A los jóvenes del Movimiento Juvenil Salesiano

MENSAJE DEL RECTOR MAYOR A LOS JÓVENES

del Movimiento Juvenil Salesiano

Rejuvenecer el rostro de la Iglesia que es la madre de nuestra fe”

Don Pascual Chávez V.

Turín/Valdocco – 31 de enero de 2005

Queridos jóvenes:

Todavía está vivo dentro de mí el entusiasmo suscitado el año pasado por la memoria de los jóvenes santos de nuestra Familia y por el paso de la urna de Domingo Savio por las Inspectorías de Italia. Como un fuego que contagia, la santidad ha vuelto a encender en vosotros la alegría y el compromiso de una vida bajo la guía del Espíritu.

Las maravillas de Dios continúan en la historia de hoy y el Espíritu Santo es el gran director que lleva adelante la formación del hombre nuevo, construido según la medida del hombre perfecto, Jesús. Su potencia permite ser sus testigos convencidos y dedicarse a la misión de evangelización con el entusiasmo y el frescor de la Iglesia naciente, siguiendo el ejemplo de las primeras comunidades cristianas que desafiaron a una sociedad y a una cultura paganas, no con la fuerza del poder o del prestigio, sino con el poder de una vida coherente con el Evangelio que anunciaban y con el dinamismo de la experiencia atrayente del encuentro con Jesús Resucitado.

Continuando, pues, este camino, os propongo como meta y compromiso para este año 2005 “Rejuvenecer el rostro de la iglesia que es la madre de nuestra fe”.

Cuando hablo de “rejuvenecer” no me refiero a hacer un “lifting” o una operación de cosmética, con algunos cambios externos, de conveniencia, o de adaptación a las costumbres y a las modas del tiempo, para hacerla más simpática y semejante a las demás instituciones sociales. Se trata de hacerla volver a los orígenes, a su juventud, para que pueda reconquistar credibilidad y capacidad de escucha. Se trata también de hacer que sea casa para los jóvenes. La Iglesia, en efecto, será joven si en ella están los jóvenes, sobre todo ahora que crece la desafección hacia ella, al menos en algunas partes del mundo.

Sí, queridos jóvenes, vosotros sois el rostro joven de la Iglesia. Como fruto del Nuevo Pentecostés, vosotros sois un don para la Iglesia y la Iglesia es un don para vosotros. Es un don recíproco y apasionante que os compromete a insertar en ella todas vuestras energías, a amarla como “Cristo la amó y se dio a sí mismo por Ella”.

Es posible que ciertas cosas, en el contexto humano de la Iglesia, os decepcionen. Puede darse que os sintáis incomprendidos. Os confunden el triunfalismo, el formalismo, la burocratización, pero también la debilidad, el miedo, el silencio, a veces presentes en los mismos Pastores. Os turba en el fondo un cierto rostro de Iglesia, porque la sentís vuestra: como la casa donde se vive, como una madre que se ama. Para vosotros la Iglesia es el lugar del encuentro con el Dios de Jesucristo, con sus creyentes, pero también con todos los hombres y mujeres, que consideráis vuestros hermanos y hermanas.

Vuestro compromiso es hacer que la Iglesia sea cada vez más, también por medio de vosotros, una comunidad renovada por el soplo del Espíritu, que la anima y hace nuevas todas las cosas; una comunidad que testimonia y anuncia el Evangelio de Jesús sin miedo, con la coherencia de su vida evangélica; una comunidad abierta y acogedora, sobre todo en relación con los pobres; una comunidad que celebra con alegría y agradecimiento la presencia de la salvación de Jesús en el hoy de su historia cotidiana; una comunidad que vive la pasión por la vida, la libertad, la justicia, la paz, la solidaridad; una comunidad que es fermento de esperanza para una sociedad digna del hombre.

Vosotros, jóvenes, debéis comprometeros para que ella sea una Iglesia que vive entre las casas de los hombres. Más aún, como quería Don Bosco, ella misma es la casa en la que los jóvenes encuentran una familia. La casa de los que creen en Cristo resucitado y quieren testimoniar gozosamente la fe en Él.

Vosotros mismos os habíais propuesto este objetivo en las líneas de futuro del Forum Mundial del MJS del año 2000: “Hacer más evidente y significativa la inserción en la Iglesia”. Este vuestro compromiso es más importante que nunca, precisamente porque aquí y allá se percibe una tendencia cada vez mayor a vivir un cristianismo sin Iglesia: cristianos que no han renunciado a la relación con la Iglesia, pero que no se encuentran insertos en una comunidad con que identificarse, semejantes a uno que da vueltas por un supermercado y entre las diversas ofertas escoge las que más le agradan.

No es fácil realizar este compromiso; hay necesidad de una pedagogía que ayude a reconocer a Cristo en su cuerpo, la Iglesia, y a reconocerla como el espacio y el instrumento por medio del cual la acción de Cristo y de su Espíritu se hace presente, visible y actuante en el hoy de nuestra historia.

* El primer paso para rejuvenecer el rostro de la Iglesia debe ser el de vivir, en vuestras comunidades y grupos, la pasión por Dios que reúne la Iglesia en Cristo por medio del Espíritu, la fraternidad entre todos los bautizados, el impulso misionero y evangelizador, la voluntad de servicio a la sociedad, la prioridad para con los pobres. Siguiendo estas grandes opciones, la comunidad cristiana supera la tentación de plegarse sin discernimiento evangélico a los criterios, valores, actitudes y comportamientos ofrecidos por una sociedad sumamente poderosa que, en vez de dejarse seducir por el Evangelio, tiende a erigirse en un ídolo seductor para los creyentes; y vence la tentación del miedo, que muchas veces nos encierra entre los muros de la iglesia con una actitud de desconfianza y hasta de reivindicación ante la sociedad; y rechaza la tentación del individualismo y de la pasividad, o la de la afanosa búsqueda de honores, de la inclinación al dinero y del miedo a ser marginado con los marginados.

* Se deben cuidar también los pequeños signos de la Iglesia vividos en la cotidianidad: el signo de la acogida cordial y evangelizadora, que manifieste una actitud de apertura gratuita, de escucha incondicionada, de voluntad sincera de servicio; el signo de la calidad humana y cristiana de los pequeños servicios de asistencia, de animación, de voluntariado; el signo de celebraciones sencillas, alegres, participadas, en sintonía con los problemas y las situaciones de la sociedad; el signo de la apertura sincera y creativa a los compañeros de trabajo, de universidad, de barrio, compartiendo sus preocupaciones, esperas, esperanzas y dificultades, con una actitud de confianza y de clara fidelidad a los valores de las bienaventuranzas.

* Otro aspecto importante es el esfuerzo por conocer cada vez mejor nuestra Iglesia, superando una imagen parcial de ella, transmitida por el ambiente o por una catequesis y formación cristiana superficial y ocasional. En los documentos del Concilio Vaticano II “Lumen Gentium” y “Gaudium et Spes” encontráis una visión positiva y atrayente de la Iglesia de Jesús: tratad de conocerlos y profundizarlos.

* Juntamente con el conocimiento del misterio de la Iglesia es necesario también conocer de cerca la vida concreta de las realidades eclesiales próximas a vosotros: vuestras iglesias locales, vuestras parroquias, los movimientos y las asociaciones juveniles, sus iniciativas, personas y comunidades. Participad, con vuestro entusiasmo y vuestra creatividad juvenil en sus proyectos e iniciativas, aportando la especificidad de la Espiritualidad Juvenil Salesiana. Colaborad para dar a todas estas realidades eclesiales un rostro más acogedor, más cercano a la vida de los jóvenes, más comprometido en su servicio.

Recordad el esfuerzo de Don Bosco para vivir y hacer vivir a sus jóvenes el amor a la iglesia en tiempos ciertamente nada fáciles. Su sentido de la Iglesia fue, ante todo, una experiencia y una actitud personal que lo llevaba a concurrir con todas sus energías y recursos al bien y a la edificación de la Iglesia, y que él expresaba con sencillez y sentido concreto en el trinomio: amor a Jesucristo, presente en la acción central de la Iglesia, la Eucaristía; devoción a María, Madre y Modelo de la Iglesia; y fidelidad al Papa, Sucesor de Pedro. Se trata de tres elementos inseparables entre sí, que se iluminan mutuamente y que se traducen, para Don Bosco, en un compromiso responsable según la propia vocación de bautizado para la evangelización y la transformación evangélica de la sociedad.

Este año el camino de preparación y de celebración de la Jornada Mundial de la Juventud os ofrece a vosotros una ocasión excelente para colaborar a rejuvenecer el rostro de vuestra Iglesia, compartiendo con los jóvenes de todos los continentes el esfuerzo de recorrer idealmente el itinerario de los Magos y de encontrar, como ellos, al Mesías de todas las naciones (cfr. Mensaje del Santo Padre para la XX Jornada Mundial de la Juventud). Los Magos deben serviros de ejemplo. Toda su vida, su búsqueda, converge hacia Cristo y vuelve a partir de Cristo. La estrella los acompaña en este camino. Las estrellas eran las realidades con que tenían que contar todos los días; sin embargo, ellos comprenden que aquella estrella no es como las otras que brillan alrededor y parecen ser luces atrayentes: las luces del éxito, del dinero, de la eficiencia, de la apariencia.

También en vuestra vida hay una estrella: es la presencia paterna y amorosa de Dios. Presencia discreta que estimula vuestra libertad a educar la mirada, la mente, el corazón y la voluntad. Para poder realizar esto, la Iglesia os ofrece los instrumentos necesarios: la confrontación con la Palabra, meditada y custodiada como hacía María; el encuentro personal y comunitario con Jesús en los sacramentos, de modo particular en la Eucaristía; el celo misionero, que os hace evangelizadores de los jóvenes. Es preciso, además, que os confiéis a un guía que os ayude a leer las coordenadas originalísimas de vuestra vida.

¡Ánimo, queridos jóvenes, no estáis solos en este viaje! Está también la Comunidad para mostraros el camino, y está la compañía de tantos hermanos y hermanas que, en la amistad, siguen indicándoos la estrella, aun cuando el cielo esté cubierto de nubes. Descubriréis, luego, con gran sorpresa que, en el fondo, con la “estrella” está Él que ha venido a buscaros.

¡No tengáis miedo! Dejaos “aferrar” por Cristo. Él mira a cada uno de vosotros en los ojos y, fijándose en ellos, os ama. Es una mirada de predilección, que elige y llama. Una mirada que escruta y llega hasta el corazón de vuestro corazón, donde dice: “Te he amado con un amor eterno. ¡Ven y sígueme!”.

Escuchad esta voz y asumid vuestras responsabilidades en la Iglesia para la extensión del Reino de Dios en el mundo. Así quería Don Bosco a sus jóvenes: iluminados sobre la realidad presente; generosos en las decisiones; dinámicos en las iniciativas; abiertos a las necesidades de la ciudad, de la Iglesia, de la misión, del mundo.

Confiaos a María Auxiliadora, madre de la Iglesia y madre de nuestra esperanza. A Ella dirijo con vosotros mi súplica:

Joven mujer, acompaña siempre, con ternura, a los jóvenes.

En la fatiga de la fidelidad y en los días sin horizonte.

En el tiempo de la comunión y en la fría soledad.

En la alegría festiva y en las lágrimas escondidas.

En la liturgia del sacramento y en las preguntas sin respuesta.

Tú, madre de las madres sin hijos y de los hijos sin madre.

Tú, María, gran río de agua limpia.

Recoge todos los arroyuelos del amor disperso, incomprendido, pisoteado.

Recógelos en tu corazón de Madre y ofrécelos a Jesús, tu Hijo.



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