El camino (interior) de los salesianos: del CGE al CG25

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El camino (interior) de los salesianos: del CGE al CG25

Entre la fidelidad a Dios y la respuesta a los jóvenes






El tema pretende, por una parte, presentar los 30 años de reflexión y de autodescubrimiento que ha hecho la Congregación, dentro del contexto social, cultural y eclesial, identificando los retos de los jóvenes y del mundo a los que ha intentado responder, y, por otra, hacer una valoración de los logros obtenidos y de los desafíos aún pendientes o nuevos2.





  1. Una nueva era en la vida de la Iglesia





Acontecimiento eclesial del siglo”, “visita del Espíritu Santo a la Iglesia”, “gran profecía para el tercer milenio del cristianismo”3, el concilio Vaticano II, puso en marcha una reforma de la Iglesia, que también pidió a las Congregaciones y que los Salesianos aceptaron.


Tanto las profundas transformaciones que se verificaban en el mundo, a partir de los años sesenta, como esta conciencia renovada de la Iglesia de saberse al servicio del mundo y del hombre habían dado un grande impulso a la pastoral. En el caso nuestro este esfuerzo implicaba “llevar a la Congregación a una reflexión atenta sobre el momento histórico, la solidaridad con las urgencias del mundo y las necesidades de los pequeños y los pobres, en crecimiento homogéneo con la identidad del proyecto inicial y de sus valores originales, suscitados por el Espíritu y destinados a un desarrollo vital más allá de los revestimientos caducos” 4.


No se trataba evidentemente de renovar sólo la praxis del salesiano sino, sobre todo, la vida del salesiano: “La profecía que el mundo juvenil espera de nosotros los Salesianos hoy es, en primer lugar, la novedad del corazón inflamado del ardor de aquella caridad pastoral definida por Don Bosco en su «da mihi animas, caetera tolle»”5.




    1. Las grandes etapas del camino





Dentro del proceso querido por la Iglesia, se realizaron tres Capítulos Generales ‘extraordinarios’ para poner a la Congregación en la órbita histórica del Vaticano II, precisando la identidad salesiana en la Iglesia y en el Mundo hoy. Mientras que el CG19, realizado en pleno Concilio, “tomó conciencia y preparó”, el CGE “lanzó en órbita”, el CG21 “revisó, rectificó, confirmó y profundizó”, y el CG22 “re-examinó, precisó, completó, perfeccionó y concluyó”6.


Siguieron después tres Capítulos Generales ‘ordinarios’, orientados a argumentos específicos, de orden operativo, considerados particularmente urgentes para toda la Congregación, pero hasta cierto punto sectoriales, en el sentido que no se refieren a la totalidad de la vida salesiana: la educación de la fe de los jóvenes, la implicación de los laicos en la vida y en la misión salesiana, la comunidad salesiana hoy.




1.1.1CGE7(1971)





El CG19 (1965), que se realizó cuando el Concilio Vaticano II se orientaba a su conclusión, recogió los primeros impulsos del grande evento conciliar sobre el sentido renovado de la misión de la Iglesia en el mundo, sobre los dinamismos de la Vida Religiosa, y su dimensión comunitaria y eclesial, sobre la revisión de la Pastoral y sus exigencias de pluralismo y de descentralización8. Fue la mejor preparación del CGE20.


Éste fue un Capítulo General Especial, con carácter particular y extraordinario, para cumplir los requerimientos de la Sagrada Congregación de Religiosos e Institutos Seculares (Motu Proprio Ecclesiae Sanctae) y proceder a la revisión y “adecuada renovación” de la Congregación según los objetivos amplios, esenciales y comprometedores indicados en la Constitución Dogmática Lumen Gentium y en el Decreto Perfectae Caritatis, según el espíritu del Fundador.


Otros factores importantes, que se presentaban como contextos, eran tres hechos decisivos que modelaban el mundo en el que se realizaba la misión, la de la Iglesia y la de la Congregación, y que podían afectar a todos por tratarse de procesos en marcha:


  1. Un mundo en proceso de secularización, que obligaba a la Iglesia a reubicarse y a diseñar un nuevo tipo de presencia y acción.

  2. Un mundo en situación de injusticia, consecuencia de estructuras socio-económicas, que ponían a la Iglesia ante el imperativo de asumir una actitud decididamente evangélica a favor de los pobres.

  3. Un mundo en busca de la unidad en el pluralismo, que exigía a la Iglesia vivir de una forma más viva y más actual la propia ‘catolicidad’.

Como sucede siempre ante este tipo de transformaciones, los más vulnerables eran los jóvenes, que, por una parte, emergían como fenómeno social y, por otra, exhibían comportamientos inquietantes como la auto-marginación, el rechazo a todo lo institucional, la tóxicodependencia y la delincuencia.


El Capítulo, sin embargo, no quiso solamente cumplir con las exigencias del Concilio Vaticano II, como si fuera una mera formalidad que había que satisfacer. De hecho el CGE estuvo precedido por una preparación muy cuidadosa a través de una interpelación a todas las inspectorías con una ‘radiografía’ del estado de la Congregación. De este modo, se dio cabida a los temas y problemas más acuciantes que estaban ocupando el interés y la preocupación de los Salesianos en todo el mundo y que requerían iluminación, discernimiento y toma de decisiones.



Desafío: Re-formular el proyecto de vida.


La pregunta de fondo era cómo hacer visible y actual el testimonio particular del estado religioso en la Iglesia (LG 44). Para que la vida religiosa sea tal que pueda responder a su misión de “pertenecer a la vida y a la santidad de la Iglesia”, Perfectae Caritatis pedía a todas las familias religiosas un compromiso de renovación que implicaba:


Hacer del seguimiento de Cristo la regla suprema de vida.

Asegurar la propia identidad y misión, en fidelidad al Fundador.

Insertarse más decididamente en la vida de la Iglesia.

Ayudar a los miembros de la congregación a leer los signos de los tiempos, como contexto e interlocutores de la misión.

Impulsar, por encima de todo, la renovación espiritual “a la que corresponde el primer lugar también en las obras externas de apostolado” (PC 2).


Así lo sintetizaba Don Luis Ricceri en su carta de convocatoria del CGE: “El aporte y la corresponsabilidad son absolutamente indispensables para promover en nosotros y en nuestras comunidades aquella renovación interior, espiritual, apostólica fundada en nuestra conformación a Cristo, en fidelidad al carisma esencial de Don Bosco y a los signos de los tiempos. Sin esto, todo esfuerzo de renovación y de adaptación se reduciría a un mero formalismo o tecnicismo, a un cuerpo sin alma, a la ilusión de resolver problemas vivos con fórmulas y artículos”9.


El CGE integró toda la problemática en torno a 4 grandes temas:

  1. Naturaleza y fines de la Congregación

  2. La consagración religiosa y su relación con la misión

  3. Formación del Salesiano

  4. Estructuras de gobierno en todos los ámbitos.


Se trataba de elaborar un texto renovado de las Constituciones y Reglamentos conforme a las orientaciones conciliares. En pocas palabras, de trazar de nuevo la identidad de la Congregación.





El resultado de siete meses de trabajo capitular fueron 22 documentos de orientaciones doctrinales y prácticas, divididos en cinco partes que, de algún modo, determinarían posteriormente el texto constitucional. La primera parte asumió la preocupación de los capitulares y se refería a la “misión de los Salesianos en la Iglesia”, teniendo en el oratorio el paradigma de renovación de las obras. La segunda parte tenía como objeto la dimensión comunitaria de la vida religiosa. En la tercera parte, bajo el término «consagración» se hacía una presentación de los votos desde la perspectiva conciliar. La cuarta parte recogía los principales criterios de la formación y algunas orientaciones prácticas. En fin, la última formulaba como criterios para la organización de la Congregación la unidad y la descentralización, la subsidiariedad, la participación y la corresponsabilidad.10


Se hizo, por tanto, una nueva formulación más carismática y menos legalista del “Texto Constitucional”, adecuando el lenguaje y el planteamiento a las orientaciones del Concilio, y fundiendo en un único texto las riquezas espirituales de la vocación salesiana y las normas fundamentales que regulan la vida: misión, comunión, consagración, formación y organización.


Se codificó en los “Reglamentos” la manera práctica universal de vivir las Constituciones, dejando a las Inspectorías la tarea de establecer y regular lo que es propio de un lugar o lo que son exigencias de situaciones particulares por medio de los Directorios Inspectoriales. Se daba paso así a la unidad y a la descentralización.


Se puede medir los efectos de la accomodata renovatio, constatando su influjo en tres de los sectores más sensibles de la vida salesiana: la formación, la experiencia comunitaria y las obras.


En relación a la formación, Don Ricceri hacía notar que algunas casas de formación, noviciados y estudiantados habían tenido que cerrar por falta de vocaciones o a causa de dificultades y tensiones internas. Lamentaba, sobre todo, el olvido y el debilitamiento del carisma salesiano en la formación, desviaciones doctrinales, la actitud contestaria de las instituciones, y la falta de responsabilidad de algunos formadores.11


Por lo que se refiere a la comunidad, el cambio más profundo se daba en el tipo de relación entre superiores y hermanos que se había vuelto más sencillo, directo, y la función de gobierno se acercaba cada vez más a la de animación. Al mismo tiempo se constataba el crecimiento en la participación y en la corresponsabilidad.


Las obras, por su lado, no lograban el ridimensionamento deseado por el CG19 en vistas a una mayor eficacia apostólica. La disminución de salesianos (de 1965 a 1977 se había pasado de cerca de 22,000 a 17,000) se veía contrastada por el crecimiento de colaboradores laicos cuya formación había que cuidar. Bajo otro punto de vista, contemporáneamente, surgían centros inspectoriales de pastoral juvenil y algunos salesianos intentaron experiencias de inserción en barrios difíciles o trabajo con chicos de la calle, muchachos tóxicodependientes, y formas diversas de colaboración con instituciones civiles.12




1.1.2CG2113 (1978)




La profundidad y rapidez del cambio, fruto del Concilio Vaticano II, trajeron consigo en la Iglesia y en la Congregación una situación de agitación y confusión, que requería claridad de planteamientos y acierto en las soluciones.


La acción profundamente innovadora realizada en la Congregación desde el CGE (basta pensar en las Constituciones y Reglamentos, radicalmente renovados, siempre en la fidelidad al espíritu de Don Bosco; y en las ideas y orientaciones operativas contenidas en las Actas de dicho Capítulo) hacían necesaria su revisión, rectificación, profundización y confirmación.


También la realidad socio-cultural estaba cambiando rápida y profundamente en muchas naciones, aumentando la confrontación entre las generaciones jóvenes y adultas. La segunda mitad de los años setenta representó – según Don Vecchi – para algunos el funeral del 68 y todo el mundo de contestación juvenil, y para otros, el agravarse de la crisis en el ámbito económico, social, político, cultural14.


Algunos de los aspectos más determinantes, vistos en contraluz, eran:

La exaltación de la persona y, al mismo tiempo, su instrumentalización.

El reclamo de la libertad y, a la vez, la opresión de muchas libertades.

La aspiración a valores mayores y, por otro lado, la contestación de todo valor.

El deseo de solidaridad y, en contrapartida, una crisis de participación.

La rapidez de los intercambios y de la información, y, en la práctica, la lentitud de reformas culturales y sociales.

La búsqueda de unidad y paz universales, y, contemporáneamente, la persistencia de contrastes políticos, sociales, raciales, religiosos, económicos.

La exaltación de todo lo que era joven y la frecuente marginación de los jóvenes en el trabajo, en la toma de decisiones, en las responsabilidades.



Verificar cuidadosamente si, cómo y en qué medida se había realizado la esperada renovación, en la aceptación y vivencia de las Constituciones.


Individuar las eventuales carencias dentro del proyecto de renovación impulsado por el CGE. En concreto, ¿cómo conservar la Congregación vitalmente joven y, aun renovada, siempre fiel a la imagen que Don Bosco delineó con claridad?


Rectificar eventuales desviaciones o falsas y dañinas interpretaciones, y superar el riesgo de motivaciones, visiones o valoraciones “diversas” e incluso opuestas, que podrían vaciar el alma de la Congregación y de su misma razón de ser en la Iglesia.


Profundizar algunos temas sustanciales para la Congregación: el Sistema Preventivo, la Formación a la Vida Salesiana, el Salesiano Coadjutor, y la re-estructuración de la Universidad Pontificia Salesiana.


Este trabajo de clarificación de la identidad, reforzado por el influjo del IV° Sínodo de los Obispos que culminó con la magistral Encíclica Evangelii Nuntiandi de Pablo VI, ayudó progresivamente a profundizar la misión específica salesiana, tanto que se concretó en una de las grandes opciones de este Capítulo, hacer de los Salesianos evangelizadores de los jóvenes.


En efecto, el CG21 miró por un lado a los jóvenes y descubrió – ejercitando quizá ese optimismo típicamente salesiano – una feliz coincidencia entre sus expectativas, el llamamiento que lanzaban a los Salesianos, y nuestra misión. Por otra parte miró la renovada decisión de la Iglesia a favor de la evangelización y se le volvió a hacer evidente la característica fundamental de nuestra identidad en esa misión evangelizadora hacia los jóvenes, que implicaba la previa evangelización de los mismos Salesianos.



Opción: Misioneros en la educación



En su discurso de clausura, Don Viganò, recién elegido Rector Mayor, sintetizó los tres objetivos que se habían ido clarificando durante el trabajo capitular: 1) la tarea prioritaria de llevar el evangelio a los jóvenes, lo que implicaba un proyecto educativo-pastoral; 2) el espíritu religioso que debía animar la vida de los salesianos; y 3) el nuevo estatuto de la comunidad salesiana como animadora de la comunidad educativo pastoral (CEP), consecuencia de la convicción que los religiosos no son los únicos obreros del evangelio y que están llamados a convertirse en dinamizadores de los laicos.


Se precisaba de este modo el enunciado del tema principal del Capítulo: “Testimoniar y anunciar el Evangelio: dos exigencias de la vida salesiana entre los jóvenes”. Al mismo tiempo se tomaban otras decisiones:


Hacer de la catequesis el terreno natural y más fecundo para la renovación de toda la comunidad eclesial.


Ofrecer a la Congregación otro sexenio de conocimiento, asimilación y experimentación práctica del Texto Constitucional, al que se hicieron mejoras sugeridas por la experiencia de vida, especialmente sobre el tema de la corresponsabilidad de los laicos, sobre la función del superior, y sobre las comunidades de formación.


El CG21 significó una radical renovación pastoral. La Congregación se sintió interpelada por la Iglesia y por la sociedad; en la conclusión del primer capítulo del Documento “Los salesianos evangelizadores de los jóvenes”, expresó el compromiso de conocer mejor la nueva realidad de los jóvenes y enfrentar los nuevos desafíos que éstos planteaban (los fenómenos que derivaban del creciente secularismo de la sociedad, así como la indiferencia religiosa, el ateísmo práctico o las sectas, la pobreza persistente en el Tercer Mundo y la aparición de nuevas formas de pobreza, como la desocupación, la marginación, la desintegración de la familia, la difusión del erotismo y de las drogas), y de elaborar el Proyecto Educativo Pastoral para no perder de vista lo esencial, no invertir el orden de objetivos a alcanzar y, asegurar, en cambio, la calidad de los programas educativos de las obras.15




1.1.3CG2216 (1984)



El Capítulo General 22 se realizó casi a los 20 años de la conclusión del Concilio Vaticano II, y a 12 años del CGE, que habían traído un tiempo intenso de experimentación y profundización de la identidad salesiana en la nueva órbita conciliar.


El paso de los años había ayudado a ganar en perspectiva, a serenar los ánimos, y a afrontar con más lucidez y menos pasión la inaplazable necesidad de la renovación. Digamos, aun con el riesgo de equivocarnos – pues entre más cerca está uno del presente, mayor es el riesgo de proyectar interpretaciones – que en estos años sucedió un tipo de cambio cualitativo en la experiencia de los religiosos, tanto en el ámbito individual como institucional. La situación volátil, e incluso caótica de las décadas precedentes, dio progresivamente paso a una determinación más serena, pero no menos incisiva, de perseverar en el esfuerzo por tener una Iglesia renovada y un mundo más justo, conscientes de que ninguno de estos cambios se realizaría rápidamente. Comenzó así una segunda fase de renovación en la propia Congregación. El flujo rápido de salidas de la Congregación había comenzado ya a desacelerar. Se abandonaron algunas de las experiencias apostólicas particulares o/y tipos de vida y maneras personales de organizarse, y se reafirmó lo que estaba funcionando, dándose nuevo cauce a energías.


Es difícil señalar un acontecimiento que hubiera precipitado este cambio casi imperceptible. Lo cierto es que hizo su entrada en escena un nuevo liderazgo, en algunos casos con personas extraordinarias. Se empezaron a tener capítulos inspectoriales y asambleas que infundían vitalidad; se volvió a despertar el entusiasmo en muchos hermanos, y la Vida Religiosa tornó a presentarse como una alternativa válida.


Definir las grandes opciones que guiarían el futuro de la Congregación en la órbita conciliar.


Tener un proyecto vocacional claro, actualizado, propositivo, capaz de asegurar la identidad salesiana al afrontar el complejo desafío de los tiempos. De aquí la importancia de que las Nuevas Constituciones expresaran la experiencia de santidad apostólica ya vivida en Valdocco, a través de la continuidad sustancial y la fidelidad dinámica entre el texto querido por Don Bosco y el fruto del CG22.



Opción: Aprobación definitiva de la nueva Regla de Vida



El resultado final del trabajo capitular fue “un texto orgánico, profundo, mejorado, permeado de Evangelio, rico de la genuinidad de los orígenes, abierto a la universalidad y orientado hacia el futuro, sobrio y digno, denso de equilibrado realismo y de asimilación de los principios conciliares. Es un texto que ha sido pensado una y otra vez de forma comunitaria en fidelidad a Don Bosco y en respuesta a los desafíos de los tiempos”17.


Se logró así describir fielmente una tipología de vida concreta, la experiencia de Don Bosco y de los primeros salesianos, capaz de inspirar y guiar nuestro proyecto de seguimiento de Cristo por los jóvenes. En el nuevo texto constitucional se resumen y se expresan la doctrina espiritual, los criterios pastorales, las tradiciones originales, las normas de vida, o sea, la índole propia y nuestro itinerario concreto de santidad. Como escribía D. Egidio Viganò en la Introducción de las Orientaciones Operativas: “los verdaderos documentos del XXII Capítulo General son los textos de las Constituciones y de los Reglamentos Generales”.


La redacción definitiva de la Regla de Vida trajo consigo, entre otras cosas, la renovación de la Ratio, que debía recoger el nuevo Código de Derecho Canónico y las nuevas Constituciones, al tiempo que integraba el aporte de las ciencias humanas. La idea central era que toda la formación de los salesianos respondiese a la naturaleza de su vocación de consagrados apóstoles y de su misión específica de educadores y pastores de los jóvenes.


La Congregación podía comenzar ahora una nueva fase de su historia, la del paso ‘del papel a la vida’.



1.1.4CG2318 (1990)



Terminado el largo y fecundo período postconciliar, dedicado a la nueva formulación de la identidad salesiana en la Iglesia y a la consiguiente aplicación, la Congregación fue llamada a verificar la eficacia de la educación salesiana en orden a la vida de fe de los jóvenes con los que trabajamos, y a actualizar los proyectos educativo-pastorales de las Inspectorías y de las casas.


En la Iglesia la atención de todos estaba dirigida hacia el 2000, año del Grande Jubileo, que hacía sentir siempre más urgente y viva la necesidad de una «nueva evangelización» a la que la Congregación no podía sustraerse. Antes bien, se sentía estimulada a realizar una nueva evangelización de los jóvenes.


En el ámbito mundial la humanidad contemplaba la caída del comunismo y la configuración de un nuevo orden político con la emergencia de una única superpotencia que haría de la economía un valor absoluto. Desaparecido el bipolarismo político, económico y social, comenzó a surgir una nueva sensibilidad. En el Capítulo General el análisis de la realidad tuvo poca relevancia. Casi diría que apareció sólo en sus efectos sobre los jóvenes.


En estos años se consumó la crisis de las ideologías y de las ideas fuertes, avasalladoras. En su lugar apareció el pensamiento débil de la post-modernidad, caracterizado sea por el respeto y la apertura a todas las corrientes de las culturas, sea por el relativismo ético, por el subjetivismo y por la fragmentación social... Para los jóvenes se volvían más preocupantes la desocupación, la desintegración de muchas familias, el fenómeno difuso del secularismo, de la indiferencia religiosa, como también el de una nueva religiosidad a la moda del new age19


La realidad juvenil, en efecto, se presentaba compleja, variada y desafiante. Surgió así la necesidad de conocer y comprender los contextos donde viven o luchan por vivir los jóvenes y donde ellos están llamados a realizar su crecimiento humano y religioso y donde los Salesianos deben acompañarlos:


Contextos marcados por la abundancia de bienes materiales.

Contextos de empobrecimiento económico, político y cultural.

Contextos caracterizados por la presencia de antiguas y grandes religiones.

Contextos donde estaban en marcha procesos irreversibles de independencia y descolonización.

Contextos de éxodo de regímenes autoritarios y orientados hacia un sistema de vida social y política diverso.

Contextos de grupos autóctonos y de minorías étnicas.



El tema surgió, pues, de la experiencia vivida en los últimos años, de las dificultades encontradas sea de parte de los jóvenes como de parte de la comunidad salesiana, pero también de la promesa de fidelidad a Don Bosco renovada el 14 de Mayo de 1988, en la celebración del centenario de su muerte.


Se constataba que la educación de los jóvenes a la fe estaba resultando una misión siempre más compleja en todos los lugares donde trabajan los salesianos, consecuencia de una cultura emergente, que exige un nuevo planteamiento de la metodología y de los contenidos de la educación a la fe. Implicaba no olvidar nunca la función “unificante e iluminante” de la fe y, por lo tanto, recuperarla, proponerla y saber hacerla aceptar como fermento para la maduración de toda la persona.


Significaba asumir el compromiso de educar al joven a los valores de la dignidad personal, de la superación de los egoísmos, de la reconciliación, de la grandeza cristiana de perdonar y sentirse perdonados.


Se trataba de desarrollar el amor educando la mente y el corazón de los jóvenes de modo que perciban claramente la centralidad suprema de la Eucaristía.


En fin, comportaba saber captar el sentido de la vida como vocación, teniendo presente que todo joven es un proyecto-hombre a descubrir y realizar a la luz de la conciencia de ser “imagen de Dios”.



Opción: Propuesta de espiritualidad juvenil



Partiendo de los desafíos de la realidad de los jóvenes en sus varios contextos, los capitulares trazaron un camino de educación a la fe para los jóvenes, ofreciéndoles una propuesta de vida cristiana significativa y de espiritualidad juvenil salesiana.


El CG 23 quiso contemplar al destinatario como producto acabado de la labor educativa y lo proyectó como un joven educado en la fe, que opta por la vida, que llega al encuentro con Jesús, que se inserta en la comunidad eclesial, y que descubre su lugar en el Reino, con una preocupación especial por la «formación de la conciencia, la educación al amor y la dimensión social de la fe». (CG23, 182-214).


No era, por tanto, cuestión de reducir o simplificar las obras (aun siendo una tarea importante), sino de pensar y renovar la misión, esto es, la calidad de nuestra propuesta educativo-pastoral. Se trataba menos de crear nuevas presencias y más de hacer surgir una presencia nueva, una forma nueva de estar presentes allí donde ya estamos.


Una vez más la Congregación se sentía llamada a relanzar con todas las fuerzas la actitud del da mihi animas, testimoniada por Don Bosco con originalidad pastoral, haciendo de las comunidades “signo de fe, escuela de fe y centro de comunión”20.



1.1.5CG2421 (1996)



El Capítulo General 24 estuvo precedido y acompañado por tres eventos eclesiales que influyeron notablemente en su desarrollo: uno más general correspondiente al desafío de la Nueva Evangelización que había iniciado de hecho el Concilio Vaticano II y que ahora Juan Pablo II lo volvía a tomar convirtiéndolo en programa pastoral; y otros dos más particulares, el Sínodo sobre los Laicos, que invitaba a éstos a vivir su vocación bautismal con un mayor compromiso tanto en el ámbito eclesial como social, y que se codificó en la Exhortación Apostólica Christifideles Laici, y el Sínodo sobre la Vida Consagrada y su misión en la Iglesia y en el mundo, que actualizaba la doctrina conciliar sobre la vida religiosa, la adecuaba a las nuevas exigencias culturales, y quedó recogido en Vita Consacrata, documento iluminante y de consecuencias positivas.


En el ámbito mundial, la historia asistía al surgimiento de un nuevo escenario económico, político, social y cultural, después de los acontecimientos que marcaron el fin del conflicto Este-Oeste. Algunas de sus tendencias ejercían ya un grande influjo sobre la vida y sobre la acción salesiana:


La primacía de la economía, impulsada por el neoliberalismo, y el consiguiente empobrecimiento en la mayor parte del mundo.


La ambivalencia de la comunicación que favorece, por un lado, la integración de la aldea planetaria y, por otro, provoca profundos cambios culturales.

La pérdida del lugar privilegiado que tenían la familia y la educación en la maduración de la persona, ante la fuerza de otras agencias educativas y otras formas alternativas de organización familiar.

La relevancia de la mujer en la sociedad y la exigencia de mayor atención a lo específico femenino.

El surgimiento de un rostro múltiple del fenómeno religioso, que exige una mayor espiritualidad, y la atención al diálogo ecuménico e inter-religioso.




Multiplicar personas que quieran vivir su bautismo en el área de la educación y de la cultura, revalorando la misma realidad secular como lugar teológico.


Verificar y relanzar el “proyecto laicos”, en línea con cuanto pedían ya la Lumen Gentium (cap. IV), la Gaudium et Spes, el decreto Apostolicam Actuositatem, y la Exhortación apostólica Christifideles laici, y en sintonía con Don Bosco, que había intuido la importancia esencial que su misión juvenil y popular fuese compartida por un vasto movimiento de personas.


Integrar Salesianos y laicos en un nuevo paradigma de relaciones, dentro de una eclesiología de comunión, no tanto para paliar la disminución del número de Salesianos sino para lograr una mayor complementariedad en una misión común.


Poner a los Salesianos delante de su tarea prioritaria, que consiste en privilegiar la animación espiritual y pedagógica, y en cuidar más las iniciativas de formación de colaboradores y corresponsables, por encima de cualquier otro compromiso.


Iniciar un camino común de formación de Salesianos y laicos en torno al espíritu y la misión de Don Bosco, de manera que se dé un intercambio de dones.


Revalorar la dimensión secular de la Congregación, expresada en la elección por el campo de la cultura, de la educación, y de la promoción humana de la juventud necesitada, y en una especial sensibilidad por las clases populares. Es vital y prometedor poder compartir los compromisos del sector cultural, educativo y social con personas que cultivan “desde dentro” los valores seculares.



Opciones hechas: Implicar y formar a los colaboradores laicos.



Un hecho que caracterizó el Capítulo General 24 fue la presencia activa de 21 laicos, por vez primera, en un evento de esta naturaleza. Se fortalecía la convicción de que la nueva evangelización y la nueva educación no se podía realizar sin la colaboración institucional, cualificada de los laicos. Por lo que a las comunidades salesianas se refiere, éstas deberían cualificarse siempre más para llegar a ser núcleo animador de una comunidad educativo-pastoral y centro dinamizador de la Familia Salesiana. Las consecuencias que de aquí se derivaban eran:


Cualificar la formación de los laicos, ayudándoles a crecer en la gracia de la unidad, que está al centro del espíritu de Don Bosco y mantiene una tensión armónica entre los dos polos: la fe y el mundo, Dios y el hombre, el misterio y la historia. Sólo así se pueden superar el horizontalismo y el verticalismo, el secularismo y el espiritualismo.


Ampliar la implicación de los laicos en las obras, con una actitud personal y comunitaria que testimonie la fraternidad bautismal y la responsabilidad apostólica común, y con confianza en las responsabilidades asignadas a los laicos.


En el ámbito de la Familia Salesiana, promover la corresponsabilidad, creando espacios de participación, y fortalecer la comunicación.



1.2.6CG2522 (2002)



El hecho social y cultural más significativo de nuestro tiempo es, sin lugar a dudas, el individualismo, que se manifiesta no sólo en el campo económico (en su forma de neo-liberalismo) o político, sino en lo cotidiano: “Ser uno mismo, vivir libremente sin represiones, escoger el propio modo de existencia constituye, como señala Lipovetsky, el hecho social y cultural más significativo de nuestro tiempo, la aspiración y el derecho que nuestros contemporáneos estiman más legítimos”23.


Esta cultura de la subjetividad, con fuerte acento sobre la libertad y la responsabilidad personal, hace muy difícil el paso hacia una cultura de la comunidad, sea en el ámbito eclesial donde muchos creyentes conciben y viven la fe como un asunto privado, sea en el ámbito de la vida religiosa donde crece la dicotomía entre estar hambrientos de comunión (acogida y respeto de la persona y relación interpersonal profunda) y hartos de vida comunitaria (relativización de prácticas comunes).


Hay, por otra parte, un difuso sentido de soledad y una búsqueda de encuentro y compartir, cuyas manifestaciones en el campo juvenil, social y eclesial nos son conocidas, y para las cuales nuestra fraternidad puede constituir un estímulo y una profecía.






El nuevo modelo pastoral, con una presencia cada vez más robusta de laicos en roles de animación y gobierno de las obras, exige un nuevo estilo de comunidad que suscite la pregunta: ¿cómo tiene que plantearse la comunidad para asegurar su visibilidad evangélica, su experiencia fraterna, su presencia animadora, su capacidad de convocación vocacional?

Se reaviva la conciencia de estar llamados a vivir con más significatividad, gozo y transparencia nuestra fraternidad en Cristo como respuesta a las aspiraciones profundas de nuestro corazón, para ser verdaderamente entre los jóvenes testigos del amor de Dios, centros de animación espiritual de la CEP y de la Familia Salesiana.


Por otra parte, se constata un desequilibrio entre la cantidad y complejidad de obras y los recursos humanos, que puede generar, en la persona, cansancio físico, stress psíquico y superficialidad espiritual, y causar, en la comunidad, dispersión y fragmentación del proyecto haciendo inútiles gran parte de los esfuerzos educativo-pastorales. ¡Un dato elocuente es que mientras ha disminuido y envejecido el personal han seguido creciendo las obras y multiplicándose las estructuras!


Lo cierto es que hoy la Congregación está desafiada a descubrir aquellas modalidades de comunidad capaces de responder a las exigencias del seguimiento de Cristo y de la misión. Se trata de llegar a determinar las condiciones que permitan vivir con dinamismo y eficacia nuestra fraternidad, que es una comunidad consagrada apostólica.


Cualquiera que sean las opciones que se tomen, responderán sin duda a lo que Don Vecchi trazaba como “meta principal y terminal” del CG25: “encontrar caminos eficaces para motivar de nuevo a las comunidades a manifestar con sencillez y claridad la identidad religiosa de las nuevas situaciones; determinar las condiciones o criterios esenciales que permitan, más aún, estimulen a vivir de forma gozosa, humanamente significativa, nuestra profesada fraternidad en el seguimiento de Cristo”24.





3.Perspectivas de futuro






No es éste el lugar para hacer un recuento exhaustivo de todas las transformaciones acaecidas en el seno de la Congregación durante estos treinta años. Es más, no estoy seguro si ese trabajo se haya hecho ya. Me limito, por tanto, a enunciar las más significativas.


Sin lugar a dudas ha habido un cambio notable en la misión, muy bien descrito por Don Vecchi: “La imagen de los salesianos al inicio de esta evolución es la de una Congregación con un crédito firme en el campo juvenil con estructuras bien definidas: escuelas, centros profesionales, colegios, oratorios; que desarrolla al interior de estas estructuras diversas «líneas» pedagógicas según una praxis segura: pedagogía religiosa, pedagogía escolar, pedagogía asociativa, pedagogía del trabajo, pedagogía del tiempo libre. La preparación del personal y los cargos de orientación y gobierno correspondían a los campos de trabajo. Correspondían también objetivos generales, organización de los contenidos, elección de los destinatarios e incluso una interpretación del contexto social y de la función que el hecho educativo debía tener en él. La imagen, después de veinte años de camino, es el de una Congregación abierta a múltiples campos de trabajo, en ambientes en los que continuamente aparecen nuevos desafíos educativos y pastorales bajo el signo de la ‘complejidad’; que proyecta intervenciones variadas y a veces inéditas; que se encuentra frente a la urgencia de adecuar, equilibrar y hacer interactuar las competencias de los miembros, de formular en forma nueva sus programas y de dar consistencia a algunas intuiciones”.25


Mucho han cambiado consiguientemente las estructuras de animación y gobierno, no sólo para responder mejor a las exigencias de la nueva pastoral sino para asegurar la identidad del carisma y su inculturación, la unidad y la descentralización, la autonomía y la subsidiariedad.


La vida de comunión ha ganado en mayor sentido de fraternidad, de respeto a la persona, de ejercicio de la autoridad, de profundidad de las relaciones interpersonales, de corresponsabilidad en la toma de decisiones.


Desafiada desde dentro y desde fuera, la formación ha definido el perfil del salesiano que quiere formar, las condiciones, la metodología que hacen posible su progresiva identificación con Don Bosco, su referente último.



3.1Una valoración previa



Para evitar, con todo, ceder a un optimismo fácil y verificar si realmente la ansiada renovación puesta en marcha por el Concilio Vaticano II no se quedó en una “adecuada adaptación” de formas y sí alcanzó, en cambio, la mente y el corazón de las personas, considero oportuno hacer una valoración más amplia del fenómeno postconciliar en la vida religiosa, pues no cabe duda que en cierta medida ha influido en la Congregación. Así podremos completar el cuadro final, poniendo en evidencia lo que sigue siendo tarea pendiente, y trazar las perspectivas de futuro.

Es lugar común afirmar que en los días anteriores al Concilio Vaticano II resultaba fácil ‘identificar’ a los religiosos, su forma de vida, su lugar en la Iglesia. La vida religiosa era una forma de vida caracterizada por una profesión perpetua de los consejos evangélicos de pobreza, castidad y obediencia, según las constituciones de una Congregación, aprobadas por la autoridad de la Iglesia. Los religiosos vivían en casas religiosas, conventos o monasterios y se distinguían, dentro y fuera de sus institutos, por su hábito. Tanto el estilo de vida como la clara visibilidad de los miembros los separaba efectivamente del ‘mundo’ y los diferenciaba de los ‘laicos’ dentro de la misma Iglesia.26


Después de todo el proceso de transformación, la vida religiosa ha quedado de tal modo transformada que hoy ya no resulta fácil ‘identificarla’ y ubicarla como forma de vida. La dificultad no proviene, por supuesto, del hecho que, en muchos institutos y congregaciones, se haya dejado el hábito y se haya asumido una forma ciudadana de vestir, sino de una serie de factores externos e internos que han borrado los rasgos característicos de su rostro. Esto explica la insistencia hoy en recuperar su ‘visibilidad’, y, por tanto, su significatividad, su credibilidad, su capacidad de seguir atrayendo.


La vida religiosa fue puesta en crisis, desde fuera, por la secularización, y, desde dentro, por la pérdida de identidad.



3.1.1Crisis externa



No cabe duda que el signo más claro de nuestro tiempo es la secularización de la sociedad hasta alcanzar niveles de secularismo exacerbado, y llegar a crear una cultura de la increencia, a-religiosa y a-tea en la práctica.


Hasta ahora muchas expresiones sociales y culturales estaban permeadas de una dimensión religiosa. Ha ido creciendo, en cambio, la irrelevancia social de lo que es religioso, lo que hace más difícil y largos los ritmos de maduración de la fe ya sea como conocimiento de sus contenidos ya sea como práctica de vida. Y esto tanto para los jóvenes de nuestras obras como para los jóvenes salesianos en formación.


Ser cristianos – o sea vivir la opción bautismal – en una sociedad pluralista, se convierte en una modalidad entre tantas otras, con el mismo derecho de ciudadanía. Puede aflorar por esto un clima de relativismo, de ofuscamiento de los ideales tradicionales, de pérdida del sentido de la vida: muchos jóvenes parece que naveguen a la deriva sobre una embarcación sin brújula. Pierden la perspectiva de lo trascendente, esto es, el horizonte de la fe, y se encierran en pequeñas respuestas sobre el sentido de la vida absolutamente insuficientes para los grandes anhelos del corazón humano. Las mismas respuestas que la ciencia quiere ofrecerles resultan insuficientes en la óptica de la búsqueda de significado, porque no se refieren a la finalidad última de la vida y al sentido global de la historia”27.


Esta secularización se puede manifestar en la vida religiosa en forma de:


  1. Pérdida de trascendencia: cuando se pierde la fe como horizonte de la vida y de la vocación, que pasaría a ser un simple proyecto humano, y desaparece la consagración del hombre centrado en Dios.28


  1. Antropocentrismo: por el que se cuestionan las formas de comunidad interhumana, los tipos de amor, la existencia de una amistad fecunda que no sea en función del sexo y de la vida humana.


  1. Praxis socioeconómica: que lleva a sentir con pasión el hecho que el hombre se gesta a sí mismo en el trabajo creador de dominar el mundo y producir los bienes de la vida, y a reducir la misión a un trabajo social.


En esta perspectiva secularizada de la vida religiosa ha influido también una lectura teológica del principio de la encarnación un tanto reductiva, que ha insistido de tal modo en el primer término, el «quod non assumptum» de Ireneo, que ha dejado en un segundo orden o ha olvidado del todo la novedad que nos viene de Dios por la encarnación.



      1. Crisis interna



Naturalmente la crisis de la vida religiosa no tiene su origen exclusivamente en factores externos, aunque tenemos que reconocer que éstos la condicionan fuertemente, sino que surge del interior de ella, planteándole los siguientes problemas:


  1. El problema de la fundamentación bíblica: pareciera que la vida religiosa no tiene fundamento en el Evangelio, ya que lo que Jesús pidió es válido para todos los que creen en Él.


  1. La revalorización del matrimonio: el valor santificante que se reconoce cada vez más al amor humano pudiera llevar a pensar que la vida religiosa no tiene sentido, pues todo hombre es llamado a la santidad, no solamente el religioso.


  1. La superación de las estructuras antiguas: la vida religiosa ha corrido el peligro de encerrar a sus miembros en unas estructuras que no siempre ayudan a madurar humanamente y a vivir de acuerdo a la libertad de los hijos de Dios.29



3.1.3Identidad de la vida religiosa



Ante esta situación nos preguntamos sinceramente qué es lo que hay que hacer. En sintonía con lo que era el objetivo del Concilio Vaticano II, al pedirle a la vida religiosa su renovación, creemos que ha llegado el tiempo de crear aquellas estructuras que responden mejor al Evangelio, que nos permiten profundizar las exigencias del amor fraterno, del testimonio apostólico, de la sencillez de vida, y de la entrega de Jesús. En una palabra, es la hora de recuperar la especificidad de la vida religiosa, aquello que la hace creíble, eficaz y atractiva.


Importa, por tanto, volver a definir la ‘identidad’ de la vida religiosa, que no consiste ni en los votos, ni en las Constituciones, ni en el hábito, y ni siquiera en la misión, sino en su peculiar relación con Cristo, esto es, en aquello que es un religioso, porque los religiosos tienen ‘algo especial’ que ofrecer a mundo y a la Iglesia, y en es ese ‘algo especial’ que los hace significativos.30


Durante un tiempo pensamos que nuestra identidad podía encontrarse en los votos de pobreza, castidad y obediencia. Sin embargo, ya sabemos que la vida evangélica no es privativa de los religiosos.


Muchos consideran que la identidad de la vida religiosa provenga del apostolado que una comunidad realiza en el mundo y en la Iglesia. Pero incluso aquí tenemos que ser realistas. El trabajo que nosotros hacemos puede ser hecho por laicos. Más aún, muchas veces los laicos son más competentes que los religiosos, y éstos descubren que tampoco aquí se encuentra ese ‘algo especial’ que la vida religiosa está llamada a dar a la Iglesia y a la sociedad.


Para definir la identidad de la vida religiosa es necesario dirigirse al Dios que nos llamó, al Dios de Jesús, al Dios del Nuevo Testamento, al Dios-Amor. Jesús Palabra, es decir toda su vida, y las palabras de Jesús son las que revelan a Dios y fundamentan también la vida religiosa. Más que acudir a la Escritura en búsqueda de algunos textos que la justifiquen la vida religiosa, se debe más bien mirar, contemplar a Jesús, que ha inaugurado un nuevo modo de ser hombre.


La perfección en el amor es la vocación de todos los cristianos y de todo hombre. Y ésta es también la vocación y la función de los religiosos dentro del contexto de la llamada universal a la santidad. Los Salesianos lo hemos expresado en las Constituciones al indicar que éstas son “un camino que conduce al Amor” (196), al precisar que lo que pretendemos con la vida religiosa es realizar “el proyecto apostólico del Fundador: ser en la Iglesia, signos y portadores del amor de Dios a los jóvenes, especialmente a los más pobres” (2) y que “este amor, expresión de la caridad pastoral, da significado a toda nuestra vida” (14), de modo que nuestra espiritualidad, contenida en el Sistema Preventivo, tiene su fuente “en la caridad de Dios que previene toda creatura con su Providencia, la acompaña con su presencia y la salva dándole la vida” (20). Se trata, pues, del amor con que Dios nos ama, nos llama y nos envía, del amor con que Lo amamos y amamos a los hermanos y a los jóvenes, del amor que es contenido y método de la misión, del amor que es consagración, comunión y misión.


La tarea de toda comunidad religiosa, en el corazón de la Iglesia, no es adquirir un más de santidad o de perfección que los no-religiosos, sino asegurar que esta buena nueva del Dios-Amor predicada se haga realidad. A esto se comprometen públicamente con voto, y ese compromiso – y la responsabilidad de llevarlo a práctica – es aceptado por la comunidad cristiana.


Por tanto, sólo una vida caracterizada por el amor tendrá la energía de revelar a Dios y ser creíble, como lo muestran los sumarios de la vida de la comunidad de Jerusalén (Hch 2, 42-48; 4, 32-35; 5, 12-16) y provocará en los demás el interrogante del por qué de nuestra vida. Y entonces la única respuesta posible y válida será: “a causa del Dios en quien creemos”.31



3.2Perspectivas de futuro



Al repasar el camino hecho por la Congregación, hemos constatado que el cambio no siempre ha sido lineal ni pacífico.


Los 30 años de transformaciones han ido configurando una nueva forma de vida religiosa salesiana y tenemos ya los odres nuevos (hay una nueva evangelización, una nueva educación, una nueva escuela, un nuevo modelo pastoral, una nueva formación). Se ha ido produciendo también el vino nuevo (el nuevo evangelizador, el nuevo educador, el nuevo agente pastoral, el nuevo salesiano).


Quizá a veces nos sintamos incómodos ante el uso del adjetivo nuevo/a para calificar realidades que creíamos conocidas, sobre todo por lo que implica de consecuencias prácticas: la necesidad de renovarnos espiritualmente, de actualizarnos profesionalmente, de capacitarnos pedagógicamente. Y, sin embargo, la novedad no es – al menos en este caso – un afán snobista sino un respeto debido a lo inédito de los contextos, de las realidades y del hombre. Hoy nos tenemos que ver con un hombre culturalmente nuevo, lo que significa que la novedad nos viene impuesta desde fuera y nos desafía.


Hoy la preocupación de la vida religiosa, en general, y de la Congregación, en particular, no es la de sobrevivir sino la de crear una presencia significativa y eficaz. No es cuestión, por tanto, de sobrevivencia sino de profecía. En un mundo secularizado, hay que ser signos de un Dios que no es enemigo sino promotor del hombre, que es origen de una nueva humanidad cimentada en su amor (cf. C 62). “Esto supone dar vida a una presencia que provoque interrogantes, dé razones de esperanza, suscite colaboraciones, active una comunión cada vez más fecunda, para realizar juntos un proyecto de vida y de acción según el Evangelio”32.


En síntesis, lo que se quiere es una forma de vida que dé la primacía a lo profético, que privilegie las personas por encima de las estructuras, que sea fascinante y atractiva.


Parafraseando al P. Karl Rahner en su testamento espiritual, podemos afirmar que el futuro de la vida religiosa pasa por su fuerza mística, por su clara y firme experiencia y testimonio de Dios, con energía para superar toda forma de aburguesamiento, de atonía y mediocridad. La vida religiosa surgió y tiene sentido sólo como búsqueda de Dios o como testimonio de que se le ha encontrado. De otro modo se desvirtúa y en lugar de ser un proyecto de vida se reduce a un estado de vida, sin dinamismo ni relevancia.


Su tarea es ser metáfora y símbolo (“signos y portadores del amor de Dios”, especialmente a favor de los más necesitados de experimentar que Dios existe, que Dios los ama, que Dios es Amor), conjugando la apertura a todo lo que es bueno, amable, noble, gratuito, a la contemplación, con el compromiso de cercanía a los excluidos, a los que luchan por la dignidad de la persona humana. Así lo entendió y vivió Don Bosco, un hombre todo de Dios «cuya inmensa actividad tenía raíces y motivaciones cristianas y sacerdotales, con todo lo que comportaban en su constante referencia a Dios, fin último, y al prójimo, amado porque Dios lo ama y como Dios lo ama”33


Cuando los Superiores Generales han decidido afrontar el tema de la refundación de la vida religiosa34, pareciera como si se hicieran eco de la apelación hecha por el Concilio Vaticano II, con la diferencia que ahora la exigencia es más apremiante y resuena desde dentro la llamada urgente a volver a los orígenes de la Congregación y rescatar su ‘originalidad’; ir al encuentro de lo esencial, donde la ‘misión’ no se reduce a las obras ni se identifica con la actividad, que, a veces, en lugar de revelar, vela y oculta significados y motivaciones profundas, sino que, como la acción de Don Bosco, “es «consagración», consciente y voluntaria, es «misión» con un objeto preciso, la «salvación» total de los jóvenes”35. Don Viganò lo expresó con dos de sus binomios geniales, el de “consagrado apóstol” para definir los elementos inseparables de la identidad del salesiano, y el de “interioridad apostólica” para expresar el nivel sobrenatural de su acción.


La fuerza de la vida religiosa radica justamente en su carácter contracultural, sub-versivo al aburguesamiento, al desarrollo ilimitado pero sin trascendencia. Una vez más, el acento está puesto en la identidad y en la identificación, ya no vinculada a hábitos o a estructuras sino a una fuerte experiencia de Dios que cambie profundamente nuestra vida y le invierta su jerarquía de valores, y a una comunidad donde se viva la novedad de vida que el evangelio ofrece como modelo alternativo a la cultura imperante. No es, por tanto, asemejándonos a este mundo y sus criterios como seremos significativos en él, sino configurándonos con Cristo Jesús y su Evangelio (cf. Rom 12,2).


En esta línea, quiero terminar trazando cinco perspectivas de futuro, que han sido ya objeto de reflexión y de estudio de parte de Don Viganò y Don Vecchi en sus cartas, y que son como campos todavía urgidos de renovación para adentrarnos al nuevo milenio con energía y claridad de proyecto:


  1. La renovación espiritual de cada salesiano: implica volver al origen de nuestra vocación: Dios y su Reino. Dios tiene que ser nuestra primera ‘ocupación’. Él es quien nos envía y confía a los jóvenes para ayudarles a madurar hasta alcanzar la talla de Cristo, el hombre perfecto. Para nosotros salesianos la recuperación de la espiritualidad no puede separarse nunca de la misión, si no queremos ceder al peligro de la evasión. Dios nos espera en los jóvenes para darnos la gracia de un encuentro con Él (cf. C. 95; CG23). Por esto resulta inconcebible e injustificable que la ‘misión’ sea un obstáculo para el encuentro con Dios y para el cultivo de la intimidad con él.


  1. La consistencia de las comunidades: la calidad de la vida de comunión y la misma acción educativa y pastoral requieren una cierta consistencia cuantitativa y cualitativa de la comunidad salesiana. Todas las propuestas para hacer formativo el cotidiano y mejorar la metodología, las actividades o los contenidos chocan con las posibilidades reales de la comunidad. Para nosotros salesianos la comunidad es un elemento de profesión, junto con los votos y la misión (cf. C. 3. 24). Más aún, la comunidad es el ámbito en el que hemos de vivir la espiritualidad, la misión y los votos. Por esto no podemos continuar con la pretensión de resolver todos los problemas a costa del carisma.


  1. La re-significación de la presencia: es una exigencia tanto de la comunidad como de la misión. Se trata, una vez más, de la calidad de éstas. En el pasado, cuando se hablaba de ‘ridimensionamento’, el acento se ponía en el cierre de obras o en la entrega de las mismas a miembros de la Familia Salesiana. Hoy, en cambio, al tiempo que se reafirma que el «ridimensionamento» es una tarea inevitable si no queremos debilitar las comunidades y sobrecargar a los Hermanos, se insiste en la «significatividad» de la presencia salesiana en el territorio. Ésta no se reduce a la obra. Es más bien una forma de estar, trabajar y organizar que busca no sólo la eficacia (dar respuesta a las necesidades de nuestros destinatarios), sino suscitar sentido, abrir perspectivas, convocar personas, promover nuevas respuestas. Es una invitación a reubicar la Inspectoría allí donde son más apremiantes las necesidades de los jóvenes y donde más fecunda puede ser nuestra presencia. Por esto habrá que ser conscientes que nuestra vida consagrada no será tan omnipresente como en el pasado, ni en muchos lugares tan relevante socialmente, pero seguirá siendo necesaria para la comunidad cristiana, en la medida que sea signo del Reino que está todavía por venir.


  1. La calidad de la propuesta educativa-pastoral: el proceso que se ha hecho hasta ahora, al menos en muchas partes, es de engrandecimiento de las obras y de multiplicación de éstas, comprometiendo así la calidad de nuestra actividad, pues se ha terminado por privilegiar lo administrativo sobre lo pastoral, o el mantenimiento y la construcción de estructuras más que la claridad y sistematicidad del proyecto educativo pastoral. Hoy se nos pide desarrollar formas más intensas de evangelización, concentrarnos en la maduración humana y en la educación de la fe de los jóvenes, formar a los colaboradores, integrar la comunidad educativo pastoral y con ella elaborar y realizar un proyecto. Esto es también parte de la significatividad de la presencia.


  1. La formación del salesiano: la complejidad de las situaciones actuales, los desafíos de los jóvenes, la exigencia de la nueva evangelización, la tarea de la inculturación reclaman lógicamente una formación para esta vida nueva, capaz de habilitar al salesiano para vivir con dinamismo y solidez su vocación, para realizar con profesionalismo y competencia la misión, para asimilar personalmente la identidad salesiana. Para nosotros salesianos, Don Bosco es «no sólo punto de referencia constante, sino norma de vida», y la formación no es otra cosa que apropiarse del don que nos ha hecho Dios cuando nos llamó. El documento sobre la formación en la Vida Consagrada afirma con claridad: «La renovación de los institutos religiosos depende principalmente de la formación de sus miembros».36 Tal es, según mi parecer, el reto más grande que tiene hoy la Congregación y al cual ha querido responder con la edición de la nueva Ratio37.



La pregunta de los años 70, después del Concilio, «¿Vida Religiosa todavía?» no tiene sentido, ni siquiera desde el punto de vista antropológico. La Iglesia y el mundo necesitan personas que hagan profesión de encarnar el interés por lo Absoluto, por lo esencial, y que sean una reserva de humanidad, un signo poderoso, elocuente, radical del seguimiento de Cristo. Eso fue lo que quiso y esperó de la vida religiosa el Concilio Vaticano II. Eso es lo que ha buscado la Congregación a lo largo de estos últimos 30 años, para seguir siendo como Don Bosco «prenda de esperanza para los pequeños y los pobres» (C. 196).





4.Pistas para la reflexión



El tema desarrollado deja ver el camino recorrido por la Congregación en estos últimos 30 años ¿cuál es el grado de conciencia que hay de esta transformación, cómo ha sido asumida, hasta qué punto se puede decir que ha logrado su objetivo, vivir la vida salesiana con radicalidad y fidelidad en el contexto eclesial y social actual?


Desde el Concilio Vaticano II la vida religiosa ha cambiado profundamente, ¿cuáles son, según tú, los criterios de identidad y de identificación que pueden asegurar su visibilidad, su credibilidad y su capacidad de propuesta y convocatoria?


En el pasado, la formación preparó para un tipo de vivencia de la vocación y de realización de la misión claramente identificado, ¿qué tendría que hacer la formación hoy para habilitar a los SDB a vivir con plenitud la vocación salesiana en el nuevo modelo pastoral?


El tema del CG25 pretendía individuar las condiciones que hay que crear en la comunidad para que ésta se convierta en un verdadero ambiente de maduración humana y vocacional, de celo pastoral y vocacional, y en un núcleo dinamizador de la CEP y de la Familia Salesiana, ¿cuáles serían esas condiciones?

 




Cuadernos de Formación Permanente 8 (2002)

1Mexicano, nacido en 1947, es licenciado en Sagrada Escritura y Doctor en Teología Bíblica. Fue por nueve años director del Instituto Teológico Salesiano, en Tlaquepaque (México), por seis, Provincial de la Inspectoría de Guadalajara (México) y por otros seis, miembro del Consejo General de la Congregación Salesiana para la Región Interamérica. En Abril de 2002 fue elegido Rector Mayor, noveno sucesor de Don Bosco

2 Aunque se refiera a los cambios postconciliares en la realización de la misión salesiana, y no tanto al conjunto de la vida salesiana, es iluminadora la reflexión de Vecchi J. E., “Pastorale, Educazione, Pedagogia nella Prassi Salesiana”, en Dicastero per la Pastorale Giovanile – SDB, Il Cammino e la Prospettiva 2000 (Roma 1991) 8.9.

33 Viganò E., “El texto renovado de nuestra regla de vida”: ACG 319 (1986) 4.

4 Viganò E., “Capítulo Generale XXII”: ACS 305 (1982) 7.

5 Ibidem.

6 Viganò, “Capítulo” 9.

7 Cf. Ricceri L., “Lettera: Il Capitolo Generale Speciale”: ACS 254 [1968] 3-9); Id., Relazione Generale sullo Stato della Congregazione. Capitolo Generale Speciale. Roma 1971; Id., CGE Documentos. Vol. I: Orientaciones. Roma, 1971.

8 Si bien, entre los documentos ya promulgados, los capitulares utilizaron especialmente la constitución Sacrosanctum Concilium sobre la Liturgia, el decreto Inter Mirifica sobre los MCS y la constitución dogmática Lumen Gentium sobre la Iglesia, faltaba todavía la última sesión conciliar con la promulgación de documentos importantes.

9 Ricceri, “Lettera” 6.

10 Wirth M., Da Don Bosco ai nostri giorni.. Tra storie e nuove sfide (1815-2000) (Roma 2000) 452.

11 Cf. Relazione 5-6, 19-21, 33-42.

12 Wirth, 452-454.

13 Cf. Ricceri L., “Carta de Convocación del Capítulo General XXI”: ACS 283. [1976] 3-11; Id., Relazione Generale sullo Stato della Congregazione al CG 21. Roma 1977. Documentos Capitulares. Roma 1978.

14 Vecchi J. E., “Verso una nuova tappa di pastorale giovanile salesiana”, en Dicastero per la Pastorale Giovanile – SDB, Il Cammino e la Prospettiva 2000 (Roma, 1991) 46-47.

15 Vecchi, “Verso” 70-71.82; Wirth, Don Bosco 471.

16 Cf. VIGANÒ E., Carta de convocatoria del Capítulo General 22 (ACS, 305. Págs. 5-20); La Società di San Francesco di Sales nel sessennio 1978-1983. Relazione del Rettor Maggiore al CG22. Roma,1983; Documentos del CG22 (Orientaciones operativas). Roma 1984.

17 Capitolo Generale 22 della Società di San Francesco di Sales. Documenti (Roma 1984) 139.

18 Viganò E., “Convocatoria del Capítulo General 23: ACG 327 (1998) 3-25; La Società di San Francesco di Sales nel sessennio 1984-1990. Relazione del Rettor Maggiore (Roma 1990); Educar los Jóvenes a la Fe. Documentos Capitulares (Roma 1990).

19 Wirth, Don Bosco 483-484.

20 CG23, 215-218

21 Viganò E., “Convocatoria del Capítulo General 24”: ACG 350 (1995) 3-33; Vecchi J. E., La Società di San Francesco di Sales nel sessennio 1990-95. Relazione del Vicario del Rettor Maggiore (Roma 1996); Salesianos y Laicos: comunión y participación en el espíritu y en la misión de Don Bosco. Documento Capitular (Roma 1996).

22 Vecchi J. E., “Hacia el XXV Capítulo General”: ACG 372 (2000) 3-39.

23 E. Alburquerque, “Ser persona en y para la comunidad”: CFP 7 (2001) 97. Cf. Lipovetsky G., La era del vacío (Barcelona 41990).

24 Vecchi J. E., “XXV Capítulo” 16.


25 Vecchi, “Pastorale” 8.

26 Schneiders, Finding xxiii.

27 Viganò E., “Todavía hay buena tierra para la siembra”: ACG 339 (1991) 12-13 (el subrayado es nuestro).

28 Cf. Bartolomé J. J, “Malestar de la fe, ¿en la vida consagrada? Una cuestión previa a la evangelización”, Sal 62 (2000) 147-164.

29 Cf. Pikaza X., Esquema teológico de la Vida Religiosa. (Salamanca 1978) 29-44.

30 Cf. Cencini A., ‘Identidad y Misión de la Vida Consagrada’: Confer 154 (2001) 251-268.

31 Cf. Moloney F. J., Disciples and Prophets: A Biblical Model for the Religious Life (Londres 1980).

32 Vecchi J. E., “Expertos, testigos y artífices de comunión”: ACG 363 (2000) 25. No deja de ser significativo que el mismo Don Vecchi cite ese texto en su carta de convocatoria del CG25 (ACG 372, 30).

33 Braido P., Prevenire non reprimere. Il Sistema Educativo di Don Bosco (Roma 1999) 184.

34 AA.VV., Per una fedeltà creativa. Rifondare: ricollocare i carismi, ridisegnare la presenza. (Roma 1999) que recoge el 54° Convenius Semestralis de la USG, tenida en Ariccia en Noviembre de 1998.

35 Braido, Prevenire 179.

36 Potissimum Institutionis, 1.

37 La Formazione dei Salesiani di Don Bosco. Principi e Norme. Ratio Institutionis et Studiorum. Terza Edizione. Roma, 2000, (n. 15), 33.