CARTA_Actas_409


CARTA_Actas_409

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actas
del consejo general
de la sociedad salesiana
de San Juan Bosco
ÓRGANO OFICIAL DE ANIMACIÓN Y COMUNICACIÓN PARA LA CONGREGACIÓN SALESIANA
409 año XCII
enero-abril de 2011 núm.
1.  CARTA DEL RECTOR MAYOR
Don Pascual CHÁVEZ VILLANUEVA
«Venid y veréis» (Jn 1,39)
LA NECESIDAD DE CONVOCAR
Aguinaldo 2011
03
2. ORIENTACIONES Y DIRECTRICES
No se dan en este número)
3.  DISPOSICIONES Y NORMAS
No se dan en este número)
4.  ACTIVIDADES DEL CONSEJO GENERAL 4.1  Crónica del Rector Mayor
47
4.2  Crónica de los Consejeros Generales
56
5.  DOCUMENTOS Y NOTICIAS
5.1   El «Propio salesiano» de la Liturgia  
de las Horas
79
5.2   Decreto sobre la heroicidad de las virtudes
del venerable sac. José Quadrio, SDB
81
5.3   Nuevo Cardenal salesiano:  
Mons. Angelo Amato
87
5.4   Obispos salesianos
87
5.5   Hermanos difuntos
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SIGLAS
ACG
Actas del Consejo General
ACSSA Associazione Cultori Storia Salesiana
ADMA Asociación de Devotos de María Auxiliadora
AFE
Inspectoría de África Este
AFW
Visitaduría de África Etiopía-Eritrea
ANS
Agencia de Noticias Salesianas
ANT
Inspectoría de las Antillas
ARN
Inspectoría de Argentina Norte
ARS
Inspectoría de Argentina Sur
ARN
Age aduría de África Tropical Ecuatorial
BBH
Inspectoría de Brasil (Belo Horizonte)
BCG
Inspectoría de Brasil (Campo Grande)
BOL
Inspectoría de Bolivia
BRE
Inspectoría de Brasil (Recife)
BS
“Boletín Salesiano”
BSP
Inspectoría de Brasil (São Paolo)
CAM
Inspectoría de Centro América
CEP
Comunidad Educativo-Pastoral
CG 26 Capítulo General XXVI
CIER C onferencia Ibérica Extraordinaria
para la Estructuración
CIVAM Conferencia de las Inspectorías y
Visitadurías de África Madagascar
CIVCSVA Congregazione per gli Istituti di Vita
Consacrata e le Società di Vita Apostolica
CISBRASIL Conferencia Inspectorial Brasil
COB
Inspectoría de Colombia (Bogotá)
COM Inspectoría de Colombia (Medellín)
Const., C. Constituciones de los SDB
CRESCO Centro Regional para el Salesiano Coadjutor
CS
Comunicación Social
CSRFP C entro Salesiano Regional de
Formación Permanente (Quito)
DBYES Don Bosco Youth Educational Services
ECU
Inspectoría de Ecuador
EDEBÉ Editorial Don Bosco, Barcelona
EE.UU. Estados Unidos de América
FIS
Inspectoría de Filipinas Sur
FMA
Hijas de María Auxiliadora
FRB
Inspectoría Francia y Bélgica Sur
FS
Familia Salesiana
HAI
Visitaduría de Haití
ICC
Inspectoría Circunsc. Italia Central
ILE
Inspectoría Lombardo Emiliana (Milán)
INB
Inspectoría de Bombay (India)
INE
Inspectoría Italia Nordeste (Venecia-Mestre)
ING
Inspectoría de India / Gawahati
INH
Inspectoría de India / Hyderabad
INM
Inspectoría de Madrás (India)
INN
Inspectoría de Nueva Delhi (India)
INP
Inspectoría de Panjim (India)
INT
Inspectoría de India / Tiruchy
ITESA Instituto TÉcnico SAlesiano
ITM
Visitaduría de Indonesia Timor
IUS
Instituciones Universitarias Salesianas
JMJ
Jornada Mundial de la Juventud
LKC
Visitaduría de Sri Lanka
MBe      M emorias Biográficas ed. española
MEG
Inspectoría de México-Guadalajara
MEM Inspectoría de México-México
MJS
Movimiento Juvenil Salesiano
MOR Inspectoría de Oriente Medio
MoRD Desarrollo del Ministerio Rural
MOZ Visitaduría de Mozambique
MSMHC Missionaries Sisters of Mary Help of Christians
MYM Visitaduría de Myanmar (ex Birmania)
NPG
“Note di Pastorale Giovanile˝
ONG Organización No Gubernamental
PDO
Planning and Development Office
PEPS Proyecto Educativo Pastoral Salesiano
PER
Inspectoría de Perú
PJ
Pastoral Juvenil
PLE
Inspectoría de Polonia Este (Varsovia)
PLS
Inspectoría de Polonia Sur (Cracovia)
PNG–SI Papúa Nueva Guinea–Islas Salomón
R.D.
República Democrática
SDB
Salesianos de Don Bosco
SLK
Inspectoría de Eslovaquia
SPCSA Salesian Provincials Conference
of South Asia
SSCC Salesianos Cooperadores
SSCS
Sistema Salesiano de CS
SUE
Inspectoría de EE.UU. / Este-Canadá
SUO
Inspectoría de EE.UU. / Oeste
THA
Inspectoría de Tailandia
UISG Unión Internacional de Superioras
Generales
UNG
Inspectoría de Hungría
UPS
Universidad Pontificia Salesiana
USG
Unión de los Superiores Generales
VDB
Voluntarias de Don Bosco
ZMB
Visitaduría de Zambia
Central Catequística Salesiana
Alcalá, 166 / 28028 Madrid
Edición extracomercial
Imprime: GRAFISUR, S.L. (Madrid)
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1. CARTA DEL RECTOR MAYOR
«Venid y veréis»
(Jn 1,39)
LA NECESIDAD DE CONVOCAR
PREMISA: Algunos hechos significativos en el segundo semestre 2010.— COMENTARIO
AL AGUINALDO 2011: 1. Volver a Don Bosco. ¿Cómo realiza Don Bosco esta tarea para
promover vocaciones?— 2. Una urgencia previa: crear y fomentar una cultura voca-
cional. La vida es vocación - Abierta a Dios y a los demás – Vivida como don y como ta-
rea.3. Aspectos que tienen un sentido especial en la animación y en la propuesta
vocacional. Promover una cultura vocacional: tarea esencial de la Pastoral Juvenil.– La
educación en el amor, en la castidad.– la educación en la oración.– El acompañamiento
personal.– Centralidad y papel de la consagración religiosa en la misión de la Familia Sa-
lesiana.– El Movimiento Juvenil Salesiano, lugar vocacional privilegiado.– 4. Conclusión.
Belleza y actualidad de la vocación salesiana.– La caravana en el desierto.– La danza
de la vida.
Roma, 256 de diciembre de 2010
Solemnidad de la Natividad del Señor
Queridísimos hermanos:
Estéis donde estéis, mi saludo os lleva mis deseos vivísimos de
una bella, gozosa y fecunda celebración del misterio de la Encarna-
ción del Hijo de Dios. Evidentemente no se trata de una afirmación
de fe que no tenga que ver nada con vuestra vida. Al contrario, esta
confesión de fe se convierte en una declaración del misterio de la
persona humana y, por tanto, de un programa de vida. En efecto, Él
se hizo hombre en plenitud, como nosotros, compartiendo en todo,
menos en el pecado, nuestra pobre condición humana para que nos
convirtiésemos en hijos de Dios. No vino a consagrar nuestra natura-
leza humana, sino a transformarla desde dentro, y hacerla nueva asu-
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ACTAS DEL CONSEJO GENERAL, núm. 409
miéndola plenamente. Esta es nuestra vocación: reproducir fielmente
en nosotros su imagen (cfr. Rom 8, 29), y también nuestra misión:
«educamos y evangelizamos siguiendo un proyecto de promoción
integral del hombre, orientado a Cristo, hombre perfecto» (Const. 31).
Después de mi última carta, podéis encontrar las actividades du-
rante estos meses leyendo la crónica del Rector Mayor, aunque ANS
ofrece un servicio actualizado de casi todos mis viajes, visitas, traba-
jos e intervenciones. Sin embargo creo que es oportuno que me refie-
ra a algunos hechos y / o celebraciones más importantes.
Ante todo, la visita extraordinaria a la Delegación de Malta, a pri-
meros de septiembre, mientras mi Vicario visitaba Irlanda, fue una
ocasión para revivir la experiencia de acercarme a las comunidades
no por motivos de fiesta o celebraciones, sino para conocer las pre-
sencias salesianas, los ambientes en que se encuentran viviendo la
vida salesiana y realizando la misión, los retos que afrontan y los
proyectos que llevan adelante. De ordinario en la Congregación las
visitas extraordinarias las hacen los Consejeros Regionales u otros
visitadores, a tenor del art. 104 de los Reglamentos que establece: «El
Rector Mayor puede visitar personalmente o por medio de otros las
Inspectorías y las comunidades, cuando constate la necesidad». Pienso
que para los hermanos la visita ha sido una ráfaga de aire fresco en
los pulmones y para mí una verdadera gracia.
La Asamblea mundial de los Antiguos Alumnos, al final de sep-
tiembre y comienzo de octubre, se realizó en un clima de gran se-
renidad y responsabilidad. Una vez más pude constatar la inmensa
energía que tenemos a disposición en esta Asociación, de la que, sin
embargo, no hemos logrado gozar plenamente. Pienso que estamos
desperdiciando un potencial que podría tener gran relevancia si ayu-
dásemos a los exalumnos a pasar de la simple anécdota de haber sido
alumnos de una escuela salesiana a la toma de conciencia del don de
la educación salesiana y, por consiguiente, a su tarea de enriquecer a
las familias y a la sociedad con los valores asimilados y a actuar como
verdaderas federaciones y confederaciones con proyectos claros y efi-
caces. Aquí tenemos un reto que asumir como Congregación.
Sin embargo, según creo, el hecho más importante que hemos
celebrado en este periodo ha sido el Congreso Internacional “Don
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1. CARTA DEL RECTOR MAYOR
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Rua en la historia”, que ha visto la admirable y total representación
de las Inspectorías de toda la Congregación, la participación cualifi-
cada de las Hijas de María Auxiliadora y algunos otros miembros de
la Familia Salesiana. Junto al Congreso organizado hace un año por
la ACSSA (Associazione di Cultori di Storia Salesiana), este Congreso
Internacional nos ha ofrecido como el más precioso fruto una imagen
verdaderamente rica, diría que inédita, de Don Rua. De ahora en ade-
lante no se podrá seguir etiquetándolo con los clásicos clichés usados
para definirlo como “la Regla viviente” o “el otro Don Bosco”, sino
que se le deberá estudiar sabiendo que representa la fase de la his-
toria más relevante para la Congregación, es decir, la de la transición
después de la muerte de Don Bosco fundador. Mientras deseo que las
Inspectorías organicen congresos o seminarios inspectoriales sobre el
tema, os invito a todos a que leáis y estudiéis los textos ya recogidos
de los dos Congresos. Será el arranque mejor para la preparación al
bicentenario del nacimiento de Don Bosco.
No puedo además dejar de recordar la reunión de todos los Ins-
pectores de Europa, convocados en Roma los días 26-28 de noviem-
bre, para continuar la reflexión – ya desarrollada en los dos encuen-
tros anteriores – sobre el “Proyecto Europa”. Ese Proyecto se propone
realizar la revitalización endógena del carisma en Europa; poner en
marcha y consolidar los procesos de resignificación, recolocación y
redimensionamiento de las presencias salesianas en ese continente;
asumir la tarea de la nueva evangelización para Europa, también con
el envío de “misioneros” procedentes de todas las partes de la Con-
gregación. Este tercer encuentro de los Inspectores de Europa ha con-
tribuido a dar mayor claridad y a dar concreción a los objetivos que
se deben alcanzar en el bienio 2011-2012.
Finalmente, antes de presentaros el Aguinaldo de 2011, recuerdo
que don Marek Chrzan ha sido nombrado Consejero para la Región
de Europa Norte después de la renuncia por motivos de salud de don
Štefan Turanský, al que públicamente renuevo mi gratitud por el ge-
neroso servicio realizado estos dos años y medio desde el momento
de su elección. Además, he nombrado Postulador para las Causas de
beatificación y canonización a don Pier Luigi Cameroni en sustitución
de don Enrico dal Covolo, nombrado por el Santo Padre Rector Mag-
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ACTAS DEL CONSEJO GENERAL, núm. 409
nífico de la Universidad Pontificia Lateranense y después ordenado
Obispo.
Y sin más paso a presentaros el Aguinaldo de 2011. Lo hago con
la certeza de haceros un regalo grato, tanto por el valor que el Agui-
naldo tiene como tal en nuestra tradición salesiana desde los tiempos
de Don Bosco, como por el tema elegido que interesa a nuestra vita
y nuestra misión. Os invito a ayudar a los jóvenes a descubrir que
la vida es vocación y, más en concreto, a madurar proyectos de vida
apostólica por medio de la educación en la fe, la inserción en la Igle-
sia, la escucha de la Palabra, la oración, la participación en la vida
sacramental, el acompañamiento espiritual y la iniciación en el trabajo
apostólico.
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COMENTARIO DEL RECTOR MAYOR 
AL AGUINALDO PARA 2011
Queridos hermanos y hermanas,
miembros todos de la Familia Salesiana
y amigos de Don Bosco:
Os saludo con el gran afecto y la estima que siento por cada uno
de vosotros deseándoos un año nuevo lleno de las bendiciones que el
Padre ha querido darnos en la encarnación de su Hijo.
Os escribo para presentar el Aguinaldo de 2011, con la certeza
de haceros un regalo agradable, tanto por el valor que el Aguinaldo,
como tal, tiene en nuestra tradición salesiana desde los tiempos de
Don Bosco, como por el tema escogido que interesa a nuestra vida,
a nuestra misión y a nuestra capacidad de ayudar a descubrir que la
vida es vocación, como también por el momento que vivimos como
Iglesia y Familia Salesiana, sobre todo en Occidente.
Después del Aguinaldo de 2010, «Señor, queremos ver a Jesús», so-
bre la urgencia de evangelizar, me ha parecido lo más lógico y natural
hacer una cálida llamada a toda la Familia Salesiana a sentir, junto a
nosotros los Salesianos, la necesidad de convocar. En efecto, noso-
tros, los Salesianos
«sentimos hoy con más fuerza que nunca el reto de crear una
cultura vocacional en cada ambiente, de modo que los jóvenes
descubran la vida como llamada y que toda la pastoral salesiana
sea realmente vocacional. Esto requiere ayudar a los jóvenes a
superar la mentalidad individualista y la cultura de la autorreali-
zación, que los impulsa a proyectar el futuro sin ponerse en la de
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ACTAS DEL CONSEJO GENERAL, núm. 409
Dios; esto pide también implicar y formar a las familias y a los lai-
cos. Debe imponerse un compromiso especial en suscitar entre los
jóvenes la pasión apostólica. Como Don Bosco, estamos llamados
a animarlos a ser apóstoles de sus compañeros, a asumir diversas
formas de servicio eclesial y social, a implicarse en proyectos mi-
sioneros. Parar favorecer una opción vocacional de compromiso
apostólico, a esos jóvenes se les deberá proponer una vida espiri-
tual más intensa y un acompañamiento personal sistemático. Este
es el terreno en el que florecerán familias capaces de un auténtico
testimonio, laicos comprometidos en todos los niveles de la Igle-
sia y de la sociedad así como para la vida consagrada y para el
ministerio»1.
Evangelización y vocación, queridos hermanos y hermanas, son
dos elementos inseparables. Más aún, criterio de autenticidad de
una buena evangelización es su capacidad de suscitar vocaciones,
de madurar proyectos de vida evangélica, de implicar totalmente a
la persona de los que son evangelizados, hasta hacerlos discípulos y
apóstoles.
Un dato histórico de la vida de Jesús, confirmado por los cuatro
evangelistas, es que, desde el comienzo de su actividad evangeliza-
dora (cf. Mc 1,14-15), Jesús llamó a algunos a seguirlo (cf. Mc 1,16-20;
Mt 4,18-19; Lc 5,10-11; Jn 1,35-39). Estos primeros discípulos suyos se
convirtieron de ese modo en «compañeros todo el tiempo que el Se-
ñor Jesús convivió con nosotros, a partir del bautismo de Juan hasta
el día en que nos fue llevado» (Hch 1,21-22).
La vocación de estos primeros discípulos según el Evangelio de
Juan, es fruto de un encuentro personal que suscita en ellos una
atracción, una fascinación que transforma su mente y sobre todo sus
corazones, al descubrir en Jesús a Aquel en el que se realizan las
esperanzas más profundas, las profecías, el Mesías esperado. Esta
experiencia los une de tal modo a la persona de Jesús, que le siguen
con entusiasmo y comunican a otros su experiencia, invitándolos a
compartirla encontrándose con Jesús personalmente. El Evangelio de
1 CG26, Da mihi animas, cetera tolle, Roma, 2008, núm. 53: «Vocaciones al compromiso
apostólico».
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1. CARTA DEL RECTOR MAYOR
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Lucas habla también del grupo de mujeres que acompaña y atiende al
Señor (cf. Lc 8,1-3) lo que quiere decir que Jesús tenía mujeres entre
sus discípulos, algunas de las cuales serán testigos de su muerte y re-
surrección (cf. Lc 23,55-24,11.22).
Por eso, queridos hermanos y hermanas, os invito a ser para los
jóvenes verdaderos guías espirituales, como Juan Bautista que seña-
la a Jesús a sus discípulos diciéndoles: «¡He ahí el Cordero de Dios
( Jn 1,36). De ese modo ellos le seguirán, de manera que Jesús, dán-
dose cuenta de que algunos lo seguían, se dirigirá a ellos directa-
mente con la pregunta: «¿Qué buscáis?», y ellos, llenos del deseo de
conocer en profundidad quién es este Jesús, le preguntarán: «Rabbí,
¿dónde vives?» ( Jn 1,38). Y él los invitará, como a primeros discípu-
los, a tener una experiencia de convivencia con él: «Venid y veréis».
Algo inmensamente bello habrán experimentado desde el momento
en que «fueron, vieron dónde vivía y aquel día se quedaron con él»
(Jn 1,39).
He ahí una primera característica de la vocación cristiana: un
encuentro, una relación personal de amistad que llena el corazón y
transforma la vida. Este encuentro transformador es la fe que, ani-
mada por la caridad, convierte a los creyentes y a las comunidades
cristianas en propagadores de la Buena Nueva del Evangelio de Je-
sús. Así lo expresa Pablo en la carta a la comunidad de Tesalónica:
«Abrazando la palabra, os habéis convertido en modelo para todos los
creyentes de Macedonia y Acaya; partiendo de vosotros, en efecto, ha
resonado la Palabra del Señor y se ha difundido por todas partes» (cf.
1 Ts 1,7-8). Estamos, pues, llamados a renovar en nosotros este dina-
mismo vocacional: comunicar y compartir el entusiasmo y la pasión
con la que estamos viviendo nuestra vocación, de modo que nuestra
misma vida se convierta en propuesta vocacional para los otros. Exac-
tamente como hizo Don Bosco, que más que campañas vocacionales
supo crear en Valdocco un microclima en el que crecían y maduraban
las vocaciones, formando una auténtica cultura vocacional en la que
la vida se concibe y se vive como don, como vocación y misión, en la
diversidad de las opciones.
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ACTAS DEL CONSEJO GENERAL, núm. 409
1. Volver a Don Bosco
Invitados a volver a partir desde Don Bosco para entender cada
vez mejor y poder asumir con mayor fidelidad la pasión que ardía en
su corazón y lo impulsaba a buscar la gloria de Dios y la salvación
de las almas, imitémoslo en su incansable actividad en promover vo-
caciones al servicio de la Iglesia, el fruto más precioso de su obra de
educación y evangelización, de formación humana y cristiana de los
jóvenes. Su experiencia y sus criterios y actitudes podrán iluminar y
orientar nuestro compromiso vocacional.
«Don Bosco, aun actuando con incansable generosidad en promover
diversas formas de vocación en la Iglesia, llamaba a algunos jóvenes a
quedarse para siempre con él. También para nosotros la propuesta de la
vocación consagrada salesiana, dirigida a los jóvenes, forma parte de la
fidelidad a Dios por el don recibido. A esto nos impulsa el deseo de com-
partir la alegría de seguir al Señor Jesús, quedándonos con Don Bosco,
parar dar esperanza a muchos otros jóvenes de todo el mundo»2.
Don Bosco vivió, no lo olvidemos, en un ambiente poco favora-
ble y en algunos aspectos contrario al desarrollo de las vocaciones
eclesiásticas. El nuevo régimen constitucional del Reino Sardo, con
las consiguientes libertades de prensa, de conciencia, de cultos, y la
potencial «des-confesionalización» del Estado, había producido una
creciente disensión con la Iglesia. La libertad de culto y la activa pro-
paganda protestante desorientaban al pueblo sencillo, presentando
una imagen negativa de la Iglesia, del Papa, obispos y sacerdotes. Se
había creado en el pueblo y sobre todo entre los jóvenes un clima na-
cionalista impregnado de las ideas liberales y anticlericales.
El mismo Don Bosco escribía recordando aquellos tiempos: «un
espíritu de vértigo se levantó contra las órdenes religiosas y las con-
gregaciones eclesiásticas; después, en general, contra el clero y todas
las autoridades de la Iglesia. Este grito de furor y de desprecio por la
religión llevaba consigo la consecuencia de alejar a la juventud de la
2 CG26, Da mihi animas, cetera tolle, Roma, 2008, núm. 54: «Acompañamiento de los
candidatos a la vida consagrada salesiana».
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1. CARTA DEL RECTOR MAYOR
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moralidad, de la piedad; y por tanto de la vocación al estado eclesiás-
tico. Por eso no había ninguna vocación religiosa y casi ninguna para
el estado eclesiástico. Mientras las instituciones religiosas se iban po-
co a poco desintegrando, los sacerdotes eran vilipendiados, algunos
metidos en la cárcel y otros en arresto domiciliario; ¿cómo iba a ser
posible, humanamente hablando, cultivar el espíritu de vocación?»3.
Pero mirad, queridos hermanos y hermanas, cómo reacciona Don
Bosco. No se pierde en lamentos, sino que enseguida se industria para
recoger y cultivar vocaciones y promover la formación de jóvenes semi-
naristas que se habían quedado sin seminario, cuidar a los muchachos
de buena índole y encaminarlos a la carrera eclesiástica. En el Orato-
rio, junto a los jóvenes trabajadores, huérfanos, Don Bosco acoge muy
pronto a muchachos y jóvenes de buen espíritu que manifiestan signos
para orientarse hacia el sacerdocio y a la vida religiosa. Se dedica con
atención y prioridad a su formación, una formación activa y práctica
con un acompañamiento personal y en un ambiente de fuerte valor
espiritual y apostólico. Desde los años ’60 a la sección «estudiantes» del
Oratorio de Valdocco se la considera una especie de seminario. El mis-
mo Don Bosco escribe en las Memorias del Oratorio «que la casa del
Oratorio durante casi 20 años se convirtió en seminario diocesano»4.
Según lo que escribe don Braido, entre 1861 y 1872 entraron en el Se-
minario de Turín 281 jóvenes procedentes del Oratorio5.
1.1. ¿Cómo resuelve Don Bosco este empeño
para promover vocaciones?
Ante todo Don Bosco prestaba atención especial a descubrir los
posibles signos de vocación en los jóvenes con los que entraba en
3 Cenno histórico sobre la Congregación de S. Francisco de Sales y aclaraciones corre-
spondientes. Roma. Tip. Poliglotta 1874. En OE XXV, p. 233.
4 Memorie dell’Oratorio. Texto crítico, editado por A. Ferreira. Roma, LAS 1991, p. 195. Po-
ner al servicio de las diócesis como seminarios menores sus (nuevas) escuelas privadas
fue un motivo impulsor de la expansión de la obra salesiana; Memorias del Oratorio, tra-
ducción de la obra anterior por J. M. Prellezo, Editorial CCS, 52008, p. 156. Cf. A. J. Lenti,
Don Bosco. History and Spirit. Vol. 5º: Institutional Expansion, Roma, LAS, 2009, pp. 49-73.
5 Cf. P. Braido, Don Bosco, prete dei giovani nel secolo delle libertà. Vol. I, Roma, LAS,
2003, p. 544.
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2.2 Page 12

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ACTAS DEL CONSEJO GENERAL, núm. 409
contacto cuando iba a predicar en las iglesias de los pueblos y en los
jóvenes acogidos en el Oratorio de Valdocco. Él advierte que, en me-
dio de la masa de sus jóvenes, en algunos aparecen las condiciones
para una propuesta vocacional, hasta entonces ocultas por una costra
de rudeza e ignorancia. Estos pobres oratorianos, en efecto, unían
a la buena conducta un ingenio despierto; los pone, pues, a prueba
como animadores entre los compañeros y los estudia con un acompa-
ñamiento especial por su parte. Porque Don Bosco no se queda a la
espera de un desarrollo casi mecánico de la vocación; sabe por expe-
riencia que la movilidad juvenil la puede poner en serio peligro. Por
eso colabora activamente con el don de Dios creando un ambiente ap-
to, manteniendo en él un clima espiritual adecuado a las exigencias de
desarrollo de la vocación, y comprometiéndose a ser animador y guía
de los que encuentra llamados por Dios a la vida sacerdotal y religio-
sa o a la cooperación salesiana en la diversidad de sus expresiones.
1. El primer empeño de Don Bosco es crear un ambiente, hoy
diríamos una cultura, en el que la propuesta vocacional pueda aco-
gerse favorablemente y llegar a maduración.
Un ambiente de familiaridad en el que Don Bosco comparte
todo con los jóvenes. Está con ellos en el patio, los escucha,
promueve un clima de alegría, de fiesta y de confianza que abre
los corazones y hace que los jóvenes se sientan como en fami-
lia. La alegría que se expandía de toda la persona de Don Bosco
mientras realizaba su apostolado sacrificado y entusiasta era ya
en sí misma una propuesta vocacional. Los jóvenes en contacto
con Don Bosco en la vida cotidiana tenían la grande y estimu-
lante experiencia de ser y sentirse de verdad miembros de una
familia, aprendiendo a abrir sus corazones y a mirar el futuro
con optimismo y esperanza.
• Este clima de alegría y de familia se alimenta con una fuerte
experiencia espiritual. La visión religiosa del mundo que po-
see Don Bosco y que unifica su multiforme actividad contagia
casi espontáneamente a los jóvenes, que aprenden a vivir en la
presencia de Dios. Un Dios que los ama y tiene para cada uno
de ellos un proyecto de felicidad y de vida plena. Se crea en el
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2.3 Page 13

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1. CARTA DEL RECTOR MAYOR
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Oratorio un clima espiritual que orienta a la relación interper-
sonal con Dios y con los hermanos e invade toda la vida. Este
clima se alimenta con una sencilla pero constante piedad sacra-
mental y mariana. La oración que orienta a los jóvenes a una re-
lación personal de amistad con Jesús y con María y la adecuada
experiencia sacramental que sostiene y estimula el esfuerzo de
crecimiento en la vida cotidiana, constituyen el primer recurso
para cultivar y madurar las vocaciones.
• Una tercera característica del ambiente creado por Don Bos-
co era la dimensión apostólica. Desde el principio Don Bosco
responsabiliza a los jóvenes, especialmente a los que presentan
signos de vocación, a acompañarlo en su obra de educación
y de catequesis. Les confía algunos compañeros más díscolos
para que, haciéndose amigos suyos, les ayuden a introducirse
positivamente en el ambiente y en la vida del Oratorio. De este
modo los jóvenes aprenden a trabajar por los demás con una
clara entrega y total desinterés. Aprenden también a estar cada
vez más disponibles y abiertos a las exigencias del apostolado,
madurando sus propias motivaciones y haciendo todo por la
gloria de Dios y la salvación de las almas. Don Bosco, con un
acompañamiento atento y constante, procura que este servicio
de apostolado entre los compañeros, vivido con entusiasmo y
disponibilidad, mientras muestra su eficacia llevando al camino
del bien a aquellos a los que se dirige, se convierta también
en «propuesta» concreta de vida para los jóvenes que él mismo
había escogido. En este clima nacen y se desarrollan las Compa-
ñías, consideradas por Don Bosco como una experiencia clave
del ambiente y de la propuesta educativa del Oratorio.
2. Con el ambiente, Don Bosco ofrece a los jóvenes y a los adul-
tos, que buscan una orientación para su vocación, un fiel acompa-
ñamiento espiritual. El lugar natural en el que Don Bosco ofrece la
ayuda de la dirección espiritual es el confesonario, pero no sólo: Don
Bosco propone y facilita de varios modos posibilidades de encuentro
y de coloquio entre los «hijos de familia» y el «padre», ofreciendo a to-
dos una experiencia profunda de educación y de dirección espiritual.
Su acción se modula de diferentes modos y de manera personalizada
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2.4 Page 14

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14
ACTAS DEL CONSEJO GENERAL, núm. 409
según que se trate de jóvenes o adultos, aspirantes a la vida eclesiás-
tica, a la vida religiosa o simplemente a la vida de «buen cristiano y
honrado ciudadano». Igualmente su acción de acompañamiento se ha-
ce especial y atenta al seguir a los Salesianos Cooperadores, Hijas de
María Auxiliadora, Salesianos, etc.
Uno de los rasgos que más llama la atención cuando se observa a
Don Bosco actuando como director de espíritu, es el discernimiento
y la prudencia que revela cuando aconseja sobre la vocación. Aunque
en aquel tiempo faltaban en la Iglesia pastores y él mismo necesitaba
colaboradores, don Rua atestigua con juramento, que «nunca aconse-
jaba entrar (en la vida sacerdotal o religiosa) a quien no tuviese los
requisitos necesarios … De varios he sabido que los disuadió a pesar
de su deseo»6.
Movido siempre por prudente discernimiento, hace lo posible
para hacer reflexionar a los que, aun teniendo las dotes para ello, no
habían pensado nunca en ser sacerdotes o religiosos. Don Bosco les
ponía ante los ojos, poco a poco algunas consideraciones que los ayu-
dasen a pensar bien en su opción, y ninguno de ellos quedó nunca
descontento de haber seguido su consejo.
La dirección espiritual de Don Bosco está totalmente iluminada
por el «don de consejo» que le capacita para orientar con seguridad a
los que se dirigen a él.
3. El intensísimo trabajo que despliega Don Bosco en favor de
las vocaciones está sostenido por un intenso amor a la Iglesia: él
emplea todas sus fuerzas, con total entrega, para procurar su bien.
Precisamente es ese amor a la Iglesia lo que nos permite comprender
la importancia que daba a la actividad apostólica de promoción de
las vocaciones y su insistencia para que todos, de pleno acuerdo, tra-
bajasen y se prestasen para dar a la Iglesia el gran tesoro que son las
vocaciones. Por eso solía decir: «Nosotros regalamos un gran tesoro a
la Iglesia cuando procuramos una buena vocación; que esta vocación
o este sacerdote vaya a una diócesis, a las misiones o a una casa reli-
giosa no importa. Es siempre un gran tesoro que se regala a la Iglesia
6 Summarium, 676, § 14.
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de Jesucristo»7. La visión del bien de toda la Iglesia no lo abandona
nunca, ni siquiera cuando gasta sus fuerzas, su tiempo, los medios
económicos que le cuestan tantos sudores, ni cuando emplea su esca-
so personal y sus Casas.
«Prontod, corred en seguida para salvar a aquellos jóvenes…»8. La
llamada de Don Bosco moribundo puede tomarse dirigida no sólo a
los presentes en aquel momento en su habitación, sino a toda la Fami-
lia Salesiana en general. Una llamada que urge y urgirá siempre, por-
que los jóvenes de todos los tiempos tienen necesidad de «salvación».
Esta invitación de Don Bosco moribundo nos la dirige también a
nosotros. Es una invitación a remangarse y a trabajar duro para que
a nuestro alrededor broten, florezcan y se consoliden, como sucedió
en torno a él, numerosas y valiosas vocaciones salesianas. Asumirla
requiere de cada uno de nosotros renovar la santa pasión por la sal-
vación de la juventud que vivía el mismo Don Bosco; esta pasión nos
hará valientes y nos hará superar el temor de no ser comprendidos o
marginados o excluidos por este mundo nuestro secularizado y desa-
cralizador, que rechaza la diversidad, suprime lo sobrenatural y mar-
gina al creyente.
Vivamos, pues, sin miedo un estilo de vida que se opone a este
mundo y a esta sociedad que no permiten el desarrollo y la promo-
ción integral de la persona humana; un estilo de vida que estimula a
vivir con alegría y entusiasmo la propia vocación y a proponer a los
jóvenes y adultos, hombres y mujeres, muchachos y muchachas, la
vocación salesiana como respuesta adecuada de salvación a este mun-
do de hoy, y como proyecto de vida capaz de contribuir positivamen-
te a la renovación de la sociedad actual. Así se expresa el artículo 28
de las Constituciones de los Salesianos de Don Bosco: «Estamos con-
vencidos de que hay muchos jóvenes ricos en recursos espirituales y
con gérmenes de vocación apostólica. Les ayudamos a descubrir, aco-
ger y madurar el don de la vocación seglar, consagrada o sacerdotal,
para bien de toda la Iglesia y de la Familia Salesiana». Este compromi-
7 MBe XVII, p. 230.
8 MBe XVIII, p. 459.
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ACTAS DEL CONSEJO GENERAL, núm. 409
so fue una finalidad de la Congregación ya antes de su aprobación9
y hoy adquiere una urgencia y necesidad extraordinaria (cf. Const. 6),
como repetidamente nos recuerda la Iglesia.
2. Una urgencia previa:
crear y fomentar una cultura vocacional10
«Es necesario promover una cultura vocacional que sepa descubrir
y acoger la aspiración profunda del hombre que lo lleva a descubrir
que sólo Cristo puede decirle toda la verdad sobre su vida»11. Hablar
de cultura vocacional, como empezó a hacer Juan Pablo II, es hoy
no sólo pertinente, sino también urgente. Notemos, en efecto, que, a
veces, hay una fractura entre los gestos de personas, aun generosas y
bien inspiradas, y la mentalidad colectiva, entre iniciativas personales
y manifestaciones sociales, entre la práctica y sus fundamentos. Así
en la Congregación como en la Familia Salesiana, notamos que puede
hacerse un determinado trabajo vocacional por parte de algunos, los
llamados delegados, por las vocaciones, pero al mismo tiempo, en las
comunidades o en los grupos, se percibe que no existe una verdadera
cultura vocacional.
La cultura, efectivamente, señala no gestos personales, aun nu-
merosos, sino una mentalidad y una actitud compartidas por un
grupo; se refiere no sólo a intenciones y propósitos privados, sino al
empleo sistemático y racional de las energías de las que dispone la
comunidad. Los contenidos de una cultura vocacional, así entendida,
conciernen a tres áreas: la antropológica, la educativa y la pastoral. La
primera se refiere al modo de concebir y presentar a la persona hu-
mana como vocación; la segunda se dirige a favorecer una propuesta
  9 Aunque falta un artículo sobre los seminarios menores en el primer texto constitu-
cional que se conserva, el manuscrito de Rua de 1858, lo introdujo Don Bosco ya en
el primer borrador de 1860. Cf. G. Bosco, Costituzioni de la Società di S. Francesco di
Sales [1858] – 1875. Edición crítica de Francesco Motto, Roma, LAS, 1982, pp. 76-77.
10 Para esta sección tomo libremente la voz «Cultura de la vocación», de don Juan E. Vec-
chi, en Dizionario della Pastorale Vocazionale, Libreria Editrice Rogate, Roma 2002,
pp. 370-382
11 Juan Pablo II, Mensaje para la XXX Jornada de Oración por las vocaciones (8 de sep-
tiembre de 1992).
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de valores acordes con la vocación; la tercera presta atención a la re-
lación entre vocación y cultura objetiva y obtiene de ella conclusiones
para el trabajo vocacional.
2.1. La vida es vocación
Sabemos que bajo todas las actuaciones educativas y pastorales
subsiste una imagen del hombre, espontánea o refleja. El cristiano la
va elaborando con la vivencia, con el esfuerzo racional por entender
el sentido y con la iluminación de la fe. Los tres elementos —vivencia
personal, búsqueda de sentido y discernimiento desde la fe— son in-
dispensables y están unidos entre sí. La revelación no debe entenderse
como una superposición exterior a la experiencia y a su comprensión
humana, sino propiamente como un desvelar su sentido más profun-
do y definitivo. Hay, pues, que superar en primer lugar un modo de
pensar y de hablar de la vocación como si fuese un extra, un estímulo
reservado a algunos, un hecho funcional para el reclutamiento a algún
estado de vida, más que una referencia sustancial a la misma realiza-
ción de la persona. La crisis de las vocaciones, de hecho, puede deber-
se también al estilo de vida que presentan. Pero más en profundidad
se debe a una visión de la existencia humana en la que la dimensión
de «llamada», es decir, de tenerse que realizar en la escucha de otro y
en diálogo con él, no sólo se excluya de hecho, sino que no puede
tampoco introducirse de modo importante. Esto sucede en las visiones
del hombre que ponen la satisfacción de las necesidades del individuo
por encima de todo, proponiendo la autorrealización como única meta
de la existencia o concibiendo la libertad como pura autonomía. Estas
sensibilidades están hoy muy extendidas, ejerce una cierta fascinación
y aunque no se asuman de modo íntegro, conforman los mensajes de
la comunicación e influyen en las orientaciones educativas.
Una primera tarea de la cultura vocacional es, entonces, elaborar y
difundir una visión de la existencia humana concebida como «llamada
y respuesta», como consideración final de una sólida reflexión antro-
pológica. Hacia esa conclusión llevan le experiencia de la relación,
la exigencia ética que deriva, los interrogantes existenciales. Son, así
pues, éstos los caminos que hay que recorrer para fijar algunos con-
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tenidos de la cultura vocacional que nos preocupa. La persona tiene
conciencia de la propia singularidad. Comprende que su existencia es
exclusiva, cualitativamente diferente de otras, irreducible al mundo.
Le pertenece totalmente pero tiene las características de un don, un
hecho anterior a todo deseo y esfuerzo.
2.2. Abierta a los otros y a Dios
Al mismo tiempo el hombre advierte que es parte de una red de
relaciones, no opcionales o secundarias, entre ellas la que tiene con
las otras personas, que es inmediatamente evidente y ocupa un pues-
to privilegiado. Lo primero que la persona percibe no es el yo con sus
potencialidades, sino la interdependencia con los otros que requieren
ser aceptados en su realidad objetiva y reconocidos en su dignidad.
En esta óptica la responsabilidad aparece como capacidad de percibir
signos que proceden de los otros y darles respuestas. Se trata de una
llamada ética porque lleva consigo exigencias de responsabilidad y de
compromiso. El hombre se despierta a la existencia personal cuando
los otros dejan de ser vistos sólo como medios de los que servirse.
Una cultura vocacional debe prevenir al joven de una concepción
subjetivista que hace del individuo centro y medida de sí mismo, que
concibe la realización personal como defensa y promoción de sí, más
que como apertura y donación. Y asimismo de las concepciones que
en la relación intersubjetiva quedan aprisionadas sólo en la compla-
cencia, sin ver su carácter ético. La experiencia relacional y su com-
ponente ético orientan ya hacia lo Trascendente, porque en ellos apa-
rece algo incondicional e inmaterial. En efecto, los otros no requieren
sólo que se vaya a su encuentro con objetos y estructuras o de actuar
con ellos a través de reflejos instintivos. Piden el reconocimiento del
misterio de su persona y postulan por tanto respeto, gratuidad, amor,
promoción de valores morales y espirituales.
Pero el reclamo a la trascendencia se hace más evidente cuando la
persona es capaz de abrirse a los interrogantes fundamentales de la
existencia y capta su densidad real. Aparece entonces su apertura al
más allá, ya entrevisto en sus realizaciones positivas y en sus límites.
Comprende que no puede detenerse en lo que le es inmediatamente
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perceptible ni circunscribirse al hoy. La persona es un misterio in-
finito que sólo Dios puede explicar y sólo Cristo puede saciar. Por
eso está naturalmente impulsado a buscar el sentido de la vida y a
proyectarse en la historia. Debe decidir su orientación a largo plazo,
teniendo delante diversas alternativas. Y no puede recorrer la propia
vida dos veces: ¡debe apostar! En los valores que prefiere y en las
opciones que toma se juega su éxito o su fracaso como proyecto, la
calidad y la salvación de su vida. Jesús lo expresa de forma muy cla-
ra: «Quien quiera salvar su vida, la perderá; pero quien pierda su vida
por mí y por el Evangelio, la salvará. Pues, ¿de qué le sirve al hombre
ganar el mundo entero si arruina su vida?» (Mc 8,35-36). El cometido
de una cultura vocacional es sensibilizar para que se escuchen esos
interrogantes, capacitar para profundizar en ellos. Cometido de una
cultura vocacional es también promover el crecimiento y las opciones
de una persona en relación con el Bonum, el Verum, el Pulchrum, en
cuya acogida consiste su plenitud.
2.3. Vivida como don y como tarea
Todo esto requiere un estudio de la vocación como definición que
la persona da a su existencia, percibida como don y llamada, guiada
por la responsabilidad, proyectada con libertad. El filón más fecundo
por descubrir ese fundamento es la Escritura, leída como revelación
del sentido de la vida del hombre. En la Escritura se definen el ser y
las relaciones constitutivas de la persona por su condición de criatu-
ra, lo que no indica inferioridad o dependencia, sino amor gratuito y
creativo por parte de Dios.
El hombre no tiene en sí la razón de su existencia ni de su reali-
zación. La debe a un don y la goza haciéndose responsable de ella. El
don de la vida contiene un proyecto; este se va desvelando en el diá-
logo consigo mismo, con la historia y con Dios y exige una respuesta
personal. Esto define la situación del hombre respecto al mundo y a
todos los seres que lo componen. Estos no pueden colmar sus deseos
y, por tanto, el hombre no les está sometido.
Un ejemplo típico de esta estructura de la vida es la alianza entre
Dios y su pueblo como la presenta la Biblia. Es elección gratuita por
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parte de Dios. El hombre debe tomar conciencia de ello y asumirla
como proyecto de vida, guiado por la Palabra que lo interpela y lo
pone en la necesidad de escoger. En Cristo la verdad sobre el hom-
bre, que la razón capta vagamente y que la Biblia descubre, encuen-
tra su iluminación total. Cristo, con sus palabras pero, sobre todo, por
su existencia humano-divina, en la que se manifiesta la conciencia de
Hijo de Dios, abre a la persona a la plena comprensión de sí y del
propio destino. En Él hemos sido constituidos hijos y llamados a vivir
como tales en la historia.
La vocación cristiana no es un añadido de lujo, un complemento
extrínseco para la realización del hombre. Es, en cambio, su puro y
simple perfeccionamiento, la indispensable condición de autenticidad
y plenitud, la satisfacción de las exigencias más radicales, aquellas de
las que está sustanciada su misma estructura de criatura. Del mismo
modo inserirse en la dinámica del Reino, a lo que Jesús invita a sus
discípulos, es la única forma de existencia que responde al destino
del hombre en este mundo y más allá. La vida se despliega así entera-
mente como don, llamada y proyecto.
Tomar todo esto como base e inspiración de la acción, difundirlo
de modo que se convierta en mentalidad de la comunidad educativa
pastoral y especialmente de los mediadores vocacionales con sus con-
secuencias educativas y prácticas constituye la «cultura» de la que la
pastoral tiene urgente necesidad.
He aquí las actitudes fundamentales que dan vida a una cultura
vocacional y que nosotros querríamos privilegiar:
• La búsqueda de sentido. El sentido es la comprensión de las fi-
nalidades inmediatas, a medio plazo y, sobre todo, últimas de los
acontecimientos y de las cosas. El sentido es también intuición de
la relación que realidades y acontecimientos tienen con el hom-
bre y con su bien. La maduración del sentido supone ejercicio de
la razón, esfuerzo al explorar, actitud de contemplación e inte-
rioridad. Se va descubriendo en diferentes ámbitos: en la propia
experiencia, en la historia, en la Palabra de Dios. Todo converge
hacia una sabiduría personal y comunitaria que se expresa en la
confianza y la esperanza ante la vida. «Por lo demás, sabemos que
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en toda las cosas interviene Dios para bien de los que le aman»
(Rom, 8,28a).
Los tiempos de maduración del sentido pueden ser largos. Es im-
portante no renunciar y no cerrarse ante la perspectiva de descu-
brimientos ulteriores y más ricos. La cultura contemporánea está
surcada por corrientes que ignoran, cuando no niegan, todo senti-
do que trascienda la experiencia inmediata y subjetiva. Lleva así a
una visión fragmentada de la realidad, que hace a la persona inca-
paz de dominar los mil episodios diarios, de ir más allá de lo epi-
dérmico o sensacional. La madurez cultural comporta una síntesis,
un marco de referencia más allá de los conocimientos aislados,
para lograr orientarse y no quedar prisioneros de los hechos. La
calidad de la vida decae cuando no está sostenida por una cierta
visión del mundo. Y con la calidad caen las razones para implicar-
la al servicio de causas nobles.
• Apertura a la trascendencia, al más allá humano, a la aceptación
del límite, a la acogida del misterio, la acogida de lo sagrado en sus
aspectos subjetivos y objetivos, a la reflexión y a la opción religiosa.
Es este un horizonte que aparece en todas las actividades del hom-
bre hasta ser una dimensión constitutiva: en el ejercicio de su inte-
ligencia, en la tensión de su voluntad, en los anhelos del corazón,
en la dinámica de sus relaciones, en la realización de sus empre-
sas. La existencia del hombre está abierta al infinito y así es la per-
cepción que él tiene de la realidad. Hay hoy direcciones culturales
que, conscientemente o no, llevan a cerrarse en los horizontes
«racionales» y temporales y hacen incapaces de acoger la propia
vida como misterio y don. Tomar en consideración la trascenden-
cia quiere decir aceptar interrogantes, ir más allá de lo visible y lo
racional. Las experiencias, las necesidades, las percepciones inme-
diatas pueden ser puntos de partida para abrirse a valores, exigen-
cias y verdades ulteriores y más exigentes, que no hay que sentir
como negación de las propias pulsiones, sino como su liberación y
perfección. Como reveló Jesús a la mujer samaritana: «Si conocieras
el don de Dios y quién es el que te dice «¡Dame de beber!», tú le
habrías pedido a él y él te habría dado agua viva» (Jn 4,10).
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Una mentalidad «ética», capaz de discernir entre el bien y el mal
y saber orientarse hacia el bien. Esa cultura está iluminada por la
conciencia moral, más centrada en los valores que en los medios,
y asume como punto básico la primacía de la persona. La cultura
lleva siempre en su interior un impulso ético y es en sí misma un
valor moral, porque persigue la calidad humana de cada uno y de
la comunidad. Pero sobre ella repercuten los límites del hombre.
Algunas de sus tendencias y realizaciones, cuando no sistemas
enteros, se presentan bajo el signo de la ambigüedad moral. Y
esto en las dos dimensiones, objetiva y subjetiva. El hecho llega
a ser grave cuando en el dinamismo mismo de elaboración de la
cultura, el criterio ético desaparece o viene subordinado a otros.
La referencia al bien y al mal pierde entonces toda incidencia, y
prevalecen otras exigencias, como la utilidad, el placer, el poder.
El lenguaje, en estos últimos tiempos, ha acuñado una serie de ex-
presiones que ponen en evidencia, bajo forma de polaridad, la pri-
macía o la ausencia de una referencia ética válida en la evolución
de la cultura: cultura del ser y del tener, de la vida y de la muerte,
de la persona y de las cosas. Desarrollar la cultura con mentalidad
ética querrá decir, no sólo hacerla crecer en cualquier caso, sino
contrastar sus concepciones y realizaciones con la conciencia ilu-
minada por la fe para purificarla y rescatarla de la ambigüedad y
alentarla en la dirección de los valores.
La posibilidad de un proyecto. La apatía ante el sentido se trans-
muta con frecuencia en indiferencia hacia el futuro. Sin una visión
de la historia no aparecen metas apetecibles por las que apostar,
excepto las que se relacionan con el bienestar individual. En épo-
cas anteriores, las ideologías, con su carga utópica, impulsaron el
proyecto social y favorecieron también la disposición personal a
implicarse en un proyecto histórico.
Puede haber hoy una contracción del futuro, junto a una dilata-
ción del presente, que lleva hacia una cultura de lo inmediato. Los
proyectos se agotan en un tiempo breve y se completan en los es-
pacios reducidos de la experiencia individual. Las mismas iniciati-
vas de bien pueden reducirse a querer corregir alguna cosa, a una
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búsqueda de autorrealización subjetiva, a un entusiasmo efímero.
Proyectar quiere decir organizar los recursos propios y el proprio
tiempo en consonancia con las grandes urgencias de la historia y
con las demandas de las comunidades para alcanzar metas ideales
dignas del hombre. Esto requiere conciencia crítica para defen-
derse de imperativos aparentes, capacidad de discernimiento para
desenmascarar presiones psicológicas, generosidad motivada para
ir más allá de los horizontes inmediatos.
Compromiso para la solidaridad, en oposición a esa cultura
que lleva a centrarse en el individuo. Proyectos personales gene-
rosos pueden surgir sólo donde la persona admite que su reali-
zación está unida a la de sus semejantes. La solidaridad es una
aspiración amplia que sube de lo profundo de las conciencias,
del corazón de los acontecimientos históricos y se manifiesta bajo
formas inéditas y casi inesperadas. Aparece como respuesta a ma-
crofenómenos preocupantes, como el subdesarrollo, el hambre, la
explotación. Inspira iniciativas ejemplares como los planes de ayu-
da, el voluntariado y los movimientos de opiniones, que van mo-
dificando la relación anterior entre persona y sociedad. Todo esto
en ámbitos cercanos y mundos lejanos. Por consiguiente, moviliza
el espíritu de servicio e impulsa a él.
Pero la cultura de la solidaridad se arrincona frecuentemente o
la debilitan fuertes corrientes económicas y culturales. Presupone
una visión del mundo y de la persona que considere la interde-
pendencia como clave interpretativa de los fenómenos positivos
y negativos de la humanidad. Nada tiene una explicación propia
integral o una solución razonable si se considera de forma aislada.
Pobreza y riqueza, desnutrición y dispendio son fenómenos co-
rrelativos. Entre estos contrastes, funge de mediación e interviene
no sólo la ternura y la compasión, sino la responsabilidad huma-
na. La persona no puede concebirse como un ser que primero se
constituye por sí mismo y, sólo en un segundo momento, se orien-
ta hacia los otros. La persona llega a ser ella misma sólo cuando
asume solidariamente el destino de sus semejantes.
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3. Aspectos que tienen una importancia especial
en la animación y en la propuesta vocacional
3.1. Promover una cultura vocacional:
cometido esencial de la Pastoral Juvenil
Toda la pastoral, y en especial la juvenil, es radicalmente vocacio-
nal: la dimensión vocacional constituye su principio inspirador y su
confluencia natural. Hay, pues, que abandonar la concepción reducti-
va de la pastoral vocacional, que se preocupa sólo de la búsqueda de
candidatos para la vida religiosa o sacerdotal. Por el contrario, como
se ha dicho antes, la pastoral vocacional debe crear las condiciones
adecuadas para que cada joven pueda descubrir, asumir y seguir res-
ponsablemente su vocación.
La primera condición consiste, siguiendo a Don Bosco, en la
creación de un ambiente en el que se viva y se transmita una verda-
dera «cultura vocacional», es decir, un modo de concebir y afrontar
la vida como un don recibido gratuitamente; un don que hay que
compartir al servicio de la plenitud de la vida para todos, superando
una mentalidad individualista, consumista, relativista y la cultura de
la autorrealización. Vivir esta cultura vocacional requiere el esfuerzo
de desarrollar ciertas actitudes y valores, como la promoción y la de-
fensa del valor sagrado de la vida humana, la confianza en sí mismo
y en el prójimo, la interioridad que permite descubrir en sí y en los
demás la presencia y la acción de Dios, la disponibilidad a sentirse
responsables y a dejarse implicar por el bien de los demás en actitud
de servicio y de gratuidad, la valentía de soñar y de desear en grande,
la solidaridad y la responsabilidad hacia los otros, sobre todo los más
necesitados.12 En este contexto o cultura vocacional la pastoral juvenil
debe proponer a los jóvenes los diversos caminos vocacionales —ma-
trimonio, vida religiosa o consagrada, servicio sacerdotal, compromiso
social y eclesial— y acompañarlos en su compromiso de discerni-
miento y de opción.
12 Cf. Juan Pablo II, Mensaje para la XXX Jornada Mundial de oración por las vocaciones
(8 de septiembre de 1992).
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Toda comunidad educativo-pastoral debe ser consciente de las
características del propio ambiente cultural y de la acción educativo-
pastoral que despliega en el trabajo diario con los jóvenes. Todo esto
con el propósito de promover y desarrollar los elementos típicos de
una cultura vocacional, que con frecuencia no se acepta en el ambien-
te en el que viven los mismos jóvenes.
Os indico aquí dos elementos que pueden ayudar al desarrollo de
una cultura vocacional:
• Hacer de la comunidad educativo-pastoral
un ambiente de familia con testigos vocacionales significativos.
Los jóvenes viven en un ambiente masificado, en el que no se
sienten reconocidos ni acogidos; deben merecerse y conquistar to-
do, de modo que los más débiles o los menos preparados quedan
marginados y olvidados. En ese ambiente resulta casi imposible
vivir la vida como don que hay que compartir; aparece más bien
como una lucha por la subsistencia o una carrera para la conquista
del bienestar y de la realización individual. En el ambiente de fa-
milia típicamente salesiano el joven se siente acogido y apreciado
gratuitamente; experimenta relaciones de confianza con adultos
apreciables; se siente implicado en la vida de grupo; desarrolla
protagonismo y responsabilidad; aprende a construir la comunidad
educativa y a sentirse corresponsable del bien común; encuentra
momentos de reflexión, de diálogo y de sereno contraste. Este es
el mejor ambiente para el desarrollo de una cultura vocacional.
• Asegurar la orientación y el acompañamiento de las personas.
En un ambiente masificado o en el que las relaciones son sólo
funcionales será muy difícil el desarrollo de una visión vocacional
de la vida. En efecto: ese proceso requiere la presencia y la cerca-
nía de educadores entre los jóvenes, sobre todo en los momentos
más espontáneos y gratuitos; el conocimiento y el interés por su
vida; la capacidad de relaciones personales, aunque sean oca-
sionales y espontáneos; momentos de diálogo y de reflexión en
grupo que ayuden a leer la vida con óptica positiva y vocacional;
espacios y tiempos para encuentros más sistemáticos de acompa-
ñamiento personal.
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3.2. La educación en el amor, en la castidad
En la orientación y animación vocacional tiene una gran impor-
tancia la educación en el amor. Es necesario ayudar al adolescente a
integrar su crecimiento afectivo-sexual en el proceso educativo y tam-
bién en el camino de educación en la fe. Y esto para que pueda vivir
la afectividad y la sexualidad en armonía con las demás dimensiones
fundamentales de su persona, manteniendo actitudes de apertura, de
servicio y de oblación.
Hoy el adolescente debe confrontarse con un contexto cultural
y social pan-sexualizado que transmite sus continuos mensajes en
la calle, en la televisión, en el ciberespacio. Se trata de sugerencias
que impulsan a una práctica sexual consumista y orientada a la sa-
tisfacción inmediata del placer. La tendencia social dominante en
este campo es el permisivismo, y los contenidos apetecibles de ese
pansexualismo se convierten en motivo de un triste comercio. Todo
ello da lugar a una confusión en el plano de los valores y a un gran
relativismo ético. Sucede frecuentemente que se promueve un uso
prematuro de la sexualidad en las relaciones de amistad o en la pura
búsqueda de la satisfacción compulsiva del placer. Los jóvenes apues-
tan con gran decisión sobre el amor, retando prejuicios y censuras,
deseosos de ir al encuentro de sus necesidades afectivas y sensibles
al valor de una comunicación abierta y sin límites. Pero en este cam-
po muchas veces no disponen de una orientación y de un guía que
los ayude a comprender su afectividad y sexualidad según una visión
integral de la persona, desarrollando de modo constante y claro un
proyecto de educación en el amor que los oriente hacia una construc-
ción armoniosa de la personalidad y haciendo posible una visión de
la vida como don y servicio.
Ya hace años el CG23 señalaba a los Salesianos la educación en
el amor como uno de los tres núcleos importantes alrededor de los
cuales se hace posible y se realiza la síntesis fe-vida. No se trata, de-
cía, «de puntos particulares, sino de «espacios» donde se concentra el
significado, la fuerza y la conflictividad de la fe»13.
13 Cf. CG23, 181.
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Hoy esta importancia es todavía mayor, sobre todo cuando se
quiere desarrollar con eficacia la dimensión vocacional de la vida y
crear un ambiente en el que sea posible al joven madurar un proyec-
to vocacional, de manera especial cuando se trata de vocaciones de
especial compromiso, que muchas veces incluyen una opción de ce-
libato. En efecto, muchos jóvenes se encuentran en un ambiente muy
poco favorable a una visión integral y positiva del amor. Y muchos de
ellos viven deficiencias notables que el educador debe conocer para
ayudarlos a superarlas.
A muchos de ellos les falta una experiencia de amor gratuito en la
familia, en la que deben soportar tensiones y choques entre los padres
que con frecuencia acaban con la decisión de separarse o divorciarse.
La relación de amistad que viven entre sí es superficial y todo esto
hace que, en vez de resistir a las propuestas seductoras del ambiente,
quedan presos en ellas. Así, muy pronto, varios de ellos se implican en
una relación de pareja que los cierra a los demás y a la vida del grupo.
La urgencia que sienten de vivir una relación plena con su pareja los
lleva a una práctica desordenada de la sexualidad. Desde luego que en
todo esto incide la falta de un verdadero proceso de educación en el
amor: el tema se evita o se trata de modo moralista y negativo, lo que
en vez de ayudar, suscita el rechazo del adolescente.
Nuestro Sistema Preventivo y el espíritu de familia característico
de nuestro ambiente pueden crear las condiciones para ponerlo feliz-
mente en práctica.14
3.3. La educación en la oración
La oración es un elemento esencial y primario en la orientación y
en la elección de la vocación porque ésta, don de Dios ofrecido libre-
mente al hombre, sólo puede descubrirse y seguirse con la ayuda de
la gracia. Por tanto, una pastoral vocacional eficaz y profunda para los
jóvenes no es posible sin introducirlos y acompañarlos en una prácti-
ca asidua de la oración.
14 Un sencillo, pero todavía actual, itinerario de educación en la castidad lo prospectó el
Capítulo General 23: cf. CG23, 195 – 202.
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ACTAS DEL CONSEJO GENERAL, núm. 409
La primera comunidad cristiana espera orando el día de Pentecos-
tés, día del nacimiento de la Iglesia evangelizadora (Hch 1,14). Lo mis-
mo Jesús: oró antes de elegir a los Apóstoles (Lc 6,12ss) y les enseño
a orar para que viniese el Reino de Dios (Mt 6,7ss). El mandamiento
«Pedid, pues, al dueño del campo que mande obreros a cosechar su
mies» (cf. Mt 9,37ss; Lc 10,2) se comprende en todo su valor y su ur-
gencia a la luz del ejemplo y de las enseñanzas de Cristo. La oración
es el camino privilegiado y la mejor pastoral vocacional.
Considerada esta centralidad de la oración en el camino de fe, es
importante ayudar a los jóvenes a introducirse e iniciarse en una ver-
dadera y profunda vida de oración: sólo así podrá madurar en ellos
una posible vocación de especial consagración.15
Los jóvenes viven hoy con frecuencia en un ambiente muy po-
co favorable a la vida espiritual. Están inmersos en una cultura del
consumismo y del beneficio, del goce personal y de la satisfacción
inmediata de los deseos; la visión superficial de la vida está dominada
por criterios ético-morales subjetivos, muchas veces contrastantes y
hasta contradictorios. El ambiente en el que se mueven favorece un
ritmo de vida agitado, en el que viven muchas experiencias sin poder
profundizar en ninguna. «La crisis de la familia, la extendida mentali-
dad relativista y consumista, el influjo negativo de los medios sobre
la conciencia y los comportamientos constituyen un fuerte obstáculo
para la cultura vocacional»16.
Por otra parte, descubrimos en adolescentes y jóvenes una bús-
queda de interioridad, un esfuerzo por captar su identidad y también
una apertura y una sincera búsqueda de una experiencia de Trascen-
dencia. Aunque muchas veces este camino se concibe de manera sub-
jetiva y respondiendo a las propias necesidades, hay que decir que es
una buena oportunidad para ayudarlos a descubrir al Dios de Jesús.
Se multiplican los grupos y los movimientos que de formas muy di-
15 «La promoción de las vocaciones consagradas exige algunas opciones fundamenta-
les, como la oración constante… La oración debe ser compromiso cotidiano de las
comunidades y debe implicar a jóvenes, familias, laicos, grupos de la Familia Salesia-
na» (CG26, 54).
16 CG26, 57.
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versas promueven experiencias de espiritualidad y los jóvenes están
ampliamente presentes en estos grupos. ¡Bastaría pensar en la comu-
nidad de Taizé!
Todo esto constituye una condición favorable para ofrecer a los
jóvenes la posibilidad de iniciar un camino de educación en la in-
terioridad que los vaya conduciendo gradualmente a descubrir y a
gustar la oración cristiana, sobre todo en lo que constituye su origi-
nalidad y su verdadera riqueza: el encuentro con la persona de Jesús
que nos revela el amor de Dios, que nos invita y nos ofrece la gracia
de una relación personal con Él. He ahí por qué en un ambiente tan
profundamente impregnado de secularismo y de superficialidad, es
urgente promover esta educación en la interioridad y ofrecer a nues-
tros jóvenes una vida espiritual fuerte y profunda. «Hoy los tiempos
exigen un retorno más explícito a la oración… Es una oración que
vibra en sintonía con el despertar de la fe: ser creyentes comprometi-
dos y no sólo fieles rutinarios supone un diálogo más explícito, más
intenso, más frecuente con el Señor. En un clima de secularismo se
siente una apremiante necesidad de meditación y de profundización
de la fe»17.
La educación en la oración debe favorecer las condiciones que
impulsan a la persona del joven a asumir una actitud de autenticidad.
Éstas son: el silencio, la reflexión, la capacidad de leer la propia vida,
la disponibilidad a la escucha y a la contemplación, la gratuidad y la
confianza. A un joven que vive en la agitación de una vida llena de
actividad no le resulta fácil crear dentro de sí ese silencio y cultivar
un camino de interioridad que lo lleve a un verdadero encuentro
consigo mismo. También ésta será una de las metas que habrá que
tratar de alcanzar. De aquí la importancia de comenzar los momentos
de oración con un espacio de calma, de silencio, de serenidad, que
permita a nuestros jóvenes llegar a encontrarse consigo mismos y,
partiendo de esta experiencia, asumir la propia vida para colocarla
delante del Señor.
17Egidio Viganò, «Nuestra oración por las vocaciones», ACG 341 (1992) p. 27.
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ACTAS DEL CONSEJO GENERAL, núm. 409
El corazón de la oración cristiana es la escucha de la Palabra de
Dios. Ella debe ser la gran maestra de la oración cristiana, que no
consiste en «hablar» a Dios, sino más bien en «escucharle» y abrirse
a su voluntad (cf. Lc 11,5-8; Mt 6,9ss). «En vuestros grupos, queridos
jóvenes —escribía Juan Pablo II— multiplicáis las ocasiones de es-
cucha y de estudio de la Palabra del Señor, sobre todo mediante la
lectio divina: en ella descubriréis los secretos del corazón de Cristo y
obtendréis de ella fruto para el discernimiento de las situaciones y de
la transformación de la realidad»18. Normalmente se deberá iniciar al
joven a esta escucha, ayudándole a entender el sentido de la Palabra
que escucha y lee. Se debe también reconocer que la Palabra de Dios
es eficaz en sí misma y, por tanto, habrá que dejarla tal vez actuar so-
la en el corazón de los jóvenes, sin forzarla demasiado con nuestros
esquemas: muchas veces ella los guiará sola hacia el diálogo personal
con Jesús.
Otra gran escuela de oración es la vida litúrgica y sacramental de
la Iglesia: hay que ayudar al joven a participar cada vez más cons-
cientemente, comprendiendo signos y símbolos de la liturgia. Una
educación en la fe que olvide o retrase el encuentro sacramental de
los jóvenes con Cristo, no es el camino para encontrarlo y aún me-
nos indicará la posibilidad de seguirlo. «Los jóvenes, como nosotros,
encuentran a Jesús en la comunidad eclesial. En la vida de ésta, sin
embargo, hay momentos en los que él se revela y se comunica de
modo singular: son los sacramentos, especialmente la Reconciliación
y la Eucaristía. Sin la experiencia que se da en ellos, el conocimiento
de Jesús se hace inadecuado y escaso, hasta el punto de no permitir
distinguirlo entre los hombres como el resucitado Salvador... Con ra-
zón se dice que los sacramentos son memoria verdadera de Jesús: de
lo que él hizo y hace todavía hoy por nosotros, de lo que significa pa-
ra nuestra vida; avivando, pues, nuestra fe en él, para que lo veamos
mejor en nuestra existencia y en los acontecimientos.
Son también revelación de lo que parece escondido en los plie-
gues de nuestra existencia, para que tomemos conciencia de ello…
18 Juan Pablo II, Mensaje con ocasión de la XII Jornada de la Juventud (15 de agosto de
1996)
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En la Reconciliación se nos abren los ojos y vemos lo que podemos
llegar a ser según el proyecto y el deseo de Dios; se nos da al Espí-
ritu que nos purifica y renueva. Se ha dicho que es el sacramento de
nuestro futuro de hijos, en vez de nuestro pasado de pecadores. En la
Eucaristía Cristo nos incorpora a su ofrenda al Padre y refuerza nues-
tra donación a los hombres. Nos inspira el deseo y nos da la espe-
ranza de que ambos, amor al Padre y amor a los hermanos, sean una
gracia para todos y para todo: «anunciamos su muerte, proclamamos
su resurrección. ¡Ven, Señor Jesús!».19
Entre los muchos caminos de iniciación en la oración, la Espiri-
tualidad Juvenil Salesiana nos ofrece su gran riqueza y un estilo espe-
cífico de vida espiritual, con un estilo característico de oración y una
forma actual de organizar la vida en torno a algunas percepciones de
fe, opciones de valores y actitudes. En ella se encuentran ciertas ca-
racterísticas propias de la oración salesiana: es una oración sencilla,
sin complicaciones inútiles, inserta en la vida de cada día, que se pre-
senta y se ofrece al Señor; una oración llena de esperanza, que pro-
mueve una visión pascual de la vida, en diálogo personal con el Señor
Resucitado, vivo y presente entre nosotros; una oración que lleva a la
celebración de los sacramentos, sobre todo de la Eucaristía en la que
se vive el encuentro personal con Jesús; una oración que ayuda a des-
cubrir la presencia de Jesús en cada joven, especialmente en los más
pobres, e impulsa a implicarse en su educación y evangelización.
Es importante, pues, estar atentos a estas características en nues-
tro camino de educación en la oración, para ayudar al joven a vivirla
y de ese modo a introducirlo en la Espiritualidad Juvenil Salesiana: es
un camino de vida cristiana que puede llevar también a adolescentes
y jóvenes a la gran meta de la santidad20.
Debemos estar seguros: sólo con una vida de oración cada vez
más centrada en Cristo el joven podrá aclarar y consolidar su opción
vocacional, sobre todo si se trata de una vocación de consagración
especial.
19 Juan E. Vecchi, «Le reconocieron al partir el pan», NPG 1997, núm. 8 (noviembre) pp. 3-4.
20 Cf. CG23, 158ss y especialmente 173-177.
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3.4. El acompañamiento personal
Otro elemento fundamental en la pastoral vocacional es el acom-
pañamiento personal regular del joven. Deberá ser respetuoso, con
una acertada comprensión de la madurez y del camino espiritual de
la persona a la que se acompaña. Un acompañamiento que ayude a
interiorizar y personalizar las experiencias vividas y las propuestas
recibidas; que estimule y guíe en la iniciación en la oración personal
y en la celebración de los sacramentos; que oriente hacia un proyec-
to personal de vida como instrumento concreto de discernimiento y
maduración vocacional. La gracia del Espíritu que obra en el corazón
de las personas tiene necesidad de la colaboración de la comunidad
y de un maestro espiritual. Por eso junto a cada santo hay siempre un
maestro de Espíritu que lo acompaña y guía.
El acompañamiento es aún más importante en el sistema educati-
vo salesiano, que se basa en la presencia del educador entre los jóve-
nes y en una relación personal basada en el mutuo conocimiento, en
la comprensión y en la confianza.
Cuando hablamos de acompañamiento, no nos referimos sólo al
diálogo individual, sino a todo un conjunto de relaciones personales
que ayudan al joven a asimilar personalmente los valores y las expe-
riencias vividas, a adecuar las propuestas generales a su propia situa-
ción concreta, a aclarar y ahondar las motivaciones y los criterios.
Este proceso incluye experiencias y niveles sucesivos promovidos
por la comunidad salesiana para asegurar un ambiente educativo,
capaz de favorecer la personalización y el crecimiento vocacional. A
título de ejemplo:
la presencia entre los jóvenes, con el propósito de conocerlos y
compartir con ellos la vida, con un actitud de confianza;
la promoción de grupos, donde siguen a los jóvenes el animador
y sus mismos compañeros;
contactos breves, ocasionales, que muestran el interés por la per-
sona y su mundo; y, al mismo tiempo, una atención educativa a
ciertos momentos de importancia especial para el joven;
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momentos de diálogo personal breves, frecuentes, sistemáticos,
según un plan concreto;
el contacto con la comunidad salesiana, con experiencias de partici-
pación en la vida de oración, de fraternidad y de apostolado,
el ofrecimiento frecuente del sacramento de la Reconciliación; la
intervención atenta y amiga del confesor resulta con frecuencia
decisiva para orientar a un joven en su opción vocacional.
En la práctica del acompañamiento, sobre todo en el diálogo perso-
nal, conviene asegurar además la atención sobre algunos puntos fun-
damentales para el crecimiento humano y cristiano del joven y el dis-
cernimiento de las señales de vocación. He aquí, en especial, algunos:
• Educar en el conocimiento de sí mismo, para descubrir los va-
lores y las cualidades que el Señor ha dado a cada uno, pero
también los límites o las ambivalencias en el proprio modo de
vivir y pensar. Cuántos jóvenes no han escuchado la llamada
vocacional, no porque fuesen poco generosos o indiferentes,
sino sencillamente porque no se les ha ayudado a conocerse y
a descubrir la raíz ambivalente y pagana de ciertos esquemas
mentales y afectivos, o porque no se les ha ayudado a liberar-
se de sus miedos o defensas en relación con la vocación mis-
ma.
• Madurar la confesión de Jesús, como el Señor Resucitado y
como sentido supremo de la propia existencia. Las motivacio-
nes vocacionales deben basarse en el reconocimiento de la
iniciativa de Dios que ha sido el primero en amarnos. Como
explicaba el Papa Benedicto XVI a los jóvenes de Roma y del
Lazio: «El Señor está siempre presente y mira a cada uno de
nosotros con amor. Queda que nosotros debemos encontrar
esa mirada y encontrarnos con él. ¿Cómo hacerlo? Diría que el
primer punto para encontrarnos con Jesús, para experimentar
su amor es conocerlo... Para conocer a una persona, ante todo
la gran persona de Jesús, Dios y hombre, se necesita la razón,
pero al mismo tiempo también el corazón. Sólo con la apertu-
ra del corazón a él, sólo con el conocimiento del conjunto de
lo que ha dicho y de lo que ha hecho, con nuestro amor, con
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ACTAS DEL CONSEJO GENERAL, núm. 409
nuestro ir hacia él, podemos poco a poco conocerlo cada vez
más y así también experimentar que él nos ama... En un ver-
dadero coloquio, podemos encontrar cada vez más ese camino
del conocimiento que se convierte en amor. Naturalmente no
sólo pensar, no sólo orar, sino también hacer es una parte del
camino hacia Jesús: hacer cosas buenas, implicarse en favor
del prójimo» 21.
• Educar a leer la experiencia de la propia vida y los acontecimien-
tos de la historia como don de Dios y como llamada a ponerse a
disposición de la misión por el Reino de Dios. Para esto, ayudar
a los jóvenes a iluminar su existencia con la Palabra de Dios, en
una constante referencia a Jesucristo, sentido como el Señor de la
vida que propone un proyecto especial para cada uno de noso-
tros. «Mi vida la ha querido Dios desde la eternidad. Yo soy ama-
do, soy necesario. Dios tiene un proyecto conmigo en la totalidad
de la historia; tiene un proyecto precisamente para mí. Mi vida
es importante y también necesaria. El amor eterno me ha creado
en profundidad y está esperándome. Por tanto, este es el primer
punto: conocer, tratar de conocer a Dios y así entender que la
vida es un don, que es bueno vivir... Así pues, hay una voluntad
fundamental de Dios para todos nosotros, que es idéntica para
todos nosotros. Pero su aplicación es diferente en cada vida, por-
que Dios tiene un proyecto preciso con cada hombre.... No tener
la vida, sino hacer de la vida un regalo, no buscarme a mí mismo,
sino dar a los otros. Esto es lo esencial»22.
• Ahondar la asimilación personal de los valores evangélicos como
criterios permanentes que orientan en las opciones que se hacen
en la vida cotidiana. Será más fácil así resistir a la tentación de se-
guir de forma conformista lo que hacen todos. Como ya se ha di-
cho antes, un aspecto al que debemos prestar una atención espe-
cial en este campo será la educación en el amor y la afectividad.
21 Benedicto XVI, Encuentro con los jóvenes de Roma y del Lazio, en preparación a la
Jornada Mundial de la Juventud, 25 de marzo de 2010.
22 Ibid.
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3.5. Centralidad y labor de la consagración religiosa
en la misión de la Familia Salesiana
La misión salesiana es misión educativa (de promoción integral
de la persona) y misión de evangelización de los jóvenes. Estas dos
dimensiones de nuestra misión salesiana (la educativa y la evangeliza-
dora) son esenciales y deben vivirse en mutua complementariedad y
recíproco enriquecimiento.
La Familia Salesiana, respetando el carisma de los diversos grupos
que la componen, es el sujeto de esta misión y debe cuidar la integri-
dad de esta unidad orgánica; por eso es una riqueza que en ella estén
significativamente presentes las dos formas complementarias de vivir la
vocación, la secular y la consagrada, y en ellas la laical y la sacerdotal.
Pero es indispensable ser conscientes y poner en evidencia el va-
lor fundamental de la vida consagrada en la realización de la misión
salesiana. «Don Bosco —afirma el CG24— quiso personas consagra-
das en el centro de su obra, orientada a la salvación de los jóvenes y
a su santidad»23.
La forma laical de la vocación salesiana, en su diversas expresio-
nes dentro de la Familia Salesiana, señala los valores de la creación y
de las realidades seculares, ofrece una especial sensibilidad hacia el
mundo del trabajo, presta una especial atención al territorio, subraya
las exigencias de la profesionalidad; la laicidad en los miembros de la
Familia Salesiana, religiosos, consagrados o no, muestra a todos cómo
vivir la entrega total a Dios por la causa del Reino en estos valores y
ocupaciones seculares. La otra forma es la sacerdotal, que recuerda la
finalidad última de toda la acción educativa; los sacerdotes, pertene-
cientes a los diferentes grupos de la Familia Salesiana, realizan un sa-
cerdocio plenamente inserto en el compromiso educativo: ofreciendo
la Palabra de Dios no sólo en la catequesis, sino también en el diálo-
go y la acción educativa, construyen la comunidad cristiana a través
de la construcción de la comunidad educativa.
Se debe encontrar en la Familia Salesiana el valor de la consagra-
ción religiosa. Ella, en efecto, figura como un signo necesario que,
23 CG24, 150.
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mientras especifica la identidad de los que han hecho una opción
total en el seguimiento de Jesús, indica al mismo tiempo a los laicos
que comparten nuestro carisma, que su intervención en la misión
no es simplemente una ayuda complementaria, sino más bien una
experiencia especial de Dios, en la participación de una misma espi-
ritualidad y de una misma misión. «No hay esperanza para una figura
religiosa que no exprese inmediatamente, y casi emocionalmente, un
significado trascendente; que no sea una flecha apuntada hacia lo di-
vino y hacia el amor al prójimo, que nace de lo divino»24.
No pocas veces en nuestra visión de la vocación salesiana y en
su presentación damos la impresión de privilegiar los aspectos fun-
cionales, dejando en la sombra o dando por descontados y sobre-
entendidos los de la vida consagrada. «Si se pone entre paréntesis la
consagración religiosa para razonar en términos de acción y de car-
gos funcionales, eso no sólo confunde los planos, sino que altera las
dimensiones»25.
En su papel propio la Familia Salesiana se enriquece con la pre-
sencia reveladora y complementaria de sacerdotes, religiosos, con-
sagrados y laicos. Juntos configuran una plétora insólita de energías
empleadas para el testimonio y la misión educativa; las diferentes vo-
caciones laicas enriquecen la proclamación de la vida consagrada y la
función animadora que, como tal, debe realizar en la Familia y en el
Movimiento Salesiano.
Esta relación, por consiguiente, no se funda en los papeles o en
las funciones diversas que cada uno puede realizar (muchas veces
esos papeles son los mismos), sino en los dones vocacionales peculia-
res a través de los cuales cada uno contribuye a la misión común. La
entrega de la vida debe ser idéntica porque es total, pero no el modo
de entregarla.
24 Juan E. Vecchi, Beatificación del Coad. Artémides Zatti: Una novedad irrumpente, ACG
376 (2001) p. 43.
25 Ibid.
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3.6. El Movimiento Juvenil Salesiano,
lugar vocacional privilegiado
El Movimiento Juvenil Salesiano (MJS) es una realidad plena de
vida, presente en los cinco continentes. Es una expresión expresi-
va de la fuerte atracción que la persona de Don Bosco y su caris-
ma ejercen sobre los jóvenes. En los diversos encuentros naciona-
les e internacionales del MJS se tiene una experiencia viva y fuerte
de una corriente de comunión que tiene su fuente en la persona
de Don Bosco, en los valores de su pedagogía y de la Espirituali-
dad Juvenil Salesiana.
Este desarrollo del MJS, con su variedad de grupos y asocia-
ciones, con la presencia de numerosos animadores, la diversidad
de iniciativas y propuestas formativas, es para nosotros, miembros
de la Familia Salesiana, una gracia de Dios y al mismo tiempo una
llamada. El Señor nos envía todos estos jóvenes para que los ayu-
demos en su camino de crecimiento como personas hasta alcanzar
la plenitud de la vida cristiana.
La tendencia asociativa, la vida de grupo, la inspiración comuni-
taria fue una experiencia casi espontánea en la vida de Don Bosco.
Se daba en él una inclinación natural a la sociabilidad y a la amis-
tad. El asociacionismo juvenil es, por tanto, una exigencia indispen-
sable en la propuesta educativa querida por Don Bosco. A través
de una pluralidad de grupos y asociaciones juveniles tenemos la
posibilidad de asegurar una presencia educativa de calidad en los
nuevos espacios de socialización de los jóvenes. Y esta experiencia
se hace reveladora en el momento en el que los jóvenes son llama-
dos a comprender la realidad eclesial y a implicarse en ella como
miembros vivos en el «cuerpo» de la comunidad cristiana.
A veces puede parecer que los jóvenes de nuestros ambien-
tes y de algunos grupos nuestros sean superficiales, sobre todo
cuando se manifiestan en su estilo ruidoso y festivo. En realidad
muchos de ellos son probadamente buenos y espirituales. Ellos
manifiestan una gran sed de Dios, de Cristo, de Evangelio vivido
en la sencillez y en la normalidad de la vida cotidiana. Don Bosco
estaba convencido de que un tanto por ciento elevado de los jóve-
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nes que el Señor envía a nuestras casas tiene disposiciones favo-
rables para seguir, si se les motiva y acompaña convenientemente,
una vocación de compromiso especial26. Precisamente porque vi-
ven con frecuencia en un ambiente poco favorable al silencio y a
la interiorización, buscan nuestra ayuda, nuestro apoyo y nuestro
acompañamiento en el camino de maduración de su vida. La Es-
piritualidad Juvenil Salesiana, el estilo de vida cristiana vivido por
Don Bosco y por los jóvenes del Oratorio de Valdocco, constituye
entonces un recurso que ofrecer a esos jóvenes.
En varias partes del mundo muchas vocaciones a la vida religiosa
o sacerdotal y también a la vida laical comprometida en la Familia Sa-
lesiana florecen en los grupos y en las asociaciones del MJS, sobre to-
do entre los animadores. Es un hecho que debemos tener en cuenta,
valorando y acompañando mucho mejor esa experiencia asociativa.
Tal vez deberíamos estar más convencidos de que nuestros jóvenes,
sobre todo los jóvenes animadores, tienen el derecho de recibir de
nosotros un estímulo que los lleve a pensar en su vida y en su com-
promiso en clave vocacional; en su acompañamiento personal debe-
mos proponer con claridad el interrogante vocacional y animar su
respuesta generosa.
Esa es una tarea importante y urgente para cada Salesiano y para
cada miembro de la Familia Salesiana en su contacto cotidiano con
los jóvenes de los grupos y en los diversos servicios de animación.
Cuando haya una ocasión propicia y una disponibilidad potencial por
parte del joven, es el momento para proponer un compromiso voca-
cional. En esta propuesta debemos ser libres y valientes, confiándo-
nos a la acción del Espíritu, que con frecuencia nos sorprenderá con
su acción.
Hoy la edad de las opciones vocacionales de vida se está despla-
zando y, aunque la semilla se lance en la preadolescencia o la adoles-
cencia, madura con frecuencia en momentos siguientes, cuando los
jóvenes se encuentran en la universidad o en las primeras experien-
cias de trabajo. Es importante promover propuestas y espacios con-
26 Cf. MBe XI, p. 230.
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cretos que nos permitan acompañarlos en esos momentos decisivos
para su futuro. Entre estos jóvenes debemos cuidar de modo especial
a los más cercanos a nosotros, los animadores, los voluntarios, los co-
laboradores de nuestras obras que comparten generosamente muchos
aspectos de la misión salesiana, que tienen un auténtico deseo de ser-
vicio y están en busca de un proyecto de vida que los llene. Hay que
asegurar que la experiencia de animación o de voluntariado los ayude
a plantear su vida siguiendo una línea de búsqueda y de disponibili-
dad vocacional.
Advertimos que entre los grupos del MJS se están extendiendo de
modo admirable los grupos del Voluntariado. Ellos constituyen una
primera salida del camino formativo realizado antes en los grupos.
Los jóvenes, en la opción por el voluntariado, descubren un espacio
de iniciativa y de servicio que se convierte en réplica valiente de la
mentalidad individualista y consumista que insidia muchas realidades
sociales. Al mismo tiempo, los ayuda a madurar una visión vocacional
de la vida como don y como servicio.
Se debe captar este «signo de los tiempos» explicitando sus múlti-
ples valores, especialmente en la educación en la solidaridad y en la
riqueza vocacional que encierra.
Don Bosco sabía implicar a sus muchachos, con frecuencia
jovencísimos, en tareas de voluntariado casi heroicas. Basta recordar
a los jóvenes «voluntarios» en la época del cólera en Turín. A través
de estos trabajos de servicio los ayudaba a madurar una opción voca-
cional de la vida. La implicación directa de los mismos jóvenes en su
propia educación y en la transformación del ambiente fue para Don
Bosco una de las claves fundamentales de su sistema educativo, ade-
más de ser una verdadera escuela de ciudadanía y de santidad.
También nosotros hoy, por medio del voluntariado, queremos
proponer una visión vocacional de la vida, inspirada en el Evangelio
vivido según la Espiritualidad Juvenil Salesiana. El voluntario y la vo-
luntaria traducen en realidad esos valores y actitudes que caracterizan
una «cultura vocacional» subrayados antes, como la defensa y la pro-
moción de la vida humana, la confianza en sí mismo y en el prójimo,
la interioridad que hace descubrir en sí y en los demás la presencia
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y la acción de Dios, la disponibilidad para sentirse responsable y
dejarse implicar para el bien de los demás en actitud de servicio y
de gratuidad. Estos valores deben cultivarse durante la formación de
los voluntarios y deben inspirar sus proyectos y su modo de servir,
de manera que la experiencia de voluntariado modele su vida como
ciudadanos y como cristianos comprometidos y no se reduzca, en
cambio, a una experiencia entre las muchas vividas en el tiempo de la
juventud.
De este modo el voluntariado se convierte en una verdadera es-
cuela de vida; contribuye a educar a los jóvenes en una cultura de
solidaridad en los encuentros con los demá s, sobre todo con los más
necesitados. Hace crecer en ellos el Espíritu de acogida, la apertura
hacia el otro, e invita casi naturalmente a la apertura del don total y
gratuito de sí mismos.
Es importante, pues, promover el voluntariado en la Familia Sale-
siana. Es una propuesta que debe conocerse, valorarse y acompañarse.
Constituye por sí misma una experiencia típica en la que es posible
cultivar adecuadamente una cultura vocacional.
4. Conclusión.
Belleza y actualidad de la vocación salesiana
En mis visitas a la Congregación y a otros grupos de la Familia Sa-
lesiana existentes en el territorio he podido constatar la enorme fuer-
za de atracción y el entusiasmo que suscita la persona de Don Bosco,
tanto entre los jóvenes como entre los adultos, entre la gente sencilla,
como también entre las autoridades, políticos, agentes sociales, en
las diferentes culturas y también entre personas de otras religiones.
Hablando con muchos de ellos, he podido captar el agradecimiento
que manifiestan por la presencia y la obra salesiana. Todos se sienten
orgullosos de ser ex-alumnos/as y de haber experimentado la peda-
gogía salesiana. Con frecuencia el recuerdo de Don Bosco suscita un
gran entusiasmo popular y moviliza a poblaciones enteras. Así suce-
de, por ejemplo, en Panamá durante la novena y en la fiesta de Don
Bosco. El mismo fenómeno lo estamos percibiendo durante el paso
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1. CARTA DEL RECTOR MAYOR
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de la urna de Don Bosco, que está viajando a través de los distintos
continentes. Su pedagogía y su estilo educativo, sobre todo cuando
se conoce y se profundiza, se considera un tesoro que se debe hacer
conocer y conservar al mismo tiempo. Es, en efecto, una respuesta
adecuada a los retos y a las expectativas de los jóvenes de hoy.
Todo esto nos anima a vivir con digno orgullo y grato reconoci-
miento nuestra vocación, sintiéndonos herederos y continuadores de
un carisma especial que Dios ha suscitado para los jóvenes, sobre to-
do los más pobres y en peligro. En estos 150 años de historia salesia-
na, a partir de la fundación de la Congregación y de la Familia Sale-
siana, vemos realizarse el sueño de Don Bosco, de implicar un amplio
movimiento de personas que, compartiendo su Espíritu, se entregan a
la misión juvenil. Todos nosotros somos parte y prueba de ese sueño
en la realidad.
Debemos vivir, pues, nuestra vocación salesiana con un gran senti-
do de agradecimiento; y el primer signo de reconocimiento es nuestra
propia fidelidad, vivida con alegría y luminoso testimonio. Debemos
hablar de nuestra vocación. Debemos hablar de Don Bosco y de su
misión. Debemos poner en evidencia lo que la Familia Salesiana, por
medio de sus grupos, ha realizado en el mundo y animar a muchas
personas de buena voluntad a ofrecer no sólo su colaboración sino su
misma vida para que la misión salesiana pueda continuar en el mun-
do en favor de los jóvenes tan amados por Dios.
Todos nosotros podemos conocer y recordar a hermanos y her-
manas, comunidades y grupos que han vivido y viven su vocación de
modo admirable y atrayente. Sus vidas suscitan la estima y la impli-
cación de muchas personas. Pienso en este momento en la figura de
don Vincenzo Cimatti que con su simpatía, amabilidad y su talento
musical hizo conocer y apreciar a Don Bosco y su obra en Japón,
suscitando numerosas vocaciones; o la figura de Mons. José Luis
Carreño que en la India, junto a otros grandes misioneros, hizo cono-
cer y amar la vocación salesiana, arrastrando a muchísimos jóvenes
y poniendo en marcha un movimiento vocacional del que aún hoy
recogemos frutos abundantes. Recuerdo también a la beata sor Ma-
ría Romero, incansable mujer apostólica en Costa Rica, o la radiante
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ACTAS DEL CONSEJO GENERAL, núm. 409
figura de sor Eusebia Palomino, o la del Salesiano Cooperador Attilio
Giordani, o la del exalumno Alberto Marvelli, o la de Alexandrina da
Costa, o la de Nino Baglieri.
También en situaciones muy difíciles, como las de los países co-
munistas, los miembros de la Familia Salesiana no se han dejado
asustar y desanimar por los obstáculos y no se han retirado, esperan-
do tiempos mejores, sino que buscaron vivir fielmente su vocación,
ayudándose mutuamente a ser perseverantes en situaciones casi im-
posibles y dando lugar a formas originales y creativas para realizar,
en la clandestinidad, un trabajo pastoral según el espíritu salesiano.
De este modo también en aquellas circunstanciase tan adversas, han
podido suscitar numerosas vocaciones a la vida religiosa y para la Fa-
milia Salesiana.
Estoy seguro de que cada uno de vosotros, en los diversos gru-
pos y en las congregaciones e institutos de la Familia Salesiana, ha
conocido hermanos o hermanas alrededor de los cuales han crecido
numerosas vocaciones a la vida religiosa. Otros habrán promovido el
compromiso por la misión de Don Bosco de numerosos laicos. Esa
fuerza de animación tiene una fuente propia en la persona de nuestro
gran Padre Don Bosco. Aún hoy, cada vez que los laicos colaborado-
res nuestros conocen bien la figura de Don Bosco, su sistema educa-
tivo y su espiritualidad, quedan demostradamente entusiasmados y
sienten el deseo de darlo a conocer a otros.
Debemos, pues, estar orgullosos de nuestra vocación salesiana; co-
nocer cada vez más a Don Bosco y, sobre todo, vivir y comunicar con
entusiasmo su Espíritu y la misión salesiana. Como signo de gratitud
por el don de la vocación salesiana recibido, nos comprometemos a
hacerla conocer a todos, sobre todo a los jóvenes. Hablaremos de ella,
cada vez que sea posible, a nuestros colaboradores y a los amigos que
entran en contacto con nosotros. Nuestra vida, nuestro entusiasmo,
nuestra fidelidad manifestarán plenamente que creemos en la belleza y
en el valor de la vocación que hemos recibido. Creemos en su actuali-
dad y la vivimos intensamente para responder con alegría a las necesi-
dades y a las expectativas de los jóvenes y de la sociedad de hoy.
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1. CARTA DEL RECTOR MAYOR
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El Señor Jesús y María Auxiliadora nos han confiado este don pre-
cioso para la salvación de los jóvenes. Es un don que custodiamos con
amor, que vivimos con intensidad y que comunicamos con alegría.
Concluyo, como otras veces, con una fábula que me parece muy
estimulante para la reflexión que nos propone sobre el tema del
seguimiento, del camino, de la opción fundamental de la vida y del
Señor, como único sumo bien y verdadera perla preciosa, por la que
vale la pena vender todo. Son todos elementos que tienen que ver
con la concepción de la vida como vocación.
LA CARAVANA EN EL DESIERTO
En el lejano Oriente vivía un emperador rico y poderoso. En todas
las cortes del mundo se tejían alabanzas de su reino, de sus palabras y
de su sabiduría. Pero los bardos y los cuentacuentos que peregrinaban
de castillo en castillo ponderaban sobre todo sus inmensas riquezas.
«¡Bastarían sólo las piedras de su diadema para mantener a una
ciudad!», declamaban.
Como siempre sucede, todo esto fomentó la envidia y la codicia
de otros reyes y de otros pueblos. Algunas tribus de bárbaros feroces
y violentos se agolparon en las fronteras e invadieron el reino.
Nadie lograba detenerlos.
El emperador decidió refugiarse entre las tribus fieles que vivían
en las montañas, más allá del terrible desierto.
Una noche dejó el palacio imperial seguido por una ágil caravana
que transportaba su fabuloso tesoro de lingotes de oro, joyas y pie-
dras preciosas. Para hacer más expedita la marcha, lo acompañaban
sólo sus guardias escogidas y los pajes, que le habían jurado fidelidad
absoluta hasta la muerte.
La pista a través del desierto serpeaba entre dunas de arena que-
madas por el sol, desfiladeros angostos y puertos empinados. Una
pista conocida por pocos.
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A mitad del camino, mientras trepaban por un repecho pedregoso,
agotados por la fatiga y por el ardiente reflejo de las rocas, algunos ca-
mellos de la caravana se derrumbaron jadeando y no se levantaron ya.
Los cofres que transportaban rodaron por las laderas de la duna,
se destrozaron y desparramaron todo su contenido de monedas, joyas
y piedras preciosas que se metieron entre las piedras y en la arena.
El soberano no podía aflojar la marcha. Los enemigos, probable-
mente, se habían dado cuenta de su huída.
Con un gesto entre agrio y generoso, invitó a sus pajes y a sus
guardias a que se quedasen con las piedras preciosas que pudiesen
recoger y llevarse consigo. Un puñado de aquellos objetos preciosos
les aseguraba ser ricos el resto de su vida.
Mientras los jóvenes se lanzaban ávidamente sobre el rico botín y
hurgaban afanosamente en la arena y entre las piedras, el soberano
prosiguió su viaje en el desierto.
Pero se dio cuenta de que alguien seguía caminando detrás de él.
Se volvió y vio que era uno de sus pajes que le seguía jadeante y
sudoroso.
«Y tú» le preguntó «¿no te has parado para recoger algo?».
El joven fijó en él los ojos con una mirada serena, colmada de dig-
nidad y de orgullo, y respondió:
«No, señor. Yo sigo a mi rey».
El relato nos lleva a la memoria de aquel pasaje decisivo del Evan-
gelio de Juan, que es una divisoria en la historia de Jesús:
«Muchos de los discípulos de Jesús se volvieron atrás y ya no anda-
ban con él. Jesús dijo entonces a los Doce: «¿También vosotros queréis
marcharos?».
Le respondió Simón Pedro: «Señor, ¿con quién vamos a ir? Tú tie-
nes palabras de vida eterna, y nosotros sabemos y creemos que tú eres
el Santo de Dios»» (Jn 6,66-69).
Una elección tan comprometida como entregar la propia vida en
las manos de Dios es sólo posible si, como escribe Madeleine Delbrêl,
somos capaces de bailar dejándonos llevar por el Espíritu Santo.
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La Danza de la Vida
«Para ser un buen danzarín, contigo como con los otros, no hace
falta saber a dónde lleva la danza. Basta seguir el paso, estar alegre,
ser liviano y, sobre todo, no estar agarrotado. No hay que pedirte ex-
plicaciones sobre los pasos que te gusta hacer. Hay que ser como la
prolongación, ágil y viva, de Ti. Y recibir de Ti la transmisión del rit-
mo de la orquesta.
Hace falta no querer avanzar a toda costa, sino aceptar volverse
atrás, andar de lado. Hay que saber pararse y saber resbalar, en vez
de caminar. Y estos serían sólo pasos de estúpidos, si la música no
hiciese de ellos una armonía. Pero nosotros olvidamos la música de
Tu Espíritu, y hacemos de la vida un ejercicio de gimnasia; olvidamos
que entre Tus brazos la vida es danza y que Tu santa voluntad es de
una inconcebible fantasía.
Si estuviésemos contentos de Ti, Señor, no podríamos resistirnos a
la necesidad de danza que inunda el mundo, y llegaríamos a adivi-
nar qué danza Te gusta hacernos bailar, casándonos con los pasos de
Tu Providencia».
Queridos hermanos y hermanas, os deseo a todos vosotros esta
apasionante experiencia de dejaros conducir por el Espíritu. Nuestra
vida se colmará de alegría y de entusiasmo y entonces podremos con-
vertirnos, como Juan el Bautista, en maestros que saben ayudar a sus
discípulos a convertirse en discípulos y apóstoles del Señor Jesús.
Un fuerte abrazo y un año 2011 sereno y abundante de vocacio-
nes para toda la Familia Salesiana.
Pascual CHÁVEZ VILLANUEVA
Rector Mayor
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