AGUINALDO 2010 corretta2


AGUINALDO 2010 corretta2

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COMENTARIO AL AGUINALDO PARA 2010
«Verdaderamente no hay nada más bello
que encontrar y comunicar a Cristo a todos».1
Carísimos Hermanos,
Hijas de María Auxiliadora,
Miembros todos de la Familia Salesiana,
Jóvenes.
Aquí estoy otra vez, en la cita anual para la presentación del comentario al
Aguinaldo de 2010. Como verdadero programa espiritual y pastoral, nos
ayudará a reforzar nuestra identidad salesiana, a robustecer nuestra
comunión de mente y de corazón, a insertarnos en la Iglesia como
“discípulos y apóstoles” para la construcción del Reino y para la
transformación del mundo. Hoy más que nunca, el mundo tiene necesidad
de Cristo y de su Evangelio; por esto se necesitan personas que hagan del
Reino de Dios la causa por la que vivir, como hizo Jesús; se necesita el
testimonio de discípulos, varones y mujeres nuevos, nacidos no de la
“carne” sino del Espíritu; sólo sirven apóstoles empeñados seriamente en la
conservación de la creación y en la justicia, la solidaridad y la fraternidad
entre los pueblos.
1. Introducción: el Aguinaldo y sus motivaciones
Después de la llamada del año pasado, en el que invité a la Familia
Salesiana a vivir y a actuar como “movimiento”, de manera que fuera más
visible, más significativa y más eficaz en su servicio de salvación de los
jóvenes, en 2010 quisiera veros animados por el mismo espíritu y
empeñados en un proyecto compartido: anunciar el Evangelio a los jóvenes
y llevarles así al encuentro personal con el Señor Jesús.
Se trata de una palabra programática que nos ha ofrecido el mismo Santo
Padre. Con ocasión del XXVI Capítulo General de los Salesianos, el Papa
escribía en una carta dirigida a mí:
«La evangelización debe ser la frontera principal y prioritaria de su misión
hoy. Representa múltiples compromisos, urgentes desafíos, vastos campos
de acción; pero su deber fundamental es proponer a todos vivir la
existencia humana como la vivió Jesús. En las situaciones multirreligiosas
y en las secularizadas es necesario encontrar caminos inéditos para dar a
1 BENEDICTO XVI, Sacramentum Caritatis. núm. 84.

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conocer la figura de Jesús, especialmente a los jóvenes, para que perciban
su perenne fascinación».2
Por eso, con ocasión del centenario de la muerte de don Miguel Rua,
fidelísimo a Don Bosco y a su carisma, quisiera invitar a todos los
miembros de la Familia Salesiana a convertirse cada vez más en discípulos
enamorados y en apóstoles entusiastas de Jesús y a comprometerse en la
evangelización de los jóvenes. Hablémosles de Cristo, relatemos nuestro
encuentro con Él; narremos su historia, sin la cual su figura corre peligro de
diluirse en la mitología o en la ideología; presentemos el programa de
felicidad que Él nos ofrece en las Bienaventuranzas; digámosles cuán bella
es la vida una vez que se Le ha encontrado y cuán gozoso resulta ser
aferrados por Él y comprometidos en la causa del Reino de Dios.
El compromiso evangelizador es fruto de la identidad del discípulo que,
después de haberse decidido al seguimiento del Señor Jesús, se convierte
en su representante personal y en ardiente misionero. Queremos asumir el
reto de ayudar a los jóvenes a «mirar a los otros no ya solamente con los
propios ojos y con los propios sentimientos, sino desde la perspectiva de
Cristo Jesús».3 Es verdad que nosotros somos salesianos y, como tales,
realizamos nuestra misión de evangelizar educando y de educar
evangelizando. Esto no es un eslogan ni una frase vacía de sentido. Expresa
el estrecho vínculo que existe entre evangelización y educación; sin
confundirse y respetando su autonomía, ambas están al servicio de la
persona humana para llevarla hasta la plenitud de Cristo. La educación es
auténtica cuando es respetuosa de todas las dimensiones del niño, del
adolescente, del joven, y cuando está claramente orientada a la formación
integral de la persona, abriéndola a la transcendencia. Por su parte, la
evangelización tiene en sí misma un fuerte valor educativo, precisamente
porque busca la transformación de la mente y del corazón, la creación de
una nueva persona, fruto de su configuración con Cristo.
El Aguinaldo de 2010 aprovecha la ocasión del año paulino recién
concluido y del Sínodo de la Palabra de Dios, todavía en espera de la
Exhortación Apostólica postsinodal del Papa, que nos ayudará a anunciar y
a testimoniar la belleza del encuentro con Cristo, Palabra de Dios, que vive
en medio de nosotros. Durante el Sínodo, en el cual he tenido la gracia de
participar, tuve una intervención sobre el fragmento lucano de los
discípulos de Emaús, visto como modelo de la evangelización de los
jóvenes, tanto por los contenidos como por los métodos; puede resultar útil
volver a tomarlo en nuestras manos y meditarlo.
2 BENEDICTO XVI, Carta a don Pascual Chávez Villanueva, Rector Mayor de los Salesianos, con
ocasión del XXVI Capítulo General, 1 de marzo de 2008, núm. 4; cf. CG26 de los SDB, p. 91.
3 BENEDICTO XVI, Deus caritas est, núm. 18.

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Por tanto, he aquí el programa espiritual y pastoral para el año 2010:
«Señor, queremos ver a Jesús».
A imitación de Don Rua,
como discípulos auténticos y apóstoles apasionados,
llevamos el Evangelio a los jóvenes.
Los numerosos grupos de la Familia Salesiana se hallan en sintonía con
este compromiso. A modo de ejemplo, os señalo dos párrafos de los
Capítulos Generales de los Salesianos y de las Hijas de María Auxiliadora.
El Capítulo General XXVI de los Salesianos es consciente de la urgencia
de evangelizar y de la centralidad de la propuesta de Jesucristo:
«Consideramos la evangelización como la urgencia principal de nuestra
misión, conscientes de que los jóvenes tienen derecho a oír el anuncio de la
persona de Jesús como fuente de vida y como promesa de felicidad en el
tiempo y en la eternidad».4 «Por tanto, nuestro empeño fundamental es
proponer a todos vivir la existencia humana como la vivió Jesús... El
anuncio de Jesucristo y de su Evangelio debe ser central, junto con la
llamada a la conversión, a la acogida de la fe y a la inserción en la Iglesia;
de aquí nacen los caminos de fe y de catequesis, la vida litúrgica, el
testimonio de la caridad operosa».5.
El Capítulo general XXII de las Hijas de María Auxiliadora reconoce que
es el amor de Dios el que nos empuja: «El cenáculo, el lugar donde los
apóstoles se encuentran todos juntos, no es una morada estable, sino una
base de lanzamiento. El Espíritu los transforma de hombres acobardados en
ardientes misioneros que, llenos de coraje, llevan por los caminos del
mundo el alegre anuncio de Cristo Resucitado. El amor empuja hacia el
éxodo y a salir de sí mismos hacia las nuevas fronteras para convertirse en
don: “El amor crece a través del amor”6. María, que desde el cenáculo
enseña a abrir las puertas, ha sido la primera en vivir la experiencia del
éxodo y en ponerse en camino. La primera evangelizada se ha convertido
en la primera evangelizadora. Llevando a Jesús a los demás, Ella ofrece su
servicio, produce alegría, hace experimentar el amor».7
2. Nuestra vocación es ser discípulos y apóstoles
La vocación de todo cristiano es ser discípulos que acogen cordialmente la
Palabra de Dios y apóstoles que la transmiten gozosamente. Precisamente
en esto consisten la vida y la misión de la Iglesia. Jesús mismo comenzó
4 CG26 SDB, núm. 24.
5 BENEDICTO XVI, Carta a don Pascual Chávez..., ib.
6 BENEDICTO XVI, Deus carias est, núm. 18.
7 CG XXII FMA, Più grande di tutto è l’ amore, núm. 33.

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anunciando el Evangelio del Reino de Dios y llamando a discípulos para
enviarlos a predicar. No sólo los Doce, sino todos los bautizados están
llamados a ser discípulos, que se familiarizan con la Palabra, se identifican
con el Señor hasta tener Sus sentimientos, tienen la mente de Cristo, viven
en intimidad con Él, hasta llegar a ser apóstoles convencidos y celosos,
enviados a todos los ambientes de la vida para dar testimonio de la fe, para
dar razón de la esperanza, para colaborar en la transformación de la cultura
y de la sociedad, para construir un mundo donde reinen la justicia y la paz,
para ser conciencia de solidaridad entre los pueblos y entre los grupos
sociales y de fraternidad entre todas las personas.
Ningún cristiano puede sustraerse de esta vocación y misión. No sólo los
sacerdotes, los misioneros y los religiosos, sino todos, movidos por el amor
que el Señor nos tiene y en virtud del bautismo, estamos llamados a ser
evangelizadores. Podemos responder a este mandato del Señor en la
familia, en el trabajo, en nuestras comunidades, con las obras y con las
palabras, es decir, con el amor que pongamos en las acciones y en las
palabras, procurando que sean conformes al Evangelio. Evangelizar
significa añadir una levadura con una energía tal que cambie la mentalidad
y el corazón de las personas y, a través de ellas, las estructuras sociales, de
manera que sean concordes con el designio de Dios. No se trata de una
actividad intimista; evangelizar es desencadenar la verdadera revolución
social, la más profunda, la única eficaz. Esto explica por qué encuentra
tantas dificultades y contrastes, abiertos y ocultos.
Antes de pensar en los medios y en los modos de evangelizar, es necesario
tener un motivo, es decir, estar “enamorados” de Dios, haber realizado la
experiencia de su amistad y de su intimidad: «Ya no os llamo siervos,
porque el siervo no sabe lo que hace el amo; sino que os he llamado
amigos, porque todo lo que he oído al Padre os lo he dado a conocer» (Jn
15, 15). Entre el momento de la llamada y el momento del envío se coloca
el tiempo en el que los discípulos «están» con el Señor para aprender su
estilo de vida, para aprender a leer la historia personal y universal como
historia de salvación, para experimentar en la propia vida la verdad, la
bondad y la belleza del mensaje que se les ha confiado y que están
llamados a proclamar.
A este respecto, decía yo así en el saludo de apertura de la Asamblea
trimestral de la Unión de los Superiores Mayores, en preparación al Sínodo
sobre la “Palabra de Dios en la vida y en la misión de la Iglesia”: «Sólo el
ministro del Evangelio, consagrado o laico, que tenga en su corazón el
Evangelio, hecho objeto de contemplación y motivo de oración, logrará
mantenerlo en la boca como tesoro del que hablar y lo tendrá en sus manos
como un deber ineludible que entregar».8
8 P. CHÁVEZ, Non è giusto che noi trascuriamo la Parola di Dio, Saluto di apertura all’ Assemblea dell’
USG, Roma 21 de noviembre de 2007.

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En el bello compromiso de acoger, encarnar y comunicar la Palabra de
Dios, María nos hace de madre y maestra, porque, como dice San Agustín,
Ella concibió al Hijo en el espíritu antes que en la carne. Efectivamente, en
el evangelio de Lucas María es presentada como aquella que, al anuncio del
ángel, responde con apertura extraordinaria: «He aquí la esclava del Señor,
hágase en mí según tu palabra» (Lc 1, 38). María es el modelo del discípulo
que, ante los acontecimientos que ve y no logra comprender, guarda todas
esas cosas y las medita en su corazón (Lc 2, 19). Al inicio del ministerio de
su Hijo, en las bodas de Caná, invita a los criados a «hacer lo que Él os
diga» (Lc 11, 27-28). Llegado el momento de la Pasión, María está al pie
de la cruz, compartiendo hasta el fondo el abandono, el rechazo y el
sufrimiento del Hijo y recogiendo con mimo su testamento: «Mujer, ahí
tienes a tu hijo» (Jn 19, 25-27). Y, finalmente, después de la Resurrección,
persevera en oración con los discípulos en espera del Espíritu Santo
prometido (Act 1, 14). He aquí nuestro modelo de discípulo y de apóstol de
la Palabra.
3. Tarea de los discípulos es escuchar el “deseo de ver a Jesús”
Precisamente porque la evangelización no es solamente un mensaje que
proclamar, sino que es la revelación de Dios en Jesús, la evangelización es
auténtica cuando lleva al encuentro con la persona de Jesús y es eficaz
cuando comunica la salvación que Dios ha querido darnos en el Hijo. Por
tanto, la evangelización comporta una dinámica interna, que parte del
sentimiento religioso expresado en el deseo humano de ver a Dios, y que
traduce así el salmista: «De ti ha dicho mi corazón: buscad su rostro; Señor,
busco tu rostro» (Sal 26,8). Y uno de los discípulos se atreverá a pedir a
Jesús: «Señor, muéstranos al Padre y nos basta» (Jn 14, 8). Esto nos indica
que evangelizar es un encuentro de personas; y la persona es evangelizada
cuando encuentra y acoge a la persona de Jesús.
El evangelista Juan recuerda que unos griegos, mientras subían a Jerusalén
para la Pascua, se acercaron a Felipe con la petición de «ver a Jesús» (Jn
12, 21). No sabiendo qué hacer ante una petición tan inesperada, Felipe
habló sobre ello con Andrés y, juntos, «fueron a decírselo a Jesús».
Entonces Jesús se dio cuenta de que había llegado la hora, tantas veces
aplazada, de ser glorificado. En el momento en que aquellos que estaban
lejos sintieron el deseo de verle, Jesús reconoció que había llegado el
tiempo de anunciar la entrega de su muerte, la hora de la glorificación, el
momento decisivo de la salvación de todos.
Jesús llegó a la conciencia de su hora cuando supo que había unos griegos
que querían verle. Y lo supo porque dos discípulos se lo comunicaron. Sin
darse cuenta de ello, Felipe y Andrés ayudaron a Jesús a reconocer el
momento crucial de su vida. Sin aquellos dos discípulos, los griegos no

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habrían podido manifestar el deseo de ver a Jesús; sin ellos, Jesús no habría
sabido que había llegado el momento de su glorificación. Jesús tuvo
necesidad de los discípulos para reconocer, en el deseo de ser visto por los
estaban lejos, que había llegado la hora de su gloria.
Jesús tiene necesidad también hoy de discípulos que lleguen a descubrir en
el corazón de la gente, en sus alegrías y en sus miedos, un deseo no siempre
explícito de acercase a Él y de encontrarle. Lo que impulsa de nuevo a
Jesús a realizar la salvación es saberse deseado. Sólo el discípulo que ya le
está cercano puede descubrir, entre los que le buscan, quién desea en
realidad encontrarle. El discípulo sigue a Jesús para facilitar el encuentro
con Él de aquellos que Le quieren ver. Así es como el discípulo de Jesús
llega a ser su apóstol: Jesús tiene necesidad de discípulos, compañeros de
vida y misión, pare reconocer la llegada de su hora. Llevando ante Él a
aquellos que quieren verle, el discípulo de Jesús se convierte en su apóstol.
Discernir entre las muchas aspiraciones de la juventud de hoy el verdadero
deseo de «ver a Jesús», es para nosotros, miembros de la Familia Salesiana,
motivo, si no único, al menos fundamental para llegar a ser verdaderos
discípulos de Cristo. Si no lo hacemos nosotros, ¿quién presentará a Jesús
los sueños y las necesidades de los jóvenes? ¿Quién posibilitará a los
jóvenes ver a Jesús? Los miembros de la Familia Salesiana están llamados
a escuchar el anhelo de los jóvenes de encontrar a Jesús y, al mismo
tiempo, a leer la situación juvenil de manera que ponga en evidencia el
deseo que los jóvenes tienen de acercarse a Jesús. Éste es nuestro modo de
ayudar hoy a Jesús a salvar a los jóvenes. Y así es como nos convertimos
en verdaderos compañeros y apóstoles suyos.
Esto significa que la evangelización de los jóvenes debe partir de las
situaciones concretas en que se encuentran ellos, con atención particular a
su cultura, fuertemente marcada por el valor de la subjetividad y de la
autorreferencia, que los lleva a reagruparse entre coetáneos y a alejarse del
mundo de los adultos. A este propósito son iluminadoras las palabras
pronunciadas por el Santo Padre, Benedicto XVI, en la catequesis del cinco
de agosto de 2009, hablando del Santo Cura de Ars: «Si entonces se daba la
dictadura del racionalismo, en la época actual se registra en muchos
ambientes una especie de dictadura del relativismo». Ambas aparecen
como respuestas inadecuadas a la justa demanda del hombre de usar en
plenitud la propia razón como elemento distintivo y constitutivo de la
propia identidad. El racionalismo fue inadecuado porque no tuvo en cuenta
los límites humanos y pretendió convertir la sola razón en medida de todas
las cosas, transformándola en una diosa; el relativismo contemporáneo
reduce la razón, porque de hecho llega a afirmar que el ser humano no
puede conocer nada con certeza más allá del campo científico positivo.
Pero hoy, como entonces, el hombre «mendicante de significado y de
cumplimiento va tras la continua búsqueda de respuestas exhaustivas a

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las preguntas de fondo que no cesa de plantearse».9 He aquí por qué los
jóvenes, sobre todo ellos, tienen necesidad, no siempre sentida o expresada,
de guías pacientes y comprensivos.
En lo que afecta a la referencia religiosa en general, y a la referencia
cristiana en particular, los datos sobre los jóvenes no ofrecen dudas.
Lejanía, abandono prematuro e irrelevancia señalan la relación de mucha
juventud con instituciones, temas y personas religiosas. Hoy es cada vez
más común encontrarse con jóvenes que no han tenido nunca contacto con
el hecho religioso o que lo han tenido en modo insuficiente para
comprender la cuestión de Dios o que se han alejado después de una
experiencia inicial llena de promesas.
Escuchar el grito, explícito o implícito, de los jóvenes que quieren ver a
Jesús comporta en la situación actual salir hacia aquellos espacios y temas
de vida donde los jóvenes se encuentran como en su propia casa, para hacer
que descubran con claridad que, entre los deseos más auténticos de vida y
felicidad, está escondida la pregunta por el sentido y la búsqueda de Dios.
Mi querido predecesor, don Juan Edmundo Vecchi, había descrito esta
situación de manera muy precisa. «El mundo juvenil es tierra de misión por
el número de sujetos que deben volver a escuchar el primer anuncio, por las
formas de vida y por los modelos culturales a los que no ha llegado todavía
la luz del Evangelio, por el lenguaje verbal, mental y existencial que no
encaja con el de la tradición».10
«Hay que levantar acta de que Dios interesa a los jóvenes. Cualquier
investigación lo confirma. Un alto porcentaje declara que siente de algún
modo necesidad de Dios y que está convencido de su existencia. A pesar de
ello, no se deriva de ello la obligación del culto y de una moral coherente, y
mucho menos se liga a la verdad que sobre Dios propone cada una de las
Iglesias.
La imagen de Dios que tienen los jóvenes está muy diversificada, como en
caleidoscopio. Pero sería apresurado calificarla sin más como falsa. Más
bien es incompleta y desenfocada, a veces demasiado. Admitida cierta
desconfianza respecto a las instituciones y a la imagen de Dios que
presentan y dados por descontados algunos principios de verificación
típicos del pensamiento actual, no quedan criterios para evaluar
objetivamente la validez de las diversas representaciones de Dios.
Por tanto, al asumir cualquiera de ellas, prevalece la opción subjetiva. No
está totalmente mal: la fe es un acto libre de la voluntad, movida por la
gracia e iluminada por la razón. Pero ciertamente resultan imágenes
desequilibradas. De ellas se deduce un Dios objeto, una imagen, un
interlocutor, una relación y un descubrimiento a medida de cada individuo.
De ellas se deriva una concepción notablemente vaga de Dios mismo [...].
9 OR, jueves 6 de agosto de 2009, p. 8.
10 J. E. VECCHI, “L’areopago giovanile”, Note di Pastorale Giovanile (NPG) 1997, núm. 4, p. 3.

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Hay jóvenes en los que la imagen de un Dios casi ha desaparecido. Y de la
misma manera, cualquier pregunta sobre Dios. Imágenes y preguntas se
agazapan entre los pliegues de la conciencia, como en un rincón de ella que
ya no se visita.
En este contexto, más comparable a una plaza que a una iglesia, se presenta
la cuestión de cuándo y cómo hablar de Dios, hacia qué imagen de Dios
orientar experiencias y mensajes. Está claro que, ya que Dios se ha
revelado a través de hechos y palabras, también nuestro hablar se realiza
mediante hechos y palabras, acontecimientos e iluminaciones».11
4. Primero discípulos, después apóstoles
Para hacer ver a Jesús a los jóvenes, es necesario conocerle, vivir con Él,
ser de los suyos. Dicho con otras palabras, no se puede ser testigos y
apóstoles de Jesús, si antes no se es su discípulo. Efectivamente, no se
convierte en apóstol quien quiere serlo, sino quien es llamado. Felipe,
Andrés y los demás miembros del primer grupo apostólico fueron llamados
por Jesús, uno a uno, por su nombre, escogidos entre una multitud: «Fueron
detrás de Él aquellos que Él quiso», doce, «para tenerlos consigo y para
enviarles a predicar» (Mc 3,13-14). Y, para andar tras de Jesús, debieron
alejarse de la gente que Le seguía y seguirle a Él. Quien ha sido invitado a
estar con Jesús y a predicar en su nombre no pertenece al grupo de quien
Le busca; forma parte de aquellos que ya Le ha han encontrado y han
decidido permanecer con Él.
El primer mandato que recibe el apóstol, la invitación inicial dirigida por
quien le ha llamado, es «estar» con su Señor. En el apostolado la
convivencia precede al envío; la compañía viene antes que la predicación;
la fidelidad personal es premisa para la misión. Efectivamente, serán
enviados por Jesús los que han vivido con Él, compartiendo el camino y el
descanso, el pan y los sueños, los éxitos y los fracasos, la vida y los
proyectos. Antes de que el Evangelio ocupe su mente y sea la causa de sus
fatigas, deberá haber sido acogido en su corazón y ser causa de su propia
alegría. Jesús no confía su Evangelio a quien no ha dado su propia vida
(Hch 1, 21-22). Los primeros invitados por Jesús fueron sus primeros
compañeros.
Por el hecho de que estaban con Él, la gente que quería conocer a Jesús se
acercaba a los discípulos; el deseo de encontrar a Jesús llevaba a la
multitud a buscar al que Le seguía. Solamente el discípulo que vive con
Jesús puede facilitar el acceso a Él de parte de quien Le desea. De aquí la
necesidad urgente que sienten los jóvenes de encontrar discípulos de Cristo
11 J. E. VECCHI, “Parlare di Dio ai giovani”, NPG 1997, núm. 5, pp. 3-4.

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que les lleven hasta Él, precisamente porque están siempre con Él. Sólo
discípulos auténticos pueden ser apóstoles creíbles.
En el año apenas transcurrido, la figura de Pablo nos ha ayudado a
comprender que antes del «Evangelio de la gracia» anunciado a todos,
viene la experiencia del encuentro con el Resucitado; Pablo consiguió
predicar el Evangelio de Dios, y de manera nueva, porque se le había
revelado el Resucitado en el camino de Damasco (Gal 1, 15-16). De esta
experiencia nace el programa de vida de Pablo «Para mí vivir es Cristo» y
su proyecto pastoral «Ay de mí si no evangelizare» (1 Cor 9, 16). Si
«Cristo es todo para nosotros» y si «no anteponemos nada al amor de
Cristo», entonces nuestra vida se convierte en testimonio gozoso y en
propuesta para todos del encuentro con Él.
5. Para hacer «ver a Jesús» a los jóvenes
Encontrar a Jesús no significa encontrarle inmediatamente. Haber
«encontrado» a Jesús en una experiencia religiosa fuerte que suscita una
gran alegría y entusiasmo, no siempre conduce a la fe, a un auténtico
encuentro con el Señor, porque, como en la parábola de la semilla (Mc 4),
no está preparado el terreno en el que cae la semilla.
En el encuentro la iniciativa es de Jesús. «Él se adelanta y busca el
encuentro. Entra en una casa, se acerca al pozo, donde una mujer intenta
coger al agua, se detiene delante de un exactor, vuelve la mirada hacia
quien está subido a un árbol, se suma a quien está recorriendo un camino.
De sus palabras, de sus gestos y de su persona desprende una fascinación
que envuelve al interlocutor. Es admiración, amor, confianza y atracción.
Para muchos el primer encuentro se transformará en deseo de escucharle
más todavía, de entablar amistad con Él, de seguirle. Se sentarán a su
alrededor para interrogarle, le ayudarán en su misión, le pedirán que les
enseñe a rezar, serán testigos de sus horas felices y dolorosas. En otros
casos el encuentro acaba con una invitación a un cambio de vida».12 Éste es
el testimonio unánime de los cuatro evangelistas.
La expresión no es diversa cuando se piensa en el encuentro de Jesús con
los jóvenes. Para cada uno de ellos el acontecimiento más decisivo tiene
lugar en el momento en que Cristo aparece como aquel del que es posible
alcanzar un sentido para la vida, al cual dirigirse en busca de verdad, a
través del cual comprender la relación con Dios y con el cual interpretar la
condición humana. El elemento más importante es pasar de la admiración
al conocimiento y del conocimiento a la intimidad, al enamoramiento, al
seguimiento, a la imitación.
12 J. E. VECCHI, “Educare alla fede: l’incontro con Cristo”, NPG 1997, núm. 3, (abril), p. 3.

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Es verdad que no se puede «ver a Jesús» si Él no se «deja ver». Nadie viene
a Mí, ha dicho Él, sino aquel a quien le ha sido concedido por mi Padre (Jn
6, 44). Por tanto, no basta el deseo de encontrarle para llegar a la alegría del
reconocimiento ni basta encontrar a sus discípulos para encontrar a Jesús y
reconocerlo como Señor.
El relato de Emaús, modelo ejemplar de encuentro del creyente con la
misma Palabra encarnada (Lc 24, 13-15), identifica la meta a la que debe
llegar el creyente y traza el camino para llegar a ella. El episodio ilustra el
camino de la fe y describe sus etapas siempre actuales. El relato lucano nos
ofrece un itinerario preciso de evangelización, en el que se describe quién
es el que evangeliza y cómo se evangeliza: es Jesús quien evangeliza por
medio de su palabra y del don eucarístico de sí, caminado junto con sus
discípulos.
5.1. Meta de la evangelización: encontrar a Cristo en la Iglesia
El relato se abre narrando el alejamiento de Jerusalén de dos discípulos de
Jesús. Desolados por lo que ha sucedido en los tres últimos días, abandonan
la comunidad, en la cual, no obstante, hay algunos que han comenzado a
decir que el Señor ha sido visto vivo; los dos discípulos no pueden dar
crédito a habladurías de mujeres (Lc 24, 22-23; Mc 16, 11). Sólo al final
del viaje, cuando vean a Jesús repetir el gesto de partir el pan, le
reconocerán para perderlo inmediatamente de vista y retornar a la
comunidad. La conclusión, inesperada, del viaje a Emaús fue volver a
encontrarse con la comunidad en Jerusalén. El Resucitado no se quedó con
ellos y ellos no pudieron quedarse solos: retornaron a la comunidad, donde
volvieron a encontrar a Cristo en el testimonio de los Apóstoles: «De veras
el Señor ha resucitado y se ha aparecido a Simón» (Lc 24,34). Éste es un
criterio de verificación de un encuentro auténtico con Cristo: el don de la
comunidad, que es descubierta como la propia casa, habitada por el Señor,
el hogar al que pertenecen todos los que han visto al Señor.
Descubrir la comunidad y reencontrarse en la Iglesia, lugar para vivir la fe
común, es la consecuencia lógica del encuentro personal con el Resucitado.
Fuera de la comunidad el anuncio del Evangelio parece un rumor imposible
de creer (Lc 24, 22-23). Hoy, como ayer y más que ayer, debemos contar
con los obstáculos que encuentra la evangelización. El primero es la
desinformación, porque no solamente se habla poco de Jesús, sino que se
intenta hacerlo desparecer de la cultura actual, de la organización social, de
la conciencia personal. Su presencia es considerada irrelevante en la
sociedad y su ausencia es vista como una ventaja. El segundo obstáculo es
la visión subjetiva de Jesús, que, privado de su real historicidad, parece
siempre un Cristo a nuestra medida, imaginado según los propios deseos o
necesidades. El tercer obstáculo es más refinado: en un pretendido diálogo

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interreligioso se querría reducir a Cristo a uno más entre otros maestros de
espíritu o fundador de religiones, de modo que no se le reconocería como
único Salvador de todos. En fin, existe el peligro no imaginario, sino muy
común entre los mismos cristianos, de considerar a Cristo ya conocido en
tan alto grado, que no tiene nada nuevo que decirnos; convertido en
insignificante, no merece la pena tenerlo ya como Guía y Señor.
El relato lucano de los discípulos de Emaús nos dice que, si el Resucitado
no hubiera formado comunidad con ellos, durante el viaje y a la mesa, los
dos discípulos no habrían llegado a descubrirle vivo, ni hubieran
recuperado el deseo de vivir juntos. Notemos bien: no importa si el que
vuelve a comunidad la había abandonado antes; pero es decisivo que se
vuelva cuanto antes, inmediatamente después de haber visto al Señor. Sólo
quien recupera la vida común, sabe que el Resucitado ha estado con él y
encuentra la alegría de haberlo sentido junto a sí (Lc 24, 35.32).
Hay que temer una evangelización que, más allá de los métodos y de las
intenciones, no parte de una vida en común de los evangelizadores y que no
nazca de su alegría de haber encontrado a Cristo en la comunidad. Si fuese
así, tal evangelización no habría nacido del encuentro con el Resucitado ni
conduciría a encontrarse con Él. Los que vieron al Resucitado y comieron
con Él no pudieron entretenerlo con ellos, pero sintieron el deseo de contar
la experiencia vivida, retornando a su comunidad. Esto no es casual, sino
que prueba una ley de la existencia cristiana: quien sabe y proclama que
Cristo ha resucitado, vive en común su experiencia.
Es también verdad que se puede encontrar a Cristo en cualquier lugar; pero
su casa, el lugar donde habita, es la Iglesia, la comunidad de los creyentes,
es decir, de aquellos que Le confiesan como su Señor, la familia de sus
discípulos, de aquellos que comparten con Él vida y misión.
No hay duda de que debemos afanarnos en corregir la imagen deformada
que puede existir de la Iglesia en muchos jóvenes. Algunos «hablan de ella
con afecto, como si se tratara de la propia familia, más aún, de la propia
madre. Saben que en ella y de ella han recibido la vida espiritual. También
conocen sus límites, arrugas e incluso escándalos. Pero aparece como
secundario en comparación con los bienes que aporta a la persona y a la
humanidad en cuanto morada de Cristo y punto de irradiación de su luz: las
energías de bien que se manifiestan en obras y personas, la experiencia de
Dios movida por el Espíritu Santo que aparece en la santidad, la sabiduría
que nos viene de la Palabra de Dios, el amor que une y crea solidaridad
más allá de los confines nacionales y continentales, la perspectiva de la
vida eterna.
Otros hablan de ella con distanciamiento, como si fuese una realidad que
no les incumbe y de la que no se sienten parte. La juzgan desde el exterior.
Cuando dicen ‘la Iglesia’, parecen referirse solamente a algunas de sus
instituciones, a alguna formulación de la fe o a normas de moral con las

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que no congenian. Es la impresión que se saca de la lectura de algunos
periódicos [...] Se equivocan precisamente en aquello que constituye la
Iglesia: su relación, más aún, su identificación con Cristo. Para muchos,
esta es una verdad no conocida o prácticamente olvidada. No falta quien la
interpreta como una pretensión de la Iglesia de monopolizar la figura de
Cristo, controlar las interpretaciones y gestionar el patrimonio de imagen,
de verdad, de fascinación que representa Cristo.
En cambio, para el creyente éste es el punto fundamental: la Iglesia es
continuación, morada, presencia actual de Cristo, lugar donde Él dispensa
la gracia, la verdad y la vida en el Espíritu. [...] Es justamente así. La
Iglesia vive de la memoria de Jesús, medita repetidamente y estudia con
todos los medios su palabra sacándole nuevos significados, vierte al rito su
presencia en las celebraciones, trata de proyectar la luz que se derrama
desde su misterio sobre los acontecimientos y sobre las concepciones de
vida actuales y se compromete a llevar adelante la misión de Cristo en su
totalidad: anuncio del Reino y transformación de las condiciones de vida
menos humanas. Sobre todo, Jesús es su Cabeza que atrae a cada miembro,
los une en un cuerpo visible e infunde energías en las comunidades».13
Si ésta es la verdadera realidad de la Iglesia, nos incumbe la tarea de actuar
de tal manera que los jóvenes la amen como madre de su fe, que les hace
crecer como hijos de Dios, que les permite encontrar la vocación y misión,
que los acompaña a lo largo del recorrido de la vida y que los espera para
introducirlos en la casa del Padre. Esto es lo que Don Bosco supo realizar
de modo incomparable en la educación y evangelización de sus muchachos
en Valdocco. Veamos qué podemos hacer nosotros hoy en relación a los
jóvenes que quieren ver a Cristo.
5.2. Método de la evangelización: caminar juntos
La razón por la que el episodio de Emaús resulta tan actual, estriba en su
contemporaneidad con nuestra situación espiritual. Es fácil sentirse
identificados con estos discípulos que vuelven a casa, antes de la puesta del
sol, cargados de conocimientos y de tristeza. En la aventura de los dos
discípulos de Emaús encontramos las etapas decisivas que hay que recorrer,
para rehacer, en la educación en la fe de los jóvenes, la experiencia pascual
que acompaña al nacimiento de la vida en comunidad y del testimonio
apostólico.
13 J. E. VECCHI, «Maestro, dove abiti?», NPG 1997, núm. 7 (octubre), p. 3.

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13
Punto de partida: ir a Jesús con las propias desilusiones
El punto de partida del viaje hacia Emaús no fue lo que había sucedido en
Jerusalén «en aquellos días», sino la íntima frustración personal. Habían
vivido junto a Jesús y la convivencia había despertado en ellos las mejores
esperanzas: parecía que «sería Él quien liberaría a Israel» (Hch 24, 19.21).
En cambio, su muerte en cruz había sepultado todas sus expectativas y su
fe. Era más que lógico que experimentaran el fallo, que, desilusionados,
sintieran que habían sido engañados. Hoy los jóvenes comparten pocas
cosas con estos discípulos; pero tal vez no tienen ninguna tan en común
como la frustración de sus sueños, el cansancio en la vida y el desencanto
en el discipulado. Seguir a Jesús, piensan con frecuencia, no vale la pena:
un ausente no tiene valor para su vida.
Es la hora de caminar hacia Emaús. En el camino, con sus angustias, hay
también la oportunidad de un encuentro con Jesús. Pero no se debe caminar
solos. Los jóvenes tienen necesidad de una Iglesia, que, representando a
Jesús, se acerque a sus problemas y a su desánimo, que no sólo comparta
con ellos el camino y la fatiga, sino que converse con ellos, colocándose a
su nivel, interesándose por aquello que les preocupa, asumiendo sus
incertidumbres. ¿Cómo podrá la Familia Salesiana representar al Señor
Resucitado, si no se ocupa de ellos, si no se interroga sobre sus «alegrías y
esperanzas», sobre sus «tristezas y angustias», en suma, si no se muestra
preocupada por sus cosas y por su vida?
Durante el camino: desde saber muchas cosas sobre Jesús a dejarle hablar
En el camino, solamente el desconocido parecía no tener idea alguna de lo
acaecido en Jerusalén (Lc 24, 17-24). Conocer muchas cosas sobre Jesús no
llevó a los discípulos a reconocerlo; conocían el kerigma, pero no habían
llegado a la fe; sabían mucho sobre Él, pero no eran capaces de verlo;
tenían tantas noticias sobre un muerto que no lograban verle vivo. El
desconocido debió emplearse a fondo para hacerles comprender lo acaecido
a la luz de Dios. Jesús se puso a releer con ellos su vida, presentándola
como cumplimiento de las promesas. Para poderle reconocer debieron
dejarle hablar.
Como Cristo, la Familia Salesiana debe renunciar a alimentar en los
jóvenes esperanzas inconsistentes, expectativas falsas; en cambio, debe
enseñar a aceptar lo que sucede en ellos y en torno a ellos, ayudándoles a
releer los acontecimientos a la luz de Dios, según su Palabra. Si no los

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14
llevamos a la convicción de que todo lo que acontece es parte de un
proyecto divino, fruto y prueba de un inmenso amor, ¿cómo lograrán los
jóvenes sentirse amados por Dios? Para lograrlo, debemos convertirnos en
compañeros suyos en la búsqueda del sentido de la vida y en la búsqueda
de Dios. He aquí un recorrido, todavía poco utilizado por la Iglesia, muy
urgente para los jóvenes: sin conocer las Escrituras no se conoce a Cristo14.
Etapa decisiva: acoger a Jesús en la propia casa
Llegados a Emaús, los discípulos no habían conseguido todavía el
conocimiento personal de Jesús, no habían identificado al Resucitado en el
desconocido acompañante. En realidad, Emaús no fue la meta del viaje,
sino una etapa decisiva. Invitado a quedarse, todavía desconocido, Jesús
repite su gesto sin decir palabra. Entre los creyentes, la praxis eucarística es
signo de su presencia real. Los dos de Emaús no reconocieron al Señor
cuando junto con él recorrían el camino y aprendían de Él a comprender el
sentido de los acontecimientos. Lo que Jesús no consiguió hacer con el
acompañamiento, con la conversación, con la interpretación de la Palabra
de Dios, se cumple con el gesto eucarístico.
Los ojos para contemplar al Resucitado se abren cuando Él repite el gesto
que mejor Le identifica (Lc 24, 30-31). Cuando se parte el pan en
comunidad, Jesús sale del anonimato. «No se edifica comunidad cristiana
alguna si no tiene como raíz y quicio la celebración de la eucaristía».15 Una
educación en la fe que olvide u omita el encuentro sacramental de los
jóvenes con Cristo, no es el camino para encontrarlo. La eucaristía es y
debe permanecer como «fuente y culminación de la evangelización»;16 es
«la fuente y la culminación de la vida cristiana».17
«Los jóvenes, como nosotros, encuentran a Jesús en la comunidad eclesial.
Pero en la vida de ésta hay momentos en los que Él se revela y se comunica
de manera singular: son los sacramentos, en particular la Reconciliación y
la Eucaristía. Sin la experiencia que se contiene en ellos, el conocimiento
de Jesús resulta inadecuado y escaso, hasta el punto de no consentir
distinguirle entre los hombres como el Salvador resucitado.
De hecho, hay quien, aún compartiendo la vida social y los ideales de la
Iglesia, coloca a Jesús solamente entre los grandes sabios, entre los genios
religiosos; tal vez le considera como la realización más alta de la
humanidad, que influye sobre nosotros por la profundidad de su doctrina y
por su ejemplo de vida. Pero falta la experiencia personal del Resucitado,
de su poder de dar la vida, de la comunión en Él con el Padre.
14 DV, 25.
15 PO, 6.
16 PO, 5.
17 LG, 11.

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15
Con razón se dice que los sacramentos son memoria viva de Jesús: de lo
que Él cumple y realiza todavía hoy para nosotros, de lo que significa para
nuestra vida; por tanto, los sacramentos reavivan nuestra fe en Él, y por
esto le vemos mejor en nuestra existencia y en los acontecimientos.
Son también revelación de lo que parece escondido en los pliegues de
nuestra existencia; por su medio tomamos conciencia de ello: en la
Reconciliación descubrimos la bondad de Dios en el origen y como tejido
de nuestra vida; a su luz valoramos su trascurso e intentamos construirla de
un modo nuevo. Son energía, gracia transformadora porque comunican la
vida de Cristo resucitado y nos insertan en ella; nos dan conciencia no
teórica, sino vivida, de su importancia, dimensiones y posibilidades.
Son profecía, prenda de una promesa de comunión y felicidad que nos ha
sido hecha y en la que confiamos. En la Reconciliación se nos abren los
ojos y vemos lo que podemos llegar a ser según el proyecto y el deseo de
Dios; nos es dado otra vez el Espíritu que nos purifica y renueva. Se ha
dicho que es el sacramento de nuestro futuro de hijos, más bien que de
nuestro pasado de pecadores. En la Eucaristía Cristo nos incorpora a su
ofrecimiento al Padre y refuerza nuestra donación a los hombres. Nos
inspira el deseo y nos da la esperanza de que ambas cosas, amor al Padre y
a los hermanos, sean una gracia para todos y para todo: anunciamos su
muerte, proclamamos su resurrección; ven, Señor Jesús».18
5.3. Motivación de la evangelización
La urgencia de evangelizar no es proselitismo, sino que expresa la pasión
por la salvación de los otros, la gloria de compartir la experiencia de
plenitud de vida en Jesús. Quien ha encontrado al Señor, no puede
permanecer en silencio: debe proclamarle. Quedar callados sería darle de
nuevo por muerto; ¡y Él vive! El sentido misionero encarna el mandato que
Cristo dirige a los discípulos: «Seréis mis testigos hasta los últimos
confines de la tierra» (Hch 1, 8).
Don Bosco hace suyo este mandato de Jesús desde el principio de su Obra,
llevando el Evangelio a los jóvenes más pobres. Dice, hablando de la
Congregación: «En su principio, esta Sociedad era un simple catecismo».19
Inmediatamente después de la aprobación de las Constituciones (1874),
envió la primera expedición misionera a América Latina el 11 de
noviembre de 1875. Como Familia Salesiana estamos invitados a ponernos
en sintonía con la que es la inspiración originaria de Don Bosco: la
dimensión evangelizadora y misionera de su vida y también de su carisma.
Todo esto representa un punto fundamental del testamento espiritual que él
nos ha dejado.
18 J. E. VECCHI, «Lo riconobbero nello spezzare il pane», NPG 1997, núm. 8 (noviembre), pp. 3-4.
19 MBe IX, 68.

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16
La dimensión misionera está particularmente viva hoy, porque el mundo ha
vuelto a ser «tierra de misión». Por otra parte, hoy hay una manera distinta
de concebir la dimensión misionera, de realizar la «missio ad gentes». Se
realiza en el respeto de los diversos ambientes culturales, en diálogo con las
otras religiones y en la fermentación de la cultura20. Pero esto no nos exime
de ser misioneros, más bien nos compromete de manera aún más fuerte.
5.4. Repensar la pastoral
Si queremos evangelizar hoy, además de conceder la prioridad a las
urgencias de la evangelización, debemos renovar la pastoral. He aquí
algunas observaciones al respecto.
Centralidad de la persona de Jesucristo
La evangelización no tiene al Señor Jesús solamente como su contenido; Él
es también su sujeto principal. Efectivamente, Jesucristo no propone un
mensaje que pueda separarse de su persona, de modo que sus palabras, sus
acciones, sus vicisitudes terrenas puedan ser reducidas a simples
instrumentos comunicativos. Él mismo es el contenido de su anuncio,
porque Él es la Palabra viva y eficaz, en la que Dios se comunica a los
hombres. La fuente de toda obra de evangelización está en el encuentro
personal con Cristo. Obviamente, no se trata de una simple exhortación
parenética, sino de una clara indicación verificadora, que tiene
consecuencias muy relevantes. Entre ellas, señalo ante todo la exigencia de
superar la ruptura entre contenido y método de la evangelización y, en
segundo lugar, la urgencia de mantener el equilibrio entre partir de las
demandas de los destinatarios y presentarles sólo a Cristo y a todo Cristo.
Esto nos exige verificar si nuestros métodos pastorales son coherentes con
la centralidad de la propuesta de Jesucristo. Una metodología que pone
exclusivamente en el centro la escucha de la Palabra evapora la eficacia de
la Palabra misma.
Testimonio de la comunidad evangelizada y evangelizadora
El testimonio es un elemento básico de la acción pastoral. La prioridad del
testimonio deriva coherentemente de la centralidad de la persona de
Jesucristo en la acción evangelizadora. Esta acción no nace primariamente
de necesidades humanas a las que dar respuesta, sino del encuentro con un
misterio personal de gracia del que dar testimonio; por tanto, no se
despliega a partir de un vacío o de una carencia, sino a partir de una
20 EN, 19.

2.7 Page 17

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17
plenitud de amor que se irradia y se comunica. Precisamente por esto, en el
centro de la acción evangelizadora está la presencia testimonial de una
comunidad que interpela las conciencias con su modo de vivir y no hay allí
simplemente un proyecto pastoral, en torno al cual recoger fuerzas más o
menos homogéneas. Por esto, adquiere un relieve particular la figura del
evangelizador, que es antes de nada un discípulo creyente y después un
apóstol creíble; mejor dicho, un apóstol creíble precisamente porque es ya
un discípulo creyente.
Evangelización y educación
En la Familia Salesiana se percibe la exigencia de repensar la relación entre
evangelización y educación, superando la inercia repetitiva de fórmulas
genéricas. A este respecto, el Capítulo General XXVI de los Salesianos
afirma: «En la tradición salesiana hemos expresado esta relación de
maneras diversas, por ejemplo, “honestos ciudadanos y buenos cristianos»
o “evangelizar educando y educar evangelizando”. Advertimos la
necesidad de proseguir la reflexión sobre esta delicada relación. En todo
caso, estamos convencidos de que la evangelización propone a la educación
un modelo de humanidad plenamente conseguida y de que la educación,
cuando llega a tocar el corazón de los jóvenes y desarrolla el sentido
religioso de la vida, favorece y acompaña la evangelización».21 El
desarrollo de este trabajo encuentra un punto de referencia en la nítida
afirmación del mismo texto capitular, según el cual hay que «salvaguardar
juntamente la integridad del anuncio y la gradualidad de la propuesta»,22
sin ceder a la tentación de transformar la gradualidad de los itinerarios
pedagógicos en parcialidad selectiva de la propuesta o en el retraso del
anuncio explícito de Jesucristo, imposibilitando así el encuentro personal
con el Señor.
Evangelización en los diversos contextos
La evangelización requiere también prestar atención a los diversos
contextos. La urgencia de llevar el anuncio del Señor Resucitado nos
impulsa a enfrentarnos con situaciones que resuenan en nosotros como
apelación y preocupación: los pueblos todavía no evangelizados, el
secularismo que amenaza a tierras de antigua tradición cristiana, el
fenómeno de las migraciones, las nuevas y dramáticas formas de pobreza y
de violencia, la difusión de movimientos y de sectas. Cada contexto
presenta sus propios retos al anuncio del Evangelio. Nos sentimos
interpelados también por algunas circunstancias propicias, como el diálogo
21 CG26 SDB, núm. 25.
22 Ibidem.

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18
ecuménico, interreligioso e intercultural, la nueva sensibilidad por la paz,
por la tutela de los derechos humanos y por la custodia de la creación, por
tantas expresiones de solidaridad y de voluntariado. Estos elementos,
reconocidos por las Exhortaciones Apostólicas y siguiendo los Sínodos
Continentales, nos comprometen a encontrar nuevos caminos para
comunicar el Evangelio de Jesucristo en el respeto y en la valoración de las
culturas locales.
Atención a la familia
Hay que dedicar una atención particular a la familia, que es el sujeto
originario de la educación y el primer lugar de la evangelización. La Iglesia
ha tomado conciencia de las graves dificultades en las que se encuentra la
familia y advierte la necesidad de ofrecer ayudas extraordinarias para su
formación, su desarrollo y el ejercicio responsable de su tarea educativa.
Por esto, también nosotros nos sentimos llamados a actuar de manera que la
pastoral juvenil esté cada vez más abierta a la pastoral familiar. Durante el
Capítulo General XXVI, nos decía el papa Benedicto XVI a nosotros
Salesianos: «En la educación de los jóvenes es extremadamente importante
que la familia sea un sujeto activo. Muchas veces se halla en dificultad al
afrontar los retos de la educación; muchas veces es incapaz de ofrecer su
específica contribución o está ausente. La predilección y el compromiso en
favor de los jóvenes, que son características del carisma de Don Bosco,
deben traducirse en un empeño de igual magnitud por el desarrollo y la
formación de las familias. Por tanto, vuestra pastoral juvenil debe abrirse
decididamente a la pastoral familiar. Cuidar las familias no es restar fuerzas
al trabajo por los jóvenes, sino es hacerlo más duradero y más eficaz».23
5.5. Procesos que activar para el cambio
Para afrontar las exigencias de la evangelización y para realizar un nuevo
planteamiento de la pastoral juvenil, es necesario convertir mentalidades,
modificar estructuras y activar algunos procesos de cambio. Es necesario
pasar:
de una mentalidad que privilegia los roles de gestión directa a una
mentalidad que privilegia la presencia evangelizadora entre los
jóvenes;
de una evangelización realizada a base de hechos sin continuidad a
un itinerario sistemático e integral;
23 BENEDICTO XVI, Discorso di Sua Santità nell’Udienza ai Capitolari, 31 de marzo de 2008;
cf. CG26, p. 125.

2.9 Page 19

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19
de una mentalidad individualista a un estilo comunitario que
compromete a jóvenes, familias y laicos en el anuncio de Jesucristo;
de una actitud de autosuficiencia pastoral a compartir los proyectos
con las Iglesias Locales;
de la consideración de la eficacia de nuestra presencia en términos de
estima de los otros a su valoración en términos de fidelidad al
Evangelio;
de una actitud de superioridad cultural a una acogida positiva de las
culturas diversas de la propia;
de considerar la Familia Salesiana solamente como una oportunidad
de encuentro, conocimiento e intercambio de experiencias al
compromiso de hacer de ella un verdadero movimiento apostólico en
favor de los jóvenes.
Estoy convencido de que “para responder como discípulos del Señor
Jesús no tenemos otra alternativa que la vida teologal, una intensa vida
impregnada de fe, esperanza y caridad, vivida en profundidad, y la
radicalidad de la vida evangélica, una vida luminosa delineada por la
obediencia, por la pobreza y por la castidad. ¡ésta es nuestra profecía!
«Jesús nos ha enseñado y nos ha comunicado su Espíritu para que
pudiéramos ser sal de la tierra, luz del mundo, levadura de la sociedad,
llamados a iluminar e irradiar, a perseverar y dar sabor, a hacer crecer y
transformar.
Todo esto implica:
asumir con creatividad y entusiasmo la nueva evangelización, hasta
alcanzar el alma de la cultura, especialmente la de los jóvenes,
nuestros destinatarios;
recuperar la centralidad de Dios en la vida personal y comunitaria,
asegurando un alto nivel de vida espiritual en la comunidad y
haciendo legible el testimonio comunitario del seguimiento de
Cristo;
apostar por la creación de comunidades con genuino espíritu de
familia, ricas de valores humanos y completamente entregadas al
servicio de los jóvenes, especialmente de los más pobres,
necesitados, marginados, hasta hacer de ellas casa y escuela de
comunión;
lograr insuflar un significado nuevo a la presencia salesiana entre los
jóvenes, realizando opciones carismáticas que nos permitan
compartir la vida con los jóvenes, creando una nueva modalidad de
presencia más decididamente evangelizadora, situándonos donde

2.10 Page 20

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20
podamos ser más fecundos a nivel pastoral, espiritual y
vocacional».24
6. Como don Miguel Rua, discípulo y apóstol
Quien relee la historia de la Congregación Salesiana, a los 150 años de su
fundación y a los 100 años de la muerte de Don Rua, primer sucesor de
Don Bosco, no puede por menos de reconocer que nuestro carisma ha
nacido de la misma misión de la Iglesia; que lo que nos impulsa es la
pasión pastoral que Don Bosco aprendió en la escuela de Don Cafasso; en
una palabra, que somos enviados por Jesús a cumplir su mismo ministerio y
su misma obra, pero con el rostro sonriente de Don Bosco y con la
determinación de Don Rua.
6.1. «Fidelísimo»
Por eso no puedo dejar de hacer en este instante una alusión a don Miguel
Rua, modelo para nosotros de lo que significa, como Salesianos, ser
discípulos y apóstoles. La celebración del centenario de su muerte nos
ofrece un estímulo para ser discípulos y apóstoles de Jesús sobre las huellas
de Don Bosco, de quien él ha sido el primer sucesor.
Don Rua «ha sido el más fiel y, por ello, el más humilde y al mismo tiempo
el más valiente hijo de Don Bosco». Con estas palabras esculpió Pablo VI
para siempre la figura humana y espiritual de Don Rua, el 29 de octubre de
1972, día de su beatificación. En aquella homilía25, pronunciada bajo la
cúpula de San Pedro, el mismo Papa retrató al nuevo Beato con palabras
que definieron esta característica fundamental suya: la fidelidad. «Sucesor
de Don Bosco, es decir, continuador: hijo, discípulo, imitador... Ha hecho
del ejemplo del Santo una escuela, de su vida una historia, de su regla un
espíritu, de su santidad un tipo, un modelo; ha hecho de la fuente una
corriente, un río». Las palabras de Pablo VI elevaban a un altura superior la
vicisitud terrena de este «grácil y consumado perfil de sacerdote». Esas
palabras descubrían el diamante que había brillado en la trama mansa y
humilde de sus días.
Había comenzado un lejano día con un gesto extraño. Ocho años, huérfano
de padre, con una cinta negra en la chaquetilla, Miguel había tendido la
mano a Don Bosco para recibir una medallita. En lugar de la medalla, Don
Bosco le había entregado la mano izquierda, mientras con la derecha hacía
el gesto de cortársela por la mitad. Y le repetía: «Tómala, Miguelito,
24 PASCUAL CHÁVEZ VILLANUEVA, Al soplo del Espíritu. Identidad carismática y pasión
apostólica. Tanda de ejercicios espirituales a las Capitulares FMA, Editorial CCS, Madrid 2009,
pp. 27-28.
25 AAS, LXIV, 1972, núm. 11, pp. 713-718.

3 Pages 21-30

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3.1 Page 21

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21
tómala». Y ante aquellos ojos maravillados, había dicho las palabras que
serían el secreto de su vida: «Nosotros haremos todo a medias». Así
comenzó aquel formidable trabajo conjunto entre el maestro santo y el
discípulo que hacía a medias con él todo y siempre. Miguel comenzaba a
asimilar la manera de pensar y de comportarse de Don Bosco. «Me hacía
más impresión, dirá más tarde, observar a Don Bosco en sus acciones más
pequeñas, que leer y meditar cualquier libro devoto».26
6.2. Fidelidad fecunda
A la muerte de Don Bosco, más de un cardenal en Roma estaba persuadido
de que la Congregación Salesiana se disolvería rápidamente; Don Rua tenía
50 años. Era mejor enviar a Turín a un Comisario pontificio que preparase
la unión de los Salesianos con otra Congregación de probada tradición.
«Con gran prisa —testimonió bajo juramento don Julio Barberis—
monseñor Cagliero reunió el Capítulo con alguno de los más ancianos y se
redactó una carta al Santo Padre en la que todos los Superiores y ancianos
declararon que todos de acuerdo aceptarían como superior a Don Rua, y no
sólo se someterían, sino que le aceptarían con gran alegría... El 11 de
febrero el Santo Padre confirmaba y declaraba a Don Rua en el cargo para
doce años según las Constituciones».27
El papa León XIII había conocido a Don Rua y sabía que, bajo su
dirección, los Salesianos continuarían su misión. Y así sucedió. Los
Salesianos y las obras salesianas se multiplicaron como los panes y los
peces entre las manos de Jesús. Don Bosco había fundado 64 obras; Don
Rua las elevó a 341. A la muerte de Don Bosco, los Salesianos eran 700;
con Don Rua, en 22 años de dirección general, llegaron a 4.000. Las
misiones salesianas, que Don Bosco había comenzado con tenacidad, se
habían extendido durante su vida a la Patagonia y a la Tierra del Fuego, a
Uruguay y a Brasil; Don Rua multiplicó el impulso misionero y los
Salesianos misioneros alcanzaron Brasil, Colombia, Ecuador, México,
China, India, Egipto y Mozambique.
Para que la fidelidad a Don Bosco no disminuyese, Don Rua no tuvo miedo
a viajar a lo largo y a lo ancho. Toda su vida estuvo constelada de viajes.
Visitaba a sus Salesianos doquiera estuvieran, les hablaba de Don Bosco,
despertaba en ellos su espíritu, se informaba paterna pero cuidadosamente
de la vida de los hermanos y de las obras, y dejaba escritas directivas y
avisos para que floreciese la fidelidad a Don Bosco.
6.3. Fidelidad dinámica
26 A. AMADEI, Il Servo di Dio Michele Rua, vol. I, SEI, Turín 1933, p. 30.
27 Positio 54-55.

3.2 Page 22

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22
En la misma homilía de beatificación, Pablo VI afirmó: «Detengámonos un
momento en el aspecto característico de Don Rua, el aspecto que nos
permite comprenderle... La prodigiosa fecundidad de la Familia Salesiana
ha tenido en Don Bosco el origen, en Don Rua la continuidad. Este
seguidor suyo ha servido a la Obra salesiana en su virtualidad expansiva, la
ha desarrollado con coherencia textual, pero siempre con genial novedad».
Continúa Pablo VI: «¿Qué nos enseña Don Rua? A ser continuadores... La
imitación del discípulo no es pasividad ni servilismo... La educación es arte
que guía la expansión lógica, pero libre y original de las cualidades
virtuales del alumno... Don Rua se califica como el primer continuador del
ejemplo y de la obra de Don Bosco... Nos damos cuenta de que tenemos
delante a un atleta de actividad apostólica, que actúa siempre bajo la
impronta de Don Bosco, pero con dimensiones propias y crecientes...
Nosotros damos gracias al Señor, que ha querido ofrecer a su fatiga
apostólica nuevos campos de trabajo pastoral, que el impetuoso y
desordenado desarrollo social ha abierto ante la civilización cristiana».
Al leer, aunque sólo sea rápidamente, la impresionante cantidad de las
cartas de Don Rua, de sus circulares, los tomos que resumen su obra de
Sucesor de Don Bosco durante 22 años, se descubre de manera imponente
que lo que dice el Papa es verdadero: su fidelidad a Don Bosco no es
estática, sino dinámica. Él capta con certeza el fluir del tiempo y de las
necesidades de la juventud, y sin miedo dilata la Obra salesiana a nuevos
campos.
7. Sugerencias para concretar el Aguinaldo
Después de esta alusión a la figura de Don Rua, que tanto desarrolló la
Familia Salesiana, he aquí algunos pasos útiles para actuar de manera que
los grupos de la Familia Salesiana se empeñen juntos en llevar el Evangelio
a los jóvenes. Esto se propone a cada grupo de la Familia Salesiana, pero
también a las Consultas locales e inspectoriales de la misma Familia
Salesiana.
7.1. Reflexionar en las Consultas locales e inspectoriales de la Familia
Salesiana sobre cómo asumir lo que está indicado en la sección 5.4, o sea,
sobre cómo realizar un nuevo planteamiento pastoral, de manera que
resulten operativas las opciones referentes a la centralidad de la propuesta
de Jesucristo, el testimonio personal y comunitario, la aportación recíproca
de educación y evangelización, la atención a la diversidad, el compromiso
de las familias.
7.2. A partir de la “Carta de la misión de la Familia Salesiana”,
individualizar en las Consultas locales e inspectoriales las modalidades

3.3 Page 23

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23
para realizar juntos experiencias de evangelización de los jóvenes,
promoviendo la «lectura espiritual y orante de la Sagrada Escritura»
también entre ellos y convirtiéndoles cada vez más en evangelizadores de
su compañeros.
7.3. Suscitar la colaboración de la Familia Salesiana, en el nivel
inspectorial y local, para realizar las misiones juveniles, como forma
actualizada de anuncio y catequesis a los jóvenes, comprometiendo a los
mismos jóvenes como evangelizadores de los jóvenes.
7.4. Valorar las Exhortaciones Apostólicas como conclusión de los Sínodos
Continentales, para individualizar las prioridades y las formas específicas
del propio contexto para la evangelización de los jóvenes. En el caso de
América Latina, atenerse a la “Misión Continental” programada por la
Asamblea de los Obispos celebrada en Aparecida; en el caso de la Región
África y Madagascar, seguir las indicaciones del Sínodo de los Obispos de
octubre de 2009.
8. Conclusión
Como es costumbre, concluyo la presentación del Aguinaldo con un relato,
que esta vez nos es ofrecido por el comentario hecho por Joseph Grünner,
Inspector de Alemania, al cuadro de “Don Bosco saltimbanqui”, pintado
por Sieger Koeder, párroco emérito de la diócesis de Rottenburg-Stuttgart y
amigo de los Salesianos. En cuanto vi ese cuadro, quedé fascinado por la
representación tan potente y sugestiva de nuestro querido fundador y padre.
Se trata de un verdadero ico». Como todos los iconos, la obra ha de ser
estudiada y apreciada en el conjunto, pero también en los detalles. Deseo
que su contemplación estimule a cada uno de nosotros a ser ardientes
evangelizadores de los jóvenes, convencidos de que en el Evangelio les
damos el don más precioso, Cristo, el único capaz de hacerles comprender
el sentido de su existencia, de urgirles a realizar opciones comprometidas
de vida y de convertirse ellos mismos en apóstoles de los jóvenes.
Don Bosco evangelizador, signo del amor de Dios a los jóvenes
Meditación sobre el cuadro de Don Bosco de Sieger Koeder
«Sed misericordiosos, como es misericordioso vuestro Padre» (Lc 6, 36).
Podría sorprender el modo de pintar a Don Bosco como ha sido realizado
por el artista sacerdote Sieger Koeder. No le representa según una de
tantas fotografías existentes, por ejemplo, en medio de sus jóvenes, o como
«santo típico», sino que ese cuadro muestra de verdad a Don Bosco como
era y continúa siendo, nos revela su ser más profundo. Así el cuadro se

3.4 Page 24

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24
convierte en una bellísima ilustración de lo que nuestro Padre describió,
en la Carta de Roma de 1884, como centro del sistema preventivo.
Don Bosco: saltimbanqui entusiasmante
En el lado derecho, vemos a Don Bosco, vestido con la sotana y teniendo
detrás una cortina oscura que le sirve de bastidor. A los ojos de los
espectadores su figura queda escondida; en cambio ellos pueden ver los
dos muñecos que tiene en alto. Su rostro nos hace ver su concentración
junto con su entusiasmo: sonríe, y, naturalmente, está totalmente
concentrado en su acción. Parece que le gusta el entusiasmo de los
espectadores.
Don Bosco: educador rico de ideas
Sabe fascinar a niños, jóvenes, adultos, para conquistarles con juegos y
diversiones, con medios y métodos sencillísimos, valiéndose de la palabra
o de la imprenta, comprometiéndose por ellos con su creatividad y con su
gran sensibilidad. Se sirve de todo para conquistarles para la que
considera la misión que le ha sido confiada por la Providencia. Lo hace
poniendo en el centro “el mensaje”, del que sólo es mediador y no
protagonista.
Don Bosco: catequista apasionado
En sus manos levantadas, Don Bosco tiene dos muñecos: uno representa al
padre, el otro al hijo en los brazos del padre. Ambos muñecos son un
símbolo para su proyecto de vida: hacer comprender y experimentar, a los
jóvenes pobres y abandonados y a los cetos populares, el misterio del
inmenso amor de Dios y de su infinita misericordia hacia todos. El relato
bíblico del padre misericordioso, que no ha olvidado nunca en su corazón
al hijo pródigo, sino que ha esperado siempre su vuelta (Lc 15, 11-32), no
es sólo el argumento de la representación realizada con los muñecos, sino
que es el tema dominante de toda la vida de Don Bosco. El cuadro muestra
el punto culminante del relato bíblico: el padre misericordioso, vestido de
fiesta, abraza al hijo pródigo que acaba de volver, devolviéndole la
dignidad y todos los derechos que tenía antes y abriendo así perspectivas
para su vida.
Don Bosco: padre misericordioso
Don Bosco no “hace” de padre como actor en un espectáculo, sino que lo
deviene y lo es en realidad, tomando como modelo al padre del relato
bíblico. En la parte inferior del cuadro, al lado derecho de la cortina, Don
Bosco está representado en actitud de proteger a uno de sus muchachos, y
éste mira atentamente a Don Bosco. Este muchacho está pintado del mismo
color azul, como el muñeco que representa al hijo pródigo; tal vez

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simboliza al hermano mayor de la parábola, que no está todavía
preparado y dispuesto a acepar la misericordia del padre. Igualmente, es
posible que represente a muchos jóvenes a los que Don Bosco ofreció un
espacio protegido, donde pudieran experimentar seguridad, caridad, amor
afectivo y efectivo, en contraste con todo lo que en realidad
experimentaban en las calles y en las cárceles.
Don Bosco con sus jóvenes
Los destinatarios de Don Bosco son niños y jóvenes, que siguen
atentamente lo que él hace. Por segunda vez, Don Bosco ha sido
representado al lado izquierdo del cuadro: estando en medio de ellos y
abrazándoles afectuosamente, como hace el padre misericordioso en el
espectáculo. Los muchachos están totalmente absortos ante lo que sucede
en el tablado, escuchando el mensaje y al mismo tiempo experimentando el
efecto: con Don Bosco pueden sentirse a su gusto, aceptados tal como son.
La caridad de Don Bosco es sensible y se convierte en esperanza
convincente. Éste es el amor de «padre, hermano y amigo».
Don Bosco: anunciador en el mundo
El pintor ha situado el acontecimiento a cielo abierto, fuera de los muros
de la ciudad que se entrevé en el fondo. En su tiempo Don Bosco penetró
en el interior de la ciudad de Turín, girando de un lado para otro por las
calles y las plazas, para buscar y encontrar a niños y a jóvenes. Entró en
su mundo, iba a su encuentro poniéndose en cierto sentido a su nivel, como
es descrito en la Carta de Roma. Allí estaba su puesto preferido para
desarrollar su misión de pastor y de evangelizador: tomar a los jóvenes en
el lugar donde están, pero abriendo sus sentidos hacia “lo alto” y
encaminándoles hacia “el cielo”. Por decirlo de alguna manera, Don
Bosco está con los pies en la tierra, en el mundo real, y con las manos
hacia el cielo; y jamás olvidó ni la una ni el otro.
Don Bosco: testigo que invita
En la liturgia de la ordenación sacerdotal, el Obispo invita al ordenando:
«Ahora vive lo que anuncias». Es lo que Don Bosco hizo durante toda su
vida sacerdotal. Estaba convencido del amor infinito e inquebrantable de
Dios hacia los hombres, del amor de Dios que está más dispuesto a
perdonar y reconstruir lo que es débil que a castigar. Don Bosco era un
testigo convincente con todo su ser y su actuar, en el patio y en taller, en la
clase y en la iglesia: testigo de la misericordia paterna del «buen Dios»,
que jamás desespera del hombre, sino que le conduce desde la separación
y el aislamiento a la vuelta «a su casa. »

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Esta pintura de Koeder nos hace ver a un hombre que admirar, pero es
más bien una invitación de Don Bosco a nosotros: «Sed misericordiosos,
como es misericordioso vuestro Padre».
Queridos hermanos, miembros de la Familia Salesiana, amigos todos, como
discípulos enamorados de Jesús y como testigos y apóstoles suyos
convencidos y gozosos, llevemos a los jóvenes hasta Cristo y llevemos el
Evangelio a los jóvenes.
Don PASCUAL CHÁVEZ VILLANUEVA
Rector Mayor

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ABREVIATURAS (siguiendo páginas de traducción)
Nota preliminar:
No recuerdo cómo se citan en la CCS los “ Hechos de los Apóstoles”. Yo
he puesto siempre Hch (p. 5, 8, 13, 15).
p. 2, nota 2: CG26 de los SDB = Capítulo General XXVI de los Salesianos
de Don Bosco
p. 3, notas 4 y 5: CG26 SDB: lo mismo que antes
p. 3, nota 7: CG XXII FMA = Capítulo General XXII de las Hijas de
María Auxiliadora
p. 5, nota 8: USG = Unión de Superiores Generales
p. 7, nota 9: OR = Osservatore Romano
p. 8, nota 11: NPG = Note di Pastorale Giovanile
p. 9, nota 12: NPG = lo mismo
p. 12, nota 13: NPG = lo mismo
p. 14, nota 14: DV = Dei Verbum
p. 14, notas 15 y 16: PO = Presbyterorum ordinis
p. 14, nota 17: LG = Lumen gentium
p. 15, nota 18: NPG = Note di Pastorale Giovanile
p. 15, nota 19; MBe =Memorias Biográficas en edición en español
p. 16, nota 20: EN = Evangelii Nuntiandi
p. 17, nota 21: CG26 SDB = Capítulo General XXVI de los Salesianos de
Don Bosco
p. 18, nota 23: CG26 = Capítulo General XXVI
p. 19, nota 24: FMA = Hijas de María Auxiliadora
p. 20, nota 25: AAS = Acta Apostolicae Sedis