401-450|es|421 Cinco frutos del Bicentenario

ACTAS del Consejo General


de la Sociedad Salesiana de san Juan Bosco


ÓRGANO OFICIAL DE ANIMACIÓN Y COMUNICACIÓN PARA LA CONGREGACIÓN SALESIANA


Separata del núm. 421


julio-diciembre de 2015


CARTA DEL RECTOR MAYOR


SIGLAS


ACG Actas del Consejo General (desde Actas 312)


ACS Actas del Capítulo Superior (hasta Actas 243)

ACS Actas del Consejo Superior (desde Actas 244 hasta Actas 310)

BS «Boletín Salesiano»

CCS Editorial CCS / Madrid

CGE20 Capítulo General Especial XX (1972)

CG21 Capítulo General XXI (1978)

CG22 Capítulo General XXII (1984)

CG23 Capítulo General XXIII (1990)

CG24 Capítulo General XXIV (1996)

CG25 Capítulo General XXV (2002)

CG26 Capítulo General XXVI (2008)

CG27 Capítulo General XXVII (2014)

Const., C. Constituciones de los SDB (ed. 2010)

EG Evangelii Gaudium

EN Evangelii Nuntiandi

ET Evangelica Testificatio

FMA Hijas de María Auxiliadora

FS Familia Salesiana

GS Gaudium et Spes

LAS Libreria Ateneo Salesiano

LEV Libreria Editrice Vaticana

LF Lumen Fidei

MBe Memorias Biográficas ed. española

PJ Pastoral Juvenil

R Reglamentos Generales

RM Rector Mayor

SDB Salesianos de Don Bosco

SSND School Sisters of Notre Dame – Hermanas Educadoras de Notre Dame

UPS Universidad Pontificia Salesiana

VC Exhortación apostólicaVita Consecrata


Editorial CCS (Central Catequística Salesiana) Alcalá, 166 / 28028 Madrid


Edición extracomercial


Imprime: CAMPILLO NEVADO, S.A. (Madrid)


CARTA DEL RECTOR MAYOR




«Para que tengan vida y esta en abundancia»


(Jn 10,10)


CINCO FRUTOS DEL BICENTENARIO


1. Un año de gracia con frutos abundantes.— 2. Casi sin darme cuenta, voy conociendo la Congregación más en profundidad.— 3. Los frutos maduros del Bicentenario.- 3.1 Sueño con una congregación de salesianos felices.— 3.2. Sueño con una congregación de hombres de fe, llenos de Dios.— 3.2.1. Un camino de fe y de búsqueda de Dios.– 3.2.2. Permanecer, amar, dar fruto.— 3.3. Sueño con una congregación de salesianos apasionados por los jóvenes, los más pobres.— 3.3.1. Porque a lo largo de los años siempre nos hemos dicho y recordado cuál es el camino de nuestra fidelidad.– 3.3.2. Buscando siempre servir, nunca el poder o el dinero.— 3.4. Sueño con una congregación de3 verdaderos evangelizadores y educadores en la fe.— 3.5. Sueño con una Congregación Salesiana siempre misionera.— 3.5.1. Porque es algo constitutivo que nos caracteriza.– 3.5.2. Porque los tiempos que vivimos lo piden con fuerza.— 4. Conclusión: orando con el Papa a nuestra Madre.


Roma 25 de julio de 2015


Fiesta del Apóstol Santiago


1. UN AÑO DE GRACIA CON FRUTOS ABUNDANTES


Mis queridos Hermanos:


Es posible que cuando llegue a vosotros esta carta ya hayamos celebrado en el Colle Don Bosco, con varios miles de jóvenes, la clausura de este año del Bicentenario del nacimiento de Don Bosco, que habíamos abierto de manera oficial, también en el Colle Don Bosco, el pasado 16 de agosto de 2014.


Ciertamente, en lo que queda de este año 2015, todavía se vivirán momentos y celebraciones especiales en los más diversos lugares de nuestro mundo salesiano.


En la carta de las ACG 419 escribí que el año que habíamos inaugurado para la celebración de los 200 años del nacimiento de Don Bosco tendría un doble rostro. Uno exterior, más público y oficial, y otro interior, más íntimo.


En sintonía con lo que el Papa Francisco había escrito como mensaje para la apertura del Año de la Vida Consagrada, un primer objetivo era el de «mirar el pasado con gratitud»[1], y podría decirse que lo hemos aplicado de manera textual a nuestra celebración del Bicentenario pues lo hemos querido vivir como «una oportunidad para sentirnos agradecidos al Señor porque, doscientos años después del nacimiento de Don Bosco, nos encontramos aquí, como regalo de Dios para los jóvenes»[2]. Y en este rostro externo, oficial y público de los cientos de celebraciones de todo tipo que han tenido lugar en los países donde hay una casa salesiana, hemos podido reconocer y agradecer este don que Don Bosco es para la Iglesia y el mundo.


Pero yo deseo referirme en este momento más bien a ese otro rostro del Bicentenario, más interior, más íntimo, el que me lleva a pensar, desear y soñar qué huella profunda estará dejando esta vivencia única, realmente histórica, en nuestra vida, en el corazón de cada uno de mis hermanos salesianos, y en el mío propio.


Y eso es lo que me lleva a soñar. Sueño con algunos frutos de la celebración del Bicentenario, como expondré seguidamente.


2. CASI SIN DARME CUENTA, VOY CONOCIENDO LA CONGREGACIÓN MÁS EN PROFUNDIDAD


Me permito soñar con unos frutos del Bicentenario que considero generadores de vida, porque me voy dando cuenta de que mucho antes de que pueda visitar todos los países y todas las Inspectorías, voy conociendo, con razonable aproximación, la realidad de nuestra Congregación.


Desde que terminó el CG27 el 12 de abril de 2014, y transcurrida la primera sesión plenaria del Consejo General, he podido visitar, hasta el día de hoy, 27 naciones (8 en el año 2014 y 19 en el transcurso de este, llegando a 32, en total, en este último año y medio, si el Señor lo permite). Ciertamente no ha sido casualidad sino un programa deliberado, consciente de que la exigencia era casi excesiva, pero necesaria debido a la singularidad de este año.


A la visión que permite obtener cada una de las visitas a las Inspectorías, se añade el conocimiento que viene de las «radiografías» que son, de hecho, las consultas que se hacen a las Inspectorías para la elección de los nuevos inspectores y toda la información y visión que los propios hermanos ofrecen acerca de su Inspectoría en estas consultas. Han sido 21 los nuevos Inspectores nombrados en estos quince meses.


He tenido también la oportunidad, junto con el Consejo General, de profundizar en el conocimiento de algunas Inspectorías después de las 7 visitas extraordinarias que se han realizado, y del estudio a fondo que hemos hecho de dos regiones, las de Asia Sur y Asia-Oceanía.


Por eso os decía mis queridos hermanos, que con todo lo que he podido visitar, conocer, ver por mí mismo, leer y escuchar en quienes me aconsejan, me siento capaz de soñar una congregación, la nuestra, en la que el Señor y Don Bosco, siempre con la mirada materna de nuestra Madre Auxiliadora, nos regalen estos frutos del Bicentenario del nacimiento de Don Bosco.


3. LOS FRUTOS MADUROS DEL BICENTENARIO


3.1. Sueño con una congregación de salesianos felices


Os invito desde este primer momento a superar la tentación, tan humana por otra parte, de pensar negativamente, pensar que digo esto porque los salesianos no somos felices.


Todo lo contrario. No se trata de esto. Estoy convencido de que la mayoría de los sdb somos felices, muy felices en la vivencia de nuestra vocación. Me incluyo, porque yo también soy muy feliz. Pero creo que hemos de pretender que sea así en todos, sin que ningún hermano se quede al lado del camino sintiendo que él no puede, o que esta meta no es para él. Esta meta es para todos, puesto que este profundo deseo de felicidad resuena en el corazón de todo hombre o mujer desde que hemos sido llamados a la vida.


Es por eso que me permito comunicaros mi profundo sueño. El de una congregación, la nuestra, en la que cada salesiano pueda decirse a sí mismo, en lo más profundo de su ser, de su corazón, en su verdad más íntima: «soy feliz y me siento muy vivo y muy lleno de alegría, viviendo como Salesiano de Don Bosco».


El Papa, en el Mensaje para la apertura del Año de la Vida Consagrada, nos propone, como religiosos, este programa: «Sed felices. Mostrad a todos que seguir a Cristo y poner en práctica su Evangelio llena vuestro corazón de felicidad. Contagiad con esta alegría a quienes se acercan a vosotros»[3].


Y creo, mis hermanos queridos, que de esto se trata: de vivir muy intensa y gozosamente nuestra vida. Puedo decirlo con mis palabras, pero ya lo dijimos en nuestro último Capítulo General en el que dábamos «gracias a Dios por la fidelidad de tantos hermanos, y por la santidad, reconocida por la Iglesia, en algunos miembros de la Familia Salesiana. Nos relacionamos cada día con adultos y niños; con hermanos, jóvenes y mayores, en plena actividad y enfermos que dan testimonio de la fascinación que supone la búsqueda de Dios, la radicalidad evangélica, vivida con alegría y con viva pasión por Don Bosco»[4]. Es el gran don que tenemos en nuestra Congregación: los miles y miles de hermanos que cada día dan vida y dan su vida con maravillosa generosidad. Pero me duele el dolor de los hermanos que no se sienten así. Hay hermanos salesianos que arrastran en su vida y en su corazón heridas, hermanos que se sienten dañados, que manifiestan dolor ¡Cuánto me gustaría que con la fuerza que viene del Señor, y con el afecto y la cercanía de algún hermano, pudieran confiar y esperar nuevamente algo bueno en sus vidas. Hay hermanos que están atravesando situaciones difíciles, o han perdido esa pasión del Amor primero que todos hemos sentido en la llamada del Señor; hay quizá hermanos que están caminando en alguna dirección que no les llevará a nada bueno como Salesianos de Don Bosco ¡Cuánto me gustaría que estos hermanos se dejaran tocar por Dios para «ir más allá»; cuánto me gustaría que se dejaran sorprender por Dios, que sin duda nos lleva siempre a situaciones de vida que están más allá de nuestros cálculos!


Hermanos queridos, independientemente de nuestro mayor o menor conocimiento de Don Bosco, todos tenemos la certeza de cuán importante era para Don Bosco la alegría y felicidad de sus salesianos y de sus jóvenes, no exenta de sacrificios y, ciertamente, con ese punto central y esencial que es el vivir en Dios y desde Dios. Nosotros hemos tomado las más trascendentes e importantes decisiones en nuestra vida, llegando al culmen de la misma con nuestro Sí al Señor. Y puesto que es así, todo lo demás tiene que ser una ayuda para vivir a pleno pulmón, para vivir muy en plenitud, para vivir sintiéndonos muy llenos de sentido y felices.


Ya en el CGE 20, citando la ET hace más de 30 años, se nos decía que «la alegría de pertenecer a Dios para siempre es un incomparable fruto del Espíritu Santo que vosotros habéis saboreado. Animados por este gozo.…, sabed mirar con confianza el porvenir»[5].


En realidad, hermanos, lo que estoy expresando con este sueño de felicidad para cada uno de nosotros es el deseo de que nuestra hermosa vocación y entrega no sea solo un trabajo, a veces muy marcado por el desbordamiento, a veces por una extrema actividad que raya o alcanza el «activismo», y que puede apagar en nosotros el fuego encendido y puede conducirnos a ese «gris pragmático» del que habla el Papa Francisco. Estoy soñando con una vocación salesiana en cada uno de nosotros vivida como la vivió Don Bosco, olvidándose de sí y llenos de pasión por Dios y por los jóvenes.


De hecho Don Bosco tuvo, entre sus genialidades, la gran capacidad de ofrecer «a los jóvenes marginados de su tiempo la posibilidad de experimentar la vida como fiesta y la fe como felicidad»[6].


Como os podéis imaginar, mi sueño para cada uno de nosotros tiene mucho que ver con lo que ya he podido vivir en estos 15 meses como Rector Mayor, pensando en cada uno de nuestros hermanos. No puedo negaros, por ejemplo, que mi corazón se entristece cada vez que un hermano salesiano presbítero me escribe pidiendo iniciar su inserción en una diócesis, habiéndose buscado previamente un obispo complaciente con sus expectativas. Y me digo ¿qué queda en estos casos del amor por Don Bosco y del entusiasmo con el que nos hemos hecho salesianos? Lo vivido hasta ahora, ¿ha sido solo un trabajo pastoral que sencillamente se puede cambiar por otro…? Y me viene a la mente la escena del joven Juan Cagliero debatiéndose con fuerza en su interior mientras caminaba por el patio de Valdocco, ante la propuesta que poco antes les había hecho Don Bosco. Tal propuesta había sido, como sabemos, la de formar una sociedad religiosa en la que se llamarían salesianos. Tras su debate personal exclama la conocida frase «fraile o no fraile, yo me quedo con Don Bosco».


Pienso en aquel 14 de mayo de 1862, día de la primera profesión salesiana emitida por 22 jóvenes junto con Don Bosco (MBe VII, 146). Eran sencillos muchachos que habían crecido a su lado. Ellos tuvieron el coraje de iniciar una nueva congregación religiosa y hacer su profesión con un gran entusiasmo, confiando en lo que les hacía ver Don Bosco.


No deja de conmoverme pensar en nuestros orígenes, y reafirma en mí la fuerte convicción que tengo de que dándole a Dios la primacía en nuestra vida, y teniendo en nuestro corazón a los jóvenes, en especial a los más pobres, estamos abocados, —casi me permitiría decir,


«determinísticamente»—, a la felicidad como salesianos de Don Bosco. Lo creo verdaderamente porque es muy cierto, como se dice en el «Do cumento de Aparecida», que «la vida se acrecienta dándola y se debilita en el aislamiento y la comodidad. De hecho, los que más disfrutan de la vida son los que dejan la seguridad de la orilla y se apasionan en la misión de comunicar vida a los demás»[7].


3.2. Sueño con una congregación de hombres de fe, llenos de Dios


¿Por qué este sueño? ¿es que no somos así, podríais preguntarme?


Nuevamente he de decirles que estoy convencido de la profunda fe y sentido de Dios de miles y miles de nuestros hermanos salesianos. ¿Y por qué este sueño? La respuesta es esta: Pensando en la globalidad de nuestra Congregación extendida por el mundo, algo delicado a lo que sin duda hemos de prestar atención es que, en muchas partes, en muchos de los países donde estamos y trabajamos con tanta dedicación y generosidad, se nos conoce por el trabajo que llevamos a cabo, pero se ignora o desconoce por qué hacemos lo que hacemos y desde qué motivación profunda de vida. Se nos admira por el trabajo con los jóvenes; se valoran inmensamente nuestras redes de escuelas, y entre ellas la formación profesional y ocupacional; se mira con tanto respeto y adhesión nuestra tarea con los chicos de la calle; se aplaude la dedicación y creatividad de muchos de nuestros Oratorios; se siente un gran respeto ante la realidad de nuestras casas-familia, hogares y residencias para muchachos pobres…


Pero tantas veces no saben decir quiénes somos, y menos aún por qué hacemos lo que hacemos y por qué vivimos como vivimos. Y este es mi sueño: el de que sea quien sea el que se encuentre con un religioso salesiano, o quien entre en relación con una de nuestras comunidades, pueda sentirse tocado por la presencia de hombres de fe, de profunda y probada fe, que en su sencillo vivir y hacer, casi sin pretenderlo, dejen traslucir su condición de religiosos, de hombres consagrados por y para Dios, y desde Él consagrados a los jóvenes.


3.2.1. Un camino de fe y de búsqueda de Dios


Creo, hermanos, que esta preocupación y sensibilidad no es nueva. En documentos de nuestra Congregación podemos ver cómo «la gran batalla» del CGE 20 fue, precisamente, la tensión entre consagración y misión. Y se llevó a cabo un magnífico trabajo, a la luz del Vaticano II, para pensar de manera nueva y en profundidad la identidad de nuestro carisma, y descubrirlo en la riqueza de nuestras nuevas Constituciones. Fueron muchos años de discernimiento y tres Capítulos Generales. El CGE 20 y el CG 21 que, con sabiduría considera insuficiente el tiempo de experimentación de seis años para las nuevas Constituciones y lo prolonga por otros seis, y el CG 22 en el que ya había tenido una profunda maduración el concepto de consagración como «Acción de Dios».


Pienso que en nuestra Congregación no tenemos problema alguno en cuanto a nuestra identidad carismática y la armonía entre todos los elementos que la integran. Desde nuestras Constituciones hasta otros tantos escritos del rico magisterio que tenemos, encontramos un arco abundante de elementos que nos iluminan y enriquecen.


La clave está en vivir de manera armónica nuestra identidad. Tantas veces nos hemos dicho y recordado que ni nosotros somos trabajadores sociales, ni nuestras obras son puestos de servicios sociales, por más que sea grande el bien que hagamos en ellas y desde ellas. Somos, ante todo, creyentes consagrados por Dios en nuestra condición de religiosos, y «¡cuánto bien nos hace dejar que Él vuelva a tocar nuestra existencia y nos lance a comunicar su vida nueva!» Entonces lo que acontece es que, en definitiva «lo que hemos visto y oído, nosotros lo anunciamos» (1 Jn 1,3)»[8].


Estoy absolutamente convencido, de que este es el camino del que más necesidad tenemos hoy. El de cuidar, alimentar y profundizar nuestra fe (ser hombres de fe), que hacemos todo lo que hacemos porque nos hemos sentido atraídos y fascinados por Jesús y, en libertad, hemos sentido el profundo gozo de decir sí a Dios Padre que nos consagra también en la profesión religiosa (hombres llenos de Dios) [9].


Leyendo tiempo atrás unas páginas sobre la vida religiosa me causó profunda impresión la narración de una religiosa que contaba que, en cierta ocasión, en Viena, un superior había hablado de un ateísmo de la vejez en algunos religiosos y religiosas; y esta hermana afirmaba que se temía que todos conocemos a una u otra religiosa (y también religiosos debemos decir para ser justos[10]), que apenas abren la boca asoma el descontento…, y podríamos decir que representa la secreta decepción acerca de Dios. Y se preguntaba «¿acaso nuestro pensar, juzgar y actuar no están determinados, a menudo, por una fe dormida, por una relación sin amor hacia nuestro Dios?»[11].


Ante este testimonio resuena en mí la pregunta del salmo: ¿Dónde está tu Dios? (Salmo 42,4), o la que nos podemos hacer ¿dónde te encuentro, mi Dios? Y esta me parece la cuestión y situación vital ante la cual hemos de estar muy atentos, tanto personal como comunitariamente, porque ni siquiera el trabajo entre los muchachos y jóvenes, por sí mismo, nos hace inmunes a una vida sin amor hacia Dios, o con la secreta decepción respecto de Él.


3.2.2. Permanecer, amar, dar fruto


Estos tres verbos, en el contexto del Icono de la Vid y los Sarmientos ( Jn 15,1-11) que estuvo tan presente en nuestro último Capítulo General, nos invitan a tomar conciencia de la necesidad de estar profundamente enraizados en Jesús para permanecer fuertemente en Él, y desde Él vivir una fraternidad que sea verdaderamente atrayente y que nos lleve a servir a los jóvenes.


Por eso, soñarnos de verdad como congregación de hombres que vivimos de fe y llenos de Dios, es pensarnos con este deseo de hacer realidad la primacía de Dios en nuestras vidas, sin olvidarnos nunca de que hemos de ser, por encima de todo, «buscadores de Dios»[12], y testigos de Su Amor en medio de los jóvenes, y, entre ellos, los más pobres.


Nuestras preciosas Constituciones, como Evangelio leído en clave salesiana, están atravesadas por este sentido de Dios y son una llamada a la fe, que es totalizante como lo fue para Don Bosco.


En ellas leemos que trabajando por la salvación de los jóvenes hacemos experiencia de la paternidad de Dios, manteniéndonos en diálogo sencillo y cordial con Cristo Vivo y con el Padre, a quien sentimos cercano (Const. 12). Y así, cada uno de nosotros, habiendo sentido la llamada de Dios para formar parte de la Sociedad Salesiana (Cfr. Const. 22), y viviendo el signo del encuentro de amor entre el Señor que llama y el discípulo que responde, realiza una de las más altas elecciones que puede hacer un creyente (Cfr. Const. 23). Al mismo tiempo, inmerso en el mundo y en las preocupaciones de la vida pastoral, el salesiano aprende a encontrar a Dios a través de aquellos a quienes es enviado (Cfr. Const. 95).


Hermanos, con la luz que nos dan nuestras Constituciones no creo necesario añadir nada más respecto de este sueño. Tan sólo reitero la invitación que os hacía en la clausura del Capítulo General. Con profunda convicción os decía en mi primera intervención —en el llamado discurso final, que tiene una clara intención programática—, que me niego a aceptar que la «fragilidad que constatamos en la vivencia de la primacía de Dios en nuestras vidas» fuese algo propio de nuestro ADN salesiano. No, dije en aquel momento, y lo reitero ahora: ¡No! No lo es, porque no lo fue para Don Bosco; por el contrario, él vivió toda su vida con profunda fe, lleno de Dios y por esa razón hasta dar la vida en el último suspiro, siempre en favor de sus jóvenes. Vivió radicalmente envuelto en la trama de Dios[13]. Este es mi sueño hoy para nuestra Congregación y para cada uno de nosotros, salesianos de Don Bosco.


3.3. Sueño con una congregación de salesianos apasionados por los jóvenes, por los más pobres


Este es otro de los sueños, fruto claro de la vivencia de este Bicentenario.


Estoy convencido de que es precioso el testimonio de tantos hermanos que dan la vida cada día con verdadera pasión educativa y evangelizadora en favor de los jóvenes; estoy convencido de que son muchas las presencias salesianas que miran con predilección a los más pobres.


Doy gracias al Señor por ello y les digo como anteriormente: Hermanos, hemos de «ir a más». Hemos de ser todos los salesianos quienes, con un corazón como el de Don Bosco, con ese corazón del Buen Pastor, demos lo mejor de nosotros en favor de los jóvenes. Y han de causarnos dolor las casas salesianas que de una manera directa o indirecta no estén al servicio de los más pobres. Hemos de ser creativos para que todo lo que hagamos, pensemos y decidamos, de alguna manera les llegue a ellos, a quienes más nos necesitan.


El Papa Francisco dice en su carta ya citada: «Despertad al mundo, iluminadlo con vuestro testimonio profético y a contracorriente»[14].


Pienso que la forma de iluminar el mundo de manera profética, a contracorriente y con esta radicalidad, es realmente la nuestra, salesiana, en todos nosotros y en todas nuestras presencias. Y no tengáis la más mínima duda de que viviendo y obrando así, incluso sin necesidad de palabras, el mensaje es interpelante, y de gran fuerza testimonial; y no tengáis dudas de que no faltarán medios para llegar a los más pobres. Recordemos la firme confianza que Don Bosco tenía en la Divina Providencia, cuando, ciertamente, damos motivos para que esta llegue.


3.3.1. Porque a lo largo de los años siempre nos hemos dicho y recordado cuál es el camino de nuestra fidelidad


Con este encabezamiento quiero expresar cómo siempre ha habido en la Congregación un magisterio que nos ha orientado hacia la opción preferencial por los jóvenes más pobres. Después, cada hermano, cada comunidad local o inspectorial, y en el mismo centro de la Congregación, hemos de hacerlo realidad. El Papa Francisco nos recuerda que la esperanza de la que habla no se funda en los números o en las obras sino en Aquel en quien hemos puesto nuestra confianza (Cfr. 2 Tim 1,12), e invita a no ceder a la tentación de los números o de la eficiencia, y menos todavía a confiar en las propias fuerzas[15].


En nuestras Constituciones son siete los artículos que hacen referencia a los jóvenes más pobres como nuestros destinatarios preferenciales, y otros cinco los que dirigen la mirada a la necesidad de ser solidarios con los pobres. En nuestros Capítulos Generales encontramos a lo largo del tiempo múltiples referencias a esta «opción preferencial» (como la llamó la Asamblea de Obispos de Latino América en 1979 en PUEBLA). El CGE20 habló de encauzar nuestras fuerzas hacia los jóvenes más pobres y los adultos más necesitados, es decir aquellos que tienen menos posibilidades de realizar su vida según los designios de Dios[16]. El CG21 invita a abrir nuevas presencias en los ambientes de marginación[17], y el CG22 pide en una deliberación inspectorial «volver a los jóvenes, a su mundo, a sus necesidades, a su pobreza. Den a los jóvenes pobres una verdadera prioridad, manifestada en una renovada presencia educativa, espiritual y afectiva. Búsquese hacer una opción valiente de ir hacia los más pobres, recolocando eventualmente nuestras presencias donde es mayor la pobreza»[18]. De igual manera, el CG23, centrado en educar a los jóvenes en la fe, pide a cada inspectoría detectar nuevos y urgentes frentes con alguna presencia como signo de nuestro ir hacia los jóvenes más alejados[19].


Es hermoso constatar cómo se han dado pasos en muchas Inspectorías integrando e incorporando en este camino a hermanos de muchas y variadas sensibilidades. Si esto es así ¿qué más nos queda por hacer? La respuesta es: continuar en esta camino ascendente hasta…, ¡hasta que a cada salesiano nos duela que un muchacho pobre, una muchacha pobre, no tengan su sitio en la casa salesiana, en las casas de Don Bosco! ¡Hasta que a cada salesiano nos duela en el alma no atender a cada muchacho o muchacha pobre que nos necesita! Si nuestro corazón siente así, no dudemos que siempre buscaremos soluciones y siempre seremos muy fieles a esta opción por los jóvenes más pobres.


3.3.2. Buscando siempre servir, nunca el poder o el dinero


Me imagino, hermanos, que la mayoría de vosotros habréis leído y meditado la Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium. Si no habéis podido hacerlo todavía, os invito y animo a leerla y meditarla. No dudo que sacaréis mucho fruto. Yo he reflexionado recientemente, en su segundo capítulo, sobre lo que se refiere a la búsqueda del poder y la idolatría del dinero.


Con una gran belleza nuestras Constituciones expresan quiénes son los jóvenes a los que somos enviados diciendo: «El Señor indicó a Don Bosco, como primeros y principales destinatarios de su misión, a los jóvenes, especialmente a los más pobres… y con Don Bosco reafirmamos nuestra preferencia por la juventud pobre, abandonada y en peligro, la que tiene mayor necesidad de ser querida y evangelizada, y trabajamos, sobre todo, en los lugares de mayor pobreza» (Const. 26).


A la luz de esta expresión también fundamental y esencial de nuestro carisma, os digo hermanos, que mientras recorramos esta vía no debemos preocuparnos por la identidad de nuestra misión y por nuestra fidelidad. Estamos en el buen camino. Si por el contrario no nos preocupara estar con los más pobres, los que más nos necesitan y nos sintiéramos cómodos en tener poder y medios económicos, deberíamos asustarnos. Y he de deciros que yo me siento preocupado ante casos de hermanos que viven la autoridad no como servicio sino como poder, no como servicio sino como fuerza que permite tener y hacer cosas, y más todavía si viene de la mano de los recursos económicos, o se busca que así sea. Más adelante me referiré de nuevo a este tema para explicar qué quiero decir.


En la Evangelii Gaudium el Papa cita un texto de los Padres de la Iglesia que tiene de una gran fuerza. Es de san Juan Crisóstomo: «No compartir con los pobres los propios bienes es robarles y quitarles la vida. Los bienes que tenemos no son nuestros, sino suyos»[20]. El Papa nos advierte acerca de la globalización de la indiferencia que nos hace incapaces de compadecernos ante el clamor de los demás, en una cultura del bienestar que nos anestesia (EG 54). Con gran firmeza nos hace una llamada de atención sobre la cultura del «descarte» a la que socialmente hemos dado inicio, en la que los excluidos no son «explotados» sino desechos «sobrantes» (EG 53); y nos advierte de la nueva idolatría del dinero a la que llama versión nueva y despiadada de la adoración del antiguo becerro de oro (Cfr. Ex 32,1-35), llegando a afirmar que «el afán de poder y de tener no conoce límites» (EG 56). Llega a decir de manera rotunda que «el dinero debe servir y no gobernar» (EG 58).


Y él piensa en la Iglesia y el mundo. Yo dirijo mi mirada a algo mucho más pequeño, como es nuestra Congregación, y estoy convencido de que nuestra fuerza se encuentra en el servicio y en la búsqueda del bien de nuestros muchachos y muchachas, especialmente los más pobres.


Es humano caer en la tentación de fundamentar nuestra esperanza en los números, en las obras, en la eficiencia, pero este no es nuestro camino. «No os repleguéis en vosotros mismos —dice el Papa—, no dejéis que las pequeñas peleas de casa os asfixien, no quedéis prisioneros de vuestros problemas […]. Hay toda una humanidad que espera: personas que han perdido toda esperanza, familias en dificultad, niños abandonados, jóvenes sin futuro alguno, enfermos y ancianos abandonados, ricos hartos de bienes y con el corazón vacío, hombres y mujeres en busca del sentido de la vida, sedientos de lo divino…»[21].


¡Qué desafío tan grande y tan preciso para nosotros! Es por eso que sueño nuestra Congregación después del Bicentenario de Don Bosco como esa porción de Iglesia que se ve a sí misma fiel desde el servicio, la humildad, la pobreza y los medios económicos únicamente al servicio de la misión educativa y evangelizadora. Por eso solo pido que nos ayudemos mutuamente. Que nos ayudemos cuando algunas veces la autoridad se vive más como poder que como servicio. Que nos ayudemos cuando se busca, sobre todo, tener cargos, ser directivos; ayudarnos cuando se corre el peligro de buscar, casi como finalidad que da sentido a la propia vida y vocación, el «managerismo», el ser ejecutivos de obras (por más que nos digamos que es para el bien de otros). Hemos de ayudarnos cuando el dinero sirve para tener fuerza, poder de decisión sobre las cosas, y las personas; hemos de ayudarnos cuando el uso y manejo del dinero y de los medios económicos de la comunidad y la obra no es claro ni transparente… ¡Ayudarnos, hermanos, ayudarnos siempre y desde la verdad y libertad evangélica porque estos peligros también existen entre nosotros!


3.4. Sueño con una congregación de verdaderos evangelizadores y educadores en la fe


Esta es otra de las inquietudes, hermanos, y un verdadero sueño que sé que no es solo mío. Es más, atraviesa toda nuestra historia congregacional, y tenemos cientos de páginas de nuestros documentos, ya sean nuestras Constituciones, los Capítulos Generales y tantas intervenciones de Rectores Mayores, que han hecho fuertes llamadas de atención para cuidar nuestra dimensión evangelizadora y de educadores en la fe.


¿Por qué este sueño? Porque realmente no quisiera que fuesen «proféticas» unas palabras de don Juan E. Vecchi en las que refiriéndose al primado de la evangelización decía:


«Puede suceder que, preocupados por una multitud de actividades, por las estructuras, y atareados en la organización, corramos el peligro de perder de vista el horizonte de nuestra acción, y aparecer como activistas pastorales, gestores de obras o estructuras, admirables bienhechores, pero poco como testigos explícitos de Cristo, mediadores de su acción salvífica, formadores de almas, guías en la vida de gracia.»[22].


Y leyendo este texto sentía que esta era absolutamente la misma convicción que he ido madurando en mis años de vida salesiana, y al mismo tiempo me sorprendía, gratísimamente, encontrarme con las reflexiones de don Pascual Chávez en las que manifiesta su convicción y empeño por animarnos en esta dirección[23], como ya anteriormente lo había hecho don Egidio Viganó[24] y también don Juan E. Vecchi[25].


Esto que cito es una muestra de cómo la dimensión de evangelización y educación en la fe es, ciertamente, una preocupación que atraviesa toda nuestra historia congregacional, como ya he dicho.


Otras tantas llamadas de atención «esenciales y motivadoras» nos vienen de nuestras Constituciones. En ellas encontramos textos que nos dicen que «fieles a los compromisos heredados de Don Bosco, somos evangelizadores de los jóvenes, especialmente de los más pobres» (Const. 6), y así como Don Bosco nos comunicó que la Congregación comenzó con una catequesis, «también para nosotros la evangelización y la catequesis son la dimensión fundamental de nuestra misión» (Const. 34), misión esta que llevamos a cabo de la siguiente manera: «Educamos y evangelizamos siguiendo un proyecto de promoción integral del hombre, orientado a Cristo, hombre perfecto» (Const. 31) y esto porque además creemos realmente que «Dios nos está esperando en los jóvenes para ofrecernos la gracia del encuentro con él y disponernos a servirle en ellos, reconociendo su dignidad y educándoles en la plenitud de la vida»[26].


Me atrevería a decir que todos los salesianos hemos recibido esta formación e información, de una u otra manera. Creo realmente que si encontramos dificultades en el desarrollo de nuestra misión evangelizadora no es, por lo general, por ignorar que sea constitutivo de nuestro ser salesianos, misioneros de los jóvenes. Pienso que creemos verdaderamente que «es necesario anunciar a Cristo. Conocerlo es un derecho de todos»[27] y que como evangelizadores y educadores de la fe


«deseamos que (los jóvenes) sientan a Dios como Padre y que conozcan a Jesucristo. Estamos convencidos de que la propuesta del Evangelio aporta energías insospechadas a la construcción de la personalidad y al desarrollo integral que todo joven merece»[28].


Creo que son otros los desafíos y otras las dificultades. Un gran desafío es el de atrevernos a asumir esta tarea y misión, a pesar de que muchas veces es difícil cuando los jóvenes no están precisamente esperando nuestra propuesta ni se sienten motivados ante ella. Hay continentes, el más marcado en este sentido me parece que es Europa, donde el anuncio explícito del Evangelio, aunque sea con las metodologías y pedagogías adecuadas, no siempre encuentra el campo de cultivo abonado. Y la reacción de echarnos para atrás es muy humana, o más humana todavía la de quedarnos a medio camino, la de pasarnos tiempo y tiempo en los preámbulos que permitan una iniciación en la fe. Es por eso que el primer gran desafío es estar convencidos de la suma importancia que tiene nuestra misión, y encontrar las energías suficientes para meternos de lleno en ella, aun sabiendo que no seremos recibidos ni con aplausos, ni con atención. Debemos ser conscientes, por otra parte, de que estas situaciones de dificultad, indiferencia y a veces rechazo, han acompañado la acción evangelizadora desde los primeros tiempos. También la diversidad de contextos religiosos nos frena, no pocas veces, en el anuncio de Jesucristo, y podemos quedarnos en una acción social y humanitaria que en sí misma es buena, pero en la que si falta la evangelización y educación en la fe, nos quedamos a mitad de camino.


Y a este desafío de la frialdad, indiferencia, o incluso rechazo de la necesidad de Dios, se añaden otras dificultades que yo me atrevo a llamar: los altos precios que pagamos a causa de algunas acciones y decisiones: la preocupación por las estructuras, los cargos administrativos que nos sentimos obligados a asumir, la gestión, el desarrollo y superposición de actividades, y otras muchas cosas, nos limitan en ocasiones. Agotan energías, mitigan o matan el gozo vocacional y la felicidad como salesianos y, sobre todo, pueden alejarnos de estar en medio de los jóvenes; y si no estamos con ellos, en medio de ellos y siempre a su servicio, no hay evangelización posible.


Mis hermanos queridos: de verdad quisiera de todo corazón que ninguno de vosotros pudiera interpretar estas palabras mías como expresión de pesimismo. No soy pesimista. Todo lo contrario, y sigo afirmando, como lo he hecho desde ya hace tiempo, que tenemos una bellísima congregación en la que, aun con las dificultades que se puedan dar, hacemos tantísimo bien, y hemos de dar inmensas gracias al Señor por ello; pero lo que he descrito como riesgos, miedos, dificultades y limitaciones no es novedoso para vosotros. Lo conocemos y todos lo hemos oído muchas veces. La cuestión decisiva será nuestra manera de actuar después del análisis y diagnóstico adecuado.


En este sentido quería deciros que, leyendo las cartas de don Miguel Rúa, don Pablo Álbera y don Felipe Rinaldi dirigidas a la Congregación en esas primeras décadas, he gozado mucho con el sentido que ellos le daban. Son cartas sencillas, muy familiares, y que intentan tomar el pulso al crecimiento, desarrollo y sistematización de la Congregación, con sus luces y sus sombras y con los grandes desafíos que iban apareciendo, entre ellos incluso una primera guerra mundial. Son cartas que advierten del riesgo de descuidar lo que había sido central en Don Bosco: en definitiva, el «Da mihi animas cetera tolle», nuestro evangelizar y educar hoy, siendo totalmente de los jóvenes y para ellos.


Y ante estos desafíos no dudan en hacer sencillas pero muy vivas llamadas de atención para no descuidar la razón fundamental por la cual Don Bosco dio vida a la Sociedad Salesiana.


En sintonía con este sentir de los Rectores Mayores primeros y últimos, yo os estoy expresando lo que llevo muy en el corazón. Creo firmemente que en esto que he dado en llamar «Mi Sueño» —en sus cinco partes—, estoy proyectando mucha de la vida y riqueza de nuestra Congregación, y tengo la gran esperanza de que seguiremos en este camino, creciendo, avanzando en lo fundamental, en lo que realmente nos hace ser lo que somos.


Reunido con Inspectores en momentos varios, les he dicho que nunca deben permitirse que los problemas que puedan encontrar oscurezcan la mirada acerca de lo mucho bueno y bello que cada cual tiene en su Inspectoría. Las dificultades se deberán afrontar, pero es mucho más hermoso animar a cada hermano a seguir dando lo mejor de sí mismos, es decir, vivir mostrando, que somos como educadores y evangelizadores unos apasionados de los jóvenes envueltos en la «trama de Dios», y que junto con nuestros hermanos salesianos, en nuestras comunidades, y con tantos educadores, educadoras, amigos, laicos comprometidos… queremos seguir haciendo realidad este sueño de Don Bosco, con el mismo entusiasmo con el que él lo conseguía transmitir a sus primeros salesianos y laicos, para merecer el calificativo que nos dedicó Pablo VI, al llamarnos «misioneros de los jóvenes».


3.5. Sueño con una Congregación Salesiana siempre misionera


3.5.1. Porque es algo constitutivo que nos caracteriza


Así leemos en nuestras Constituciones: «Los pueblos aún no evangelizados fueron objeto especial de la solicitud y pasión apostólica de Don Bosco, y siguen apremiando y manteniendo vivo nuestro celo. En el traba jo misionero reconocemos un rasgo esencial de nuestra Congregación[29].


Con la acción misionera realizamos una obra de paciente evangelización y plantación de la Iglesia en un grupo humano» (Const. 30).


Me permito recordar aquí lo que bien sabemos: Don Bosco, desde joven, acarició el deseo de ser misionero. Don Cafasso, acompañándolo en su discernimiento vocacional, le cerró el camino diciéndole que él no debía ir a las misiones (MBe II, 162-163), pero siempre tuvo esta inquietud en su corazón; y realizó su deseo por medio de sus hijos, desde aquel 11 de noviembre de 1875, escogiendo de entre sus primeros salesianos a los que enviaría a América para atender las necesidades espirituales de los emigrantes y llevar el Evangelio a los pueblos que no lo conocían. Desde aquel primer envío al de este próximo del 27 de septiembre de 2015, se habrán sucedido 146 expediciones. Poco después del primer envío, también las Hijas de María Auxiliadora han ido año tras año a tierras de misión. En la actualidad, este envío cuenta también, frecuentemente, con la presencia de misioneros y misioneras laicos.


No hemos de descuidar un dato que habla por sí mismo y que ya mencioné en otra carta anterior (ACG 419): A la muerte de Don Bosco, en 1888, los salesianos en América eran 153, es decir, el veinte por ciento de los salesianos de entonces, tal como figura en el catálogo de la Congregación en ese año.


Y don Pablo Álbera escribe en una de sus cartas de 1912, refiriéndose a Don Bosco: «Las misiones eran el argumento predilecto de sus discursos y sabía infundir en los corazones un vivo deseo de llegar a ser misioneros, de manera que parecía la cosa más natural del mundo»[30].


Siempre he estado convencido de que la dimensión misionera es rasgo esencial y constitutivo de nuestra identidad como congregación. Cuanto más me he acercado a nuestros propios documentos, más firme es la convicción, y sirva como muestra lo siguiente: El CG19 pedía a la Congregación revivir «el ideal de Don Bosco, que quiso que la Obra de las misiones fuese el afán permanente de la Congregación, hasta el punto que formara parte de su naturaleza y de su finalidad»[31], y don Juan Vecchi escribe en su momento: «Puesto que el sentido misionero no es un rasgo opcional sino que pertenece a la identidad del espíritu salesiano en toda época y situación, en la programación del Rector Mayor y su Consejo lo hemos propuesto a todas las Inspectorías como área de atención»[32].


Bien sabemos cómo Don Bosco, que no se fue a ninguna tierra lejana, trabajó con sus muchachos en Valdocco encendiendo en ellos y en sus jóvenes salesianos esta pasión misionera, este celo por la difusión del Evangelio. Las lecturas diversas, el Boletín Salesiano y todo cuanto parecía útil y oportuno, era empleado para difundir este sueño misionero.


3.5.2. Porque los tiempos que vivimos lo piden con fuerza


No pretendo con estas líneas ilustrar nada nuevo acerca de este tema. Tenemos mucha documentación preciosa, pero sí deseo subrayar dos cosas que llevo muy en el corazón, en este que he llamado mi sueño:


a. Que la dimensión misionera debe ser algo característico de cada uno de nosotros, porque forma parte del espíritu salesiano en sí mismo. Es decir, no es algo añadido a algunos. Forma parte esencial de nuestro corazón pastoral. Después, ciertamente, muchos de nuestros hermanos sienten esta invitación especial y personal del Señor para ser misionero ad gentes.


b. Que nuestra Congregación, más que nunca y por fidelidad al Evangelio, a la Iglesia y a Don Bosco, debe seguir siendo misionera. He enumerado otras veces algunos desafíos misioneros que tenemos en el horizonte y campos donde hemos de fortalecer la misión.


c. Renuevo en este momento mi invitación a todos aquellos hermanos que se sienten llamados por el Señor para la «missio ad gentes et ad vitam» para que acojan la llamada y podamos realizar, en tiempo oportuno, el discernimiento adecuado. He recibido cartas de hermanos, en general jóvenes, que me decían que este era su deseo, ser misioneros, pero que su superior (a veces Director, a veces Inspector) les disuadía, o sencillamente se lo prohibían o no le daba autorización.


Mirando desde el corazón a Don Bosco, creo poder decir que nadie debería impedir estas llamadas vocacionales que hace el Señor, y las propias dificultades locales o de las Inspectorías no deben ahogar estos deseos generosos. No olvidemos nunca, hermanos, que el Señor es mucho más generoso de lo que podamos serlo nosotros.


Añado, finalmente que creo que están los tiempos maduros, y la necesidad de la misión lo aconseja, para que, de manera coordinada y con conocimiento del Rector Mayor por medio de cada Consejero Regional y del Consejero para las Misiones, podamos ofrecer la ayuda de hermanos de las Inspectorías en las que más vocaciones tenemos, de manera temporal, por un tiempo preciso, a otros lugares e Inspectorías de la Congregación. Hermanos Inspectores, ¡sed generosos! Don Bosco lo fue de una manera excepcional.


4. CONCLUSIÓN.


ORANDO CON EL PAPA A NUESTRA MADRE


Concluyo esta carta, que he querido compartirles con un vivo sentimiento y convicción, evocando a mis hermanos salesianos, haciéndoles presente en el momento de pensar en nuestra Congregación, nuestra consagración y misión, y siempre agradeciendo al Señor por la vida de cada uno.


Este año han sido muchas las visitas realizadas a Valdocco. En pocos días estaré de nuevo allí. Prometo mi oración ante el Señor con la intercesión de Don Bosco y de nuestra Madre Auxiliadora. Ella es no sólo la que ha hecho todo con Don Bosco, sino la que nos acompaña como evangelizadores y educadores en la fe de nuestros jóvenes, como Madre de la Iglesia y Auxiliadora del Pueblo de Dios, en este momento histórico especial que nos toca vivir.


A Ella dirigimos nuestra oración con la misma plegaria que hace el Papa Francisco en la Lumen Fidei:


¡«Madre, ayuda nuestra fe!

Abre nuestro oído a la Palabra,

para que reconozcamos la voz de Dios y su llamada.

Aviva en nosotros el deseo de seguir sus pasos,

saliendo de nuestra tierra y confiando en su promesa.

Ayúdanos a dejarnos tocar por su amor,

para que podamos tocarlo en la fe.

Ayúdanos a fiarnos plenamente de Él,

a creer en su amor, sobre todo en los momentos

de tribulación y de cruz,

cuando nuestra fe es llamada a crecer y a madurar.

Siembra en nuestra fe la alegría del Resucitado.

Recuérdanos que quien cree no está nunca solo.

Enséñanos a mirar con los ojos de Jesús,

para que él sea luz en nuestro camino.

Y que esta luz de la fe crezca continuamente en nosotros,

hasta que llegue el día sin ocaso,

que es el mismo Cristo, tu Hijo, nuestro Señor.


Un gran abrazo para cada uno, con la bendición del Señor y mi deseo de bien para todos ustedes, hermanos.


Con todo afecto,


ÁNGEL FERNÁNDEZ ARTIME


Rector Mayor


NOTE


[1] Papa Francisco: Carta apostólica a todos los consagrados con ocasión del Año de la Vida Consagrada, 21 de noviembre de 2014, I, 1.


[2] ACG 419, «Perteneciendo más a Dios, más a los Hermanos, más a los jóvenes», pp. 27-28.


[3] Papa Francisco: en Mensaje para la apertura del Año de la Vida Consagrada, 30 de noviembre de 2014.


[4] CG27, núm. 4.


[5] Evangelica Testificatio, 55 citada en el CGE 20, núm. 22.


[6] CG23, núm. 165.


[7] V ConFerencia General del ePiscoPado latinoamericano y del caribe, Documento de Aparecida (29 de junio de 2007), núm. 360.


[8] Papa Francisco, Evangelii Gaudium, núm. 264.


[9] Don Juan E. Vecchi expresa esta experiencia de vida consagrada de una manera muy bella: «La experiencia personal de quien se ha sentido llamado a este modo de vida: la singular luminosidad con la que Cristo se nos hace presente y la fascinación que ha ejercido en nosotros, la riqueza de las perspectivas que se abren a la existencia cuando se concentra en Dios, la paz que se experimenta al amar con un corazón indiviso, el gozo de la donación en la misión, el privilegio de gozar de la intimidad de Cristo y participar de la Vida Trinitaria», en Juan E. Vecchi: Educatori appassionati esperti e consacrati per i giovani. Roma, LAS, 2013, 112.


[10] Este añadido es mío.


[11] M. beatrix mayrhoFer, SSND: Paradigma innovador en la Vida Consagrada. Revista Vida Religiosa –Monográfico–. Madrid, 5/2014/Vol. 116, p. 65/(513).


[12] CG 27, núm. 32.


[13] Cfr. CG27. Discurso del RM en la clausura 2, 2.1.


[14] Papa Francisco, Mensaje para la apertura del Año de la Vida Consagrada.


[15] Cfr. Papa Francisco, Carta apostólica a todos los consagrados…,I, 3.


[16] Cfr. CGE 20, núm. 181, y también núms. 70, 71, 76, 181, 596, 603 y 612.


[17] Cfr. CG21, núms. 158, 159 y remite al CGE20, núms. 39-44, 181, 515 y 619.


[18] Cfr. CG22, núm. 6.


[19] Cfr. CG23, núm. 230.


[20] San Juan crisóstomo, citado en EG 57.


[21] Papa Francisco: Carta apostólica a todos los consagrados… II, 4.


[22] Juan E. Vecchi, ACG 373, «Es el tiempo favorable», p. 41.


[23] Pascual Chávez, ACG 379, «Queridos salesianos, ¡sed santos!» pp. 14, 15ss, 18ss; ACG 383, «Vosotros sois una carta de Cristo, escrita no con tinta, sino con el Espíritu del Dios vivo»., p. 65 ss; ACG 384, «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?» pp. 22-23 y 30-34; ACG 386, «Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna». pp. 16-19 y 48ss.


[24] Egidio ViGanó, CG21, núm. 14, y núms. 28-30; ACG 344, «Educar en la fe en la escuela» p. 4ss; ACG 346, «¡Seamos profetas-educadores!», p. 4ss.


[25] Juan E.Vecchi, ACG 357, «La exhortación apostólica “Vida Consagrada”: estimulos para nuestro camino postcapitular», p. 19ss; ACG 362, «Alzad vuestros ojos y ved los campos que ya amarillean para la siega», pp. 12-15.


[26] CG23, núm. 95, citado también en Dicasterio Para la Pastoral Juvenil salesiana, La pastoral juvenil salesiana. Cuadro de referencia. Roma, 2014, 52.


[27] Juan E. vecchi, ACG 364, «Acontecimientos de Iglesia y de Familia», p. 20.


[28] dicasterio PJ, ibid. 56.


[29] La letra cursiva es incorporación mía.


[30] Lettere circolari di Don Paolo Albera ai salesiani. Direzione Generale Opere Don Bosco, Turín 1965, 133.


[31] ACS 209, p. 12 y ACG 244, p. 178.


[32] Juan E. Vecchi, ACG 362 «Alzad vuestros ojos y ved los campos que ya amarillean para la siega», p. 7-8.