401-450|es|400 Eduquemos con elcorazón de Don Bosco

1. CARTA DEL RECTOR MAYOR

___________________________________________________



EDUQUEMOS CON EL CORAZÓN DE DON BOSCO


El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado para dar la Buena Noticia a los pobres, para anunciar a los cautivos la libertad, y a los ciegos la vista; para dar libertad a los oprimidos; para anunciar el año de gracia del Señor” (Lc 4,18-19).



1. Educar con el corazón de Don Bosco. 1.1. Vocación y camino de santificación. 1.2. Amor preventivo. 1.3. Lenguaje del corazón. 2. Cuidar el desarrollo integral de los jóvenes. 2.1. Confianza compartida en la educación. 2.2. Partir de los últimos. 2.3. Una nueva educación. 2.3.1. Complejidad y libertad. 2.3.2. Subjetividad y verdad. 2.3.3. Provecho individual y solidaridad. 2.4. Maduración de la fe de los jóvenes en este contexto. 2.5. Respuesta de la Familia Salesiana. 2.5.1. Volver a los jóvenes con mayor calidad. 2.5.2. Relanzamiento del “honrado ciudadano”. 2.5.3. Relanzamiento del “buen cristiano”. 3. Promover los derechos humanos, en particular los de los menores. 3.1. Derechos humanos y dignidad de la persona. 3.2. Misión salesiana y derechos de los muchachos. 3.3. Tratemos de repetir los mismos conceptos con el lenguaje de los derechos humanos. 3.4. Educarnos y educar para la transformación de cada persona y de toda la sociedad: para el desarrollo humano. 3.5. Un texto que Don Bosco estaría dispuesto a firmar. A modo de conclusión.



Roma, 25 de diciembre de 2007

Solemnidad de la Natividad del Señor



Queridísimos hermanos:


Al final del año 2007, que nos ha visto comprometidos en favor de la vida a imitación de nuestro Dios “amante de la vida”, y en los umbrales del 2008, que se abre ante nosotros como un “año de gracia del Señor”, me dirijo a vosotros con el corazón de Don Bosco.


Desde mi última carta, en la que os presenté la Región África – Madagascar, he vivido un período muy intenso con las visitas a las Inspectorías de los Estados Unidos y a la Visitaduría de Canadá, en el mes de septiembre; a la Visitaduría África West con ocasión del 25º aniversario de la llegada de los Salesianos a Nigeria, y a las de Zambia y Mozambique, en el mes de octubre; y, finalmente, a la Inspectoría de Medio Oriente, a la que siguió el viaje a Argentina, en el mes de noviembre.


A esto hay que añadir eventos importantes y significativos, con el envío de la última expedición misionera, al final de septiembre, la beatificación de los Mártires salesianos de España, el 28 de octubre, y la de Ceferino Namuncurá, el 11 de noviembre.


Estas dos beatificaciones sirven de inclusión a todo el sexenio, iniciado precisamente con la beatificación de tres santos de la caridad operativa (Señor Artémides Zatti, Don Luis Variara y Sor María Romero), y son una nueva llamada a dar a nuestra vida un alto grado de vida cristiana, al que nos invitaba Juan Pablo II en la apertura de este tercer milenio.


Además, mientras los Mártires nos mandan a la carta sobre la Eucaristía, porque no existe Eucaristía sin martirio y no existe martirio sin Eucaristía, Ceferino encarna la santidad fruto de la acción del Espíritu y de la pedagogía salesiana. No cabe duda que los misioneros mandados por Don Bosco aprendieron a reproducir la experiencia espiritual y pedagógica de Valdocco y a madurar jóvenes santos. Pienso que no hay mejor estímulo para el nuevo Aguinaldo, que ahora os presento.


Como habéis podido ver por el título y por los contenidos que os he dado a conocer anticipadamente, querría centrar mi atención, no tanto en los destinatarios de la obra educativa, sino directamente en cada uno de vosotros, queridos educadores y educadoras, que os sentís como Jesús consagrados y mandados por el Espíritu del Señor a evangelizar, liberar de las esclavitudes, devolver la vista y ofrecer un año de gracia a aquellos a quienes se dirige vuestra acción educativa (cf. Lc 4,18-19). El Aguinaldo de 2008 va, pues, explícitamente dirigido a los miembros de las Comunidades Educativas Pastorales, a las Comunidades educadoras, a los Consejos Pastorales, etc., en la vasta área de la Familia Salesiana. Pretende ser una llamada a reforzar nuestra identidad de educadores, a iluminar la propuesta educativa salesiana, a profundizar el método educativo, a clarificar la meta de nuestra misión y a hacernos conscientes de la caída social del hecho educativo.


Nosotros hemos sido llamados precisamente a esta misión. El texto del Evangelio de Lucas que he escogido para presentar el Aguinaldo, define nuestra vocación de educadores con el estilo de Don Bosco. No es casualidad que estos versículos se escogieran en las Constituciones de los Salesianos como cita bíblica inspiradora de “nuestro servicio educativo pastoral”.


Jesús, al comienzo de su vida pública, reconoce en el texto del profeta Isaías, leído en la sinagoga de Nazaret, su misión mesiánica y afirma, delante de sus conciudadanos: “Hoy se cumple esta escritura que acabáis de oír” (Lc 4,21).


Este “hoy” de Jesús continúa en nuestra misión educativa. Nosotros hemos sido consagrados con la unción del Espíritu, mediante el Bautismo, y hemos sido enviados a los jóvenes para anunciar la novedad de la vida que Cristo nos ofrece, para promoverla y para desarrollarla por medio de una educación que libere a los jóvenes y a los pobres de toda forma de opresión y marginación. Tales situaciones de marginación les impiden buscar la verdad, abrirse a la esperanza, vivir con sentido y con alegría, construir la propia libertad.


El Aguinaldo de 2008 está en continuidad con los Aguinaldos de los dos últimos años. La vida es el gran don que Dios nos ha confiado como una “semilla”, para que colaboremos con Él en hacerlo crecer y fructificar en abundancia. La semilla tiene necesidad de “caer en un terreno bueno”, en el que pueda germinar y producir fruto; este terreno es la familia, cuna de la vida y del amor, lugar primario de humanización. Ésta acoge con alegría y gratitud el don de la vida y ofrece el ambiente natural propicio para su crecimiento y su desarrollo. Pero, como sucede con la semilla, no basta un buen terreno; se requieren los esfuerzos pacientes y laboriosos del agricultor que lo riega, lo cuida, lo ayuda a crecer. El agricultor que ayuda a la vida a desarrollarse es el educador. A este respecto decía Don Bosco: “Así como no hay terreno tan ingrato y estéril del que, a fuerza de paciencia, no se pueda finalmente sacar fruto, así sucede con el hombre; es una verdadera tierra moral, que por dura que sea, llega a producir, más tarde o más temprano, pensamientos y después actos virtuosos, cuando un director, con fervorosa oración, une sus esfuerzos a la mano de Dios para cultivarla y transformarla en fecunda y hermosa” (MB V, 367; MBe V, 266).


Considero oportuno repetir aquí lo que ya he dicho en otra ocasión. El Aguinaldo de este año no pretende proponer un tema nuevo, como si los de los años precedentes se hubieran concluido o arrinconado definitivamente. Estoy convencido de que el trabajo educativo pastoral no puede ser comprendido y realizado episódicamente, como si fuese un fuego artificial; es como un trabajo de agricultura, que requiere tiempos largos, intervenciones cuidadosas, y sobre todo gran entrega y amor. En este caso se trata de la mejor agricultura; la cultura, es decir, el cultivo del hombre y de la mujer. De este modo el tema escogido este año se encuentra cabalmente en continuidad con el de la familia y de la vida.


He aquí, pues, el Aguinaldo de 2008:


Eduquemos con el corazón de Don Bosco

para el desarrollo integral de la vida de los jóvenes,

sobre todo de los más pobres y necesitados,

promoviendo sus derechos.



Al comienzo del comentario a este programa espiritual y pastoral anual, que es el Aguinaldo, os recuerdo la llamada significativa del P. Duvallet, durante veinte años colaborador del Abbé Pierre en el apostolado de reeducación de los jóvenes, dirigida a nosotros salesianos: “Vosotros tenéis obras, colegios, oratorios para los jóvenes, pero no tenéis más que un solo tesoro: la pedagogía de Don Bosco. En un mundo en el que los muchachos son traicionados, agotados, triturados, instrumentalizados, el Señor os ha confiado una pedagogía en la que triunfa el respeto del muchacho, de su grandeza y de su fragilidad, de su dignidad de hijo de Dios. Conservadla, renovadla, rejuvenecedla, enriquecedla con todos los descubrimientos modernos, adaptadla a estas criaturas del siglo veinte y a sus dramas, que Don Bosco no pudo conocer. Pero, por amor de Dios, ¡conservadla! Cambiad todo, perded, si es el caso, vuestras casas, pero conservad este tesoro, construyendo en millares de corazones la manera de amar y de salvar a los muchachos, que es la herencia de Don Bosco”.1


Difícilmente podríamos encontrar una llamada más apremiante que ésta. Conscientes de la grandeza de nuestra vocación de educadores y del don que hemos recibido en la pedagogía de Don Bosco, verdadera “pedagogía del corazón”, queremos comprometernos a hacer que sean realidad hoy las palabras proféticas de este elocuente testimonio.


En concreto el Aguinaldo quiere centrar la atención en:

  • el tema de la pedagogía salesiana y del Sistema Preventivo, como respuesta a la necesidad de profundización y de formación que tenemos nosotros los educadores, para no perder su riqueza;

  • la válida aportación que podemos ofrecer, por medio de la educación, para afrontar los enormes desafíos de la vida y de la familia;

  • la promoción de los derechos humanos, en particular los derechos de los menores, como camino de inserción positiva de nuestro compromiso educativo en todas las culturas..


1.Educar con el corazón de Don Bosco


Educar con el corazón de Don Bosco significa, para el educador, primero cultivar y después hacer brotar del interior del propio corazón “razón, religión, cariño”, haciendo del cariño la punta de lanza, la actuación práctica de cuanto religión y razón proponen. Se trata de vivir el Sistema Preventivo, que es una caridad que sabe hacerse amar (cf. Const. SDB 29), con una renovada presencia entre los jóvenes, hecha de cercanía afectiva y efectiva, de participación, acompañamiento y animación, de testimonio y propuesta vocacional, con el estilo de la asistencia salesiana. Hace falta una renovada opción, sobre todo en favor de los jóvenes más pobres y en peligro, descubriendo bien sus situaciones de malestar visible o secreto, apostando por los recursos positivos de cada joven, aun del más destrozado por la vida, comprometiéndose totalmente en su educación.


“El amor de Don Bosco por estos jóvenes estaba hecho de gestos concretos y oportunos. Él se interesaba de toda su vida, reconociendo sus necesidades más urgentes e intuyendo las más secretas. Afirmar que su corazón estaba entregado enteramente a los jóvenes, significa que toda su persona, inteligencia, corazón, voluntad, fuerza física, todo su ser estaba orientado a hacerles el bien, a promover el crecimiento integral, a desear su salvación eterna. Ser hombre de corazón, para Don Bosco, significaba, pues, estar consagrado por entero al bien de sus jóvenes y entregarles todas sus propias energías, ¡hasta el último respiro!”.2


Para comprender la famosa expresión de Don Bosco “la educación es cosa del corazón y sólo Dios es el dueño del mismo” (MB XVI, 447; MBe XVI, 373)3 y, por tanto, para entender el Sistema Preventivo, me parece importante oír a uno de los más reconocidos expertos del Santo educador: “La pedagogía de Don Bosco se identifica con toda su acción; y toda su acción con su personalidad; y Don Bosco entero se resume en su corazón”4. He aquí su grandeza y el secreto de su éxito como educador: Don Bosco supo armonizar autoridad y dulzura, amor de Dios y amor de los jóvenes.


1.1.Vocación y camino de santificación


No cabe duda que lo que explica la capacidad de la educación salesiana de atravesar los tiempos, de inculturarse en los contextos más diversos y de responder a las necesidades y a las esperanzas siempre nuevas de los jóvenes es la santidad original de Don Bosco.


Una feliz combinación de dones personales y circunstancias llevaron a Don Bosco a ser “Padre, Maestro y Amigo de la juventud”, como en 1988 lo proclamó Juan Pablo II: su talento innato para atraer a los jóvenes y ganarse la confianza de ellos, el ministerio sacerdotal que le dio un conocimiento profundo del corazón humano y una experiencia de la eficacia de la gracia en el desarrollo del muchacho, un genio práctico capaz de realizar las intuiciones en formas sencillas, la larga permanencia entre los jóvenes que le consintió conducir las inspiraciones iniciales hasta su pleno desarrollo.


En la raíz de todo hay una vocación. Para Don Bosco el servicio a los jóvenes fue la respuesta generosa a la llamada del Señor. La fusión entre santidad y educación, por lo que se refiere a compromiso, ascesis, expresión del amor, constituye el rasgo original de su figura. Él es un santo educador y un educador santo.


De esta fusión nació un “sistema”, es decir, un conjunto de intuiciones y de realizaciones prácticas, que puede ser expuesto en un tratado, contado en un film, cantado en un poema o representado en un musical. Se trata de una aventura que ha implicado apasionadamente a los colaboradores y ha hecho soñar a los jóvenes.


Asumido por sus discípulos, para los cuales la educación es también una vocación, tal sistema ha sido llevado a una gran variedad de contextos culturales y traducido en propuestas educativas diversas, de acuerdo con las situaciones de los jóvenes que eran sus destinatarios.


Cuando reconsideramos las vicisitudes personales de Don Bosco o la historia de alguna de sus obras, surgen espontáneas algunas preguntas: ¿Y hoy? ¿Hasta dónde son válidas todavía sus intuiciones? ¿Cuánto pueden ayudar las soluciones prácticas puestas en acto por él a resolver dificultades que para nosotros son casi insuperables: el diálogo entre las generaciones, la posibilidad de comunicar valores, la transmisión de una visión de la realidad, etc.?


No me detengo en enumerar las diferencias que median entre el tiempo de Don Bosco y el nuestro. Se encuentran – y no son pequeñas ciertamente – en todos los campos: en la condición juvenil, en la familia, en las costumbres, en la manera de concebir la educación, en la vida social, en la misma práctica religiosa. Si resulta ya difícil comprender una experiencia del pasado para hacer una fiel reconstrucción histórica, tanto más arduo es revivirla y ponerla en práctica en un contexto radicalmente diverso.


Y, sin embargo, tenemos la convicción de que lo que aconteció con Don Bosco fue un momento de gracia, lleno de posibilidades; que contiene inspiraciones que padres y educadores pueden interpretar en el presente; que hay sugerencias preñadas de realizaciones, como vástagos que esperan brotar.5


1.2. Amor preventivo


Uno de los mensajes que hay que acoger se refiere ciertamente a la prevención, su urgencia, sus ventajas, su alcance y, por tanto, las responsabilidades que lleva consigo. Hoy la prevención se va imponiendo con datos cada vez más claros y alarmantes, pero asumirla como principio y llevarla a la práctica eficazmente no se puede dar por descontado en la evolución actual de nuestras sociedades. Por desgracia, ésta no es la cultura dominante. ¡Al contrario!


Sin embargo, la prevención cuesta menos y más eficaz que la sola contención de la desviación y que la recuperación tardía. En efecto, permite a la mayor parte de los jóvenes verse libres del peso de las experiencias negativas, que ponen en peligro la salud física, la maduración psicológica, el desarrollo de las potencialidades, la felicidad eterna. Les consiente también liberar las mejores energías, aprovechar lo mejor posible los itinerarios más sustanciosos de la educación, recuperar a otros en los primeros pasos de un eventual hundimiento. Ésta fue la conclusión de Don Bosco, después de la experiencia con los muchachos de la cárcel y del contacto con la mano de obra juvenil de Turín.


La prevención, de ser una acción casi policial orientada a mantener el orden de la sociedad, se convirtió para él en calidad intrínseca y fundamental de la educación. Era preventiva por la tempestividad, pero también por los contenidos y por las modalidades. Debía anticiparse al surgir de situaciones y de costumbres negativas, materiales o espirituales; debía contemporáneamente multiplicar las iniciativas que orientan los recursos todavía sanos de la persona hacia proyectos atrayentes y válidos. Él estaba convencido de que el corazón de los jóvenes, de todo joven, es bueno; que incluso en los muchachos más desgraciados hay semillas de bien y que es deber de un educador sabio descubrirlas y desarrollarlas. Hacía falta, pues, crear una situación general positiva acerca del ambiente de familia, los amigos, las propuestas, los conocimientos, que estimulase la conciencia del joven, ampliase el conocimiento del mundo real, diese el sentido de la vida y el gusto del bien.


Bastaría pensar en la historia de Miguel Magone, el “general del recreo” en la estación de Carmagnola, al que Don Bosco ofrece primero su amistad, luego un microclima educativo en el Oratorio de Valdocco, luego su guía competente (“Querido Magone, yo tendría necesidad de que me hicieses un favor…, que tú me dejases por un momento ser dueño de tu corazón”), hasta hacerle encontrar en Dios el sentido de la vida y la fuente de la verdadera felicidad (“¡Oh, qué feliz soy!”) y hacerle llegar a ser un modelo para los jóvenes de ayer y de hoy.


Uno de los problemas de nuestras sociedades hoy es la insuficiencia del servicio educativo. No llega a todos, pierde a muchos por el camino, no alcanza a los sujetos según su situación. Lo sufren los que parten ya en desventaja o no logran mantener el paso. Para contener este fenómeno a través de una acción múltiple de prevención y actuar una educación adecuada, se requiere responsabilidad común y sinergia por parte de las familias, de los organismos políticos, de las fuerzas sociales, de las agencias dedicadas a la educación, de las comunidades eclesiales y de los esfuerzos individuales.


La educación, sobre todo de los muchachos desfavorecidos, más que problema de ocupación y calificación profesional, es principalmente cuestión de vocación. Don Bosco fue un carismático y un pionero. Superó legislaciones y praxis. Creó todo lo que va unido a su nombre, impulsado por un marcado sentido social, pero a través de una iniciativa autónoma, fruto de una vocación. Y tal vez hoy la exigencia no es diversa: hacer fructificar las energías disponibles, favorecer las vocaciones educativas y apoyar proyectos de servicio.


La eficacia preventiva de la educación reside en su calidad. La complejidad de la sociedad, la multiplicidad de visiones y de mensajes que se ofrecen, la separación de los diversos ámbitos en que se desarrolla la vida, han llevado consigo riesgos también para la educación. Uno de éstos es la fragmentación de los contenidos que se ofrecen y la modalidad con que se reciben. Vivimos de píldoras también mentales. El eslogan es el modelo de los mensajes.


Otro peligro es la selección de propuestas, según las propias preferencias individuales: se trata del subjetivismo. Lo opcional ha pasado del mercado a la vida. Son de todos conocidas las polaridades difíciles de conciliar: aprovechamiento individual y solidaridad, amor y sexualidad, visión temporal y sentido de Dios, exceso de información y dificultad de evaluación, derechos y deberes, libertad y conciencia.


Fue criterio de Don Bosco desarrollar cuanto el joven lleva dentro como impulso o deseo positivo, poniéndolo en contacto también con un patrimonio cultural hecho de visiones, costumbres y creencias, ofreciéndole la posibilidad de una experiencia profunda de fe, insertándolo en una realidad social de la que se sintiese parte activa a través del trabajo, la corresponsabilidad en el bien común y el compromiso por una convivencia pacífica. Él expresó esto en fórmulas sencillas, que los jóvenes podían comprender y asumir: “buenos cristianos y honrados ciudadanos”, “salud, sabiduría, santidad”, “razón y fe”.


Las ventajas personales adquiridas por medio de la educación iban orientadas a su valoración social en forma solidaria y crítica; el vivir con honrada prosperidad en este mundo iba unido con la dimensión espiritual, trascendente, cristiana; la instrucción y la preparación profesional iban unidas a una visión cristiana de la realidad, a la formación de la conciencia, a la apertura hacia las relaciones humanas.


Para no caer en el maximalismo utópico, Don Bosco partía de donde era posible, según las condiciones del joven y la situación del educador. En su oratorio se jugaba, se era acogido, se creaban relaciones, se recibía instrucción religiosa, se alfabetizaba, se aprendía a trabajar, se daban normas de comportamiento civil, se reflexionaba sobre el derecho del trabajo artesanal y se trataba de mejorarlo.


Hoy puede haber una instrucción que no tiene en consideración los problemas de la vida. Es una queja frecuente de los jóvenes. Puede haber una preparación profesional que no asume la dimensión ética o cultural. Puede haber una educación humana reducida a lo inmediato, que no afronta los interrogantes de la existencia.


Dado que la vida y la sociedad se han vuelto complejas, quien vive sujeto a una sola dimensión, sin mapa y sin brújula, está destinado a perderse o a someterse. La formación de la mente, de la conciencia y del corazón es más necesaria que nunca.


Un “punctum dolens” de la educación hoy es la comunicación: entre las generaciones por la velocidad de los cambios, entre las personas por la debilidad de las relaciones, entre las instituciones y sus destinatarios por la diversa percepción de las respectivas finalidades. La comunicación, se dice, es confusa, disturbada, expuesta a la ambigüedad por el excesivo rumor, por la multiplicidad de los mensajes, por la falta de sintonía entre emisor y receptor. De ello se derivan incomprensiones, silencios, escucha limitada y selectiva, realizada como “zapping”, pactos de no agresión para mayor tranquilidad. Así es difícil aconsejar actitudes, recomendar comportamientos, transmitir valores.


    1. Lenguaje del corazón


También el lenguaje del corazón ha cambiado no poco desde los tiempos de Don Bosco. Sin embargo, de él vienen indicaciones que en su sencillez son convincentes, si se encuentra la manera de hacerlas operativas. Una de esas indicaciones es: “amad a los muchachos”. “Se obtendrá más – leemos en la famosa “Carta sobre los castigos” – con una mirada de caridad, con una palabra de aliento, que con muchos reproches” (MB XVI, 444; MBe XVI, 371).6


Amarlos quiere decir aceptarlos como son, gastar tiempo con ellos, manifestar deseo y placer en compartir sus gustos y sus temas, demostrar confianza en sus capacidades, y también tolerar lo que es pasajero y ocasional, perdonar silenciosamente lo que es involuntario, fruto de espontaneidad o inmadurez. Era éste el pensamiento de Don Bosco: “Todos los jóvenes tienen sus días peligrosos, y ¡los tenéis también vosotros! ¡Ay de nosotros si no nos esmeramos en ayudarlos para pasarlos aprisa y sin reproches!” (MB XVI, 445; MBe XVI, 371).7


Hay una palabra, no muy usada hoy, que los salesianos conservan celosamente porque sintetiza cuanto Don Bosco adquirió y consiguió sobre la relación educativa: cariño (amorevolezza). Su fuente es la caridad, como la presenta el Evangelio, por la cual el educador descubre el proyecto de Dios en la vida de cada joven y le ayuda a tomar conciencia de él y a realizarlo con el mismo amor liberador y magnánimo con que Dios lo ha concebido. Cariño es amor sentido y expresado.


El cariño engendra un afecto que se manifiesta a la medida del muchacho, particularmente del más pobre; es el acercarse con confianza, el dar primer paso y decir la primera palabra, la estima demostrada a través de gestos comprensibles, que favorecen la confianza, infunden seguridad interior, sugieren y sostienen la voluntad de comprometerse y el esfuerzo de superar las dificultades.


Va madurando así, no sin dificultad, una relación sobre la que conviene poner la atención cuando se plantea una traducción de las intuiciones de Don Bosco a nuestro contexto. Es una relación marcada por la amistad, que crece hasta la paternidad.


La amistad va aumentando con los gestos de familiaridad y se alimenta de ellos. A su vez, hace nacer la confianza. Y la confianza es todo en la educación, porque sólo en el momento en que el joven nos abre las puertas de su corazón y nos confía sus secretos es posible interactuar. La amistad tiene para nosotros una manifestación muy concreta: la asistencia.


No es posible comprender la importancia de la asistencia salesiana por el significado que el diccionario o el lenguaje actual dan a la palabra. Es un término acuñado dentro de una experiencia y repleto de significados y aplicaciones originales. La asistencia comporta un deseo de estar con los muchachos: “Aquí con vosotros me encuentro bien”. Es presencia física donde los muchachos se entretienen, intercambian experiencias o proyectan; y, al mismo tiempo, es fuerza moral con capacidad de comprensión, reanimación y estímulo; es también orientación y consejo según la necesidad de cada uno.


La asistencia alcanza el nivel de la paternidad educativa, que es más que la amistad. Es una responsabilidad afectuosa y autorizada que ofrece guía y enseñanza vital y exige disciplina y compromiso. La paternidad educativa es amor y autoridad.


Se manifiesta sobre todo en el “saber hablar al corazón” de forma personal, porque de este modo se llega a lo que ocupa la mente de los muchachos, se desvela la importancia de los acontecimientos de su vida, se les hace comprender el valor de los comportamientos y de los sentimientos, tocando la profundidad de la conciencia.


No hablar mucho, sino de modo directo; no de forma alborotada, sino clara. Hay en la pedagogía de Don Bosco dos ejemplos de este modo de hablar: “las buenas noches”, aquella palabra dirigida a todos que al final del día daba el sentido de lo que se había vivido, y “la palabrita al oído”, aquella palabra personal que se dejaba caer en momentos informales de recreo. Son dos momentos cargados de emotividad, que se refieren siempre a acontecimientos concretos e inmediatos, y que transmiten una sabiduría cotidiana para afrontarlos; en una palabra, ayudan a vivir y enseñan el arte de vivir.


Amistad, asistencia y paternidad crean el clima de familia, donde los valores se hacen comprensibles y las exigencias aceptables. Así se traza el límite entre el autoritarismo, que corre el peligro de no influir aun obteniendo resultados formales, y la ausencia de propuestas; entre la injerencia, que no deja espacio a la libertad de expresión, y la inhibición educativa, que no se compromete a transmitir valores; entre la camaradería y la responsabilidad del adulto.


Las manifestaciones de la paternidad de Don Bosco tuvieron lugar en un contexto marcado por el carácter ejemplar de la familia patriarcal. Sus funciones servían como punto de referencia para todos los tipos de autoridad: civiles, empresariales, educativas. Entonces todo era “familiar”: la educación, la empresa, la economía. Era un axioma indiscutible que el educador debía asumir una “fisonomía paternal”.


También para nosotros la paternidad tiene un significado todavía insustituible: es un amor que da la vida y se hace responsable de su desarrollo, ama de corazón, habla oportunamente, espera la maduración, consiente la autonomía, acoge con alegría el retorno.


Prevención, propuesta, relación se juntan en los ambientes “juveniles”. Los muchachos tienen necesidad de expresar su validez, lo que internamente van sintiendo, aceptando y elaborando. Los jóvenes deben probarse en la responsabilidad, en la realización de los valores que enuncian, en la solidaridad, en la autogestión.


Para un educador salesiano el “lugar educativo” del conocimiento del joven no es principalmente el test psicológico, sino el patio, donde se expresa espontáneamente. El encuentro educativo no es principalmente el formal, sino el espontáneo. El camino de crecimiento del joven está ciertamente en el respeto de las normas y en la docilidad al educador, pero mucho más que eso se encuentra en la capacidad de participar con alegría en las iniciativas y en la vida que se crean en el grupo, en el equipo, en la comunidad juvenil, donde los educadores tienen la función nada fácil de motivar, impulsar y animar, abrir espacios, favorecer la creatividad.


Las obras, que aún hoy se remontan a Don Bosco, presentan las características que él dio a sus ambientes. Esas obras tratan de responder a las necesidades de los jóvenes con un programa concreto y potencialmente integral: enseñanza, alojamiento, educación para el trabajo, tiempo libre. Agregan también a los adultos, especialmente si pertenecen a los sectores populares o están interesados en ayudar a los jóvenes. Están “abiertas” y no son excluyentes. Trabajan en red, en comunicación con las instituciones, el territorio, el pueblo y las autoridades.


Hoy se siente la urgencia de “espacios” para los jóvenes: pequeños, medios y grandes. Valga el ejemplo de las discotecas y de los grupos. Está al acecho el mal de la soledad, que está en el origen de muchas desviaciones. El análisis educativo ha dado en el blanco cuando, sin rigidez, ha hecho una distinción entre lugares institucionales, organizados para finalidades precisas, y lugares vitales, abiertos a la expresión espontánea, a la búsqueda de sentido, a los proyectos, a la creatividad: lugares de obligación y lugares de propia elección; lugares impuestos y lugares de vida. El espacio ideado por Don Bosco es una síntesis de los dos: así en el fluir de la vida cotidiana se superan las dicotomías en que se debate la educación.



2.Cuidar el desarrollo integral de los jóvenes


Frente a la situación de los jóvenes Don Bosco hace la opción de la educación. Es un tipo de educación que previene el mal por medio de la confianza en el bien que existe en el corazón de todo joven, que desarrolla sus potencialidades con perseverancia y con paciencia, que reconstruye la identidad personal de cada uno. La educación forma personas solidarias, ciudadanos activos y responsables, personas abiertas a los valores de la vida y de la fe, hombres y mujeres capaces de vivir con sentido, alegría, responsabilidad y competencia. Es una educación que es una verdadera experiencia espiritual, que llega a la “caridad de Dios, que precede a toda criatura con su providencia, la acompaña con su presencia y la salva dando su propia vida” (Const. SDB 20). Traducir hoy esta opción de Don Bosco exige asumir algunas opciones fundamentales.


2.1. Confianza compartida en la educación


Nuestra época muestra tener confianza en la educación; por esto se empeña en extenderla a todos. Trata de adecuarla constantemente a los desafíos que surgen en el campo del trabajo, de los conocimientos y de la organización social. La confía cada vez más a instituciones especializadas. La centra en la comunicación cultural, la información científica y la preparación profesional. La responsabilidad sobre ella aparece cada vez más distribuida, compartida entre familia, instituciones sociales y Estado.


Así la educación ha llegado a ser fenómeno social, derecho reconocido y aspiración de toda persona. Las cuestiones que se refieren a ella se han hecho problemas de todos. Interesan a las clases dirigentes y empresariales, al ciudadano común, a la opinión pública. En esencia, se trata del reconocimiento del valor único y de la centralidad de la persona en el desarrollo de las culturas, de la vida social y de los mismos procesos de producción.


Por parte de la Iglesia la preocupación no ha sido menor y no ha dejado de ofrecer orientaciones también en este campo. Su intervención en la educación aparece determinante en muchos contextos, tanto en la extensión como en la calidad. La relación intrínseca que existe entre evangelización y educación lleva a la Iglesia a asumir esta última no como un compromiso opcional, sino como el corazón mismo de su misión; se siente y quiere ser educadora del hombre.


La expresión más notable de este empeño son los santos educadores, que han hecho de la misión educativa la expresión de la opción preferencial de Dios, el ejercicio cotidiano del amor al hombre y el camino de la propia santificación. Y detrás de ellos los institutos y los movimientos eclesiales para los que la educación constituye una misión y un estilo.


Don Bosco y la Familia Salesiana se encuentran entre estos movimientos eclesiales inspirados por un santo educador. Quieren responder a las aspiraciones profundas de las personas, particularmente las más pobres, insertarse en la situación actual histórica y asumir la invitación para una nueva evangelización.


2.2. Partir de los últimos


No obstante esta confianza generalizada en la educación, tenemos la impresión de que respecto de ella hay una distancia entre aspiraciones y posibilidades, entre declaraciones y cumplimientos, entre intenciones y realizaciones, entre derecho reconocido y derecho garantizado. Esto se advierte más claramente en algunos contextos.


La primera invocación que se debe recoger es, pues, la que surge donde faltan los servicios mínimos y las condiciones indispensables para la educación. En los comienzos del tercer milenio el desierto educativo, como el geográfico, no se reduce, sino que se ensancha.


Las posibilidades de educación se reducen dramáticamente en amplias áreas del mundo, tanto en absoluto como en relación con el aumento de la población. Los conflictos internos, la caída de los servicios, las administraciones arruinadas y voraces, la degradación social y política causan un subdesarrollo progresivo, cuya primera víctima es la juventud.


Las posibilidades de educación disminuyen también en las sociedades adelantadas. La insuficiencia se manifiesta en la dispersión escolástica, en la falta de apoyo familiar, en las múltiples formas de desviación, en la desocupación juvenil, en el peonaje precoz muchas veces unido a la criminalidad.


De estas realidades se eleva un fuerte clamor. Hay necesidad de compartir los bienes fundamentales de la educación, de redistribuir atención, tiempo y recursos en beneficio de los que hoy carecen de ellos en cada sociedad y en el contexto mundial.


Una Familia como la nuestra, que ha hecho de los pobres su heredad y ha emprendido un amplio esfuerzo por un continente como África, no puede ignorar este fenómeno, aunque no sea más que para cumplir algunos gestos proféticos.


2.3. Una nueva educación


El moderno entusiasmo por la educación, aun representando globalmente un hecho positivo, no carece de ambigüedades respecto de los planteamientos de fondo y de las orientaciones prácticas.


Educar, como se ha dicho, es ayudar a cada uno a hacerse plenamente persona a través del surgir de la conciencia, del desarrollo de la inteligencia, de la comprensión del propio destino. Alrededor de este nudo se agrupan los problemas y chocan las diversas concepciones de la educación unas con otras..


Se advierte hoy una especie de descompensación entre libertad y sentido ético, entre poder y conciencia, entre progreso tecnológico y progreso social. Tal descompensación se indica frecuentemente con otras expresiones: la carrera por el poseer y la desatención al ser, el deseo de tener y la incapacidad de compartir, el consumir sin lograr valorar.


Se trata de polaridades ricas de energías, si la persona logra componerlas. Son destructivas, si se cambia la jerarquía de los valores y, sobre todo, si la principal es negada o aplastada. Factores estructurales, corrientes culturales, formas de vida social pueden impulsar fuertemente en una dirección. La educación requerirá siempre una actitud positiva de discernimiento, propuesta y profecía. Presento algunas de estas polaridades a las que debemos prestar atención para poder renovar nuestra propuesta educativa.


2.3.1. Complejidad y libertad


Muchos tienen la impresión que vivimos en un mundo extremamente confuso respecto de lo que es bien y de lo que es mal. Los sociólogos hablan de complejidad, una situación social y cultural donde son muchos los mensajes, muchos los lenguajes con que tales mensajes se comunican, muchas las concepciones de vida que están en la base, diversas y autónomas las agencias que se hacen promotoras de ella, innumerables e incompatibles los intereses que las impulsan. Y no hay una autoridad capaz de proponer con prestigio y hacer aceptar una visión común del mundo y de la vida humana, un sistema de normas morales, una visión de la existencia, un “catálogo” de valores comunes.


En estas condiciones los procesos educativos resultan difíciles. Los adultos no se sienten en posesión de un patrimonio cultural seguro. Además, el tiempo para transmitirlo es escaso y las interferencias son innumerables. Por esto, lo que logran comunicar parece sometido a un rápido desgaste. El paquete de propuestas educativas no siempre atrae ni es comprendido en su conjunto. Se duda de la misma capacidad de hacer proposiciones.


La consecuencia más llamativa para todos, pero especialmente para las generaciones jóvenes, es el trabajo de orientarse en la multiplicidad de estímulos, problemas, visiones, propuestas. Aparecen confusas las diversas dimensiones de la vida y no es fácil captar su valor.


La debilidad de la comunicación cultural por parte de la familia, de la escuela, de la sociedad, de la institución religiosa provoca dificultades al proyectar la propia vida. Esto se manifiesta en la claudicación frente a conflictos y frustraciones, en el esfuerzo para tomar y mantener decisiones a largo plazo, en la tardanza a la hora de tomar opciones de vida, en no lograr reconocerse en los modelos de identificación que la sociedad ofrece.


El problema educativo de la identidad no es nuevo. En todas las épocas los jóvenes han debido afrontarlo para hacerse conscientes del propio ser y colocarse en forma positiva en el sistema social.


Nueva es la situación en la que este problema se plasma. En efecto, se combinan diversos factores que presentan simultáneamente ventajas y dificultades. Por una parte hay ofertas más abundantes y mayor libertad. Parece como si se dijese al joven: “escoge y actúa por tu cuenta”. Es una promesa de autonomía y una garantía de autorrealización, pero en soledad. El déficit hoy no es de libertad, sino de conciencia y responsabilidad, de apoyo y acompañamiento.


Por esto, pronto choca la persona con los propios límites y contra las barreras que les pone la sociedad postindustrial: la competencia y la selección en todos los ámbitos, el mercado del trabajo, la prolongación de la dependencia, la estrechez de los espacios de participación pública, la falta de alternativas a su alcance.


Esto da origen a un sentimiento de precariedad que hace a los jóvenes vulnerables ante la manipulación, que en nuestra sociedad actúa a través de diversos canales. Los procesos de persuasión, orientados a la adquisición de productos, determinan no pocas de sus preferencias, no sólo de productos sino de modelos: el tipo de hombre y de mujer, la imagen de la belleza y de la felicidad, la escala de valores, las formas de comportamiento y la colocación social.


2.3.2. Subjetividad y verdad


El surgir de la subjetividad es una de las claves para interpretar la cultura actual. Va unida al reconocimiento de la singularidad de cada persona y del valor de su experiencia e interioridad. Es reivindicada por aquellos grupos que durante mucho tiempo se han sentido “objeto” de leyes, de imposiciones de identidad o de convenciones sociales, que les impedían expresarse. Pero dejada al propio dinamismo, sin referencia a la verdad, a la sociedad y a la historia, la subjetividad no logra realizarse.


La privatización o elaboración subjetiva aparece mayormente en la ética y en la formación de la conciencia. El ejemplo más próximo, aunque no el único, es el de la sexualidad. En este ámbito han caído los controles sociales y a veces también los familiares. Hay tolerancia pública y derecho a opciones diversas. Es más, prensa, literatura, espectáculos a veces exaltan las transgresiones y presentan las desviaciones como consecuencia de condiciones diversas. Se descuida, cuando no se ignora, toda dimensión ética, aun estrictamente humana, incluso en programas oficiales ampliamente difundidos. Sólo hay preocupación de vivir la sexualidad de modo satisfactorio y seguro de riesgos para la salud física o psíquica. Se la separa de los componentes que le dan sentido y dignidad.


La falta de referencia a la verdad se percibe también en las reglas que guían la actividad económica y social. Con frecuencia éstas se inspiran en criterios aceptados en el propio ámbito y en el consenso entre las partes más fuertes. No siempre responden al bien común o a los fines de la economía o de la sociedad.


La calidad de la educación se jugará en colmar la descompensación que aparece entre posibilidad de opciones y formación de la conciencia, entre verdad y persona. Es preciso orientar hacia el comprender la importancia histórica de las propias opciones, a equilibrar la subjetividad salvaje, a captar la consistencia objetiva de las realidades y de los valores.


2.3.3. Provecho individual y solidaridad


La complejidad y el subjetivismo influyen sobre una justa composición entre la búsqueda del propio provecho y la apertura solidaria a los demás.


Hubo un tiempo en que se pensaba que era posible organizar una sociedad libre y justa, que por medio de leyes y estructuras proveyese condiciones de bienestar para todos. Muchos jóvenes se apasionaron con la transformación de la sociedad y con la liberación de los pueblos. La preparación para el compromiso político era parte de la formación humana y de la práctica de la fe; constituía una señal de responsabilidad madura y generoso idealismo.


Luego llegó el invierno de las utopías, la caída de las ideologías y con ellas la de los proyectos colectivos, el problema moral, el enfrentamiento entre las instituciones. La confrontación política se hizo conflictiva. La política se hizo espectáculo y no siempre fue ejemplar. En consecuencia, siguió la caída en su cotización y el desafecto, hechos que se ponen de manifiesto en la la escasa participación. Desapareció una cierta visión práctica del bien común y no apareció ninguna otra que fuese orgánica y experimentada; al contrario, se ofrecieron sólo “migajas” de recíproca buena voluntad social.


Nosotros hoy estamos viviendo la era del “mercado”, como mentalidad y como enfoque de lo social. Por el momento, va ganando terreno una concepción individualista de lo social. La sociedad es considerada como una suma de individuos, cada uno de los cuales es llevado a buscar su interés personal, la satisfacción de sus necesidades, potencialmente ilimitadas. Es la primacía de los deseos y de los derechos individuales.


En esta tensión incesante hacia la satisfacción de necesidades artificiales, uno se vuelve sordo a las necesidades fundamentales y auténticas. Los ideales de justicia social y de solidaridad acaban por convertirse en fórmulas vacías, consideradas impracticables.


No es, pues, infundada la conclusión de muchos que ven en el mercado el principal obstáculo moral, cultural y legal, para que crezca una mentalidad solidaria en adultos y jóvenes, en ámbito nacional e internacional.



2.4. Maduración de la fe de los jóvenes en este contexto


Complejidad, subjetividad y concepción individual de la persona influyen sobre la maduración de la fe de los jóvenes, que es sustancialmente apertura, comunión y acogida de la realidad de la vida y de la historia.


Impresionan hoy dos fenómenos. Hay una religiosidad difusa que toma los caminos más diversos. Ésta responde a la búsqueda de sentido en una sociedad que no lo ofrece, a la percepción vaga de otra dimensión de la existencia que permanece inexpresada. Pero junto con ella se nota una carencia de fundamentos y motivaciones objetivas y, por tanto, una ruptura entre experiencia religiosa, concepción de vida y opciones éticas. También las verdades religiosas se reducen a opiniones. La mediación de la Iglesia resulta problemática y mucho más la de sus ministros o representantes; se aprovecha en forma selectiva.


Hay una minoría que profundiza, gusta y madura la experiencia cristiana y la expresa en la fe, en el sentido eclesial y en el compromiso social. Pero hay también un gran número de jóvenes que, después de haber oído el anuncio, se va alejando de la fe sin nostalgia. La edad de la formación religiosa se ha alargado, y no siempre cuenta con propuestas que la cubran enteramente.


Todo esto tiñe la fe de fuerte subjetivismo. Separada de lo concreto de los acontecimientos históricos de la salvación, se vuelve extremamente frágil, una especie de bien de consumo, del que cada uno hace el uso que le place. Se la coloca así al lado de los otros aspectos de la vida y del pensamiento que se van plasmando autónomamente. El peligro de la separación entre la vida y la fe, entre ésta y la cultura, es la condición en que nos encontramos todos, en la que crecen hoy los jóvenes. Y esto aún en una época en que la Iglesia manifiesta fuertes signos de vitalidad comunitaria, de compromiso social, de impulso misionero.



    1. Respuesta de la Familia Salesiana


¿Qué respuestas a estas invocaciones pueden los jóvenes esperar de la Familia Salesiana? ¿Qué energías podemos activar nosotros?


Hoy las figuras de educadores se multiplican, especialmente las profesionales. Hay también educadores informales, que no tienen un papel específico ni son profesionales. Así como hay currículos declarados y otros ocultos. En el centro del proceso educativo está cada vez más, como juez, el sujeto que escoge y elabora libremente las cosas que se le proponen o que él descubre por sí mismo. Menos que nunca hoy se puede delegar la educación en alguien, pensando que él tiene la posibilidad de controlar su itinerario. Educadores somos nombrados secretamente por los jóvenes cuando nos dan acceso a su inteligencia y a su corazón, cuando quieren oír de nosotros una palabra o captar un gesto que consideran válido respecto del sentido de su vida. La responsabilidad puede recaer sobre cada uno y en cualquier momento.


La incidencia de los educadores delegados para la misión educadora y de los escogidos por el sujeto depende de tres factores: la credibilidad de la oferta en relación con la situación que vive el joven, la autoridad del testimonio y la capacidad de comunicación.


Hay, pues, una apuesta para el adulto: expresar una orientación y una propuesta sin desechar la complejidad y la exigencia de la subjetividad y sin dejarse homogeneizar. Esto comporta apertura a lo positivo, anclaje sólido en los puntos de los que la vida humana recibe significado, capacidad de discernimiento. He aquí tres aspectos que la Familia Salesiana debería cuidar de modo especial.


2.5.1. Volver a los jóvenes con mayor calidad


Es entre los jóvenes donde Don Bosco elaboró su estilo de vida, su patrimonio pastoral y pedagógico, su sistema, su espiritualidad. El compromiso exclusivo por la misión juvenil fue para Don Bosco siempre y de todos modos real, aun cuando por motivos particulares no estaba materialmente en contacto con los jóvenes, aun cuando su acción no estaba directamente al servicio de los jóvenes, aun cuando defendió tenazmente su carisma de fundador para todos los jóvenes del mundo, frente a presiones de eclesiásticos no siempre bien iluminados. Misión salesiana es consagración, es “predilección” por los jóvenes; y tal predilección, en su estado inicial, es un don de Dios, que nuestra inteligencia y nuestro corazón deben desarrollar y perfeccionar.


El verdadero salesiano no abandona el campo juvenil. Salesiano es aquel que tiene un conocimiento vital de los jóvenes: su corazón late allí donde late el de los jóvenes. El salesiano vive para ellos, existe para sus problemas; ellos son el sentido de su vida: trabajo, escuela, afectividad, tiempo libre. Salesiano es quien tiene también un conocimiento teórico y existencial de los jóvenes, que le permite descubrir sus verdaderas necesidades, crear una pastoral juvenil adecuada a las necesidades de los tiempos.


La fidelidad a nuestra misión, para ser incisiva, debe ser puesta en contacto con los “nudos” de la cultura de hoy, con las matrices de la mentalidad y de los comportamientos actuales. Estamos frente a desafíos colosales, que exigen seriedad de análisis, pertinencia de observaciones críticas, confrontación cultural profundizada, capacidad de compartir psicológicamente la situación. En semejante contexto la comunicación educativa privilegia algunos canales.


El primero es compartir los intereses y las búsquedas en vez de las soluciones prefabricadas; el diálogo en todos los campos en vez de las informaciones limitadas; la transparencia o explicaciones reales en vez de las medias verdades.


En su esfuerzo de formarse una visión del mundo, los jóvenes escuchan, reaccionan, interiorizan, experimentan. Se sienten como en un mercado, donde pueden ver el precio y la calidad de las propuestas y tomar las que les van bien. El testimonio y la palabra, capaces de hacer brillar luz y esperanza, encontrarán audiencia.


El educador del futuro será aquel que sepa orientar, entre la multiplicidad de mensajes y de visiones, hacia una opción de valores y de criterios aptos para sostener un crecimiento continuo. Y precisamente en la educación en los valores él deberá apuntar a la implicación activa del sujeto, más bien que a su sola aceptación dócil.


Las exigencias han de presentarse con valor. Hay que descartar la sola adaptación a preguntas inmediatas, que privan al sujeto de horizontes y acaban por fijarlo en una posición narcisista.


La responsabilidad es, en cambio, la principal energía para el desarrollo de la persona. Ésta debe interiorizar las propuestas educativas a través de la experiencia y la reflexión y elaborar así las propias conclusiones. Solamente si el joven se hace sujeto y no sólo objeto de la acción educativa, las propuestas entran en su conciencia y se convierten en patrimonio válido para la vida.


Hay luego otro elemento clave en los modelos de comunicación: el ambiente. Hoy son valorizados los así llamados “lugares vitales”, al lado de las tradicionales instituciones educativas. Éstas influyen a través de las estructuras, los programas, las funciones, las normas; pero aparecen insuficientes para satisfacer las preguntas de sentido y de relación que los jóvenes expresan. Los lugares vitales, en cambio, dan espacio a la espontaneidad dirigida a lo positivo, a la participación libre, a la amistad, a la aceptación recíproca, a la utopía, al lenguaje simbólico, a los proyectos. Deseamos que así lleguen a ser las familias, las comunidades cristianas, los grupos de compromiso, los lugares de encuentro juvenil, la escuela.


Dirigiéndome a los miembros de la Familia Salesiana, no está fuera de lugar recordar que Don Bosco, por intuición más bien que por conocimiento teórico, dio origen a un sistema comunicativo total: el oratorio, ambiente cargado de espontaneidad y libre expresión, en el que había roles reconocidos y relaciones informales, se alternaban programas propuestos a todos y llevados adelante con regularidad y espacios de creatividad personal y de grupo.


En el primer oratorio de casa Pinardi, tal como lo pensó Don Bosco, están presentes algunas importantes intuiciones que serán sucesivamente adquiridas en su valor más profundo de compleja síntesis humanístico-cristiana:

  • una estructura flexible, como obra de mediación entre Iglesia, sociedad urbana y franjas populares juveniles, a modo de “puente”;

  • el respeto y la valoración del ambiente popular;

  • la religión puesta como fundamento de la educación según la enseñanza de la pedagogía católica transmitida a él por el ambiente del Colegio Eclesiástico;

  • la intrínseca relación dinámica entre formación religiosa y desarrollo humano, entre catecismo y educación, o también convergencia entre educación y educación en la fe e integración fe-vida;

  • la convicción de que la instrucción constituye un instrumento esencial para iluminar la mente;

  • la educación, como también la catequesis, que se desarrolla en todas las expresiones compatibles con la escasez del tiempo y de los recursos: la alfabetización de quien no ha podido nunca gozar de cualquier forma de instrucción escolar, el empleo en el trabajo, la asistencia a lo largo de la semana, el desarrollo de actividades asociativas y mutualistas,…

  • la plena ocupación y valoración del tiempo libre;

  • el cariño como estilo educativo y, más en general, como estilo de vida cristiana.

El oratorio así entendido sigue siendo para nosotros la “fórmula” que tratamos de aplicar en cualquier situación o estructura educativa.


      1. Relanzamiento del “honrado ciudadano”


La reconsideración de la calidad social de la educación, ya presente en Don Bosco, aunque imperfectamente realizada, debería estimular la creación de experiencias explícitas de compromiso social en el sentido más amplio. Esto supone una profunda reflexión, tanto en el plano teórico, dada la extensión de los contenidos de la promoción humana, juvenil, popular, y la diversidad de las consideraciones antropológicas, teológicas, científicas, históricas, metodológicas, como en el plano de la experiencia y de la reflexión operativa de cada uno y de las comunidades. En ámbito salesiano el Capítulo General 23º ya había hablado de “dimensión social de la caridad” y de “educación de los jóvenes al compromiso y a la participación en la política”, “ámbito un poco descuidado y olvidado por nosotros “.8


La presencia educativa en lo social comprende estas realidades: la sensibilidad educativa, las políticas educativas, la calidad educativa del vivir social, la cultura.


Quien está verdaderamente preocupado por la dimensión educativa trata de influir a través de los instrumentos políticos, para que se la tome en consideración en todos los ámbitos: desde la urbanización y el turismo hasta el deporte y el sistema radiotelevisivo, realidades en que con frecuencia se privilegian los criterios de mercado.


Está luego el aspecto específico de las políticas educativas y juveniles. Es preciso despertar el interés y luchar para que las soluciones a algunas urgencias no sean puestas en el último lugar, como por ejemplo la amplia acción de prevención, la calidad de un sistema educativo integral, la conveniente diversificación de posibilidades educativas conformes a las necesidades de los sujetos, la igualdad económica, la recuperación de los que han sufrido incidentes en el itinerario educativo.


Además, el estilo de vida social y de praxis política constituye en sí mismo una gran escuela cotidiana de la que adultos y jóvenes sacan silenciosamente lecciones prácticas. Se puede decir que es casi inútil, que las instituciones educativas traten de educar en la legalidad, si en la vida pública se viven otros criterios con conciencia tranquila, porque éstos acaban por modelar nuestras convicciones y comportamientos. Es difícil inculcar el sentido de la justicia, si en la administración pública dominan la corrupción y las componendas. Resulta arduo enseñar el respeto a la persona, si en el debate político prevalece la desconfianza recíproca, el engaño y el espíritu pendenciero. Educación, convivencia social y praxis política forman una unidad, por lo que quien quiera dar un salto de calidad en una de ellas deberá necesariamente dedicar energías para modificar las otras.


Finalmente, en la raíz de la educación, de la convivencia social y de la praxis política está la cultura. Ésta provee motivaciones y comunica significados que van penetrando silenciosamente en las conciencias y codificando comportamientos. Para arraigar un valor no bastan las iniciativas, aunque sean abundantes, ni las personas generosas y bien inspiradas. Es preciso alcanzar la madurez de una mentalidad común. En efecto, la cultura afecta no sólo a intenciones y propósitos privados, sino al compromiso sistemático y racional de las energías de que dispone la comunidad. A veces hay una fractura entre gestos de los individuos y la mentalidad colectiva, entre las iniciativas personales y las expresiones sociales, entre la praxis y sus fundamentos, por lo que una cosa es la aspiración de la persona y otra es la realidad cotidiana que ella está obligada a sufrir.


2.5.3. Relanzamiento del “buen cristiano”


Otro tanto se debería decir del relanzamiento del “buen cristiano”. Don Bosco, “abrasado” de celo por las almas, comprendió la ambigüedad y la peligrosidad de la situación social y moral, de la que puso en tela de juicio sus principios, encontró formas nuevas para oponerse al mal con los escasos recursos culturales, etc., de que disponía.


¿Cómo actualizar el “buen cristiano” de Don Bosco? ¿Cómo salvaguardar hoy la sociedad humano-cristiana del proyecto en iniciativas formal o principalmente religiosas y pastorales, contra los peligros de antiguos y nuevos integralismos y exclusivismos? ¿Cómo transformar la tradicional educación religiosa en una educación para vivir con la propia identidad en un mundo plurirreligioso, pluricultural, pluriétnico? Frente a la actual superación de la tradicional pedagogía de la obediencia, adecuada a un cierto tipo de eclesiología, ¿cómo proceder en función de una pedagogía de la libertad y de la responsabilidad, orientada a la construcción de un sujeto fuerte, capaz de decisiones libres y maduras, abierto a la comunicación interpersonal, inserto activamente en las estructuras sociales, en actitud no conformista, sino constructivamente crítico?


Se trata de desvelar y ayudar a vivir conscientemente la vocación de hombre, la verdad de la persona. Y precisamente en esto los creyentes pueden dar su aportación más valiosa.


En efecto, ellos saben que el ser y las relaciones de la persona son definidos por su condición de criatura, que no indica inferioridad o dependencia, sino amor gratuito y creativo por parte de Dios. El hombre debe la propia existencia a un don. Está situado en una relación con Dios a la que hay que corresponder. Su vida no encuentra sentido fuera de esta relación. El “más allá”, que él percibe y desea vagamente, es el Absoluto, no un absoluto extraño y abstracto, sino la fuente de su vida que le llama a sí.


En Cristo la verdad de la persona, que la razón acoge de modo inicial, encuentra su iluminación total. Él, con sus palabras, pero sobre todo en virtud de su existencia humano-divina, en la que se manifiesta la conciencia de Hijo de Dios, abre la persona a la plena comprensión de sí y del propio destino.


En Él somos constituidos hijos y llamados a vivir como tales en la historia. Es una realidad y un don, cuyo sentido debe penetrar progresivamente el hombre. La vocación a ser hijos de Dios no es una añadidura de lujo, un cumplimiento extrínseco para la realización del hombre. En cambio, es su puro y simple cumplimiento, la condición indispensable de autenticidad y plenitud, la satisfacción de las exigencias más radicales, aquellas de las que está sustanciada su misma estructura de criatura.


Quien educa – padre, amigo o animador – mantiene viva la conciencia que él es testimonio y acompañante en esta revelación de las posibilidades de la vida, que vincula la conciencia con su fuente y con su fin, que desarrolla la vida, pero sobre todo prepara un interlocutor y una señal de la presencia de Dios.


Hay un diálogo misterioso entre cada joven y lo que le llega desde fuera, lo que surge dentro de sí y lo que descubre como imperativo, gracia o sentido. Poco a poco él va adquiriendo plena conciencia de sí, va elaborando una imagen de la existencia en la que apuesta sus fuerzas y juega sus posibilidades.


Los educadores, profesionales y no profesionales, están llamados a ofrecer todo lo que creen oportuno, viviendo con esperanza las incógnitas del futuro. Se interesan sinceramente por lo humano incierto que crece. En efecto, en ello Dios será acogido y también en fuerza del crecimiento se manifestará con luminosidad cada vez mayor. Si las cosas van por el mejor camino, habrán contribuido a mantener en la historia la “estirpe de Dios”, aquellos que se sienten en relación filial con Él, y habrán creado lugares vivos de su presencia.



3.Promover los derechos humanos, en particular los de los menores


Nosotros somos herederos y portadores de un carisma educativo que tiende a la promoción de una cultura de la vida y al cambio de las estructuras. Por esto, tenemos el deber de promover los derechos humanos. La historia de la Familia Salesiana y la rapidísima expansión aun en contextos culturales y religiosos lejanos de los que vieron su nacimiento, testimonia cómo el sistema preventivo de Don Bosco es una puerta de acceso garantizada para la educación juvenil de cualquier contexto y una plataforma de diálogo para una nueva cultura de los derechos y de la solidaridad. Considerando la dignidad de todo hombre y la igualdad de sus derechos, se puede comprender mejor el conjunto de razones que sostienen la opción preferencial de la Iglesia por los pobres.


Bajo este punto de vista es cómo debe leerse y actualizarse el consejo de Don Bosco a los primeros misioneros: “Preocupaos especialmente de los enfermos, de los niños, de los ancianos y de los pobres, y os granjearéis las bendiciones de Dios y la benevolencia de los hombres”.9 Como salesianos, la educación para los derechos humanos, en particular los de los menores, es el camino privilegiado para realizar en los diversos contextos el compromiso de prevención, de desarrollo humano integral, de construcción de un mundo más equitativo, más justo, más saludable. El lenguaje de los derechos humanos nos permite también el diálogo y la inserción de nuestra pedagogía en las diferentes culturas del mundo.



3.1. Derechos humanos y dignidad de la persona


Los derechos humanos son derechos que corresponden a todo individuo en cuanto ser humano; no dependen de la raza, de la religión, de la lengua, de la proveniencia geográfica, de la edad o del sexo. Son derechos fundamentales, universales, inviolables y no arbitrarios. No son una realidad estática, sino en continua evolución. Los derechos civiles y políticos, a los que se pretende hacer remontar al tiempo de la Revolución Francesa (1789), nacen de la reivindicación de una serie de libertades fundamentales que estaban cerradas a amplios estratos de la población: derecho a la vida, a la integridad física, a la libertad de pensamiento, de religión, de expresión, de asociación, a la participación política. Los derechos económicos, sociales y culturales han sido ratificados por la Declaración Universal de los derechos del hombre de 1948: derecho a la instrucción, al trabajo, a la casa, a la salud, etc. Existen luego los derechos de los pueblos a la autodeterminación, a la paz, al desarrollo, al equilibrio ecológico, al control de los recursos nacionales, a la defensa ambiental. En fin, hay los derechos anejos al respeto del hombre, en relación a los campos de las manipulaciones genéticas, de la bioética y de las nuevas tecnologías de comunicación.


Hay que tomar conciencia de que el pleno respeto de los derechos humanos es, ante todo, una responsabilidad nuestra. Por desgracia, las violaciones de los derechos humanos están a la orden del día y es evidente cómo la prevención y los recursos existentes no son suficientes para eliminarlas. Aun en esta situación, nosotros debemos trabajar por el respeto de la dignidad de la persona.


La enseñanza de la Iglesia afirma que una correcta interpretación y una eficaz tutela de los derechos dependen de una antropología que englobe la totalidad de las dimensiones constitutivas de la persona humana. En efecto, el conjunto de los derechos del hombre debe corresponder a la esencia de la dignidad de la persona. Deben referirse a la satisfacción de sus necesidades esenciales, al ejercicio de sus libertades, a sus relaciones con las otras personas y con Dios. Son universales, presentes en todos los seres humanos, sin excepción alguna de tiempo y de lugar. En efecto, los derechos fundamentales pertenecen al ser humano en cuanto persona, a toda persona y a todas las personas, hombres y mujeres, niños o ancianos, ricos o pobres, sanos o enfermos.



3.2. Misión salesiana y derechos de los muchachos


En el discurso sobre el tema “Antes que sea demasiado tarde salvemos a los muchachos, el futuro del mundo”, que tuve en el Capitolio en Roma el 27 de noviembre de 2002, traté de hacer ver el Sistema Preventivo en una óptica de promoción de cada muchacho o muchacha que educar, que redimir en la totalidad de su vida en el sentido de la antropología cristiana, pero con una precisa referencia a la transformación de la sociedad, para que no haya más marginados. Sobre todo, presenté el Sistema Preventivo en una óptica de asunción consciente de responsabilidades por parte del educando, que se transforma de objeto de protección, porque tiene necesidades, en sujeto responsable, porque tiene derechos y reconoce los derechos de los demás, preparando en el muchacho de hoy, al ciudadano de mañana: honrado ciudadano y buen cristiano. Os propongo algunos párrafos de aquel discurso mío.


“Grave es la situación en que se encuentran tantos jóvenes en muchas partes del mundo: jóvenes en peligro y marginados. Son muchos, son demasiados. Son un grito desoído. Son un peso en la conciencia de la sociedad que está tratando de globalizar la economía, pero no el compromiso por el desarrollo de los pueblos y la promoción de la dignidad de todo hombre.


Los desafíos actuales. He aquí un mapa rápido de la marginación y de la explotación juvenil en el mundo:

Los muchachos de la calle y las “bandas organizadas”

Los muchachos soldado

Los muchachos violados

Los muchachos trabajadores y esclavos

Los muchachos “nadie”

Los muchachos encarcelados

Los muchachos donantes forzados de órganos y los mutilados

Los muchachos pobres y marginados

Los muchachos de las alcantarillas y los vagantes

Los muchachos enfermos

Los muchachos refugiados y huérfanos

Los muchachos…


Tanta desventura interpela las conciencias de todos. Al final del Capítulo General 25º los Salesianos han hecho una llamada a todos aquellos que tienen responsabilidades en relación con los jóvenes: “Antes de que sea demasiado tarde salvemos a los muchachos, el futuro del mundo”. Ésta es también mi llamada como sucesor de Don Bosco.


Ante el panorama tan triste de las plagas del mundo juvenil, nosotros Salesianos “estamos de parte de los jóvenes, porque nosotros - como Don Bosco - confiamos en ellos, en su voluntad de aprender, de estudiar, de salir de la pobreza, de asumir su propio futuro… Estamos de parte de los jóvenes, porque creemos en el valor de la persona, en la posibilidad de un mundo diverso, y sobre todo en el gran valor del compromiso educativo”.10 ¡Invirtamos en los jóvenes!


Globalicemos, por esto, el compromiso por la educación y preparemos así un futuro positivo para el mundo entero. En este esfuerzo la Familia Salesiana aporta la riqueza del método educativo heredado de Don Bosco, el bien conocido Sistema Preventivo.


Según este Sistema, la primera preocupación es la de prevenir el mal a través de la educación, pero al mismo tiempo la de ayudar a los jóvenes a reconstruir la propia identidad personal, a reavivar los valores que ellos no han sido capaces de desarrollar y elaborar, precisamente por su situación de marginación, y a descubrir razones para vivir con sentido, con alegría, con responsabilidad y competencia.


Además, este Sistema cree decididamente que la dimensión religiosa de la persona es su riqueza más profunda y significativa; por esto, trata, como finalidad última de todas sus propuestas, de orientar a todo muchacho hacia la realización de su vocación de hijo de Dios. Pienso que ésta es una de las aportaciones más importantes que el Sistema Preventivo de Don Bosco puede ofrecer en el campo de la educación de los muchachos, de los adolescentes y de los jóvenes en situación de pobreza y de peligro psico-social.


Se trata de una clara y significativa experiencia de solidaridad, orientada a formar – son palabras de Don Bosco – “honrados ciudadanos y buenos cristianos”, es decir, constructores de la ciudadanía, personas activas y responsables, conscientes de su dignidad, con proyectos de vida, abiertos a la trascendencia, a los demás y a Dios”.



3.3. Tratemos de repetir los mismos conceptos con el lenguaje de los derechos humanos


Haciendo referencia a la lista de las violaciones de los derechos humanos expuesto antes, resulta claro que hoy la educación integral salesiana no puede prescindir de un compromiso por los derechos fundamentales y la dignidad de la persona humana.


Ante todo, se puede observar que el tema de la educación para los derechos y para las libertades fundamentales va íntimamente unido a los dos Aguinaldos precedentes, en los cuales yo subrayaba el papel importante de la familia para educar y promover los derechos humanos, el primero entre todos la defensa y la promoción de la vida.


La educación, en este ámbito, se pone el objetivo de contribuir a construir una cultura de los derechos humanos capaz de dialogar, persuadir y, en última instancia, de prevenir las violaciones de los derechos mismos, más bien que de castigarlas y reprimirlas. Es el paso de la mera denuncia de violaciones ya perpetradas a la educación preventiva.


En esta perspectiva, la educación para los derechos humanos debe necesariamente ser multidimensional y caracterizarse como educación para la ciudadanía honrada, activa y responsable, en condiciones de unir lo descriptivo a lo preceptivo, el saber al ser, y de integrar transmisión del saber y formación de la personalidad.


La educación para los derechos humanos es educación para la acción, para el gesto, para la toma de posición, para asumir un cargo, para el análisis crítico, para pensar, para informarse, para relativizar las informaciones recibidas de los media; es una educación que debe hacerse permanente y cotidiana.


Sobre estas bases, la metodología que hay que emplear debe comprender al menos tres dimensiones:

  • una dimensión cognoscitiva: conocer, pensar críticamente, conceptualizar, juzgar; Don Bosco diría “razón”;

  • una dimensión afectiva: probar, hacer experiencia, crear amistad, empatía; Don Bosco diría “cariño”;

  • una dimensión volitiva: activa en los comportamientos, éticamente motivada: cumplir opciones y acciones, poner en acto comportamientos orientados; Don Bosco diría “religión”.



3.4. Educarnos y educar para la transformación de cada persona y de toda la sociedad: para el desarrollo humano


Por tanto, el Sistema Preventivo y el espíritu de Don Bosco nos llaman hoy a un compromiso fuerte, individual y colectivo, orientado a cambiar las estructuras de la pobreza y del subdesarrollo, para hacernos promotores de desarrollo humano y educar para una cultura de los derechos humanos, de la dignidad de la vida humana.


Los derechos humanos son un medio para el desarrollo humano; la educación para los derechos humanos es instrumental para el logro del desarrollo humano personal y colectivo y, por tanto, para la realización de un mundo más equitativo, más justo, más saludable.


Cada uno de nosotros, cualquiera de nosotros, precisamente porque es educador o educadora y precisamente porque escoge la visión antropológica cristiana que inspiró Don Bosco, puede llegar a ser un defensor, promotor y activista de derechos humanos.


Para ello debemos hacer una relectura salesiana de los principios que están como fundamento de los derechos humanos, con la finalidad de individuar los desafíos que los derechos humanos lanzan a nuestra Familia Salesiana.


He aquí algunos elementos para esta relectura:


  • integralidad de la persona y aplicación del principio de indivisibilidad e interdependencia de todos los derechos fundamentales de la persona: civiles, culturales, religiosos, económicos, políticos y sociales;

  • educación para la honradez ciudadana y aplicación de los principios de responsabilidad común diferenciada para la promoción y la protección de los derechos humanos;

  • la atención individual a cada uno y aplicación del principio del interés preferente por el menor;

  • el menor en el centro como sujeto activo y partícipe y aplicación del principio de la participación del menor;

  • el “basta que seáis jóvenes para que yo os ame mucho” y aplicación del principio de no discriminación;

  • el “quiero que seáis felices ahora y siempre” que comprenda a todo el hombre y aplicación del principio de un desarrollo humano integral: espiritual, civil, cultural, económico, político y social del menor.



    1. Un texto que Don Bosco estaría dispuesto a firmar:


La educación debe tener como finalidades:

  • favorecer el desarrollo de la personalidad del muchacho, y el desarrollo de sus facultades mentales y físicas en toda su potencialidad;

  • inculcar en el muchacho el respeto de los derechos humanos y de las libertades fundamentales y de los principios consagrados en la Carta de las Naciones Unidas;

  • inculcar en el muchacho el respeto de sus padres, de su identidad, de su lengua y de sus valores culturales, y además el respeto de los valores nacionales del país en que vive, del país del que es originario y de las civilizaciones diversas de la suya;

  • preparar al muchacho a asumir las responsabilidades de la vida en una sociedad libre, en un espíritu de comprensión, de paz, de tolerancia, de igualdad entre los sexos y de amistad entre todos los pueblos y grupos étnicos, nacionales y religiosos, con las personas de origen autóctono;

  • inculcar en el muchacho el respeto del ambiente natural.


Esto no es otra cosa que el art. 29 de la “Convención de la ONU sobre los derechos de los niños y de los adolescentes”, adoptada por la Asamblea General de las Naciones Unidas el 20 de noviembre de 1989 y actualmente ratificada por 192 Estados.


Hay, pues, que corregir la praxis de muchos educadores que reducen los derechos humanos a una lista de conocimientos, o que entienden la educación para los derechos humanos de forma normativa, como explicación de textos jurídicos.


Nosotros propugnamos una aproximación más amplia, una aproximación de socio-civic learning, que impulse a la experiencia práctica, a la aceptación de responsabilidades y a la participación activa y responsable.


La educación para los derechos humanos, o mejor para una “cultura preventiva de los derechos humanos”, capaz de prevenir sus violaciones, debe salir del estrecho ámbito de competencia de juristas y abogados, para que se haga patrimonio de todos, de todo el que se sienta dispuesto a abrir y sostener un diálogo intercultural que tenga como fundamento los derechos humanos.


En efecto, los derechos humanos no son principalmente una materia jurídica o filosófica; son una materia interdisciplinar y pueden ser explicados y discutidos en una aproximación intercultural, en el ámbito de numerosas disciplinas: historia, geografía, lenguas extranjeras, literatura, biología, física, música, economía.


Tales derechos no representan una materia aparte, sino un tema transversal. Los derechos humanos deberían ser parte integrante de la formación y de la actualización de los educadores, formales e informales, para que sean ellos mismos los que puedan reelaborarlos y transmitirlos como leit-motiv y aproximación transversal dentro de las diversas materias.


Si por enseñanza entendiéramos una actividad didáctica en que uno solo, el profesor, tiene algo que enseñar y todos los demás sólo tienen que escuchar, en el caso de los derechos humanos no se podría usar esta praxis. Los derechos humanos no se enseñan, como tampoco se imponen, sino que se educa para ellos a través del diálogo, la confrontación recíproca, la reelaboración personal.


Como metodología didáctica se pueden usar el arte, el teatro, la música, la danza, el dibujo, la poesía; recordemos a este respecto las iniciativas “inventadas” por Don Bosco.


Si el acento del proceso educativo está puesto en las motivaciones interiores necesarias para la educación, entonces el Sistema Preventivo llega a ser una “espiritualidad”. Si el acento está puesto en las tres columnas de la razón, religión y cariño, entonces el Sistema Preventivo llega a ser un compromiso ascético, un cuadro de valores y un proceso de vida. Si el acento está en la relación del educador con el educando, el Sistema Preventivo postula una fuerte mística. Si el acento está puesto en el proyecto de vida que el educando debe madurar en su corazón, entonces el Sistema Preventivo es evangelización completa, porque intenta formar al honrado ciudadano y al buen cristiano, para decirlo con la “Christifideles Laici”, capaz de vivir el evangelio sirviendo al hombre y a la sociedad.


En definitiva, el Sistema Preventivo transforma tanto al educador como al educando en un protagonista consciente, responsable del deber de defender y promover los derechos humanos, para el desarrollo humano personal y del mundo entero.


Parafraseando una feliz expresión de Pablo VI, en la “Populorum Progressio”, me atreveré a decir que el nuevo nombre de la paz es la educación para la defensa y la promoción de los derechos humanos.


Ciertamente, educar con el corazón de Don Bosco, para el desarrollo integral de la vida de los jóvenes, sobre todo de los más pobres y desfavorecidos, promoviendo sus derechos comporta:


  • una renovada opción de participar comunitariamente en los lugares concretos de acción.

El carácter comunitario de la experiencia pedagógica salesiana requiere crear comunión en torno a los ideales educativos de Don Bosco, saber implicar a todos los responsables en las diversas instituciones y programas educativos, formar en ellos una conciencia crítica de las causas de la marginación y de la explotación juvenil, una fuerte motivación que sostenga el compromiso cotidiano y una actitud activa y alternativa. Todo esto repropone el compromiso de formación de los educadores.


  • una renovada intencionalidad pastoral.

La acción salesiana comprende siempre la preocupación por la salvación de la persona: conocimiento de Dios y comunión filial con Él a través de la acogida de Cristo, con la mediación sacramental de la Iglesia. Habiendo escogido a la juventud y a los jóvenes pobres, los Salesianos aceptan los puntos de partida en que los jóvenes se encuentran y sus posibilidades de hacer un camino hacia la fe. En cada iniciativa de recuperación, de educación y de promoción de la persona, se anuncia y se realiza la salvación, que será ulteriormente explicitada a medida que los sujetos se van haciendo capaces. Cristo es un derecho de todos. Se anuncia sin forzar los tiempos, pero sin dejarlos pasar en vano.



A modo de conclusión


Y concluyo, esta vez, no con una fábula sino con un relato de familia, o mejor con el “sueño” que está en los orígenes de lo que somos y de cuanto hacemos. Un “sueño” que es memoria y profecía, recuerdo del pasado y proyecto de futuro.


Mientras tanto, yo había alcanzado los nueve años. Mi madre quería enviarme a la escuela, aunque la distancia me dejaba perplejo, ya que estábamos a cinco kilómetros del pueblo de Castelnuovo. Mi hermano Antonio se oponía a que fuera al colegio. Se adoptó una solución intermedia. Durante el invierno frecuentaba la escuela del cercano pueblo de Capriglio, donde pude aprender los rudimentos de la lectura y escritura. Mi maestro era un sacerdote muy piadoso que se llamaba José Lacqua, quien fue muy amable conmigo, ocupándose con mucho interés de mi instrucción y, sobre todo, de mi educación cristiana. Durante el verano contentaba a mi hermano trabajando en el campo.


Un sueño


Con aquellos años tuve un sueño que quedó profundamente grabado en mi mente para toda la vida. En el sueño, me pareció encontrarme cerca de casa, en un terreno muy espacioso, donde estaba reunida una muchedumbre de chiquillos que se divertían. Algunos reían, otros jugaban, no pocos blasfemaban. Al oír las blasfemias, me lancé inmediatamente en medio de ellos, usando los puños y las palabras para hacerlos callar. En aquel momento apareció un hombre venerando, de aspecto varonil y noblemente vestido. Un blanco manto le cubría todo el cuerpo, pero su rostro era tan luminoso que no podía fijar la mirada en él. Me llamó por mi nombre y me mandó ponerme a la cabeza de los muchachos, añadiendo estas palabras: - No con golpes, sino con la mansedumbre y con la caridad deberás ganarte a estos tus amigos. Ponte ahora mismo, pues, a instruirlos sobre la fealdad del pecado y la belleza de la virtud.

Aturdido y espantado, repliqué que yo era un niño pobre e ignorante, incapaz de hablar de religión a aquellos muchachos; quienes, cesando en ese momento sus riñas, alborotos y blasfemias, se recogieron todos en torno al que hablaba.

Sin saber casi lo que me decía, añadí: - ¿Quién sois vos, que me mandáis una cosa imposible? – Precisamente porque tales cosas te parecen imposibles, debes hacerlas posibles con la obediencia y la adquisición de la ciencia. - ¿En donde y con qué medios podré adquirir la ciencia? – Yo te daré la maestra bajo cuya disciplina podrás llegar a ser sabio, y sin la cual toda sabiduría se convierte en necedad.

  • Pero. ¿quién sois vos que me habláis de esta manera?

  • Yo soy el hijo de aquella a quien tu madre te enseñó a saludar tres veces al día.

  • Mi madre me dice que, sin su permiso, no me junte con los que no conozco. Por tanto, decidme vuestro nombre.

  • El nombre, pregúntaselo a mi Madre.

En ese momento, junto a Él, vi a una mujer de aspecto majestuoso, vestida con un manto que resplandecía por todas partes, como si cada punto del mismo fuera una estrella muy refulgente. Contemplándome cada vez más desconcertado en mis preguntas y respuestas, hizo señas para que me acercara a Ella y, tomándome bondadosamente de la mano, me dijo: - Mira.- Al mirar, me di cuenta de que aquellos chicos habían escapado y, en su lugar, observé una multitud de cabritos, perros, gatos, osos y otros muchos animales. – He aquí tu campo, he aquí donde tienes que trabajar. Hazte humilde, fuerte, robusto; y cuanto veas que ocurre ahora con estos animales, lo deberás hacer tú con mis hijos.

Volví entonces la mirada y, en vez de animales feroces, aparecieron otros tantos mansos corderos que, saltando y balando, corrían todos alrededor como si festejaran al hombre aquel y a la señora.

En tal instante, siempre en sueños, me eché a llorar y rogué al hombre me hablase de forma que pudiera comprender, pues no sabía qué quería explicarme.

Entonces Ella me puso la mano sobre la cabeza, diciéndome: - A su tiempo lo comprenderás todo.

Dicho lo cual un ruido me despertó.

Quedé aturdido. Sentía las manos molidas por los puñetazos que había dado y dolorida la cara por las bofetadas recibidas. Después el personaje, aquella mujer, las cosas dichas y las cosas escuchadas ocuparon de tal modo mi mente que ya no pude conciliar el sueño durante la noche.

Por la mañana conté enseguida el sueño. Primero a mis hermanos, que se echaron a reír; luego a mi madre y a la abuela. Cada uno lo interpretaba a su manera. Mi hermano José decía: - Tú serás pastor de cabras, de ovejas o de otros animales. Mi madre: - Quién sabe si un día llegarás a ser sacerdote. Antonio, con tono seco: - Tal vez termines siendo capitán de bandoleros. Pero la abuela, que sabía mucho de teología aunque era completamente analfabeta, dio la sentencia definitiva, exclamando: - No hay que hacer caso de los sueños.

Yo era del parecer de mi abuela, sin embargo nunca pude olvidar aquel sueño. Los hechos que expondré a continuación le confieren cierto sentido. No hablé más del asunto, y mis familiares no le dieron mayor importancia. Pero cuando, en el año 1858, fui a Roma para tratar con el Papa de la Congregación Salesiana, me hizo narrarle con detalle todas las cosas que tuvieran algo de sobrenatural, aunque sólo fuera la apariencia. Conté entonces, por primera vez, el sueño tenido a la edad de nueve a diez años. El Papa me mandó que lo escribiera al pie de la letra, pormenorizadamente, y lo dejara para animar a los hijos de la Congregación, por la que había realizado ese viaje a Roma”.11


Os deseo a todos vosotros hacer vuestro el sueño del amado padre y fundador de nuestra Familia Salesiana, Don Bosco. Comprometámonos a hacerlo realidad en favor de los jóvenes, especialmente los más pobres, abandonados y en peligro, y sigamos cultivando para ellos nuevos sueños.


La Madre de Dios, en cuyo nombre iniciamos este año de gracia 2008, sea madre y maestra, como lo fue para Don Bosco, de modo que en su escuela aprendamos a tener un corazón de educadores.


Roma, 31 de diciembre de 2007.



Don Pascual Chávez Villanueva

Rector Mayor


1 AA.VV. “Il Sistema educativo di Don Bosco tra pedagogía antica e nuova”, Actas del Congreso Europeo Salesiano sobre el sistema educativo de Don Bosco, LDC Turín 1974, p. 314.

2 P.RUFFINATO, Educhiamo con il cuore di Don Bosco, en “Note di Pastorale Giovanile”, n. 6/2007. p. 9.

3 Cf. G. BOSCO, Dei castighi da infliggersi nelle case salesiane, en P. BRAIDO, Don Bosco educatore. Scritti e testimonianze, LAS, ROMA 1992, p. 340.

4 Cf. P. BRAIDO, Prevenir no reprimir .El sistema educativo de Don Bosco, CCS Madrid 2001, p. 198.

5 Cf. P. BRAIDO, Prevenir no reprimir. El sistema educativo de Don Bosco, CCS, Madrid 2001, p. 416.

6 Cf. G. BOSCO, Dei castighi da infliggersi nelle case salesiane, en P. BRAIDO, Don Boco educatore. Scritti e testimonianze, LAS, Roma 1992, p. 335.

7 Cf. G. BOSCO, Dei castighi da infliggersi nelle case salesiane, en P. BRAIDO, Don Bosco educatore. Scritti e testimonianze, LAS, Roma 1992, p. 336.

8 Cf. CG23, 203-210; 212-214.

9 G. BOSCO, Ricordi ai missionari, en P. BRAIDO, Don Bosco educatore. Scritti e testimonianze, LAS, Roma 1992, p. 206.

10 CG25, 140.

11 G. BOSCO, Memorias del Oratorio de San Francisco de Sales. Edición española preparada por Aldo Giraudo y José Manuel Prellezo, CCS Madrid 2003, pp. 9-12.

26