Mensaje_Papa_CG2828


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MENSAJE DE SU SANTIDAD
EL PAPA FRANCISCO
A LOS MIEMBROS DEL CG28
¡Queridos hermanos!
Os saludo con afecto y doy gracias a Dios por
poder, aunque sea desde la distancia, compartir con
vosotros un momento del camino que estáis reco-
rriendo.
Es significativo que, después de algunos decenios,
la Providencia los haya traído a celebrar el Capítulo
General a Valdocco –el lugar de la memoria– donde
el sueño fundador se concretizó y dio sus primeros
pasos. Estoy seguro de que el ruido y el bullicio de
los oratorios será la mejor música, la más eficaz para
que el Espíritu reavive el don carismático de vuestro
fundador. No cerréis las ventanas ante este rumor de
fondo… Dejad que os acompañe y os mantenga in-
quietos e intrépidos en el discernimiento; y permitid,
a su vez, que estas voces y estos cantos evoquen en
vosotros los rostros de tantos otros jóvenes que, por
múltiples razones, se encuentran como ovejas sin
pastor (cf. Mc 6,34). Este bullicio y esta inquietud os

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Capítulo General XXVIII
mantendrá atentos y despiertos ante cualquier tipo de
anestesia autoimpuesta y os ayudará a permanecer en
una fidelidad creativa a vuestra identidad salesiana.
Reavivar el don que habéis recibido
Pensar en el modelo de Salesiano para los jóvenes
de hoy implica aceptar que estamos inmersos en un
momento de cambios, con todo lo que genera de
incertidumbre. Nadie puede decir con seguridad y
exactitud (si es que alguna vez se pudo hacer) qué
sucederá en el futuro próximo a nivel social, econó-
mico, educativo y cultural. La inconsistencia y la
«fluidez» de los acontecimientos, pero, sobre todo,
la rapidez con las que se suceden y se comunican
las cosas, hace que todo tipo de previsión se con-
vierta en una lectura «condenada» a ser reformula-
da lo antes posible (cf. Veritatis gaudium, 3-4). Tal
perspectiva se acentúa, todavía más, por el hecho
de que vuestras obras están orientadas, de modo
particular, al mundo juvenil que, en sí mismo, es un
mundo en movimiento y en continua transforma-
ción. Esto nos pide una doble docilidad: docilidad
a los jóvenes, y a sus exigencias, y docilidad al Es-
píritu, y a todo lo que Él quiera transformar.
Asumir responsablemente esta situación –tanto
a nivel personal como comunitario– supone salir de
una retórica que nos haga decir continuamente «to-
do está cambiando» y que, a fuerza de repetirlo y
repetirlo, termina por instalarnos en una inercia pa-

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ralizante que priva a vuestra misión de la parresía
propia de los discípulos del Señor. Tal inercia, tam-
bién puede manifestarse en una mirada y una actitud
pesimistas ante todo lo que nos rodea y, no solo,
respecto a las transformaciones que se operan en la
sociedad, sino también en relación con la propia
Congregación, con los hermanos y con la vida de la
Iglesia. Esta actitud que termina por «boicotear» e
impedir cualquier respuesta o proceso alternativo,
o por hacer surgir la posición opuesta: un optimismo
ciego, capaz de licuar la fuerza y la novedad evan-
gélica impidiendo asumir, concretamente, la com-
plejidad que las situaciones reclaman y la profecía
que el Señor nos invita a desarrollar. Ni el pesimis-
mo ni el optimismo son dones del Espíritu, porque
ambos surgen de una visión autorreferencial capaz,
solo, de medirse con las propias fuerzas, capacida-
des o destrezas, impidiendo mirar lo que el Señor
actúa y quiere realizar entre nosotros (cf. Christus
vivit, 35). Ni adaptarse a la cultura de moda, ni re-
fugiarse en un pasado heroico, pero ya desencarna-
do. En tiempos de cambios, es bueno atenerse a las
palabras de san Pablo a Timoteo: «Por esta razón te
recuerdo que reavives el don de Dios que hay en
ti… pues Dios no nos ha dado un espíritu de cobar-
día, sino de fortaleza, de amor y de templanza» (2
Tim 1,6-7).
Estas palabras nos invitan a cultivar una actitud
contemplativa, capaz para identificar y discernir los
puntos neurálgicos. Esto ayudará a adentrarse en el

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Capítulo General XXVIII
camino con el espíritu y el aporte propio de los hijos
de Don Bosco y, como él, desarrollar una «valiente
revolución cultural» (Laudato si’, 114). Tal actitud
contemplativa os permitirá superar e ir más lejos de
vuestras propias expectativas y de vuestros planes.
Somos hombres y mujeres de fe, lo que supone ser
apasionados por Jesucristo; y sabemos que, tanto
nuestro presente como nuestro futuro, están impreg-
nados de esa fuerza apostólico-carismática llamada
a continuar permeando la vida de tantos jóvenes
abandonados y en peligro, pobres y necesitados,
excluidos y descartados, privados de derechos, de
casa… Estos jóvenes esperan una mirada de espe-
ranza capaz de contradecir todo tipo de fatalismo o
determinismo. Esperan cruzarse con la mirada de
Jesús que les dice que «en todas las situaciones os-
curas y dolorosas […] hay salida» (Christus vivit,
104). Allí reside nuestra alegría.
Ni pesimista ni optimista, el Salesiano del siglo
es un hombre lleno de esperanza porque sabe
que su centro está en el Señor, capaz de hacer nue-
vas todas las cosas (cf. Ap 21,5). Solo eso nos salva-
rá de vivir en una actitud de resignación y supervi-
vencia defensiva. Solo eso hará fecunda nuestra vida
(cf. Homilía, 2 de febrero de 2017), porque posibi-
litará que el don recibido continúe siendo experi-
mentado y expresado como una buena noticia para
y con los jóvenes de hoy. Esta actitud de esperanza
es capaz de instaurar e inaugurar procesos educati-
vos alternativos a la cultura imperante que, en no

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pocas situaciones –ya sea por indigencia y pobreza
extrema ya sea por abundancia, en algunos casos,
incluso extrema– terminan por asfixiar y matar los
sueños de nuestros jóvenes condenándolos a un con-
formismo ensordecedor, rastrero, y, no pocas veces,
narcotizado. Ni triunfalistas ni alarmistas, hombres
y mujeres alegres y esperanzados, no automatizados
sino artesanos; hombres y mujeres capaces de «mos-
trar otros sueños que este mundo no ofrece, a testi-
moniar la belleza de la generosidad, del servicio, de
la pureza, de la fortaleza, del perdón, de la fidelidad
a la propia vocación, de la oración, de la lucha por
la justicia y el bien común, del amor a los pobres, de
la amistad social» (Christus vivit, 36).
La «opción Valdocco» de vuestro 28º Capítulo
General es una buena ocasión para confrontarse con
las fuentes y pedirle al Señor: «Da mihi animas,
cetera tolle»1. Tolle, sobre todo, lo que durante el
camino se fue incorporando y perpetuando y que, si
bien en otro tiempo pudo ser una respuesta adecua-
da, hoy os impide configurar y plasmar la presencia
salesiana de manera evangélicamente significativa
1 Lema grabado a fuego en los primeros misioneros. Recuerdo la
carta de don Santiago Costamagna a Don Bosco donde, después de
contarle las dificultades del viaje y los distintos fracasos que tuvie-
ron que enfrentar, termina diciendo: «Pedimos, unánimemente, una
sola cosa: poder ir pronto a la Patagonia para salvar innumerables
almas». La conciencia, de saberse enviados a buscar almas a las
periferias y de permanecer sorteando todo aparente fracaso, es una
nota de identidad desde donde confrontar y medir el carisma: «Da
mihi animas, cetera tolle».

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Capítulo General XXVIII
en las distintas situaciones de la misión. Esto recla-
ma, de nuestra parte, superar los miedos y aprensio-
nes que pueden surgir por haber creído que el caris-
ma se reducía o identificaba con determinadas obras
o estructuras. Vivir con fidelidad el carisma es algo
más rico y desafiante que el simple abandono, re-
pliegue o reajuste de las casas o de las actividades;
supone un cambio de mentalidad frente a la misión
a realizar2.
La «opción Valdocco»
y el don de los jóvenes
El Oratorio salesiano, y todo lo que surgió a partir
de él, como cuenta la Biografía del Oratorio, nació
como respuesta a la vida de jóvenes con un rostro y
una historia, que movilizaron a aquel joven sacer-
dote, que no podía permanecer neutral o inmóvil
ante lo que acontecía. Fue mucho más que un gesto
de buena voluntad o de bondad e, inclusive, mucho
más que el fruto de un proyecto de estudio sobre
«viabilidad numérico-carismática». Lo pienso como
un acto de conversión permanente y de respuesta al
Señor que, «cansado de llamar» a nuestras puertas,
espera que lo vayamos a buscar y encontrar… O que
le dejemos salir, cuando llama desde dentro. Con-
versión que implicó (y complicó) toda su vida y la
2 Recordemos la advertencia del Señor: «Anuláis el mandamiento
de Dios por mantener vuestra tradición» (Mc 7, 9).

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de todos los que estaban a su alrededor. Don Bosco
no solo no elije separarse del mundo para buscar la
santidad, sino que se deja interpelar y elije cómo y
qué mundo habitar.
Eligiendo y acogiendo el mundo de niños y jóve-
nes abandonados, sin trabajo ni formación, les per-
mitió experimentar, de manera tangible, la paterni-
dad de Dios y les proporcionó herramientas para
contar su vida y su historia a la luz de un amor in-
condicional. Ellos, a su vez, ayudaron a la Iglesia a
re-encontrarse con su misión: «La piedra que des-
echaron los arquitectos es ahora la piedra angular»
(Sal 118,22). Lejos de ser agentes pasivos o espec-
tadores de la obra misionera, se convirtieron, desde
su propia condición –en muchos casos «iletrados
religiosos» y «analfabetos sociales»– en los princi-
pales protagonistas de todo el proceso de funda-
ción3. La salesianidad nace, precisamente, de ese
3 Gracias a la ayuda del sabio Cafasso, Don Bosco descubrió quién
era a los ojos de los jóvenes detenidos; y aquellos jóvenes detenidos
descubrieron un rostro nuevo en la mirada de Don Bosco. Así jun-
tos descubrieron el sueño de Dios, que necesita de estos encuentros
para poder manifestarse. Don Bosco no descubrió su misión frente
a un espejo, sino ante el dolor de ver jóvenes que no tenían futuro.
El Salesiano del siglo no descubrirá su identidad si no es capaz
de padecer con «la cantidad de muchachos, sanos y robustos, de
ingenio despierto que estaban en la cárcel atormentados y faltos en
absoluto de alimento espiritual y material… en ellos estaba signifi-
cado el oprobio de la patria, el deshonor de la familia» (Cf. J. B ,
Memorias del Oratorio de san Francisco de Sales, en ISS, Fuentes
Salesianas. Don Bosco y su obra, Editorial CCS, Madrid 2015, 1113-
1114); y podríamos agregar de nuestra propia Iglesia.

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Capítulo General XXVIII
encuentro capaz de suscitar profecías y visiones:
acoger, integrar y hacer crecer las mejores cualida-
des como don para los demás, principalmente de los
marginados y abandonados de los que nada se es-
pera. Lo dijo Pablo VI: «Evangelizadora, la Iglesia
comienza por evangelizarse a sí misma… En una
palabra, esto quiere decir que la Iglesia siempre tie-
ne necesidad de ser evangelizada si quiere conservar
su frescor, su impulso y su fuerza para anunciar el
Evangelio» (Evangelii Nuntiandi, 15). Todo caris-
ma necesita ser renovado y evangelizado y, en vues-
tro caso, sobre todo, por los jóvenes más pobres.
Los interlocutores de Don Bosco ayer y del Sa-
lesiano hoy no son meros receptores de una estrate-
gia diseñada de antemano, sino protagonistas vivos
del oratorio a realizar4. Por medio de ellos y con
ellos el Señor nos muestra su voluntad y sus sue-
ños5. Podríamos llamarlos co-fundadores de vues-
tras casas donde el Salesiano será experto en con-
vocar y generar este tipo de dinámicas sin sentirse
dueño de estas. Una unión que nos recuerda que
somos «Iglesia en salida» y nos moviliza para esto:
4 Hoy vemos cómo, en muchas regiones, los jóvenes son los pri-
meros en levantarse, organizarse e impulsar causas justas. Vuestras
casas salesianas, lejos de impedir este despertar, están llamadas a ser
espacios que estimulen esta conciencia cristiana y ciudadana. Recor-
demos el título del aguinaldo del Rector Mayor de este año: «Buenos
cristianos y honrados ciudadanos».
5 Os invito a tener siempre presentes a todos los que no participan
de estas instancias, pero que no podemos ignorar si no queremos
volvernos un grupo cerrado.

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Iglesia capaz de abandonar posiciones cómodas,
seguras y, en algunas ocasiones, privilegiada, para
encontrar en los últimos la fecundidad típica del
Reino de Dios. No se trata de una opción estratégi-
ca sino carismática. Una fecundidad sostenida en
base a la cruz de Cristo, que es siempre injusticia
escandalosa para quienes bloquearon la sensibilidad
ante el sufrimiento o pactaron con la injusticia con-
tra el inocente. «No seamos una Iglesia que no llora
frente al drama de sus hijos jóvenes. Nunca nos
acostumbremos, porque quien no sabe llorar no es
madre. Nosotros queremos llorar para que la socie-
dad también sea más madre» (Christus vivit, 75).
La «opción Valdocco»
y el carisma de la presencia
Es importante sostener que no se nos forma para la
misión, sino que se nos forma en la misión; a partir
de ella gira toda nuestra vida, con sus opciones y sus
prioridades. La formación inicial y la permanente
no pueden ser una instancia previa, paralela o sepa-
rada de la identidad y de la sensibilidad del discípu-
lo. La misión inter gentes es nuestra mejor escuela:
desde ella rezamos, reflexionamos, estudiamos,
descansamos. Cuando nos aislamos o alejamos del
pueblo que estamos llamados a servir, nuestra iden-
tidad como consagrados comienza a desfigurarse y
a convertirse en una caricatura.

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Capítulo General XXVIII
En este sentido, uno de los obstáculos que pode-
mos detectar no tiene mucho que ver con cualquier
situación fuera de nuestras comunidades, sino que,
más bien, es lo que nos afecta directamente por una
experiencia distorsionada del ministerio… y que nos
hace mucho daño: el clericalismo. Es la búsqueda
personal de querer ocupar, concentrar y determinar
los espacios, minimizando y ninguneando la unción
del Pueblo de Dios. El clericalismo, viviendo la lla-
mada de modo elitista, confunde la elección con el
privilegio, el servicio con el servilismo, la unidad
con la uniformidad, la discrepancia con la oposición,
la formación con el adoctrinamiento. El clericalismo
es una perversión que favorece vínculos funcionales,
paternalistas, posesivos e, incluso, manipuladores
con el resto de las vocaciones en la Iglesia.
Otro obstáculo que encontramos –especialmente
difundido, y hasta justificado, en este tiempo de
precariedad y fragilidad– es la tendencia al rigoris-
mo; confundiendo autoridad con autoritarismo pre-
tende gobernar y controlar los procesos humanos
con una actitud escrupulosa, severa y hasta mezqui-
na frente a los límites y debilidades propias o ajenas
(sobre todo ajenas). El rigorista olvida que trigo y
cizaña crecen juntos (cf. Mt 13, 24-30) y «que no
todos pueden todo, y que en esta vida las fragilida-
des humanas no son sanadas completa y definitiva-
mente por la gracia. En cualquier caso, como ense-
ñaba san Agustín, Dios te invita a hacer lo que
puedas y a pedir lo que no puedas» (Gaudete et

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Exsultate, 49). Santo Tomás de Aquino con gran
fineza y sutileza espiritual nos recuerda que «el dia-
blo engaña a muchos. Algunos, atrayéndolos a co-
meter pecados, a otros, con una rigidez excesiva
hacia el que peca, de modo que, si no pueden tener-
los con un comportamiento vicioso, lleva a la per-
dición de los que ya tienen, usando el rigor de los
prelados, quienes, sin corregirlos con misericordia,
los llevan a la desesperación, y así es como se pier-
den y caen en la red del diablo. Y esto nos sucede si
no perdonamos a los pecadores»6.
Quienes acompañan a otros a crecer tienen que
ser personas de horizontes grandes, capaces de po-
ner juntos límites y esperanza, ayudando así a mirar
siempre en perspectiva, en una perspectiva salvífica.
Un educador «que no teme poner límites y, al mis-
mo tiempo, se abandona a la dinámica de la espe-
ranza expresada en su confianza en la acción del
Señor de los procesos, es la imagen de un hombre
fuerte, que conduce algo que no le es propio, sino
de su Señor»7. No nos es lícito sofocar e impedir la
fuerza y la gracia de lo posible, cuya realización
esconde siempre una semilla de Vida nueva y bue-
na. Aprendamos a trabajar y a confiar en los tiempos
de Dios, que son siempre más grandes y sabios que
6 Super II Cor., cap. 2, lect. 2 (in fine). El pasaje comentado por
Santo Tomás es 2 Cor 2, 6-7 donde, sobre los que lo entristecieron,
escribe san Pablo: «De modo que más vale que lo perdonéis y ani-
méis, no sea que se hunda en una tristeza excesiva».
7 J. M. Bergoglio, Meditaciones para religiosos, 105.

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Capítulo General XXVIII
nuestras medidas miopes. Él no busca destruir a
nadie, sino salvar a todos.
Urge encontrar, por tanto, un estilo de formación
capaz de asumir de manera estructural que la evan-
gelización implica la participación plena, y con ple-
na ciudadanía, de cada bautizado (con todas sus
potencialidades y sus límites) –y no solo de los así
llamados «actores cualificados» (cf. Evangelii Gau-
dium, 120); una participación donde el servicio, y
el servicio al más pobre, sea el eje articulador que
ayude a transparentar y testimoniar mejor a nuestro
Señor «que no ha venido a ser servido sino a servir
y a dar su vida en rescate por muchos» (Mt 20, 28).
Os animo a continuar esforzándoos por hacer de
vuestras casas un «laboratorio eclesial» capaz de
reconocer, apreciar, estimular y alentar las distintas
llamadas y misiones en la Iglesia8.
En este sentido pienso, concretamente, en dos
presencias de vuestra comunidad salesiana que pue-
den ayudar como elementos desde donde confrontar
el lugar que ocupan las diversas vocaciones entre
vosotros; dos presencias que constituyen un «antí-
doto» ante toda tendencia clericalista y rigorista: el
Hermano Coadjutor y las mujeres.
Los Hermanos Coadjutores son expresión viva
de la gratuidad que el carisma nos invita a custodiar.
8 Una vocación eclesial antes que ser un acto diferenciador o de
complementariedad es una invitación a ofrecer un don particular en
función del crecimiento de los demás.

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Vuestra consagración es, ante todo, signo de un
amor gratuito del Señor y al Señor en sus jóvenes,
que no se define principalmente por un ministerio,
una función o servicio particular, sino por una pre-
sencia. Antes, incluso que, de cosas a hacer, el Sa-
lesiano es recuerdo vivo de una presencia donde la
disponibilidad, la escucha, la alegría y la dedicación
son las notas esenciales para suscitar procesos. La
gratuidad de la presencia salva a la Congregación
de toda obsesión activista y de todo reduccionismo
técnico-funcional. La primera llamada es la de ser
una presencia gozosa y gratuita en medio de los
jóvenes.
¿Qué sería de Valdocco sin la presencia de Mamá
Margarita? ¿Hubiesen sido posible vuestras casas
sin esta mujer de fe? En algunas regiones y lugares
«hay comunidades que se han sostenido y han trans-
mitido la fe durante mucho tiempo sin que algún
sacerdote pasara por allí, aun durante décadas. Esto
ocurrió gracias a la presencia de mujeres fuertes y
generosas: mujeres que han bautizado, catequizado,
enseñado a rezar, han sido misioneras, ciertamente
llamadas e impulsadas por el Espíritu Santo. Duran-
te siglos las mujeres mantuvieron a la Iglesia en pie
en esos lugares con admirable entrega y ardiente fe»
(Querida Amazonia, 99). Sin una presencia real,
efectiva y afectiva de las mujeres, vuestras obras
carecerían del coraje y la valentía capaz de declinar
la presencia como hospitalidad, como casa. Frente
el rigor excluyente es necesario aprender a gestar la

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Capítulo General XXVIII
vida nueva del Evangelio. Os invito a llevar adelan-
te dinámicas donde la voz de la mujer, su mirada y
su acción –apreciada en su singularidad– encuen-
tren eco en la toma de decisiones; como un actor no
auxiliar sino constitutivo de vuestras presencias.
La «opción Valdocco»
en la pluralidad de lenguas
Como en otros tiempos, el mito de Babel busca im-
ponerse en nombre de la globalidad. Sistemas ente-
ros crean una red de comunicación global y digital
capaz de interconectar los distintos rincones del
planeta, con el grave peligro de uniformar monolí-
ticamente las culturas, privándolas de sus notas
esenciales y de sus recursos. La presencia universal
de vuestra Familia Salesiana es un estímulo y una
invitación para custodiar y para preservar la riqueza
de muchas de las culturas en donde estáis inmersos
sin buscar «homologarlas». Por otra parte, esforzaos
para que el cristianismo sea capaz de asumir la len-
gua y la cultura de las personas del lugar. Es triste
ver cómo, en muchas partes, todavía se experimen-
ta la presencia cristiana como una presencia extran-
jera (principalmente europea); situación que se
constata inclusive en los itinerarios formativos y
estilos de vida (cf. Querida Amazonia, 90)9. Al con-
9 «Como podemos ver en la historia de la Iglesia, el cristianismo
no tiene un único modo cultural, sino que, ‘permaneciendo plena-
mente uno mismo, en total fidelidad al anuncio evangélico y a la

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trario, actuaremos como nos inspira esta anécdota
que Don Bosco, a la pregunta en qué lengua le gus-
taba hablar, respondió: «la que me enseñó mi ma-
dre, es en la que más fácil puedo comunicarme».
Siguiendo esta certeza, el Salesiano está invitado a
hablar en la lengua materna de cada una de las cul-
turas donde se encuentra. La unidad y comunión de
vuestra Familia es capaz de asumir y aceptar todas
estas diferencias capaces de enriquecer todo el cuer-
po en una sinergia, de comunicación e interacción,
donde cada uno pueda aportar lo mejor de sí para el
bien de todo el cuerpo. Así la salesianidad, lejos de
perderse en la uniformidad de tonalidades, adquiri-
rá una manifestación más bella y atractiva… sabrá
expresarse «en dialecto» (cf. 2 Mac 7, 26-27).
Al mismo tiempo, la irrupción de la realidad vir-
tual, como lenguaje dominante en muchos países en
los que desarrolláis vuestra misión, exige, en primer
lugar, reconocer todas las posibilidades y las cosas
buenas que produce, sin subestimar o ignorar la in-
cidencia que posee en la generación de vínculos,
principalmente en el plano afectivo. De esto, tam-
poco estamos inmunes nosotros, adultos consagra-
dos. La tan difundida (y necesaria) «pastoral de la
pantalla» nos pide habitar la red de manera inteli-
tradición eclesial, llevará consigo también el rostro de tantas culturas
y de tantos pueblos en que ha sido acogido y arraigado» (Evangelii
Gaudium, 116).

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Capítulo General XXVIII
gente reconociéndola como un espacio de misión10,
que reclama, a su vez, poner todas las mediaciones
necesarias para no quedar prisioneros de su circu-
laridad y de su lógica particular (y dicotómica).
Esta trampa –incluso en nombre de la misión– nos
puede encerrar en nosotros mismos y aislarnos en
una virtualidad cómoda, superflua y poco o nada
comprometida con la vida de los jóvenes, de los
hermanos de comunidad y con las obligaciones
apostólicas. La red no es neutra y el poder que posee
para crear cultura es muy alto. Bajo el avatar de la
cercanía virtual, podemos terminar ciegos o distan-
tes de la vida concreta de las personas, achatando y
empobreciendo el vigor misionero. El repliegue
individualista, tan difuso y promulgado socialmen-
te en esta cultura ampliamente digitalizada, requie-
re una atención especial, no solo sobre nuestros
modelos pedagógicos sino, también, sobre el uso
personal y comunitario del tiempo, de nuestras ac-
tividades y de nuestros recursos.
La «opción Valdocco»
y la capacidad de soñar
Uno de los «géneros literarios» de Don Bosco eran
los sueños. Con ellos, el Señor se abrió camino en
10 Hoy, en efecto, «se impone una evangelización que ilumine los
nuevos modos de relación con Dios, con los otros, y con el espacio,
y que suscite valores fundamentales. Es necesario llegar allí donde
se gestan los nuevos relatos» (Evangelii Gaudium, 74).

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su vida y en la vida de toda vuestra Congregación
ampliando la imaginación de lo posible. Los sueños,
lejos de mantenerlo dormido, le ayudaron, al igual
que a san José, a asumir otro espesor y medida de
la vida, los que nacen de las entrañas de la compa-
sión de Dios. Era posible vivir concretamente el
Evangelio… Lo soñó y le dio forma en el Oratorio.
Quiero ofreceros estas palabras como las «buenas
noches» en toda buena casa salesiana al final del día,
invitándoos a soñar y a soñar a lo grande. Sabed que
el resto se os dará por añadidura. Soñad casas abier-
tas, fecundas y evangelizadoras, capaces de permi-
tirle al Señor mostrar a tantos jóvenes su amor in-
condicional y que os permita gozar de la belleza a
la que habéis sido llamados. Soñad… y no solo por
vosotros y por el bien de la Congregación, sino por
todos los jóvenes privados de la fuerza, de la luz y
del consuelo de la amistad con Jesucristo, privados
de una comunidad de fe que los sostenga, de un
horizonte de sentido y de vida (cf. Evangelii Gau-
dium, 49). ¡Soñad… y haced soñar!
Roma, San Juan de Letrán, 4 de marzo de 2020