401-450|es|416 VOCACIÓN Y FORMACIÓN, Don y Compromiso



1. CARTA DEL RECTOR MAYOR



VOCACIÓN Y FORMACIÓN, Don y Compromiso



«Jesús llamó a sus Apóstoles personalmente para que estuvieran con Él y para enviarles a proclamar el Evangelio… También nos llama a nosotros a vivir en la Iglesia el proyecto de nuestro Fundador como apóstoles de los jóvenes. Respondemos a esta llamada con el compromiso de una formación adecuada y continua, para la cual el Señor concede su gracia cada día» (Const. 96).



  1. LA CONSISTENCIA Y LA FIDELIDD VOCACIONAL, RETOS PARA LA VOCACIÓN. 1.1 Las motivaciones. 1.2 Oportunidades y retos antropológicos. Autenticidad, Libertad, Historicidad, Experiencia, Relaciones humanas y afectividad, Postmodernidad. Multiculturalidad, Renuncia, Fidelidad.

  2. VOCACIÓN Y FORMACIÓN, DON Y COMPROMISO. 2.1 Vocación: la gracia como origen. La vida como vocación. La vida, Palabra de Dios. La vida, respuesta debida a Dios. La vocación, compromiso para una vida. La vocación, misión dialogada. La misión, casa y causa de la formación. 2.2 Formación: la gracia como compromiso. Identidad carismática e identificación vocacional. Objetivos de la formación. 1º Enviados a los jóvenes: conformarse con Cristo, Buen Pastor. 2º Hechos hermanos por una misión única: convertir la vida común en lugar y objeto de formación. 3º Consagrados por Dios: testificar la radicalidad del Evangelio. 4º Compartiendo formación y misión: animar comunidades apostólicas en el espíritu de Don Bosco. 5º En el corazón de la Iglesia: edificar la Iglesia, sacramento de salvación. 6º Abiertos a la realidad: inculturar el carisma. Metodología formativa. 1º Llegar a la persona en profundidad. 2º Animar una experiencia formativa unitaria. 3º Asegurar el ambiente formativo y la corresponsabilidad de todos. 4º Dar calidad formativa a la experiencia cotidiana. 5º Calificar el acompañamiento formativo. 6º prestar atención el discernimiento. 2.3 Formación: prioridad absoluta. Oración final.



Roma, 31 de marzo de 2013

Pasca de Resurrección

Queridísimos hermanos:

Hace tiempo que deseaba compartir con vosotros mi reflexión sobre el tema de la vocación y de la formación. Finalmente, hoy puedo hacerlo con esta carta, que intenta iluminar la belleza y las exigencias de nuestra vocación y formación y, al mismo tiempo, la actual situación de fragilidad psicológica, inconsciencia vocacional y relativismo ético que se manifiestan en nuestra Congregación casi en todas partes. Esta situación evidencia con claridad la falta de aprecio del significado de la vocación y del papel insustituible que tiene la formación para la verificación de la idoneidad de los candidatos, para la consolidación de las primeras opciones vocacionales y, sobre todo, para la progresiva configuración con Cristo obediente, pobre y casto, sobre las huellas de don Bosco.

Resulta verdaderamente preocupante el elevado número de salidas tanto de profesos temporales, durante el período de la profesión o al final de los votos, como de profesos perpetuos, como de sacerdotes que piden la secularización incardinándose en las diócesis o presentan petición de dispensa del celibato sacerdotal y del ministerio pastoral o, lastimosamente, son despedidos.

Es verdad que la Congregación como tal, y el Consejero de la Formación en particular, ha hecho un gran esfuerzo para asegurar la consistencia de los equipos formativos, la calidad de la propuesta y de los itinerarios formativos, la calificación y la identidad de los currículos de estudio, la salesianidad, la metodología de la personalización, la formación de los formadores, la incipiente atención a la formación permanente. No obstante, el problema continúa atrayendo la atención y pidiendo profundizar la reflexión y exigiendo intervenciones valientes de animación y de gobierno en todos los niveles.

Estoy convencido de que la formación inicial es un compromiso irrenunciable de la Congregación, responsable última de la identidad salesiana y de la unidad en la diversidad de los contextos, y que en particular las decisiones formativas fundamentales corresponden al Rector Mayor y a su Consejo. También estoy convencido de que las Inspectorías desarrollan un papel importante en guiar y sostener las comunidades formativas y los centros de estudio, sobre todo en vista de la inculturación de la formación, y esto requiere una inversión decisiva de personas y de recursos al servicio de la calidad formativa.

Pero pienso que, al final, es sobre todo la vida ordinaria de las comunidades apostólicas locales las que tienen un papel determinante. En efecto, de poco o de nada sirve una formación de calidad en las comunidades formativas, que ayudan al crecimiento de los hermanos jóvenes según el Proyecto de vida de Don Bosco, si después en las comunidades locales se vive un estilo de vida que no corresponde al mismo proyecto, o que lo desprecia, o que incluso reniega de él. Es justamente esta falta de una auténtica «cultura salesiana» la que favorece actitudes y comportamientos que no corresponden a los apóstoles salesianos consagrados. Todo esto hace ver que el cuidado de la vocación y de la formación compromete a todos los hermanos singularmente, a todas las comunidades locales, a todas las Inspectorías, a la Congregación en su conjunto. Además de la formación inicial, se necesita también un serio compromiso por la formación permanente, que permite precisamente el cambio de la cultura de una Inspectoría.

No es la primea vez que dirijo vuestra atención sobre este delicado tema de la formación inicial y del estilo de vida, de la mentalidad, de las actitudes y comportamientos de una Inspectoría. Ya lo había presentado brevemente en la relación al CG26, y me parece que la situación no ha cambiado.

1. LA CONSISTENCIA Y LA FIDELIDAD VOCACIONAL, RETOS DE LA FORMACIÓN



Uno de los temas que más ha atraído nuestra atención desde el principio de mi rectorado ha sido el de la consistencia vocacional. Sobre este tema el Consejo General realizó una reflexión, que quedó reflejada en una orientación del Consejero de la Formación1. Este argumento ha sido retomado por la Unión de los Superiores Generales (USG), que ha dedicado a ello dos Asambleas Semestrales2. Esto indica que este problema interesa a todas las Órdenes, las Congregaciones y los Institutos, tanto de vida apostólica como contemplativa. El estudio realizado ha revelado una multiplicidad de causas con base en la fragilidad psicológica, en la inconsistencia vocacional y en el relativismo moral.

Para una mayor responsabilización de todos, considero útil presentaros la situación de las entradas y de las salidas en la Congregación en el último decenio, tanto en la formación inicial como en la permanente:

Formación inicial

Año

Novicios3

Abandonos

novicios

Profesos noveles


Abandonos temporales


Nuevos profesos perpetuos

Nuevos profesos clérigos

Nuevos profesos coadjutores

Sacerdotes noveles

2002

607

137


231

249

217

32

262

2003

580

111

470

225

254

221

33

218

2004

594

118

469

211

281

242 +1P

38

203

2005

621

151

476

237

249

219 +2P

28

230

2006

561

137

470

227

260

221 + 2P

37

192

2007

527

110

424

200

219

205

14

175

2008

557

121

417

216

220

200

20

222

2009

526

109

436

225

265

246

19

195

2010

532

125

417

222

177

161 +1P

15

203

2011

414

40

407

185

231

210 + 1P

20

206

2012

480


374

174

262

237

25

189







Formación permanente


Año

Clérigos perpetuos abandonos

Coadjutores perpetuos abandonos

Diáconos dispensa celibato

Sacerdotes dispensa

celibato4

Exclau-stración

Secularización previo experimento

Secolar.
simpliciter

Dimisión

2002

8

12

3

15

18

7

11

24

2003

10

14

4

11

10

3

10

25

2004

14

15

3

20

14

9

12

26

2005

11

15

1

15

10

9

10

26

2006

13

10

3

27

11

11

11

26

2007

15

11

3

18

9

12

18

24

2008

8

6

5

18

5

12

14

24

2009

12

13

2

9

6

14

10

36

2010

9

9

1

11

0

29

8

38

2011

10

12

3

11

3

17

11

30

2012

8

11

1

33

4

23

15

29



Novicios por Regiones

Año

América

Cono Sud

América

Interamerica

Europa

Oeste

Italia

Medio Oriente

Europa

Norte

Africa

Madagascar

Asia Este

Oceanía

Asia

Sur

2002

76

110

11

43

71

55

80

135

2003

69

111

6

27

59

84

79

144

2004

86

98

12

25

51

92

84

145

2005

97

92

14

18

71

95

74

160

2006

76

88

3

22

47

92

75

158

2007

76

97

6

22

51

94

73

108

2008

58

105

4

18

48

100

89

135

2009

64

91

8

24

40

89

64

146

2010

40

73

1

18

55

114

93

138

2011

46

46

7

15

29

94

60

117

2012

43

63

3

21

38

107

69

136

TOT

731

974

75

253

560

1016

840

1522



El cuidado de las vocaciones y la formación ha debido afrontar siempre retos antropológicos, sociales y culturales. Esto significa sencillamente que hoy estamos ante un tipo de retos que requieren soluciones nuevas, precisamente porque nos encontramos ante un joven culturalmente nuevo, caracterizado por la dificultad de escoger y de considerar que una elección puede ser definitiva, por la fatiga de perseverar y de vivir la fidelidad, por la incomprensión de la necesidad de ascesis y de renuncias, por la fuga del sufrimiento y de la fatiga. Siente la necesidad de la afirmación de sí mismo en el plano profesional y económico; desea independencia y protección al mismo tiempo; encuentra difícil apreciar el celibato y la castidad, arrastrado por la visión difundida por los medios de comunicación social; y —last but not least— vive un analfabetismo de fe y una experiencia pobre de vida cristiana5. Naturalmente, al lado de estos aspectos de debilidad, los jóvenes presentan recursos y actitudes positivas: la búsqueda de relaciones interpersonales significativas, la atención a la afectividad, la disponibilidad y la generosidad en el compromiso gratuito y en el voluntariado, la sinceridad y la búsqueda de autenticidad.

La formación en la fidelidad a Dios, a la Iglesia, al propio Instituto, a los destinatarios, comienza ya desde el momento de la selección de los candidatos. Hay que apuntar preferentemente hacia personalidades proactivas, con sentido emprendedor y de iniciativa, con capacidad de realizar opciones libres y de organizar la vida en torno a ellas, sin constricciones externas ni internas. A esto se añade la necesidad de un discernimiento, que debe tener un doble punto de referencia: por un lado, una criteriología sobre la idoneidad compartida por el equipo de los formadores y, por otro lado, una presencia clara en el candidato de aquellas cualidades que favorecen la identificación con un proyecto de vida evangélica. Esto exige plantear cada vez más la formación sobre la personalización, entendida como profundización de las motivaciones, asunción personal de valores y actitudes consonantes con la vocación consagrada salesiana, acompañamiento cualificado por los formadores.



En la Ratio y en Criterios y Normas, tenemos dos documentos preciosos, fruto de la experiencia y de la praxis formativa de la Congregación, de las contribuciones de las ciencias humanas, de la comparación con la «Ratio» de otras Órdenes, Congregaciones e Institutos religiosos, pero que, desgraciadamente, no siempre son bien conocidos y aplicados por todos los equipos formativos. Se puede errar en otros campos, pero no en el de la formación, porque esto significa arruinar generaciones de Salesianos, hipotecar la misión y comprometer la misma Institución. No debemos olvidar que la identidad, la unidad y la vitalidad de la Congregación dependen, en gran medida, de la calidad de la formación y del gobierno en los diversos niveles: local, inspectorial y congregacional.



Merece la pena recordar nuevamente y explicitar mejor que la formación es competencia de la Congregación, que confía a las Inspectorías el deber de realizarla, asegurando las condiciones de personal, de estructuras, de recursos que la hacen posible. Por tanto, no se justifica el deseo de una Inspectoría de pretender tener todas las etapas formativas en su territorio; más bien debe reflexionarse sobre la responsabilidad de formar al Salesiano que demandan hoy la Congregación, la Iglesia, los jóvenes. Todavía existen algunas resistencias a experiencias interinspectoriales de comunidades formativas; aunque no pueden asegurar una buena formación por falta de formandos y formadores, algunas Inspectorías insisten en querer actuar por sí solas. Insisto en que la formación es una competencia congregacional y no solo de responsabilidad inspectorial; las personas son el don más precioso de la Congregación, que confía la realización concreta de la formación inicial a Inspectorías, grupos de Inspectorías o Regiones. De aquí la urgencia inderogable de cuidar bien las comunidades de formación inicial, de calificar los centros de estudio, de preparar formadores y no solo profesores, pero también de asegurar la vitalidad de todas las comunidades en la Inspectoría, la calidad de la fe, la radicalidad de la sequela Christi de cada hermano.



1.1 Las motivaciones

El punto de partida es con frecuencia una concepción equivocada de vocación; a veces se identifica con un proyecto personal motivado por un deseo de autorrealización, por una sensibilidad social hacia los más pobres, o por una búsqueda de vida tranquila, sin graves compromisos y sin la entrega total, incondicionada, a Dios y a la misión en comunidad.

Estas motivaciones no son válidas o, al menos, no son suficientes para acoger el don de la vida consagrada; no son siempre expresiones de fe, sino de voluntarismo («quiero ser religioso», «he decidido hacerme Salesiano»…) o de sensibilidad social («me siento llamado a servir a los pobres, a los muchachos de la calle, a los indigentes, a los inmigrantes, a los drogodependientes…) y de búsqueda de seguridades.

Se olvida que la vida como vocación se descubre solo a la luz de la fe y que, con mayor razón, la llamada a una vida consagrada no es posible sino en la perspectiva de la fe en el Señor que llama a los que Él quiere a estar con Él, a seguirle, a imitarle, para luego enviarles a predicar. Así la sequela Christi y la imitatio Christi se convierten en elementos que caracterizan la vida de los discípulos y apóstoles de Jesús y que, precisamente, caminando tras Él e intentando reproducir sus actitudes, es como nos identificamos con Él hasta la plena configuración con Él.

Es verdad que al principio pueden existir motivaciones no del todo válidas y, por tanto, insuficientes, para justificar y hacer posible una opción radical de vida centrada en Dios, en el Señor Jesús y en su Evangelio, en el Espíritu. Tarea de una verdadera formación es ayudar a identificar, valorar, discernir las motivaciones y después purificarlas y hacerlas madurar de manera que tengan a Dios y su voluntad como valor supremo.

Esta tarea ineludible es muy delicada. De hecho, muchas motivaciones son inconscientes; esto lleva al candidato a expresar motivaciones que ha sentido y aprendido, sin poder conocer y dar a conocer las reales. No se debe olvidar que el Evangelio habla de un individuo que, después de haber sido curado por Jesús, había expresado el deseo de estar con Él. El Señor no se lo permitió, sino que le dijo: «Ve a tu casa, con los tuyos, anúnciales lo que el Señor te ha hecho y la misericordia que ha usado contigo» (Mc 5,19).

Además de esto, se debe considerar también la cultura que caracteriza a las nuevas generaciones. La Unión de los Superiores Generales ha dedicado dos Asambleas a este aspecto. En la primera trató de conocer mejor el perfil de los jóvenes que hoy llaman a las puertas de la Vida Consagrada, los valores a los que son más sensibles, los retos que atribuyen a la formación y que pueden ser convertidos en oportunidades formativas. En la segunda hay un acercamiento al tema de la fidelidad, que no es identificable con la perseverancia. En realidad, a veces sucede que algunos religiosos perseveran, en el sentido de que permanecen, cuando sería mejor que dejasen el Instituto. La fidelidad no es solo permanecer fieles externamente a una profesión hecha al Señor, sino que es el compromiso de vivir cotidianamente lo que se ha profesado.



1.2 Oportunidades y retos antropológicos



En la Asamblea de la USG de mayo de 2006, fui invitado a ofrecer una reflexión sobre los retos antropológicos a la fidelidad vocacional de la vida consagrada, que considero importante proponeros. En la manera de percibir lo humano y sus posibilidades existen elementos constantes, que podríamos decir que constituyen una visión intercultural y prevalente. La felicidad y la realización de sí mismos, los deseos y las aspiraciones, los afectos y las emociones son oportunidades y retos. Aunque suponen retos, estos aspectos antropológicos son imprescindibles para cualquier vida consagrada que quiera ser plenamente humana y, por tanto, creíble. Constituyen la base para una buena formación hacia la fidelidad vocacional.



Autenticidad

La situación antropológica actual ofrece a la vida consagrada la oportunidad de una nueva autenticidad. En efecto, la cultura de hoy, especialmente la juvenil, aprecia la autenticidad. La gente quiere vernos felices. Quiere ver que aquello que decimos está de acuerdo con lo que hacemos y que nuestras palabras son genuinas porque nacen de la coherencia de la vida.

La autenticidad es una verdadera oportunidad porque hace hincapié en la generosidad y en el deseo de fraternidad de los jóvenes, sobre el don de sí y sobre la alegría del encuentro, que son dinamismos muy enraizados y fuertes para el crecimiento en la vida consagrada genuina y en el amor que se entrega. Estimula y anima a los miembros más ancianos de nuestras comunidades a ser verdaderos modelos atrayentes y provocadores, a vivir el amor por Cristo que les ha inspirado a abrazar la vida consagrada y a comprender que tienen un papel que jugar en la formación de las jóvenes generaciones. La autenticidad exige atención a la dimensión humana del consagrado y de la vida cotidiana de las comunidades.

La autenticidad es también un reto, porque exige volver a lo esencial, sobre todo a superar la funcionalidad que reduce la vida consagrada a la tarea, al encargo o a la profesión, envenenando la pasión del don de sí a Cristo y a la humanidad. Impulsa todos los días a la conversión y la renovación de nuestras comunidades y a la comprensión de los consejos evangélicos como camino para la plena realización de la persona. La autenticidad reta a la vida consagrada, que está amenazada cada día por la insidia de la mediocridad y de la inercia, por el peligro de confundirse y dejarse llevar por los valores del «mundo».



Libertad

Ser persona quiere decir tener la vida en las propias manos, o sea, decidir lo que se quiere hacer de la propia vida. La libertad es responsabilidad de construirse, es posibilidad, es futuro. La libertad es una oportunidad, porque solo a través de ella se llega a la interiorización de valores y a la personalización de los procesos de formación y, por tanto, a la verdadera madurez.

La libertad es también un reto, porque exige conjugar autorrealización y proyecto, autoformación y acompañamiento, incluso el acompañamiento espiritual. Es necesario dar a los jóvenes todo el tiempo que requieran para crecer y llegar a la madurez, según su ritmo; no hay siempre correspondencia y coherencia entre las etapas canónicas y las etapas de la madurez y de la dimensión personal. A la ordenación presbiteral y a la profesión perpetua no siempre corresponde la opción personal, convencida y madura; por eso se necesitan formadores capaces de una formación personalizada.



Historicidad

El hombre es un ser in fieri y la sociedad está en continua evolución. La persona se construye en el tiempo; su autobiografía es el hilo que une la diversidad de las experiencias. La narración de la propia historia de vida asegura la propia identidad personal.

Por tanto, la historicidad es una oportunidad, porque nos hace reconocer que nuestra vida es un camino y que nuestra formación es un proceso que no acaba nunca. La vida es autorrealización y construcción de sí. La vida es una música continua, que se extiende entre la formación inicial y la formación permanente. Y los cambios de la sociedad empujan la vida consagrada a una continua renovación y adaptación; la invitan a volver a decirse a sí misma con un lenguaje del hombre de hoy.

La historicidad es también un reto, porque requiere que la formación, en cuanto permanente, anime y oriente toda la formación inicial. No es suficiente apuntar a los jóvenes y a su formación; hay que poner en movimiento a todas las comunidades y al Instituto, animando a todos los miembros a revivir «el amor del principio», la pasión vocacional que tenían en el comienzo de su vida consagrada. El camino de la propia vida corre el peligro también de replegarse narcisísticamente sobre sí y no abrirse al don de sí. En un mundo que cambia y se halla sin centro, lo que domina es el fragmento; por tanto, la formación debe servir para unificar la persona y centrarla bien en lo esencial, que es el seguimiento de Cristo.



Experiencia

Hoy es necesario superar una formación intelectualista, que pretenda interiorizar contenidos vitales sin hacer experiencia de ellos y sin integrarlos en la vivencia cotidiana. Hay un gran deseo de experiencias; se buscan las experiencias más emocionantes; se quiere hacer las propias experiencias.



La experiencia es una oportunidad, porque, cuando se aprende de la vida, la formación se hace más personalizada, concreta y profunda. Es necesaria para todos, no solo paras los jóvenes; también los hermanos adultos tienen necesidad de una experiencia fuerte y auténtica de Dios, del carisma, de los pobres, de realizaciones fraternas y comunicativas.



La experiencia es también un reto, porque la experiencia puede convertirse en fin de sí misma, mientras que, por el contrario, debería hacer experiencia de los valores. Las diversas experiencias pueden ser fragmentarias y disyuntivas; por tanto, se necesita la ayuda de un guía espiritual, que facilite la unificación de las experiencias y promueva la interiorización de los valores. No se trata de hacer muchas experiencias, sino de escoger de entre ellas unas pocas y bien preparadas, experiencias fuertes, que requieran una atención pedagógica para que los experiencias puntuales se conviertan en experiencia personal.



Relaciones humanas y afectividad

En la cultura actual se siente una gran necesidad de relaciones humanas auténticas. En los jóvenes existe una sed fuerte de fraternidad y amistad, de relaciones informales y afectuosas; pero también los adultos buscan relaciones enriquecedoras y significativas. Para poder ser profecía, la vida fraterna debe tener algo que decir sobre la capacidad de tejer relaciones, debe ser atrayente en su rostro humano, debe ser capaz de crear ambientes de familia.

El deseo de encuentro constituye ciertamente una oportunidad, porque encaminarse a una profundización de las relaciones humanas perfecciona la fidelidad y hace posible invitar a otros a entrar en una verdadera relación de autenticidad y comunicación, pero sobre todo de amor y de compromiso con la persona de Jesucristo. La fraternidad conduce a prestar más atención a los aspectos cotidianos de la vida en común. Pero se siente también la necesidad de ensanchar las relaciones y cuidar los afectos.

La fraternidad constituye también un reto, porque exige poner la mira en la conversión y en la renovación de nuestras comunidades. ¿Qué ambiente humano encuentra el joven candidato en nuestras comunidades y qué comunicación encuentran los hermanos adultos? Se trata de un reto, que presenta el problema de cómo «regenerar» las comunidades, especialmente cuando envejecen. Es un reto porque no es fácil encontrar formadores equilibrados y capaces del acercamiento personal, que sepan evitar el individualismo y ofrecer un prudente acompañamiento personal y espiritual. Además, es difícil construir el equilibrio emocional y afectivo en las propias relaciones y en la propia vivencia.



Postmodernidad

Para ser una profecía para el mundo postmoderno, la vida consagrada debe saber suscitar fascinación y lograr redescubrir su belleza.

En general, la confrontación con la cultura postmoderna es una oportunidad para proponer los valores de la vida consagrada como estímulo, purificación y alternativa a los valores del mundo: por ejemplo, la fidelidad en una cultura que se jacta de ser infiel; la vida de fe en una sociedad sin referencias a los valores religiosos; el optimismo y la esperanza en un mundo lleno de miedos. Es también una oportunidad para orientar la generosidad de los jóvenes, su sed de fraternidad, su deseo de la propia realización, su búsqueda de Dios.

La confrontación con la cultura postmoderna es también un reto, porque la cultura predominante de los medios promete una felicidad falsa pero atrayente; a nosotros nos toca ofrecer, sobre todo a los jóvenes, una experiencia personal y auténtica de Cristo y demostrar con palabras y hechos que la vida consagrada favorece la realización plena de la persona. Hace falta una nueva actualización carismática, profética y creíble; al mismo tiempo, se requiere un nuevo equilibrio carismático entre la frescura de renovación y sus expresiones históricas.



Multiculturalidad

Vivimos en un mundo que se convierte cada vez más en una «aldea planetaria»: desde el individualismo cultural se está pasando al encuentro, no exento de resistencias, de diversos mundos culturales. Es un mundo caracterizado por la globalización, la rapidez de los cambios, la complejidad, la fragmentariedad y la secularización. El consagrado ve en todo esto la acción del Espíritu de Dios que en cualquier situación obra donde, como y cuando quiere.

La diversidad cultural es una oportunidad, porque favorece la solidaridad, la acogida de las diversidades, las experiencias de voluntariado, la empatía hacia los pobres, el respeto ecológico, la búsqueda de la paz. Favorece también la internacionalización y la experiencia de universalidad de las comunidades de vida consagrada como disponibilidad al servicio donde sea requerido. De esta manera, el carisma se enriquece. Favorece en las jóvenes generaciones dinamismos de conocimiento, de acogida y de diálogo.

La diversidad cultural es también un reto, porque es difícil para la mayoría de los consagrados adultos entrar en la experiencia multicultural. Surge la necesidad de repensar el lenguaje y la manera de transmitir los valores entre mundos antropológicos distantes y extraños. Formar en la fidelidad en un mundo constantemente en cambio y culturalmente pluridireccional, hacer posible una vida de fe en una sociedad tendencialmente sin referencias a los valores religiosos y cristianos, hacen ardua la tarea formativa que debe ser permanente y abierta a experiencias interculturales. .



Renuncia

La renuncia forma parte esencial de la vida y, por tanto, también de la vida consagrada; cuando esta es asumida positivamente, se convierte en una experiencia liberadora y enriquecedora. No se puede escoger todo, aunque el que vive por amor y escoge el amor vive una experiencia totalizadora.

La renuncia es una oportunidad para nuestra vida consagrada con autenticidad y para hacer de ella una verdadera «terapia espiritual» para la humanidad. Purifica y hace auténtico el amor.

La renuncia es también un reto, porque la vida consagrada ofrece un camino privilegiado de vida, ahorrando muchas veces al consagrado los problemas y las fatigas de la vida normal. Hasta la tentación consumista, la vida confortable, el bienestar, los viajes y la posesión de medios personales, afectan a los consagrados en todas las culturas. Es necesario volver a lo esencial en nuestra vida y en las estructuras. Sobre todo para los jóvenes, pero no solo para ellos, la renuncia puede suponer un problema. Debemos ayudarles a comprender que no se trata de sacrificar alguna cosa, sino de escoger algo, mejor, a Alguien: el Señor Jesús y su seguimiento. En Él se encuentran plena libertad, alegría y realización. Esto significa estar abiertos a permitir que Jesús entre en nuestra vida y ocupe en ella el primer puesto; estamos abiertos a ser libres de condicionamientos que pueden impedirnos hacer y vivir esta opción radical.



Fidelidad

La fidelidad es la consecuencia obvia de la opción que el consagrado realiza por Dios, suscitando en su vida el fuego de la pasión por Él y por el Señor Jesús, hasta la oferta de la propia vida para siempre.

La fidelidad es una oportunidad, porque hace cada vez más profunda y personaliza la relación con el Señor Jesús y con su Reino. Permite testimoniar a Dios como valor absoluto y permanente, que permanece sólido en el vórtice de los cambios culturales. Ayuda a ver el mundo con ojos positivos y a descubrir las experiencias positivas de fidelidad en la familia, en la comunidad, en la Iglesia, como acción del Espíritu en la historia. Permite también ver el sentido de los sacrificios que el consagrado está llamado a hacer.

La fidelidad es también un reto, porque está sacudida por la situación fragmentaria y huidiza de la cultura actual. En este sentido necesita ser acompañada constantemente de forma personal y comunitaria para pasar desde el narcisismo a un morir a sí mismo en el seguimiento de Cristo. Por otra parte, la fidelidad no puede permanecer solamente en el nivel conceptual; debe ser una fidelidad viva, de encuentro con Cristo, que involucre a toda la persona y lleve al consagrado desde las «experiencias» fragmentarias a la «experiencia» fundante. Además, la fidelidad del consagrado es un reto permanente que profundizar, que se traduce en la pregunta cotidiana: ¿A quién soy fiel? La fidelidad es un reto que requiere la creación de comunidades fieles, que ayuden a pasar desde la superficialidad a la raíz profunda de la fidelidad, que construyan y renueven la fidelidad carismática y que conozcan el camino y la dinámica de sus procesos. La fidelidad ya no es considerada como realidad que dura toda la vida, sino que puede existir solamente como fidelidad «por un tiempo»; por esto en algunas Congregaciones vuelve con frecuencia la cuestión de considerar la posibilidad de incorporar algún tipo de compromiso temporal en la vida consagrada. Nosotros los Salesianos nos hemos declarado contrarios a esto. Nos parece mejor que se debe formar de manera que los hermanos sean capaces de una entrega total al Señor por siempre.

No cabe duda de que la riqueza y diversidad de las posibilidades humanas hoy ofrecen grandes oportunidades de valoración, junto con tareas formativas nuevas para la vida consagrada. Esto no banaliza la aportación determinante de la gracia y del Espíritu, que actúan precisamente en los dinamismos psicológicos y antropológicos de la persona. Por eso, la formación se realizará con atención a secundar al Espíritu, justamente a partir de estas expresiones de lo humano para llevarlas a su madurez y plenitud.



2. VOCACIÓN Y FORMACIÓN, DON Y COMPROMISO

Se plantea la cuestión: ¿Por qué debemos empeñarnos en formar a los llamados por Dios y enviados por Él a nosotros? Precisamente porque en la Congregación los consideramos don de Dios a los jóvenes, tenemos de ellos tanto cuidado y sentimos la responsabilidad de ayudarles a estar a la altura de la vocación recibida. Por tanto, intentemos profundizar mejor los dos elementos inseparables de una verdadera llamada, es decir, la vocación y la formación, el don y la tarea, que son como dos caras de la misma moneda.

El primero de los artículos que las Constituciones dedican a la formación presenta una afirmación fundamental, verdadera expresión de fe, formulada desde el punto de vista de la persona llamada: «Respondemos a la llamada (de Jesús) con el compromiso de una adecuada y continua formación»6.

Por tanto, las Constituciones entienden la formación como una respuesta a la vocación. No la identifican con el largo período de tiempo que precede a la integración plena y definitiva en la misión común, ni, mucho menos, la reducen a mero estudio, religioso y profesional, al que es necesario dedicarse como preparación específica en vista de la misión personal. Es formación todo lo que se debe hacer para reconocer, asumir e identificarse con el proyecto al que Dios nos llama: «La formación es acoger con alegría el don de la vocación y hacerlo real en cada momento y situación de la existencia»7. Por decirlo de alguna manera, la formación es el estado de vida en que entra quien se siente llamado por Jesús para estar con Él y poder ser enviado por Él (cf. Mc 3,13).

Llamándonos, Dios nos ha identificado. Y nosotros Le respondemos de manera adecuada solo cuando nos identificamos con su llamada. Por tanto, la identidad salesiana no se adecua a lo que ya somos ni a lo que deseamos ser; coincide más con Su proyecto, con cuanto Él quiere que lleguemos a ser. Ahora bien, identificarse con lo que Dios quiere de nosotros es el objetivo de cualquier formación. ¡Salesiano, sé lo que estás llamado a ser! La llamada de Dios, que es gracia inmerecida, precede y motiva el esfuerzo de adecuarse a ella, en lo que consiste fundamentalmente la formación, y «por la que el Señor nos da cada día su gracia» (Const. 96): vocación y formación son dos formas de realización en nosotros de la gracia; la vocación es la gracia de ser llamados, que precede, acompaña y requiere la formación; la formación es la gracia de hacerse dignos de la vocación, que hay que cultivar, mantener y profundizar cada vez más.



2.1 Vocación: la gracia como origen



«Nuestra vida de discípulos del Señor es una gracia del Padre que nos consagra con el don de su Espíritu y nos envía a ser apóstoles de los jóvenes» (Const. 3).

La vocación no es nunca proyecto personal de vida, que un individuo realiza con sus propias fuerzas o alimenta con sus mejores sueños; es, más bien, llamada de Aquel que, precediendo o transcendiéndole, propone al escogido previamente una meta que va más allá de él mismo y de sus posibilidades. En el primer caso, la persona siente el deseo y el entusiasmo de hacer algo en su vida, o, mejor, se propone —cree que es capaz de— hacer algo de su vida. En el segundo caso, se siente deseado para hacer algo de su vida, algo que podrá imaginar e identificar solo si responde a la llamada personal. Creerse llamado significa saberse escogido previamente (cf. Jn 15,16). «Suyo (de Dios) es el primado del amor. El seguimiento es solo respuesta de amor al amor de Dios. Si «nosotros amamos» es «porque Él nos ha amado primero» (1Jn 4,10.19). Esto significa reconocer su amor personal con el íntimo convencimiento que hacía decir al apóstol Pablo: «Cristo me ha amado y ha dado su sangre por mí» (Gal 2,20)»8.



La vida como vocación

«La vida de cada persona es vocación y como tal debe ser comprendida, acogida y realizada»9. Antes de conocer, en la llamadas, el destino de la propia vida, antes de reconocerse llamado a hacer algo de la propia vida, el creyente sabe que es llamado por Dios para el simple acto de vivir:»Él nos ha hecho y somos suyos», reconoce el salmista (Sal 100,3).

La vida, Palabra de Dios

La vida, la propia existencia, es palabra de Dios y, al mismo tiempo, la respuesta debida al propio Dios. Es lo que nos recuerda la historia de Ana, la madre de Samuel, que pide un hijo y, cuando lo recibe, siente que aquel hijo pertenece a Dios y, de hecho, le lleva al Santuario de Silo para «conducirle a ver el rostro del Señor»; después permanecerá allí para siempre»: «He rogado por este niño y el Señor me ha concedido la gracia que le he pedido. Por eso también yo le entrego como cambio al Señor: por todos los días de su vida ha sido cedido al Señor (1Sam 1,22.27-28). Llamando al hombre, Dios le ha llamado a la existencia; la persona invocada está obligada a responder: con la vida concedida, Dios nos ha impuesto el diálogo como modo de existir en su presencia. Siendo imagen de un Dios que nos ha pensado dialogando consigo mismo, podremos vivir solamente en diálogo con este Dios. La vida es un pronunciarse de Dios en favor nuestro y exige, por tanto, el pronunciarse del hombre en su favor; no es una casualidad si hemos nacido de la nada en el interior de un coloquio divino: Aquel que nos ha imaginado dialogando consigo mismo ha podido considerarnos su imagen porque podemos dialogar como Él y con Él.

«Desde el momento en que ha sido llamado por Dios a la vida, el creyente reconoce que su presencia en el mundo no obedece a una decisión propia: no vive quien quiere, quien lo ha deseado, sino aquel que ha sido deseado y amado…Precisamente porque la vida es efecto del querer divino, no se puede vivir fuera del ámbito de su voluntad: quien no existe porque quiere, no deberá existir como le parece; la vida concedida presenta unos límites que hay que respetar (Gen 2,16-17) y tareas que hay que realizar (Gen 1,28-31). El hombre bíblico, por el simple hecho de vivir, se sabe llamado por Dios y responsable ante Él: vive porque Dios le ha querido y para vivir como Dios quiere…; sabe que está vivo porque ha sido llamado por Dios; sabe que vivirá si permanece fiel a esta vocación (Gen 3,17-19)»10.

Y así, identificándonos con la llamada de Dios, encontramos nuestro bien y encontramos nuestra libertad: «Cada uno encuentra su bien adhiriendo al proyecto que Dios tiene sobre él, para realizarlo en plenitud: efectivamente, en este proyecto encuentra su verdad y adhiriendo a esta verdad se hace libre (cf. Jn 8,32)»11.



La vida, respuesta debida a Dios

Por el simple hecho de ser, el hombre debe hacerse responsable: ya que es el único viviente que refleja la naturaleza dialógica de Dios (Gen 1,26), deberá asumir la responsabilidad de la creación (Gen 1,3-25), tomarse la responsabilidad de procrear (Gen 1,27-30; Sal 8,6-9; Sir 17,1-10) y la responsabilidad de su hermano (Gen 4,9). Esta responsabilidad, de la que depende su relación con Dios y que se realiza en la custodia del mundo y del hermano, es una deuda permanente del hombre; la salda en la medida en que permanece en diálogo con Él, vigilando sobre la creación en nombre y en el puesto de Dios.



Por tanto, el hombre bíblico vive ante Dios con una deuda permanente de respuesta. El que debe su vida a una Palabra de Dios no puede quedar en silencio en su presencia. El creyente que calla ante Dios ha dejado de existir para Dios. Él nos ha imaginado hablando, y somos imagen suya si quedamos en diálogo con Él. Solamente los muertos no pueden recordarLe, solamente los muertos no Le alaban (cf. Sal 6,6; 88,11-13; Is 38,18). Todo lo que la vida nos ofrece puede ser motivo de oración12 y es tarea cuya responsabilidad hay que asumir. No existe situación humana alguna que no sea digna de ser comentada, dialogada, compartida con Dios. No hay necesidad de los hermanos ni hermano en necesidad de que no debamos responder. Recordemos que Caín no quiso hablar de su hermano Abel, más aún, declaró que no debía responder de él porque le había quitado la vida poco antes; el asesinato produjo la negación a responder del hermano.



La vocación, tarea para una vida

Para el creyente, la vida no es un hecho del azar, y mucho menos empeño del querer humano: toda vida es voluntad de Dios; en su proyecto salvífico, Dios asigna un lugar, una tarea a cada vida humana. Quien llega a la existencia ha sido querido por Dios: su existencia tiene sentido, al menos, para Dios, y su vida recibe su pleno sentido solo desde Dios.

La vocación, misión dialogada

No es una casualidad si, en la Biblia, cuando se describe una llamada de Dios, el relato se convierte en la transcripción del diálogo que abre Dios con su elegido: desvelándole el proyecto que alimenta sobre él, Dios le hace saber que cuenta con él para llevarlo a término.

Inesperadamente, sin haberlo merecido, y ni siquiera deseado, la persona llamada se encuentra con una tarea que le es propuesta y con una forma de vida que le es impuesta. Ya se trate de la generación de un pueblo (Abraham: Gen 12,1-4), o de su liberación (Moisés: Ex 3,1-4.23), de la concepción de un hijo (María: Lc1,26-38), o de la invitación a vivir con Jesús (los primeros discípulos: Mc 1,16-20), la misión asignada no responde a las posibilidades del llamado, con frecuencia no forma parte de sus prioridades. Tanto Abraham como María no veían posible la descendencia prometida (Gen 15,2-3; Lc 1,34). Normalmente, la misión designada ni siquiera es conciliable con la actividad o profesión que se está desarrollando. Moisés, pastoreando rebaños ajenos, así como los primeros discípulos de Jesús, trabajando con sus redes, vivían inmersos en proyectos bien diversos del proyecto al que fueron llamados, es decir, a guiar un movimiento de liberación nacional (Ex 2,21-3.1) o ser pescadores de hombres para el Reino de Dios (Mc 1,16.19).

Sabiendo que su vida es la consecuencia de una decisión de Dios en su favor, el creyente bíblico puede excluir de ella la casualidad y la fortuna, sea buena o mala. Al existir una Persona que le ha querido positivamente en un momento determinado y en ese momento le ha creado viviente, no dejará nunca de sentirse amado mientras viva; no será jamás presa del destino, ni lo imprevisto se le opondrá. . Pero, precisamente por esto, desde el momento en que no se ha procurado por sí mismo la existencia, tampoco puede programársela por sí mismo. No es señor de sí mismo. Ha quedado sujeto al arbitrio de Aquel que le ha amado tanto que le ha querido vivo y semejante a Él. Por tanto, su misma vida le revela como proyecto divino que realizar; su existencia personal es la prueba de la preexistencia de un plan divino sobre él. La vida es siempre misión, por haber sido don antes de nada; es encargo y gracia, pues no ha sido una herencia automática ni es un salario debido.

La misión, casa y causa de formación

Dios puede muy bien disponer de la vida de un hombre, desde el momento en que ha sido Él quien se la ha dado. Las historias de llamadas, significativamente numerosas en la Biblia, muestran de modo ejemplar este rasgo característico del Dios viviente. Dios revela a la persona llamada que cuenta con él, a veces decididamente a su pesar, y, otras, incluso contra su voluntad. Por muchas objeciones que acumule el llamado, no podrá evitar la llamada. A no ser que Dios revoque su envío, el enviado quedará como tal para siempre. Ni siquiera huyendo de Dios, se puede liberar de Él y de su voluntad, como debió aprender Jonás (Jon 1,13,3). Y todavía algo más serio: más de un llamado sentirá que ya le habrá sido robada su vida, que le ha sido secuestrada con violencia, imponiéndole una misión que no entraba en sus cálculos ni entrará del todo en sus capacidades, como lo evidencian Jeremías (Jer 1,5) y Pablo (Gal 1,15).

Dios se pone de acuerdo con los que llama conversando don ellos: Dios, que llama hablando, transforma en interlocutor a la persona escogida. Al dirigirse al llamado, Dios le revela que le desea y con qué fin le desea. Ahora bien, el único saber sobre Dios y sobre sí mismo que adquiere el llamado al asumir la llamada de Dios, consiste en saberse destinado a los otros. Cuando llama, el Dios bíblico ama al llamado por sí mismo, naturalmente, pero también por los otros. La sorpresa del llamado consiste precisamente en esto: en que la respuesta que debe a Dios por su vocación, debe intentar darla respondiendo de aquellos a los que ha sido enviado. Dios llama para estar con Él y para enviar. La amistad íntima con Él y la misión en favor de los otros son la manera de vivir la elección; son su consecuencia y su prueba. Y es formación todo lo que se hace para aprender a ser amigos y no siervos del Señor y para realizar la misión, para prepararse a la misma e identificarse con ella. La formación del Salesiano es religiosa y apostólica por naturaleza, porque está orientada y motivada por la misión.

La única respuesta que el Dios del llamado considera válida es la que realiza su llamada, es decir, la respuesta que da cuando se entrega a aquellos a los que Dios le ha destinado en el momento en que le ha llamado por su nombre. Por tanto, asumir la vocación presupone una vida de obediencia a la tarea recibida: el servicio exclusivo a los jóvenes es la respuesta que Dios espera del Salesiano. No es casualidad que estemos perdiendo la consciencia de nuestros deberes ante los jóvenes, cuando estamos perdiendo el placer y el deseo de rezar. Tampoco debe maravillarnos que todo intento de liberación de la misión salesiana empobrezca y haga más difícil nuestra oración comunitaria. No es que Dios esté alejándose de nosotros y nos impida sentirLe cercano. Es que nos estamos alejando de los jóvenes y no logramos estar cerca de sus problemas. Nos creemos abandonados por Dios porque o cuando abandonamos «la patria de nuestra misión, la juventud necesitada»13.

Como Salesianos estamos en deuda con Dios y con los jóvenes. Esta deuda nace de la gracia recibida: ha nacido, se mantiene con la vocación y se consolida con la formación «adecuada y continua» (Const. 96). «Inmerso en el mundo y en las preocupaciones de la vida pastoral, el Salesiano aprende a encontrar a Dios a través de aquellos a los que está enviado» (Const. 95). La formación consiste fundamental y principalmente en este aprendizaje. La meta consiste en encontrar a Dios en la vida que se lleva adelante mientras se vive la llamada. El camino para lograrlo y las opciones metodológicas constituyen el proceso formativo que todo llamado vive en primera persona. No será necesario salir de la vida que se está viviendo, si esta es la repuesta a la propia vocación. Donde falte la consciencia de estar haciendo ante Dios lo que Él nos ha confiado, no podrá haber formación alguna, por mucho que se estudie y por muchos años que se pasen en las llamadas «casas y etapas de formación».



2.2 Formación: la gracia como tarea

Obviamente, no estamos hablando de vocación y formación en términos abstractos. Como hemos visto al principio, las dos, vocación y formación, afrontan retos propios que, a mi parecer, proceden del contexto cultural histórico que estamos viviendo y del tipo de presencia de la Iglesia y de la Congregación.

Por lo que se refiere al contexto social, hay algunos elementos que en contraluz «tocan de cerca la experiencia vocacional». Por una parte, el valor de la persona y, por otra, el subjetivismo e individualismo. Por una parte, la dignidad de la mujer y, por otra, la ambigüedad en relación a ella. Por una parte, la revalorización de la sexualidad y, por otra, algunas expresiones suyas distorsionadas. Por una parte, la riqueza del pluralismo y, por otra, el relativismo y la debilidad de pensamiento. Por una parte, el valor de la libertad y, por otra, la arbitrariedad. Por una parte, la complejidad de la vida y, por otra, la fragmentariedad. Por una parte, la globalización y, por otra, los particularismos; por una parte, un mayor deseo de espiritualidad y, por otra, el secularismo14.

Por lo que se refiere a la Iglesia, querría responder a los retos del tiempo presente con la Nueva Evangelización, que requiere a su vez un nuevo evangelizador, que haga de Cristo el tema y el contenido de su predicación, del misterio de la cruz el criterio de autenticidad cristiana, del Evangelio su fuerza y su luz. Así será capaz de unir armónicamente evangelización, promoción humana, cultura cristiana, y de promover el diálogo cultural, ecuménico e interreligioso.

Por su parte, la Congregación, en estos últimos años, desde el Concilio Vaticano II en adelante, ha intentado actualizarse para responder a estos retos y se ha comprometido en renovar su experiencia de vocación y su praxis formativa. Desde este punto de vista, la Ratio es mucho más que un documento.

Su intuición fundamental es la de la identidad carismática e identificación vocacional. Si logramos garantizar una clara identidad salesiana a través de la formación, estamos convencidos que los hermanos se sentirán provistos de un bagaje de valores, de actitudes, de criterios que les ayudarán a afrontar con éxito la cultura de hoy y a realizar con eficacia la misión salesiana. Por tanto, querría realizar una aproximación al tema de la formación desde esta perspectiva.

Al darnos a los jóvenes como contenido de nuestra respuesta vocacional, la llamada de Dios nos ha obligado a vivir un determinado tipo de espiritualidad, que requiere una formación específica: «Creemos que Dios nos está esperando en los jóvenes para ofrecernos la gracia del encuentro con Él y para disponernos a sevirLe en ellos»15. Desde el momento en que nuestra experiencia de Dios no se puede comprender sin la referencia a los jóvenes a los que nos ha destinado Dios, del mismo modo no se podrá realizar nuestra formación sin una vida vivida en favor de ellos: «La naturaleza religiosa apostólica de la vocación salesiana determina la orientación específica de nuestra formación» (Const. 97).

El Salesiano sabe que su vida apostólica constituye el lugar privilegiado y el motivo central de su diálogo con Dios: puesto que Dios ha establecido para él esta tarea para toda la vida, podrá responderle identificándose con ella y realizándola. «La llamada de Dios le llega a través de la experiencia de la misión juvenil; no pocas el seguimiento arranca de aquí. En la misión se comprometen, se manifiestan y crecen en él los dones de la consagración. Un único movimiento de caridad le atrae hacia Dios y le empuja hacia los jóvenes (cf. Const. 10). Vive el trabajo educativo con los jóvenes como un acto de culto y una posibilidad de encuentro con Dios»16.

El compromiso por realizarlo se llama formación; efectivamente, «formación salesiana es identificarse con la vocación que el Espíritu ha suscitado a través de Don Bosco, tener su capacidad de compartirla, inspirarse en su actitud y en su método formativo»17.

Identidad carismática e identificación vocacional

En síntesis, «la vocación del Salesiano», su identidad, es «conformarse con Jesucristo y dar la vida por los jóvenes, como Don Bosco». «Toda la formación, inicial y permanente, consiste en asumir y hacer real esta identidad en las personas y en la comunidad». «De ella toma su arranque el proceso formativo y a ella se refiere constantemente». La identidad salesiana es «el corazón de toda la formación»18, su norma y su meta. «Con otras palabras: la identidad salesiana caracteriza nuestra formación, que no puede ser genérica, y especifica sus deberes y sus exigencias fundamentales»19 .

Objetivos de la formación

Formarse implica reconocer la forma de vida a la que se es llamado e identificarse más plenamente con ella. Como ya he aludido, en la vida consagrada la formación no coincide con el tiempo pedagógico que precede a la preparación a los votos, al ministerio sacerdotal, un tiempo, por tanto, limitado e irrepetible; es más bien una situación permanente, nunca terminada, que dura «toda la existencia, para comprometer toda la persona, corazón, mente y fuerzas (cf. Mt 22,37) y hacerla semejante al Hijo que se da al Padre por la humanidad»20.

«Efectivamente, a través de la formación se realiza la identificación carismática y se adquiere la madurez necesaria para vivir y actuar en conformidad con el carisma fundacional: desde el primer estado de entusiasmo emotivo por Don Bosco y por su misión juvenil se llega a una verdadera conformación con Cristo, a una profunda identificación con el Fundador, a la asunción de las Constituciones como regla de vida y criterio de identidad, y a un fuerte sentido de pertenencia a la Congregación y a la comunidad inspectorial»21.

Lo que estamos llamados a ser determina lo que debemos esforzarnos por ser: la identidad carismática provoca y guía el compromiso de identificación, personal y comunitaria, que es la formación. En otras palabras, los objetivos de la formación para la vida salesiana son impuestos por la misma vocación salesiana, en definitiva, por Dios, que nos llama a realizar estas tareas:



1º Enviados a los jóvenes: conformarse con Cristo Buen Pastor.

Como Don Bosco, el Salesiano tiene como primero y principal destinatario de su misión «la juventud pobre, abandonada, en peligro, que tiene mayor necesidad de ser amada y evangelizada» (Const. 26)22.

Responder a esta misión nos obtiene la conformación23 con Cristo, Buen Pastor, cuyo fruto y garantía natural es la caridad pastoral. Amar a los jóvenes como Cristo los ama «es para el Salesiano proyecto de vida»; lo que hará para representar el amor de Dios a los jóvenes (cf. Const. 2: ser en la Iglesia signo y portador) le identificará con Cristo, apóstol del Padre. «A través de los jóvenes el Señor entra en la existencia del Salesiano y toma el puesto principal; y el ansia de Cristo Redentor encuentra eco en el lema Da mihi animas, caetera tolle, que constituye el punto unificador de toda su existencia»24.

El Salesiano se conforma a Cristo realizando su misión, «el parámetro seguro y definitivo de nuestra identidad»25, con corazón oratoriano26, respondiendo a las necesidades de los jóvenes con imaginación y sensibilidad educativa. Y es en la vida cotidiana, y no en comportamientos puntuales y extraordinarios, «es en la realidad de cada día donde el Salesiano traduce en experiencia de vida su identidad de apóstol de los jóvenes»27.



2º Convertidos en hermanos por una misión única: hacer de la vida común lugar y objeto de formación

«Vivir y trabajar juntos es para nosotros, Salesianos, una exigencia fundamental y camino seguro para realizar nuestra vocación» (Const. 49). De hecho, no se deja a nuestro arbitrio vivir comunitariamente la misión; no somos libres de aceptarlo, ni podemos librarnos de ello a nuestro gusto; ni siquiera es una decisión táctica con la finalidad de una mayor eficacia apostólica; «es uno de los rasgos más fuertemente caracterizadores de la identidad salesiana. El Salesiano es convocado a vivir con otros hermanos consagrados para compartir el servicio del Reino de Dios entre los jóvenes»28.

Por vocación, el Salesiano es «parte viva de una comunidad» y «cultiva un profundo sentido de pertenencia a ella». «Con espíritu de fe y sostenido por la amistad, el Salesiano vive el espíritu de familia en la comunidad y contribuye día a día a la construcción de la comunión entre todos los miembros. Convencido de que la misión está confiada a la comunidad, se compromete a trabajar con sus hermanos desde una visión de conjunto y desde un proyecto compartido»29.

Puesto que «la asimilación del espíritu salesiano es fundamentalmente un hecho de comunicación de vida» (Reg 85), la formación, en cuanto identificación con el carisma salesiano, requiere todavía más aquella comunicación que «tiene como contexto natural la comunidad»30. Además de ser «el ambiente natural del crecimiento vocacional», «la vida misma de la comunidad, unida en Cristo y abierta a las exigencias de los tiempos, es formadora» (Const. 99). Vivir en y para la comunidad es vivir en formación.

3º Consagrados por Dios: Testimoniar la radicalidad del Evangelio

«La misión apostólica, la comunidad fraterna y la práctica de los consejos evangélicos son los elementos inseparables de nuestra consagración» (Const. 3).

«La vida espiritual salesiana es una fuerte experiencia de Dios, que es sostenida y a su vez sostiene un estilo de vida fundado enteramente en los valores del Evangelio (cf. Const. 60). Por esto, el Salesiano asume la forma de vida obediente, pobre y virginal que Jesús escogió para Él en la tierra… Creciendo en la radicalidad evangélica con intensa tonalidad apostólica, hace de su vida un mensaje educativo, dirigido especialmente a los jóvenes, proclamando con su existencia «que Dios existe y que su amor puede colmar una vida; y que la necesidad de amar, la inclinación de poseer y la libertad de decidir de la propia existencia adquieren su sentido supremo en Cristo salvador» (Const. 62)»31.

Por tanto, la práctica de los consejos evangélicos, además de ser mensaje y método de evangelización32, «constituye un principio de identidad y un criterio formativo»33.



4º Compartiendo vocación y misión: animar comunidades apostólicas en el espíritu de Don Bosco

«El Salesiano no puede pensar íntegramente su vocación en la Iglesia sin referirse a aquellos que con él son los portadores de la voluntad del Fundador. Con la profesión entra en la Congregación Salesiana y es insertado en la Familia Salesiana»34; en ella tenemos responsabilidades peculiares: «mantener la unidad del espíritu y estimular el diálogo y la colaboración fraterna para un enriquecimiento recíproco y para una mayor fecundidad apostólica» (Const. 5).

Por el hecho de serlo, «cada Salesiano es animador y se ejercita cada vez más para serlo»35. Responder a la propia vocación le hace responsable del carisma salesiano que viven, en modo diverso, los varios miembros de la Familia Salesiana.»La formación da al Salesiano un fuerte sentido de su identidad específica, abre a la comunión en el espíritu salesiano y en la misión con los miembros de la Familia Salesiana que viven proyectos vocacionales diversos… La comunión será tanto más segura cuanto más clara sea la identidad vocacional de cada uno y más grandes la comprensión, el respeto y la valoración de las diversas vocaciones»36. «La formación hacia la comunión en los valores salesianos hace crecer la consciencia de la tarea de animación carismática y califica para ello»37.



5º En el corazón de la Iglesia: edificar la Iglesia, sacramento de salvación

«La vocación salesiana nos coloca en el corazón de la Iglesia» (Const. 6); por tanto, la experiencia espiritual del Salesiano es una experiencia eclesial»38. Si para Don Bosco amar a la Iglesia fue un modo característico de su vida y de su santidad, para nosotros «ser Salesianos es nuestro modo de ser intensamente Iglesia»39.

El Salesiano llega a serlo creciendo en el sentido de pertenencia a la Iglesia40, comprometido con sus preocupaciones y problemas, insertado en sus programas pastorales e involucrando a los jóvenes en los mismos, viviendo en comunión cordial con el Papa y con aquellos que trabajan por el Reino (cf. Const. 13)41.



6º Abiertos a la realidad: inculturar el carisma

La vocación del Salesiano exige «apertura y discernimiento ante las transformaciones en acto en la vida de la Iglesia y del mundo, especialmente de los jóvenes y de los ambientes populares»42. Como Don Bosco, el Salesiano convierte la realidad histórica en «tejido de su vocación», «en reto e invitación acuciante al discernimiento y a la acción… Se esfuerza por comprender los fenómenos culturales que impregnan hoy la vida, realiza una reflexión atenta y comprometida sobre ellos, los percibe en la perspectiva de la Redención»43. La lectura evangélica de la realidad, en particular de la realidad juvenil y popular, es una obligación si se quiere responder adecuadamente a la vocación salesiana; por tanto, es parte integrante del compromiso formativo.

«Llamado a encarnarse entre los jóvenes de un determinado lugar y cultura, el Salesiano necesita una formación inculturada. Mediante el discernimiento y el diálogo con el propio contexto, se esfuerza por imbuir de valores evangélicos y salesianos los propios criterios de vida, y de enraizar la experiencia salesiana en el propio contexto. De esta fecunda relación surgen estilos de vida y métodos pastorales más eficaces por su coherencia con el carisma de fundación y con la acción unificadora del Espíritu Santo (cf. VC 80)44.



Metodología formativa

«Responder a la llamada de Cristo que llama personalmente significa hacer reales los valores vocacionales»45. Considerada la experiencia secular salesiana, desde Don Bosco a nuestros días, la identificación teórica de los valores carismáticos puede darse hoy como meta suficientemente alcanzada. El reto más grande que afronta hoy la formación consiste, más bien, en el método formativo, en cómo hacer de la propuesta vocacional un proyecto personal de vida, en cómo pasar de los valores apreciados a los valores vividos, en cómo transformar carisma salesiano en realidad cotidiana.

Impulsada por una vocación gratuita, y antes que proceso metodológico, la formación es diálogo personal intransferible con Dios; es, y en este orden, «gracia del Espíritu, actitud personal, pedagogía de vida»46. En definitiva, el Espíritu de Dios es el autor de la llamada y el único y verdadero formador del llamado: ha iniciado el diálogo con su propuesta y es capaz de sostenerlo con su fuerza. Su acción formativa queda así abierta al sentido del misterio de Dios y de la persona; sin este diálogo interior nada está garantizado; lo demuestra muy bien nuestra vivencia personal y nuestra experiencia de educadores.

Afirmada la prioridad del Espíritu en el proceso formativo47, de la experiencia educativa salesiana, de las orientaciones de la Iglesia y de la Congregación y del análisis de la realidad formativa, emergen en estos últimos años algunas opciones de método que «parecen indispensables para el conseguimiento de los objetivos del proceso formativo y para cultivar la vocación de forma continua»48.



1º Alcanzar a la persona en profundidad

La formación, «la asimilación personal de la identidad salesiana»49 se realiza en ser como Don Bosco más que en el actuar como él. Esto obliga a centrar el compromiso formativo, prioritariamente, en la interiorización de la experiencia sin limitarse a conocimientos o a repetir comportamientos formales, externos, que no expresan realmente los valores que estamos llamados a vivir y son meras formas de adaptación a un ambiente50. Sin interiorización se corre un doble peligro: por una parte, se reduce la formación a mera información, cuando se da por descontada la apropiación de valores solo por el hecho de hablar con frecuencia de ellos; por otra parte, se rebaja la formación a simple acomodación, cuando se asume miméticamente un género de vida sin apropiarse sus motivaciones últimas.

La interiorización de los valores carismáticos implica necesariamente la existencia de motivaciones personales, y se hace inalcanzable si no se logra convertir los valores carismáticos en convicciones subjetivas. Solo teniendo fuertes razones para llegar a ser lo que estamos llamados a ser, podemos descubrir como valores los elementos que forman el conjunto de la vida salesiana, experimentarlos y asumirlos hasta convertirlos en modo connatural de ser. Así es como la persona queda tocada en profundidad y se realiza su transformación.

Junto a esto se señala un aspecto propio de la educación salesiana, que es partir de la persona concreta, de su historia personal, de su proceso ya realizado en las diversas dimensiones de la persona humana, superando la tentación de homogeneización y de nivelar a todos por pragmatismo, sin respetar los ritmos de maduración de las personas. Este aspecto conlleva la tarea de ayudar a actuar de tal manera que la persona se conozca y se acepte, sea consciente de sus convicciones y las someta a discernimiento, como condición indispensable para construir sobre la verdad y la aceptación de sí mismo. Implica también el conocimiento preciso de las necesidades de la persona y la elaboración de un camino adecuado. Finalmente, implica la propuesta clara del proyecto de vida salesiana, con todas sus exigencias, sin dejar espacio a fáciles entusiasmos y a emociones pasajeras.

El conocimiento de sí mismo, que ya es un valor, está orientado a la experiencia formativa de la confrontación de la persona con la identidad vocacional que quiere asumir. Así nace el perfil con el que la persona quiere identificarse (Cristo, a la manera de Don Bosco, parafraseando la expresión de san Pablo: «Sed imitadores míos como yo lo soy de Cristo») y, a partir de este perfil, se delinea el plan de trabajo espiritual que favorece esa creciente identificación, que, como es lógico, no tiene fin y vale para toda la vida.

La primera responsabilidad de esta identificación interior recae sobre la misma persona llamada. No se trata de una tarea delegable ni prorrogable: nadie la puede realizar en el puesto del llamado ni este último puede hacerlo cuando quiere. Precisamente porque es llamado y para responder a la llamada, el llamado debe empeñarse a fondo, sin reservas, con generosidad y radicalidad, con convicción y entusiasmo. Poco a poco crecerá en el sentido de pertenencia a la familia de la quiere formar parte y se sentirá en casa51.



2º Animar una experiencia formativa unitaria

La formación se realiza necesariamente a través de un camino largo y diversificado, en diversas comunidades y con diversos responsables. Para que pueda ser una experiencia integrada y personalizada, es necesario que sea comprendida y realizada como una propuesta única, que se desarrolla bajo un único proceso, aunque varíen las acciones concretas y los acentos, según las diversas etapas de la vida del Salesiano. La elaboración de la propuesta es responsabilidad comunitaria52: transciende preferencias o necesidades individuales y transmite el carisma fundacional de manera accesible y pedagógica.

Para evitar «el riesgo de hacer de la formación una suma de intervenciones inorgánicas y discontinuas, confiadas a la acción individual de personas o grupos53, la formación debe ser pensada como proyecto unitario y orgánico y vivida con mentalidad de proyecto. El proyecto engloba tanto lo que objetivamente constituye el carisma salesiano (objetivos generales), como lo que persigue la formación en cada momento y las intervenciones formativas con que lo realiza (objetivos de cada etapa, las estrategias para conseguirlos y los métodos de evaluación)54.

Como el proceso formativo está al servicio de la persona55, su maduración requiere tiempos «psicológicos» más que cronológicos. Ahora bien, superando una concepción según la cual las cosas del espíritu no son evaluables, la formación debe ser verificada en base a la consecución de los objetivos formativos propuestos. La formación no es cuestión de superar fases y completar un currículum; más bien se trata de integrar valores y de mantener una fuerte tensión vocacional. Una etapa formativa debe preparar la sucesiva; el paso desde una fase a la otra debe estar caracterizado «por el conseguimiento de los objetivos más que por el transcurso del tiempo o del currículum de estudios…El ritmo de crecimiento vocacional debe mantenerse sin caídas de tensión y debe sostenerse por compromisos crecientes y por verificaciones oportunas»56.

Como en todo hecho educativo, el «llamado» es el sujeto que da unidad a todas las intervenciones, a las motivaciones, a las actividades, porque solo él puede integrar todo de manera orgánica en torno al proyecto apostólico que es la vida salesiana, como hizo Don Bosco, que, utilizando las palabras de don Rua, «no dio paso, no pronunció palabra, no empezó empresa que no tuviese como finalidad la salvación de la juventud» (Const. 21).



3º Asegurar el ambiente formativo y la corresponsabilidad de todos

«La asimilación del espíritu salesiano es fundamentalmente un hecho de comunicación de vida» (Reg 85).Como en el caso de Jesús con sus primeros discípulos (Mc 3,13-14; Pastores dabo vobis, 60) y de Don Bosco con los primeros Salesianos57, la formación debe realizarse en un ambiente de diálogo vocacional, de convivencia cotidiana y de responsabilidad compartida.

Evidentemente, la primera responsabilidad recae sobre el llamado, «protagonista necesario e insustituible de su formación, (que) en definitiva es auto-formación»58. «Cada Salesiano asume la responsabilidad de la propia formación» (Const. 99). Es él quien debe conocer, aceptar y asumir la propia vocación y actuar en consecuencia. Y puede hacer esto «tomando como punto de referencia la Regla de vida e involucrándose en la experiencia cotidiana y en el camino formativo de la comunidad… Una de las formas concretas para expresar la propia responsabilidad en la formación es tener el proyecto personal de vida» 59.

El Salesiano debe encontrar en su comunidad «el ambiente natural de crecimiento vocacional… La misma vida de la comunidad es formativa, unida en Cristo y abierta a las necesidades de los tiempos» (Const. 99). Evidentemente, no basta con que exista cierto grado de vida común; la comunidad es ambiente de formación cuando logra ser sujeto colectivo de formación, es decir, cuando se organiza de manera que promueva en su interior relaciones interpersonales más profundas, un celo apostólico corresponsable, competencia profesional y capacidad pedagógica, una vida de oración estimulante, un estilo de vida auténticamente evangélico, preocupación por el crecimiento vocacional de cada hermano, a través de un proyecto propio y compartido, la apertura a las necesidades de la Iglesia y de los jóvenes, la sintonía con la Familia Salesiana. En particular, la comunidad evalúa su compromiso cotidiano en la comunidad educativo-pastoral, considerándola como un «espacio privilegiado de auténtico crecimiento y de intensa formación permanente»60.

«Antes de ser un lugar, un espacio material», las comunidades dedicadas específicamente a la formación inicial deben ser «un espacio espiritual, un itinerario de vida, una atmósfera que favorece y asegura un proceso formativo»61. Desde el punto de vista educativo, unas comunidades educativas en camino62 se caracterizan por la calidad de su proyecto formativo, elaborado y compartido por todos63, y aseguran las condiciones ambientales que favorecen la personalización de la experiencia formativa. Para traducir el proyecto común a praxis formativa cotidiana, es «condición indispensable y punto estratégico determinante» la existencia de un equipo consistente de formadores64; la eficacia de sus intervenciones formativas dependerá de que se presenten y actúen no tanto como acompañantes aislados cuanto como equipo que representa la «mens» y la praxis formativa de la Congregación y que comparte criterios de discernimiento y pedagogía de acompañamiento.

Dentro del equipo formativo, el director de la comunidad ejerce un papel relevante; «todavía más comprometido»65 si es director de una comunidad formadora, puesto que es responsable de animar el «crecimiento vocacional de sus hermanos»66. Es responsable del proceso formativo personal de cada hermano. Es también el director espiritual propuesto, no impuesto, a los hermanos en formación67. «Padre, maestro y guía espiritual» (Const. 50) de la comunidad, favorece en ella un ambiente formativo a través de la creación de un clima rico de valores salesianos, humanos y apostólicos, la mantiene en actitud de respuesta a la llamada de Dios y en sintonía con la Iglesia y la Congregación, considera momento privilegiado el coloquio personal y la dirección espiritual para la personalización de la vocación, constituye y anima el equipo de formadores «haciendo converger el compromiso de todos en un proyecto común en sintonía con el proyecto inspectorial»68.



Por su novedad y urgencia, sorprende la presentación de la comunidad inspectorial como «comunidad formadora pero también comunidad en formación»: «Es responsabilidad primera de la comunidad inspectorial en el ámbito formativo promover la identificación de los hermanos con la vocación salesiana, especialmente de cuantos están en formación inicial, comunicando vitalmente esta vocación. Por tanto, no es indiferente que se muestre cargada de fuertes motivaciones o desmotivada, fervorosa en la acción o cansada. El clima de oración y de testimonio, el sentido de responsabilidad común y la apertura al contexto y a los signos de los tiempos, la vivencia con valentía espiritual y competencia de los diversos compromisos de la misión salesiana, la oferta de un ambiente que proporciona cada día criterios y estímulos de fidelidad, la red de relaciones cordiales y de colaboración entre las comunidades, entre cada hermano, entre los grupos de la Familia Salesiana y con los laicos comprometidos en la comunidad: todos estos aspectos constituyen el ambiente inspectorial para la formación de los hermanos. Este clima permite a los hermanos en formación hacer experiencia viva de la identidad salesiana y sentirse sostenidos en el camino vocacional69.

Esta misión formativa de la Inspectoría «no es un puro estado de ánimo, ni solo un hecho de buena voluntad…, sino un principio que organiza la vida de la Inspectoría y compromete toda su realidad; partiendo de las exigencias de la consciencia vocacional y de la corresponsabilidad de todos en la misión, se traduce en un proyecto inspectorial formativo orgánico»70.



4º Dar calidad formativa a la experiencia cotidiana

«Llamado a vivir cualquier situación como compromiso formativo», el Salesiano «se esfuerza por discernir en los acontecimientos la voz del Espíritu, adquiriendo así la capacidad de aprender de la vida (y) atribuye eficacia formativa a sus actividades ordinarias (Const. 119). De hecho, «la experiencia cotidiana vivida en clave formativa nos acerca a la verdad de nosotros mismos y nos ofrece ocasiones y estímulos para hacer real nuestro proyecto de vida»71.

Esta ha sido la escuela de Jesús con sus discípulos, mientras compartía la vida, el cansancio y el reposo, y mientras caminaban hacia Jerusalén. También ha sido educativa la experiencia cotidiana de Don Bosco que atribuía «valor educativo a las tareas de cada día, en el patio y en la escuela, en la comunidad y en la iglesia (cf. Const. 40), en el modo de ver y de leer los acontecimientos, de responder a la situación de los jóvenes, de la Iglesia y de la sociedad»72.

A pesar de todo, y esto es innegable, la vida cotidiana no es formativa sin más; deben existir algunas condiciones para que pueda ser camino concreto y cotidiano de identificación vocacional:

  • la presencia entre los jóvenes: «El encuentro con los jóvenes es para el Salesiano camino y escuela de formación»; el contacto con los jóvenes y su mundo le hace consciente de la necesidad de competencia educativa y profesional, de cualificación pastoral y de una actualización constante»73;

  • la misión juvenil requiere trabajar juntos, que resulta formativo «cuando va acompañado de la reflexión y, más todavía, cuando está transida por una actitud de oración. Por eso, la comunidad crea momentos y espacios que favorecen una mirada atenta, una lectura más profunda, una compartición serena. Y el Salesiano está llamado a confrontarse con las propias motivaciones de fondo, con el propio sentido pastoral, con la consciencia de la propia identidad»74;

  • la comunicación recíproca, «intercambio de dones y de experiencias para el enriquecimiento mutuo de las personas y de la comunidad». Esto requiere un aprendizaje. «Por parte de quien comunica, es necesario superar cierto miedo o timidez a expresar los propios pensamientos y sentimientos y tener la valentía de confiar en el otro. Por parte de quien recibe la comunicación, se necesita la capacidad de acogerla con estima por la persona, sin juzgarla, y de apreciar la diferencia de perspectivas»75;

  • las relaciones interpersonales «favorecen y revelan el nivel de maduración de una persona, indicando hasta qué punto el amor ha tomado posesión de su vida y hasta qué punto ha aprendido a expresarlo»76. Sin la capacidad de amar y sin la voluntad de perdonar no son posibles relaciones auténticamente personales;

  • el contexto socio-cultural influye en el modo de ser, sentir y valorar la realidad y, en consecuencia, interpela a la propia identidad. Además de conocer bien la situación actual, hay que saber interpretarla a partir de Dios, para dar respuestas que estén en consonancia con nuestra vocación y misión: «La capacidad de «ver» a Dios en el mundo y de captar su llamada a través de las urgencias de los momentos y de los lugares, es una ley fundamental del camino de crecimiento salesiano»77.



5º Cualificar el acompañamiento formativo

La formación requiere un acompañamiento. Además de ser «característica fundamental de la pedagogía salesiana», es «condición indispensable» para la personalización y el discernimiento. El acompañamiento tiene la finalidad de «asegurar al hermano la cercanía, el consuelo, la orientación y el sostén adecuados en todo momento del proceso formativo y conseguir que el hermano esté disponible y activamente responsable para buscar, acoger y sacar provecho de este servicio, teniendo presente que esto puede asumir múltiples formas y varios grados de intensidad. No se limita al diálogo individual, sino que es un conjunto de relaciones, un ambiente y una pedagogía, propios del Sistema Preventivo; va desde la presencia cercana y fraterna que suscita confianza y familiaridad, al camino realizado en el nivel de grupo, a la experiencia comunitaria; desde encuentros breves y ocasionales al diálogo personal buscado, frecuente y sistemático; desde el cotejo sobre aspectos externos hasta la dirección espiritual y la confesión sacramental»78.

Además del acompañamiento personal, pertenece al estilo salesiano el acompañamiento por el ambiente educativo, que es resultado de las relaciones interpersonales, de las orientaciones de los responsables, del proyecto común compartido. El acompañamiento comunitario desempeña una tarea muy importante en la comunicación vital de los valores salesianos. Cuidarlo «significa asegurar la calidad pedagógica y espiritual de la experiencia comunitaria y la calidad de la animación y de la orientación de la comunidad … Tiende a construir una comunidad orientada con claridad de identidad y animada pedagógicamente y una experiencia comunitaria que orienta, estimula y sostiene a través de múltiples expresiones cotidianas del estilo salesiano. Constituye un compromiso para cualquier ambiente formativo y especialmente para las comunidades demasiado exiguas y poco numerosas»79.

Para que «ayude a cada uno a asumir e interiorizar los contenidos de la identidad vocacional», el acompañamiento debe ser personalizado; hay que asegurar la presencia y la entrega de personas comprometidas en la formación, su competencia y la unidad de criterios. En la tradición salesiana, el acompañamiento personal se realiza con diversas formas y personas:

  • El director «tiene responsabilidad directa hacia cada hermano y le ayuda a realizar su vocación personal» (Const. 55); durante la formación inicial el director es «responsable del proceso formativo personal». Cumple este servicio mediante el coloquio, «elemento integrante de la praxis formativa salesiana, signo concreto de atención y cuidado de la persona y de su experiencia». Realizado «una vez al mes» (Reg 79), en la formación inicial es «una forma de orientación espiritual que ayuda a personalizar el proceso formativo y a interiorizar sus contenidos»80.

  • Otra forma de acompañamiento, específicamente prevista por la pedagogía salesiana, «está constituida por los momentos periódicos de verificación personal («escrutinios»), a través de los cuales el Consejo de la comunidad ayuda al hermano a evaluar su situación formativa personal, le orienta y le estimula concretamente en el proceso de maduración»81.

  • La dirección espiritual, que «es un ministerio de iluminación, de sostenimiento y de guía en el discernimiento de la voluntad de Dios para alcanzar la santidad, motiva y suscita el compromiso de la persona, la estimula hacia opciones serias en sintonía con el Evangelio y confronta con el proyecto vocacional salesiano»82; según la tradición salesiana, el director de la comunidad de formación «es el director espiritual propuesto a los hermanos, pero quedándoles la libertad de escoger a otro director espiritual»83.

  • El sacramento de la reconciliación, en el que «se ofrece a cada hermano una dirección espiritual muy práctica y personalizada, enriquecida por la eficacia propia del sacramento. El Confesor no solo absuelve de los pecados, sino que, reconciliando al penitente, le anima y estimula a la vida de fidelidad a Dios y, por tanto, también en la perspectiva vocacional específica. Precisamente por esta razón está bien que durante la formación inicial los hermanos tengan un confesor estable y ordinariamente Salesiano»84.

Existen otras formas de acompañamiento personal y otros responsables, que ayudan al hermano a integrar en su experiencia formativa el ejercicio educativo-pastoral y el compromiso en la formación intelectual85. «Condición clave para el acompañamiento es la actitud formativa del hermano en formación inicial»86. En fin, «el acompañamiento formativo se coloca en el ámbito de la animación»87: evita imponer, forzando, experiencias extrañas a quien va creciendo y, al mismo tiempo, evita renunciar a aconsejar, proponer o corregir.



6º Prestar atención al discernimiento

El discernimiento, espiritual y pastoral, es Indispensable a todo Salesiano para vivir la vocación con fidelidad creativa y como respuesta permanente. Como os he escrito hace tiempo88, esto es fruto de la escucha de la Palabra, dócil y paciente. En ella podemos encontrar qué quiere Dios hoy de nosotros y cómo lo quiere … «De la frecuentación de la Palabra de Dios, (los discípulos del Señor) sacaron la luz necesaria para el discernimiento individual y comunitario que les ayudó a buscar en los signos de los tiempos los caminos del Señor. Así adquirieron una especie de instinto sobrenatural»89, es decir, la mirada de fe «sin la cual la propia vida pierde gradualmente sentido, el rostro de los hermanos se hace opaco y es imposible descubrir en ellos el rostro de Cristo, los acontecimientos de la historia se vuelven ambiguos, cuando no privados de esperanza, la misión apostólica y caritativa degenera en actividad dispersa»90.

Una comunidad que «dirige una mirada evangélica sobre la realidad y busca la voluntad del Señor en fraterno y paciente diálogo y con vivo sentido de responsabilidad», ofrece a los hermanos el clima adecuado para ejercer de modo habitual un discernimiento comunitario, que «refuerza la convergencia y la comunión, sostiene la unidad espiritual, estimula la búsqueda de autenticidad y la renovación»91.

En la formación inicial el discernimiento es «un servicio al candidato y al carisma». Por tanto, tiene gran importancia porque se trata de verificar la certeza de la llamada, la maduración de las motivaciones, la asimilación de los valores, la identificación creciente con el proyecto de vida, en una palabra, la idoneidad vocacional. «Las admisiones son (solo) momentos de síntesis a lo largo de este proceso. El discernimiento se realiza en íntima colaboración entre el candidato y la comunidad local e inspectorial. La experiencia formativa parte de un presupuesto fundamental: la voluntad de recorrer juntos un proceso de discernimiento con una actitud de comunicación abierta y de sincera corresponsabilidad, atentos a la voz del Espíritu y a las mediaciones concretas. Objeto del discernimiento vocacional son los valores y las actitudes requeridas para vivir con madurez, alegría y fidelidad la vocación salesiana, las condiciones de idoneidad, las motivaciones y la recta intención»92.

«Punto clave de la metodología formativa», el discernimiento hace efectivo el compromiso y la colaboración de los responsables, «asegurando el conocimiento de su naturaleza y de sus características, el uso de los medios sugeridos y la atención a los momentos específicos, y sobre todo el compromiso constante y cualificado de todos», comenzando por el candidato, «primer interesado en descubrir el proyecto de Dios sobre nosotros». Por tanto, «cultiva una apertura constante a la voz de Dios y a la acción de los formadores, orienta su vida desde una perspectiva de fe, se confronta con los criterios vocacionales salesianos. Intenta conocerse de verdad, hacerse conocer y aceptarse, se vale de todas las mediaciones y de los medios que le ofrece la experiencia formativa, en particular del acompañamiento formativo y de la confrontación fraterna, del coloquio con el Director, de la dirección espiritual, del sacramento de la Penitencia, de las verificaciones y del discernimiento comunitario»93.

Además del candidato, en el proceso de discernimiento intervienen el Inspector y su Consejo, cuidando «la unidad de los criterios», el Director, evaluando «el progreso realizado por el candidato en su camino vocacional», toda la comunidad, expresando su propia opinión (Reg 81)94. Todos los responsables, por una parte deben «asumir una perspectiva vocacional y una actitud de fe, tener sensibilidad pedagógica y cuidar algunas competencias específicas95; por otra parte, deben tener «como punto de referencia la identidad salesiana, sus elementos constitutivos, los requisitos y las condiciones para vivirla; no es discernimiento genérico. Por tanto, requiere conocimiento y consonancia con los criterios indicados por la Congregación, en primer lugar con el criterio de calidad carismática, que tiende a poner las bases de una experiencia vocacional auténtica y fiel, superando preocupaciones cuantitativas y funcionales, entusiasmos no fundados o compromisos construidos sobre idoneidades frágiles y no probadas. Quien interviene en el discernimiento lo hace en nombre de la Congregación, responsable del carisma»96.

El discernimiento implica que se conozca la gradualidad del proceso formativo y la especificidad de cada etapa, teniendo presente la unidad de la persona y su crecimiento. A pesar de esto, no se puede consentir que se inicien etapas de formación y se asuman compromisos «para los cuales el interesado no es idóneo»; igualmente, se debe evitar prorrogar situaciones problemáticas y de indecisión que no ofrecen prospectivas de mejora»97.

Partiendo de que el discernimiento es una actitud no solo de verificación personal, sino, sobre todo, de escucha de la voz de Dios, que habla continuamente y en modo particular en algunas circunstancias, no se reduce a la formación inicial sino que, por el contrario, acompaña toda la vida del Salesiano. En efecto, «en la vida del Salesiano pueden existir momentos en que se experimenta la necesidad de … una verificación más atenta del propio camino, una revisión de las propias opciones para una reafirmación de ellas o para una nueva opción vocacional … Es muy necesario que el hermano se ponga en una verdadera actitud de discernimiento espiritual, libre de presiones internas y externas, abierto a la confrontación y evitando el aislamiento o las decisiones tomadas en soledad, empleando el tiempo necesario, aceptando las oportunidades y los medios que le son ofrecidos. A través de sus responsables, corresponde a la comunidad reconocer, comprender y acompañar al hermano con respeto y estilo fraterno, y sostenerle oportunamente con intervenciones ordinarias y extraordinarias98.



2.3 Formación: prioridad absoluta

En cuanto esfuerzo de asimilación de la identidad carismática, la formación «es un compromiso que dura toda la vida»99. ·En efecto, si la vida consagrada es en sí misma una «progresiva asimilación de los sentimientos de Cristo«, parece evidente que este camino debe durar toda la existencia, por involucrar a toda la persona»100. Mientras no sea retirada la llamada, vivimos en deuda con Dios y con nuestros destinatarios: precisamente porque «toda la vida es vocación, toda la vida es formación»101.

Aunque es verdad que la formación dura toda la vida, sus objetivos y los caminos no son siempre idénticos. La formación inicial, «caracterizada por intensas experiencias espirituales que llevan a decisiones valientes»102, tiende a la identificación carismática del llamado, al conocimiento y a la apropiación personal de la vocación; dura un período de tiempo limitado y dividido en etapas, que permiten un proceso gradual de asimilación del carisma y de entrega a la misión; «abarca desde la primera orientación hacia la vida salesiana hasta la profundización de las motivaciones, la identificación con el proyecto salesiano que vivir en una Inspectoría concreta»103: más que un tiempo de espera, es tiempo de trabajo y santidad (cf. Const. 105).

La formación permanente consiste, más bien, en «un esfuerzo constante de conversión y de renovación» (Const. 99), que nos libera para «aprender por toda la vida, en toda edad y estación, en todo ambiente y contexto humano, de toda persona y de toda cultura, para dejarse instruir por cualquier fragmento de verdad y belleza que encuentra a su alrededor». Pero sobre todo nos hace «aprender a dejarse formar por la vida de cada día, por la propia comunidad y por sus hermanos y hermanas, por las cosas de siempre, ordinarias y extraordinarias, por la oración y por la fatiga apostólica, en la alegría y en el sufrimiento, hasta el momento de la muerte… Las personas en formación continua vuelven a apropiarse del tiempo, no lo padecen, lo acogen como don y entran con sabiduría en los diversos ritmos (cotidiano, semanal, mensual, anual) de la vida misma, buscando la sintonía entre ellos y el ritmo fijado por Dios inmutable y eterno, que signa los días, los siglos y el tiempo»104.

En concreto, para nosotros, Salesianos, la formación permanente «es crecimiento en la madurez humana, es conformación con Cristo, es fidelidad a Don Bosco, para responder a las exigencias siempre nuevas de la condición juvenil y popular»105. El llamado, comprometido por medio de la profesión perpetua a vivir identificado con su vocación, permanece fiel a sí mismo, apoyándose en la fidelidad de Dios y en el amor por los jóvenes (cf. Const. 195)106.

«Como para Don Bosco en los primeros tiempos, así hoy para la Congregación y para cada Salesiano, la identificación con el carisma y el compromiso de fidelidad a él, es decir, la formación, constituyen una prioridad absolutamente vital»107. El camino de renovación en el que estamos empeñados, mientras nos dirigimos a la celebración del bicentenario del nacimiento de Don Bosco, «depende principalmente de la formación»108 de cada Salesiano. «Sentida como una espina» por nuestro CG24, la formación, «parte irrenunciable de la competencia educativa y de la espiritualidad del pastor»109, fue ya considerada «inversión prioritaria»110 por mi predecesor don Vecchi. «Invertir quiere decir establecer y mantener prioridades, asegurar las condiciones, actuar según un programa que ponga en el primer plano a las personas, las comunidades, la misión. Invertir en tiempo, en personal, en iniciativas, en recursos económicos para la formación es tarea e interés de todos111.



Oración conclusiva

Considero esta carta particularmente importante porque de la calidad de la formación de los nuevos Salesianos depende en gran medida el futuro de la Congregación. La concluyo con una invocación a María. Ella fue llamada por Dios, formada por el Espíritu Santo y acompañada primero por José y más tarde por Jesús. Así pudo crecer en la fe y permanecer fiel al proyecto de Dios sobre ella. Precisamente porque fue fiel hasta la muerte de Jesús, su Hijo en la cruz nos la dio como Madre.



Oh María, Madre y Maestra de todos los discípulos de tu Hijo, miramos hacia ti y te contemplamos como la primera Consagrada, que supo responder con corazón indiviso y con una entrega incondicional a la llamada del Padre. Convencida de que solo Dios hace posible lo que es humanamente imposible, te dejaste habitar y formar por el Espíritu Santo para engendrar en ti al Hijo de Dios.

Viviste hasta el fondo tu bellísima tarea de ser la Madre del Hijo de Dios. Por eso, después de haberle engendrado, le educaste, junto con José, de tal forma que «crecía en sabiduría, edad y gracia ante Dios y ante los hombres» (Lc 2,52). Como verdadera madre, supiste transmitir a tu Hijo las actitudes profundas y los grandes valores que animaron y caracterizaron tu vida: la búsqueda continua de la voluntad de Dios, su acogida cordial aunque no la comprendieras, pero guardándola mientras tanto como un tesoro, el servicio a los demás, especialmente a los necesitados.

En coherencia, no sorprende ver a tu Hijo retirarse a la montaña y pasar la noche en oración, expresión suprema de su fe y momento incomparable para conocer lo que el Padre quería de Él, convertirlo programa de vida y así «aun siendo hijo, aprendió la obediencia… y, llevado a la consumación, se convirtió en causa de salvación para todos los que le obedecen» (cf. Heb 5,8-9). No sorprende que no tuviese ocupación mejor ni atención mayor ni comida más nutritiva que hacer la Voluntad del Padre (Lc 2,49; Jn 4,34). En fin, no sorprende que definiese su vida como un servicio: «El Hijo del hombre no ha venido a ser servido sino a servir y dar la vida en rescate por la multitud» (Mc 10,45).

¡Oh, María! Tú has vivido la plenitud de la caridad. En Ti se reflejan y se reconocen todos los aspectos del Evangelio, todos los carismas de la vida consagrada. Ayúdanos en el compromiso cotidiano, para que nos convirtamos en espléndido testimonio de amor, según la invitación de San Pablo: «Tened una conducta digna de la vocación a que habéis sido llamados» (Ef 4,1)112.

Tú que fuiste dada a Don Bosco como madre y maestra desde el «sueño que dio sentido a su vida, y formaste en él un corazón de padre y de maestro capaz de una entrega total, y le indicaste su campo de acción entre los jóvenes, y le guiaste constantemente (cf. Const. 1,8), forma también en nosotros un corazón lleno de pasión por Dios y por los jóvenes. Nos confiamos a Ti, oh Madre. De ti aprendemos a ser hijos de Dios y discípulos de tu Hijo, oh Maestra. Amén.

Pascual Chávez V., SDB



















1 Cf. F. CEREDA, La fragilidad vocacional. Orientación para la reflexión y propuesta de intervención, en ACG 385 (2004), pp. 33-51.

2 Cf. USG, Fedeltà vocazionale. Realtà che interpella la vita consacrata. Roma 23-25 de noviembre de 2005; USG, Per una vita consacrata fedele. Sfide antropologiche della formacione. Roma 24-26 de mayo de 2006.

3 Para entender las tres primeras columnas hay que tener en cuenta lo siguiente: los novicios que ingresan en un año determinado hacen su primera profesión el año siguiente. De manera que el número de los novicios que dejaron la Congregación son la diferencia entre los ingresados el año anterior y los que profesan el año siguiente.

Por ejemplo: en 2002 entraron 607 novicios y en 2003 profesaron 470 novicios; la diferencia entre los novicios que empezaron su noviciado en 2002 y los novicios que profesaron en 2003 es de 137, que es el número que figura en la columna de los «abandonos novicios» para el año 2002. En 2012 entraron 480 novicios, pero solamente sabremos el número de los nuevos profesos —y consecuentemente el de los novicios que lo dejaron— hasta que concluya el año 2013.

4 Con respecto a las columnas que tratan de la dispensa del celibato, de la secularización y de las dimisiones, el número no hace referencia a los que presentaron la solicitud en un año determinado, sino a los que en un determinado año consiguieron lo que pedían.


5 Cf. E. BIANCHI, Vita Religiosa e Voccazioni oggi in Europa Occidentale, Reflexión dirigida a 150 jesuitas reunidos en Bruselas el 1 de mayo de 2007.

6 «Responder a la llamada significa vivir en actitud de formación» (El Proyecto de vida de los Salesianos de Don Bosco. Guía de lectura de las Constituciones salesianas, Roma 1986, p. 816). Editorial CCS, Madrid 1987.

7 La Formación de los Salesianos de Don Bosco (FSDB), Roma 2000, 1. Editorial CCS, Madrid 2000, p. 28.

8 CONGREGACIÓN PARA LOS INSTITUTOS DE VIDA CONSAGRADA Y LAS SOCIEDADES DE VIDA APOSTÓLICA (CIVCSVA), Ripartire da Cristo, Roma 2002, 22.

9 Criterios y normas de discernimiento vocacional salesiano (Suplemento de FSDB), 30.

10 JUAN JOSÉ BARTOLOMÉ, «La llamada de Dios. Una reflexión bíblica sobre la vocación»: Misión Joven 131 (1987) 6.

11 BENEDICTO XVI, Caritas in veritate, 1.

12 «La oración cristiana auténtica incluye la vida entera del que ora… Al acercarse a los hechos cotidianos que, en comparación con los sociales e históricos, pueden parecer también de poca importancia, descubre valores que están en la realidad misma y hace explícito su fondo de pertenencia a los planes de Dios. Todas las situaciones son susceptibles de ser rezadas, con la condición de que se conviertan en experiencias teológicas» (El Director salesiano. Un ministerio per la animación y el gobierno de la comunidad local, Roma 1986. Madrid 1987, p. 237).

13 E. VIGANÒ, «Fortalecer a los Hermanos», ACG 295 (1980), p. 29.

14 Cf. FSDB, 7.

15 CG23, 95.

16 FSDB, 29.

17 FSDB, 4.

18 Cf. FSDB, 25.

19 FSDB, 41.

20 CIVCSVA, Ripartire da Cristo, 15.

21 FSDB, 41.

22 Cf. CGE, 45-49.

23 La Exhortación Apostólica Vita Consecrata habla de una «especial comunión de amor con Cristo» (VC, 15).

24 FSDB, 30.

25 CGE, Presentación del Rector Mayor, 31 de enero de 1972, p. XVI.

26 «Inspirándose en el ejemplo y en las enseñanzas de Don Bosco, el salesiano vive la experiencia espiritual, pedagógica y pastoral del Sistema Preventivo. Sus relaciones con los jóvenes se caracterizan por la cordialidad y por una presencia activa y amigable, que favorece su protagonismo. Asume con alegría las fatigas y los sacrificios que conlleva su encuentro con los jóvenes, convencido de encontrar en ello su camino de santidad» (FSDB, 32).

27 FSDB, 42.

28 FSDB, 33. «La vocación salesiana no es concebible sin la comunión concretada en la vida común de los socios. El vínculo comunitario entre los socios es constitutivo de su vida y de su actuación como salesianos» (El Proyecto de vida de los Salesianos de Don Bosco, p. 493).

29 FSDB, 33.

30 FSDB, 219.

31 FSDB, 91.

32 Cf. VC, 96; CG24, 152.

33 FSDB, 34.

34 FSDB, 35.

35 FSDB, 35.

36 CG24, 138.

37 FSDB, 45.

38 FSDB, 82.

39 El Proyecto de vida de los Salesianos de Don Bosco, p. 120.

40 «Nuestro modo de vivir la pertenencia a la Iglesia y de contribuir a su edificación consiste en ser Salesianos auténticos y fieles. Nuestra contribución consiste en ser, sobre todo, nosotros mismos» (El Proyecto de vida de los Salesianos de Don Bosco, p. 149).

41 Cf. FSDB, 83.

42 FSDB, 42.

43 FSDB, 37.

44 FSDB, 43.

45 FSDB, 205.

46 FSDB, 1.

47 «Dócil al Espíritu Santo, desarrolla sus actitudes y los dones de la gracia con un empeño constante de conversión y de renovación» (Const. 99).Cf. CRIS, Los elementos esenciales de la enseñanza de la Iglesia sobre la vida religiosa (1983), 47.

48 FSDB, 206. La formación «es ciertamente don del Espíritu, pero es favorecida por una adecuada pedagogía» (FSDB, 209).

49 FSDB, 208.

50 «La identificación vocacional tiene lugar en el corazón de la persona, en el nivel más íntimo de los afectos, sentimientos, convicciones, motivaciones, y no se limita a la asunción o transmisión de contenidos y comportamientos. Por tanto, «la formación deberá alcanzar en profundidad a la persona misma; de manera que cualquier actitud o gesto, en los momentos importantes y en las circunstancias ordinarias de la vida, debe revelar la plena y gozosa pertenencia a Dios» (cf. Const. 98)» (FSDB, 208).

51 «Solo cuando el Salesiano se deja interpelar por Dios en lo profundo del corazón, se identifica en su interior con los criterios y valores vocacionales y sabe renunciar a las actitudes que se oponen a ello, funda su propio proyecto y unifica su propia vida en torno a motivaciones verdaderas y auténticas, la formación ha alcanzado su finalidad fundamental» (FSDB, 209).

52 «Más que un texto que realizar, el proyecto es la expresión y el instrumento de una comunidad que quiere actuar conjuntamente al servicio del camino formativo de cada hermano» (FSDB, 213).

53 FSDB, 210.

54 «Los contenidos, las experiencias, las actitudes, las actividades, los momentos fuertes son pensados, programados y dirigidos según la finalidad de cada fase y de toda la formación, a través de una pedagogía que supera el peligro de la fragmentación y de la improvisación o de una actuación no unificada y convergente» (FSDB, 212).

55 «Es tarea del salesiano asumir desde el principio una clara actitud formativa, comprender las finalidades de todo el proceso y de cada momento, vivir el paso desde una fase a la otra haciendo propios responsablemente los fines del nuevo momento formativo, trazarse metas y recorridos concretos, verificar y compartir la actuación del proyecto formativo personal. Es tarea de los formadores asumir y traducir las indicaciones del proyecto inspectorial y actuar de manera que el candidato se apropie la propuesta formativa, que la vive en comunidad con responsabilidad» (FSDB, 213).

56 FSDB, 212.

57 «Don Bosco educador cuidó la relación personal, pero sobresale especialmente como formador de un ambiente rico de relaciones y de figuras educativas, de propuestas y de estímulos (momentos, intervenciones, ritmos, celebraciones, etc.), creador de un estilo y de una pedagogía de vida, comunicador de un proyecto de vivir juntos, animador de una comunidad con una clara fisonomía y con puntos de referencia estables. La comunidad de Valdocco, conformada según el Sistema Preventivo, ofrece un ambiente que acoge, orienta, acompaña, estimula y exige» (FSDB, 219).

58 JUAN PABLO II. Exhortación Apostólica Pastores dabo vobis, Roma 1992, 69. Cf. CIVCSVA, Ripartire da Cristo, 46; CIVCSVA, Potissimum institutioni, Roma, 2 de febrero de 1990. 29.

59 FSDB, 216. «En él cada hermano delinea el tipo de salesiano que se siente llamado a ser y el camino para llegar a serlo, siempre en sintonía con los valores salesianos; periódicamente verifica el progreso en la consecución de su objetivo, en diálogo con su Director» (Ibidem).

60 FSDB, 221.

61 Pastores dabo vobis, 42.

62 Cf. Pastores dabo vobis, 60. «En un clima de corresponsabilidad, todos se comprometen a vivir juntos valores, objetivos, experiencias y métodos formativos, programando, verificando y adecuando periódicamente la propia vida, el propio trabajo y las experiencias apostólicas a las exigencias de la vocación» (FSDB, 222).

63 «Para estimular la aportación de todos, favorece la implicación en la elaboración del proyecto comunitario y de la programación, el trabajo de grupo, la revisión de vida y otras formas articuladas de encuentro y de participación. Cada miembro asume algún servicio útil a la vida de la comunidad y al crecimiento de la comunión» (FSDB, 223).

64 Cf. FSDB, 222. Cf. Ibidem 234-239.

65 FSDB, 233.

66 FSDB, 231.

67 FSDB, 233. «Su tarea específica es acompañar a cada hermano, ayudarle a comprender y a asumir la fase formativa que está viviendo. Mantiene con él un diálogo frecuente y cordial; se esfuerza por conocer las cualidades, sabe hacer propuestas de formación claras y exigentes e indicar metas adecuadas, sostiene y orienta en los momentos de dificultad, verifica en su compañía el camino formativo» (Ibidem).

68 FSDB, 233.

69 FSDB, 227. Es evidente que lo que se persigue con estas indicaciones es crear una atmósfera en la que se viva ya lo que se presenta como ideal en las casas de formación, que se traduzca en realidad lo que se ha prometido en la profesión pública. La vida cotidiana de la Inspectoría, la calidad de su vida consagrada y la eficacia de su misión apostólica, son condiciones indispensables para la calidad formativa de una Inspectoría, aun aceptando la distancia que puede existir entre el ideal propuesto y la realidad vivida.

70 FSDB, 226.

71 FSDB, 251.

72 FSDB, 251.

73 FSDB, 252.

74 FSDB, 253.

75 FSDB, 254.

76 FSDB, 255. «Las malas relaciones, las situaciones difíciles no curadas oportunamente a través de la reconciliación, actúan interiormente en la persona bloqueando el proceso de maduración y creando dificultades a la misma donación serena y alegre a la misión y a Dios» (J. E. VECCHI, «Expertos, testigos y artífices de comunión» ACG 363 (1998), p. 36).

77 FSDB, 257.

78 FSDB, 258. «La ausencia de acompañamiento o un acompañamiento que no llegue a la lo profundo o que sea discontinuo pueden suponer una hipoteca seria sobre toda la acción formativa» (Ibidem.)

79 FSDB, 259.

80 FSDB, 261.

81 FSDB, 261.

82 FSDB, 262.

83 FSDB, 262.

84 FSDB, 263.

85 Por el interés que reviste, merece la pena citar lo que es requerido a los otros formadores: «disponibilidad y entrega, convicción de ser mediadores de la acción del Señor, del ministerio de la Iglesia, de lal mens de la Congregación. Además, son indispensables … una actitud espiritual y una perspectiva de fe, la óptica de la vocación salesiana y, por tanto, el conocimiento de los criterios para discernirla y de las condiciones para vivirla, una sensibilidad pedagógica que favorezca un clima de libertad y la atención a la persona y a su ritmo de maduración, algunas competencias específicas que se refieren tanto a la dimensión humana como a la pedagogía espiritual» (FSDB, 264).

86 FSDB, 265. «Desde el noviciado es consciente de que el camino vocacional es en primer lugar obra de Dios, que «se sirve de la mediación humana» (VC 66); que la formación salesiana es diálogo sincero y corresponsable con la comunidad portadora del carisma; que la autoformación no quiere decir auto-suficiencia o camino individual» (Ibidem).

87 FSDB, 266.

88 Cf. P. CHÁVEZ, «Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna» (Jn 6,69)». Palabra de Dios y vida salesiana, hoy, ACG 386 (2004), pp. 48 y ss .

89 Vita consecrata, 94.

90 CIVCSVA, Ripartire da Cristo, 25.

91 FSDB, 268.

92 FSDB, 269.

93 FSDB, 270.

94 FSDB, 270.

95 FSDB, 271.

96 FSDB, 272.

97 FSDB, 321.

98 FSDB, 276. Para el acompañamiento de los hermanos en situaciones particulares, cf. L’ Ispettore Salesiano, Roma 1987, 390-395; El Director salesiano, Roma 1986. Editorial CCS, Madrid 1987, pp. 292 y ss.

99 FSDB, 42.

100 CIVCSVA, Ripartire da Cristo, 15. Cf. Vita consecrata, 65.

101 FSDB, 520.

102 CIVCSVA, Ripartire da Cristo, 9.

103 FSDB, 308.

104 CIVCSVA, Ripartire da Cristo, 15.

105 FSDB, 309.

106 «Habrá novedad de vida solo si la formación permanente logra ser el nuevo modo de ser de la vida consagrada, el nuevo modo de pensar de los consagrados. Si queremos que acabe el escándalo de los consagrados apagados y sin entusiasmo, rígidos y autosuficientes en sus certezas, insensibles y fríos ante cualquier estímulo, la formación permanente es el camino obligado para salir de esta situación».

107 FSDB, 5.

108 CIVCSVA, Ripartire da Cristo, 14. Cf. CIVCSVA, Direttive sulla formazione negli Istituti Religiosi, Potissimum institutioni, Roma, 2 de febrero de 1990, 1.

109 J. E. VECCHI, «Yo por vosotros estudio» (C 14). La adecuada preparación de los Hermanos y la calidad de nuestro trabajo educativo, ACG 361 (1997), p. 6.

110 J. E. VECCHI, Ibidem, pp. 25-26. «Debemos no solo gestionar la crisis, sino sembrar para el futuro» (Ibídem, p. 36).

111 CG24, 248.

112 Cf. Ripartire da Cristo, 46.

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