencia está en el origen de su vocación. El proyecto de vida que asumen tiende a cultivarla. La privilegia en términos de tiempo y de actividad. Todos los cristianos, por otra parte, deben y quieren hacer una cierta experiencia de Dios; pero sólo pueden dedicarse a ella a intervalos y en condiciones de vida menos favorables, por lo que corren el peligro de descuidarla.

Los consagrados se proponen como interlocutores para todos aquellos que en el mundo van en busca de Dios. A los que son ya cristianos ofrecen la posibilidad de hacer, en su compañía, una experiencia religiosa renovada; a los que no son creyentes se ponen a su lado en el camino de búsqueda.

Hoy este servicio está resultando actual y solicitado. La apertura de los monasterios y conventos, para quien quiera aprovecharlos con jornadas de reflexión, lo demuestra. Nosotros, por otro lado, estamos llamados a prestar un servicio semejante entre los jóvenes.

Hay en la vida una ley que se aplica en todos los ámbitos: ningún valor permanece vivo en la sociedad sin un grupo de personas que se dediquen completamente a desarrollarlo y sostenerlo. Sin la clase médica y la organización de los hospitales la salud sería imposible. Sin los artistas y las instituciones correspondientes el sentido artístico de la población decae. Lo mismo sucede con el sentido de Dios: los religiosos, contemplativos o no, son el cuerpo de místicos capaz de ayudar al menos a quien está próximo a nosotros a leer su existencia a la luz del Absoluto y a hacer experiencia de Él.

Esto pertenece a los propósitos esenciales de la vida religiosa. Por eso, los Fundadores pusieron el sentido de Dios por encima de todas las actividades y aspectos de su institución. Creyentes y no creyentes consideran la mediocridad religiosa de los consagrados como una deformidad. Los religiosos mismos sienten un vacío imposible de colmar cuando esta dimensión desaparece.

La Exhortación Apostólica Vita Consecrata ha visto la vida religiosa como espacio privilegiado para el diálogo entre las grandes religiones60, porque en su origen hay una opción que, en términos generales, es compartida por todas las personas profundamente religiosas.

Las Constituciones salesianas recuerdan esto en el art. 62: “En un mundo tentado por el ateísmo y por la idolatría del placer, de la posesión y del poder, nuestro modo de vivir testimonia, especialmente a los jóvenes, que Dios existe y su amor puede llenar una vida”61.

Manifestación de este nuestro perfil profesional es la experiencia personal de Dios, hecha consciente, buscada, profundizada y madurada como adultos; es la competencia para iniciar a otros, especialmente a los jóvenes. Éstos desean, al menos como curiosidad o sensación pasajera, tener algún momento espiritual. Lo demuestra el hecho de frecuentar las casas de retiros. Sería triste que los consagrados estuvieran más ocupados en administrarlas que estar cualificados para guiar a las personas hacia la vida espiritual.



II. NUESTRA CONSAGRACIÓN APOSTÓLICA62


  1. La singularidad de la consagración “salesiana”.


La vida consagrada tiene una realización original en el carisma salesiano. Ya hemos hecho algunas breves alusiones para mantener la conexión de nuestro argumento. Ahora lo tratamos más directamente.

La nuestra, dicen las Constituciones, es una consagración apostólica: “La misión da a toda nuestra existencia su tonalidad concreta”63. La llamada de Dios nos ha llegado a través de la experiencia de la misión juvenil; ésta ha sido para muchos la chispa que ha encendido el fuego del seguimiento de Cristo.

En la misión se ponen en juego, se manifiestan en su singularidad carismática y crecen en nosotros los dones de la consagración. Hay un único movimiento de caridad que atrae hacia Dios y mueve hacia los jóvenes, especialmente los más pobres, que estimula los gestos de amor y correspondencia al Padre y lanza a los servicios de que los jóvenes tienen necesidad.

Es más, las dos dimensiones actúan circularmente: contemplamos a Dios en su presencia providente y en su obra de salvación, lo entrevemos en los acontecimientos, comprendemos sus sentimientos y su obrar a la luz de la imagen del Buen Pastor que busca a las personas y da su vida en la Cruz. Vivimos el trabajo educativo con los jóvenes como un acto de culto y una posibilidad de encuentro con Dios.

Si faltase o disminuyese una de estas dimensiones, se descoloraría nuestra feliz experiencia educativa, nuestro proyecto de vida espiritual: en una palabra, la gracia típica de nuestra consagración recaería en lo genérico, se desvalorizaría el carisma.

Es verdad que nuestra espiritualidad se desequilibra por la parte de la acción. De hecho “al trabajar por la salvación de la juventud, el salesiano vive la experiencia de la paternidad de Dios, y reaviva continuamente la dimensión divina de su actividad”64.

Da mihi animas, espiritualidad apostólica, caridad pastoral, corazón oratoriano, son todas palabras que dan la medida de la originalidad y unidad que querríamos imprimir a nuestra vida. Para nosotros resulta verdadero todo lo que Vita Consecrata dice en general de los consagrados: “en su llamada está incluida la tarea de dedicarse totalmente a la misión”65, como también es verdad que en el cumplimiento de la misión encontramos la materia, la motivación y los estímulos para vivir en profundidad aquel amor de Dios que “precede a toda criatura con su Providencia, la acompaña con su presencia y la salva dando su propia vida”66.

Nuestra misión, hay que repetirlo, se centra en el área juvenil y sigue la vía educativa. Entre estas coordenadas se ha manifestado el carisma y en ellas encontramos todavía el secreto de nuestra posible vitalidad. Allí hay hoy amplio campo de creatividad, sea en cuanto a la colocación de las fuerzas, sea en cuanto a la nueva formulación de los contenidos, sea en cuanto a la renovación de la acción.

Lejos de nosotros, pues, toda dicotomía entre interioridad y tarea pastoral, entre espíritu religioso y tarea educativa o cualquier fuga hacia formas de vida que no respondan a las tres palabras de Don Bosco: trabajo, oración, templanza.

Sin embargo, hace falta una clarificación, sobre la que no me detengo porque la considero ya adquirida: la misión no consiste en el trabajo profesional que se realiza. Un religioso o religiosa es educador o educadora con todos los demás, pero no como todos los demás. La misión no es tampoco sólo el servicio pastoral que se quiere prestar. Es una experiencia espiritual: un sentirse colaborador de Dios, saberse “enviado” por Él a través de aquellas mediaciones en las que vemos la expresión de su voluntad, en primer lugar la profesión religiosa en la que hemos manifestado el propósito de seguir su llamada, y el estar unidos a Él en su obra a favor del mundo y de cada persona.

Las finalidades de la misión van más allá de los resultados, aún los mejores, que se pueden obtener en un trabajo profesional. Consisten en vivir, testimoniar y anunciar el Reino de Dios: la posibilidad de vida para todos, en particular para los más pobres, la revelación del amor que Dios tiene para cada uno y el sentido de la existencia. A estas finalidades sirven como caminos e instrumentos, el tipo de vida que asumimos y el trabajo que hacemos.

Tal es el hilo de la narración que Don Bosco hace de su vida en las Memorias del Oratorio a partir del primer sueño. “El Señor me ha enviado para los muchachos, por tanto es preciso que me ahorre todo lo demás y conserve mi salud para ellos”67. Ésta es una convicción permanente, que se va arraigando en él cada vez con mayor profundidad según va pasando el tiempo de la vida y los acontecimientos se van entrelazando. “La persuasión de estar bajo una presión singularísima de lo divino domina la vida de Don Bosco, está en la raíz de sus resoluciones más audaces y está dispuesta a exteriorizarse en gestos desacostumbrados. La fe de ser instrumento del Señor para una misión singularísima fue en él profunda y sólida. Esto fundaba en Él la actitud religiosa característica del siervo bíblico, del profeta que no puede sustraerse al querer divino”68.

Esta “dimensión interior y ulterior” de la misión distingue al enviado del funcionario competente y concienzudo, del profesional convencido y satisfecho del propio oficio y está en el origen de las actitudes que configuran una espiritualidad apostólica. Nos libra del apego excesivo a las satisfacciones y al éxito, del deseo, a veces inconsciente, de la propia afirmación, del individualismo. Nos hace atentos a las dimensiones esenciales de nuestro trabajo e infunde un sentido de serena confianza.


  1. La originalidad “consagrada” de nuestra misión apostólica


En el apostolado se implican muchos, también en el juvenil y educativo. No pocos lo hacen con espíritu salesiano.

Pero la misión de los religiosos tiene algunas características propias por las que su servicio aparece cualificante en la comunión eclesial, diverso de otra igual prestación material ofrecida en otra condición de vida.

Es interesante meditar esta afirmación porque nos toca de cerca: como educadores hacemos todo lo que hace un educador cristiano competente; como sacerdotes hacemos todo lo que hace un sacerdote diocesano, sostenidos si se quiere por una praxis pastoral y por una espiritualidad particular. Pero la misión se realiza con la vida aún antes que con el trabajo, particularmente hoy cuando, en la mentalidad común, este último es concebido como un medio y no se le confía el papel de expresar el sentido que se da a la existencia.

Elemento caracterizante de la misión de los consagrados es precisamente la opción de vida, no sólo como fuente de energía para el trabajo, sino ella misma como mensaje y servicio. “La misma vida consagrada, bajo la acción del Espíritu Santo que es la fuente de toda vocación y de todo carisma, se hace misión, como lo ha sido toda la vida de Jesús”69.

Antes y más que en el hacer cualquier cosa, la misión de la vida consagrada consiste en la forma que toma la existencia, en el vivir en un cierto modo en la Iglesia y en el mundo, en el puesto que Dios ocupa en ella. En otros términos: no se abraza la vida consagrada sólo para hacer cosas óptimas desde el punto de vista promocional o religioso, que hoy se pueden también hacer de otros modos, sino porque se ha percibido y se quiere manifestar la presencia de Dios en la historia y en la vida, en los campos y a través de las modalidades que la propia vocación incluye.

La Exhortación Apostólica Vita Consecrata va presentando aquí y allá los motivos de esta afirmación. Asumiendo la “forma de vida de Cristo”, los consagrados se convierten, para la comunidad cristiana y para quien en el mundo se plantea preguntas incluso mínimas, en una referencia a la venida de Jesús. La dimensión religiosa, que expresan de forma concentrada, hace sentir la necesidad del reditus ad Deum, el retorno al menos al pensamiento de Dios.

En este sentido los consagrados son ya anuncio, mensaje y servicio. Tienen algo que decir al hombre, recordando la dimensión que la Escritura llama “corazón”: interioridad, conciencia, espiritualidad.

En ambientes en que se tiende a tomar en consideración sólo las condiciones materiales de la vida, aún con el sano propósito de transformarlas, la vida consagrada mantiene viva la necesidad de considerar otra dimensión, sin la cual todo progreso externo, aún siendo necesario y obligado, puede ser ampliamente insuficiente.

La existencia personal y colectiva se funda sobre una constelación de valores que todos asumimos: el respeto de los demás, el trabajo, la salud, la honradez, la responsabilidad social. Diciendo constelación indicamos que entre ellos hay una organización y una jerarquía que consiente verlos como un sistema. Cada uno pone en el centro algunos de su preferencia y en coherencia con ellos organiza el todo.

Los consagrados ponen en el centro el valor religioso y la confesión de Cristo y de éste se proyectan hacia los demás valores, considerando el primero como justificación y raíz de todo lo que hacen. Así se dedican a la educación, curan a los enfermos, se dan a la investigación. Cada ramo del obrar humano está abierto a los consagrados, con tal de que la inspiración y la motivación sean propias de quien ha hecho de Dios su opción principal. Aparece una anormalidad cuando otra dimensión se hace prioritaria y el espíritu religioso queda marginado.

Los religiosos tienen una misión de estímulo y sostén para cuantos se entregan, aún independientemente de la fe, en favor de los demás. Pienso en los jóvenes incluso no practicantes que se nos acercan para incorporarse en las iniciativas, atraídos por el género de vida que descubren en nosotros. Para los que viven ya la fe, el testimonio de los consagrados califica la dedicación a los hermanos y a las hermanas, recordando que en la obra de la salvación todo viene del ágape divino, recibido, vivido y dado.

Por último, subrayemos la perspectiva del más allá; es un servicio de visión y de esperanza respecto de lo que está más allá de la vida terrena. Se trata de vivir el ansia de la Iglesia hacia la plenitud de vida, el deseo de la patria que ocupa el corazón del cristiano, la espera de la venida y del encuentro con el Señor que es contenido esencial de la fe, y de abrir ventanas hacia la transcendencia para todos.

Se puede decir por tanto que la persona consagrada está en “misión” en virtud de su misma consagración, manifestada según el proyecto del propio instituto”70. Es el aspecto principal. La conclusión parece ser que el trabajo pastoral, educativo o promocional, sin la manifestación de la opción radical de vida por el seguimiento de Cristo no es capaz de configurar la misión propia del religioso. Y, por otra parte, si es asumido a la luz de la consagración, se convierte en una expresión eficaz y bajo ciertas condiciones emana energías insólitas de caridad y ofrece mensajes particularmente elocuentes.


  1. Servicio y profecía.


Es obvio que, cuando el carisma fundacional contempla actividades pastorales, el testimonio de vida y las obras de apostolado o de promoción humana son igualmente necesarias: ambas representan a Cristo, que es al mismo tiempo el consagrado a la gloria del Padre y el enviado al mundo para la salvación de los hermanos y hermanas”71.

Hemos dicho que, bajo ciertas condiciones, nuestro trabajo pastoral educativo emana energías y emite mensajes.

La primera de estas condiciones es el carácter profético. Es de toda la Iglesia y de siempre; pero es urgente hoy y particularmente indicado a los religiosos. Éstos son signo y propuesta de orientación, más que simple solución de una necesidad humana; no suplen lo que otros deberían hacer, sino que ofrecen lo que es propio de ellos: el evangelio. Jesús realiza curaciones, pero “revela dimensiones nuevas de la vida”, “abre horizontes de Dios”, dice palabras y hace acciones “incomprensibles” y “audaces”, criticables e inútiles por el momento, pero que establecen nuevos criterios de existencia.

Son diez los números dedicados a este aspecto en la Exhortación Apostólica dentro del capítulo de la misión 72. Se nos ofrece así un criterio válido para plantear los trabajos o las obras.

En un mundo marcado por la comunicación, el lograr dar un mensaje parece ser uno de los elementos principales de la pastoral. Es importante no sólo lo que se realiza materialmente, sino lo que se suscita o se despierta, aquello a lo que se alude para suscitar interrogantes, aquello que puede ser un destello, lo que se indica, los desafíos que se lanzan. Se ha dicho que la vida consagrada no sólo debe responder a los desafíos, sino lanzar otros nuevos ella misma; desafíos a la visión “cerrada”, al deseo de posesión, a la búsqueda del placer inmediato Es interesante leer los signos de los tiempos, pero hace falta descubrir otros nuevos. Se debe entrar en diálogo con la mentalidad corriente, pero también introducir en ella elementos que no se encuentran en su lógica.

La dimensión profética no debe confundirse tout court con la contestación, en particular dentro de la comunidad cristiana, con la teatralidad de los gestos hoy amplificados con satisfacción por los medios de comunicación social, con la espectacularidad. Es verdad, de todos modos, que la profecía comporta novedad, ruptura en relación con lo que se da por descontado, superación de las ideas inmediatas y cerradas con respecto al más allá, ratificación de lo que es pequeño o escondido, pero verdadero, como hizo Jesús respecto del óbolo de la viuda, asunción radical de lo que es cotidiano, pero fecundo.

Cuáles sean las funciones de la profecía y del profetismo se ven en la historia del pueblo de Dios; no están lejos de nuestras demandas y de nuestra experiencia: la profecía recuerda, suscita cuestiones, indica una orientación, interpreta los acontecimientos, refuerza y sostiene, infunde esperanza, llama a enmienda y conversión.

No es un oficio fácil el de ser profeta; por eso, los que lo intentan con ligereza y vanidad acaban por desanimarse o encerrase en otras posiciones.

Como paradigma del profetismo se presenta a Elías. De él se dice: “Vivía en su presencia (de Dios) y contemplaba en silencio su paso, intercedía por el pueblo y proclamaba con valentía su voluntad, defendía los derechos de Dios y se erguía en defensa de los pobres contra los poderosos del mundo (cf. 1 Re, 18-19)”73.

El problema para los religiosos, y entre ellos los Salesianos, es cómo expresar esta dimensión con eficacia. Esto requiere adherencia al mensaje, al estilo de vida y a las iniciativas en el momento histórico. Los profetas hablaron dentro de su sociedad y de los acontecimientos, transcendiéndolos, pero sin ignorarlos o disminuir su importancia. Se requiere también que el anuncio sea auténtico y que los signos y las palabras sean comprensibles.

Una de las dificultades principales de la vida consagrada frente al mundo de hoy es el sentimiento de una separación cultural, que puede debilitar el arrojo profético y llevar a formas de frustración, de resignación, de desaliento, de escondimiento y hasta de abandono.

Por eso, entre las muy interesantes y con frecuencia originales indicaciones contenidas en esta parte y en otras de la Exhortación Apostólica, se llama la atención sobre “un mayor compromiso cultural”. Para ser profética la vida consagrada debe estar en condiciones de sacudir al mundo que se va alejando del evangelio. Y por esto debe ser capaz de leer, valorar, asumir, significar y contestar las “corrientes” o “modas” culturales, en sus raíces además que en sus manifestaciones.


Siguiendo los tres elementos de la consagración se pueden proponer algunos itinerarios proféticos. La misión específica se revela profética cuando proyecta y realiza un modo diverso, ‘más evangélico’, de afrontar las cuestiones del área típica del propio trabajo. Así, pues, no sólo suplencia, beneficencia o simple mantenimiento.

En este sentido debemos preguntarnos qué debemos introducir hoy en la educación y en nuestra presencia entre los jóvenes, para actualizar el impacto de novedad en la expresión del amor que tuvo Don Bosco sobre su contexto.

El testimonio profético exige no sólo la entrega y la competencia en el propio trabajo, sino también el esfuerzo de pensar creativamente y motivar culturalmente nuevas y más evangélicas modalidades de presencia y de acción, para que el evangelio pueda ser levadura en todas las situaciones.

Del seguimiento radical de Cristo debe provenir un discernimiento de los valores corrientes y una propuesta que represente un tipo de educación alternativo.

Puede indicarse una denuncia que pone en discusión algunas orientaciones o exageraciones de nuestras sociedades. Esto exige vigilancia y resistencia evangélica. Comporta una franca acción crítica en relación con la exaltación del instinto sexual desligado de toda norma moral, de la “cultura de la transgresión”, que lleva a verdaderas y propias aberraciones; en relación con la búsqueda a toda costa del dinero (¡pensad en los enormes fenómenos de explotación!), que conduce a la insensibilidad social y al abandono práctico de los pobres a su destino, tanto por parte de los gobiernos como de la opinión pública; y finalmente, en relación con el deseo exagerado y narcisista del éxito, del aparentar a toda costa, del sobresalir, del poder.

Pero la contestación no basta y menos aún si se presenta como una condena fundamentalista. Con la existencia realizada y serena y con una seria reflexión cultural, el consagrado propone bienes en los que la persona puede colocar la felicidad y ofrece la sabiduría que se contiene en el evangelio. Nosotros lo hacemos en términos de orientación y de contenidos educativos asumidos en primer lugar por nosotros mismos.

Es interesante a propósito esta anotación: “Aquellos que siguen los consejos evangélicos, al mismo tiempo que buscan la propia santificación, proponen, por así decirlo, una ‘terapia espiritual’ para la humanidad, puesto que rechazan la idolatría de las criaturas y hacen visible de algún modo al Dios viviente”74. Es una terapia para el deseo insaciable, para el vacío, para la búsqueda de lo inmediato, para el egoísmo.

Atención, reflexión, capacidad interpretativa, diálogo: de aquí deberían surgir la capacidad y la prontitud para entrar en comunicación y confrontarse con la cultura “secular”, si es verdad que el evangelio es un enriquecimiento para el hombre y, así, cuanto más se acerca a Cristo, mejor hombre y mujer se vuelve75.

La vida fraterna en comunidad se hace profética cuando afina una conciencia crítica en relación con el individualismo. Con ella nos unimos a los que elaboran una “cultura de la solidaridad”, dando la propia aportación de experiencia y de reflexión. Esto llama la atención cuando, como hemos expuesto en la Carta precedente, lleva a dilatar la comunión y el espíritu de reconciliación, a acoger a los más necesitados y a intercambiar los dones del carisma en la comunidad educativa.


  1. Los múltiples dones de nuestra comunidad consagrada.


Otra originalidad de la aportación que puede dar nuestra experiencia de consagrados, si es vivida con profundidad y manifestada luminosamente en el trabajo educativo, proviene de la forma que tiene nuestra comunidad. En ella hay dones y carismas personales asumidos y significados de nuevo en la consagración. Y hay deberes interpretados y vividos a la luz de la consagración.

De modo particular la comunidad salesiana se enriquece con la presencia significativa y complementaria del salesiano presbítero y del salesiano coadjutor76. Juntos configuran una plenitud insólita de energías para el testimonio y la misión educativa.

Podemos preguntarnos qué es lo que evidencian las figuras del salesiano coadjutor y del salesiano presbítero en la experiencia y en el testimonio de la consagración apostólica; qué es lo que la laicidad acentúa en la “consagración” y qué da la “consagración” a la “laicidad”, las dos plasmadas y como fundidas por el espíritu salesiano. Igualmente podemos preguntarnos qué es lo que el ministerio presbiteral acentúa en la consagración salesiana y qué da ésta al ministro.

El valor original no está en la adición extrínseca de calidad o de categoría de los socios, sino en la fisonomía que toma la comunidad salesiana.


El salesiano coadjutor “une en sí los dones de la consagración y de la laicidad”77. Vive la laicidad no en las condiciones seculares, sino en las de la vida consagrada; vive como religioso salesiano su vocación de laico y vive como laico su vocación comunitaria de religioso salesiano78.

A los consagrados – afirma el CG24 – les recuerda los valores de la creación y de las realidades seculares; a los seglares les hace presentes los valores de la entrega total a Dios por el Reino, y ofrece a todos una sensibilidad particular por el mundo del trabajo, la atención a la zona y las exigencias de la competencia profesional, por donde pasa su acción educativa y pastoral”79.

En él profesionalidades técnicas, campos de trabajo seculares, formas prácticas de intervención muestran su orientación sustancial hacia el bien último del hombre, especialmente de los jóvenes, y hacia el Reino. “Todo está abierto para él, aún aquellas cosas que los sacerdotes no pueden hacer”; pero todo queda colocado bajo la luz del amor radical a Cristo, polarizado hacia la evangelización y la salvación eterna de los muchachos.

La presencia del salesiano laico enriquece la acción apostólica de la comunidad: hace presentes a los salesianos presbíteros los valores de la vida religiosa laical y llama constantemente a la colaboración sincera con los laicos; recuerda al salesiano sacerdote una visión y un quehacer apostólico muy concreto y complejo, que va más allá de la actividad presbiteral y catequística en sentido estricto”80.

Sobre todo en ciertos contextos y frente a un cierto modo de percibir y concebir al sacerdote, como figura sagrada o cultual, el estilo de consagración del salesiano coadjutor proclama concretamente la presencia y comunicación de Dios en lo cotidiano, la importancia de hacerse discípulos antes de ser maestros, el deber de testimoniar una experiencia personal de fe, más allá de los compromisos funcionales o de ministerio.

Ciertos actitudes, que se dan por descontados en el sacerdote en cuanto, como se dice, pertenecen a su “oficio”, interpelan más cuando se encuentran en el religioso laico.


La figura del salesiano sacerdote une en sí los dones de la consagración y los del ministerio pastoral. El sacerdocio tiene en él una realización original que nace precisamente de la recíproca referencia interna y de la fusión fecundadora con la consagración apostólica salesiana.

La reflexión eclesial ha clarificado que el sacerdocio no es genérico, ni como ejercicio del ministerio, ni como gracia. Su práctica y su espiritualidad se van configurando conformemente a la destinación vocacional del sujeto.

Han acertado los que para la biografía de Don Bosco han forjado el título: “Un sacerdote educador”, o “Un sacerdote para los jóvenes”. El carisma ha dado origen a una modalidad singular en el ser sacerdote y en el modo de ejercitar el ministerio.

El sacerdote es mediación sacramental de Cristo. A Él se conforma el Salesiano en la caridad pastoral y en el deseo de “salvar” a los jóvenes en un contexto educativo. Su palabra no sólo repite la palabra de Jesús, sino que participa de ella. En el ámbito educativo el ejercicio de la palabra tiene situaciones, circunstancias, temas y formas “sui generis”. Van de la homilía al diálogo personal y amigable, de la catequesis a la escuela. Usa el púlpito, la cátedra y el patio. Toma forma de predicación, de saludo y de consejo. Ilumina las situaciones de los jóvenes y cura sus heridas.

La acción de coordinación y de animación del sacerdote salesiano es participación en el ministerio pastoral de Jesús y de la Iglesia. Dispone de la gracia de éstos para unir la comunidad y orientarla hacia el Padre. En el ambiente y en la comunidad educativa tal ministerio tiene exigencias, finalidades y modalidades típicas.

También el servicio de la santificación tiene en el ámbito educativo, con los muchachos más pobres y necesitados y con los colaboradores, sus itinerarios singulares que llegan a su momento más significativo y fecundo en los sacramentos, pero no se limitan a ellos. Es toda la iniciación en la vida de Cristo.


En la comunidad salesiana, clérigos y laicos construyen y testimonian una fraternidad ejemplar por la eliminación de las distancias basadas en funciones y ministerios, por la capacidad de poner juntos dones diversos en un proyecto único. La mutua relación es fuente de recíproco enriquecimiento y estímulo para una experiencia armónica, donde el sacerdocio no eclipsa la identidad religiosa y la característica laical no oculta la radicalidad de la consagración. Todo esto es un antídoto contra la clericalización del religioso sacerdote, que se deplora en algunas zonas de la vida consagrada, o contra la secularización del religioso laico.

Deberemos estar particularmente atentos a estimular a los sacerdotes para que sean sensibles a la dimensión histórico-laical de la Iglesia y de la salvación y a favorecer una experiencia de los coadjutores no genérica. sino alimentada por la caridad pastoral. Así la gracia de unidad se evidenciará en la vida de cada hermano, en la fisonomía de la comunidad y en el cumplimiento de la misión.

En la Congregación hay algo más de 11.000 sacerdotes, todos suscitados por Dios como educadores de los jóvenes. ¿Qué sucedería si todos reavivásemos y pusiésemos por obra con intensidad nuestro sacerdocio “típico”? Y con esto no me refiero a tomar un ministerio fuera del ámbito que se nos ha confiado, sino precisamente a poner en juego todos los recursos del sacerdocio en el ambiente juvenil y en la comunidad educativa.

Igualmente hay un número nada indiferente de laicos consagrados: cerca de 2.500. ¿Cuánto puede influir en los jóvenes y educadores su laicidad vivida a la luz del amor de Dios y de los hermanos? Su presencia significativa y creíble hace ver a los jóvenes los valores del seguimiento y del discipulado que ellos muchas veces identifican con el sacerdocio; “ofrece a cuantos no se sienten llamados a una vida consagrada, un modelo más próximo de vida cristiana, de santificación del trabajo y de apostolado laical. Permite a la comunidad salesiana una peculiar encarnación apostólica en el mundo y una presencia particular en la misión de la Iglesia81.


  1. Algunas consecuencias.


Cuanto venimos diciendo tiene aplicaciones muy prácticas en tres ámbitos. Las enuncio sólo sintéticamente para sugerir una reflexión ulterior.

El primero es nuestra comunidad religiosa. Los signos de la sequela Christi deben ser evidentes y legibles en la primacía dada al espíritu religioso y a la vida espiritual. Éstos se manifiestan en la oración serena, regular y participada. Hoy, decíamos antes, conventos y monasterios invitan a católicos y profanos a una experiencia de oración. Fue típico de Don Bosco y de sus Salesianos rezar con los jóvenes y con la gente. Sería interesante que nuestra oración fuera tan educativa que pudiéramos compartirla, en circunstancias particulares, con quien quiera tomar parte en ella.

La consagración se manifiesta también en la dedicación a un trabajo comunitario ordenado, preparado y hecho con esmero. Me ha impresionado leer en la Regla de un instituto religioso estas indicaciones sobre el trabajo: “Es obediencia y prolongación de la Eucaristía y de la liturgia de las horas y objeto normal de nuestra oferta: por lo tanto, debe ser preordenado, custodiado, realizado con celo religioso”82.

La consagración se muestra también en la templanza evangélica. Hoy se está pidiendo de muchas partes un retorno a la austeridad cotidiana frente al propagarse del consumismo, de las desigualdades y del despilfarro. La templanza abraza todas las manifestaciones visibles de los votos. Sobre todo la consagración florece en la unidad de espíritu y de acción; es el signo que Jesús mismo recomienda a los discípulos, el que Don Bosco más deseaba ver en sus comunidades.

El segundo ámbito, donde ofrecer los dones de la consagración, es la comunidad educativa pastoral, en la cual lleva a subrayar la primacía de la espiritualidad como energía principal del educador. Decimos muchas veces que el Sistema Preventivo es espiritualidad y pedagogía y que entre las dos hay tal comunicación que no es posible poner en práctica la segunda si no se asume también la primera. Tal convicción corresponde a una afirmación de Don Bosco: “La práctica de este sistema se apoya totalmente en las palabras de san Pablo: La caridad es benigna y paciente; todo lo sufre, todo lo espera y lo soporta todo”83. El Sistema Preventivo, ha afirmado el CG2484, tiene un alma religiosa. Es una pedagogía del Espíritu. La dimensión humanista y profesional debe ser valorizada al máximo. Pero toda ella debe ir fermentada por la levadura de la orientación hacia Dios y hacia la fe.

El tercer ámbito, en el cual puede hacerse sentir la consagración, es el ambiente educativo. Hay mucho que asumir de cuanto hemos dicho sobre la profecía. A través de palabras y ejemplos los jóvenes pueden ver en nuestra vida una crítica y un anuncio: crítica a los excesos de la mentalidad transgresiva, a la carrera a los bienes que produce la miseria, a la libertad sin sentido; un anuncio de nuevas y originales formas en que la persona puede realizarse, de los bienes reales que proponen las Bienaventuranzas y de la donación de sí como resorte de la vida.

La manifestación más clara de nuestra presencia de consagrados en los ambientes educativos es su fermentación pastoral. El educador apunta, desde el comienzo, a revelar a los jóvenes el amor de Dios, sea cual sea el punto de partida y los caminos a recorrer. Lo hace a través de una apertura a la fe, predisponiendo para los jóvenes un encuentro con Cristo vivo y manteniendo un camino de crecimiento mediante la catequesis, los sacramentos, la participación en la Iglesia. Una educación neutra o sin referencia a Cristo no tendría sentido para nosotros. La consagración nos invita, pues, a meditar y a realizar el evangelizar educando.


  1. El Guía de la comunidad consagrada.


El desarrollo de los dones de la consagración y la comunicación de sus riquezas a la comunidad educativa y a los jóvenes están confiados a la corresponsabilidad comunitaria. La animación de ésta es también participada, pero tiene en el director su punto de referencia y el responsable principal. Él es al mismo tiempo Superior religioso, director de la obra apostólica, padre espiritual de la comunidad.

Se ha meditado mucho sobre su figura y su función, no sin razón dada la evolución que ha tenido lugar en las comunidades y en la gestión de las obras. Figura y función maduraron en Don Bosco mismo, que fue director por mucho tiempo y en la fase más creativa de su vida. De nuestro Padre se recuerda sobre todo la preocupación por el bien espiritual, la bondad que inspiraba sus relaciones y la sabiduría en la orientación de cada uno y del grupo: un trinomio que caracteriza su paternidad. Ésta, luego, se expresaba en múltiples gestos y actitudes.

Justamente nuestro texto, El Director Salesiano, advierte que la primera labor del director es “suscitar en cada uno la conciencia de lo que es, de hacer emerger sus capacidades y carismas, de ayudarle a mantener despierto el espíritu de la vida teologal; (...) en una palabra, de crear el clima y las condiciones adecuadas para que cada salesiano, con plena docilidad a la gracia, pueda madurar en la identidad de su vocación y realizar la plenitud de la unión con Dios, característica de Don Bosco. Todo esto supone la capacidad técnica de quien sabe organizar y dirigir, y todavía más un espíritu e incluso un arte espiritual”85.

Los últimos Capítulos han insistido en una animación “espiritual” capaz de proponer de nuevo, en forma contextualizada, los motivos que están en la base de nuestra vida, para favorecer una respuesta cada vez más consciente y completa al Señor.

La situación actual de nuestras comunidades, su función en el nuevo modelo operativo, la exigencia de animar una comunidad de consagrados, la insistencia sobre la comunidad local como lugar de formación permanente, piden al Superior dar prioridad a algunos aspectos de su servicio. Están bien indicados en nuestro Manual, pero en esta oportunidad será bueno leerlos también en los textos del Sínodo: “Quien preside la comunidad debe considerarse ante todo un maestro de espíritu, el cual, ejerciendo una función o ministerio de enseñar, realiza una verdadera dirección espiritual de la comunidad, una enseñanza autorizada hecha en nombre de Cristo, respecto del carisma del Instituto. Él sirve a Dios en la medida en que promueve la autenticidad de la vida comunitaria y sirve a los hermanos ayudándolos a realizar su vocación en la verdad”86.

Debemos reconocer los signos positivos que en este punto existen en la Congregación, como la disponibilidad para asumir la responsabilidad de la dirección muchas veces en condiciones de escasez del personal, la formación permanente que se va abriendo camino casi en todas partes, la nueva atención para manifestar la unidad fraterna, el interés por comprender las modalidades posibles de dirección espiritual.

Volviendo sobre los puntos desarrollados en la primera parte de esta carta, siento el deber de pedir a los directores que animen la consagración, despertando en los hermanos la feliz experiencia de la llamada, subrayando la iniciativa de Dios en la vida y en la acción de la comunidad, insistiendo sobre el proyecto en sus diversos aspectos y profundizando el significado de la profesión.

Hay algunos momentos y prácticas que proteger para que a ninguna comunidad le falte la Palabra, el encuentro de oración, la fraternidad en la experiencia de consagración, la corresponsabilidad en el testimonio y en la acción comunitaria.

Recuerdo la utilidad del discernimiento que lleva, en espíritu de sinceridad y conversión87, a buscar la voluntad de Dios en las cuestiones que se refieren al proyecto apostólico88, a la vida de comunidad89, los dones y las capacidades de los hermanos90, la clarificación vocacional91 y las tendencias culturales.

Según nuestra tradición, dicen las Constituciones, “las comunidades tienen como guía a un socio sacerdote que, por la gracia del ministerio presbiteral y la experiencia pastoral, sostiene y orienta el espíritu y la acción de los hermanos”92.

No se trata sólo de un requisito jurídico, sino de algo que afecta a la sustancia, a las modalidades y a los caminos que toma el servicio de autoridad del director. A él se le pide que ponga en ella todos los dones y las energías de su sacerdocio, que anime como sacerdote y no sólo como técnico. Debe ser, para la comunidad y para su ambiente educativo, mediación sacramental de Cristo. La comunidad religiosa y el ambiente educativo son el campo donde el Señor lo llama para hacer fructificar su sacerdocio.



* * *


Cada día, al concluir la meditación, renovamos nuestro acto de abandono a la Virgen, invocándola con dos títulos unidos entre sí que sintetizan la historia y la espiritualidad salesiana: Inmaculada y Auxiliadora. Es una práctica mantenida en todas partes con afectuosa adhesión y sentida devoción.

Me viene espontáneo recitar la oración de entrega, espiritualmente unido a vosotros, al término de estas reflexiones.

Las Constituciones, recogiendo una tradición espiritual, ven en esta imagen de María la representación de nuestra consagración apostólica: “María Inmaculada y Auxiliadora – dicen – nos educa para la donación plena al Señor y nos alienta en el servicio a los hermanos”93. Los dos aspectos fundidos en un único movimiento de caridad.

Ella nos enseñe a vivir en este nuestro tiempo el seguimiento incondicional de Cristo y el asiduo servicio del que es Maestra y ejemplo94 y a comunicar a los jóvenes la alegría que lleva consigo el ponerse al seguimiento de Jesús.

1 Cf. Const. 3

2 cf. CG24, 54

3 cf. ib

4 cf. CG24, 88

5 cf. CG24, 152

6 CG24, 45

7 cf. CG24, 140

8 cf. CG24, 45

9 cf. CG24, 102

10 cf. CG24, 45

11 cf. CG24, 88

12 cf. CG24, 109-110

13 cf. CG24, 167

14 ib

15 CG24, 150

16 CG24, 155

17 CG24, 167

18 ACG 363

19 cf. Suplemento ACG 358, Número especial, pag. 16 (Estrategias n. 32, Intervenciones n.34)

20 Elementos esenciales de la enseñanza de la Iglesia sobre la vida religiosa, 5.

21 RD, 7

22 VC, 72

23 Const. 3

24 ib.

25 Elementos esenciales de la enseñanza de la Iglesia sobre la vida religiosa, III, 4

26 VC, 17

27 VC, 15

28 ib

29. cf. VC, 14

30 cf. ib

31 Fil 3, 12

32 Jr 20,7-9

33 Juan Pablo II. Mensaje al Congreso VIDIMUS DOMINUM de los jóvenes religiosos, 29-9-98

34 Is 43, 1

35 Ef 1, 4

36 cf. Am 1, 1

37 VC, 17

38 VC, 18

39 VC, 19

40 Hch 17,28

41 Sal 62,2

42 Sal 16,5

43 Const. 50

44 Jn 15, 14

45 Jn 1, 38

46 VC, 16

47 Ib.

48 cf. RD, 7

49 Const. 24

50 Const. 23

51 cf. Elementos esenciales de la enseñanza de la Iglesia sobre la vida religiosa I, 8

52 VC, 29

53 Ib.

54 VC, 37

55 Const. 196

56 ib.

57 VC, 16

58 cf. VC, 22

59 cf. Const. 25

60 cf. VC, 101-102

61 Const. 62

62 cf. Const. 3

63 Const. 3

64 Const. 12

65 VC, 72

66 Const.20

67 MB VII pag. 291

68 Stella P., Don Bosco nella storia della religiositá cattolica. Vol. II, pag 32

69 VC, 72

70 VC. 72

71 ib

72 cf. VC 84-93

73 VC, 84

74 VC, 87

75 cf. GS n. 41

76 cf. CG24 174; Const. 45

77 CG24, 154;cf. 236

78 cf. El Salesiano Coadjutor. Roma 1989, n. 99

79 CG24, 154

80 El Salesiano Coadjutor, pag. 116

81 El Salesiano Coadjutor, pag. 116; cf. ACG21, 195

82 Piccola Famiglia dell´Anunzoata, Documentos 10/25

83 Don Bosco, El Sistema Preventivo en la educación de la juventud, 2; cf. Constituciones SDB, Escritos de Don Bosco, pag. 240

84 cf. CG24, 100 y passim

85 El Director Salesiano, Roma 1986, n. 105

86 La Vida Consagrada y su misión en la Iglesia y en el mundo, Instrumentum laboris

87 cf. Const. 91

88 cf. Const. 44

89 cf. Const. 66

90 cf. Const. 69

91 cf. Const. 107

92 Const. 121

93 Const. 92

94 cf. VC, 28

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