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La Santa Sede
CARTA ENCÍCLICA
LAUDATO SI’
DEL SANTO PADRE
FRANCISCO
SOBRE EL CUIDADO DE LA CASA COMÚN
1. «Laudato si’, mi’ Signore» – «Alabado seas, mi Señor», cantaba san Francisco de Asís. En ese
hermoso cántico nos recordaba que nuestra casa común es también como una hermana, con la
cual compartimos la existencia, y como una madre bella que nos acoge entre sus brazos:
«Alabado seas, mi Señor, por la hermana nuestra madre tierra, la cual nos sustenta, y gobierna y
produce diversos frutos con coloridas flores y hierba»[1].
2. Esta hermana clama por el daño que le provocamos a causa del uso irresponsable y del abuso
de los bienes que Dios ha puesto en ella. Hemos crecido pensando que éramos sus propietarios y
dominadores, autorizados a expoliarla. La violencia que hay en el corazón humano, herido por el
pecado, también se manifiesta en los síntomas de enfermedad que advertimos en el suelo, en el
agua, en el aire y en los seres vivientes. Por eso, entre los pobres más abandonados y
maltratados, está nuestra oprimida y devastada tierra, que «gime y sufre dolores de parto» (Rm
8,22). Olvidamos que nosotros mismos somos tierra (cf. Gn 2,7). Nuestro propio cuerpo está
constituido por los elementos del planeta, su aire es el que nos da el aliento y su agua nos vivifica
y restaura.
Nada de este mundo nos resulta indiferente
3. Hace más de cincuenta años, cuando el mundo estaba vacilando al filo de una crisis nuclear, el
santo Papa Juan XXIII escribió una encíclica en la cual no se conformaba con rechazar una
guerra, sino que quiso transmitir una propuesta de paz. Dirigió su mensaje Pacem in terris a todo
el «mundo católico », pero agregaba «y a todos los hombres de buena voluntad ». Ahora, frente al

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deterioro ambiental global, quiero dirigirme a cada persona que habita este planeta. En mi
exhortación Evangelii gaudium, escribí a los miembros de la Iglesia en orden a movilizar un
proceso de reforma misionera todavía pendiente. En esta encíclica, intento especialmente entrar
en diálogo con todos acerca de nuestra casa común.
4. Ocho años después de Pacem in terris, en 1971, el beato Papa Pablo VI se refirió a la
problemática ecológica, presentándola como una crisis, que es « una consecuencia dramática »
de la actividad descontrolada del ser humano: « Debido a una explotación inconsiderada de la
naturaleza, [el ser humano] corre el riesgo de destruirla y de ser a su vez víctima de esta
degradación »[2].También habló a la FAO sobre la posibilidad de una «catástrofe ecológica bajo
el efecto de la explosión de la civilización industrial», subrayando la «urgencia y la necesidad de
un cambio radical en el comportamiento de la humanidad», porque «los progresos científicos más
extraordinarios, las proezas técnicas más sorprendentes, el crecimiento económico más
prodigioso, si no van acompañados por un auténtico progreso social y moral, se vuelven en
definitiva contra el hombre»[3].
5. San Juan Pablo II se ocupó de este tema con un interés cada vez mayor. En su primera
encíclica, advirtió que el ser humano parece «no percibir otros significados de su ambiente
natural, sino solamente aquellos que sirven a los fines de un uso inmediato y consumo»[4].
Sucesivamente llamó a una conversión ecológica global[5]. Pero al mismo tiempo hizo notar que
se pone poco empeño para «salvaguardar las condiciones morales de una auténtica ecología
humana»[6]. La destrucción del ambiente humano es algo muy serio, porque Dios no sólo le
encomendó el mundo al ser humano, sino que su propia vida es un don que debe ser protegido
de diversas formas de degradación. Toda pretensión de cuidar y mejorar el mundo supone
cambios profundos en «los estilos de vida, los modelos de producción y de consumo, las
estructuras consolidadas de poder que rigen hoy la sociedad»[7].El auténtico desarrollo humano
posee un carácter moral y supone el pleno respeto a la persona humana, pero también debe
prestar atención al mundo natural y «tener en cuenta la naturaleza de cada ser y su mutua
conexión en un sistema ordenado»[8]. Por lo tanto, la capacidad de transformar la realidad que
tiene el ser humano debe desarrollarse sobre la base de la donación originaria de las cosas por
parte de Dios[9].
6. Mi predecesor Benedicto XVI renovó la invitación a «eliminar las causas estructurales de las
disfunciones de la economía mundial y corregir los modelos de crecimiento que parecen
incapaces de garantizar el respeto del medio ambiente»[10]. Recordó que el mundo no puede ser
analizado sólo aislando uno de sus aspectos, porque «el libro de la naturaleza es uno e
indivisible», e incluye el ambiente, la vida, la sexualidad, la familia, las relaciones sociales, etc.
Por consiguiente, «la degradación de la naturaleza está estrechamente unida a la cultura que
modela la convivencia humana »[11]. El Papa Benedicto nos propuso reconocer que el ambiente
natural está lleno de heridas producidas por nuestro comportamiento irresponsable. También el
ambiente social tiene sus heridas. Pero todas ellas se deben en el fondo al mismo mal, es decir, a

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la idea de que no existen verdades indiscutibles que guíen nuestras vidas, por lo cual la libertad
humana no tiene límites. Se olvida que «el hombre no es solamente una libertad que él se crea
por sí solo. El hombre no se crea a sí mismo. Es espíritu y voluntad, pero también
naturaleza»[12]. Con paternal preocupación, nos invitó a tomar conciencia de que la creación se
ve perjudicada «donde nosotros mismos somos las últimas instancias, donde el conjunto es
simplemente una propiedad nuestra y el consumo es sólo para nosotros mismos. El derroche de
la creación comienza donde no reconocemos ya ninguna instancia por encima de nosotros, sino
que sólo nos vemos a nosotros mismos»[13].
Unidos por una misma preocupación
7. Estos aportes de los Papas recogen la reflexión de innumerables científicos, filósofos, teólogos
y organizaciones sociales que enriquecieron el pensamiento de la Iglesia sobre estas cuestiones.
Pero no podemos ignorar que, también fuera de la Iglesia Católica, otras Iglesias y Comunidades
cristianas –como también otras religiones– han desarrollado una amplia preocupación y una
valiosa reflexión sobre estos temas que nos preocupan a todos. Para poner sólo un ejemplo
destacable, quiero recoger brevemente parte del aporte del querido Patriarca Ecuménico
Bartolomé, con el que compartimos la esperanza de la comunión eclesial plena.
8. El Patriarca Bartolomé se ha referido particularmente a la necesidad de que cada uno se
arrepienta de sus propias maneras de dañar el planeta, porque, «en la medida en que todos
generamos pequeños daños ecológicos», estamos llamados a reconocer «nuestra contribución
–pequeña o grande– a la desfiguración y destrucción de la creación»[14]. Sobre este punto él se
ha expresado repetidamente de una manera firme y estimulante, invitándonos a reconocer los
pecados contra la creación: «Que los seres humanos destruyan la diversidad biológica en la
creación divina; que los seres humanos degraden la integridad de la tierra y contribuyan al cambio
climático, desnudando la tierra de sus bosques naturales o destruyendo sus zonas húmedas; que
los seres humanos contaminen las aguas, el suelo, el aire. Todos estos son pecados»[15].
Porque «un crimen contra la naturaleza es un crimen contra nosotros mismos y un pecado contra
Dios»[16].
9. Al mismo tiempo, Bartolomé llamó la atención sobre las raíces éticas y espirituales de los
problemas ambientales, que nos invitan a encontrar soluciones no sólo en la técnica sino en un
cambio del ser humano, porque de otro modo afrontaríamos sólo los síntomas. Nos propuso
pasar del consumo al sacrificio, de la avidez a la generosidad, del desperdicio a la capacidad de
compartir, en una ascesis que «significa aprender a dar, y no simplemente renunciar. Es un modo
de amar, de pasar poco a poco de lo que yo quiero a lo que necesita el mundo de Dios. Es
liberación del miedo, de la avidez, de la dependencia»[17]. Los cristianos, además, estamos
llamados a « aceptar el mundo como sacramento de comunión, como modo de compartir con
Dios y con el prójimo en una escala global. Es nuestra humilde convicción que lo divino y lo
humano se encuentran en el más pequeño detalle contenido en los vestidos sin costuras de la

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creación de Dios, hasta en el último grano de polvo de nuestro planeta »[18].
San Francisco de Asís
10. No quiero desarrollar esta encíclica sin acudir a un modelo bello que puede motivarnos. Tomé
su nombre como guía y como inspiración en el momento de mi elección como Obispo de Roma.
Creo que Francisco es el ejemplo por excelencia del cuidado de lo que es débil y de una ecología
integral, vivida con alegría y autenticidad. Es el santo patrono de todos los que estudian y trabajan
en torno a la ecología, amado también por muchos que no son cristianos. Él manifestó una
atención particular hacia la creación de Dios y hacia los más pobres y abandonados. Amaba y era
amado por su alegría, su entrega generosa, su corazón universal. Era un místico y un peregrino
que vivía con simplicidad y en una maravillosa armonía con Dios, con los otros, con la naturaleza
y consigo mismo. En él se advierte hasta qué punto son inseparables la preocupación por la
naturaleza, la justicia con los pobres, el compromiso con la sociedad y la paz interior.
11. Su testimonio nos muestra también que una ecología integral requiere apertura hacia
categorías que trascienden el lenguaje de las matemáticas o de la biología y nos conectan con la
esencia de lo humano. Así como sucede cuando nos enamoramos de una persona, cada vez que
él miraba el sol, la luna o los más pequeños animales, su reacción era cantar, incorporando en su
alabanza a las demás criaturas. Él entraba en comunicación con todo lo creado, y hasta
predicaba a las flores «invitándolas a alabar al Señor, como si gozaran del don de la razón»[19].
Su reacción era mucho más que una valoración intelectual o un cálculo económico, porque para
él cualquier criatura era una hermana, unida a él con lazos de cariño. Por eso se sentía llamado a
cuidar todo lo que existe. Su discípulo san Buenaventura decía de él que, «lleno de la mayor
ternura al considerar el origen común de todas las cosas, daba a todas las criaturas, por más
despreciables que parecieran, el dulce nombre de hermanas»[20]. Esta convicción no puede ser
despreciada como un romanticismo irracional, porque tiene consecuencias en las opciones que
determinan nuestro comportamiento. Si nos acercamos a la naturaleza y al ambiente sin esta
apertura al estupor y a la maravilla, si ya no hablamos el lenguaje de la fraternidad y de la belleza
en nuestra relación con el mundo, nuestras actitudes serán las del dominador, del consumidor o
del mero explotador de recursos, incapaz de poner un límite a sus intereses inmediatos. En
cambio, si nos sentimos íntimamente unidos a todo lo que existe, la sobriedad y el cuidado
brotarán de modo espontáneo. La pobreza y la austeridad de san Francisco no eran un ascetismo
meramente exterior, sino algo más radical: una renuncia a convertir la realidad en mero objeto de
uso y de dominio.
12. Por otra parte, san Francisco, fiel a la Escritura, nos propone reconocer la naturaleza como un
espléndido libro en el cual Dios nos habla y nos refleja algo de su hermosura y de su bondad: «A
través de la grandeza y de la belleza de las criaturas, se conoce por analogía al autor» (Sb 13,5),
y «su eterna potencia y divinidad se hacen visibles para la inteligencia a través de sus obras
desde la creación del mundo» (Rm 1,20). Por eso, él pedía que en el convento siempre se dejara

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una parte del huerto sin cultivar, para que crecieran las hierbas silvestres, de manera que quienes
las admiraran pudieran elevar su pensamiento a Dios, autor de tanta belleza[21]. El mundo es
algo más que un problema a resolver, es un misterio gozoso que contemplamos con jubilosa
alabanza.
Mi llamado
13. El desafío urgente de proteger nuestra casa común incluye la preocupación de unir a toda la
familia humana en la búsqueda de un desarrollo sostenible e integral, pues sabemos que las
cosas pueden cambiar. El Creador no nos abandona, nunca hizo marcha atrás en su proyecto de
amor, no se arrepiente de habernos creado. La humanidad aún posee la capacidad de colaborar
para construir nuestra casa común. Deseo reconocer, alentar y dar las gracias a todos los que, en
los más variados sectores de la actividad humana, están trabajando para garantizar la protección
de la casa que compartimos. Merecen una gratitud especial quienes luchan con vigor para
resolver las consecuencias dramáticas de la degradación ambiental en las vidas de los más
pobres del mundo. Los jóvenes nos reclaman un cambio. Ellos se preguntan cómo es posible que
se pretenda construir un futuro mejor sin pensar en la crisis del ambiente y en los sufrimientos de
los excluidos.
14. Hago una invitación urgente a un nuevo diálogo sobre el modo como estamos construyendo el
futuro del planeta. Necesitamos una conversación que nos una a todos, porque el desafío
ambiental que vivimos, y sus raíces humanas, nos interesan y nos impactan a todos. El
movimiento ecológico mundial ya ha recorrido un largo y rico camino, y ha generado numerosas
agrupaciones ciudadanas que ayudaron a la concientización. Lamentablemente, muchos
esfuerzos para buscar soluciones concretas a la crisis ambiental suelen ser frustrados no sólo por
el rechazo de los poderosos, sino también por la falta de interés de los demás. Las actitudes que
obstruyen los caminos de solución, aun entre los creyentes, van de la negación del problema a la
indiferencia, la resignación cómoda o la confianza ciega en las soluciones técnicas. Necesitamos
una solidaridad universal nueva. Como dijeron los Obispos de Sudáfrica, «se necesitan los
talentos y la implicación de todos para reparar el daño causado por el abuso humano a la
creación de Dios»[22]. Todos podemos colaborar como instrumentos de Dios para el cuidado de
la creación, cada uno desde su cultura, su experiencia, sus iniciativas y sus capacidades.
15. Espero que esta Carta encíclica, que se agrega al Magisterio social de la Iglesia, nos ayude a
reconocer la grandeza, la urgencia y la hermosura del desafío que se nos presenta. En primer
lugar, haré un breve recorrido por distintos aspectos de la actual crisis ecológica, con el fin de
asumir los mejores frutos de la investigación científica actualmente disponible, dejarnos interpelar
por ella en profundidad y dar una base concreta al itinerario ético y espiritual como se indica a
continuación. A partir de esa mirada, retomaré algunas razones que se desprenden de la tradición
judío-cristiana, a fin de procurar una mayor coherencia en nuestro compromiso con el ambiente.
Luego intentaré llegar a las raíces de la actual situación, de manera que no miremos sólo los

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síntomas sino también las causas más profundas. Así podremos proponer una ecología que,
entre sus distintas dimensiones, incorpore el lugar peculiar del ser humano en este mundo y sus
relaciones con la realidad que lo rodea. A la luz de esa reflexión quisiera avanzar en algunas
líneas amplias de diálogo y de acción que involucren tanto a cada uno de nosotros como a la
política internacional. Finalmente, puesto que estoy convencido de que todo cambio necesita
motivaciones y un camino educativo, propondré algunas líneas de maduración humana inspiradas
en el tesoro de la experiencia espiritual cristiana.
16. Si bien cada capítulo posee su temática propia y una metodología específica, a su vez retoma
desde una nueva óptica cuestiones importantes abordadas en los capítulos anteriores. Esto
ocurre especialmente con algunos ejes que atraviesan toda la encíclica. Por ejemplo: la íntima
relación entre los pobres y la fragilidad del planeta, la convicción de que en el mundo todo está
conectado, la crítica al nuevo paradigma y a las formas de poder que derivan de la tecnología, la
invitación a buscar otros modos de entender la economía y el progreso, el valor propio de cada
criatura, el sentido humano de la ecología, la necesidad de debates sinceros y honestos, la grave
responsabilidad de la política internacional y local, la cultura del descarte y la propuesta de un
nuevo estilo de vida. Estos temas no se cierran ni abandonan, sino que son constantemente
replanteados y enriquecidos.
CAPÍTULO PRIMERO
LO QUE LE ESTÁ PASANDO A NUESTRA CASA
17. Las reflexiones teológicas o filosóficas sobre la situación de la humanidad y del mundo
pueden sonar a mensaje repetido y abstracto si no se presentan nuevamente a partir de una
confrontación con el contexto actual, en lo que tiene de inédito para la historia de la humanidad.
Por eso, antes de reconocer cómo la fe aporta nuevas motivaciones y exigencias frente al mundo
del cual formamos parte, propongo detenernos brevemente a considerar lo que le está pasando a
nuestra casa común.
18. A la continua aceleración de los cambios de la humanidad y del planeta se une hoy la
intensificación de ritmos de vida y de trabajo, en eso que algunos llaman «rapidación». Si bien el
cambio es parte de la dinámica de los sistemas complejos, la velocidad que las acciones
humanas le imponen hoy contrasta con la natural lentitud de la evolución biológica. A esto se
suma el problema de que los objetivos de ese cambio veloz y constante no necesariamente se
orientan al bien común y a un desarrollo humano, sostenible e integral. El cambio es algo
deseable, pero se vuelve preocupante cuando se convierte en deterioro del mundo y de la calidad
de vida de gran parte de la humanidad.
19. Después de un tiempo de confianza irracional en el progreso y en la capacidad humana, una
parte de la sociedad está entrando en una etapa de mayor conciencia. Se advierte una creciente

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sensibilidad con respecto al ambiente y al cuidado de la naturaleza, y crece una sincera y
dolorosa preocupación por lo que está ocurriendo con nuestro planeta. Hagamos un recorrido,
que será ciertamente incompleto, por aquellas cuestiones que hoy nos provocan inquietud y que
ya no podemos esconder debajo de la alfombra. El objetivo no es recoger información o saciar
nuestra curiosidad, sino tomar dolorosa conciencia, atrevernos a convertir en sufrimiento personal
lo que le pasa al mundo, y así reconocer cuál es la contribución que cada uno puede aportar.
I. Contaminación y cambio climático
Contaminación, basura y cultura del descarte
20. Existen formas de contaminación que afectan cotidianamente a las personas. La exposición a
los contaminantes atmosféricos produce un amplio espectro de efectos sobre la salud,
especialmente de los más pobres, provocando millones de muertes prematuras. Se enferman, por
ejemplo, a causa de la inhalación de elevados niveles de humo que procede de los combustibles
que utilizan para cocinar o para calentarse. A ello se suma la contaminación que afecta a todos,
debida al transporte, al humo de la industria, a los depósitos de sustancias que contribuyen a la
acidificación del suelo y del agua, a los fertilizantes, insecticidas, fungicidas, controladores de
malezas y agrotóxicos en general. La tecnología que, ligada a las finanzas, pretende ser la única
solución de los problemas, de hecho suele ser incapaz de ver el misterio de las múltiples
relaciones que existen entre las cosas, y por eso a veces resuelve un problema creando otros.
21. Hay que considerar también la contaminación producida por los residuos, incluyendo los
desechos peligrosos presentes en distintos ambientes. Se producen cientos de millones de
toneladas de residuos por año, muchos de ellos no biodegradables: residuos domiciliarios y
comerciales, residuos de demolición, residuos clínicos, electrónicos e industriales, residuos
altamente tóxicos y radioactivos. La tierra, nuestra casa, parece convertirse cada vez más en un
inmenso depósito de porquería. En muchos lugares del planeta, los ancianos añoran los paisajes
de otros tiempos, que ahora se ven inundados de basura. Tanto los residuos industriales como
los productos químicos utilizados en las ciudades y en el agro pueden producir un efecto de
bioacumulación en los organismos de los pobladores de zonas cercanas, que ocurre aun cuando
el nivel de presencia de un elemento tóxico en un lugar sea bajo. Muchas veces se toman
medidas sólo cuando se han producido efectos irreversibles para la salud de las personas.
22. Estos problemas están íntimamente ligados a la cultura del descarte, que afecta tanto a los
seres humanos excluidos como a las cosas que rápidamente se convierten en basura.
Advirtamos, por ejemplo, que la mayor parte del papel que se produce se desperdicia y no se
recicla. Nos cuesta reconocer que el funcionamiento de los ecosistemas naturales es ejemplar:
las plantas sintetizan nutrientes que alimentan a los herbívoros; estos a su vez alimentan a los
seres carnívoros, que proporcionan importantes cantidades de residuos orgánicos, los cuales dan
lugar a una nueva generación de vegetales. En cambio, el sistema industrial, al final del ciclo de

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producción y de consumo, no ha desarrollado la capacidad de absorber y reutilizar residuos y
desechos. Todavía no se ha logrado adoptar un modelo circular de producción que asegure
recursos para todos y para las generaciones futuras, y que supone limitar al máximo el uso de los
recursos no renovables, moderar el consumo, maximizar la eficiencia del aprovechamiento,
reutilizar y reciclar. Abordar esta cuestión sería un modo de contrarrestar la cultura del descarte,
que termina afectando al planeta entero, pero observamos que los avances en este sentido son
todavía muy escasos.
El clima como bien común
23. El clima es un bien común, de todos y para todos. A nivel global, es un sistema complejo
relacionado con muchas condiciones esenciales para la vida humana. Hay un consenso científico
muy consistente que indica que nos encontramos ante un preocupante calentamiento del sistema
climático. En las últimas décadas, este calentamiento ha estado acompañado del constante
crecimiento del nivel del mar, y además es difícil no relacionarlo con el aumento de eventos
meteorológicos extremos, más allá de que no pueda atribuirse una causa científicamente
determinable a cada fenómeno particular. La humanidad está llamada a tomar conciencia de la
necesidad de realizar cambios de estilos de vida, de producción y de consumo, para combatir
este calentamiento o, al menos, las causas humanas que lo producen o acentúan. Es verdad que
hay otros factores (como el vulcanismo, las variaciones de la órbita y del eje de la Tierra o el ciclo
solar), pero numerosos estudios científicos señalan que la mayor parte del calentamiento global
de las últimas décadas se debe a la gran concentración de gases de efecto invernadero (dióxido
de carbono, metano, óxidos de nitrógeno y otros) emitidos sobre todo a causa de la actividad
humana. Al concentrarse en la atmósfera, impiden que el calor producido por los rayos solares
sobre la superficie de la tierra se disperse en el espacio. Esto se ve potenciado especialmente por
el patrón de desarrollo basado en el uso intensivo de combustibles fósiles, que hace al corazón
del sistema energético mundial. También ha incidido el aumento en la práctica del cambio de
usos del suelo, principalmente la deforestación para agricultura.
24. A su vez, el calentamiento tiene efectos sobre el ciclo del carbono. Crea un círculo vicioso que
agrava aún más la situación, y que afectará la disponibilidad de recursos imprescindibles como el
agua potable, la energía y la producción agrícola de las zonas más cálidas, y provocará la
extinción de parte de la biodiversidad del planeta. El derretimiento de los hielos polares y de
planicies de altura amenaza con una liberación de alto riesgo de gas metano, y la descomposición
de la materia orgánica congelada podría acentuar todavía más la emanación de dióxido de
carbono. A su vez, la pérdida de selvas tropicales empeora las cosas, ya que ayudan a mitigar el
cambio climático. La contaminación que produce el dióxido de carbono aumenta la acidez de los
océanos y compromete la cadena alimentaria marina. Si la actual tendencia continúa, este siglo
podría ser testigo de cambios climáticos inauditos y de una destrucción sin precedentes de los
ecosistemas, con graves consecuencias para todos nosotros. El crecimiento del nivel del mar, por
ejemplo, puede crear situaciones de extrema gravedad si se tiene en cuenta que la cuarta parte

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de la población mundial vive junto al mar o muy cerca de él, y la mayor parte de las
megaciudades están situadas en zonas costeras.
25. El cambio climático es un problema global con graves dimensiones ambientales, sociales,
económicas, distributivas y políticas, y plantea uno de los principales desafíos actuales para la
humanidad. Los peores impactos probablemente recaerán en las próximas décadas sobre los
países en desarrollo. Muchos pobres viven en lugares particularmente afectados por fenómenos
relacionados con el calentamiento, y sus medios de subsistencia dependen fuertemente de las
reservas naturales y de los servicios ecosistémicos, como la agricultura, la pesca y los recursos
forestales. No tienen otras actividades financieras y otros recursos que les permitan adaptarse a
los impactos climáticos o hacer frente a situaciones catastróficas, y poseen poco acceso a
servicios sociales y a protección. Por ejemplo, los cambios del clima originan migraciones de
animales y vegetales que no siempre pueden adaptarse, y esto a su vez afecta los recursos
productivos de los más pobres, quienes también se ven obligados a migrar con gran
incertidumbre por el futuro de sus vidas y de sus hijos. Es trágico el aumento de los migrantes
huyendo de la miseria empeorada por la degradación ambiental, que no son reconocidos como
refugiados en las convenciones internacionales y llevan el peso de sus vidas abandonadas sin
protección normativa alguna. Lamentablemente, hay una general indiferencia ante estas
tragedias, que suceden ahora mismo en distintas partes del mundo. La falta de reacciones ante
estos dramas de nuestros hermanos y hermanas es un signo de la pérdida de aquel sentido de
responsabilidad por nuestros semejantes sobre el cual se funda toda sociedad civil.
26. Muchos de aquellos que tienen más recursos y poder económico o político parecen
concentrarse sobre todo en enmascarar los problemas o en ocultar los síntomas, tratando sólo de
reducir algunos impactos negativos del cambio climático. Pero muchos síntomas indican que esos
efectos podrán ser cada vez peores si continuamos con los actuales modelos de producción y de
consumo. Por eso se ha vuelto urgente e imperioso el desarrollo de políticas para que en los
próximos años la emisión de dióxido de carbono y de otros gases altamente contaminantes sea
reducida drásticamente, por ejemplo, reemplazando la utilización de combustibles fósiles y
desarrollando fuentes de energía renovable. En el mundo hay un nivel exiguo de acceso a
energías limpias y renovables. Todavía es necesario desarrollar tecnologías adecuadas de
acumulación. Sin embargo, en algunos países se han dado avances que comienzan a ser
significativos, aunque estén lejos de lograr una proporción importante. También ha habido
algunas inversiones en formas de producción y de transporte que consumen menos energía y
requieren menos cantidad de materia prima, así como en formas de construcción o de
saneamiento de edificios para mejorar su eficiencia energética. Pero estas buenas prácticas están
lejos de generalizarse.
II. La cuestión del agua
27. Otros indicadores de la situación actual tienen que ver con el agotamiento de los recursos

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naturales. Conocemos bien la imposibilidad de sostener el actual nivel de consumo de los países
más desarrollados y de los sectores más ricos de las sociedades, donde el hábito de gastar y tirar
alcanza niveles inauditos. Ya se han rebasado ciertos límites máximos de explotación del planeta,
sin que hayamos resuelto el problema de la pobreza.
28. El agua potable y limpia representa una cuestión de primera importancia, porque es
indispensable para la vida humana y para sustentar los ecosistemas terrestres y acuáticos. Las
fuentes de agua dulce abastecen a sectores sanitarios, agropecuarios e industriales. La provisión
de agua permaneció relativamente constante durante mucho tiempo, pero ahora en muchos
lugares la demanda supera a la oferta sostenible, con graves consecuencias a corto y largo
término. Grandes ciudades que dependen de un importante nivel de almacenamiento de agua,
sufren períodos de disminución del recurso, que en los momentos críticos no se administra
siempre con una adecuada gobernanza y con imparcialidad. La pobreza del agua social se da
especialmente en África, donde grandes sectores de la población no acceden al agua potable
segura, o padecen sequías que dificultan la producción de alimentos. En algunos países hay
regiones con abundante agua y al mismo tiempo otras que padecen grave escasez.
29. Un problema particularmente serio es el de la calidad del agua disponible para los pobres, que
provoca muchas muertes todos los días. Entre los pobres son frecuentes enfermedades
relacionadas con el agua, incluidas las causadas por microorganismos y por sustancias químicas.
La diarrea y el cólera, que se relacionan con servicios higiénicos y provisión de agua
inadecuados, son un factor significativo de sufrimiento y de mortalidad infantil. Las aguas
subterráneas en muchos lugares están amenazadas por la contaminación que producen algunas
actividades extractivas, agrícolas e industriales, sobre todo en países donde no hay una
reglamentación y controles suficientes. No pensemos solamente en los vertidos de las fábricas.
Los detergentes y productos químicos que utiliza la población en muchos lugares del mundo
siguen derramándose en ríos, lagos y mares.
30. Mientras se deteriora constantemente la calidad del agua disponible, en algunos lugares
avanza la tendencia a privatizar este recurso escaso, convertido en mercancía que se regula por
las leyes del mercado. En realidad, el acceso al agua potable y segura es un derecho humano
básico, fundamental y universal, porque determina la sobrevivencia de las personas, y por lo tanto
es condición para el ejercicio de los demás derechos humanos. Este mundo tiene una grave
deuda social con los pobres que no tienen acceso al agua potable, porque eso es negarles el
derecho a la vida radicado en su dignidad inalienable. Esa deuda se salda en parte con más
aportes económicos para proveer de agua limpia y saneamiento a los pueblos más pobres. Pero
se advierte un derroche de agua no sólo en países desarrollados, sino también en aquellos
menos desarrollados que poseen grandes reservas. Esto muestra que el problema del agua es en
parte una cuestión educativa y cultural, porque no hay conciencia de la gravedad de estas
conductas en un contexto de gran inequidad.

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31. Una mayor escasez de agua provocará el aumento del costo de los alimentos y de distintos
productos que dependen de su uso. Algunos estudios han alertado sobre la posibilidad de sufrir
una escasez aguda de agua dentro de pocas décadas si no se actúa con urgencia. Los impactos
ambientales podrían afectar a miles de millones de personas, pero es previsible que el control del
agua por parte de grandes empresas mundiales se convierta en una de las principales fuentes de
conflictos de este siglo[23].
III. Pérdida de biodiversidad
32. Los recursos de la tierra también están siendo depredados a causa de formas inmediatistas
de entender la economía y la actividad comercial y productiva. La pérdida de selvas y bosques
implica al mismo tiempo la pérdida de especies que podrían significar en el futuro recursos
sumamente importantes, no sólo para la alimentación, sino también para la curación de
enfermedades y para múltiples servicios. Las diversas especies contienen genes que pueden ser
recursos claves para resolver en el futuro alguna necesidad humana o para regular algún
problema ambiental.
33. Pero no basta pensar en las distintas especies sólo como eventuales « recursos »
explotables, olvidando que tienen un valor en sí mismas. Cada año desaparecen miles de
especies vegetales y animales que ya no podremos conocer, que nuestros hijos ya no podrán ver,
perdidas para siempre. La inmensa mayoría se extinguen por razones que tienen que ver con
alguna acción humana. Por nuestra causa, miles de especies ya no darán gloria a Dios con su
existencia ni podrán comunicarnos su propio mensaje. No tenemos derecho.
34. Posiblemente nos inquieta saber de la extinción de un mamífero o de un ave, por su mayor
visibilidad. Pero para el buen funcionamiento de los ecosistemas también son necesarios los
hongos, las algas, los gusanos, los insectos, los reptiles y la innumerable variedad de
microorganismos. Algunas especies poco numerosas, que suelen pasar desapercibidas, juegan
un rol crítico fundamental para estabilizar el equilibrio de un lugar. Es verdad que el ser humano
debe intervenir cuando un geosistema entra en estado crítico, pero hoy el nivel de intervención
humana en una realidad tan compleja como la naturaleza es tal, que los constantes desastres que
el ser humano ocasiona provocan una nueva intervención suya, de tal modo que la actividad
humana se hace omnipresente, con todos los riesgos que esto implica. Suele crearse un círculo
vicioso donde la intervención del ser humano para resolver una dificultad muchas veces agrava
más la situación. Por ejemplo, muchos pájaros e insectos que desaparecen a causa de los
agrotóxicos creados por la tecnología son útiles a la misma agricultura, y su desaparición deberá
ser sustituida con otra intervención tecnológica, que posiblemente traerá nuevos efectos nocivos.
Son loables y a veces admirables los esfuerzos de científicos y técnicos que tratan de aportar
soluciones a los problemas creados por el ser humano. Pero mirando el mundo advertimos que
este nivel de intervención humana, frecuentemente al servicio de las finanzas y del consumismo,
hace que la tierra en que vivimos en realidad se vuelva menos rica y bella, cada vez más limitada

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y gris, mientras al mismo tiempo el desarrollo de la tecnología y de las ofertas de consumo sigue
avanzando sin límite. De este modo, parece que pretendiéramos sustituir una belleza
irreemplazable e irrecuperable, por otra creada por nosotros.
35. Cuando se analiza el impacto ambiental de algún emprendimiento, se suele atender a los
efectos en el suelo, en el agua y en el aire, pero no siempre se incluye un estudio cuidadoso
sobre el impacto en la biodiversidad, como si la pérdida de algunas especies o de grupos
animales o vegetales fuera algo de poca relevancia. Las carreteras, los nuevos cultivos, los
alambrados, los embalses y otras construcciones van tomando posesión de los hábitats y a veces
los fragmentan de tal manera que las poblaciones de animales ya no pueden migrar ni
desplazarse libremente, de modo que algunas especies entran en riesgo de extinción. Existen
alternativas que al menos mitigan el impacto de estas obras, como la creación de corredores
biológicos, pero en pocos países se advierte este cuidado y esta previsión. Cuando se explotan
comercialmente algunas especies, no siempre se estudia su forma de crecimiento para evitar su
disminución excesiva con el consiguiente desequilibrio del ecosistema.
36. El cuidado de los ecosistemas supone una mirada que vaya más allá de lo inmediato, porque
cuando sólo se busca un rédito económico rápido y fácil, a nadie le interesa realmente su
preservación. Pero el costo de los daños que se ocasionan por el descuido egoísta es muchísimo
más alto que el beneficio económico que se pueda obtener. En el caso de la pérdida o el daño
grave de algunas especies, estamos hablando de valores que exceden todo cálculo. Por eso,
podemos ser testigos mudos de gravísimas inequidades cuando se pretende obtener importantes
beneficios haciendo pagar al resto de la humanidad, presente y futura, los altísimos costos de la
degradación ambiental.
37. Algunos países han avanzado en la preservación eficaz de ciertos lugares y zonas –en la
tierra y en los océanos– donde se prohíbe toda intervención humana que pueda modificar su
fisonomía o alterar su constitución original. En el cuidado de la biodiversidad, los especialistas
insisten en la necesidad de poner especial atención a las zonas más ricas en variedad de
especies, en especies endémicas, poco frecuentes o con menor grado de protección efectiva.
Hay lugares que requieren un cuidado particular por su enorme importancia para el ecosistema
mundial, o que constituyen importantes reservas de agua y así aseguran otras formas de vida.
38. Mencionemos, por ejemplo, esos pulmones del planeta repletos de biodiversidad que son la
Amazonia y la cuenca fluvial del Congo, o los grandes acuíferos y los glaciares. No se ignora la
importancia de esos lugares para la totalidad del planeta y para el futuro de la humanidad. Los
ecosistemas de las selvas tropicales tienen una biodiversidad con una enorme complejidad, casi
imposible de reconocer integralmente, pero cuando esas selvas son quemadas o arrasadas para
desarrollar cultivos, en pocos años se pierden innumerables especies, cuando no se convierten
en áridos desiertos. Sin embargo, un delicado equilibrio se impone a la hora de hablar sobre estos
lugares, porque tampoco se pueden ignorar los enormes intereses económicos internacionales

2.3 Page 13

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13
que, bajo el pretexto de cuidarlos, pueden atentar contra las soberanías nacionales. De hecho,
existen «propuestas de internacionalización de la Amazonia, que sólo sirven a los intereses
económicos de las corporaciones transnacionales»[24]. Es loable la tarea de organismos
internacionales y de organizaciones de la sociedad civil que sensibilizan a las poblaciones y
cooperan críticamente, también utilizando legítimos mecanismos de presión, para que cada
gobierno cumpla con su propio e indelegable deber de preservar el ambiente y los recursos
naturales de su país, sin venderse a intereses espurios locales o internacionales.
39. El reemplazo de la flora silvestre por áreas forestadas con árboles, que generalmente son
monocultivos, tampoco suele ser objeto de un adecuado análisis. Porque puede afectar
gravemente a una biodiversidad que no es albergada por las nuevas especies que se implantan.
También los humedales, que son transformados en terreno de cultivo, pierden la enorme
biodiversidad que acogían. En algunas zonas costeras, es preocupante la desaparición de los
ecosistemas constituidos por manglares.
40. Los océanos no sólo contienen la mayor parte del agua del planeta, sino también la mayor
parte de la vasta variedad de seres vivientes, muchos de ellos todavía desconocidos para
nosotros y amenazados por diversas causas. Por otra parte, la vida en los ríos, lagos, mares y
océanos, que alimenta a gran parte de la población mundial, se ve afectada por el descontrol en
la extracción de los recursos pesqueros, que provoca disminuciones drásticas de algunas
especies. Todavía siguen desarrollándose formas selectivas de pesca que desperdician gran
parte de las especies recogidas. Están especialmente amenazados organismos marinos que no
tenemos en cuenta, como ciertas formas de plancton que constituyen un componente muy
importante en la cadena alimentaria marina, y de las cuales dependen, en definitiva, especies que
utilizamos para alimentarnos.
41. Adentrándonos en los mares tropicales y subtropicales, encontramos las barreras de coral,
que equivalen a las grandes selvas de la tierra, porque hospedan aproximadamente un millón de
especies, incluyendo peces, cangrejos, moluscos, esponjas, algas, etc. Muchas de las barreras
de coral del mundo hoy ya son estériles o están en un continuo estado de declinación: «¿Quién
ha convertido el maravilloso mundo marino en cementerios subacuáticos despojados de vida y de
color?»[25]. Este fenómeno se debe en gran parte a la contaminación que llega al mar como
resultado de la deforestación, de los monocultivos agrícolas, de los vertidos industriales y de
métodos destructivos de pesca, especialmente los que utilizan cianuro y dinamita. Se agrava por
el aumento de la temperatura de los océanos. Todo esto nos ayuda a darnos cuenta de que
cualquier acción sobre la naturaleza puede tener consecuencias que no advertimos a simple
vista, y que ciertas formas de explotación de recursos se hacen a costa de una degradación que
finalmente llega hasta el fondo de los océanos.
42. Es necesario invertir mucho más en investigación para entender mejor el comportamiento de
los ecosistemas y analizar adecuadamente las diversas variables de impacto de cualquier

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14
modificación importante del ambiente. Porque todas las criaturas están conectadas, cada una
debe ser valorada con afecto y admiración, y todos los seres nos necesitamos unos a otros. Cada
territorio tiene una responsabilidad en el cuidado de esta familia, por lo cual debería hacer un
cuidadoso inventario de las especies que alberga en orden a desarrollar programas y estrategias
de protección, cuidando con especial preocupación a las especies en vías de extinción.
IV. Deterioro de la calidad de la vida humana y degradación social
43. Si tenemos en cuenta que el ser humano también es una criatura de este mundo, que tiene
derecho a vivir y a ser feliz, y que además tiene una dignidad especialísima, no podemos dejar de
considerar los efectos de la degradación ambiental, del actual modelo de desarrollo y de la cultura
del descarte en la vida de las personas.
44. Hoy advertimos, por ejemplo, el crecimiento desmedido y desordenado de muchas ciudades
que se han hecho insalubres para vivir, debido no solamente a la contaminación originada por las
emisiones tóxicas, sino también al caos urbano, a los problemas del transporte y a la
contaminación visual y acústica. Muchas ciudades son grandes estructuras ineficientes que
gastan energía y agua en exceso. Hay barrios que, aunque hayan sido construidos
recientemente, están congestionados y desordenados, sin espacios verdes suficientes. No es
propio de habitantes de este planeta vivir cada vez más inundados de cemento, asfalto, vidrio y
metales, privados del contacto físico con la naturaleza.
45. En algunos lugares, rurales y urbanos, la privatización de los espacios ha hecho que el
acceso de los ciudadanos a zonas de particular belleza se vuelva difícil. En otros, se crean
urbanizaciones « ecológicas » sólo al servicio de unos pocos, donde se procura evitar que otros
entren a molestar una tranquilidad artificial. Suele encontrarse una ciudad bella y llena de
espacios verdes bien cuidados en algunas áreas « seguras », pero no tanto en zonas menos
visibles, donde viven los descartables de la sociedad.
46. Entre los componentes sociales del cambio global se incluyen los efectos laborales de
algunas innovaciones tecnológicas, la exclusión social, la inequidad en la disponibilidad y el
consumo de energía y de otros servicios, la fragmentación social, el crecimiento de la violencia y
el surgimiento de nuevas formas de agresividad social, el narcotráfico y el consumo creciente de
drogas entre los más jóvenes, la pérdida de identidad. Son signos, entre otros, que muestran que
el crecimiento de los últimos dos siglos no ha significado en todos sus aspectos un verdadero
progreso integral y una mejora de la calidad de vida. Algunos de estos signos son al mismo
tiempo síntomas de una verdadera degradación social, de una silenciosa ruptura de los lazos de
integración y de comunión social.
47. A esto se agregan las dinámicas de los medios del mundo digital que, cuando se convierten
en omnipresentes, no favorecen el desarrollo de una capacidad de vivir sabiamente, de pensar en

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15
profundidad, de amar con generosidad. Los grandes sabios del pasado, en este contexto,
correrían el riesgo de apagar su sabiduría en medio del ruido dispersivo de la información. Esto
nos exige un esfuerzo para que esos medios se traduzcan en un nuevo desarrollo cultural de la
humanidad y no en un deterioro de su riqueza más profunda. La verdadera sabiduría, producto de
la reflexión, del diálogo y del encuentro generoso entre las personas, no se consigue con una
mera acumulación de datos que termina saturando y obnubilando, en una especie de
contaminación mental. Al mismo tiempo, tienden a reemplazarse las relaciones reales con los
demás, con todos los desafíos que implican, por un tipo de comunicación mediada por internet.
Esto permite seleccionar o eliminar las relaciones según nuestro arbitrio, y así suele generarse un
nuevo tipo de emociones artificiales, que tienen que ver más con dispositivos y pantallas que con
las personas y la naturaleza. Los medios actuales permiten que nos comuniquemos y que
compartamos conocimientos y afectos. Sin embargo, a veces también nos impiden tomar
contacto directo con la angustia, con el temblor, con la alegría del otro y con la complejidad de su
experiencia personal. Por eso no debería llamar la atención que, junto con la abrumadora oferta
de estos productos, se desarrolle una profunda y melancólica insatisfacción en las relaciones
interpersonales, o un dañino aislamiento.
V. Inequidad planetaria
48. El ambiente humano y el ambiente natural se degradan juntos, y no podremos afrontar
adecuadamente la degradación ambiental si no prestamos atención a causas que tienen que ver
con la degradación humana y social. De hecho, el deterioro del ambiente y el de la sociedad
afectan de un modo especial a los más débiles del planeta: «Tanto la experiencia común de la
vida ordinaria como la investigación científica demuestran que los más graves efectos de todas
las agresiones ambientales los sufre la gente más pobre»[26]. Por ejemplo, el agotamiento de las
reservas ictícolas perjudica especialmente a quienes viven de la pesca artesanal y no tienen
cómo reemplazarla, la contaminación del agua afecta particularmente a los más pobres que no
tienen posibilidad de comprar agua envasada, y la elevación del nivel del mar afecta
principalmente a las poblaciones costeras empobrecidas que no tienen a dónde trasladarse. El
impacto de los desajustes actuales se manifiesta también en la muerte prematura de muchos
pobres, en los conflictos generados por falta de recursos y en tantos otros problemas que no
tienen espacio suficiente en las agendas del mundo[27].
49. Quisiera advertir que no suele haber conciencia clara de los problemas que afectan
particularmente a los excluidos. Ellos son la mayor parte del planeta, miles de millones de
personas. Hoy están presentes en los debates políticos y económicos internacionales, pero
frecuentemente parece que sus problemas se plantean como un apéndice, como una cuestión
que se añade casi por obligación o de manera periférica, si es que no se los considera un mero
daño colateral. De hecho, a la hora de la actuación concreta, quedan frecuentemente en el último
lugar. Ello se debe en parte a que muchos profesionales, formadores de opinión, medios de
comunicación y centros de poder están ubicados lejos de ellos, en áreas urbanas aisladas, sin

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16
tomar contacto directo con sus problemas. Viven y reflexionan desde la comodidad de un
desarrollo y de una calidad de vida que no están al alcance de la mayoría de la población
mundial. Esta falta de contacto físico y de encuentro, a veces favorecida por la desintegración de
nuestras ciudades, ayuda a cauterizar la conciencia y a ignorar parte de la realidad en análisis
sesgados. Esto a veces convive con un discurso «verde». Pero hoy no podemos dejar de
reconocer que un verdadero planteo ecológico se convierte siempre en un planteo social, que
debe integrar la justicia en las discusiones sobre el ambiente, para escuchar tanto el clamor de la
tierra como el clamor de los pobres.
50. En lugar de resolver los problemas de los pobres y de pensar en un mundo diferente, algunos
atinan sólo a proponer una reducción de la natalidad. No faltan presiones internacionales a los
países en desarrollo, condicionando ayudas económicas a ciertas políticas de «salud
reproductiva». Pero, «si bien es cierto que la desigual distribución de la población y de los
recursos disponibles crean obstáculos al desarrollo y al uso sostenible del ambiente, debe
reconocerse que el crecimiento demográfico es plenamente compatible con un desarrollo integral
y solidario»[28]. Culpar al aumento de la población y no al consumismo extremo y selectivo de
algunos es un modo de no enfrentar los problemas. Se pretende legitimar así el modelo
distributivo actual, donde una minoría se cree con el derecho de consumir en una proporción que
sería imposible generalizar, porque el planeta no podría ni siquiera contener los residuos de
semejante consumo. Además, sabemos que se desperdicia aproximadamente un tercio de los
alimentos que se producen, y «el alimento que se desecha es como si se robara de la mesa del
pobre»[29]. De cualquier manera, es cierto que hay que prestar atención al desequilibrio en la
distribución de la población sobre el territorio, tanto en el nivel nacional como en el global, porque
el aumento del consumo llevaría a situaciones regionales complejas, por las combinaciones de
problemas ligados a la contaminación ambiental, al transporte, al tratamiento de residuos, a la
pérdida de recursos, a la calidad de vida.
51. La inequidad no afecta sólo a individuos, sino a países enteros, y obliga a pensar en una ética
de las relaciones internacionales. Porque hay una verdadera « deuda ecológica », particularmente
entre el Norte y el Sur, relacionada con desequilibrios comerciales con consecuencias en el
ámbito ecológico, así como con el uso desproporcionado de los recursos naturales llevado a cabo
históricamente por algunos países. Las exportaciones de algunas materias primas para satisfacer
los mercados en el Norte industrializado han producido daños locales, como la contaminación con
mercurio en la minería del oro o con dióxido de azufre en la del cobre. Especialmente hay que
computar el uso del espacio ambiental de todo el planeta para depositar residuos gaseosos que
se han ido acumulando durante dos siglos y han generado una situación que ahora afecta a todos
los países del mundo. El calentamiento originado por el enorme consumo de algunos países ricos
tiene repercusiones en los lugares más pobres de la tierra, especialmente en África, donde el
aumento de la temperatura unido a la sequía hace estragos en el rendimiento de los cultivos. A
esto se agregan los daños causados por la exportación hacia los países en desarrollo de residuos
sólidos y líquidos tóxicos, y por la actividad contaminante de empresas que hacen en los países

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menos desarrollados lo que no pueden hacer en los países que les aportan capital: «Constatamos
que con frecuencia las empresas que obran así son multinacionales, que hacen aquí lo que no se
les permite en países desarrollados o del llamado primer mundo. Generalmente, al cesar sus
actividades y al retirarse, dejan grandes pasivos humanos y ambientales, como la desocupación,
pueblos sin vida, agotamiento de algunas reservas naturales, deforestación, empobrecimiento de
la agricultura y ganadería local, cráteres, cerros triturados, ríos contaminados y algunas pocas
obras sociales que ya no se pueden sostener»[30].
52. La deuda externa de los países pobres se ha convertido en un instrumento de control, pero no
ocurre lo mismo con la deuda ecológica. De diversas maneras, los pueblos en vías de desarrollo,
donde se encuentran las más importantes reservas de la biosfera, siguen alimentando el
desarrollo de los países más ricos a costa de su presente y de su futuro. La tierra de los pobres
del Sur es rica y poco contaminada, pero el acceso a la propiedad de los bienes y recursos para
satisfacer sus necesidades vitales les está vedado por un sistema de relaciones comerciales y de
propiedad estructuralmente perverso. Es necesario que los países desarrollados contribuyan a
resolver esta deuda limitando de manera importante el consumo de energía no renovable y
aportando recursos a los países más necesitados para apoyar políticas y programas de desarrollo
sostenible. Las regiones y los países más pobres tienen menos posibilidades de adoptar nuevos
modelos en orden a reducir el impacto ambiental, porque no tienen la capacitación para
desarrollar los procesos necesarios y no pueden cubrir los costos. Por eso, hay que mantener con
claridad la conciencia de que en el cambio climático hay responsabilidades diversificadas y, como
dijeron los Obispos de Estados Unidos, corresponde enfocarse «especialmente en las
necesidades de los pobres, débiles y vulnerables, en un debate a menudo dominado por
intereses más poderosos»[31]. Necesitamos fortalecer la conciencia de que somos una sola
familia humana. No hay fronteras ni barreras políticas o sociales que nos permitan aislarnos, y por
eso mismo tampoco hay espacio para la globalización de la indiferencia.
VI. La debilidad de las reacciones
53. Estas situaciones provocan el gemido de la hermana tierra, que se une al gemido de los
abandonados del mundo, con un clamor que nos reclama otro rumbo. Nunca hemos maltratado y
lastimado nuestra casa común como en los últimos dos siglos. Pero estamos llamados a ser los
instrumentos del Padre Dios para que nuestro planeta sea lo que él soñó al crearlo y responda a
su proyecto de paz, belleza y plenitud. El problema es que no disponemos todavía de la cultura
necesaria para enfrentar esta crisis y hace falta construir liderazgos que marquen caminos,
buscando atender las necesidades de las generaciones actuales incluyendo a todos, sin
perjudicar a las generaciones futuras. Se vuelve indispensable crear un sistema normativo que
incluya límites infranqueables y asegure la protección de los ecosistemas, antes que las nuevas
formas de poder derivadas del paradigma tecnoeconómico terminen arrasando no sólo con la
política sino también con la libertad y la justicia.

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54. Llama la atención la debilidad de la reacción política internacional. El sometimiento de la
política ante la tecnología y las finanzas se muestra en el fracaso de las Cumbres mundiales
sobre medio ambiente. Hay demasiados intereses particulares y muy fácilmente el interés
económico llega a prevalecer sobre el bien común y a manipular la información para no ver
afectados sus proyectos. En esta línea, el Documento de Aparecida reclama que «en las
intervenciones sobre los recursos naturales no predominen los intereses de grupos económicos
que arrasan irracionalmente las fuentes de vida»[32]. La alianza entre la economía y la tecnología
termina dejando afuera lo que no forme parte de sus intereses inmediatos. Así sólo podrían
esperarse algunas declamaciones superficiales, acciones filantrópicas aisladas, y aun esfuerzos
por mostrar sensibilidad hacia el medio ambiente, cuando en la realidad cualquier intento de las
organizaciones sociales por modificar las cosas será visto como una molestia provocada por
ilusos románticos o como un obstáculo a sortear.
55. Poco a poco algunos países pueden mostrar avances importantes, el desarrollo de controles
más eficientes y una lucha más sincera contra la corrupción. Hay más sensibilidad ecológica en
las poblaciones, aunque no alcanza para modificar los hábitos dañinos de consumo, que no
parecen ceder sino que se amplían y desarrollan. Es lo que sucede, para dar sólo un sencillo
ejemplo, con el creciente aumento del uso y de la intensidad de los acondicionadores de aire. Los
mercados, procurando un beneficio inmediato, estimulan todavía más la demanda. Si alguien
observara desde afuera la sociedad planetaria, se asombraría ante semejante comportamiento
que a veces parece suicida.
56. Mientras tanto, los poderes económicos continúan justificando el actual sistema mundial,
donde priman una especulación y una búsqueda de la renta financiera que tienden a ignorar todo
contexto y los efectos sobre la dignidad humana y el medio ambiente. Así se manifiesta que la
degradación ambiental y la degradación humana y ética están íntimamente unidas. Muchos dirán
que no tienen conciencia de realizar acciones inmorales, porque la distracción constante nos quita
la valentía de advertir la realidad de un mundo limitado y finito. Por eso, hoy «cualquier cosa que
sea frágil, como el medio ambiente, queda indefensa ante los intereses del mercado divinizado,
convertidos en regla absoluta»[33].
57. Es previsible que, ante el agotamiento de algunos recursos, se vaya creando un escenario
favorable para nuevas guerras, disfrazadas detrás de nobles reivindicaciones. La guerra siempre
produce daños graves al medio ambiente y a la riqueza cultural de las poblaciones, y los riesgos
se agigantan cuando se piensa en las armas nucleares y en las armas biológicas. Porque, «a
pesar de que determinados acuerdos internacionales prohíban la guerra química, bacteriológica y
biológica, de hecho en los laboratorios se sigue investigando para el desarrollo de nuevas armas
ofensivas, capaces de alterar los equilibrios naturales»[34]. Se requiere de la política una mayor
atención para prevenir y resolver las causas que puedan originar nuevos conflictos. Pero el poder
conectado con las finanzas es el que más se resiste a este esfuerzo, y los diseños políticos no
suelen tener amplitud de miras. ¿Para qué se quiere preservar hoy un poder que será recordado

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por su incapacidad de intervenir cuando era urgente y necesario hacerlo?
58. En algunos países hay ejemplos positivos de logros en la mejora del ambiente, como la
purificación de algunos ríos que han estado contaminados durante muchas décadas, o la
recuperación de bosques autóctonos, o el embellecimiento de paisajes con obras de saneamiento
ambiental, o proyectos edilicios de gran valor estético, o avances en la producción de energía no
contaminante, en la mejora del transporte público. Estas acciones no resuelven los problemas
globales, pero confirman que el ser humano todavía es capaz de intervenir positivamente. Como
ha sido creado para amar, en medio de sus límites brotan inevitablemente gestos de generosidad,
solidaridad y cuidado.
59. Al mismo tiempo, crece una ecología superficial o aparente que consolida un cierto
adormecimiento y una alegre irresponsabilidad. Como suele suceder en épocas de profundas
crisis, que requieren decisiones valientes, tenemos la tentación de pensar que lo que está
ocurriendo no es cierto. Si miramos la superficie, más allá de algunos signos visibles de
contaminación y de degradación, parece que las cosas no fueran tan graves y que el planeta
podría persistir por mucho tiempo en las actuales condiciones. Este comportamiento evasivo nos
sirve para seguir con nuestros estilos de vida, de producción y de consumo. Es el modo como el
ser humano se las arregla para alimentar todos los vicios autodestructivos: intentando no verlos,
luchando para no reconocerlos, postergando las decisiones importantes, actuando como si nada
ocurriera.
VII. Diversidad de opiniones
60. Finalmente, reconozcamos que se han desarrollado diversas visiones y líneas de
pensamiento acerca de la situación y de las posibles soluciones. En un extremo, algunos
sostienen a toda costa el mito del progreso y afirman que los problemas ecológicos se resolverán
simplemente con nuevas aplicaciones técnicas, sin consideraciones éticas ni cambios de fondo.
En el otro extremo, otros entienden que el ser humano, con cualquiera de sus intervenciones, sólo
puede ser una amenaza y perjudicar al ecosistema mundial, por lo cual conviene reducir su
presencia en el planeta e impedirle todo tipo de intervención. Entre estos extremos, la reflexión
debería identificar posibles escenarios futuros, porque no hay un solo camino de solución. Esto
daría lugar a diversos aportes que podrían entrar en diálogo hacia respuestas integrales.
61. Sobre muchas cuestiones concretas la Iglesia no tiene por qué proponer una palabra definitiva
y entiende que debe escuchar y promover el debate honesto entre los científicos, respetando la
diversidad de opiniones. Pero basta mirar la realidad con sinceridad para ver que hay un gran
deterioro de nuestra casa común. La esperanza nos invita a reconocer que siempre hay una
salida, que siempre podemos reorientar el rumbo, que siempre podemos hacer algo para resolver
los problemas. Sin embargo, parecen advertirse síntomas de un punto de quiebre, a causa de la
gran velocidad de los cambios y de la degradación, que se manifiestan tanto en catástrofes

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naturales regionales como en crisis sociales o incluso financieras, dado que los problemas del
mundo no pueden analizarse ni explicarse de forma aislada. Hay regiones que ya están
especialmente en riesgo y, más allá de cualquier predicción catastrófica, lo cierto es que el actual
sistema mundial es insostenible desde diversos puntos de vista, porque hemos dejado de pensar
en los fines de la acción humana: «Si la mirada recorre las regiones de nuestro planeta,
enseguida nos damos cuenta de que la humanidad ha defraudado las expectativas divinas»[35].
CAPÍTULO SEGUNDO
EL EVANGELIO DE LA CREACIÓN
62. ¿Por qué incluir en este documento, dirigido a todas las personas de buena voluntad, un
capítulo referido a convicciones creyentes? No ignoro que, en el campo de la política y del
pensamiento, algunos rechazan con fuerza la idea de un Creador, o la consideran irrelevante,
hasta el punto de relegar al ámbito de lo irracional la riqueza que las religiones pueden ofrecer
para una ecología integral y para un desarrollo pleno de la humanidad. Otras veces se supone
que constituyen una subcultura que simplemente debe ser tolerada. Sin embargo, la ciencia y la
religión, que aportan diferentes aproximaciones a la realidad, pueden entrar en un diálogo intenso
y productivo para ambas.
I. La luz que ofrece la fe
63. Si tenemos en cuenta la complejidad de la crisis ecológica y sus múltiples causas,
deberíamos reconocer que las soluciones no pueden llegar desde un único modo de interpretar y
transformar la realidad. También es necesario acudir a las diversas riquezas culturales de los
pueblos, al arte y a la poesía, a la vida interior y a la espiritualidad. Si de verdad queremos
construir una ecología que nos permita sanar todo lo que hemos destruido, entonces ninguna
rama de las ciencias y ninguna forma de sabiduría puede ser dejada de lado, tampoco la religiosa
con su propio lenguaje. Además, la Iglesia Católica está abierta al diálogo con el pensamiento
filosófico, y eso le permite producir diversas síntesis entre la fe y la razón. En lo que respecta a
las cuestiones sociales, esto se puede constatar en el desarrollo de la doctrina social de la Iglesia,
que está llamada a enriquecerse cada vez más a partir de los nuevos desafíos.
64. Por otra parte, si bien esta encíclica se abre a un diálogo con todos, para buscar juntos
caminos de liberación, quiero mostrar desde el comienzo cómo las convicciones de la fe ofrecen a
los cristianos, y en parte también a otros creyentes, grandes motivaciones para el cuidado de la
naturaleza y de los hermanos y hermanas más frágiles. Si el solo hecho de ser humanos mueve a
las personas a cuidar el ambiente del cual forman parte, «los cristianos, en particular, descubren
que su cometido dentro de la creación, así como sus deberes con la naturaleza y el Creador,

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21
forman parte de su fe»[36]. Por eso, es un bien para la humanidad y para el mundo que los
creyentes reconozcamos mejor los compromisos ecológicos que brotan de nuestras convicciones.
II. La sabiduría de los relatos bíblicos
65. Sin repetir aquí la entera teología de la creación, nos preguntamos qué nos dicen los grandes
relatos bíblicos acerca de la relación del ser humano con el mundo. En la primera narración de la
obra creadora en el libro del Génesis, el plan de Dios incluye la creación de la humanidad. Luego
de la creación del ser humano, se dice que «Dios vio todo lo que había hecho y era muy bueno»
(Gn 1,31). La Biblia enseña que cada ser humano es creado por amor, hecho a imagen y
semejanza de Dios (cf. Gn 1,26). Esta afirmación nos muestra la inmensa dignidad de cada
persona humana, que «no es solamente algo, sino alguien. Es capaz de conocerse, de poseerse
y de darse libremente y entrar en comunión con otras personas»[37]. San Juan Pablo II recordó
que el amor especialísimo que el Creador tiene por cada ser humano le confiere una dignidad
infinita[38]. Quienes se empeñan en la defensa de la dignidad de las personas pueden encontrar
en la fe cristiana los argumentos más profundos para ese compromiso. ¡Qué maravillosa certeza
es que la vida de cada persona no se pierde en un desesperante caos, en un mundo regido por la
pura casualidad o por ciclos que se repiten sin sentido! El Creador puede decir a cada uno de
nosotros: «Antes que te formaras en el seno de tu madre, yo te conocía» ( Jr 1,5). Fuimos
concebidos en el corazón de Dios, y por eso «cada uno de nosotros es el fruto de un pensamiento
de Dios. Cada uno de nosotros es querido, cada uno es amado, cada uno es necesario»[39].
66. Los relatos de la creación en el libro del Génesis contienen, en su lenguaje simbólico y
narrativo, profundas enseñanzas sobre la existencia humana y su realidad histórica. Estas
narraciones sugieren que la existencia humana se basa en tres relaciones fundamentales
estrechamente conectadas: la relación con Dios, con el prójimo y con la tierra. Según la Biblia, las
tres relaciones vitales se han roto, no sólo externamente, sino también dentro de nosotros. Esta
ruptura es el pecado. La armonía entre el Creador, la humanidad y todo lo creado fue destruida
por haber pretendido ocupar el lugar de Dios, negándonos a reconocernos como criaturas
limitadas. Este hecho desnaturalizó también el mandato de « dominar » la tierra (cf. Gn 1,28) y de
«labrarla y cuidarla» (cf. Gn 2,15). Como resultado, la relación originariamente armoniosa entre el
ser humano y la naturaleza se transformó en un conflicto (cf. Gn 3,17-19). Por eso es significativo
que la armonía que vivía san Francisco de Asís con todas las criaturas haya sido interpretada
como una sanación de aquella ruptura. Decía san Buenaventura que, por la reconciliación
universal con todas las criaturas, de algún modo Francisco retornaba al estado de inocencia
primitiva[40]. Lejos de ese modelo, hoy el pecado se manifiesta con toda su fuerza de destrucción
en las guerras, las diversas formas de violencia y maltrato, el abandono de los más frágiles, los
ataques a la naturaleza.
67. No somos Dios. La tierra nos precede y nos ha sido dada. Esto permite responder a una
acusación lanzada al pensamiento judío-cristiano: se ha dicho que, desde el relato del Génesis

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22
que invita a « dominar » la tierra (cf. Gn 1,28), se favorecería la explotación salvaje de la
naturaleza presentando una imagen del ser humano como dominante y destructivo. Esta no es
una correcta interpretación de la Biblia como la entiende la Iglesia. Si es verdad que algunas
veces los cristianos hemos interpretado incorrectamente las Escrituras, hoy debemos rechazar
con fuerza que, del hecho de ser creados a imagen de Dios y del mandato de dominar la tierra, se
deduzca un dominio absoluto sobre las demás criaturas. Es importante leer los textos bíblicos en
su contexto, con una hermenéutica adecuada, y recordar que nos invitan a «labrar y cuidar» el
jardín del mundo (cf. Gn 2,15). Mientras «labrar» significa cultivar, arar o trabajar, «cuidar»
significa proteger, custodiar, preservar, guardar, vigilar. Esto implica una relación de reciprocidad
responsable entre el ser humano y la naturaleza. Cada comunidad puede tomar de la bondad de
la tierra lo que necesita para su supervivencia, pero también tiene el deber de protegerla y de
garantizar la continuidad de su fertilidad para las generaciones futuras. Porque, en definitiva, «la
tierra es del Señor » (Sal 24,1), a él pertenece « la tierra y cuanto hay en ella » (Dt 10,14). Por
eso, Dios niega toda pretensión de propiedad absoluta: « La tierra no puede venderse a
perpetuidad, porque la tierra es mía, y vosotros sois forasteros y huéspedes en mi tierra » (Lv
25,23).
68. Esta responsabilidad ante una tierra que es de Dios implica que el ser humano, dotado de
inteligencia, respete las leyes de la naturaleza y los delicados equilibrios entre los seres de este
mundo, porque « él lo ordenó y fueron creados, él los fijó por siempre, por los siglos, y les dio una
ley que nunca pasará » (Sal 148,5b-6). De ahí que la legislación bíblica se detenga a proponer al
ser humano varias normas, no sólo en relación con los demás seres humanos, sino también en
relación con los demás seres vivos: « Si ves caído en el camino el asno o el buey de tu hermano,
no te desentenderás de ellos […] Cuando encuentres en el camino un nido de ave en un árbol o
sobre la tierra, y esté la madre echada sobre los pichones o sobre los huevos, no tomarás a la
madre con los hijos » (Dt 22,4.6). En esta línea, el descanso del séptimo día no se propone sólo
para el ser humano, sino también « para que reposen tu buey y tu asno » (Ex 23,12). De este
modo advertimos que la Biblia no da lugar a un antropocentrismo despótico que se desentienda
de las demás criaturas.
69. A la vez que podemos hacer un uso responsable de las cosas, estamos llamados a reconocer
que los demás seres vivos tienen un valor propio ante Dios y, «por su simple existencia, lo
bendicen y le dan gloria»[41], porque el Señor se regocija en sus obras (cf. Sal 104,31).
Precisamente por su dignidad única y por estar dotado de inteligencia, el ser humano está
llamado a respetar lo creado con sus leyes internas, ya que «por la sabiduría el Señor fundó la
tierra» (Pr 3,19). Hoy la Iglesia no dice simplemente que las demás criaturas están
completamente subordinadas al bien del ser humano, como si no tuvieran un valor en sí mismas y
nosotros pudiéramos disponer de ellas a voluntad. Por eso los Obispos de Alemania enseñaron
que en las demás criaturas «se podría hablar de la prioridad del ser sobre el ser útiles»[42]. El
Catecismo cuestiona de manera muy directa e insistente lo que sería un antropocentrismo
desviado: «Toda criatura posee su bondad y su perfección propias […] Las distintas criaturas,

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queridas en su ser propio, reflejan, cada una a su manera, un rayo de la sabiduría y de la bondad
infinitas de Dios. Por esto, el hombre debe respetar la bondad propia de cada criatura para evitar
un uso desordenado de las cosas»[43].
70. En la narración sobre Caín y Abel, vemos que los celos condujeron a Caín a cometer la
injusticia extrema con su hermano. Esto a su vez provocó una ruptura de la relación entre Caín y
Dios y entre Caín y la tierra, de la cual fue exiliado. Este pasaje se resume en la dramática
conversación de Dios con Caín. Dios pregunta: «¿Dónde está Abel, tu hermano?». Caín responde
que no lo sabe y Dios le insiste: «¿Qué hiciste? ¡La voz de la sangre de tu hermano clama a mí
desde el suelo! Ahora serás maldito y te alejarás de esta tierra» (Gn 4,9-11). El descuido en el
empeño de cultivar y mantener una relación adecuada con el vecino, hacia el cual tengo el deber
del cuidado y de la custodia, destruye mi relación interior conmigo mismo, con los demás, con
Dios y con la tierra. Cuando todas estas relaciones son descuidadas, cuando la justicia ya no
habita en la tierra, la Biblia nos dice que toda la vida está en peligro. Esto es lo que nos enseña la
narración sobre Noé, cuando Dios amenaza con exterminar la humanidad por su constante
incapacidad de vivir a la altura de las exigencias de la justicia y de la paz: « He decidido acabar
con todos los seres humanos, porque la tierra, a causa de ellos, está llena de violencia » (Gn
6,13). En estos relatos tan antiguos, cargados de profundo simbolismo, ya estaba contenida una
convicción actual: que todo está relacionado, y que el auténtico cuidado de nuestra propia vida y
de nuestras relaciones con la naturaleza es inseparable de la fraternidad, la justicia y la fidelidad a
los demás.
71. Aunque «la maldad se extendía sobre la faz de la tierra» (Gn 6,5) y a Dios «le pesó haber
creado al hombre en la tierra» (Gn 6,6), sin embargo, a través de Noé, que todavía se conservaba
íntegro y justo, decidió abrir un camino de salvación. Así dio a la humanidad la posibilidad de un
nuevo comienzo. ¡Basta un hombre bueno para que haya esperanza! La tradición bíblica
establece claramente que esta rehabilitación implica el redescubrimiento y el respeto de los ritmos
inscritos en la naturaleza por la mano del Creador. Esto se muestra, por ejemplo, en la ley del
Shabbath. El séptimo día, Dios descansó de todas sus obras. Dios ordenó a Israel que cada
séptimo día debía celebrarse como un día de descanso, un Shabbath (cf. Gn 2,2-3; Ex 16,23;
20,10). Por otra parte, también se instauró un año sabático para Israel y su tierra, cada siete años
(cf. Lv 25,1-4), durante el cual se daba un completo descanso a la tierra, no se sembraba y sólo
se cosechaba lo indispensable para subsistir y brindar hospitalidad (cf. Lv 25,4-6). Finalmente,
pasadas siete semanas de años, es decir, cuarenta y nueve años, se celebraba el Jubileo, año de
perdón universal y «de liberación para todos los habitantes» (Lv 25,10). El desarrollo de esta
legislación trató de asegurar el equilibrio y la equidad en las relaciones del ser humano con los
demás y con la tierra donde vivía y trabajaba. Pero al mismo tiempo era un reconocimiento de
que el regalo de la tierra con sus frutos pertenece a todo el pueblo. Aquellos que cultivaban y
custodiaban el territorio tenían que compartir sus frutos, especialmente con los pobres, las viudas,
los huérfanos y los extranjeros: «Cuando coseches la tierra, no llegues hasta la última orilla de tu
campo, ni trates de aprovechar los restos de tu mies. No rebusques en la viña ni recojas los frutos

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caídos del huerto. Los dejarás para el pobre y el forastero» (Lv 19,9-10).
72. Los Salmos con frecuencia invitan al ser humano a alabar a Dios creador: «Al que asentó la
tierra sobre las aguas, porque es eterno su amor» (Sal 136,6). Pero también invitan a las demás
criaturas a alabarlo: «¡Alabadlo, sol y luna, alabadlo, estrellas lucientes, alabadlo, cielos de los
cielos, aguas que estáis sobre los cielos! Alaben ellos el nombre del Señor, porque él lo ordenó y
fueron creados» (Sal 148,3-5). Existimos no sólo por el poder de Dios, sino frente a él y junto a él.
Por eso lo adoramos.
73. Los escritos de los profetas invitan a recobrar la fortaleza en los momentos difíciles
contemplando al Dios poderoso que creó el universo. El poder infinito de Dios no nos lleva a
escapar de su ternura paterna, porque en él se conjugan el cariño y el vigor. De hecho, toda sana
espiritualidad implica al mismo tiempo acoger el amor divino y adorar con confianza al Señor por
su infinito poder. En la Biblia, el Dios que libera y salva es el mismo que creó el universo, y esos
dos modos divinos de actuar están íntima e inseparablemente conectados: «¡Ay, mi Señor! Tú
eres quien hiciste los cielos y la tierra con tu gran poder y tenso brazo. Nada es extraordinario
para ti […] Y sacaste a tu pueblo Israel de Egipto con señales y prodigios» ( Jr 32,17.21). «El
Señor es un Dios eterno, creador de la tierra hasta sus bordes, no se cansa ni fatiga. Es imposible
escrutar su inteligencia. Al cansado da vigor, y al que no tiene fuerzas le acrecienta la energía»
(Is 40,28b-29).
74. La experiencia de la cautividad en Babilonia engendró una crisis espiritual que provocó una
profundización de la fe en Dios, explicitando su omnipotencia creadora, para exhortar al pueblo a
recuperar la esperanza en medio de su situación desdichada. Siglos después, en otro momento
de prueba y persecución, cuando el Imperio Romano buscaba imponer un dominio absoluto, los
fieles volvían a encontrar consuelo y esperanza acrecentando su confianza en el Dios
todopoderoso, y cantaban: «¡Grandes y maravillosas son tus obras, Señor Dios omnipotente,
justos y verdaderos tus caminos!» (Ap 15,3). Si pudo crear el universo de la nada, puede también
intervenir en este mundo y vencer cualquier forma de mal. Entonces, la injusticia no es invencible.
75. No podemos sostener una espiritualidad que olvide al Dios todopoderoso y creador. De ese
modo, terminaríamos adorando otros poderes del mundo, o nos colocaríamos en el lugar del
Señor, hasta pretender pisotear la realidad creada por él sin conocer límites. La mejor manera de
poner en su lugar al ser humano, y de acabar con su pretensión de ser un dominador absoluto de
la tierra, es volver a proponer la figura de un Padre creador y único dueño del mundo, porque de
otro modo el ser humano tenderá siempre a querer imponer a la realidad sus propias leyes e
intereses.
III. El misterio del universo
76. Para la tradición judío-cristiana, decir « creación » es más que decir naturaleza, porque tiene

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que ver con un proyecto del amor de Dios donde cada criatura tiene un valor y un significado. La
naturaleza suele entenderse como un sistema que se analiza, comprende y gestiona, pero la
creación sólo puede ser entendida como un don que surge de la mano abierta del Padre de todos,
como una realidad iluminada por el amor que nos convoca a una comunión universal.
77. «Por la palabra del Señor fueron hechos los cielos» (Sal 33,6). Así se nos indica que el
mundo procedió de una decisión, no del caos o la casualidad, lo cual lo enaltece todavía más.
Hay una opción libre expresada en la palabra creadora. El universo no surgió como resultado de
una omnipotencia arbitraria, de una demostración de fuerza o de un deseo de autoafirmación. La
creación es del orden del amor. El amor de Dios es el móvil fundamental de todo lo creado: «
Amas a todos los seres y no aborreces nada de lo que hiciste, porque, si algo odiaras, no lo
habrías creado » (Sb 11,24). Entonces, cada criatura es objeto de la ternura del Padre, que le da
un lugar en el mundo. Hasta la vida efímera del ser más insignificante es objeto de su amor y, en
esos pocos segundos de existencia, él lo rodea con su cariño. Decía san Basilio Magno que el
Creador es también «la bondad sin envidia»[44], y Dante Alighieri hablaba del « amor que mueve
el sol y las estrellas »[45]. Por eso, de las obras creadas se asciende «hasta su misericordia
amorosa »[46].
78. Al mismo tiempo, el pensamiento judío-cristiano desmitificó la naturaleza. Sin dejar de
admirarla por su esplendor y su inmensidad, ya no le atribuyó un carácter divino. De esa manera
se destaca todavía más nuestro compromiso ante ella. Un retorno a la naturaleza no puede ser a
costa de la libertad y la responsabilidad del ser humano, que es parte del mundo con el deber de
cultivar sus propias capacidades para protegerlo y desarrollar sus potencialidades. Si
reconocemos el valor y la fragilidad de la naturaleza, y al mismo tiempo las capacidades que el
Creador nos otorgó, esto nos permite terminar hoy con el mito moderno del progreso material sin
límites. Un mundo frágil, con un ser humano a quien Dios le confía su cuidado, interpela nuestra
inteligencia para reconocer cómo deberíamos orientar, cultivar y limitar nuestro poder.
79. En este universo, conformado por sistemas abiertos que entran en comunicación unos con
otros, podemos descubrir innumerables formas de relación y participación. Esto lleva a pensar
también al conjunto como abierto a la trascendencia de Dios, dentro de la cual se desarrolla. La fe
nos permite interpretar el sentido y la belleza misteriosa de lo que acontece. La libertad humana
puede hacer su aporte inteligente hacia una evolución positiva, pero también puede agregar
nuevos males, nuevas causas de sufrimiento y verdaderos retrocesos. Esto da lugar a la
apasionante y dramática historia humana, capaz de convertirse en un despliegue de liberación,
crecimiento, salvación y amor, o en un camino de decadencia y de mutua destrucción. Por eso, la
acción de la Iglesia no sólo intenta recordar el deber de cuidar la naturaleza, sino que al mismo
tiempo «debe proteger sobre todo al hombre contra la destrucción de sí mismo»[47].
80. No obstante, Dios, que quiere actuar con nosotros y contar con nuestra cooperación, también
es capaz de sacar algún bien de los males que nosotros realizamos, porque «el Espíritu Santo

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posee una inventiva infinita, propia de la mente divina, que provee a desatar los nudos de los
sucesos humanos, incluso los más complejos e impenetrables»[48]. Él, de algún modo, quiso
limitarse a sí mismo al crear un mundo necesitado de desarrollo, donde muchas cosas que
nosotros consideramos males, peligros o fuentes de sufrimiento, en realidad son parte de los
dolores de parto que nos estimulan a colaborar con el Creador[49]. Él está presente en lo más
íntimo de cada cosa sin condicionar la autonomía de su criatura, y esto también da lugar a la
legítima autonomía de las realidades terrenas[50]. Esa presencia divina, que asegura la
permanencia y el desarrollo de cada ser, «es la continuación de la acción creadora»[51]. El
Espíritu de Dios llenó el universo con virtualidades que permiten que del seno mismo de las cosas
pueda brotar siempre algo nuevo: «La naturaleza no es otra cosa sino la razón de cierto arte,
concretamente el arte divino, inscrito en las cosas, por el cual las cosas mismas se mueven hacia
un fin determinado. Como si el maestro constructor de barcos pudiera otorgar a la madera que
pudiera moverse a sí misma para tomar la forma del barco»[52].
81. El ser humano, si bien supone también procesos evolutivos, implica una novedad no
explicable plenamente por la evolución de otros sistemas abiertos. Cada uno de nosotros tiene en
sí una identidad personal, capaz de entrar en diálogo con los demás y con el mismo Dios. La
capacidad de reflexión, la argumentación, la creatividad, la interpretación, la elaboración artística
y otras capacidades inéditas muestran una singularidad que trasciende el ámbito físico y
biológico. La novedad cualitativa que implica el surgimiento de un ser personal dentro del
universo material supone una acción directa de Dios, un llamado peculiar a la vida y a la relación
de un Tú a otro tú. A partir de los relatos bíblicos, consideramos al ser humano como sujeto, que
nunca puede ser reducido a la categoría de objeto.
82. Pero también sería equivocado pensar que los demás seres vivos deban ser considerados
como meros objetos sometidos a la arbitraria dominación humana. Cuando se propone una visión
de la naturaleza únicamente como objeto de provecho y de interés, esto también tiene serias
consecuencias en la sociedad. La visión que consolida la arbitrariedad del más fuerte ha
propiciado inmensas desigualdades, injusticias y violencia para la mayoría de la humanidad,
porque los recursos pasan a ser del primero que llega o del que tiene más poder: el ganador se
lleva todo. El ideal de armonía, de justicia, de fraternidad y de paz que propone Jesús está en las
antípodas de semejante modelo, y así lo expresaba con respecto a los poderes de su época:
«Los poderosos de las naciones las dominan como señores absolutos, y los grandes las oprimen
con su poder. Que no sea así entre vosotros, sino que el que quiera ser grande sea el servidor »
(Mt 20,25-26).
83. El fin de la marcha del universo está en la plenitud de Dios, que ya ha sido alcanzada por
Cristo resucitado, eje de la maduración universal[53]. Así agregamos un argumento más para
rechazar todo dominio despótico e irresponsable del ser humano sobre las demás criaturas. El fin
último de las demás criaturas no somos nosotros. Pero todas avanzan, junto con nosotros y a
través de nosotros, hacia el término común, que es Dios, en una plenitud trascendente donde

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Cristo resucitado abraza e ilumina todo. Porque el ser humano, dotado de inteligencia y de amor,
y atraído por la plenitud de Cristo, está llamado a reconducir todas las criaturas a su Creador.
IV. El mensaje de cada criatura en la armonía de todo lo creado
84. Cuando insistimos en decir que el ser humano es imagen de Dios, eso no debería llevarnos a
olvidar que cada criatura tiene una función y ninguna es superflua. Todo el universo material es
un lenguaje del amor de Dios, de su desmesurado cariño hacia nosotros. El suelo, el agua, las
montañas, todo es caricia de Dios. La historia de la propia amistad con Dios siempre se desarrolla
en un espacio geográfico que se convierte en un signo personalísimo, y cada uno de nosotros
guarda en la memoria lugares cuyo recuerdo le hace mucho bien. Quien ha crecido entre los
montes, o quien de niño se sentaba junto al arroyo a beber, o quien jugaba en una plaza de su
barrio, cuando vuelve a esos lugares, se siente llamado a recuperar su propia identidad.
85. Dios ha escrito un libro precioso, «cuyas letras son la multitud de criaturas presentes en el
universo»[54]. Bien expresaron los Obispos de Canadá que ninguna criatura queda fuera de esta
manifestación de Dios: «Desde los panoramas más amplios a la forma de vida más ínfima, la
naturaleza es un continuo manantial de maravilla y de temor. Ella es, además, una continua
revelación de lo divino»[55]. Los Obispos de Japón, por su parte, dijeron algo muy sugestivo:
«Percibir a cada criatura cantando el himno de su existencia es vivir gozosamente en el amor de
Dios y en la esperanza»[56]. Esta contemplación de lo creado nos permite descubrir a través de
cada cosa alguna enseñanza que Dios nos quiere transmitir, porque «para el creyente contemplar
lo creado es también escuchar un mensaje, oír una voz paradójica y silenciosa»[57]. Podemos
decir que, «junto a la Revelación propiamente dicha, contenida en la sagrada Escritura, se da una
manifestación divina cuando brilla el sol y cuando cae la noche»[58]. Prestando atención a esa
manifestación, el ser humano aprende a reconocerse a sí mismo en la relación con las demás
criaturas: «Yo me autoexpreso al expresar el mundo; yo exploro mi propia sacralidad al intentar
descifrar la del mundo»[59].
86. El conjunto del universo, con sus múltiples relaciones, muestra mejor la inagotable riqueza de
Dios. Santo Tomás de Aquino remarcaba sabiamente que la multiplicidad y la variedad provienen
«de la intención del primer agente», que quiso que «lo que falta a cada cosa para representar la
bondad divina fuera suplido por las otras»[60], porque su bondad «no puede ser representada
convenientemente por una sola criatura»[61]. Por eso, nosotros necesitamos captar la variedad
de las cosas en sus múltiples relaciones[62]. Entonces, se entiende mejor la importancia y el
sentido de cualquier criatura si se la contempla en el conjunto del proyecto de Dios. Así lo enseña
el Catecismo: «La interdependencia de las criaturas es querida por Dios. El sol y la luna, el cedro
y la florecilla, el águila y el gorrión, las innumerables diversidades y desigualdades significan que
ninguna criatura se basta a sí misma, que no existen sino en dependencia unas de otras, para
complementarse y servirse mutuamente»[63].

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87. Cuando tomamos conciencia del reflejo de Dios que hay en todo lo que existe, el corazón
experimenta el deseo de adorar al Señor por todas sus criaturas y junto con ellas, como se
expresa en el precioso himno de san Francisco de Asís:
«Alabado seas, mi Señor,
con todas tus criaturas,
especialmente el hermano sol,
por quien nos das el día y nos iluminas.
Y es bello y radiante con gran esplendor,
de ti, Altísimo, lleva significación.
Alabado seas, mi Señor,
por la hermana luna y las estrellas,
en el cielo las formaste claras y preciosas, y bellas.
Alabado seas, mi Señor, por el hermano viento
y por el aire, y la nube y el cielo sereno,
y todo tiempo,
por todos ellos a tus criaturas das sustento.
Alabado seas, mi Señor, por la hermana agua,
la cual es muy humilde, y preciosa y casta.
Alabado seas, mi Señor, por el hermano fuego,
por el cual iluminas la noche,
y es bello, y alegre y vigoroso, y fuerte»[64].
88. Los Obispos de Brasil han remarcado que toda la naturaleza, además de manifestar a Dios,
es lugar de su presencia. En cada criatura habita su Espíritu vivificante que nos llama a una
relación con él[65]. El descubrimiento de esta presencia estimula en nosotros el desarrollo de las
«virtudes ecológicas»[66]. Pero cuando decimos esto, no olvidamos que también existe una
distancia infinita, que las cosas de este mundo no poseen la plenitud de Dios. De otro modo,
tampoco haríamos un bien a las criaturas, porque no reconoceríamos su propio y verdadero lugar,
y terminaríamos exigiéndoles indebidamente lo que en su pequeñez no nos pueden dar.
V. Una comunión universal
89. Las criaturas de este mundo no pueden ser consideradas un bien sin dueño: «Son tuyas,
Señor, que amas la vida» (Sb 11,26). Esto provoca la convicción de que, siendo creados por el
mismo Padre, todos los seres del universo estamos unidos por lazos invisibles y conformamos
una especie de familia universal, una sublime comunión que nos mueve a un respeto sagrado,
cariñoso y humilde. Quiero recordar que «Dios nos ha unido tan estrechamente al mundo que nos
rodea, que la desertificación del suelo es como una enfermedad para cada uno, y podemos
lamentar la extinción de una especie como si fuera una mutilación»[67].

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90. Esto no significa igualar a todos los seres vivos y quitarle al ser humano ese valor peculiar
que implica al mismo tiempo una tremenda responsabilidad. Tampoco supone una divinización de
la tierra que nos privaría del llamado a colaborar con ella y a proteger su fragilidad. Estas
concepciones terminarían creando nuevos desequilibrios por escapar de la realidad que nos
interpela[68]. A veces se advierte una obsesión por negar toda preeminencia a la persona
humana, y se lleva adelante una lucha por otras especies que no desarrollamos para defender la
igual dignidad entre los seres humanos. Es verdad que debe preocuparnos que otros seres vivos
no sean tratados irresponsablemente. Pero especialmente deberían exasperarnos las enormes
inequidades que existen entre nosotros, porque seguimos tolerando que unos se consideren más
dignos que otros. Dejamos de advertir que algunos se arrastran en una degradante miseria, sin
posibilidades reales de superación, mientras otros ni siquiera saben qué hacer con lo que poseen,
ostentan vanidosamente una supuesta superioridad y dejan tras de sí un nivel de desperdicio que
sería imposible generalizar sin destrozar el planeta. Seguimos admitiendo en la práctica que unos
se sientan más humanos que otros, como si hubieran nacido con mayores derechos.
91. No puede ser real un sentimiento de íntima unión con los demás seres de la naturaleza si al
mismo tiempo en el corazón no hay ternura, compasión y preocupación por los seres humanos.
Es evidente la incoherencia de quien lucha contra el tráfico de animales en riesgo de extinción,
pero permanece completamente indiferente ante la trata de personas, se desentiende de los
pobres o se empeña en destruir a otro ser humano que le desagrada. Esto pone en riesgo el
sentido de la lucha por el ambiente. No es casual que, en el himno donde san Francisco alaba a
Dios por las criaturas, añada lo siguiente: «Alabado seas, mi Señor, por aquellos que perdonan
por tu amor». Todo está conectado. Por eso se requiere una preocupación por el ambiente unida
al amor sincero hacia los seres humanos y a un constante compromiso ante los problemas de la
sociedad.
92. Por otra parte, cuando el corazón está auténticamente abierto a una comunión universal, nada
ni nadie está excluido de esa fraternidad. Por consiguiente, también es verdad que la indiferencia
o la crueldad ante las demás criaturas de este mundo siempre terminan trasladándose de algún
modo al trato que damos a otros seres humanos. El corazón es uno solo, y la misma miseria que
lleva a maltratar a un animal no tarda en manifestarse en la relación con las demás personas.
Todo ensañamiento con cualquier criatura «es contrario a la dignidad humana»[69]. No podemos
considerarnos grandes amantes si excluimos de nuestros intereses alguna parte de la realidad:
«Paz, justicia y conservación de la creación son tres temas absolutamente ligados, que no podrán
apartarse para ser tratados individualmente so pena de caer nuevamente en el
reduccionismo»[70]. Todo está relacionado, y todos los seres humanos estamos juntos como
hermanos y hermanas en una maravillosa peregrinación, entrelazados por el amor que Dios tiene
a cada una de sus criaturas y que nos une también, con tierno cariño, al hermano sol, a la
hermana luna, al hermano río y a la madre tierra.
VI. Destino común de los bienes

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93. Hoy creyentes y no creyentes estamos de acuerdo en que la tierra es esencialmente una
herencia común, cuyos frutos deben beneficiar a todos. Para los creyentes, esto se convierte en
una cuestión de fidelidad al Creador, porque Dios creó el mundo para todos. Por consiguiente,
todo planteo ecológico debe incorporar una perspectiva social que tenga en cuenta los derechos
fundamentales de los más postergados. El principio de la subordinación de la propiedad privada
al destino universal de los bienes y, por tanto, el derecho universal a su uso es una «regla de oro»
del comportamiento social y el «primer principio de todo el ordenamiento ético-social»[71]. La
tradición cristiana nunca reconoció como absoluto o intocable el derecho a la propiedad privada y
subrayó la función social de cualquier forma de propiedad privada. San Juan Pablo II recordó con
mucho énfasis esta doctrina, diciendo que «Dios ha dado la tierra a todo el género humano para
que ella sustente a todos sus habitantes, sin excluir a nadie ni privilegiar a ninguno»[72]. Son
palabras densas y fuertes. Remarcó que «no sería verdaderamente digno del hombre un tipo de
desarrollo que no respetara y promoviera los derechos humanos, personales y sociales,
económicos y políticos, incluidos los derechos de las naciones y de los pueblos»[73]. Con toda
claridad explicó que «la Iglesia defiende, sí, el legítimo derecho a la propiedad privada, pero
enseña con no menor claridad que sobre toda propiedad privada grava siempre una hipoteca
social, para que los bienes sirvan a la destinación general que Dios les ha dado»[74]. Por lo tanto
afirmó que «no es conforme con el designio de Dios usar este don de modo tal que sus beneficios
favorezcan sólo a unos pocos»[75]. Esto cuestiona seriamente los hábitos injustos de una parte
de la humanidad[76].
94. El rico y el pobre tienen igual dignidad, porque «a los dos los hizo el Señor» (Pr 22,2); «Él
mismo hizo a pequeños y a grandes» (Sb 6,7) y «hace salir su sol sobre malos y buenos» (Mt
5,45). Esto tiene consecuencias prácticas, como las que enunciaron los Obispos de Paraguay:
«Todo campesino tiene derecho natural a poseer un lote racional de tierra donde pueda
establecer su hogar, trabajar para la subsistencia de su familia y tener seguridad existencial. Este
derecho debe estar garantizado para que su ejercicio no sea ilusorio sino real. Lo cual significa
que, además del título de propiedad, el campesino debe contar con medios de educación técnica,
créditos, seguros y comercialización»[77].
95. El medio ambiente es un bien colectivo, patrimonio de toda la humanidad y responsabilidad de
todos. Quien se apropia algo es sólo para administrarlo en bien de todos. Si no lo hacemos,
cargamos sobre la conciencia el peso de negar la existencia de los otros. Por eso, los Obispos de
Nueva Zelanda se preguntaron qué significa el mandamiento «no matarás» cuando «un veinte por
ciento de la población mundial consume recursos en tal medida que roba a las naciones pobres y
a las futuras generaciones lo que necesitan para sobrevivir»[78].
VII. La mirada de Jesús
96. Jesús asume la fe bíblica en el Dios creador y destaca un dato fundamental: Dios es Padre
(cf. Mt 11,25). En los diálogos con sus discípulos, Jesús los invitaba a reconocer la relación

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paterna que Dios tiene con todas las criaturas, y les recordaba con una conmovedora ternura
cómo cada una de ellas es importante a sus ojos: «¿No se venden cinco pajarillos por dos
monedas? Pues bien, ninguno de ellos está olvidado ante Dios» (Lc 12,6). «Mirad las aves del
cielo, que no siembran ni cosechan, y no tienen graneros. Pero el Padre celestial las alimenta»
(Mt 6,26).
97. El Señor podía invitar a otros a estar atentos a la belleza que hay en el mundo porque él
mismo estaba en contacto permanente con la naturaleza y le prestaba una atención llena de
cariño y asombro. Cuando recorría cada rincón de su tierra se detenía a contemplar la hermosura
sembrada por su Padre, e invitaba a sus discípulos a reconocer en las cosas un mensaje divino:
«Levantad los ojos y mirad los campos, que ya están listos para la cosecha» (Jn 4,35). «El reino
de los cielos es como una semilla de mostaza que un hombre siembra en su campo. Es más
pequeña que cualquier semilla, pero cuando crece es mayor que las hortalizas y se hace un
árbol» (Mt 13,31-32).
98. Jesús vivía en armonía plena con la creación, y los demás se asombraban: «¿Quién es este,
que hasta el viento y el mar le obedecen?» (Mt 8,27). No aparecía como un asceta separado del
mundo o enemigo de las cosas agradables de la vida. Refiriéndose a sí mismo expresaba: «Vino
el Hijo del hombre, que come y bebe, y dicen que es un comilón y borracho» (Mt 11,19). Estaba
lejos de las filosofías que despreciaban el cuerpo, la materia y las cosas de este mundo. Sin
embargo, esos dualismos malsanos llegaron a tener una importante influencia en algunos
pensadores cristianos a lo largo de la historia y desfiguraron el Evangelio. Jesús trabajaba con
sus manos, tomando contacto cotidiano con la materia creada por Dios para darle forma con su
habilidad de artesano. Llama la atención que la mayor parte de su vida fue consagrada a esa
tarea, en una existencia sencilla que no despertaba admiración alguna: «¿No es este el
carpintero, el hijo de María?» (Mc 6,3). Así santificó el trabajo y le otorgó un peculiar valor para
nuestra maduración. San Juan Pablo II enseñaba que, «soportando la fatiga del trabajo en unión
con Cristo crucificado por nosotros, el hombre colabora en cierto modo con el Hijo de Dios en la
redención de la humanidad»[79].
99. Para la comprensión cristiana de la realidad, el destino de toda la creación pasa por el
misterio de Cristo, que está presente desde el origen de todas las cosas: «Todo fue creado por él
y para él » (Col 1,16)[80]. El prólogo del Evangelio de Juan (1,1-18) muestra la actividad creadora
de Cristo como Palabra divina (Logos). Pero este prólogo sorprende por su afirmación de que
esta Palabra «se hizo carne» (Jn 1,14). Una Persona de la Trinidad se insertó en el cosmos
creado, corriendo su suerte con él hasta la cruz. Desde el inicio del mundo, pero de modo peculiar
a partir de la encarnación, el misterio de Cristo opera de manera oculta en el conjunto de la
realidad natural, sin por ello afectar su autonomía.
100. El Nuevo Testamento no sólo nos habla del Jesús terreno y de su relación tan concreta y
amable con todo el mundo. También lo muestra como resucitado y glorioso, presente en toda la

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creación con su señorío universal: «Dios quiso que en él residiera toda la Plenitud. Por él quiso
reconciliar consigo todo lo que existe en la tierra y en el cielo, restableciendo la paz por la sangre
de su cruz» (Col 1,19-20). Esto nos proyecta al final de los tiempos, cuando el Hijo entregue al
Padre todas las cosas y «Dios sea todo en todos» (1 Co 15,28). De ese modo, las criaturas de
este mundo ya no se nos presentan como una realidad meramente natural, porque el Resucitado
las envuelve misteriosamente y las orienta a un destino de plenitud. Las mismas flores del campo
y las aves que él contempló admirado con sus ojos humanos, ahora están llenas de su presencia
luminosa.
CAPÍTULO TERCERO
RAÍZ HUMANA DE LA CRISIS ECOLÓGICA
101. No nos servirá describir los síntomas, si no reconocemos la raíz humana de la crisis
ecológica. Hay un modo de entender la vida y la acción humana que se ha desviado y que
contradice la realidad hasta dañarla. ¿Por qué no podemos detenernos a pensarlo? En esta
reflexión propongo que nos concentremos en el paradigma tecnocrático dominante y en el lugar
del ser humano y de su acción en el mundo.
I. La tecnología: creatividad y poder
102. La humanidad ha ingresado en una nueva era en la que el poderío tecnológico nos pone en
una encrucijada. Somos los herederos de dos siglos de enormes olas de cambio: el motor a
vapor, el ferrocarril, el telégrafo, la electricidad, el automóvil, el avión, las industrias químicas, la
medicina moderna, la informática y, más recientemente, la revolución digital, la robótica, las
biotecnologías y las nanotecnologías. Es justo alegrarse ante estos avances, y entusiasmarse
frente a las amplias posibilidades que nos abren estas constantes novedades, porque «la ciencia
y la tecnología son un maravilloso producto de la creatividad humana donada por Dios»[81]. La
modificación de la naturaleza con fines útiles es una característica de la humanidad desde sus
inicios, y así la técnica «expresa la tensión del ánimo humano hacia la superación gradual de
ciertos condicionamientos materiales»[82]. La tecnología ha remediado innumerables males que
dañaban y limitaban al ser humano. No podemos dejar de valorar y de agradecer el progreso
técnico, especialmente en la medicina, la ingeniería y las comunicaciones. ¿Y cómo no reconocer
todos los esfuerzos de muchos científicos y técnicos, que han aportado alternativas para un
desarrollo sostenible?
103. La tecnociencia bien orientada no sólo puede producir cosas realmente valiosas para
mejorar la calidad de vida del ser humano, desde objetos domésticos útiles hasta grandes medios
de transporte, puentes, edificios, lugares públicos. También es capaz de producir lo bello y de

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33
hacer « saltar » al ser humano inmerso en el mundo material al ámbito de la belleza. ¿Se puede
negar la belleza de un avión, o de algunos rascacielos? Hay preciosas obras pictóricas y
musicales logradas con la utilización de nuevos instrumentos técnicos. Así, en la intención de
belleza del productor técnico y en el contemplador de tal belleza, se da el salto a una cierta
plenitud propiamente humana.
104. Pero no podemos ignorar que la energía nuclear, la biotecnología, la informática, el
conocimiento de nuestro propio ADN y otras capacidades que hemos adquirido nos dan un
tremendo poder. Mejor dicho, dan a quienes tienen el conocimiento, y sobre todo el poder
económico para utilizarlo, un dominio impresionante sobre el conjunto de la humanidad y del
mundo entero. Nunca la humanidad tuvo tanto poder sobre sí misma y nada garantiza que vaya a
utilizarlo bien, sobre todo si se considera el modo como lo está haciendo. Basta recordar las
bombas atómicas lanzadas en pleno siglo XX, como el gran despliegue tecnológico ostentado por
el nazismo, por el comunismo y por otros regímenes totalitarios al servicio de la matanza de
millones de personas, sin olvidar que hoy la guerra posee un instrumental cada vez más
mortífero. ¿En manos de quiénes está y puede llegar a estar tanto poder? Es tremendamente
riesgoso que resida en una pequeña parte de la humanidad.
105. Se tiende a creer «que todo incremento del poder constituye sin más un progreso, un
aumento de seguridad, de utilidad, de bienestar, de energía vital, de plenitud de los valores»[83],
como si la realidad, el bien y la verdad brotaran espontáneamente del mismo poder tecnológico y
económico. El hecho es que «el hombre moderno no está preparado para utilizar el poder con
acierto»[84], porque el inmenso crecimiento tecnológico no estuvo acompañado de un desarrollo
del ser humano en responsabilidad, valores, conciencia. Cada época tiende a desarrollar una
escasa autoconciencia de sus propios límites. Por eso es posible que hoy la humanidad no
advierta la seriedad de los desafíos que se presentan, y «la posibilidad de que el hombre utilice
mal el poder crece constantemente » cuando no está « sometido a norma alguna reguladora de la
libertad, sino únicamente a los supuestos imperativos de la utilidad y de la seguridad»[85]. El ser
humano no es plenamente autónomo. Su libertad se enferma cuando se entrega a las fuerzas
ciegas del inconsciente, de las necesidades inmediatas, del egoísmo, de la violencia. En ese
sentido, está desnudo y expuesto frente a su propio poder, que sigue creciendo, sin tener los
elementos para controlarlo. Puede disponer de mecanismos superficiales, pero podemos sostener
que le falta una ética sólida, una cultura y una espiritualidad que realmente lo limiten y lo
contengan en una lúcida abnegación.
II. Globalización del paradigma tecnocrático
106. El problema fundamental es otro más profundo todavía: el modo como la humanidad de
hecho ha asumido la tecnología y su desarrollo junto con un paradigma homogéneo y
unidimensional. En él se destaca un concepto del sujeto que progresivamente, en el proceso
lógico-racional, abarca y así posee el objeto que se halla afuera. Ese sujeto se despliega en el

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establecimiento del método científico con su experimentación, que ya es explícitamente técnica
de posesión, dominio y transformación. Es como si el sujeto se hallara frente a lo informe
totalmente disponible para su manipulación. La intervención humana en la naturaleza siempre ha
acontecido, pero durante mucho tiempo tuvo la característica de acompañar, de plegarse a las
posibilidades que ofrecen las cosas mismas. Se trataba de recibir lo que la realidad natural de
suyo permite, como tendiendo la mano. En cambio ahora lo que interesa es extraer todo lo
posible de las cosas por la imposición de la mano humana, que tiende a ignorar u olvidar la
realidad misma de lo que tiene delante. Por eso, el ser humano y las cosas han dejado de
tenderse amigablemente la mano para pasar a estar enfrentados. De aquí se pasa fácilmente a la
idea de un crecimiento infinito o ilimitado, que ha entusiasmado tanto a economistas, financistas y
tecnólogos. Supone la mentira de la disponibilidad infinita de los bienes del planeta, que lleva a
«estrujarlo» hasta el límite y más allá del límite. Es el presupuesto falso de que «existe una
cantidad ilimitada de energía y de recursos utilizables, que su regeneración inmediata es posible y
que los efectos negativos de las manipulaciones de la naturaleza pueden ser fácilmente
absorbidos»[86].
107. Podemos decir entonces que, en el origen de muchas dificultades del mundo actual, está
ante todo la tendencia, no siempre consciente, a constituir la metodología y los objetivos de la
tecnociencia en un paradigma de comprensión que condiciona la vida de las personas y el
funcionamiento de la sociedad. Los efectos de la aplicación de este molde a toda la realidad,
humana y social, se constatan en la degradación del ambiente, pero este es solamente un signo
del reduccionismo que afecta a la vida humana y a la sociedad en todas sus dimensiones. Hay
que reconocer que los objetos producto de la técnica no son neutros, porque crean un entramado
que termina condicionando los estilos de vida y orientan las posibilidades sociales en la línea de
los intereses de determinados grupos de poder. Ciertas elecciones, que parecen puramente
instrumentales, en realidad son elecciones acerca de la vida social que se quiere desarrollar.
108. No puede pensarse que sea posible sostener otro paradigma cultural y servirse de la técnica
como de un mero instrumento, porque hoy el paradigma tecnocrático se ha vuelto tan dominante
que es muy difícil prescindir de sus recursos, y más difícil todavía es utilizarlos sin ser dominados
por su lógica. Se volvió contracultural elegir un estilo de vida con objetivos que puedan ser al
menos en parte independientes de la técnica, de sus costos y de su poder globalizador y
masificador. De hecho, la técnica tiene una inclinación a buscar que nada quede fuera de su
férrea lógica, y «el hombre que posee la técnica sabe que, en el fondo, esta no se dirige ni a la
utilidad ni al bienestar, sino al dominio; el dominio, en el sentido más extremo de la palabra»[87].
Por eso «intenta controlar tanto los elementos de la naturaleza como los de la existencia
humana»[88]. La capacidad de decisión, la libertad más genuina y el espacio para la creatividad
alternativa de los individuos se ven reducidos.
109. El paradigma tecnocrático también tiende a ejercer su dominio sobre la economía y la
política. La economía asume todo desarrollo tecnológico en función del rédito, sin prestar atención

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a eventuales consecuencias negativas para el ser humano. Las finanzas ahogan a la economía
real. No se aprendieron las lecciones de la crisis financiera mundial y con mucha lentitud se
aprenden las lecciones del deterioro ambiental. En algunos círculos se sostiene que la economía
actual y la tecnología resolverán todos los problemas ambientales, del mismo modo que se
afirma, con lenguajes no académicos, que los problemas del hambre y la miseria en el mundo
simplemente se resolverán con el crecimiento del mercado. No es una cuestión de teorías
económicas, que quizás nadie se atreve hoy a defender, sino de su instalación en el desarrollo
fáctico de la economía. Quienes no lo afirman con palabras lo sostienen con los hechos, cuando
no parece preocuparles una justa dimensión de la producción, una mejor distribución de la
riqueza, un cuidado responsable del ambiente o los derechos de las generaciones futuras. Con
sus comportamientos expresan que el objetivo de maximizar los beneficios es suficiente. Pero el
mercado por sí mismo no garantiza el desarrollo humano integral y la inclusión social[89].
Mientras tanto, tenemos un «superdesarrollo derrochador y consumista, que contrasta de modo
inaceptable con situaciones persistentes de miseria deshumanizadora»[90], y no se elaboran con
suficiente celeridad instituciones económicas y cauces sociales que permitan a los más pobres
acceder de manera regular a los recursos básicos. No se termina de advertir cuáles son las raíces
más profundas de los actuales desajustes, que tienen que ver con la orientación, los fines, el
sentido y el contexto social del crecimiento tecnológico y económico.
110. La especialización propia de la tecnología implica una gran dificultad para mirar el conjunto.
La fragmentación de los saberes cumple su función a la hora de lograr aplicaciones concretas,
pero suele llevar a perder el sentido de la totalidad, de las relaciones que existen entre las cosas,
del horizonte amplio, que se vuelve irrelevante. Esto mismo impide encontrar caminos adecuados
para resolver los problemas más complejos del mundo actual, sobre todo del ambiente y de los
pobres, que no se pueden abordar desde una sola mirada o desde un solo tipo de intereses. Una
ciencia que pretenda ofrecer soluciones a los grandes asuntos, necesariamente debería sumar
todo lo que ha generado el conocimiento en las demás áreas del saber, incluyendo la filosofía y la
ética social. Pero este es un hábito difícil de desarrollar hoy. Por eso tampoco pueden
reconocerse verdaderos horizontes éticos de referencia. La vida pasa a ser un abandonarse a las
circunstancias condicionadas por la técnica, entendida como el principal recurso para interpretar
la existencia. En la realidad concreta que nos interpela, aparecen diversos síntomas que
muestran el error, como la degradación del ambiente, la angustia, la pérdida del sentido de la vida
y de la convivencia. Así se muestra una vez más que «la realidad es superior a la idea»[91].
111. La cultura ecológica no se puede reducir a una serie de respuestas urgentes y parciales a
los problemas que van apareciendo en torno a la degradación del ambiente, al agotamiento de las
reservas naturales y a la contaminación. Debería ser una mirada distinta, un pensamiento, una
política, un programa educativo, un estilo de vida y una espiritualidad que conformen una
resistencia ante el avance del paradigma tecnocrático. De otro modo, aun las mejores iniciativas
ecologistas pueden terminar encerradas en la misma lógica globalizada. Buscar sólo un remedio
técnico a cada problema ambiental que surja es aislar cosas que en la realidad están

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entrelazadas y esconder los verdaderos y más profundos problemas del sistema mundial.
112. Sin embargo, es posible volver a ampliar la mirada, y la libertad humana es capaz de limitar
la técnica, orientarla y colocarla al servicio de otro tipo de progreso más sano, más humano, más
social, más integral. La liberación del paradigma tecnocrático reinante se produce de hecho en
algunas ocasiones. Por ejemplo, cuando comunidades de pequeños productores optan por
sistemas de producción menos contaminantes, sosteniendo un modelo de vida, de gozo y de
convivencia no consumista. O cuando la técnica se orienta prioritariamente a resolver los
problemas concretos de los demás, con la pasión de ayudar a otros a vivir con más dignidad y
menos sufrimiento. También cuando la intención creadora de lo bello y su contemplación logran
superar el poder objetivante en una suerte de salvación que acontece en lo bello y en la persona
que lo contempla. La auténtica humanidad, que invita a una nueva síntesis, parece habitar en
medio de la civilización tecnológica, casi imperceptiblemente, como la niebla que se filtra bajo la
puerta cerrada. ¿Será una promesa permanente, a pesar de todo, brotando como una
empecinada resistencia de lo auténtico?
113. Por otra parte, la gente ya no parece creer en un futuro feliz, no confía ciegamente en un
mañana mejor a partir de las condiciones actuales del mundo y de las capacidades técnicas.
Toma conciencia de que el avance de la ciencia y de la técnica no equivale al avance de la
humanidad y de la historia, y vislumbra que son otros los caminos fundamentales para un futuro
feliz. No obstante, tampoco se imagina renunciando a las posibilidades que ofrece la tecnología.
La humanidad se ha modificado profundamente, y la sumatoria de constantes novedades
consagra una fugacidad que nos arrastra por la superficie, en una única dirección. Se hace difícil
detenernos para recuperar la profundidad de la vida. Si la arquitectura refleja el espíritu de una
época, las megaestructuras y las casas en serie expresan el espíritu de la técnica globalizada,
donde la permanente novedad de los productos se une a un pesado aburrimiento. No nos
resignemos a ello y no renunciemos a preguntarnos por los fines y por el sentido de todo. De otro
modo, sólo legitimaremos la situación vigente y necesitaremos más sucedáneos para soportar el
vacío.
114. Lo que está ocurriendo nos pone ante la urgencia de avanzar en una valiente revolución
cultural. La ciencia y la tecnología no son neutrales, sino que pueden implicar desde el comienzo
hasta el final de un proceso diversas intenciones o posibilidades, y pueden configurarse de
distintas maneras. Nadie pretende volver a la época de las cavernas, pero sí es indispensable
aminorar la marcha para mirar la realidad de otra manera, recoger los avances positivos y
sostenibles, y a la vez recuperar los valores y los grandes fines arrasados por un desenfreno
megalómano.
III. Crisis y consecuencias del antropocentrismo moderno
115. El antropocentrismo moderno, paradójicamente, ha terminado colocando la razón técnica

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sobre la realidad, porque este ser humano «ni siente la naturaleza como norma válida, ni menos
aún como refugio viviente. La ve sin hacer hipótesis, prácticamente, como lugar y objeto de una
tarea en la que se encierra todo, siéndole indiferente lo que con ello suceda»[92]. De ese modo,
se debilita el valor que tiene el mundo en sí mismo. Pero si el ser humano no redescubre su
verdadero lugar, se entiende mal a sí mismo y termina contradiciendo su propia realidad: «No
sólo la tierra ha sido dada por Dios al hombre, el cual debe usarla respetando la intención
originaria de que es un bien, según la cual le ha sido dada; incluso el hombre es para sí mismo un
don de Dios y, por tanto, debe respetar la estructura natural y moral de la que ha sido
dotado»[93].
116. En la modernidad hubo una gran desmesura antropocéntrica que, con otro ropaje, hoy sigue
dañando toda referencia común y todo intento por fortalecer los lazos sociales. Por eso ha llegado
el momento de volver a prestar atención a la realidad con los límites que ella impone, que a su
vez son la posibilidad de un desarrollo humano y social más sano y fecundo. Una presentación
inadecuada de la antropología cristiana pudo llegar a respaldar una concepción equivocada sobre
la relación del ser humano con el mundo. Se transmitió muchas veces un sueño prometeico de
dominio sobre el mundo que provocó la impresión de que el cuidado de la naturaleza es cosa de
débiles. En cambio, la forma correcta de interpretar el concepto del ser humano como « señor »
del universo consiste en entenderlo como administrador responsable[94].
117. La falta de preocupación por medir el daño a la naturaleza y el impacto ambiental de las
decisiones es sólo el reflejo muy visible de un desinterés por reconocer el mensaje que la
naturaleza lleva inscrito en sus mismas estructuras. Cuando no se reconoce en la realidad misma
el valor de un pobre, de un embrión humano, de una persona con discapacidad –por poner sólo
algunos ejemplos–, difícilmente se escucharán los gritos de la misma naturaleza. Todo está
conectado. Si el ser humano se declara autónomo de la realidad y se constituye en dominador
absoluto, la misma base de su existencia se desmorona, porque, «en vez de desempeñar su
papel de colaborador de Dios en la obra de la creación, el hombre suplanta a Dios y con ello
provoca la rebelión de la naturaleza»[95].
118. Esta situación nos lleva a una constante esquizofrenia, que va de la exaltación tecnocrática
que no reconoce a los demás seres un valor propio, hasta la reacción de negar todo valor peculiar
al ser humano. Pero no se puede prescindir de la humanidad. No habrá una nueva relación con la
naturaleza sin un nuevo ser humano. No hay ecología sin una adecuada antropología. Cuando la
persona humana es considerada sólo un ser más entre otros, que procede de los juegos del azar
o de un determinismo físico, «se corre el riesgo de que disminuya en las personas la conciencia
de la responsabilidad»[96]. Un antropocentrismo desviado no necesariamente debe dar paso a un
«biocentrismo», porque eso implicaría incorporar un nuevo desajuste que no sólo no resolverá los
problemas sino que añadirá otros. No puede exigirse al ser humano un compromiso con respecto
al mundo si no se reconocen y valoran al mismo tiempo sus capacidades peculiares de
conocimiento, voluntad, libertad y responsabilidad.

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119. La crítica al antropocentrismo desviado tampoco debería colocar en un segundo plano el
valor de las relaciones entre las personas. Si la crisis ecológica es una eclosión o una
manifestación externa de la crisis ética, cultural y espiritual de la modernidad, no podemos
pretender sanar nuestra relación con la naturaleza y el ambiente sin sanar todas las relaciones
básicas del ser humano. Cuando el pensamiento cristiano reclama un valor peculiar para el ser
humano por encima de las demás criaturas, da lugar a la valoración de cada persona humana, y
así provoca el reconocimiento del otro. La apertura a un «tú» capaz de conocer, amar y dialogar
sigue siendo la gran nobleza de la persona humana. Por eso, para una adecuada relación con el
mundo creado no hace falta debilitar la dimensión social del ser humano y tampoco su dimensión
trascendente, su apertura al «Tú» divino. Porque no se puede proponer una relación con el
ambiente aislada de la relación con las demás personas y con Dios. Sería un individualismo
romántico disfrazado de belleza ecológica y un asfixiante encierro en la inmanencia.
120. Dado que todo está relacionado, tampoco es compatible la defensa de la naturaleza con la
justificación del aborto. No parece factible un camino educativo para acoger a los seres débiles
que nos rodean, que a veces son molestos o inoportunos, si no se protege a un embrión humano
aunque su llegada sea causa de molestias y dificultades: «Si se pierde la sensibilidad personal y
social para acoger una nueva vida, también se marchitan otras formas de acogida provechosas
para la vida social»[97].
121. Está pendiente el desarrollo de una nueva síntesis que supere falsas dialécticas de los
últimos siglos. El mismo cristianismo, manteniéndose fiel a su identidad y al tesoro de verdad que
recibió de Jesucristo, siempre se repiensa y se reexpresa en el diálogo con las nuevas
situaciones históricas, dejando brotar así su eterna novedad[98].
El relativismo práctico
122. Un antropocentrismo desviado da lugar a un estilo de vida desviado. En la Exhortación
apostólica Evangelii gaudium me referí al relativismo práctico que caracteriza nuestra época, y
que es «todavía más peligroso que el doctrinal»[99]. Cuando el ser humano se coloca a sí mismo
en el centro, termina dando prioridad absoluta a sus conveniencias circunstanciales, y todo lo
demás se vuelve relativo. Por eso no debería llamar la atención que, junto con la omnipresencia
del paradigma tecnocrático y la adoración del poder humano sin límites, se desarrolle en los
sujetos este relativismo donde todo se vuelve irrelevante si no sirve a los propios intereses
inmediatos. Hay en esto una lógica que permite comprender cómo se alimentan mutuamente
diversas actitudes que provocan al mismo tiempo la degradación ambiental y la degradación
social.
123. La cultura del relativismo es la misma patología que empuja a una persona a aprovecharse
de otra y a tratarla como mero objeto, obligándola a trabajos forzados, o convirtiéndola en esclava
a causa de una deuda. Es la misma lógica que lleva a la explotación sexual de los niños, o al

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abandono de los ancianos que no sirven para los propios intereses. Es también la lógica interna
de quien dice: « Dejemos que las fuerzas invisibles del mercado regulen la economía, porque sus
impactos sobre la sociedad y sobre la naturaleza son daños inevitables ». Si no hay verdades
objetivas ni principios sólidos, fuera de la satisfacción de los propios proyectos y de las
necesidades inmediatas, ¿qué límites pueden tener la trata de seres humanos, la criminalidad
organizada, el narcotráfico, el comercio de diamantes ensangrentados y de pieles de animales en
vías de extinción? ¿No es la misma lógica relativista la que justifica la compra de órganos a los
pobres con el fin de venderlos o de utilizarlos para experimentación, o el descarte de niños
porque no responden al deseo de sus padres? Es la misma lógica del «usa y tira», que genera
tantos residuos sólo por el deseo desordenado de consumir más de lo que realmente se necesita.
Entonces no podemos pensar que los proyectos políticos o la fuerza de la ley serán suficientes
para evitar los comportamientos que afectan al ambiente, porque, cuando es la cultura la que se
corrompe y ya no se reconoce alguna verdad objetiva o unos principios universalmente válidos,
las leyes sólo se entenderán como imposiciones arbitrarias y como obstáculos a evitar.
Necesidad de preservar el trabajo
124. En cualquier planteo sobre una ecología integral, que no excluya al ser humano, es
indispensable incorporar el valor del trabajo, tan sabiamente desarrollado por san Juan Pablo II
en su encíclica Laborem exercens. Recordemos que, según el relato bíblico de la creación, Dios
colocó al ser humano en el jardín recién creado (cf. Gn 2,15) no sólo para preservar lo existente
(cuidar), sino para trabajar sobre ello de manera que produzca frutos (labrar). Así, los obreros y
artesanos «aseguran la creación eterna» (Si 38,34). En realidad, la intervención humana que
procura el prudente desarrollo de lo creado es la forma más adecuada de cuidarlo, porque implica
situarse como instrumento de Dios para ayudar a brotar las potencialidades que él mismo colocó
en las cosas: «Dios puso en la tierra medicinas y el hombre prudente no las desprecia» (Si 38,4).
125. Si intentamos pensar cuáles son las relaciones adecuadas del ser humano con el mundo
que lo rodea, emerge la necesidad de una correcta concepción del trabajo porque, si hablamos
sobre la relación del ser humano con las cosas, aparece la pregunta por el sentido y la finalidad
de la acción humana sobre la realidad. No hablamos sólo del trabajo manual o del trabajo con la
tierra, sino de cualquier actividad que implique alguna transformación de lo existente, desde la
elaboración de un informe social hasta el diseño de un desarrollo tecnológico. Cualquier forma de
trabajo tiene detrás una idea sobre la relación que el ser humano puede o debe establecer con lo
otro de sí. La espiritualidad cristiana, junto con la admiración contemplativa de las criaturas que
encontramos en san Francisco de Asís, ha desarrollado también una rica y sana comprensión
sobre el trabajo, como podemos encontrar, por ejemplo, en la vida del beato Carlos de Foucauld y
sus discípulos.
126. Recojamos también algo de la larga tradición del monacato. Al comienzo favorecía en cierto
modo la fuga del mundo, intentando escapar de la decadencia urbana. Por eso, los monjes

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buscaban el desierto, convencidos de que era el lugar adecuado para reconocer la presencia de
Dios. Posteriormente, san Benito de Nursia propuso que sus monjes vivieran en comunidad
combinando la oración y la lectura con el trabajo manual (ora et labora). Esta introducción del
trabajo manual impregnado de sentido espiritual fue revolucionaria. Se aprendió a buscar la
maduración y la santificación en la compenetración entre el recogimiento y el trabajo. Esa manera
de vivir el trabajo nos vuelve más cuidadosos y respetuosos del ambiente, impregna de sana
sobriedad nuestra relación con el mundo.
127. Decimos que «el hombre es el autor, el centro y el fin de toda la vida económico-
social»[100]. No obstante, cuando en el ser humano se daña la capacidad de contemplar y de
respetar, se crean las condiciones para que el sentido del trabajo se desfigure[101]. Conviene
recordar siempre que el ser humano es «capaz de ser por sí mismo agente responsable de su
mejora material, de su progreso moral y de su desarrollo espiritual»[102]. El trabajo debería ser el
ámbito de este múltiple desarrollo personal, donde se ponen en juego muchas dimensiones de la
vida: la creatividad, la proyección del futuro, el desarrollo de capacidades, el ejercicio de los
valores, la comunicación con los demás, una actitud de adoración. Por eso, en la actual realidad
social mundial, más allá de los intereses limitados de las empresas y de una cuestionable
racionalidad económica, es necesario que «se siga buscando como prioridad el objetivo del
acceso al trabajo por parte de todos»[103].
128. Estamos llamados al trabajo desde nuestra creación. No debe buscarse que el progreso
tecnológico reemplace cada vez más el trabajo humano, con lo cual la humanidad se dañaría a sí
misma. El trabajo es una necesidad, parte del sentido de la vida en esta tierra, camino de
maduración, de desarrollo humano y de realización personal. En este sentido, ayudar a los pobres
con dinero debe ser siempre una solución provisoria para resolver urgencias. El gran objetivo
debería ser siempre permitirles una vida digna a través del trabajo. Pero la orientación de la
economía ha propiciado un tipo de avance tecnológico para reducir costos de producción en
razón de la disminución de los puestos de trabajo, que se reemplazan por máquinas. Es un modo
más como la acción del ser humano puede volverse en contra de él mismo. La disminución de los
puestos de trabajo «tiene también un impacto negativo en el plano económico por el progresivo
desgaste del “capital social”, es decir, del conjunto de relaciones de confianza, fiabilidad, y
respeto de las normas, que son indispensables en toda convivencia civil»[104]. En definitiva, «los
costes humanos son siempre también costes económicos y las disfunciones económicas
comportan igualmente costes humanos»[105]. Dejar de invertir en las personas para obtener un
mayor rédito inmediato es muy mal negocio para la sociedad.
129. Para que siga siendo posible dar empleo, es imperioso promover una economía que
favorezca la diversidad productiva y la creatividad empresarial. Por ejemplo, hay una gran
variedad de sistemas alimentarios campesinos y de pequeña escala que sigue alimentando a la
mayor parte de la población mundial, utilizando una baja proporción del territorio y del agua, y
produciendo menos residuos, sea en pequeñas parcelas agrícolas, huertas, caza y recolección

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41
silvestre o pesca artesanal. Las economías de escala, especialmente en el sector agrícola,
terminan forzando a los pequeños agricultores a vender sus tierras o a abandonar sus cultivos
tradicionales. Los intentos de algunos de ellos por avanzar en otras formas de producción más
diversificadas terminan siendo inútiles por la dificultad de conectarse con los mercados regionales
y globales o porque la infraestructura de venta y de transporte está al servicio de las grandes
empresas. Las autoridades tienen el derecho y la responsabilidad de tomar medidas de claro y
firme apoyo a los pequeños productores y a la variedad productiva. Para que haya una libertad
económica de la que todos efectivamente se beneficien, a veces puede ser necesario poner
límites a quienes tienen mayores recursos y poder financiero. Una libertad económica sólo
declamada, pero donde las condiciones reales impiden que muchos puedan acceder realmente a
ella, y donde se deteriora el acceso al trabajo, se convierte en un discurso contradictorio que
deshonra a la política. La actividad empresarial, que es una noble vocación orientada a producir
riqueza y a mejorar el mundo para todos, puede ser una manera muy fecunda de promover la
región donde instala sus emprendimientos, sobre todo si entiende que la creación de puestos de
trabajo es parte ineludible de su servicio al bien común.
Innovación biológica a partir de la investigación
130. En la visión filosófica y teológica de la creación que he tratado de proponer, queda claro que
la persona humana, con la peculiaridad de su razón y de su ciencia, no es un factor externo que
deba ser totalmente excluido. No obstante, si bien el ser humano puede intervenir en vegetales y
animales, y hacer uso de ellos cuando es necesario para su vida, el Catecismo enseña que las
experimentaciones con animales sólo son legítimas «si se mantienen en límites razonables y
contribuyen a cuidar o salvar vidas humanas»[106]. Recuerda con firmeza que el poder humano
tiene límites y que «es contrario a la dignidad humana hacer sufrir inútilmente a los animales y
sacrificar sin necesidad sus vidas»[107]. Todo uso y experimentación «exige un respeto religioso
de la integridad de la creación»[108].
131. Quiero recoger aquí la equilibrada posición de san Juan Pablo II, quien resaltaba los
beneficios de los adelantos científicos y tecnológicos, que «manifiestan cuán noble es la vocación
del hombre a participar responsablemente en la acción creadora de Dios», pero al mismo tiempo
recordaba que «toda intervención en un área del ecosistema debe considerar sus consecuencias
en otras áreas»[109]. Expresaba que la Iglesia valora el aporte «del estudio y de las aplicaciones
de la biología molecular, completada con otras disciplinas, como la genética, y su aplicación
tecnológica en la agricultura y en la industria»[110], aunque también decía que esto no debe dar
lugar a una «indiscriminada manipulación genética»[111] que ignore los efectos negativos de
estas intervenciones. No es posible frenar la creatividad humana. Si no se puede prohibir a un
artista el despliegue de su capacidad creadora, tampoco se puede inhabilitar a quienes tienen
especiales dones para el desarrollo científico y tecnológico, cuyas capacidades han sido donadas
por Dios para el servicio a los demás. Al mismo tiempo, no pueden dejar de replantearse los
objetivos, los efectos, el contexto y los límites éticos de esa actividad humana que es una forma

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42
de poder con altos riesgos.
132. En este marco debería situarse cualquier reflexión acerca de la intervención humana sobre
los vegetales y animales, que hoy implica mutaciones genéticas generadas por la biotecnología,
en orden a aprovechar las posibilidades presentes en la realidad material. El respeto de la fe a la
razón implica prestar atención a lo que la misma ciencia biológica, desarrollada de manera
independiente con respecto a los intereses económicos, puede enseñar acerca de las estructuras
biológicas y de sus posibilidades y mutaciones. En todo caso, una intervención legítima es aquella
que actúa en la naturaleza «para ayudarla a desarrollarse en su línea, la de la creación, la querida
por Dios»[112].
133. Es difícil emitir un juicio general sobre el desarrollo de organismos genéticamente
modificados (OMG), vegetales o animales, médicos o agropecuarios, ya que pueden ser muy
diversos entre sí y requerir distintas consideraciones. Por otra parte, los riesgos no siempre se
atribuyen a la técnica misma sino a su aplicación inadecuada o excesiva. En realidad, las
mutaciones genéticas muchas veces fueron y son producidas por la misma naturaleza. Ni siquiera
aquellas provocadas por la intervención humana son un fenómeno moderno. La domesticación de
animales, el cruzamiento de especies y otras prácticas antiguas y universalmente aceptadas
pueden incluirse en estas consideraciones. Cabe recordar que el inicio de los desarrollos
científicos de cereales transgénicos estuvo en la observación de una bacteria que natural y
espontáneamente producía una modificación en el genoma de un vegetal. Pero en la naturaleza
estos procesos tienen un ritmo lento, que no se compara con la velocidad que imponen los
avances tecnológicos actuales, aun cuando estos avances tengan detrás un desarrollo científico
de varios siglos.
134. Si bien no hay comprobación contundente acerca del daño que podrían causar los cereales
transgénicos a los seres humanos, y en algunas regiones su utilización ha provocado un
crecimiento económico que ayudó a resolver problemas, hay dificultades importantes que no
deben ser relativizadas. En muchos lugares, tras la introducción de estos cultivos, se constata
una concentración de tierras productivas en manos de pocos debido a «la progresiva
desaparición de pequeños productores que, como consecuencia de la pérdida de las tierras
explotadas, se han visto obligados a retirarse de la producción directa»[113].Los más frágiles se
convierten en trabajadores precarios, y muchos empleados rurales terminan migrando a
miserables asentamientos de las ciudades. La expansión de la frontera de estos cultivos arrasa
con el complejo entramado de los ecosistemas, disminuye la diversidad productiva y afecta el
presente y el futuro de las economías regionales. En varios países se advierte una tendencia al
desarrollo de oligopolios en la producción de granos y de otros productos necesarios para su
cultivo, y la dependencia se agrava si se piensa en la producción de granos estériles que
terminaría obligando a los campesinos a comprarlos a las empresas productoras.
135. Sin duda hace falta una atención constante, que lleve a considerar todos los aspectos éticos

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43
implicados. Para eso hay que asegurar una discusión científica y social que sea responsable y
amplia, capaz de considerar toda la información disponible y de llamar a las cosas por su nombre.
A veces no se pone sobre la mesa la totalidad de la información, que se selecciona de acuerdo
con los propios intereses, sean políticos, económicos o ideológicos. Esto vuelve difícil desarrollar
un juicio equilibrado y prudente sobre las diversas cuestiones, considerando todas las variables
atinentes. Es preciso contar con espacios de discusión donde todos aquellos que de algún modo
se pudieran ver directa o indirectamente afectados (agricultores, consumidores, autoridades,
científicos, semilleras, poblaciones vecinas a los campos fumigados y otros) puedan exponer sus
problemáticas o acceder a información amplia y fidedigna para tomar decisiones tendientes al
bien común presente y futuro. Es una cuestión ambiental de carácter complejo, por lo cual su
tratamiento exige una mirada integral de todos sus aspectos, y esto requeriría al menos un mayor
esfuerzo para financiar diversas líneas de investigación libre e interdisciplinaria que puedan
aportar nueva luz.
136. Por otra parte, es preocupante que cuando algunos movimientos ecologistas defienden la
integridad del ambiente, y con razón reclaman ciertos límites a la investigación científica, a veces
no aplican estos mismos principios a la vida humana. Se suele justificar que se traspasen todos
los límites cuando se experimenta con embriones humanos vivos. Se olvida que el valor
inalienable de un ser humano va más allá del grado de su desarrollo. De ese modo, cuando la
técnica desconoce los grandes principios éticos, termina considerando legítima cualquier práctica.
Como vimos en este capítulo, la técnica separada de la ética difícilmente será capaz de
autolimitar su poder.
CAPÍTULO CUARTO
UNA ECOLOGÍA INTEGRAL
137. Dado que todo está íntimamente relacionado, y que los problemas actuales requieren una
mirada que tenga en cuenta todos los factores de la crisis mundial, propongo que nos
detengamos ahora a pensar en los distintos aspectos de una ecología integral, que incorpore
claramente las dimensiones humanas y sociales.
I. Ecología ambiental, económica y social
138. La ecología estudia las relaciones entre los organismos vivientes y el ambiente donde se
desarrollan. También exige sentarse a pensar y a discutir acerca de las condiciones de vida y de
supervivencia de una sociedad, con la honestidad para poner en duda modelos de desarrollo,
producción y consumo. No está de más insistir en que todo está conectado. El tiempo y el espacio
no son independientes entre sí, y ni siquiera los átomos o las partículas subatómicas se pueden

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44
considerar por separado. Así como los distintos componentes del planeta –físicos, químicos y
biológicos– están relacionados entre sí, también las especies vivas conforman una red que nunca
terminamos de reconocer y comprender. Buena parte de nuestra información genética se
comparte con muchos seres vivos. Por eso, los conocimientos fragmentarios y aislados pueden
convertirse en una forma de ignorancia si se resisten a integrarse en una visión más amplia de la
realidad.
139. Cuando se habla de «medio ambiente», se indica particularmente una relación, la que existe
entre la naturaleza y la sociedad que la habita. Esto nos impide entender la naturaleza como algo
separado de nosotros o como un mero marco de nuestra vida. Estamos incluidos en ella, somos
parte de ella y estamos interpenetrados. Las razones por las cuales un lugar se contamina exigen
un análisis del funcionamiento de la sociedad, de su economía, de su comportamiento, de sus
maneras de entender la realidad. Dada la magnitud de los cambios, ya no es posible encontrar
una respuesta específica e independiente para cada parte del problema. Es fundamental buscar
soluciones integrales que consideren las interacciones de los sistemas naturales entre sí y con los
sistemas sociales. No hay dos crisis separadas, una ambiental y otra social, sino una sola y
compleja crisis socio-ambiental. Las líneas para la solución requieren una aproximación integral
para combatir la pobreza, para devolver la dignidad a los excluidos y simultáneamente para cuidar
la naturaleza.
140. Debido a la cantidad y variedad de elementos a tener en cuenta, a la hora de determinar el
impacto ambiental de un emprendimiento concreto, se vuelve indispensable dar a los
investigadores un lugar preponderante y facilitar su interacción, con amplia libertad académica.
Esta investigación constante debería permitir reconocer también cómo las distintas criaturas se
relacionan conformando esas unidades mayores que hoy llamamos «ecosistemas». No los
tenemos en cuenta sólo para determinar cuál es su uso racional, sino porque poseen un valor
intrínseco independiente de ese uso. Así como cada organismo es bueno y admirable en sí
mismo por ser una criatura de Dios, lo mismo ocurre con el conjunto armonioso de organismos en
un espacio determinado, funcionando como un sistema. Aunque no tengamos conciencia de ello,
dependemos de ese conjunto para nuestra propia existencia. Cabe recordar que los ecosistemas
intervienen en el secuestro de dióxido de carbono, en la purificación del agua, en el control de
enfermedades y plagas, en la formación del suelo, en la descomposición de residuos y en
muchísimos otros servicios que olvidamos o ignoramos. Cuando advierten esto, muchas personas
vuelven a tomar conciencia de que vivimos y actuamos a partir de una realidad que nos ha sido
previamente regalada, que es anterior a nuestras capacidades y a nuestra existencia. Por eso,
cuando se habla de «uso sostenible», siempre hay que incorporar una consideración sobre la
capacidad de regeneración de cada ecosistema en sus diversas áreas y aspectos.
141. Por otra parte, el crecimiento económico tiende a producir automatismos y a homogeneizar,
en orden a simplificar procedimientos y a reducir costos. Por eso es necesaria una ecología
económica, capaz de obligar a considerar la realidad de manera más amplia. Porque «la

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45
protección del medio ambiente deberá constituir parte integrante del proceso de desarrollo y no
podrá considerarse en forma aislada»[114]. Pero al mismo tiempo se vuelve actual la necesidad
imperiosa del humanismo, que de por sí convoca a los distintos saberes, también al económico,
hacia una mirada más integral e integradora. Hoy el análisis de los problemas ambientales es
inseparable del análisis de los contextos humanos, familiares, laborales, urbanos, y de la relación
de cada persona consigo misma, que genera un determinado modo de relacionarse con los
demás y con el ambiente. Hay una interacción entre los ecosistemas y entre los diversos mundos
de referencia social, y así se muestra una vez más que «el todo es superior a la parte»[115].
142. Si todo está relacionado, también la salud de las instituciones de una sociedad tiene
consecuencias en el ambiente y en la calidad de vida humana: «Cualquier menoscabo de la
solidaridad y del civismo produce daños ambientales»[116]. En ese sentido, la ecología social es
necesariamente institucional, y alcanza progresivamente las distintas dimensiones que van desde
el grupo social primario, la familia, pasando por la comunidad local y la nación, hasta la vida
internacional. Dentro de cada uno de los niveles sociales y entre ellos, se desarrollan las
instituciones que regulan las relaciones humanas. Todo lo que las dañe entraña efectos nocivos,
como la perdida de la libertad, la injusticia y la violencia. Varios países se rigen con un nivel
institucional precario, a costa del sufrimiento de las poblaciones y en beneficio de quienes se
lucran con ese estado de cosas. Tanto en la administración del Estado, como en las distintas
expresiones de la sociedad civil, o en las relaciones de los habitantes entre sí, se registran con
excesiva frecuencia conductas alejadas de las leyes. Estas pueden ser dictadas en forma
correcta, pero suelen quedar como letra muerta. ¿Puede esperarse entonces que la legislación y
las normas relacionadas con el medio ambiente sean realmente eficaces? Sabemos, por ejemplo,
que países poseedores de una legislación clara para la protección de bosques siguen siendo
testigos mudos de la frecuente violación de estas leyes. Además, lo que sucede en una región
ejerce, directa o indirectamente, influencias en las demás regiones. Así, por ejemplo, el consumo
de narcóticos en las sociedades opulentas provoca una constante y creciente demanda de
productos originados en regiones empobrecidas, donde se corrompen conductas, se destruyen
vidas y se termina degradando el ambiente.
II. Ecología cultural
143. Junto con el patrimonio natural, hay un patrimonio histórico, artístico y cultural, igualmente
amenazado. Es parte de la identidad común de un lugar y una base para construir una ciudad
habitable. No se trata de destruir y de crear nuevas ciudades supuestamente más ecológicas,
donde no siempre se vuelve deseable vivir. Hace falta incorporar la historia, la cultura y la
arquitectura de un lugar, manteniendo su identidad original. Por eso, la ecología también supone
el cuidado de las riquezas culturales de la humanidad en su sentido más amplio. De manera más
directa, reclama prestar atención a las culturas locales a la hora de analizar cuestiones
relacionadas con el medio ambiente, poniendo en diálogo el lenguaje científico-técnico con el
lenguaje popular. Es la cultura no sólo en el sentido de los monumentos del pasado, sino

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especialmente en su sentido vivo, dinámico y participativo, que no puede excluirse a la hora de
repensar la relación del ser humano con el ambiente.
144. La visión consumista del ser humano, alentada por los engranajes de la actual economía
globalizada, tiende a homogeneizar las culturas y a debilitar la inmensa variedad cultural, que es
un tesoro de la humanidad. Por eso, pretender resolver todas las dificultades a través de
normativas uniformes o de intervenciones técnicas lleva a desatender la complejidad de las
problemáticas locales, que requieren la intervención activa de los habitantes. Los nuevos
procesos que se van gestando no siempre pueden ser incorporados en esquemas establecidos
desde afuera, sino que deben partir de la misma cultura local. Así como la vida y el mundo son
dinámicos, el cuidado del mundo debe ser flexible y dinámico. Las soluciones meramente
técnicas corren el riesgo de atender a síntomas que no responden a las problemáticas más
profundas. Hace falta incorporar la perspectiva de los derechos de los pueblos y las culturas, y así
entender que el desarrollo de un grupo social supone un proceso histórico dentro de un contexto
cultural y requiere del continuado protagonismo de los actores sociales locales desde su propia
cultura. Ni siquiera la noción de calidad de vida puede imponerse, sino que debe entenderse
dentro del mundo de símbolos y hábitos propios de cada grupo humano.
145. Muchas formas altamente concentradas de explotación y degradación del medio ambiente
no sólo pueden acabar con los recursos de subsistencia locales, sino también con capacidades
sociales que han permitido un modo de vida que durante mucho tiempo ha otorgado identidad
cultural y un sentido de la existencia y de la convivencia. La desaparición de una cultura puede
ser tanto o más grave que la desaparición de una especie animal o vegetal. La imposición de un
estilo hegemónico de vida ligado a un modo de producción puede ser tan dañina como la
alteración de los ecosistemas.
146. En este sentido, es indispensable prestar especial atención a las comunidades aborígenes
con sus tradiciones culturales. No son una simple minoría entre otras, sino que deben convertirse
en los principales interlocutores, sobre todo a la hora de avanzar en grandes proyectos que
afecten a sus espacios. Para ellos, la tierra no es un bien económico, sino don de Dios y de los
antepasados que descansan en ella, un espacio sagrado con el cual necesitan interactuar para
sostener su identidad y sus valores. Cuando permanecen en sus territorios, son precisamente
ellos quienes mejor los cuidan. Sin embargo, en diversas partes del mundo, son objeto de
presiones para que abandonen sus tierras a fin de dejarlas libres para proyectos extractivos y
agropecuarios que no prestan atención a la degradación de la naturaleza y de la cultura.
III. Ecología de la vida cotidiana
147. Para que pueda hablarse de un auténtico desarrollo, habrá que asegurar que se produzca
una mejora integral en la calidad de vida humana, y esto implica analizar el espacio donde
transcurre la existencia de las personas. Los escenarios que nos rodean influyen en nuestro

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modo de ver la vida, de sentir y de actuar. A la vez, en nuestra habitación, en nuestra casa, en
nuestro lugar de trabajo y en nuestro barrio, usamos el ambiente para expresar nuestra identidad.
Nos esforzamos para adaptarnos al medio y, cuando un ambiente es desordenado, caótico o
cargado de contaminación visual y acústica, el exceso de estímulos nos desafía a intentar
configurar una identidad integrada y feliz.
148. Es admirable la creatividad y la generosidad de personas y grupos que son capaces de
revertir los límites del ambiente, modificando los efectos adversos de los condicionamientos y
aprendiendo a orientar su vida en medio del desorden y la precariedad. Por ejemplo, en algunos
lugares, donde las fachadas de los edificios están muy deterioradas, hay personas que cuidan
con mucha dignidad el interior de sus viviendas, o se sienten cómodas por la cordialidad y la
amistad de la gente. La vida social positiva y benéfica de los habitantes derrama luz sobre un
ambiente aparentemente desfavorable. A veces es encomiable la ecología humana que pueden
desarrollar los pobres en medio de tantas limitaciones. La sensación de asfixia producida por la
aglomeración en residencias y espacios con alta densidad poblacional se contrarresta si se
desarrollan relaciones humanas cercanas y cálidas, si se crean comunidades, si los límites del
ambiente se compensan en el interior de cada persona, que se siente contenida por una red de
comunión y de pertenencia. De ese modo, cualquier lugar deja de ser un infierno y se convierte
en el contexto de una vida digna.
149. También es cierto que la carencia extrema que se vive en algunos ambientes que no poseen
armonía, amplitud y posibilidades de integración facilita la aparición de comportamientos
inhumanos y la manipulación de las personas por parte de organizaciones criminales. Para los
habitantes de barrios muy precarios, el paso cotidiano del hacinamiento al anonimato social que
se vive en las grandes ciudades puede provocar una sensación de desarraigo que favorece las
conductas antisociales y la violencia. Sin embargo, quiero insistir en que el amor puede más.
Muchas personas en estas condiciones son capaces de tejer lazos de pertenencia y de
convivencia que convierten el hacinamiento en una experiencia comunitaria donde se rompen las
paredes del yo y se superan las barreras del egoísmo. Esta experiencia de salvación comunitaria
es lo que suele provocar reacciones creativas para mejorar un edificio o un barrio[117].
150. Dada la interrelación entre el espacio y la conducta humana, quienes diseñan edificios,
barrios, espacios públicos y ciudades necesitan del aporte de diversas disciplinas que permitan
entender los procesos, el simbolismo y los comportamientos de las personas. No basta la
búsqueda de la belleza en el diseño, porque más valioso todavía es el servicio a otra belleza: la
calidad de vida de las personas, su adaptación al ambiente, el encuentro y la ayuda mutua.
También por eso es tan importante que las perspectivas de los pobladores siempre completen el
análisis del planeamiento urbano.
151. Hace falta cuidar los lugares comunes, los marcos visuales y los hitos urbanos que
acrecientan nuestro sentido de pertenencia, nuestra sensación de arraigo, nuestro sentimiento de

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«estar en casa» dentro de la ciudad que nos contiene y nos une. Es importante que las diferentes
partes de una ciudad estén bien integradas y que los habitantes puedan tener una visión de
conjunto, en lugar de encerrarse en un barrio privándose de vivir la ciudad entera como un
espacio propio compartido con los demás. Toda intervención en el paisaje urbano o rural debería
considerar cómo los distintos elementos del lugar conforman un todo que es percibido por los
habitantes como un cuadro coherente con su riqueza de significados. Así los otros dejan de ser
extraños, y se los puede sentir como parte de un « nosotros » que construimos juntos. Por esta
misma razón, tanto en el ambiente urbano como en el rural, conviene preservar algunos lugares
donde se eviten intervenciones humanas que los modifiquen constantemente.
152. La falta de viviendas es grave en muchas partes del mundo, tanto en las zonas rurales como
en las grandes ciudades, porque los presupuestos estatales sólo suelen cubrir una pequeña parte
de la demanda. No sólo los pobres, sino una gran parte de la sociedad sufre serias dificultades
para acceder a una vivienda propia. La posesión de una vivienda tiene mucho que ver con la
dignidad de las personas y con el desarrollo de las familias. Es una cuestión central de la ecología
humana. Si en un lugar ya se han desarrollado conglomerados caóticos de casas precarias, se
trata sobre todo de urbanizar esos barrios, no de erradicar y expulsar. Cuando los pobres viven
en suburbios contaminados o en conglomerados peligrosos, «en el caso que se deba proceder a
su traslado, y para no añadir más sufrimiento al que ya padecen, es necesario proporcionar una
información adecuada y previa, ofrecer alternativas de alojamientos dignos e implicar
directamente a los interesados»[118]. Al mismo tiempo, la creatividad debería llevar a integrar los
barrios precarios en una ciudad acogedora: «¡Qué hermosas son las ciudades que superan la
desconfianza enfermiza e integran a los diferentes, y que hacen de esa integración un nuevo
factor de desarrollo! ¡Qué lindas son las ciudades que, aun en su diseño arquitectónico, están
llenas de espacios que conectan, relacionan, favorecen el reconocimiento del otro![119]».
153. La calidad de vida en las ciudades tiene mucho que ver con el transporte, que suele ser
causa de grandes sufrimientos para los habitantes. En las ciudades circulan muchos automóviles
utilizados por una o dos personas, con lo cual el tránsito se hace complicado, el nivel de
contaminación es alto, se consumen cantidades enormes de energía no renovable y se vuelve
necesaria la construcción de más autopistas y lugares de estacionamiento que perjudican la
trama urbana. Muchos especialistas coinciden en la necesidad de priorizar el transporte público.
Pero algunas medidas necesarias difícilmente serán pacíficamente aceptadas por la sociedad sin
una mejora sustancial de ese transporte, que en muchas ciudades significa un trato indigno a las
personas debido a la aglomeración, a la incomodidad o a la baja frecuencia de los servicios y a la
inseguridad.
154. El reconocimiento de la dignidad peculiar del ser humano muchas veces contrasta con la
vida caótica que deben llevar las personas en nuestras ciudades. Pero esto no debería hacer
perder de vista el estado de abandono y olvido que sufren también algunos habitantes de zonas
rurales, donde no llegan los servicios esenciales, y hay trabajadores reducidos a situaciones de

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esclavitud, sin derechos ni expectativas de una vida más digna.
155. La ecología humana implica también algo muy hondo: la necesaria relación de la vida del ser
humano con la ley moral escrita en su propia naturaleza, necesaria para poder crear un ambiente
más digno. Decía Benedicto XVI que existe una «ecología del hombre» porque «también el
hombre posee una naturaleza que él debe respetar y que no puede manipular a su antojo»[120].
En esta línea, cabe reconocer que nuestro propio cuerpo nos sitúa en una relación directa con el
ambiente y con los demás seres vivientes. La aceptación del propio cuerpo como don de Dios es
necesaria para acoger y aceptar el mundo entero como regalo del Padre y casa común, mientras
una lógica de dominio sobre el propio cuerpo se transforma en una lógica a veces sutil de dominio
sobre la creación. Aprender a recibir el propio cuerpo, a cuidarlo y a respetar sus significados, es
esencial para una verdadera ecología humana. También la valoración del propio cuerpo en su
femineidad o masculinidad es necesaria para reconocerse a sí mismo en el encuentro con el
diferente. De este modo es posible aceptar gozosamente el don específico del otro o de la otra,
obra del Dios creador, y enriquecerse recíprocamente. Por lo tanto, no es sana una actitud que
pretenda «cancelar la diferencia sexual porque ya no sabe confrontarse con la misma»[121].
IV. El principio del bien común
156. La ecología integral es inseparable de la noción de bien común, un principio que cumple un
rol central y unificador en la ética social. Es «el conjunto de condiciones de la vida social que
hacen posible a las asociaciones y a cada uno de sus miembros el logro más pleno y más fácil de
la propia perfección»[122].
157. El bien común presupone el respeto a la persona humana en cuanto tal, con derechos
básicos e inalienables ordenados a su desarrollo integral. También reclama el bienestar social y el
desarrollo de los diversos grupos intermedios, aplicando el principio de la subsidiariedad. Entre
ellos destaca especialmente la familia, como la célula básica de la sociedad. Finalmente, el bien
común requiere la paz social, es decir, la estabilidad y seguridad de un cierto orden, que no se
produce sin una atención particular a la justicia distributiva, cuya violación siempre genera
violencia. Toda la sociedad –y en ella, de manera especial el Estado– tiene la obligación de
defender y promover el bien común.
158. En las condiciones actuales de la sociedad mundial, donde hay tantas inequidades y cada
vez son más las personas descartables, privadas de derechos humanos básicos, el principio del
bien común se convierte inmediatamente, como lógica e ineludible consecuencia, en un llamado a
la solidaridad y en una opción preferencial por los más pobres. Esta opción implica sacar las
consecuencias del destino común de los bienes de la tierra, pero, como he intentado expresar en
la Exhortación apostólica Evangelii gaudium[123], exige contemplar ante todo la inmensa dignidad
del pobre a la luz de las más hondas convicciones creyentes. Basta mirar la realidad para
entender que esta opción hoy es una exigencia ética fundamental para la realización efectiva del

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bien común.
V. Justicia entre las generaciones
159. La noción de bien común incorpora también a las generaciones futuras. Las crisis
económicas internacionales han mostrado con crudeza los efectos dañinos que trae aparejado el
desconocimiento de un destino común, del cual no pueden ser excluidos quienes vienen detrás
de nosotros. Ya no puede hablarse de desarrollo sostenible sin una solidaridad intergeneracional.
Cuando pensamos en la situación en que se deja el planeta a las generaciones futuras, entramos
en otra lógica, la del don gratuito que recibimos y comunicamos. Si la tierra nos es donada, ya no
podemos pensar sólo desde un criterio utilitarista de eficiencia y productividad para el beneficio
individual. No estamos hablando de una actitud opcional, sino de una cuestión básica de justicia,
ya que la tierra que recibimos pertenece también a los que vendrán. Los Obispos de Portugal han
exhortado a asumir este deber de justicia: «El ambiente se sitúa en la lógica de la recepción. Es
un préstamo que cada generación recibe y debe transmitir a la generación siguiente»[124]. Una
ecología integral posee esa mirada amplia.
160. ¿Qué tipo de mundo queremos dejar a quienes nos sucedan, a los niños que están
creciendo? Esta pregunta no afecta sólo al ambiente de manera aislada, porque no se puede
plantear la cuestión de modo fragmentario. Cuando nos interrogamos por el mundo que queremos
dejar, entendemos sobre todo su orientación general, su sentido, sus valores. Si no está latiendo
esta pregunta de fondo, no creo que nuestras preocupaciones ecológicas puedan lograr efectos
importantes. Pero si esta pregunta se plantea con valentía, nos lleva inexorablemente a otros
cuestionamientos muy directos: ¿Para qué pasamos por este mundo? ¿para qué vinimos a esta
vida? ¿para qué trabajamos y luchamos? ¿para qué nos necesita esta tierra? Por eso, ya no
basta decir que debemos preocuparnos por las futuras generaciones. Se requiere advertir que lo
que está en juego es nuestra propia dignidad. Somos nosotros los primeros interesados en dejar
un planeta habitable para la humanidad que nos sucederá. Es un drama para nosotros mismos,
porque esto pone en crisis el sentido del propio paso por esta tierra.
161. Las predicciones catastróficas ya no pueden ser miradas con desprecio e ironía. A las
próximas generaciones podríamos dejarles demasiados escombros, desiertos y suciedad. El ritmo
de consumo, de desperdicio y de alteración del medio ambiente ha superado las posibilidades del
planeta, de tal manera que el estilo de vida actual, por ser insostenible, sólo puede terminar en
catástrofes, como de hecho ya está ocurriendo periódicamente en diversas regiones. La
atenuación de los efectos del actual desequilibrio depende de lo que hagamos ahora mismo,
sobre todo si pensamos en la responsabilidad que nos atribuirán los que deberán soportar las
peores consecuencias.
162. La dificultad para tomar en serio este desafío tiene que ver con un deterioro ético y cultural,
que acompaña al deterioro ecológico. El hombre y la mujer del mundo posmoderno corren el

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riesgo permanente de volverse profundamente individualistas, y muchos problemas sociales se
relacionan con el inmediatismo egoísta actual, con las crisis de los lazos familiares y sociales, con
las dificultades para el reconocimiento del otro. Muchas veces hay un consumo inmediatista y
excesivo de los padres que afecta a los propios hijos, quienes tienen cada vez más dificultades
para adquirir una casa propia y fundar una familia. Además, nuestra incapacidad para pensar
seriamente en las futuras generaciones está ligada a nuestra incapacidad para ampliar los
intereses actuales y pensar en quienes quedan excluidos del desarrollo. No imaginemos
solamente a los pobres del futuro, basta que recordemos a los pobres de hoy, que tienen pocos
años de vida en esta tierra y no pueden seguir esperando. Por eso, «además de la leal
solidaridad intergeneracional, se ha de reiterar la urgente necesidad moral de una renovada
solidaridad intrageneracional»[125].
CAPÍTULO QUINTO
ALGUNAS LÍNEAS DE ORIENTACIÓN Y ACCIÓN
163. He intentado analizar la situación actual de la humanidad, tanto en las grietas que se
observan en el planeta que habitamos, como en las causas más profundamente humanas de la
degradación ambiental. Si bien esa contemplación de la realidad en sí misma ya nos indica la
necesidad de un cambio de rumbo y nos sugiere algunas acciones, intentemos ahora delinear
grandes caminos de diálogo que nos ayuden a salir de la espiral de autodestrucción en la que nos
estamos sumergiendo.
I. Diálogo sobre el medio ambiente en la política internacional
164. Desde mediados del siglo pasado, y superando muchas dificultades, se ha ido afirmando la
tendencia a concebir el planeta como patria y la humanidad como pueblo que habita una casa de
todos. Un mundo interdependiente no significa únicamente entender que las consecuencias
perjudiciales de los estilos de vida, producción y consumo afectan a todos, sino principalmente
procurar que las soluciones se propongan desde una perspectiva global y no sólo en defensa de
los intereses de algunos países. La interdependencia nos obliga a pensar en un solo mundo, en
un proyecto común. Pero la misma inteligencia que se utilizó para un enorme desarrollo
tecnológico no logra encontrar formas eficientes de gestión internacional en orden a resolver las
graves dificultades ambientales y sociales. Para afrontar los problemas de fondo, que no pueden
ser resueltos por acciones de países aislados, es indispensable un consenso mundial que lleve,
por ejemplo, a programar una agricultura sostenible y diversificada, a desarrollar formas
renovables y poco contaminantes de energía, a fomentar una mayor eficiencia energética, a
promover una gestión más adecuada de los recursos forestales y marinos, a asegurar a todos el
acceso al agua potable.

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52
165. Sabemos que la tecnología basada en combustibles fósiles muy contaminantes –sobre todo
el carbón, pero aun el petróleo y, en menor medida, el gas– necesita ser reemplazada
progresivamente y sin demora. Mientras no haya un amplio desarrollo de energías renovables,
que debería estar ya en marcha, es legítimo optar por la alternativa menos perjudicial o acudir a
soluciones transitorias. Sin embargo, en la comunidad internacional no se logran acuerdos
suficientes sobre la responsabilidad de quienes deben soportar los costos de la transición
energética. En las últimas décadas, las cuestiones ambientales han generado un gran debate
público que ha hecho crecer en la sociedad civil espacios de mucho compromiso y de entrega
generosa. La política y la empresa reaccionan con lentitud, lejos de estar a la altura de los
desafíos mundiales. En este sentido se puede decir que, mientras la humanidad del período post-
industrial quizás sea recordada como una de las más irresponsables de la historia, es de esperar
que la humanidad de comienzos del siglo XXI pueda ser recordada por haber asumido con
generosidad sus graves responsabilidades.
166. El movimiento ecológico mundial ha hecho ya un largo recorrido, enriquecido por el esfuerzo
de muchas organizaciones de la sociedad civil. No sería posible aquí mencionarlas a todas ni
recorrer la historia de sus aportes. Pero, gracias a tanta entrega, las cuestiones ambientales han
estado cada vez más presentes en la agenda pública y se han convertido en una invitación
constante a pensar a largo plazo. No obstante, las Cumbres mundiales sobre el ambiente de los
últimos años no respondieron a las expectativas porque, por falta de decisión política, no
alcanzaron acuerdos ambientales globales realmente significativos y eficaces.
167. Cabe destacar la Cumbre de la Tierra, celebrada en 1992 en Río de Janeiro. Allí se
proclamó que «los seres humanos constituyen el centro de las preocupaciones relacionadas con
el desarrollo sostenible»[126]. Retomando contenidos de la Declaración de Estocolmo (1972),
consagró la cooperación internacional para cuidar el ecosistema de toda la tierra, la obligación por
parte de quien contamina de hacerse cargo económicamente de ello, el deber de evaluar el
impacto ambiental de toda obra o proyecto. Propuso el objetivo de estabilizar las concentraciones
de gases de efecto invernadero en la atmósfera para revertir el calentamiento global. También
elaboró una agenda con un programa de acción y un convenio sobre diversidad biológica, declaró
principios en materia forestal. Si bien aquella cumbre fue verdaderamente superadora y profética
para su época, los acuerdos han tenido un bajo nivel de implementación porque no se
establecieron adecuados mecanismos de control, de revisión periódica y de sanción de los
incumplimientos. Los principios enunciados siguen reclamando caminos eficaces y ágiles de
ejecución práctica.
168. Como experiencias positivas se pueden mencionar, por ejemplo, el Convenio de Basilea
sobre los desechos peligrosos, con un sistema de notificación, estándares y controles; también la
Convención vinculante que regula el comercio internacional de especies amenazadas de fauna y
flora silvestre, que incluye misiones de verificación del cumplimiento efectivo. Gracias a la
Convención de Viena para la protección de la capa de ozono y a su implementación mediante el

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53
Protocolo de Montreal y sus enmiendas, el problema del adelgazamiento de esa capa parece
haber entrado en una fase de solución.
169. En el cuidado de la diversidad biológica y en lo relacionado con la desertificación, los
avances han sido mucho menos significativos. En lo relacionado con el cambio climático, los
avances son lamentablemente muy escasos. La reducción de gases de efecto invernadero
requiere honestidad, valentía y responsabilidad, sobre todo de los países más poderosos y más
contaminantes. La Conferencia de las Naciones Unidas sobre el desarrollo sostenible
denominada Rio+20 (Río de Janeiro 2012) emitió una extensa e ineficaz Declaración final. Las
negociaciones internacionales no pueden avanzar significativamente por las posiciones de los
países que privilegian sus intereses nacionales sobre el bien común global. Quienes sufrirán las
consecuencias que nosotros intentamos disimular recordarán esta falta de conciencia y de
responsabilidad. Mientras se elaboraba esta Encíclica, el debate ha adquirido una particular
intensidad. Los creyentes no podemos dejar de pedirle a Dios por el avance positivo en las
discusiones actuales, de manera que las generaciones futuras no sufran las consecuencias de
imprudentes retardos.
170. Algunas de las estrategias de baja emisión de gases contaminantes buscan la
internacionalización de los costos ambientales, con el peligro de imponer a los países de menores
recursos pesados compromisos de reducción de emisiones comparables a los de los países más
industrializados. La imposición de estas medidas perjudica a los países más necesitados de
desarrollo. De este modo, se agrega una nueva injusticia envuelta en el ropaje del cuidado del
ambiente. Como siempre, el hilo se corta por lo más débil. Dado que los efectos del cambio
climático se harán sentir durante mucho tiempo, aun cuando ahora se tomen medidas estrictas,
algunos países con escasos recursos necesitarán ayuda para adaptarse a efectos que ya se
están produciendo y que afectan sus economías. Sigue siendo cierto que hay responsabilidades
comunes pero diferenciadas, sencillamente porque, como han dicho los Obispos de Bolivia, «los
países que se han beneficiado por un alto grado de industrialización, a costa de una enorme
emisión de gases invernaderos, tienen mayor responsabilidad en aportar a la solución de los
problemas que han causado»[127].
171. La estrategia de compraventa de « bonos de carbono » puede dar lugar a una nueva forma
de especulación, y no servir para reducir la emisión global de gases contaminantes. Este sistema
parece ser una solución rápida y fácil, con la apariencia de cierto compromiso con el medio
ambiente, pero que de ninguna manera implica un cambio radical a la altura de las circunstancias.
Más bien puede convertirse en un recurso diversivo que permita sostener el sobreconsumo de
algunos países y sectores.
172. Los países pobres necesitan tener como prioridad la erradicación de la miseria y el
desarrollo social de sus habitantes, aunque deban analizar el nivel escandaloso de consumo de
algunos sectores privilegiados de su población y controlar mejor la corrupción. También es verdad

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54
que deben desarrollar formas menos contaminantes de producción de energía, pero para ello
requieren contar con la ayuda de los países que han crecido mucho a costa de la contaminación
actual del planeta. El aprovechamiento directo de la abundante energía solar requiere que se
establezcan mecanismos y subsidios de modo que los países en desarrollo puedan acceder a
transferencia de tecnologías, asistencia técnica y recursos financieros, pero siempre prestando
atención a las condiciones concretas, ya que «no siempre es adecuadamente evaluada la
compatibilidad de los sistemas con el contexto para el cual fueron diseñados»[128].Los costos
serían bajos si se los compara con los riesgos del cambio climático. De todos modos, es ante
todo una decisión ética, fundada en la solidaridad de todos los pueblos.
173. Urgen acuerdos internacionales que se cumplan, dada la fragilidad de las instancias locales
para intervenir de modo eficaz. Las relaciones entre Estados deben resguardar la soberanía de
cada uno, pero también establecer caminos consensuados para evitar catástrofes locales que
terminarían afectando a todos. Hacen falta marcos regulatorios globales que impongan
obligaciones y que impidan acciones intolerables, como el hecho de que empresas o países
poderosos expulsen a otros países residuos e industrias altamente contaminantes.
174. Mencionemos también el sistema de gobernanza de los océanos. Pues, si bien hubo
diversas convenciones internacionales y regionales, la fragmentación y la ausencia de severos
mecanismos de reglamentación, control y sanción terminan minando todos los esfuerzos. El
creciente problema de los residuos marinos y la protección de las áreas marinas más allá de las
fronteras nacionales continúa planteando un desafío especial. En definitiva, necesitamos un
acuerdo sobre los regímenes de gobernanza para toda la gama de los llamados «bienes comunes
globales».
175. La misma lógica que dificulta tomar decisiones drásticas para invertir la tendencia al
calentamiento global es la que no permite cumplir con el objetivo de erradicar la pobreza.
Necesitamos una reacción global más responsable, que implica encarar al mismo tiempo la
reducción de la contaminación y el desarrollo de los países y regiones pobres. El siglo XXI,
mientras mantiene un sistema de gobernanza propio de épocas pasadas, es escenario de un
debilitamiento de poder de los Estados nacionales, sobre todo porque la dimensión económico-
financiera, de características transnacionales, tiende a predominar sobre la política. En este
contexto, se vuelve indispensable la maduración de instituciones internacionales más fuertes y
eficazmente organizadas, con autoridades designadas equitativamente por acuerdo entre los
gobiernos nacionales, y dotadas de poder para sancionar. Como afirmaba Benedicto XVI en la
línea ya desarrollada por la doctrina social de la Iglesia, «para gobernar la economía mundial,
para sanear las economías afectadas por la crisis, para prevenir su empeoramiento y mayores
desequilibrios consiguientes, para lograr un oportuno desarme integral, la seguridad alimenticia y
la paz, para garantizar la salvaguardia del ambiente y regular los flujos migratorios, urge la
presencia de una verdadera Autoridad política mundial, como fue ya esbozada por mi Predecesor,
[san] Juan XXIII»[129]. En esta perspectiva, la diplomacia adquiere una importancia inédita, en

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55
orden a promover estrategias internacionales que se anticipen a los problemas más graves que
terminan afectando a todos.
II. Diálogo hacia nuevas políticas nacionales y locales
176. No sólo hay ganadores y perdedores entre los países, sino también dentro de los países
pobres, donde deben identificarse diversas responsabilidades. Por eso, las cuestiones
relacionadas con el ambiente y con el desarrollo económico ya no se pueden plantear sólo desde
las diferencias entre los países, sino que requieren prestar atención a las políticas nacionales y
locales.
177. Ante la posibilidad de una utilización irresponsable de las capacidades humanas, son
funciones impostergables de cada Estado planificar, coordinar, vigilar y sancionar dentro de su
propio territorio. La sociedad, ¿cómo ordena y custodia su devenir en un contexto de constantes
innovaciones tecnológicas? Un factor que actúa como moderador ejecutivo es el derecho, que
establece las reglas para las conductas admitidas a la luz del bien común. Los límites que debe
imponer una sociedad sana, madura y soberana se asocian con: previsión y precaución,
regulaciones adecuadas, vigilancia de la aplicación de las normas, control de la corrupción,
acciones de control operativo sobre los efectos emergentes no deseados de los procesos
productivos, e intervención oportuna ante riesgos inciertos o potenciales. Hay una creciente
jurisprudencia orientada a disminuir los efectos contaminantes de los emprendimientos
empresariales. Pero el marco político e institucional no existe sólo para evitar malas prácticas,
sino también para alentar las mejores prácticas, para estimular la creatividad que busca nuevos
caminos, para facilitar las iniciativas personales y colectivas.
178. El drama del inmediatismo político, sostenido también por poblaciones consumistas, provoca
la necesidad de producir crecimiento a corto plazo. Respondiendo a intereses electorales, los
gobiernos no se exponen fácilmente a irritar a la población con medidas que puedan afectar al
nivel de consumo o poner en riesgo inversiones extranjeras. La miopía de la construcción de
poder detiene la integración de la agenda ambiental con mirada amplia en la agenda pública de
los gobiernos. Se olvida así que «el tiempo es superior al espacio»[130],que siempre somos más
fecundos cuando nos preocupamos por generar procesos más que por dominar espacios de
poder. La grandeza política se muestra cuando, en momentos difíciles, se obra por grandes
principios y pensando en el bien común a largo plazo. Al poder político le cuesta mucho asumir
este deber en un proyecto de nación.
179. En algunos lugares, se están desarrollando cooperativas para la explotación de energías
renovables que permiten el autoabastecimiento local e incluso la venta de excedentes. Este
sencillo ejemplo indica que, mientras el orden mundial existente se muestra impotente para
asumir responsabilidades, la instancia local puede hacer una diferencia. Pues allí se puede
generar una mayor responsabilidad, un fuerte sentido comunitario, una especial capacidad de

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56
cuidado y una creatividad más generosa, un entrañable amor a la propia tierra, así como se
piensa en lo que se deja a los hijos y a los nietos. Estos valores tienen un arraigo muy hondo en
las poblaciones aborígenes. Dado que el derecho a veces se muestra insuficiente debido a la
corrupción, se requiere una decisión política presionada por la población. La sociedad, a través de
organismos no gubernamentales y asociaciones intermedias, debe obligar a los gobiernos a
desarrollar normativas, procedimientos y controles más rigurosos. Si los ciudadanos no controlan
al poder político –nacional, regional y municipal–, tampoco es posible un control de los daños
ambientales. Por otra parte, las legislaciones de los municipios pueden ser más eficaces si hay
acuerdos entre poblaciones vecinas para sostener las mismas políticas ambientales.
180. No se puede pensar en recetas uniformes, porque hay problemas y límites específicos de
cada país o región. También es verdad que el realismo político puede exigir medidas y
tecnologías de transición, siempre que estén acompañadas del diseño y la aceptación de
compromisos graduales vinculantes. Pero en los ámbitos nacionales y locales siempre hay mucho
por hacer, como promover las formas de ahorro de energía. Esto implica favorecer formas de
producción industrial con máxima eficiencia energética y menos cantidad de materia prima,
quitando del mercado los productos que son poco eficaces desde el punto de vista energético o
que son más contaminantes. También podemos mencionar una buena gestión del transporte o
formas de construcción y de saneamiento de edificios que reduzcan su consumo energético y su
nivel de contaminación. Por otra parte, la acción política local puede orientarse a la modificación
del consumo, al desarrollo de una economía de residuos y de reciclaje, a la protección de
especies y a la programación de una agricultura diversificada con rotación de cultivos. Es posible
alentar el mejoramiento agrícola de regiones pobres mediante inversiones en infraestructuras
rurales, en la organización del mercado local o nacional, en sistemas de riego, en el desarrollo de
técnicas agrícolas sostenibles. Se pueden facilitar formas de cooperación o de organización
comunitaria que defiendan los intereses de los pequeños productores y preserven los
ecosistemas locales de la depredación. ¡Es tanto lo que sí se puede hacer!
181. Es indispensable la continuidad, porque no se pueden modificar las políticas relacionadas
con el cambio climático y la protección del ambiente cada vez que cambia un gobierno. Los
resultados requieren mucho tiempo, y suponen costos inmediatos con efectos que no podrán ser
mostrados dentro del actual período de gobierno. Por eso, sin la presión de la población y de las
instituciones siempre habrá resistencia a intervenir, más aún cuando haya urgencias que resolver.
Que un político asuma estas responsabilidades con los costos que implican, no responde a la
lógica eficientista e inmediatista de la economía y de la política actual, pero si se atreve a hacerlo,
volverá a reconocer la dignidad que Dios le ha dado como humano y dejará tras su paso por esta
historia un testimonio de generosa responsabilidad. Hay que conceder un lugar preponderante a
una sana política, capaz de reformar las instituciones, coordinarlas y dotarlas de mejores
prácticas, que permitan superar presiones e inercias viciosas. Sin embargo, hay que agregar que
los mejores mecanismos terminan sucumbiendo cuando faltan los grandes fines, los valores, una
comprensión humanista y rica de sentido que otorguen a cada sociedad una orientación noble y

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57
generosa.
III. Diálogo y transparencia en los procesos decisionales
182. La previsión del impacto ambiental de los emprendimientos y proyectos requiere procesos
políticos transparentes y sujetos al diálogo, mientras la corrupción, que esconde el verdadero
impacto ambiental de un proyecto a cambio de favores, suele llevar a acuerdos espurios que
evitan informar y debatir ampliamente.
183. Un estudio del impacto ambiental no debería ser posterior a la elaboración de un proyecto
productivo o de cualquier política, plan o programa a desarrollarse. Tiene que insertarse desde el
principio y elaborarse de modo interdisciplinario, transparente e independiente de toda presión
económica o política. Debe conectarse con el análisis de las condiciones de trabajo y de los
posibles efectos en la salud física y mental de las personas, en la economía local, en la
seguridad. Los resultados económicos podrán así deducirse de manera más realista, teniendo en
cuenta los escenarios posibles y eventualmente previendo la necesidad de una inversión mayor
para resolver efectos indeseables que puedan ser corregidos. Siempre es necesario alcanzar
consensos entre los distintos actores sociales, que pueden aportar diferentes perspectivas,
soluciones y alternativas. Pero en la mesa de discusión deben tener un lugar privilegiado los
habitantes locales, quienes se preguntan por lo que quieren para ellos y para sus hijos, y pueden
considerar los fines que trascienden el interés económico inmediato. Hay que dejar de pensar en
«intervenciones» sobre el ambiente para dar lugar a políticas pensadas y discutidas por todas las
partes interesadas. La participación requiere que todos sean adecuadamente informados de los
diversos aspectos y de los diferentes riesgos y posibilidades, y no se reduce a la decisión inicial
sobre un proyecto, sino que implica también acciones de seguimiento o monitorización constante.
Hace falta sinceridad y verdad en las discusiones científicas y políticas, sin reducirse a considerar
qué está permitido o no por la legislación.
184. Cuando aparecen eventuales riesgos para el ambiente que afecten al bien común presente y
futuro, esta situación exige «que las decisiones se basen en una comparación entre los riesgos y
los beneficios hipotéticos que comporta cada decisión alternativa posible»[131]. Esto vale sobre
todo si un proyecto puede producir un incremento de utilización de recursos naturales, de
emisiones o vertidos, de generación de residuos, o una modificación significativa en el paisaje, en
el hábitat de especies protegidas o en un espacio público. Algunos proyectos, no suficientemente
analizados, pueden afectar profundamente la calidad de vida de un lugar debido a cuestiones tan
diversas entre sí como una contaminación acústica no prevista, la reducción de la amplitud visual,
la pérdida de valores culturales, los efectos del uso de energía nuclear. La cultura consumista,
que da prioridad al corto plazo y al interés privado, puede alentar trámites demasiado rápidos o
consentir el ocultamiento de información.
185. En toda discusión acerca de un emprendimiento, una serie de preguntas deberían plantearse

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58
en orden a discernir si aportará a un verdadero desarrollo integral: ¿Para qué? ¿Por qué?
¿Dónde? ¿Cuándo? ¿De qué manera? ¿Para quién? ¿Cuáles son los riesgos? ¿A qué costo?
¿Quién paga los costos y cómo lo hará? En este examen hay cuestiones que deben tener
prioridad. Por ejemplo, sabemos que el agua es un recurso escaso e indispensable y es un
derecho fundamental que condiciona el ejercicio de otros derechos humanos. Eso es indudable y
supera todo análisis de impacto ambiental de una región.
186. En la Declaración de Río de 1992, se sostiene que, «cuando haya peligro de daño grave o
irreversible, la falta de certeza científica absoluta no deberá utilizarse como razón para postergar
la adopción de medidas eficaces»[132] que impidan la degradación del medio ambiente. Este
principio precautorio permite la protección de los más débiles, que disponen de pocos medios
para defenderse y para aportar pruebas irrefutables. Si la información objetiva lleva a prever un
daño grave e irreversible, aunque no haya una comprobación indiscutible, cualquier proyecto
debería detenerse o modificarse. Así se invierte el peso de la prueba, ya que en estos casos hay
que aportar una demostración objetiva y contundente de que la actividad propuesta no va a
generar daños graves al ambiente o a quienes lo habitan.
187. Esto no implica oponerse a cualquier innovación tecnológica que permita mejorar la calidad
de vida de una población. Pero en todo caso debe quedar en pie que la rentabilidad no puede ser
el único criterio a tener en cuenta y que, en el momento en que aparezcan nuevos elementos de
juicio a partir de la evolución de la información, debería haber una nueva evaluación con
participación de todas las partes interesadas. El resultado de la discusión podría ser la decisión
de no avanzar en un proyecto, pero también podría ser su modificación o el desarrollo de
propuestas alternativas.
188. Hay discusiones sobre cuestiones relacionadas con el ambiente donde es difícil alcanzar
consensos. Una vez más expreso que la Iglesia no pretende definir las cuestiones científicas ni
sustituir a la política, pero invito a un debate honesto y transparente, para que las necesidades
particulares o las ideologías no afecten al bien común.
IV. Política y economía en diálogo para la plenitud humana
189. La política no debe someterse a la economía y ésta no debe someterse a los dictámenes y al
paradigma eficientista de la tecnocracia. Hoy, pensando en el bien común, necesitamos
imperiosamente que la política y la economía, en diálogo, se coloquen decididamente al servicio
de la vida, especialmente de la vida humana. La salvación de los bancos a toda costa, haciendo
pagar el precio a la población, sin la firme decisión de revisar y reformar el entero sistema,
reafirma un dominio absoluto de las finanzas que no tiene futuro y que sólo podrá generar nuevas
crisis después de una larga, costosa y aparente curación. La crisis financiera de 2007-2008 era la
ocasión para el desarrollo de una nueva economía más atenta a los principios éticos y para una
nueva regulación de la actividad financiera especulativa y de la riqueza ficticia. Pero no hubo una

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59
reacción que llevara a repensar los criterios obsoletos que siguen rigiendo al mundo. La
producción no es siempre racional, y suele estar atada a variables económicas que fijan a los
productos un valor que no coincide con su valor real. Eso lleva muchas veces a una
sobreproducción de algunas mercancías, con un impacto ambiental innecesario, que al mismo
tiempo perjudica a muchas economías regionales[133]. La burbuja financiera también suele ser
una burbuja productiva. En definitiva, lo que no se afronta con energía es el problema de la
economía real, la que hace posible que se diversifique y mejore la producción, que las empresas
funcionen adecuadamente, que las pequeñas y medianas empresas se desarrollen y creen
empleo.
190. En este contexto, siempre hay que recordar que «la protección ambiental no puede
asegurarse sólo en base al cálculo financiero de costos y beneficios. El ambiente es uno de esos
bienes que los mecanismos del mercado no son capaces de defender o de promover
adecuadamente»[134]. Una vez más, conviene evitar una concepción mágica del mercado, que
tiende a pensar que los problemas se resuelven sólo con el crecimiento de los beneficios de las
empresas o de los individuos. ¿Es realista esperar que quien se obsesiona por el máximo
beneficio se detenga a pensar en los efectos ambientales que dejará a las próximas
generaciones? Dentro del esquema del rédito no hay lugar para pensar en los ritmos de la
naturaleza, en sus tiempos de degradación y de regeneración, y en la complejidad de los
ecosistemas, que pueden ser gravemente alterados por la intervención humana. Además, cuando
se habla de biodiversidad, a lo sumo se piensa en ella como un depósito de recursos económicos
que podría ser explotado, pero no se considera seriamente el valor real de las cosas, su
significado para las personas y las culturas, los intereses y necesidades de los pobres.
191. Cuando se plantean estas cuestiones, algunos reaccionan acusando a los demás de
pretender detener irracionalmente el progreso y el desarrollo humano. Pero tenemos que
convencernos de que desacelerar un determinado ritmo de producción y de consumo puede dar
lugar a otro modo de progreso y desarrollo. Los esfuerzos para un uso sostenible de los recursos
naturales no son un gasto inútil, sino una inversión que podrá ofrecer otros beneficios económicos
a medio plazo. Si no tenemos estrechez de miras, podemos descubrir que la diversificación de
una producción más innovativa y con menor impacto ambiental, puede ser muy rentable. Se trata
de abrir camino a oportunidades diferentes, que no implican detener la creatividad humana y su
sueño de progreso, sino orientar esa energía con cauces nuevos.
192. Por ejemplo, un camino de desarrollo productivo más creativo y mejor orientado podría
corregir el hecho de que haya una inversión tecnológica excesiva para el consumo y poca para
resolver problemas pendientes de la humanidad; podría generar formas inteligentes y rentables
de reutilización, refuncionalización y reciclado; podría mejorar la eficiencia energética de las
ciudades. La diversificación productiva da amplísimas posibilidades a la inteligencia humana para
crear e innovar, a la vez que protege el ambiente y crea más fuentes de trabajo. Esta sería una
creatividad capaz de hacer florecer nuevamente la nobleza del ser humano, porque es más digno

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60
usar la inteligencia, con audacia y responsabilidad, para encontrar formas de desarrollo sostenible
y equitativo, en el marco de una noción más amplia de lo que es la calidad de vida. En cambio, es
más indigno, superficial y menos creativo insistir en crear formas de expolio de la naturaleza sólo
para ofrecer nuevas posibilidades de consumo y de rédito inmediato.
193. De todos modos, si en algunos casos el desarrollo sostenible implicará nuevas formas de
crecer, en otros casos, frente al crecimiento voraz e irresponsable que se produjo durante muchas
décadas, hay que pensar también en detener un poco la marcha, en poner algunos límites
racionales e incluso en volver atrás antes que sea tarde. Sabemos que es insostenible el
comportamiento de aquellos que consumen y destruyen más y más, mientras otros todavía no
pueden vivir de acuerdo con su dignidad humana. Por eso ha llegado la hora de aceptar cierto
decrecimiento en algunas partes del mundo aportando recursos para que se pueda crecer
sanamente en otras partes. Decía Benedicto XVI que «es necesario que las sociedades
tecnológicamente avanzadas estén dispuestas a favorecer comportamientos caracterizados por la
sobriedad, disminuyendo el propio consumo de energía y mejorando las condiciones de su
uso»[135].
194. Para que surjan nuevos modelos de progreso, necesitamos «cambiar el modelo de
desarrollo global»[136], lo cual implica reflexionar responsablemente «sobre el sentido de la
economía y su finalidad, para corregir sus disfunciones y distorsiones»[137]. No basta conciliar,
en un término medio, el cuidado de la naturaleza con la renta financiera, o la preservación del
ambiente con el progreso. En este tema los términos medios son sólo una pequeña demora en el
derrumbe. Simplemente se trata de redefinir el progreso. Un desarrollo tecnológico y económico
que no deja un mundo mejor y una calidad de vida integralmente superior no puede considerarse
progreso. Por otra parte, muchas veces la calidad real de la vida de las personas disminuye –por
el deterioro del ambiente, la baja calidad de los mismos productos alimenticios o el agotamiento
de algunos recursos– en el contexto de un crecimiento de la economía. En este marco, el
discurso del crecimiento sostenible suele convertirse en un recurso diversivo y exculpatorio que
absorbe valores del discurso ecologista dentro de la lógica de las finanzas y de la tecnocracia, y
la responsabilidad social y ambiental de las empresas suele reducirse a una serie de acciones de
marketing e imagen.
195. El principio de maximización de la ganancia, que tiende a aislarse de toda otra
consideración, es una distorsión conceptual de la economía: si aumenta la producción, interesa
poco que se produzca a costa de los recursos futuros o de la salud del ambiente; si la tala de un
bosque aumenta la producción, nadie mide en ese cálculo la pérdida que implica desertificar un
territorio, dañar la biodiversidad o aumentar la contaminación. Es decir, las empresas obtienen
ganancias calculando y pagando una parte ínfima de los costos. Sólo podría considerarse ético
un comportamiento en el cual «los costes económicos y sociales que se derivan del uso de los
recursos ambientales comunes se reconozcan de manera transparente y sean sufragados
totalmente por aquellos que se benefician, y no por otros o por las futuras generaciones»[138].La

7 Pages 61-70

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7.1 Page 61

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61
racionalidad instrumental, que sólo aporta un análisis estático de la realidad en función de
necesidades actuales, está presente tanto cuando quien asigna los recursos es el mercado como
cuando lo hace un Estado planificador.
196. ¿Qué ocurre con la política? Recordemos el principio de subsidiariedad, que otorga libertad
para el desarrollo de las capacidades presentes en todos los niveles, pero al mismo tiempo exige
más responsabilidad por el bien común a quien tiene más poder. Es verdad que hoy algunos
sectores económicos ejercen más poder que los mismos Estados. Pero no se puede justificar una
economía sin política, que sería incapaz de propiciar otra lógica que rija los diversos aspectos de
la crisis actual. La lógica que no permite prever una preocupación sincera por el ambiente es la
misma que vuelve imprevisible una preocupación por integrar a los más frágiles, porque «en el
vigente modelo “exitista” y “privatista” no parece tener sentido invertir para que los lentos, débiles
o menos dotados puedan abrirse camino en la vida»[139].
197. Necesitamos una política que piense con visión amplia, y que lleve adelante un replanteo
integral, incorporando en un diálogo interdisciplinario los diversos aspectos de la crisis. Muchas
veces la misma política es responsable de su propio descrédito, por la corrupción y por la falta de
buenas políticas públicas. Si el Estado no cumple su rol en una región, algunos grupos
económicos pueden aparecer como benefactores y detentar el poder real, sintiéndose autorizados
a no cumplir ciertas normas, hasta dar lugar a diversas formas de criminalidad organizada, trata
de personas, narcotráfico y violencia muy difíciles de erradicar. Si la política no es capaz de
romper una lógica perversa, y también queda subsumida en discursos empobrecidos, seguiremos
sin afrontar los grandes problemas de la humanidad. Una estrategia de cambio real exige
repensar la totalidad de los procesos, ya que no basta con incluir consideraciones ecológicas
superficiales mientras no se cuestione la lógica subyacente en la cultura actual. Una sana política
debería ser capaz de asumir este desafío.
198. La política y la economía tienden a culparse mutuamente por lo que se refiere a la pobreza y
a la degradación del ambiente. Pero lo que se espera es que reconozcan sus propios errores y
encuentren formas de interacción orientadas al bien común. Mientras unos se desesperan sólo
por el rédito económico y otros se obsesionan sólo por conservar o acrecentar el poder, lo que
tenemos son guerras o acuerdos espurios donde lo que menos interesa a las dos partes es
preservar el ambiente y cuidar a los más débiles. Aquí también vale que «la unidad es superior al
conflicto»[140].
V. Las religiones en el diálogo con las ciencias
199. No se puede sostener que las ciencias empíricas explican completamente la vida, el
entramado de todas las criaturas y el conjunto de la realidad. Eso sería sobrepasar
indebidamente sus confines metodológicos limitados. Si se reflexiona con ese marco cerrado,
desaparecen la sensibilidad estética, la poesía, y aun la capacidad de la razón para percibir el

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62
sentido y la finalidad de las cosas[141]. Quiero recordar que «los textos religiosos clásicos
pueden ofrecer un significado para todas las épocas, tienen una fuerza motivadora que abre
siempre nuevos horizontes […] ¿Es razonable y culto relegarlos a la oscuridad, sólo por haber
surgido en el contexto de una creencia religiosa?»[142]. En realidad, es ingenuo pensar que los
principios éticos puedan presentarse de un modo puramente abstracto, desligados de todo
contexto, y el hecho de que aparezcan con un lenguaje religioso no les quita valor alguno en el
debate público. Los principios éticos que la razón es capaz de percibir pueden reaparecer
siempre bajo distintos ropajes y expresados con lenguajes diversos, incluso religiosos.
200. Por otra parte, cualquier solución técnica que pretendan aportar las ciencias será impotente
para resolver los graves problemas del mundo si la humanidad pierde su rumbo, si se olvidan las
grandes motivaciones que hacen posible la convivencia, el sacrificio, la bondad. En todo caso,
habrá que interpelar a los creyentes a ser coherentes con su propia fe y a no contradecirla con
sus acciones, habrá que reclamarles que vuelvan a abrirse a la gracia de Dios y a beber en lo
más hondo de sus propias convicciones sobre el amor, la justicia y la paz. Si una mala
comprensión de nuestros propios principios a veces nos ha llevado a justificar el maltrato a la
naturaleza o el dominio despótico del ser humano sobre lo creado o las guerras, la injusticia y la
violencia, los creyentes podemos reconocer que de esa manera hemos sido infieles al tesoro de
sabiduría que debíamos custodiar. Muchas veces los límites culturales de diversas épocas han
condicionado esa conciencia del propio acervo ético y espiritual, pero es precisamente el regreso
a sus fuentes lo que permite a las religiones responder mejor a las necesidades actuales.
201. La mayor parte de los habitantes del planeta se declaran creyentes, y esto debería provocar
a las religiones a entrar en un diálogo entre ellas orientado al cuidado de la naturaleza, a la
defensa de los pobres, a la construcción de redes de respeto y de fraternidad. Es imperioso
también un diálogo entre las ciencias mismas, porque cada una suele encerrarse en los límites de
su propio lenguaje, y la especialización tiende a convertirse en aislamiento y en absolutización del
propio saber. Esto impide afrontar adecuadamente los problemas del medio ambiente. También
se vuelve necesario un diálogo abierto y amable entre los diferentes movimientos ecologistas,
donde no faltan las luchas ideológicas. La gravedad de la crisis ecológica nos exige a todos
pensar en el bien común y avanzar en un camino de diálogo que requiere paciencia, ascesis y
generosidad, recordando siempre que «la realidad es superior a la idea»[143].
CAPÍTULO SEXTO
EDUCACIÓN Y ESPIRITUALIDAD ECOLÓGICA
202. Muchas cosas tienen que reorientar su rumbo, pero ante todo la humanidad necesita
cambiar. Hace falta la conciencia de un origen común, de una pertenencia mutua y de un futuro

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63
compartido por todos. Esta conciencia básica permitiría el desarrollo de nuevas convicciones,
actitudes y formas de vida. Se destaca así un gran desafío cultural, espiritual y educativo que
supondrá largos procesos de regeneración.
I. Apostar por otro estilo de vida
203. Dado que el mercado tiende a crear un mecanismo consumista compulsivo para colocar sus
productos, las personas terminan sumergidas en la vorágine de las compras y los gastos
innecesarios. El consumismo obsesivo es el reflejo subjetivo del paradigma tecnoeconómico.
Ocurre lo que ya señalaba Romano Guardini: el ser humano «acepta los objetos y las formas de
vida, tal como le son impuestos por la planificación y por los productos fabricados en serie y,
después de todo, actúa así con el sentimiento de que eso es lo racional y lo acertado»[144]. Tal
paradigma hace creer a todos que son libres mientras tengan una supuesta libertad para
consumir, cuando quienes en realidad poseen la libertad son los que integran la minoría que
detenta el poder económico y financiero. En esta confusión, la humanidad posmoderna no
encontró una nueva comprensión de sí misma que pueda orientarla, y esta falta de identidad se
vive con angustia. Tenemos demasiados medios para unos escasos y raquíticos fines.
204. La situación actual del mundo «provoca una sensación de inestabilidad e inseguridad que a
su vez favorece formas de egoísmo colectivo»[145]. Cuando las personas se vuelven
autorreferenciales y se aíslan en su propia conciencia, acrecientan su voracidad. Mientras más
vacío está el corazón de la persona, más necesita objetos para comprar, poseer y consumir. En
este contexto, no parece posible que alguien acepte que la realidad le marque límites. Tampoco
existe en ese horizonte un verdadero bien común. Si tal tipo de sujeto es el que tiende a
predominar en una sociedad, las normas sólo serán respetadas en la medida en que no
contradigan las propias necesidades. Por eso, no pensemos sólo en la posibilidad de terribles
fenómenos climáticos o en grandes desastres naturales, sino también en catástrofes derivadas de
crisis sociales, porque la obsesión por un estilo de vida consumista, sobre todo cuando sólo unos
pocos puedan sostenerlo, sólo podrá provocar violencia y destrucción recíproca.
205. Sin embargo, no todo está perdido, porque los seres humanos, capaces de degradarse
hasta el extremo, también pueden sobreponerse, volver a optar por el bien y regenerarse, más
allá de todos los condicionamientos mentales y sociales que les impongan. Son capaces de
mirarse a sí mismos con honestidad, de sacar a la luz su propio hastío y de iniciar caminos
nuevos hacia la verdadera libertad. No hay sistemas que anulen por completo la apertura al bien,
a la verdad y a la belleza, ni la capacidad de reacción que Dios sigue alentando desde lo profundo
de los corazones humanos. A cada persona de este mundo le pido que no olvide esa dignidad
suya que nadie tiene derecho a quitarle.
206. Un cambio en los estilos de vida podría llegar a ejercer una sana presión sobre los que
tienen poder político, económico y social. Es lo que ocurre cuando los movimientos de

7.4 Page 64

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64
consumidores logran que dejen de adquirirse ciertos productos y así se vuelven efectivos para
modificar el comportamiento de las empresas, forzándolas a considerar el impacto ambiental y los
patrones de producción. Es un hecho que, cuando los hábitos de la sociedad afectan el rédito de
las empresas, estas se ven presionadas a producir de otra manera. Ello nos recuerda la
responsabilidad social de los consumidores. «Comprar es siempre un acto moral, y no sólo
económico»[146]. Por eso, hoy «el tema del deterioro ambiental cuestiona los comportamientos
de cada uno de nosotros»[147].
207. La Carta de la Tierra nos invitaba a todos a dejar atrás una etapa de autodestrucción y a
comenzar de nuevo, pero todavía no hemos desarrollado una conciencia universal que lo haga
posible. Por eso me atrevo a proponer nuevamente aquel precioso desafío: «Como nunca antes
en la historia, el destino común nos hace un llamado a buscar un nuevo comienzo […] Que el
nuestro sea un tiempo que se recuerde por el despertar de una nueva reverencia ante la vida; por
la firme resolución de alcanzar la sostenibilidad; por el aceleramiento en la lucha por la justicia y
la paz y por la alegre celebración de la vida»[148].
208. Siempre es posible volver a desarrollar la capacidad de salir de sí hacia el otro. Sin ella no
se reconoce a las demás criaturas en su propio valor, no interesa cuidar algo para los demás, no
hay capacidad de ponerse límites para evitar el sufrimiento o el deterioro de lo que nos rodea. La
actitud básica de autotrascenderse, rompiendo la conciencia aislada y la autorreferencialidad, es
la raíz que hace posible todo cuidado de los demás y del medio ambiente, y que hace brotar la
reacción moral de considerar el impacto que provoca cada acción y cada decisión personal fuera
de uno mismo. Cuando somos capaces de superar el individualismo, realmente se puede
desarrollar un estilo de vida alternativo y se vuelve posible un cambio importante en la sociedad.
II. Educación para la alianza entre la humanidad y el ambiente
209. La conciencia de la gravedad de la crisis cultural y ecológica necesita traducirse en nuevos
hábitos. Muchos saben que el progreso actual y la mera sumatoria de objetos o placeres no
bastan para darle sentido y gozo al corazón humano, pero no se sienten capaces de renunciar a
lo que el mercado les ofrece. En los países que deberían producir los mayores cambios de
hábitos de consumo, los jóvenes tienen una nueva sensibilidad ecológica y un espíritu generoso,
y algunos de ellos luchan admirablemente por la defensa del ambiente, pero han crecido en un
contexto de altísimo consumo y bienestar que vuelve difícil el desarrollo de otros hábitos. Por eso
estamos ante un desafío educativo.
210. La educación ambiental ha ido ampliando sus objetivos. Si al comienzo estaba muy centrada
en la información científica y en la concientización y prevención de riesgos ambientales, ahora
tiende a incluir una crítica de los «mitos» de la modernidad basados en la razón instrumental
(individualismo, progreso indefinido, competencia, consumismo, mercado sin reglas) y también a
recuperar los distintos niveles del equilibrio ecológico: el interno con uno mismo, el solidario con

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los demás, el natural con todos los seres vivos, el espiritual con Dios. La educación ambiental
debería disponernos a dar ese salto hacia el Misterio, desde donde una ética ecológica adquiere
su sentido más hondo. Por otra parte, hay educadores capaces de replantear los itinerarios
pedagógicos de una ética ecológica, de manera que ayuden efectivamente a crecer en la
solidaridad, la responsabilidad y el cuidado basado en la compasión.
211. Sin embargo, esta educación, llamada a crear una «ciudadanía ecológica», a veces se limita
a informar y no logra desarrollar hábitos. La existencia de leyes y normas no es suficiente a largo
plazo para limitar los malos comportamientos, aun cuando exista un control efectivo. Para que la
norma jurídica produzca efectos importantes y duraderos, es necesario que la mayor parte de los
miembros de la sociedad la haya aceptado a partir de motivaciones adecuadas, y que reaccione
desde una transformación personal. Sólo a partir del cultivo de sólidas virtudes es posible la
donación de sí en un compromiso ecológico. Si una persona, aunque la propia economía le
permita consumir y gastar más, habitualmente se abriga un poco en lugar de encender la
calefacción, se supone que ha incorporado convicciones y sentimientos favorables al cuidado del
ambiente. Es muy noble asumir el deber de cuidar la creación con pequeñas acciones cotidianas,
y es maravilloso que la educación sea capaz de motivarlas hasta conformar un estilo de vida. La
educación en la responsabilidad ambiental puede alentar diversos comportamientos que tienen
una incidencia directa e importante en el cuidado del ambiente, como evitar el uso de material
plástico y de papel, reducir el consumo de agua, separar los residuos, cocinar sólo lo que
razonablemente se podrá comer, tratar con cuidado a los demás seres vivos, utilizar transporte
público o compartir un mismo vehículo entre varias personas, plantar árboles, apagar las luces
innecesarias. Todo esto es parte de una generosa y digna creatividad, que muestra lo mejor del
ser humano. El hecho de reutilizar algo en lugar de desecharlo rápidamente, a partir de profundas
motivaciones, puede ser un acto de amor que exprese nuestra propia dignidad.
212. No hay que pensar que esos esfuerzos no van a cambiar el mundo. Esas acciones derraman
un bien en la sociedad que siempre produce frutos más allá de lo que se pueda constatar, porque
provocan en el seno de esta tierra un bien que siempre tiende a difundirse, a veces
invisiblemente. Además, el desarrollo de estos comportamientos nos devuelve el sentimiento de
la propia dignidad, nos lleva a una mayor profundidad vital, nos permite experimentar que vale la
pena pasar por este mundo.
213. Los ámbitos educativos son diversos: la escuela, la familia, los medios de comunicación, la
catequesis, etc. Una buena educación escolar en la temprana edad coloca semillas que pueden
producir efectos a lo largo de toda una vida. Pero quiero destacar la importancia central de la
familia, porque «es el ámbito donde la vida, don de Dios, puede ser acogida y protegida de
manera adecuada contra los múltiples ataques a que está expuesta, y puede desarrollarse según
las exigencias de un auténtico crecimiento humano. Contra la llamada cultura de la muerte, la
familia constituye la sede de la cultura de la vida»[149]. En la familia se cultivan los primeros
hábitos de amor y cuidado de la vida, como por ejemplo el uso correcto de las cosas, el orden y la

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limpieza, el respeto al ecosistema local y la protección de todos los seres creados. La familia es el
lugar de la formación integral, donde se desenvuelven los distintos aspectos, íntimamente
relacionados entre sí, de la maduración personal. En la familia se aprende a pedir permiso sin
avasallar, a decir « gracias » como expresión de una sentida valoración de las cosas que
recibimos, a dominar la agresividad o la voracidad, y a pedir perdón cuando hacemos algún daño.
Estos pequeños gestos de sincera cortesía ayudan a construir una cultura de la vida compartida y
del respeto a lo que nos rodea.
214. A la política y a las diversas asociaciones les compete un esfuerzo de concientización de la
población. También a la Iglesia. Todas las comunidades cristianas tienen un rol importante que
cumplir en esta educación. Espero también que en nuestros seminarios y casas religiosas de
formación se eduque para una austeridad responsable, para la contemplación agradecida del
mundo, para el cuidado de la fragilidad de los pobres y del ambiente. Dado que es mucho lo que
está en juego, así como se necesitan instituciones dotadas de poder para sancionar los ataques
al medio ambiente, también necesitamos controlarnos y educarnos unos a otros.
215. En este contexto, «no debe descuidarse la relación que hay entre una adecuada educación
estética y la preservación de un ambiente sano»[150]. Prestar atención a la belleza y amarla nos
ayuda a salir del pragmatismo utilitarista. Cuando alguien no aprende a detenerse para percibir y
valorar lo bello, no es extraño que todo se convierta para él en objeto de uso y abuso
inescrupuloso. Al mismo tiempo, si se quiere conseguir cambios profundos, hay que tener
presente que los paradigmas de pensamiento realmente influyen en los comportamientos. La
educación será ineficaz y sus esfuerzos serán estériles si no procura también difundir un nuevo
paradigma acerca del ser humano, la vida, la sociedad y la relación con la naturaleza. De otro
modo, seguirá avanzando el paradigma consumista que se transmite por los medios de
comunicación y a través de los eficaces engranajes del mercado.
III. Conversión ecológica
216. La gran riqueza de la espiritualidad cristiana, generada por veinte siglos de experiencias
personales y comunitarias, ofrece un bello aporte al intento de renovar la humanidad. Quiero
proponer a los cristianos algunas líneas de espiritualidad ecológica que nacen de las convicciones
de nuestra fe, porque lo que el Evangelio nos enseña tiene consecuencias en nuestra forma de
pensar, sentir y vivir. No se trata de hablar tanto de ideas, sino sobre todo de las motivaciones
que surgen de la espiritualidad para alimentar una pasión por el cuidado del mundo. Porque no
será posible comprometerse en cosas grandes sólo con doctrinas sin una mística que nos anime,
sin «unos móviles interiores que impulsan, motivan, alientan y dan sentido a la acción personal y
comunitaria»[151]. Tenemos que reconocer que no siempre los cristianos hemos recogido y
desarrollado las riquezas que Dios ha dado a la Iglesia, donde la espiritualidad no está
desconectada del propio cuerpo ni de la naturaleza o de las realidades de este mundo, sino que
se vive con ellas y en ellas, en comunión con todo lo que nos rodea.

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217. Si «los desiertos exteriores se multiplican en el mundo porque se han extendido los desiertos
interiores»[152], la crisis ecológica es un llamado a una profunda conversión interior. Pero
también tenemos que reconocer que algunos cristianos comprometidos y orantes, bajo una
excusa de realismo y pragmatismo, suelen burlarse de las preocupaciones por el medio ambiente.
Otros son pasivos, no se deciden a cambiar sus hábitos y se vuelven incoherentes. Les hace falta
entonces una conversión ecológica, que implica dejar brotar todas las consecuencias de su
encuentro con Jesucristo en las relaciones con el mundo que los rodea. Vivir la vocación de ser
protectores de la obra de Dios es parte esencial de una existencia virtuosa, no consiste en algo
opcional ni en un aspecto secundario de la experiencia cristiana.
218. Recordemos el modelo de san Francisco de Asís, para proponer una sana relación con lo
creado como una dimensión de la conversión íntegra de la persona. Esto implica también
reconocer los propios errores, pecados, vicios o negligencias, y arrepentirse de corazón, cambiar
desde adentro. Los Obispos australianos supieron expresar la conversión en términos de
reconciliación con la creación: «Para realizar esta reconciliación debemos examinar nuestras
vidas y reconocer de qué modo ofendemos a la creación de Dios con nuestras acciones y nuestra
incapacidad de actuar. Debemos hacer la experiencia de una conversión, de un cambio del
corazón»[153].
219. Sin embargo, no basta que cada uno sea mejor para resolver una situación tan compleja
como la que afronta el mundo actual. Los individuos aislados pueden perder su capacidad y su
libertad para superar la lógica de la razón instrumental y terminan a merced de un consumismo
sin ética y sin sentido social y ambiental. A problemas sociales se responde con redes
comunitarias, no con la mera suma de bienes individuales: «Las exigencias de esta tarea van a
ser tan enormes, que no hay forma de satisfacerlas con las posibilidades de la iniciativa individual
y de la unión de particulares formados en el individualismo. Se requerirán una reunión de fuerzas
y una unidad de realización»[154]. La conversión ecológica que se requiere para crear un
dinamismo de cambio duradero es también una conversión comunitaria.
220. Esta conversión supone diversas actitudes que se conjugan para movilizar un cuidado
generoso y lleno de ternura. En primer lugar implica gratitud y gratuidad, es decir, un
reconocimiento del mundo como un don recibido del amor del Padre, que provoca como
consecuencia actitudes gratuitas de renuncia y gestos generosos aunque nadie los vea o los
reconozca: «Que tu mano izquierda no sepa lo que hace la derecha […] y tu Padre que ve en lo
secreto te recompensará» (Mt 6,3-4). También implica la amorosa conciencia de no estar
desconectados de las demás criaturas, de formar con los demás seres del universo una preciosa
comunión universal. Para el creyente, el mundo no se contempla desde fuera sino desde dentro,
reconociendo los lazos con los que el Padre nos ha unido a todos los seres. Además, haciendo
crecer las capacidades peculiares que Dios le ha dado, la conversión ecológica lleva al creyente a
desarrollar su creatividad y su entusiasmo, para resolver los dramas del mundo, ofreciéndose a
Dios «como un sacrificio vivo, santo y agradable» (Rm 12,1). No entiende su superioridad como

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motivo de gloria personal o de dominio irresponsable, sino como una capacidad diferente, que a
su vez le impone una grave responsabilidad que brota de su fe.
221. Diversas convicciones de nuestra fe, desarrolladas al comienzo de esta Encíclica, ayudan a
enriquecer el sentido de esta conversión, como la conciencia de que cada criatura refleja algo de
Dios y tiene un mensaje que enseñarnos, o la seguridad de que Cristo ha asumido en sí este
mundo material y ahora, resucitado, habita en lo íntimo de cada ser, rodeándolo con su cariño y
penetrándolo con su luz. También el reconocimiento de que Dios ha creado el mundo inscribiendo
en él un orden y un dinamismo que el ser humano no tiene derecho a ignorar. Cuando uno lee en
el Evangelio que Jesús habla de los pájaros, y dice que « ninguno de ellos está olvidado ante
Dios » (Lc 12,6), ¿será capaz de maltratarlos o de hacerles daño? Invito a todos los cristianos a
explicitar esta dimensión de su conversión, permitiendo que la fuerza y la luz de la gracia recibida
se explayen también en su relación con las demás criaturas y con el mundo que los rodea, y
provoque esa sublime fraternidad con todo lo creado que tan luminosamente vivió san Francisco
de Asís.
IV. Gozo y paz
222. La espiritualidad cristiana propone un modo alternativo de entender la calidad de vida, y
alienta un estilo de vida profético y contemplativo, capaz de gozar profundamente sin
obsesionarse por el consumo. Es importante incorporar una vieja enseñanza, presente en
diversas tradiciones religiosas, y también en la Biblia. Se trata de la convicción de que « menos
es más ». La constante acumulación de posibilidades para consumir distrae el corazón e impide
valorar cada cosa y cada momento. En cambio, el hacerse presente serenamente ante cada
realidad, por pequeña que sea, nos abre muchas más posibilidades de comprensión y de
realización personal. La espiritualidad cristiana propone un crecimiento con sobriedad y una
capacidad de gozar con poco. Es un retorno a la simplicidad que nos permite detenernos a
valorar lo pequeño, agradecer las posibilidades que ofrece la vida sin apegarnos a lo que
tenemos ni entristecernos por lo que no poseemos. Esto supone evitar la dinámica del dominio y
de la mera acumulación de placeres.
223. La sobriedad que se vive con libertad y conciencia es liberadora. No es menos vida, no es
una baja intensidad sino todo lo contrario. En realidad, quienes disfrutan más y viven mejor cada
momento son los que dejan de picotear aquí y allá, buscando siempre lo que no tienen, y
experimentan lo que es valorar cada persona y cada cosa, aprenden a tomar contacto y saben
gozar con lo más simple. Así son capaces de disminuir las necesidades insatisfechas y reducen el
cansancio y la obsesión. Se puede necesitar poco y vivir mucho, sobre todo cuando se es capaz
de desarrollar otros placeres y se encuentra satisfacción en los encuentros fraternos, en el
servicio, en el despliegue de los carismas, en la música y el arte, en el contacto con la naturaleza,
en la oración. La felicidad requiere saber limitar algunas necesidades que nos atontan, quedando
así disponibles para las múltiples posibilidades que ofrece la vida.

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224. La sobriedad y la humildad no han gozado de una valoración positiva en el último siglo. Pero
cuando se debilita de manera generalizada el ejercicio de alguna virtud en la vida personal y
social, ello termina provocando múltiples desequilibrios, también ambientales. Por eso, ya no
basta hablar sólo de la integridad de los ecosistemas. Hay que atreverse a hablar de la integridad
de la vida humana, de la necesidad de alentar y conjugar todos los grandes valores. La
desaparición de la humildad, en un ser humano desaforadamente entusiasmado con la posibilidad
de dominarlo todo sin límite alguno, sólo puede terminar dañando a la sociedad y al ambiente. No
es fácil desarrollar esta sana humildad y una feliz sobriedad si nos volvemos autónomos, si
excluimos de nuestra vida a Dios y nuestro yo ocupa su lugar, si creemos que es nuestra propia
subjetividad la que determina lo que está bien o lo que está mal.
225. Por otro lado, ninguna persona puede madurar en una feliz sobriedad si no está en paz
consigo mismo. Parte de una adecuada comprensión de la espiritualidad consiste en ampliar lo
que entendemos por paz, que es mucho más que la ausencia de guerra. La paz interior de las
personas tiene mucho que ver con el cuidado de la ecología y con el bien común, porque,
auténticamente vivida, se refleja en un estilo de vida equilibrado unido a una capacidad de
admiración que lleva a la profundidad de la vida. La naturaleza está llena de palabras de amor,
pero ¿cómo podremos escucharlas en medio del ruido constante, de la distracción permanente y
ansiosa, o del culto a la apariencia? Muchas personas experimentan un profundo desequilibrio
que las mueve a hacer las cosas a toda velocidad para sentirse ocupadas, en una prisa constante
que a su vez las lleva a atropellar todo lo que tienen a su alrededor. Esto tiene un impacto en el
modo como se trata al ambiente. Una ecología integral implica dedicar algo de tiempo para
recuperar la serena armonía con la creación, para reflexionar acerca de nuestro estilo de vida y
nuestros ideales, para contemplar al Creador, que vive entre nosotros y en lo que nos rodea, cuya
presencia «no debe ser fabricada sino descubierta, develada»[155].
226. Estamos hablando de una actitud del corazón, que vive todo con serena atención, que sabe
estar plenamente presente ante alguien sin estar pensando en lo que viene después, que se
entrega a cada momento como don divino que debe ser plenamente vivido. Jesús nos enseñaba
esta actitud cuando nos invitaba a mirar los lirios del campo y las aves del cielo, o cuando, ante la
presencia de un hombre inquieto, « detuvo en él su mirada, y lo amó » (Mc 10,21). Él sí que
estaba plenamente presente ante cada ser humano y ante cada criatura, y así nos mostró un
camino para superar la ansiedad enfermiza que nos vuelve superficiales, agresivos y consumistas
desenfrenados.
227. Una expresión de esta actitud es detenerse a dar gracias a Dios antes y después de las
comidas. Propongo a los creyentes que retomen este valioso hábito y lo vivan con profundidad.
Ese momento de la bendición, aunque sea muy breve, nos recuerda nuestra dependencia de Dios
para la vida, fortalece nuestro sentido de gratitud por los dones de la creación, reconoce a
aquellos que con su trabajo proporcionan estos bienes y refuerza la solidaridad con los más
necesitados.

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V. Amor civil y político
228. El cuidado de la naturaleza es parte de un estilo de vida que implica capacidad de
convivencia y de comunión. Jesús nos recordó que tenemos a Dios como nuestro Padre común y
que eso nos hace hermanos. El amor fraterno sólo puede ser gratuito, nunca puede ser un pago
por lo que otro realice ni un anticipo por lo que esperamos que haga. Por eso es posible amar a
los enemigos. Esta misma gratuidad nos lleva a amar y aceptar el viento, el sol o las nubes,
aunque no se sometan a nuestro control. Por eso podemos hablar de una fraternidad universal.
229. Hace falta volver a sentir que nos necesitamos unos a otros, que tenemos una
responsabilidad por los demás y por el mundo, que vale la pena ser buenos y honestos. Ya
hemos tenido mucho tiempo de degradación moral, burlándonos de la ética, de la bondad, de la
fe, de la honestidad, y llegó la hora de advertir que esa alegre superficialidad nos ha servido de
poco. Esa destrucción de todo fundamento de la vida social termina enfrentándonos unos con
otros para preservar los propios intereses, provoca el surgimiento de nuevas formas de violencia
y crueldad e impide el desarrollo de una verdadera cultura del cuidado del ambiente.
230. El ejemplo de santa Teresa de Lisieux nos invita a la práctica del pequeño camino del amor,
a no perder la oportunidad de una palabra amable, de una sonrisa, de cualquier pequeño gesto
que siembre paz y amistad. Una ecología integral también está hecha de simples gestos
cotidianos donde rompemos la lógica de la violencia, del aprovechamiento, del egoísmo. Mientras
tanto, el mundo del consumo exacerbado es al mismo tiempo el mundo del maltrato de la vida en
todas sus formas.
231. El amor, lleno de pequeños gestos de cuidado mutuo, es también civil y político, y se
manifiesta en todas las acciones que procuran construir un mundo mejor. El amor a la sociedad y
el compromiso por el bien común son una forma excelente de la caridad, que no sólo afecta a las
relaciones entre los individuos, sino a «las macro-relaciones, como las relaciones sociales,
económicas y políticas»[156]. Por eso, la Iglesia propuso al mundo el ideal de una «civilización
del amor»[157]. El amor social es la clave de un auténtico desarrollo: «Para plasmar una sociedad
más humana, más digna de la persona, es necesario revalorizar el amor en la vida social –a nivel
político, económico, cultural–, haciéndolo la norma constante y suprema de la acción»[158]. En
este marco, junto con la importancia de los pequeños gestos cotidianos, el amor social nos mueve
a pensar en grandes estrategias que detengan eficazmente la degradación ambiental y alienten
una cultura del cuidado que impregne toda la sociedad. Cuando alguien reconoce el llamado de
Dios a intervenir junto con los demás en estas dinámicas sociales, debe recordar que eso es
parte de su espiritualidad, que es ejercicio de la caridad y que de ese modo madura y se santifica.
232. No todos están llamados a trabajar de manera directa en la política, pero en el seno de la
sociedad germina una innumerable variedad de asociaciones que intervienen a favor del bien
común preservando el ambiente natural y urbano. Por ejemplo, se preocupan por un lugar común

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(un edificio, una fuente, un monumento abandonado, un paisaje, una plaza), para proteger,
sanear, mejorar o embellecer algo que es de todos. A su alrededor se desarrollan o se recuperan
vínculos y surge un nuevo tejido social local. Así una comunidad se libera de la indiferencia
consumista. Esto incluye el cultivo de una identidad común, de una historia que se conserva y se
transmite. De esa manera se cuida el mundo y la calidad de vida de los más pobres, con un
sentido solidario que es al mismo tiempo conciencia de habitar una casa común que Dios nos ha
prestado. Estas acciones comunitarias, cuando expresan un amor que se entrega, pueden
convertirse en intensas experiencias espirituales.
VI. Signos sacramentales y descanso celebrativo
233. El universo se desarrolla en Dios, que lo llena todo. Entonces hay mística en una hoja, en un
camino, en el rocío, en el rostro del pobre[159]. El ideal no es sólo pasar de lo exterior a lo interior
para descubrir la acción de Dios en el alma, sino también llegar a encontrarlo en todas las cosas,
como enseñaba san Buenaventura: «La contemplación es tanto más eminente cuanto más siente
en sí el hombre el efecto de la divina gracia o también cuanto mejor sabe encontrar a Dios en las
criaturas exteriores»[160].
234. San Juan de la Cruz enseñaba que todo lo bueno que hay en las cosas y experiencias del
mundo «está en Dios eminentemente en infinita manera, o, por mejor decir, cada una de estas
grandezas que se dicen es Dios»[161]. No es porque las cosas limitadas del mundo sean
realmente divinas, sino porque el místico experimenta la íntima conexión que hay entre Dios y
todos los seres, y así «siente ser todas las cosas Dios»[162]. Si le admira la grandeza de una
montaña, no puede separar eso de Dios, y percibe que esa admiración interior que él vive debe
depositarse en el Señor: «Las montañas tienen alturas, son abundantes, anchas, y hermosas, o
graciosas, floridas y olorosas. Estas montañas es mi Amado para mí. Los valles solitarios son
quietos, amenos, frescos, umbrosos, de dulces aguas llenos, y en la variedad de sus arboledas y
en el suave canto de aves hacen gran recreación y deleite al sentido, dan refrigerio y descanso en
su soledad y silencio. Estos valles es mi Amado para mí»[163].
235. Los Sacramentos son un modo privilegiado de cómo la naturaleza es asumida por Dios y se
convierte en mediación de la vida sobrenatural. A través del culto somos invitados a abrazar el
mundo en un nivel distinto. El agua, el aceite, el fuego y los colores son asumidos con toda su
fuerza simbólica y se incorporan en la alabanza. La mano que bendice es instrumento del amor
de Dios y reflejo de la cercanía de Jesucristo que vino a acompañarnos en el camino de la vida.
El agua que se derrama sobre el cuerpo del niño que se bautiza es signo de vida nueva. No
escapamos del mundo ni negamos la naturaleza cuando queremos encontrarnos con Dios. Esto
se puede percibir particularmente en la espiritualidad cristiana oriental: «La belleza, que en
Oriente es uno de los nombres con que más frecuentemente se suele expresar la divina armonía
y el modelo de la humanidad transfigurada, se muestra por doquier: en las formas del templo, en
los sonidos, en los colores, en las luces y en los perfumes»[164]. Para la experiencia cristiana,

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todas las criaturas del universo material encuentran su verdadero sentido en el Verbo encarnado,
porque el Hijo de Dios ha incorporado en su persona parte del universo material, donde ha
introducido un germen de transformación definitiva: «el Cristianismo no rechaza la materia, la
corporeidad; al contrario, la valoriza plenamente en el acto litúrgico, en el que el cuerpo humano
muestra su naturaleza íntima de templo del Espíritu y llega a unirse al Señor Jesús, hecho
también él cuerpo para la salvación del mundo»[165].
236. En la Eucaristía lo creado encuentra su mayor elevación. La gracia, que tiende a
manifestarse de modo sensible, logra una expresión asombrosa cuando Dios mismo, hecho
hombre, llega a hacerse comer por su criatura. El Señor, en el colmo del misterio de la
Encarnación, quiso llegar a nuestra intimidad a través de un pedazo de materia. No desde arriba,
sino desde adentro, para que en nuestro propio mundo pudiéramos encontrarlo a él. En la
Eucaristía ya está realizada la plenitud, y es el centro vital del universo, el foco desbordante de
amor y de vida inagotable. Unido al Hijo encarnado, presente en la Eucaristía, todo el cosmos da
gracias a Dios. En efecto, la Eucaristía es de por sí un acto de amor cósmico: «¡Sí, cósmico!
Porque también cuando se celebra sobre el pequeño altar de una iglesia en el campo, la
Eucaristía se celebra, en cierto sentido, sobre el altar del mundo»[166]. La Eucaristía une el cielo
y la tierra, abraza y penetra todo lo creado. El mundo que salió de las manos de Dios vuelve a él
en feliz y plena adoración. En el Pan eucarístico, «la creación está orientada hacia la divinización,
hacia las santas bodas, hacia la unificación con el Creador mismo»[167]. Por eso, la Eucaristía es
también fuente de luz y de motivación para nuestras preocupaciones por el ambiente, y nos
orienta a ser custodios de todo lo creado.
237. El domingo, la participación en la Eucaristía tiene una importancia especial. Ese día, así
como el sábado judío, se ofrece como día de la sanación de las relaciones del ser humano con
Dios, consigo mismo, con los demás y con el mundo. El domingo es el día de la Resurrección, el
«primer día» de la nueva creación, cuya primicia es la humanidad resucitada del Señor, garantía
de la transfiguración final de toda la realidad creada. Además, ese día anuncia «el descanso
eterno del hombre en Dios»[168]. De este modo, la espiritualidad cristiana incorpora el valor del
descanso y de la fiesta. El ser humano tiende a reducir el descanso contemplativo al ámbito de lo
infecundo o innecesario, olvidando que así se quita a la obra que se realiza lo más importante: su
sentido. Estamos llamados a incluir en nuestro obrar una dimensión receptiva y gratuita, que es
algo diferente de un mero no hacer. Se trata de otra manera de obrar que forma parte de nuestra
esencia. De ese modo, la acción humana es preservada no únicamente del activismo vacío, sino
también del desenfreno voraz y de la conciencia aislada que lleva a perseguir sólo el beneficio
personal. La ley del descanso semanal imponía abstenerse del trabajo el séptimo día «para que
reposen tu buey y tu asno y puedan respirar el hijo de tu esclava y el emigrante» (Ex 23,12). El
descanso es una ampliación de la mirada que permite volver a reconocer los derechos de los
demás. Así, el día de descanso, cuyo centro es la Eucaristía, derrama su luz sobre la semana
entera y nos motiva a incorporar el cuidado de la naturaleza y de los pobres.

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VII. La Trinidad y la relación entre las criaturas
238. El Padre es la fuente última de todo, fundamento amoroso y comunicativo de cuanto existe.
El Hijo, que lo refleja, y a través del cual todo ha sido creado, se unió a esta tierra cuando se
formó en el seno de María. El Espíritu, lazo infinito de amor, está íntimamente presente en el
corazón del universo animando y suscitando nuevos caminos. El mundo fue creado por las tres
Personas como un único principio divino, pero cada una de ellas realiza esta obra común según
su propiedad personal. Por eso, «cuando contemplamos con admiración el universo en su
grandeza y belleza, debemos alabar a toda la Trinidad»[169].
239. Para los cristianos, creer en un solo Dios que es comunión trinitaria lleva a pensar que toda
la realidad contiene en su seno una marca propiamente trinitaria. San Buenaventura llegó a decir
que el ser humano, antes del pecado, podía descubrir cómo cada criatura «testifica que Dios es
trino». El reflejo de la Trinidad se podía reconocer en la naturaleza «cuando ni ese libro era
oscuro para el hombre ni el ojo del hombre se había enturbiado»[170]. El santo franciscano nos
enseña que toda criatura lleva en sí una estructura propiamente trinitaria, tan real que podría ser
espontáneamente contemplada si la mirada del ser humano no fuera limitada, oscura y frágil. Así
nos indica el desafío de tratar de leer la realidad en clave trinitaria.
240. Las Personas divinas son relaciones subsistentes, y el mundo, creado según el modelo
divino, es una trama de relaciones. Las criaturas tienden hacia Dios, y a su vez es propio de todo
ser viviente tender hacia otra cosa, de tal modo que en el seno del universo podemos encontrar
un sinnúmero de constantes relaciones que se entrelazan secretamente[171].Esto no sólo nos
invita a admirar las múltiples conexiones que existen entre las criaturas, sino que nos lleva a
descubrir una clave de nuestra propia realización. Porque la persona humana más crece, más
madura y más se santifica a medida que entra en relación, cuando sale de sí misma para vivir en
comunión con Dios, con los demás y con todas las criaturas. Así asume en su propia existencia
ese dinamismo trinitario que Dios ha impreso en ella desde su creación. Todo está conectado, y
eso nos invita a madurar una espiritualidad de la solidaridad global que brota del misterio de la
Trinidad.
VIII. Reina de todo lo creado
241. María, la madre que cuidó a Jesús, ahora cuida con afecto y dolor materno este mundo
herido. Así como lloró con el corazón traspasado la muerte de Jesús, ahora se compadece del
sufrimiento de los pobres crucificados y de las criaturas de este mundo arrasadas por el poder
humano. Ella vive con Jesús completamente transfigurada, y todas las criaturas cantan su
belleza. Es la Mujer « vestida de sol, con la luna bajo sus pies, y una corona de doce estrellas
sobre su cabeza » (Ap 12,1). Elevada al cielo, es Madre y Reina de todo lo creado. En su cuerpo
glorificado, junto con Cristo resucitado, parte de la creación alcanzó toda la plenitud de su
hermosura. Ella no sólo guarda en su corazón toda la vida de Jesús, que «conservaba»

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cuidadosamente (cf Lc 2,19.51), sino que también comprende ahora el sentido de todas las
cosas. Por eso podemos pedirle que nos ayude a mirar este mundo con ojos más sabios.
242. Junto con ella, en la familia santa de Nazaret, se destaca la figura de san José. Él cuidó y
defendió a María y a Jesús con su trabajo y su presencia generosa, y los liberó de la violencia de
los injustos llevándolos a Egipto. En el Evangelio aparece como un hombre justo, trabajador,
fuerte. Pero de su figura emerge también una gran ternura, que no es propia de los débiles sino
de los verdaderamente fuertes, atentos a la realidad para amar y servir humildemente. Por eso
fue declarado custodio de la Iglesia universal. Él también puede enseñarnos a cuidar, puede
motivarnos a trabajar con generosidad y ternura para proteger este mundo que Dios nos ha
confiado.
IX. Más allá del sol
243. Al final nos encontraremos cara a cara frente a la infinita belleza de Dios (cf. 1 Co 13,12) y
podremos leer con feliz admiración el misterio del universo, que participará con nosotros de la
plenitud sin fin. Sí, estamos viajando hacia el sábado de la eternidad, hacia la nueva Jerusalén,
hacia la casa común del cielo. Jesús nos dice: «Yo hago nuevas todas las cosas» (Ap 21,5). La
vida eterna será un asombro compartido, donde cada criatura, luminosamente transformada,
ocupará su lugar y tendrá algo para aportar a los pobres definitivamente liberados.
244. Mientras tanto, nos unimos para hacernos cargo de esta casa que se nos confió, sabiendo
que todo lo bueno que hay en ella será asumido en la fiesta celestial. Junto con todas las
criaturas, caminamos por esta tierra buscando a Dios, porque, «si el mundo tiene un principio y ha
sido creado, busca al que lo ha creado, busca al que le ha dado inicio, al que es su
Creador»[172]. Caminemos cantando. Que nuestras luchas y nuestra preocupación por este
planeta no nos quiten el gozo de la esperanza.
245. Dios, que nos convoca a la entrega generosa y a darlo todo, nos ofrece las fuerzas y la luz
que necesitamos para salir adelante. En el corazón de este mundo sigue presente el Señor de la
vida que nos ama tanto. Él no nos abandona, no nos deja solos, porque se ha unido
definitivamente a nuestra tierra, y su amor siempre nos lleva a encontrar nuevos caminos.
Alabado sea.
***
246. Después de esta prolongada reflexión, gozosa y dramática a la vez, propongo dos oraciones,
una que podamos compartir todos los que creemos en un Dios creador omnipotente, y otra para
que los cristianos sepamos asumir los compromisos con la creación que nos plantea el Evangelio

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75
de Jesús.
Oración por nuestra tierra
Dios omnipotente,
que estás presente en todo el universo
y en la más pequeña de tus criaturas,
Tú, que rodeas con tu ternura todo lo que existe,
derrama en nosotros la fuerza de tu amor
para que cuidemos la vida y la belleza.
Inúndanos de paz, para que vivamos como hermanos y hermanas
sin dañar a nadie.
Dios de los pobres,
ayúdanos a rescatar
a los abandonados y olvidados de esta tierra
que tanto valen a tus ojos.
Sana nuestras vidas,
para que seamos protectores del mundo
y no depredadores,
para que sembremos hermosura
y no contaminación y destrucción.
Toca los corazones
de los que buscan sólo beneficios
a costa de los pobres y de la tierra.
Enséñanos a descubrir el valor de cada cosa,
a contemplar admirados,
a reconocer que estamos profundamente unidos
con todas las criaturas
en nuestro camino hacia tu luz infinita.
Gracias porque estás con nosotros todos los días.
Aliéntanos, por favor, en nuestra lucha
por la justicia, el amor y la paz.
Oración cristiana con la creación
Te alabamos, Padre, con todas tus criaturas,
que salieron de tu mano poderosa.
Son tuyas,
y están llenas de tu presencia y de tu ternura.
Alabado seas.

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Hijo de Dios, Jesús,
por ti fueron creadas todas las cosas.
Te formaste en el seno materno de María,
te hiciste parte de esta tierra,
y miraste este mundo con ojos humanos.
Hoy estás vivo en cada criatura
con tu gloria de resucitado.
Alabado seas.
Espíritu Santo, que con tu luz
orientas este mundo hacia el amor del Padre
y acompañas el gemido de la creación,
tú vives también en nuestros corazones
para impulsarnos al bien.
Alabado seas.
Señor Uno y Trino,
comunidad preciosa de amor infinito,
enséñanos a contemplarte
en la belleza del universo,
donde todo nos habla de ti.
Despierta nuestra alabanza y nuestra gratitud
por cada ser que has creado.
Danos la gracia de sentirnos íntimamente unidos
con todo lo que existe.
Dios de amor,
muéstranos nuestro lugar en este mundo
como instrumentos de tu cariño
por todos los seres de esta tierra,
porque ninguno de ellos está olvidado ante ti.
Ilumina a los dueños del poder y del dinero
para que se guarden del pecado de la indiferencia,
amen el bien común, promuevan a los débiles,
y cuiden este mundo que habitamos.
Los pobres y la tierra están clamando:
Señor, tómanos a nosotros con tu poder y tu luz,
para proteger toda vida,
para preparar un futuro mejor,
para que venga tu Reino
de justicia, de paz, de amor y de hermosura.

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77
Alabado seas.
Amén.
Dado en Roma, junto a San Pedro, el 24 de mayo, Solemnidad de Pentecostés, del año 2015,
tercero de mi Pontificado.
Franciscus
[1] Cántico de las criaturas: Fonti Francescane (FF) 263.
[2] Carta ap. Octogesima adveniens (14 mayo 1971), 21: AAS 63 (1971), 416-417
[3] Discurso a la FAO en su 25 aniversario (16 noviembre 1970): AAS 62 (1970), 833.
[4] Carta enc. Redemptor hominis (4 marzo 1979), 15: AAS 71 (1979), 287.
[5] Cf. Catequesis (17 enero 2001), 4: L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española
(19 enero 2001), p. 12.
[6] Carta enc. Centesimus annus (1 mayo 1991), 38: AAS 83 (1991), 841.
[7] Ibíd., 58, p. 863.
[8] Juan Pablo II, Carta enc. Sollicitudo rei socialis (30 diciembre 1987), 34: AAS 80 (1988), 559.
[9] Cf. Id., Carta enc. Centesimus annus (1 mayo 1991), 37: AAS 83 (1991), 840.
[10] Discurso al Cuerpo diplomático acreditado ante la Santa Sede (8 enero 2007): AAS 99
(2007), 73.
[11] Carta enc. Caritas in veritate (29 junio 2009), 51: AAS 101 (2009), 687
[12] Discurso al Deutscher Bundestag, Berlín (22 septiembre 2011): AAS 103 (2011), 664.
[13] Discurso al clero de la Diócesis de Bolzano-Bressanone (6 agosto 2008): AAS 100 (2008),
634.

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78
[14] Mensaje para el día de oración por la protección de la creación (1 septiembre 2012).
[15] Discurso en Santa Bárbara, California (8 noviembre 1997); cf. John Chryssavgis, On Earth as
in Heaven: Ecological Vision and Initiatives of Ecumenical Patriarch Bartholomew, Bronx, New
York 2012.
[16] Ibíd.9.
[17] Conferencia en el Monasterio de Utstein, Noruega (23 junio 2003).
[18] Discurso « Global Responsibility and Ecological Sustainability: Closing Remarks », I Vértice
de Halki, Estambul (20 junio 2012).
[19] Tomás de Celano, Vida primera de San Francisco, XXIX, 81: FF 460.
[20] Legenda maior, VIII, 6: FF 1145.
[21] Cf. Tomás de Celano, Vida segunda de San Francisco, CXXIV, 165: FF 750.
[22]Conferencia de los Obispos Católicos del Sur de África, Pastoral Statement on the
Environmental Crisis (5 septiembre 1999).
[23] Cf. Saludo al personal de la FAO (20 noviembre 2014): AAS 106 (2014), 985.
[24] V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe, Documento de
Aparecida (29 junio 2007), 86.
[25] Conferencia de los Obispos Católicos de Filipinas, Carta pastoral What is Happening to our
Beautiful Land? (29 enero 1988).
[26] Conferencia Episcopal Boliviana, Carta pastoral sobre medio ambiente y desarrollo humano
en Bolivia El universo, don de Dios para la vida(2012), 17.
[27] Cf. Conferencia Episcopal Alemana. Comisión para Asuntos Sociales, Der Klimawandel:
Brennpunkt globaler, intergenerationeller und ökologischer Gerechtigkeit (septiembre 2006), 28-
30.
[28] Consejo Pontificio Justicia y Paz, Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, 483.
[29] Catequesis (5 junio 2013): L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española (7 junio
2013), p. 12.

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79
[30] Obispos de la región de Patagonia-Comahue (Argentina), Mensaje de Navidad (diciembre
2009), 2.
[31] Conferencia de los Obispos Católicos de los Estados Unidos, Global Climate Change: A Plea
for Dialogue, Prudence and the Common Good (15 junio 2001).
[32] V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe, Documento de
Aparecida (29 junio 2007), 471.
[33] Exhort. ap. Evangelii gaudium (24 noviembre 2013), 56: AAS 105 (2013), 1043.
[34] Juan Pablo II, Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 1990, 12: AAS 82 (1990), 154.
[35] Id., Catequesis (17 enero 2001), 3: L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española
(19 enero 2001), p. 12.
[36] Juan Pablo II, Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 1990, 15: AAS 82 (1990), 156.
[37] Catecismo de la Iglesia Católica, 357.
[38] Cf. Angelus (16 noviembre 1980): L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española
(23 noviembre 1980), p. 9.
[39] Benedicto XVI, Homilía en el solemne inicio del ministerio petrino (24 abril 2005): AAS 97
(2005), 711.
[40] Cf. Legenda maior, VIII, 1: FF 1134.
[41] Catecismo de la Iglesia Católica, 2416.
[42] Conferencia Episcopal Alemana, Zukunft der Schöpfung – Zukunft der Menschheit. Erklärung
der Deutschen Bischofskonferenz zu Fragen der Umwelt und der Energieversorgung (1980), II, 2.
[43] Catecismo de la Iglesia Católica, 339.
[44] Hom. in Hexaemeron, 1, 2, 10: PG 29, 9.
[45] Divina Comedia. Paraíso, Canto XXXIII, 145.
[46] Benedicto XVI, Catequesis (9 noviembre 2005), 3: L’Osservatore Romano, ed. semanal en
lengua española (11 noviembre 2005), p. 20.

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[47] Id., Carta enc. Caritas in veritate (29 junio 2009), 51: AAS 101 (2009), 687.
[48] Juan Pablo II, Catequesis (24 abril 1991), 6: L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua
española (26 abril 1991), p. 6.
[49] El Catecismo explica que Dios quiso crear un mundo en camino hacia su perfección última y
que esto implica la presencia de la imperfección ydel mal físico; cf. Catecismo de la Iglesia
Católica, 310.
[50] Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Const. past. Gaudium et spes, sobre la Iglesia en el mundo actual,
36.
[51] Tomás de Aquino, Summa Theologiae I, q. 104, art. 1, ad 4.
[52] Id., In octo libros Physicorum Aristotelis expositio, lib. II, lectio 14.
[53] En esta perspectiva se sitúa la aportación del P. Teilhard de Chardin; cf. Pablo VI, Discurso
en un establecimiento químico-farmacéutico (24 febrero 1966): Insegnamenti 4 (1966), 992-993;
Juan Pablo II, Carta al reverendo P. George V. Coyne (1 junio 1988): Insegnamenti 5/2 (2009),
60; Benedicto XVI, Homilía para la celebración de las Vísperas en Aosta (24 julio 2009):
L’Osservatore romano, ed. semanal en lengua española (31 julio 2009), p. 3s.
[54] Juan Pablo II, Catequesis (30 enero 2002), 6: L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua
española (1 febrero 2002), p. 12.
[55] Conferencia de los Obispos Católicos de Canadá. Comisión para los Ąsuntos Sociales, Carta
pastoral You love all that exists... all things are yours, God, Lover of Life (4 octubre 2003), 1.
[56] Conferencia de los Obispos Católicos de Japón, Reverence for Life. A Message for the
Twenty-First Century (1 enero 2001), n. 89.
[57] Juan Pablo II, Catequesis (26 enero 2000), 5: L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua
española (28 enero 2000), p. 3.
[58] Id., Catequesis (2 agosto 2000), 3: L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española
(4 agosto 2000), p. 8.
[59] Paul Ricoeur, Philosophie de la volonté II. Finitude et culpabilité, Paris 2009, 2016 (ed. esp.:
Finitud y culpabilidad, Madrid 1967, 249).
[60] Summa Theologiae I, q. 47, art. 1.

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81
[61] Ibíd.
[62] Cf. ibíd., art. 2, ad 1; art. 3.
[63]Catecismo de la Iglesia Católica, 340.
[64] Cántico de las criaturas: FF 263.
[65] Cf. Conferencia Nacional de los Obispos de Brasil, A Igreja e a questão ecológica (1992), 53-
54.
[66] Ibíd., 61.
[67] Exhort. ap. Evangelii gaudium (24 noviembre 2013), 215: AAS 105 (2013), 1109.
[68] Cf. Benedicto XVI, Carta enc. Caritas in veritate (29 junio 2009), 14: AAS 101 (2009), 650.
[69] Catecismo de la Iglesia Católica, 2418.
[70] Conferencia del Episcopado Dominicano, Carta pastoral Sobre la relación del hombre con la
naturaleza (21 enero1987).
[71] Juan Pablo II, Carta enc. Laborem exercens (14 septiembre 1981), 19: AAS 73 (1981), 626.
[72] Carta enc. Centesimus annus (1 mayo 1991), 31: AAS 83 (1991), 831.
[73] Carta enc. Sollicitudo rei socialis (30 diciembre 1987), 33: AAS 80 (1988), 557.
[74] Discurso a los indígenas y campesinos de México, Cuilapán (29 enero 1979), 6: AAS 71
(1979), 209.
[75] Homilía durante la Misa celebrada para los agricultores en Recife, Brasil (7 julio 1980), 4:
AAS 72 (1980), 926.
[76] Cf. Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 1990, 8: AAS 82 (1990), 152.
[77] Conferencia Episcopal Paraguaya, Carta pastoral El campesino paraguayo y la tierra (12
junio 1983), 2, 4, d.
[78] Conferencia Episcopal de Nueva Zelanda, Statement on Environmental Issues, Wellington (1
septiembre 2006).

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82
[79] Carta enc. Laborem exercens (14 septiembre 1981), 27: AAS 73 (1981), 645.
[80] Por eso san Justino podía hablar de «semillas del Verbo» en el mundo; cf. II Apología 8, 1-2;
13, 3-6: PG 6, 457-458; 467.
[81] Juan Pablo II, Discurso a los representantes de la ciencia, de la cultura y de los altos estudios
en la Universidad de las Naciones Unidas, Hiroshima (25 febrero 1981), 3: AAS 73 (1981), 422.
[82] Benedicto XVI, Carta enc. Caritas in veritate (29 junio 2009), 69: AAS 101 (2009), 702.
[83] Romano Guardini, Das Ende der Neuzeit, Würzburg 19659, 87 (ed. esp.: El ocaso de la Edad
Moderna, Madrid 1958, 111-112).
[84] Ibíd. (ed. esp.: 112).
[85] Ibíd., 87-88 (ed. esp.: 112).
[86] Consejo Pontificio Justicia y Paz, Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, 462.
[87] Romano Guardini, Das Ende der Neuzeit, 63s (ed. esp.: El ocaso de la Edad Moderna, 83-
84).
[88] Ibíd., 64 (ed. esp.: 84).
[89] Cf. Benedicto XVI, Carta enc. Caritas in veritate (29 junio 2009), 35: AAS 101 (2009), 671.
[90] Ibíd., 22: p. 657.
[91] Exhort. ap. Evangelii gaudium (24 noviembre 2013), 231: AAS 105 (2013), 1114.
[92] Romano Guardini, Das Ende der Neuzeit, 63 (ed. esp.: El ocaso de la Edad Moderna, 83).
[93] Juan Pablo II, Carta enc. Centesimus annus (1 mayo 1991), 38: AAS 83 (1991), 841.
[94] Cf. Declaración Love for Creation. An Asian Response to the Ecological Crisis, Coloquio
promovido por la Federación de las Conferencias Episcopales de Asia (Tagaytay 31 enero – 5
febrero 1993), 3.3.2.
[95] Juan Pablo II, Carta enc. Centesimus annus (1 mayo 1991), 37: AAS 83 (1991), 840.
[96] Benedicto XVI, Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 2010, 2: AAS 102 (2010), 41.

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83
[97] Id., Carta enc. Caritas in veritate (29 junio 2009), 28: AAS 101 (2009), 663.
[98] Cf. Vicente de Lerins, Commonitorium primum, cap. 23: PL 50, 668 : « Ut annis scilicet
consolidetur, dilatetur tempore, sublimetur aetate ».
[99] N. 80: AAS 105 (2013), 1053.
[100] Conc. Ecum. Vat. II, Const. past. Gaudium et spes, sobre la Iglesia en el mundo actual, 63.
[101]Cf. Juan Pablo II, Carta enc. Centesimus annus (1 mayo 1991), 37: AAS 83 (1991), 840.
[102] Pablo VI, Carta enc. Populorum progressio (26 marzo 1967), 34: AAS 59 (1967), 274.
[103]Benedicto XVI, Carta enc. Caritas in veritate (29 junio 2009), 32: AAS 101 (2009), 666.
[104] Ibíd.
[105] Ibíd.101.
[106] Catecismo de la Iglesia Católica, 2417.
[107] Ibíd., 2418.
[108] Ibíd., 2415.
[109] Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 1990, 6: AAS 82 (1990), 150.
[110] Discurso a la Pontificia Academia de las Ciencias (3 octubre 1981), 3: L’Osservatore
Romano, ed. semanal en lengua española (8 noviembre 1981), p. 7.
[111] Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 1990, 7: AAS 82 (1990), 151.
[112] Juan Pablo II, Discurso a la 35 Asamblea General de la Asociación Médica Mundial (29
octubre 1983), 6: AAS 76 (1984), 394.
[113] Comisión Episcopal de Pastoral social de Argentina, Una tierra para todos (junio 2005), 19.
[114] Declaración de Río sobre el medio ambiente y el desarrollo (14 junio 1992), Principio 4.
[115] Exhort. ap. Evangelii gaudium (24 noviembre 2013), 237: AAS 105 (2013), 1116.
[116] Benedicto XVI, Carta enc. Caritas in veritate (29 junio 2009), 51: AAS 101 (2009), 687.

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84
[117] Algunos autores han mostrado los valores que suelen vivirse, por ejemplo, en las « villas »,
chabolas o favelas de América Latina: cf. Juan Carlos Scannone, S.J., «La irrupción del pobre y la
lógica de la gratuidad», en Juan Carlos Scannone y Marcelo Perine (eds.), Irrupción del pobre y
quehacer filosófico. Hacia una nueva racionalidad, Buenos Aires 1993, 225-230.
[118] Consejo Pontificio Justicia y Paz, Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, 482.
[119] Exhort. ap. Evangelii gaudium (24 noviembre 2013), 210: AAS 105 (2013), 1107.
[120] Discurso al Deutscher Bundestag, Berlín (22 septiembre 2011): AAS 103 (2011), 668.
[121] Catequesis (15 abril 2015): L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española (17
abril 2015), p. 2.
[122] Conc. Ecum. Vat. II, Const. past. Gaudium et spes, sobre la Iglesia en el mundo actual, 26.
[123] Cf. n. 186-201: AAS 105 (2013), 1098-1105.
[124] Conferencia Episcopal Portuguesa, Carta pastoral Responsabilidade solidária pelo bem
comum (15 septiembre 2003), 20.
[125] Benedicto XVI, Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 2010, 8: AAS 102 (2010), 45.
[126] Declaración de Río sobre el medio ambiente y el desarrollo (14 junio 1992), Principio 1.
[127] Conferencia Episcopal Boliviana, Carta pastoral sobre medio ambiente y desarrollo humano
en Bolivia El universo, don de Dios para la vida (2012), 86.
[128] Consejo Pontificio Justicia y Paz, Energía, justicia y paz, IV, 1, Ciudad del Vaticano 2013,
57.
[129] Benedicto XVI, Carta enc. Caritas in veritate (29 junio 2009), 67: AAS 101 (2009), 700.
[130] Exhort. ap. Evangelii gaudium (24 noviembre 2013), 222: AAS 105 (2013), 1111.
[131] Consejo Pontificio Justicia y Paz, Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, 469.
[132] Declaración de Río sobre el medio ambiente y el desarrollo (14 junio 1992), Principio 15.
[133] Cf. Conferencia del Episcopado Mexicano. Comisión Episcopal para la Pastoral Social,
Jesucristo, vida y esperanza de los indígenas y campesinos (14 enero 2008).

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85
[134] Consejo Pontificio Justicia y Paz, Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, 470.
[135] Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 2010, 9: AAS 102 (2010), 46.
[136] Ibíd.
[137] Ibíd., 5: p. 43.
[138] Benedicto XVI, Carta enc. Caritas in veritate (29 junio 2009), 50: AAS 101 (2009), 686.
[139] Exhort. ap. Evangelii gaudium (24 noviembre 2013), 209: AAS 105 (2013), 1107.
[140] Ibíd., 228: p. 1113.
[141] Cf. Carta enc. Lumen fidei (29 junio 2013), 34: AAS 105 (2013), 577: «La luz de la fe, unida
a la verdad del amor, no es ajena al mundo material, porque el amor se vive siempre en cuerpo y
alma; la luz de la fe es una luz encarnada, que procede de la vida luminosa de Jesús. Ilumina
incluso la materia, confía en su ordenamiento, sabe que en ella se abre un camino de armonía y
de comprensión cada vez más amplio. La mirada de la ciencia se beneficia así de la fe: esta invita
al científico a estar abierto a la realidad, en toda su riqueza inagotable. La fe despierta el sentido
crítico, en cuanto que no permite que la investigación se conforme con sus fórmulas y la ayuda a
darse cuenta de que la naturaleza no se reduce a ellas. Invitando a maravillarse ante el misterio
de la creación, la fe ensancha los horizontes de la razón para iluminar mejor el mundo que se
presenta a los estudios de la ciencia».
[142] Exhort. ap. Evangelii gaudium (24 noviembre 2013), 256: AAS 105 (2013), 1123.
[143] Ibíd., 231: p. 1114.
[144] Das Ende der Neuzeit, Würzburg 19659, 66-67 (ed. esp.: El ocaso de la Edad Moderna,
Madrid 1958, 87).
[145] Juan Pablo II, Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 1990, 1: AAS 82 (1990), 147.
[146] Benedicto XVI, Carta enc. Caritas in veritate (29 junio 2009), 66: AAS 101 (2009), 699.
[147] Id., Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 2010, 11: AAS 102 (2010), 48.
[148] Carta de la Tierra, La Haya (29 junio 2000).
[149] Juan Pablo II, Carta enc. Centesimus annus (1 mayo 1991), 39: AAS 83 (1991), 842.

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86
[150] Id., Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 1990, 14: AAS 82 (1990), 155.
[151] Exhort. ap. Evangelii gaudium (24 noviembre 2013), 261: AAS 105 (2013), 1124.
[152] Benedicto XVI, Homilía en el solemne inicio del ministerio petrino (24 abril 2005): AAS 97
(2005), 710.
[153] Conferencia de los Obispos católicos de Australia, A New Earth – The Environmental
Challenge (2002).
[154] Romano Guardini, Das Ende der Neuzeit, 72 (ed. esp.: El ocaso de la Edad Moderna, 93).
[155] Exhort. ap. Evangelii gaudium (24 noviembre 2013), 71: AAS 105 (2013), 1050.
[156] Benedicto XVI, Carta enc. Caritas in veritate (29 junio 2009), 2: AAS 101 (2009), 642.
[157] Pablo VI, Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 1977: AAS 68 (1976), 709.
[158] Consejo Pontificio Justicia y Paz, Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, 582.
[159] Un maestro espiritual, Ali Al-Kawwas, desde su propia experiencia, también destacaba la
necesidad de no separar demasiado las criaturas del mundo de la experiencia de Dios en el
interior. Decía: «No hace falta criticar prejuiciosamente a los que buscan el éxtasis en la música o
en la poesía. Hay un secreto sutil en cada uno de los movimientos y sonidos de este mundo. Los
iniciados llegan a captar lo que dicen el viento que sopla, los árboles que se doblan, el agua que
corre, las moscas que zumban, las puertas que crujen, el canto de los pájaros, el sonido de las
cuerdas o las flautas, el suspiro de los enfermos, el gemido de los afligidos…» (Eva De Vitray-
Meyerovitch [ed.], Anthologie du soufisme, Paris 1978, 200).
[160] In II Sent., 23, 2, 3.
[161] Cántico espiritual, XIV-XV, 5.
[162] Ibíd.
[163] Ibíd., XIV-XV, 6-7.
[164] Juan Pablo II, Carta ap. Orientale lumen (2 mayo 1995), 11: AAS 87 (1995), 757.
[165] Ibíd.
[166] Id., Carta enc. Ecclesia de Eucharistia (17 abril 2003), 8: AAS 95 (2003), 438.

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[167] Benedicto XVI, Homilía en la Misa del Corpus Christi (15 junio 2006): AAS 98 (2006), 513.
[168] Catecismo de la Iglesia Católica, 2175.
[169]Juan Pablo II, Catequesis (2 agosto 2000), 4: L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua
española (4 agosto 2000), p. 8.
[170] Quaest. disp. de Myst. Trinitatis, 1, 2, concl.
[171] Cf. Tomás de Aquino, Summa Theologiae I, q. 11, art. 3; q. 21, art. 1, ad 3; q. 47, art. 3.
[172] Basilio Magno, Hom. in Hexaemeron, 1, 2, 6: PG 29, 8.
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