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EL INVESTIGADOR USUARIO
DE LOS ARCHIVOS HISTÓRICOS
Juan Villegas*
Presentación
En esta oportunidad se trata de volcar mi experiencia de investigador en
archivos históricos, tanto europeos como latinoamericanos. Una experiencia
muy variada y de años que procuraré sistematizar, por si sirve a las personas
que se interesan por frecuentar archivos históricos.
Como presentación diré simplemente dos cosas. Primero, que no soy un
profesional de los archivos. No tengo formación técnica. Mis aportes serán
los de un usuario investigador, que vive experiencias diversas del lado de acá
de la institución Archivo Histórico. En segundo lugar, poseo una formación
apropiada para la Historia de América. Soy historiador. Como tal he investi-
gado en diversos archivos.
1. El acceso al archivo
Cuando uno se presenta frente a la puerta del Archivo Histórico, en el
cual pretende investigar, puede estar ante una puerta de una casa o de un edifi-
cio especialmente diseñado y construido para archivo. La puerta ya lo indica.
El investigador que entra por esa puerta ya podría prever lo que se podría en-
contrar. Si la puerta es como la de una casa, se tratará de una casa adaptada pa-
ra servir de archivo. En el otro caso, la construcción será adaptada en sus es-
pacios para servir de cómodo y funcional archivo.
Ejemplo de una casa grande adaptada para archivo son los Archivos Ge-
nerales de la Nación de Buenos Aires y de Montevideo. El Archivo Histórico
Nacional de Madrid, por su parte, sería un ejemplo de un local diseñado para
archivo histórico.
Todo archivo posee sus estilos y sus normas de funcionamiento. Los ho-
rarios suelen ser no muy amplios. En el caso de que se trate de archivos pú-
blicos, los horarios coincidirán entre todos ellos, de modo que uno podrá in-
* S. J., Profesor de la Historia de la Iglesia en la facultad de teología “Mariano Soler”
de Montevideo.

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180 Juan Villegas
vestigar en un solo archivo. No podrá investigar cómodamente en el mismo
día en dos archivos diferentes cuyos horarios coincidan. Podría ser un incon-
veniente cuando uno se encuentra de viaje y posee poco tiempo disponible
para la consulta de archivos.
Importante para el investigador será también la continuidad de sus vi-
sitas al archivo. Lamentablemente podrá suceder que algún día el investi-
gador se encuentre con la puerta cerrada, de la cual pende un aviso que diga,
por ejemplo, “cerrado por fumigación” (operación por otra parte importante
para la conservación de los materiales) o “cerrado por asamblea de funciona-
rios” o por “paro” (que podría tener su importancia para la situación laboral
del funcionariado).
2. Control del usuario
Lo dicho, cada archivo posee sus características, su importancia y sus
formas de funcionamiento. Un archivo medianamente importante y frecuen-
tado implementa los controles de admisión de sus usuarios.
En el Archivo General de la Nación de Buenos Aires, por ejemplo, el
usuario debe presentar su documentación al entrar y dejar en un casillero sus
carteras, bolsos y otros objetos de esta naturaleza al ingresar al edificio. Tam-
bién deberá señalar a qué piso del archivo piensa dirigirse. En otro archivo,
que antes poseía pocos controles, en ocasión de un robo de documentos, se
establecieron controles semejantes. Dado que el Archivo de la Armada espa-
ñola se encuentra en el edificio de la Armada, los controles son estrictos. No
tanto por causa del archivo, cuanto por la naturaleza del mismo edificio, que
posee su importancia logística.
Diverso es el control se diría académico del usuario, que se realiza a
otros niveles. En los archivos españoles el investigador necesita una tarjeta
anual con foto en colores, que servirá para todos los demás archivos del Mi-
nisterio de Cultura. La tramitación de esta tarjeta supone una entrevista per-
sonal entre el usuario y un funcionario del archivo. Es la oportunidad para dar
pase libre o cerrar la puerta al que no conviene que ingrese. Recuerdo una vez
en que se presentó una persona a querer ser admitido al Archivo General de
Indias, Sevilla. Era norteamericano y buscaba los papeles de las propiedades
de sus ancestros, que habían sido despojados, según decía, con motivo de la
anexión de Texas a los Estados Unidos. Con esa documentación pretendía
acudir a la justicia con sus reclamos. Los funcionarios le indicaron que ese
tipo de materiales no eran custodiados en ese archivo. Imaginemos que algún
desequilibrado o alguna persona de poco caudal intelectual quisiese hacer uso
del archivo pretendiendo hacerse pasar por investigador. Podría también darse

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el caso de alguna persona desrumbeada, que ande buscando, por ejemplo,
partidas de sus antepasados, cuando este tipo de materiales se encontraría en
los archivos parroquiales.
Este trámite, por lo tanto, sería para el investigador la puerta de acceso a
los materiales y al uso del archivo. Por otra parte serviría como una instancia
para seleccionar a los usuarios.
3. El pedido de los materiales
Admitido en el archivo el investigador se dispone a efectuar el pedido de
los documentos para comenzar su trabajo.
Sucede que los archivos, de acuerdo a su importancia, suelen poseer re-
gistros de los materiales que se encuentran disponibles para su consulta.
Serán registros o índices más o menos prolijos y más o menos completos.
Siempre habrá que prever que no todo está indizado y que existen secciones
del archivo no comprendidas en los registros. Éstas serán pasibles o no de ser
consultadas de acuerdo a las disposiciones de las autoridades del archivo.
Importante será el personal del archivo, el personal técnico, dado que
posee un conocimiento desde dentro del archivo.
¿Qué es mejor para el investigador? ¿un archivo perfectamente indizado
o no? Para un exquisito, un archivo ordenado e indizado es aquél en el cual el
usuario solicita un documento cualquiera y el archivo es capaz de facilitárselo
con la sola utilización de los índices. Esto sirve sobremanera cuando uno
busca un documento. Una vez, se presentó en el Archivo de Indias de Sevilla
una persona en busca de una real cédula de Felipe II referente al beato An-
chieta, misionero jesuita del Brasil. El peticionante estaba de paso por Sevilla
y sólo disponía de dos o tres días. No aparecía la real cédula, a pesar del au-
xilio generoso del personal técnico del archivo. Se ve que en ocasiones es
pertinente ir en busca de un documento para lo cual sería de gran utilidad
contar con un archivo detalladamente indizado.
A decir verdad, personalmente prefiero el archivo bastante ordenado.
Al no acudir para buscar piezas concretas, sino para investigar, me enriquece
la forma en que se encuentra ordenado el Archivo de Sevilla. Así, por
ejemplo, tomando el legajo de papeles del virrey del Perú Francisco de To-
ledo del año 1571 a 1573, uno se puede mover en el encuadre de una docu-
mentación referente al virrey Toledo y a sólo esos tres años. Pero al recorrer
esa documentación uno está conociendo temas de minería, situación de re-
giones, de indios, asuntos de comercio, etc. De modo que investigando en lo
que se fue a buscar, uno está conociendo las posibilidades que le ofrece ese
legajo y los temas subyacentes en ese tipo de materiales. De manera que el in-

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vestigador de ese legajo, a la vez que está sumido en su tema, se está abriendo
a otras temáticas.
Los propósitos con que el investigador acude a la consulta del archivo
son ciertamente a tener en cuenta.
Recuerdo a este propósito un estudiante que acudió al Archivo General
de Indias de Sevilla con el propósito de emprender un estudio sobre tributos
de los indios de Guatemala en determinado período. Nadie había abordado
ese tema en forma completa. Cuando se instaló en el Archivo y comenzó su
investigación encontró que los libros de caja de los indios tributarios de Gua-
temala se encontraban hasta cierto año pero que después faltaban libros de
varios años. Además, el funcionario que llevaba los libros apuntaba ciertas in-
formaciones con unos criterios que no coincidían con los de su sucesor. Éste,
además, no anotaba la variedad de información que había registrado su ante-
cesor. El proyecto del estudiante no se podía realizar tal como él lo había pla-
neado antes de confrontarse con los materiales disponibles en el archivo.
Algo de esto pasó con una investigación llevada a cabo sobre el libro en
que se registraban los barcos entrados en el puerto de Montevideo. El investi-
gador en este caso se documentó entre tal fecha y tal otra. Sucedió que el
libro siguiente se encontraba en restauración, de manera que la investigación
quedó trunca a tal fecha. Además, en el libro consultado se daba cambio de
funcionarios y diferencias de criterio en el asentamiento de la información
sobre las naves.
De manera que una cosa es el proyecto del investigador y otra la oferta
de los materiales de un archivo para satisfacer las exigencias de esa investiga-
ción.
4. Archivo vivo y muerto
Como se sabe existen archivos vivos y muertos y otros que son mixtos.
El Archivo eclesiástico de la Curia arzobispal de Montevideo, por ejemplo, es
mixto. Es el archivo que está funcionando actualmente al servicio del arzo-
bispo de Montevideo y de su personal de Curia. Al mismo tiempo posee ma-
teriales históricos. En estos casos los investigadores tendrán acceso al mate-
rial histórico custodiado en semejantes archivos pero no a la documentación
más moderna.
Este tipo de archivos poseen sus criterios de apertura. Es el caso del Ar-
chivo Secreto Vaticano, que va abriendo sus materiales a la consulta de los in-
vestigadores en la medida en que transcurren los años. A partir del año tal o
de una época determinada, el archivo se encuentra cerrado al libre uso de los
investigadores.

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El investigador usuario de los archivos históricos 183
Así serían los archivos de las inspectorías de los salesianos y de las sale-
sianas y, en general, de las congregaciones religiosas. Al servicio de sus supe-
riores y de los administradores más directos a esos superiores, estos archivos
religiosos guardan materiales modernos que se refieren a situaciones, obras y
personas, cuya información se considera lógicamente como reservada. Por
consiguiente, estas secciones están cerradas a personas extrañas.
No así los archivos históricos. En ellos se custodian materiales de per-
sonas ya fallecidas y documentos no inmediatamente necesarios a la adminis-
tración de instituciones o servicios.
Sin embargo, el funcionario podría convertirse en la persona que arbitra-
riamente cierra, por decirlo así, documentos de un archivo a la consulta. Por su
carácter o su disposición o no al servicio en el archivo, o por cualquier otro
motivo, el funcionario puede facilitar o impedir el uso de los materiales. Ima-
ginemos el caso del funcionario público de un archivo del Estado, desmotiva-
do en su servicio. Por su escaso salario; por problemas de relacionamiento con
otros funcionarios o jefes; por razones de salud o edad; porque el determinado
legajo que se solicita se encuentra en una ubicación realmente molesta de ac-
ceder; o por cualquier otro motivo. Lo cierto es que el funcionariado podrá in-
cidir en facilitar o no el acceso del investigador a los materiales.
Se sabe que de acuerdo a la experiencia de ciertos investigadores, un par
de archivos parroquiales en el Uruguay tendrían fama de no estar dispuestos a
atender consultas de investigadores deseosos de hurgar entre la documenta-
ción que custodian. Para comprender esta situación habría que tener en consi-
deración cómo es la actitud del investigador y conocer el punto de vista del
cura párroco. Muy posiblemente, éste, agobiado por su trabajo pastoral y sin
infraestructura adecuada para atender a los investigadores, retacea las con-
sultas de su archivo parroquial.
5. Criterios de ordenamiento y cambios
Cada Archivo de acuerdo a sus fondos y a sus materiales tendrá sus cri-
terios de ordenamiento. Indudablemente que la mejor forma de conocerlos
será la de trabajar en el archivo del que se trate. Sobre todo adquiriendo una
cierta familiaridad con él.
A veces, sucede que los archivos experimentan modificaciones. Así, por
ejemplo, el Archivo General de Indias tuvo en su tiempo una signatura, que
actualmente es considerada antigua. Los historiadores de otrora citaban los
materiales del Archivo sevillano de una forma que requiere una traducción a
los criterios actuales, a la hora de ubicar esas fuentes documentales en el día
de hoy. Otras veces, se señala en el legajo, que determinado material pasó a

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184 Juan Villegas
integrar otro legajo. Seguramente este tipo de modificaciones requieren deci-
siones muy pensadas y justificadas por parte de los responsables.
Otro ejemplo. Se dice que en el Archivo General de la Nación de
Buenos Aires se habrían trasladado últimamente materiales correspondientes
a la actual Provincia de Córdoba a la ciudad de Córdoba. De ser cierto, se tra-
taría de una decisión difícil y que cuenta con razones a favor y razones en
contra. A favor, que los materiales en realidad deberían custodiarse en el lugar
donde interesa su consulta. En este caso la ciudad de Córdoba. En contra, que
de esta forma se desmembran los archivos nacionales.
6. Tres intereses en los investigadores
Importante es la expectativa del investigador que accede a los materiales de
un archivo. ¿Qué va a buscar? En general se podrían diseñar tres actitudes, que
llevarán a los estudiosos a moverse en forma diferente dentro de sus búsquedas.
En primer lugar, se da el investigador que acude a un archivo en busca
de material para abordar un tema muy concreto. Sería el caso, por ejemplo, de
un estudiante universitario de historia, que visita el archivo en busca de docu-
mentación que le permita escribir su escrito de graduación sobre un tema se-
ñalado. Sería el caso, para poner otro ejemplo, de un escritor que tiene en sus
manos el proyecto de escribir la biografía de un personaje histórico y acude al
archivo en busca de más información para enriquecer su trabajo. En estos
casos la actividad en el archivo se reduce a desechar los materiales que no co-
rresponden al tema y prestar interés sólo a los que se refieren al tema. En el
primer caso, pasan velozmente por sus manos y ojos cajas, legajos, libros y
documentación. En el segundo caso, el interesado se detiene pausadamente en
la lectura atenta, que lo lleva al aprovechamiento o no de esos materiales
según sus propósitos.
Otra actitud es la del que acude al archivo en busca de un material muy
puntual. Es el caso, ya referido más arriba, de aquel usuario que buscaba una
real cédula de Felipe II relativa al P. Anchieta. Sería el caso de un investi-
gador que acude a un legajo determinado a cotejar un dato, que en otra opor-
tunidad conoció pero no registró suficientemente.
Otra perspectiva posee el estudioso que acude al archivo para recoger
simplemente material. Con toda gratuidad. Este investigador no lleva una fina-
lidad determinada, sino que se deja llevar entre los legajos y la documenta-
ción.
De esta última actitud se podría narrar una experiencia. Un investigador
con esta actitud acude al archivo y recoge sus carpetas de apuntes y fotoco-
pias fruto de su paciente trabajo de extracción de materiales en ese archivo.

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En determinado momento, se le solicitó el tratamiento de un tema. En base a
esas carpetas, este investigador se introdujo en la historia de una producción
rural rioplatense de fines del siglo XVIII. A raíz de este trabajo despertó el in-
terés de los responsables de la custodia del Patrimonio Histórico de un país.
El investigador con esos antecedentes, al visitar nuevamente el mismo ar-
chivo con la misma actitud de recoger material, dio con el tema de la cons-
trucción de un edificio importante. Casualmente este edificio se construyó
con aportes de cal de la estancia sobre la cual había realizado el aporte ante-
rior. El ciclo se cierra. Ahora el investigador tiene en sus manos un segundo
trabajo sobre la historia de la estancia de referencia. Se trata de una intere-
sante experiencia que muestra cómo los mismos materiales de archivo con-
ducen al usuario.
Sobre este último caso de investigadores sin proyectos prefijados tuve
una experiencia personal. Encontrándome en el Archivo General de Indias pa-
sando una temporada dedicada a la investigación, se despertó en mí la curio-
sidad de asomarme a los materiales de la sección Correos del archivo mencio-
nado. Tomé los índices correspondientes y solicité un legajo. El legajo pedido
contenía libros de bitácora de las naves correos afectadas a las líneas de este
servicio correspondientes a La Coruña-La Habana y La Coruña-Montevideo.
Pasado el tiempo me encuentro trabajando la Historia Naval Iberoamericana
y me constituí Miembro Fundador de la “Academia Uruguaya de Historia
Marítima y Fluvial”. Lo dicho anteriormente: los mismos materiales de ar-
chivo conducen al usuario.
Viene al caso en este momento recordar la trayectoria intelectual de mi
apreciado y sabio profesor y director de tesis doctoral de Historia Americana
en la Universidad de Colonia, Alemania. Se trata del ya fallecido Prof. Dr. Ri-
chard Konetzke, Director del Instituto de Historia Iberoamericana en la
misma Universidad. El Prof. Konetzke se doctoró en la Universidad de Berlín
sobre un tema relativo a la Ilustración en Europa. Recibió una beca de esta
misma Universidad y viajó a España para investigar sobre la Ilustración en
España. Encontrándose enfrascado en esos estudios, se produjo la Guerra de
1939 con lo cual el Prof. Konetzke perdió la posibilidad de seguir usufruc-
tuando su beca. Si bien se liberó de la guerra, pasó muchas penalidades en
una España venida a menos con su postguerra civil y el aislamiento a que es-
tuviera sometida. Por otro lado, esta coyuntura le permitió al Prof. Konetzke
permanecer durante años investigando en los archivos españoles. Paralela-
mente a esta historia, el Prof. Konetzke recorrió un camino intelectual, dado
que encontrándose interesado en la Historia de España, pasó a la Historia del
Nuevo Mundo porque comprendió que no podía entender aquélla sin conocer
lo que había realizado España, es decir, el descubrimiento, conquista y colo-
nización americana. Gracias a todo ello y a la paciente e inteligente investiga-

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186 Juan Villegas
ción en los archivos, el Prof. Konetzke fue una persona descollante en el co-
nocimiento de la Historia hispánica de las Américas.
Los documentos pueden ser creadores de grandes personalidades en el
terreno de la Historia.
7. El investigador enfrenta dificultades
Al que visita los archivos le convendrá hacerse de buen temple dado que
se le podrían presentar escollos en sus búsquedas.
Es el caso de aquel investigador que con todo entusiasmo se dispuso a
iniciar la jornada de búsquedas en el archivo. Realiza su solicitud. El libro so-
licitado, para poner un ejemplo, no se encuentra en ese momento a disposición
de los usuarios. Se encuentra en restauración o lo está utilizando el Director, o
no se encuentra donde debería estar ubicado. El investigador quedó desar-
mado. O le conviene retirarse o cambia de tema o de camino en sus búsquedas.
Indudablemente que la restauración de los materiales es útil. Es lo que
permite la mejor conservación de la documentación en mal estado.
Sobre este asunto ya se adujo el caso de aquella investigación del libro
de naves registradas en el puerto de Montevideo. Otra vez habiendo solici-
tado tres pequeños folletos que figuraban en los registros, éstos no apare-
cieron. La misma solicitud reiteré al año siguiente con idéntico resultado.
Ante esta dificultad acudí a la más alta autoridad de la institución. Gracias al
personal especializado a órdenes del Director se logró ubicar los pequeños fo-
lletos. Se encontraban destinados a ser restaurados. Me los prestaron. Con
esos materiales pude dar término a la publicación de una investigación sobre
la historia de una institución cultural.
Encontrándome en el Archivo General de la Nación de Buenos Aires tuve
durante varios días un legajo a mi disposición. Un día acudo a consultarlo y no
se encontraba más a mi disposición. Todo el material de su sección había sido
retirado previo aviso a los usuarios, que por mi desatención no registré. Esa
sección se retiró por exigencias de un trabajo interno. A raíz de la imposibi-
lidad de seguir consultando ese legajo me determiné a dirigirme a otra sección
del archivo, que incluso se encontraba en otro piso. La incidencia referida me
permitió conocer otra sección y enfrascarme en dos interesantes legajos.
8. Nuevas disposiciones
Los archivos son instituciones vivas y, a veces, por eso mismo, cam-
biantes. Surgen nuevos criterios. Nuevos directores. Nuevas disposiciones. Se

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El investigador usuario de los archivos históricos 187
introducen cambios.
Hace pocos años en el Archivo de la Academia de Historia de Madrid y
en el Archivo General de Indias se prohibió el uso de la birome. Las anotacio-
nes se deben realizar con lápiz. Sucede que el lápiz gasta su grafo con el uso y
continuamente el investigador debe sacarle punta. Un grafo que no marque
bien no permite claridad a la hora de leer las anotaciones. Piénsese, por ejem-
plo, la lectura de un apellido que termine con una determinada vocal que po-
dría confundirse con otra. La duda se plantea por la falta de nitidez del trazo:
¿Vayoso o Vayosa? Otro ejemplo: ¿Julio o Julia?
A propósito de dudas de intelección del texto, ahí están los consabidos
escollos de lectura. Piénsese en el documento roto; perforado por la polilla;
manchado; quemado; con la tinta lavada y de mala calidad; el de letra despro-
lija; el que luce en medio del texto el sello grande del archivo como si fuera
un título de propiedad y que impide, a veces, la lectura.
9. Auxiliares para el investigador
El investigador acude al archivo y extrae sus anotaciones a mano. Es el
resultado de una selección que efectuó durante el tiempo de su investigación.
Con el objeto de obtener mejores resultados de sus pacientes búsquedas,
el investigador puede acudir al servicio de la fotocopiadora. En algunos ar-
chivos no permiten la fotocopia de materiales, ya sea por el prejuicio de que
se estropean con la luz del aparato, ya sea por el tamaño de esos materiales.
Documentos encuadernados en formatos grandes o abultados se considera
que se deterioran al exponerlos al uso de la fotocopiadora.
En algún archivo, por razones de orden administrativo, el servicio de la
fotocopia está suprimido.
Por más que uno realice el pedido de los materiales a fotocopiar en
forma prolija, es útil controlar si el trabajo solicitado ha sido efectuado co-
rrectamente. Puede suceder que la persona que fotocopió se saltó un folio, o
no tuvo cuidado de fotocopiar el verso del folio solicitado, o no entendió el
pedido. Suceden muchos imponderables, que realmente aconsejan a cotejar
con los originales correspondientes los materiales entregados.
Otro consejo. Al cotejar los materiales fotocopiados conviene señalar la
foliación de cada fotocopia recibida. Incluso se recomienda apuntar a qué le-
gajo y a qué archivo corresponde. Con el tiempo y el trabajo en múltiples ar-
chivos estas indicaciones se valorarán como útiles.
Hay que tener en cuenta que también el trabajo de archivo utilizando el
servicio del fotocopiado puede tener para el investigador sus normales sobre-
saltos. Según el trabajo normal del servicio, el investigador, a partir de su ex-

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188 Juan Villegas
periencia, podría formarse sus expectativas de cuánto tiempo demoraría en
ser contemplado su pedido. Sin embargo, para no contraerse al desánimo ha-
bría que prever en el horizonte contestaciones como las siguientes: “no
están”; “la máquina está rota”; “la persona encargada no vino a trabajar”;
“están trabajando para el Director”. Paciencia. Son situaciones que pueden
darse.
Otro auxiliar es la computadora. Cada vez más acuden investigadores a
los archivos con su computadoras individuales, sus transformadores y dis-
quetes. Ellos verán sus ventajas y sus inconvenientes.
Otro auxiliar es el microfilm. Posee sus ventajas. Por ejemplo, su pe-
queño tamaño y peso. Para su uso se requiere un lector de microfilm ade-
cuado. Conozco una institución cultural que posee un archivo de documenta-
ción en microfilm pero carece de lector, con lo cual ese archivo permanece
sin poderse consultar en un armario.
La fotografía, también puede salir en ayuda del investigador. Especial-
mente para registrar fotos, planos y mapas. También para ilustrar libros.
10. Cosas que suceden
Encontrándome un día investigando en el Archivo General de Indias con
un legajo correspondiente a la audiencia de Buenos Aires di con un papel co-
rrespondiente a Yucatán, que posiblemente habría pasado como de Tucumán.
Para no desconsolar al investigador yucatano es de esperar que ese folio no
fuese de importancia.
El traslado de los materiales del investigador desde que sale del archivo
muy ufano y consolado de sus tareas hasta que asegura esos materiales en su
domicilio, suele presentar sorpresas. Piénsese en el olvido de una carpeta en
la silla de un bar o el robo eventual de un auto conteniendo esa carpeta. En re-
alidad son cosas que suceden pero que no registro como experiencias. Sí me
sucedió haber investigado en dos legajos en un archivo en el extranjero. Parte
del material recabado lo envié por correo y se salvó. Mis apuntes personales
extraídos de esos mismo legajos los perdí en oportunidad de un accidente
aéreo. Al despegar en la pista se incendió la turbina del avión en que pre-
tendía viajar y tuve que lanzarme por los toboganes, perdiendo en esa ocasión
la carpeta. En mi domicilio poseo mi búsqueda incompleta.
A veces, dos acontecimientos vienen registrados en un solo documento.
Es el caso de la fundación de dos parroquias uruguayas realizadas en el siglo
XIX. El documento se encuentra en el archivo de una de las dos parroquias.
¿Los de la otra parroquia seguirán todavía buscando el documento de erec-
ción de su parroquia?

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Otro ejemplo. Hacia la mitad del siglo XIX las Hermanas Salesas y las
Hermanas del Huerto, también llamadas Hijas de María, realizaron parte de
su viaje a Montevideo juntas. Ambas congregaciones femeninas arribaron
para fundar en Montevideo. Sería posible que en los archivo de las salesas se
encuentren referencias de este viaje de Génova a Montevideo que comple-
menten la informaciones de primera mano de la documentación que se cus-
todie en el archivo de las Hermanas del Huerto.
Estos ejemplos, permiten suponer que se podría encontrar materiales in-
teresantes sobre ciertos temas en los lugares más insospechados. Pensemos,
por ejemplo, en la posibilidad de encontrar cartas de algún salesiano del siglo
XIX en el archivo particular de una personalidad anticlerical. Habría que su-
poner relaciones de parentesco, de vecindad, de compañerismo en la escuela,
y otras razones, capaces de vincular a un salesiano con un liberal radical.
11. El ambiente en los archivos
Es le momento de hablar del ambiente en los archivos. El ambiente debe
facilitar la tarea del investigador, que es ardua por la concentración que re-
quiere. Sería el ambiente que se requiere para una concentración puntual en
un documento. Sería lo más semejante al estudio. La investigación requiere
un gran esfuerzo de concentración.
Existen ciertas comodidades que ayudan, como la posición del cuerpo,
las mesas, las sillas, la temperatura, la luz y otras posibles. En este punto se
quiere hacer referencia al silencio.
En la visita de un archivo muy importante para el investigador uruguayo
y de la Historia del Uruguay, tuve que renunciar a frecuentarlo por su falta de
silencio. Era imposible para mí – repito para mí – la concentración. Los fun-
cionarios conversaban de sus cosas de manera que a mí – repito una vez más,
a mí – me perturbaban en la investigación. Los temas eran baladíes para el in-
vestigador: las expectativas sobre los juegos de apuestas, quinielas y loterías;
la marcha de los campeonatos de fútbol; el asunto de los cobros de los
sueldos y asuntos laborales muy concretos; las relaciones con jefes y direc-
tores, etc. Imposible concentrarse, repito, por lo menos para mí. A los años
volví al mismo archivo y había cambiado el ambiente. Había otro funciona-
riado con otra actitud.
Sucede que se dan funcionarios, quizás los no encargados de las salas de
la consulta donde se encuentran los investigadores sumidos en sus legajos,
quizás personal administrativo o de otras secciones, que no poseen sensibi-
lidad para con el trabajo de los investigadores. Esto sucede cuando el archivo
no está organizado como archivo moderno con secciones separadas. Cuando

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190 Juan Villegas
además posee precarios medios de comunicación entre las distintas secciones
del archivo. Es que el edificio no está diseñado y construido para servir de ar-
chivo histórico. En esta clase de archivos se puede dar el paso de personal
que transita taconeando a través de la Sala de Consulta y saludando a su fun-
cionariado; charlas ocasionales de uno y otro; llamados a gritos cuando al-
guien es requerido por teléfono; pedidos a gritos para que de los pisos supe-
riores sean cerradas las puertas del ascensor porque se lo necesita, etc.
Los mismos investigadores pueden perturbar el silencio requerido en
toda tarea de investigación en archivo. Es el caso de usuarios que acceden de
a dos o en grupo para una misma búsqueda. Es el caso del investigador que
entra en la Sala de Consulta y se encuentra con su colega o viene a buscar
puntualmente algo que tiene que ser conversado con el personal de la Sala,
sin mostrar sensibilidad para con sus colegas que se encuentran en ese mo-
mento investigando.
A una persona le llamó la atención el hecho de que encontrándola en el
archivo investigando, la invitara a salir de la Sala de Consulta para saludarla y
conversar. Para mí era lógico y una forma de respetar el silencio requerido pa-
ra la investigación de otros usuarios que se encontraban en Sala. Cuando me
encuentro a esta persona me recuerda esta circunstancia. Le habrá parecido
bien o mal, lo cierto es que le llamó la atención.
12. Archivos eclesiásticos
Existen archivos eclesiásticos diocesanos, parroquiales, especiales, de
órdenes religiosas y de instituciones religiosas.
Algo se expresó sobre los archivos diocesanos, al distinguir archivos
vivos e históricos. Que recuerde visité excelentes archivos arquidiocesanos
como el de Arequipa, Lima y Córdoba. Lamentablemente el de Buenos Aires
padeció el incendio de mediados del año 1955 donde se destruyó importante
documentación.
De los archivos parroquiales quisiera expresar mi admiración, por lo
menos respecto a los archivos parroquiales del Uruguay. Muchas veces con-
sisten en un armario sin llave donde se encuentran los libros de la parroquia.
Lo sorprendente es que esos libros todavía se conservan, a pesar de los años,
del cambio de párroco, muchas veces de sus enfermedades o viajes o incur-
siones pastorales en sus amplias y dilatadas zonas rurales de su jurisdicción
parroquial.
Archivo especial considero al archivo del Beato Alberto Hurtado S.J.,
que visité últimamente en Santiago de Chile. Pequeño, lógicamente, pero
muy bien dispuesto y ordenado. Un modelo de archivo.

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El investigador usuario de los archivos históricos 191
De los archivos de las congregaciones religiosas ya hubo ocasión de
hacer referencias y las habrá más adelante.
Archivo de una institución eclesiástica, sería, por ejemplo, el archivo del
Apostolado de la Oración, el archivo de la antigua Acción Católica, o de un
colegio.
Respecto a los archivos eclesiásticos, además de ciertos problemas plan-
teados o por plantear más adelante, quisiéramos apuntar a tres.
Surgió la idea de concentrar los libros parroquiales antiguos, que se en-
cuentran en custodia de las respectivas parroquias, o en un archivo especial o
en la curia diocesana. Posiblemente estos libros, que son importantes del
punto de vista histórico, no se utilicen en la administración normal del trabajo
pastoral parroquial. Por otro lado, en determinados lugares desafían el riesgo
de perderse. En esas circunstancias, surge el proyecto de salvarlos y concen-
trarlos en un archivo especial. De llevarse a cabo este proyecto, surgen
nuevos problemas: ¿dónde?, ¿quién atiende a los que necesitan consultar
estos materiales?, ¿cómo se afrontan los costos requeridos?
Otro tema lo plantea el ofrecimiento de los mormones a las parroquias.
Como es sabido, los mormones solicitan microfilmar todos los libros parro-
quiales para llevar sus microfilms a Estados Unidos y asegurarlos. Por mo-
tivos ideológicos los mormones entienden que conociendo a los hombres
hacia atrás podrían salvar a estos ancestros. Por consiguiente, ellos poseen un
marcado interés por los antecedentes de las personas. Los mormones ofrecen
una copia de la microfilmación a la parroquia que les autorice realizarla.
Frente a esta propuesta, existen parroquias que no autorizan la microfilma-
ción de sus archivos y otras que no tienen reparo en autorizarla. Se sabe que
la microfilmación posee en este caso el efecto secundario de preservar el ar-
chivo de riesgos de incendio u otras pérdidas.
El tercer tema es el de la apertura o no del archivo a los particulares. A
propósito de este asunto ya hubo ocasión de efectuar alguna referencia ante-
riormente. Pongamos el caso de un archivo parroquial. Si la secretaria de la
parroquia lo cierra será porque el párroco dio la orden. De ahí proviene el ma-
lestar de los investigadores. Comprenderán que es el archivo de una parroquia
pero al mismo tiempo considerarán que se trata de bienes culturales de la na-
ción. Quizás el párroco tiene sus razones para cerrar el archivo. Para preser-
varlo, por ejemplo, dado que no cuenta con personal para mantenerlo y custo-
diarlo, lo cual incide en asuntos de financiación. Podrían darse casos de men-
talidad, tanto del párroco, como de la secretaria, pero aún del investigador. El
tema queda planteado. Es posible que las quejas se divulguen en el ambiente
de los estudiosos e investigadores. También podría ser posible que estas
quejas se transformen en críticas contra la imagen de la Iglesia misma y de su
acción pastoral. Todavía podría ser que algún investigador quejoso recurra a

2.4 Page 14

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192 Juan Villegas
los espacios de la prensa para desahogarse de sus malos humores o crea estar
haciendo un apostolado a favor de la cultura. Sería el caso que tratamos en el
Anexo.
13. A la hora de organizar archivos de religiosos
Como tema final de esta disertación toca el momento de abordar algunos
asuntos relativos a los archivos de las congregaciones religiosas. Se advierte
que para facilitar la terminología se va a poner como ejemplo la congregación
religiosa, explicitando que lo que se diga, mucho o poco, bien correspondería
a otro tipo de instituciones eclesiásticas semejantes.
Nadie va a dudar de la necesidad de un archivo para la administración de
una congregación religiosa. A esta altura del desarrollo no imaginamos un
Padre Inspector salesiano que no tenga a mano, por ejemplo, los títulos de las
propiedades que su congregación posea en el territorio a él confiado.
Esas útiles raíces de archivo, sin embargo, se pueden incrementar. A la
hora de incrementar el material del archivo juega un papel importante la dis-
posición y colaboración de los miembros de la congregación religiosa.
De especial cuidado será atender, por ejemplo, al destino que se le
otorgue a las pertenencias del religioso fallecido o del que deja pertenencias
cuando cambia de comunidad. Se supone que en ambos casos se dispondrá de
esa habitación para otro religioso o para otros fines. ¿Quién dispone de esas
pertenencias ya prácticamente sin dueño? ¿Qué criterios se utilizan en rela-
ción a la formación del archivo de la congregación? Podrían darse diversas
posiciones dentro de estos dos extremos: limpiar y romper o guardar todo.
Otra situación que se puede presentar en las congregaciones religiosas es
que, supuesta una congregación con poca sensibilidad en guardar y registrar su
propia vida, de lugar a que alguno de sus miembros con mucha sensibilidad fue-
se formando prácticamente su archivo particular sobre la congregación. Podría
darse que por esa dinámica de las situaciones personales se tengan prácticamen-
te dos archivos: el de la congregación y otro, que tendría su interés y valor, bajo
la órbita de ese religioso. Una situación así es posible. Se supondría que con el an-
dar el tiempo y el fallecimiento de ese religioso, el archivo general logre incor-
porar ese archivo particular. A la postre, ese religioso vino a enriquecer el archi-
vo general y preservó un conjunto de materiales interesantes para la congregación.
Se va formando el archivo de la congregación, que ya está al cuidado de
un encargado. Poco a poco, a medida del crecimiento del archivo y del celo
puesto por el encargado, las situaciones se podrían ir complicando. El encar-
gado comenzará a necesitar un local más apropiado; materiales para acondi-
cionar mejor los materiales del archivo tales como estanterías, armarios, com-
putadora, ficheros, cajas, carpetas, etc., y mayor presupuesto para atender
convenientemente al archivo. Incluso podría llegar el momento en que el en-

2.5 Page 15

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El investigador usuario de los archivos históricos 193
cargado del archivo solicite que le autoricen contratar empleados. No hay
duda que el mismo crecimiento del archivo va requiriendo o exigiendo más
trabajo y va planteando nuevos desafíos.
Llegará el momento en que se suscitará el tema de la capacitación téc-
nica del archivero. Es el momento del desarrollo del archivo en que no basta
la persona de buena voluntad y se requiere al técnico en archivos.
A esta altura de la organización y del funcionamiento del archivo, co-
mienzan a venir pedidos los más variados. Un día se recibe una carta de un
particular o de otro religioso de la misma congregación solicitando al archivo
un dato. Comienzan a recibirse solicitudes de este tipo, tanto del mismo país
como del exterior. Otro día aparece una persona o un investigador en busca
de datos sobre la congregación. El trato, la calidad de los materiales y la fun-
cionalidad del archivo podrían ir incrementando este tipo de visitas y usua-
rios. En este momento se planteará a nivel de los responsables del archivo si
convendrá o no, el organizar un servicio dentro del archivo para atender esos
pedidos y a esas visitas. Si se estará o no en la posibilidad de prestar ese ser-
vicio. Si la decisión resultare la de abrir el archivo a la consulta, la actividad
se diversificará y el archivo continuará creciendo.
No sería sorprendente que pasado el tiempo y con el cambio de las per-
sonas, tanto por parte del encargado del archivo, como por parte de las autori-
dades de la congregación religiosa, surja en determinado momento la pre-
gunta sobre la conveniencia o no de mantener ese archivo. ¿Valdrá la pena
mantener el archivo? La pregunta surge casi como una tentación. Sobre todo
cuando existen razones válidas, como serían, por ejemplo, los costos y la es-
casez de personal.
Otra situación se podría plantear a propósito de un cambio de superior
en la congregación religiosa. Un nuevo superior, ponderando la situación con
otros criterios, podría tomar decisiones contra esa forma de crecer de ese ar-
chivo. Incluso lo podría llegar a clausurar
A manera de conclusión
Quisiera finalizar estas reflexiones en voz alta, basadas en mis experien-
cias como investigador y visitante de archivos, con una palabra de aliento.
¡Ánimo a los investigadores! ¡Ánimo a los encargados y funcionarios de ar-
chivos! ¡Ánimo a los salesianos y a las salesianas en la formación y manteni-
miento de sus archivos!
En particular, los archivos eclesiásticos, además de la utilidad que
prestan según sus finalidades, constituyen una nada despreciable obra de
evangelización. Son específicamente una obra de evangelización de la cul-

2.6 Page 16

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194 Juan Villegas
tura. Son una obra que se relaciona con la cultura nacional. Consideremos,
por ejemplo, que no se podría reconstruir la Historia de la Educación en la
República Argentina sin tomar en consideración la obra de los salesianos.
La formación de eficientes archivos salesianos sería una solicitud de la
propia maduración de la congregación religiosa. De su espiritualidad. Pienso
también que sería una solicitud de la propia acción evangelizadora de la con-
gregación .
Los evangelios los tenemos a disposición en la liturgia, en nuestros ho-
gares y en las facultades de Teología. Nos esforzamos por tenerlos en nues-
tros corazones. Se encuentran tan a disposición, que no necesitamos acudir a
archivos para consultarlos. Sin embargo, los textos de donde provienen nues-
tros evangelios los conservamos custodiados a lo largo de los siglos en los ar-
chivos. Lo mismo sucede con los escritos de San Juan Bosco y María Mazza-
rello, a la mano de cualquier salesiano o salesiana, pero cuyos originales es-
tarán custodiados en los archivos.
¡Ánimo a todos en esta tarea de pensar en los archivos! ¡Ánimo a todos
en esta tarea de formar archivos!
Al terminar quisiera expresar mi gratitud a todos los que desde los ar-
chivos me han recibido con generosidad. Los públicos, mantenidos con los
dineros del Estado, me acogieron con generosidad y servicialidad. Los pri-
vados, me abrieron sus puertas. En todos lados percibí acogida y mucho idea-
lismo por esta causa de los archivos. Pasados los años, el investigador debiera
reconocer que gran parte de su personalidad como historiador se la debe a los
archivos de donde extrajo los materiales para sus obras y el desarrollo de su
personalidad. El trabajo del investigador se asemeja al trabajo del minero, que
con su inteligencia busca los buenos minerales para extraerlos y aportarlos a
la luz pública.
Estas últimas consideraciones quedarían truncas si en los archivos no re-
conociéramos a las personas. Son encargados o no, que jugando diversos
roles dentro del archivo permitieron el diario y constante trabajo del extractor
de materiales. Personas que ahora habilitan los archivos, pero también per-
sonas, que en el pasado aportaron los materiales, personas que los valoraron y
los conservaron y personas que formaron con ellos secciones de archivo y
que supieron custodiar con el paso de los años esos preciosos materiales para
que el investigador pudiese realizar ahora y mañana su tarea.
Anexo
En la sección “Cartas al Director” del semanario Búsqueda (año XXX, Montevi-
deo, 13 a 19 de setiembre de 2001, número 1.116, p. 46) se publicó la carta siguiente:

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El investigador usuario de los archivos históricos 195
“La Iglesia Católica y la Investigación
Señor Director:
Quienes durante más de dos décadas en nuestros trabajos de investigación, he-
mos sufrido la incompetencia e incomprensión de sacerdotes de la Iglesia Católica
Romana en el Uruguay, que creen que los repositorios documentales de los archivos de
las parroquias les pertenecen, nos causó profunda alegría enterarnos que el Arzobis-
pado de Montevideo había decidido concentrar la documentación en la Curia Ecle-
siástica, facilitando así la labor de los investigadores. Pero, cual mercaderes del tem-
plo, al mismo tiempo fueron fijadas tarifas que deberemos abonar puntualmente para
poder rescatar el pasado de nuestro país y de su gente.
Esta actitud me hizo acordar de una carta que le dirigiera mi padre, Lauro Ayes-
tarán, a su gran amigo Alberto Ginastera – uno de los más grandes compositores del
siglo XX-, de fecha 29 de febrero de 1964 y cuya copia obra en el “Archivo Lauro
Ayestarán” propiedad de mi madre. Transcribo de la misma el siguiente párrafo que
exime de todo comentario: “El problema más grave – aunque parezca absurdo – es el
de los sacerdotes que custodian esos archivos los cuales piden sumas abultadas en
dólares por el derecho de tomar una simple fotografía de la partitura. ¡Pobrecitos! Es
un problema de subdesarrollo mental En lugares subdesarrollados hasta la Iglesia cae
también en la volteada. En realidad, ellos deberían pagarnos a los investigadores pa-
ra que fotografiásemos, estudiásemos y publicásemos sus tesoros como es de lógica
elemental y como se hace en todas partes del mundo. Lo más cómico y hasta grotesco
es que algunos de estos sacerdotes venden por unos pocos dólares esos mismos ma-
nuscritos si creen que no tiene (sic!) valor. Así, por ejemplo, en Montevideo yo tengo
un montón de ellos adquiridos por la suma de 15 dólares. Es decir: si creen que tienen
valor cobran 100 dólares por el derecho a fotografiar una sola partitura (así se lo
exigieron a Robert Stevenson con la Misa de Zípoli). Si creen que no tienen valor le
venden a unos centenares de ellos por 5 o 10 dólares. El problema es delicadísimo y
hay que trabajar en el terreno con suma habilidad. En última instancia en beneficio de
ellos y A.M.D.G” (“Ad maiorem Dei gloria” – por “gloriam”! – sigla que utiliza la
Compañía de Jesús).
Agradeciendo la publicación de la presente, saludo al Señor Director con mi ma-
yor estima.
Ángel Ayestarán
C. I. (= Cédula de Identidad) 1.458.114-1”
Pequeño Comentario. Con toda humildad habría que tomar muy en cuenta en
los archivos eclesiásticos esta interesante carta. Habría que pedir perdón a Ángel Ayes-
tarán por todo lo que sufrió por “la incompetencia e incomprensión de sacerdotes de la
Iglesia Católica Romana en el Uruguay”.
Lástima que el investigador sufriente haya echado mano del archivo familiar pa-
ra publicar una carta de su padre, destacadísimo musicólogo, Lauro Ayestarán a un
amigo. No creo que él hubiera permitido a su hijo su publicación.
Tanto el padre como el hijo me parece que generalizan. Éste porque acusa a to-
do el clero parroquial del Uruguay. Yo mismo, que recorrí muchas parroquias del inte-
rior del país, no puedo firmar sus aseveraciones. Y en cuanto al padre, porque no creo
que muchas parroquias del Uruguay, ni siquiera las más antiguas, tengan documentos
para vender ni por 100 ni por 15 dólares. Me cuesta creer que las partituras del P. Do-

2.8 Page 18

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196 Juan Villegas
menico Zípoli S.J. de la época de las reducciones jesuíticas del Paraguay, siempre que
fuesen originales, hayan estado en archivos parroquiales uruguayos. La anécdota me
suena a otro país.
Lo que ahora viene al caso es la actitud del usuario de los archivos parroquiales.
Ya vemos que opiniones negativas pueden surgir. Más que negativas, críticas.
Como se expresó en el texto de nuestras reflexiones, el tema de los archivos ecle-
siásticos es un tema de evangelización y de evangelización de la cultura. Más allá de
las impresiones que se lleven los investigadores, que visiten estos archivos. No perda-
mos de vista que podríamos encontrarnos con investigadores de trato difícil, pedantes
y desubicados en sus exigencias.
El tema es complejo. No hay duda que esta carta, con todo su simplismo en abor-
darlo, aporta, sin embargo, una perspectiva a considerar.