ACGRM371-250500-vecchi-eucaristia-es


ACGRM371-250500-vecchi-eucaristia-es

1 Pages 1-10

▲back to top

1.1 Page 1

▲back to top
“ESTO ES MI CUERPO,
QUE SE ENTREGA POR VOSOTROS”1
1. “Una hora” eucarística – El camino eclesial – La pregunta – Nuestra Eucaristía – La
praxis pastoral.
2. Invitación a la contemplación – “Haced esto en conmemoración mía” – “Mi cuerpo
entregado... mi sangre derramada” – “Tomad y comed” – “Yo en vosotros y vosotros en mí”.
3. Llamada a la celebración – “He recibido del Señor” – “Vosotros sois el cuerpo de Cristo”
– “Anunciamos tu muerte”.
4. Llamada a la conversión – Don Bosco, hombre eucarístico – Una pedagogía original – La
Eucaristía y el “Da mihi animas” – Un camino en nuestras comunidades – El itinerario
educativo con los jóvenes.
Conclusión – Un año “eucarístico”.
Roma, 25 de marzo de 2000
Anunciación del Señor
Dentro del Jubileo, como se ha venido delineando en el trienio de preparación y como
ahora se está viviendo, ocupa un puesto central el misterio de la Eucaristía. Ya en la Carta
Apostólica Tertio Millennio Adveniente el Santo Padre había anunciado que “el 2000 será un
Año intensamente eucarístico”2. En muchas otras ocasiones ha insistido en su intención de
hacer de la Eucaristía el corazón de la celebración jubilar.
Esto corresponde a un hecho constante en la historia de la comunidad cristiana: la
Eucaristía ha sido siempre el momento más expresivo de su fe y de su vida. Según la hermosa
expresión de Santo Tomás, la Iglesia encuentra en la Eucaristía “la actuación perfecta de la
vida espiritual y el fin de todos los sacramentos”3.
La fe en la iniciativa del Resucitado, que nos reúne, nos habla y nos ofrece la
comunión con su Cuerpo y con su Sangre, da al Jubileo su sentido más profundo. Por la
presencia eucarística de Cristo en medio de nosotros, la memoria de la Encarnación no es una
conmemoración del pasado, sino el encuentro con una salvación que llega hoy hasta nosotros
y nos permite mirar con confianza hacia el futuro.
El Congreso Eucarístico Internacional, que se celebrará en Roma el mes de junio,
quiere ser una mirada de fe agradecida a la presencia real de Cristo en la historia humana y un
abrirse de la comunidad cristiana a su don total.
También, pues, para nosotros, la renovación personal y comunitaria, espiritual y
apostólica del Jubileo comprende el redescubrimiento convencido y gozoso de las riquezas
que la Eucaristía nos ofrece y de las responsabilidades a las que nos llama, conscientes de
que, según la enseñanza constante de la Iglesia, toda la vida cristiana se edifica alrededor de
este misterio.
El itinerario sacramental de preparación a este año (Bautismo, Confirmación,
Reconciliación) nos conduce a la Eucaristía como a una cima desde la cual podamos
contemplar el misterio Trinitario en la vida del mundo y en nuestra existencia4.
1
Cf. 1 Cor 11,24; cf. también Lc 22,19 y par.
2
JUAN PABLO II, Tertio Millennio Adveniente, 55.
3
Eucharistia vero est quasi consummatio spiritualis vitae, et omnium sacramentorum finis” (Summa
Th. 3,73,3).
4
Estas indicaciones introductivas sobre la Eucaristía, puesta en el centro del Jubileo, nos ayudan, desde
el comienzo, a ver la Eucaristía – y, por tanto, esta Carta circular – insertada en las etapas de nuestro camino
jubilar, según cuanto se había propuesto en ACG n. 369 (pág. 55 y stes.).
1

1.2 Page 2

▲back to top
1. “UNA HORA” EUCARÍSTICA
A nosotros, Familia Salesiana, no nos faltan orientaciones, textos, ejemplos,
tradiciones, representaciones artísticas que nos recuerdan la importancia de la Eucaristía en
nuestra espiritualidad, en nuestra vida comunitaria y en nuestra praxis educativo-pastoral.
Pero ha habido, y aún está en curso, un desarrollo en la reflexión y en la praxis
eclesial. Para redescubrir el misterio eucarístico y su significado en nuestra vida y en nuestra
pastoral, es necesario ante todo que tomemos conciencia del camino recorrido por la Iglesia
en estos años, colocándolo sobre el fondo de la evolución cultural que caracteriza los varios
ámbitos en que nos movemos.
En este marco podremos leer de forma más penetrante nuestra experiencia eucarística,
encontrar un planteamiento más adecuado de las preguntas que ella suscita y acoger con
mayor generosidad la gracia que nos comunica.
1.1 El camino eclesial
También respecto de la Eucaristía, el punto de partida obligado es el Concilio
Vaticano II. Éste ha dado orientaciones sustanciales, sobre todo llevando a cabo una seria
reforma litúrgica cuyos frutos benéficos gozamos hoy.
El dato más significativo que emerge del evento conciliar es el relanzamiento de la
dimensión celebrativa de la fe, la liturgia, como fons et culmen de la vida cristiana.
El Concilio, en efecto, ha tomado conciencia, en forma renovada, de la centralidad de
la experiencia litúrgico-sacramental. La reforma de los ritos no ha sido pensada como una
simple adaptación de los gestos y palabras a las condiciones históricas que han cambiado;
sino, más profundamente, como una renovación de la actitud y de la mentalidad eclesial, que
encuentra en la celebración la expresión visible más genuina y eficaz de la fe cristiana.
Así el nuevo Misal Romano pone de relieve el carácter comunitario de la celebración
eucarística. Toda la asamblea queda implicada, no sólo en forma coral, sino también a través
de una distribución de ministerios.
Igualmente se da un lugar privilegiado a la Palabra de Dios, para favorecer su escucha
y su interiorización. El lenguaje aparece más cercano a la sensibilidad contemporánea, y se da
un espacio mayor a la adaptación y a la sana creatividad litúrgica.
Las ventajas de la asimilación gradual, y no siempre fácil, de esta mentalidad están a
la vista de todos y encuentran un amplio consenso. Al mismo tiempo han suscitado nuevos
interrogantes de tipo doctrinal y pastoral.
Con la fiesta de Don Bosco, efectivamente, hemos comenzado juntos el camino jubilar salesiano que
concluiremos con un acto celebrativo comunitario local y/o inspectorial alrededor de la fiesta de la Inmaculada.
En la primera etapa de este camino, que coincide con el período cuaresmal, queremos profundizar la
actitud de Reconciliación y conversión. La carta que os envié: Nos ha reconciliado consigo mismo y nos ha
confiado el ministerio de la Reconciliación (ACG 369) puede servir de estímulo.
La segunda etapa de nuestro itinerario se extiende a lo largo del período pascual, en los meses de mayo
y junio, y tiene como punto de referencia la Eucaristía, en coincidencia con la preparación inmediata y la
celebración del Congreso Eucarístico Internacional, que tendrá lugar en Roma a finales de junio. Esta Carta: Esto
es mi cuerpo que se entrega por vosotros, se coloca – particularmente – en la perspectiva del itinerario personal
y comunitario, espiritual y apostólico, de esta etapa del Jubileo, y quiere favorecer “el redescubrimiento
convencido y gozoso de las riquezas que la Eucaristía nos ofrece y de las responsabilidades a las que nos llama”.
Invito sobre todo a los Inspectores y Directores a estimular durante el período indicado la reflexión
personal y el diálogo comunitario y la revisión comunitaria sobre los puntos que os propongo. Las pistas de
aplicación que os propongo en los números 4.4 y 4.5 pueden ser materia de reflexión con ocasión de un retiro o
de un encuentro comunitario.
2

1.3 Page 3

▲back to top
La búsqueda sigue abierta en muchos ambientes: la reflexión teológica trata de ofrecer
nuevas síntesis y perspectivas que, sin perder nada de la tradición de la Iglesia, permitan
expresar la verdad de la Eucaristía en nuestras categorías culturales y en conformidad con los
nuevos avances en el conocimiento del Nuevo Testamento, mientras la praxis pastoral toma
en consideración los numerosos problemas suscitados por la vida actual de los creyentes.
También a propósito de la Eucaristía la Iglesia está viviendo una estación rica de
fermentos, en la que conviven grandes potencialidades y arriesgadas confusiones,
adquisiciones significativas e iniciativas frágiles, de poco alcance.
Esto acucia de manera particular nuestra conciencia de pastores y educadores que, al
atender a las exigencias de los jóvenes y de las comunidades cristianas, debemos saber
proponer la fractio panis con la abundancia de motivaciones y significados que la reflexión
eclesial ofrece, sin ceder a modas pasajeras ni a opiniones inciertas.
1.2 La pregunta
El camino eclesial ha estado marcado por una transformación cultural que ha hecho
sentir su influjo en el ámbito de la celebración de los sacramentos en general y de la
Eucaristía en particular.
Podemos recordar cómo se ha difundido la expresividad espontánea y el valor
puramente formal que se da a los ritos regulados por normas o costumbres, olvidando
fácilmente su significado. Estamos en tiempos de crisis de la memoria histórica.
Una cierta exuberancia colectiva de gestos que nos impresiona (discotecas,
acontecimientos rock, etc.) es autorreferencial: es decir, no pretende expresar significados
fuera de los que realizan tales gestos. Está marcada por un fuerte individualismo incluso
dentro de una gran masa, porque tiende a la satisfacción propia y se encuentra aprisionada en
una espectacularidad múltiple. Al mismo tiempo expresa una exigencia de implicación
personal, de experiencia directa y de emociones.
No son éstos los fenómenos que más preocupan, si bien no es indiferente analizarlos,
por el influjo que ejercen, especialmente entre los jóvenes. Hay otros mucho más serios. No
podemos hoy, por ejemplo, hablar de la Eucaristía sin tener presente el fenómeno de los
creyentes no practicantes, para los cuales el encuentro con el Señor es considerado separable,
y de hecho está separado, de la experiencia sacramental.
Mientras el Concilio se había puesto la cuestión: “¿cómo celebrar los sacramentos?”,
en el postconcilio se ha tenido que pensar que la pregunta para muchos cristianos debía ser
ésta: “¿por qué celebrar los sacramentos?”.
La ejemplificación puede ser muy amplia y abarca todos los sacramentos: si ya estoy
arrepentido, ¿por qué confesarme? Si nos amamos, ¿por qué debemos casarnos por la Iglesia?
Y respecto de la Eucaristía: si el Señor está siempre conmigo, ¿por qué tengo que ir a Misa?
Tales interrogantes se reflejan luego en las condiciones particulares de las
celebraciones sacramentales, siempre marcadas por el individualismo y por la espontaneidad:
¿por qué la confesión de los propios pecados al sacerdote y la absolución personal? ¿Por qué
la participación dominical en la Eucaristía? Y así sucesivamente.
Son preguntas frecuentes, sobre todo en los jóvenes, que denotan una defectuosa
formación respecto del significado de la experiencia sacramental y dejan traslucir también la
atenuación –muy difundida- de la percepción del valor que el simbolismo y el rito tienen para
el hombre, favoreciendo una ingenua exaltación de la espontaneidad.
Como pastores y educadores no podemos infravalorar la incidencia de estos
fenómenos, que llevan a considerar la celebración de la Eucaristía como un acto insignificante
3

1.4 Page 4

▲back to top
para la vida, condicionado por una rigidez ritualista, que constituiría un obstáculo para la
expresión de la propia vivencia religiosa.
Por otra parte, los tentativos de dar respuesta a estas instancias se han demostrado
frágiles y han llegado, en ciertos casos, a formas que ponían en peligro la identidad del
sacramento, hasta el punto de reducirlo a un encuentro fraterno, a un momento de convivencia
puramente horizontal, a un acto incluido en el programa de alguna celebración considerada
más importante.
La complejidad de estos fenómenos debe ser tenida en cuenta, para que nuestra
experiencia de la Eucaristía no se separe de la vida y para que nuestra pastoral no deje de
plantearse preguntas que resultan determinantes en el plano educativo.
1.3 Nuestra Eucaristía
Sobre el fondo que hemos presentado de forma concisa, podemos ahora tratar de
revisar nuestra vivencia eucarística, a la búsqueda de elementos positivos que debemos
desarrollar más y con la disponibilidad para reconocer aspectos problemáticos, en los que
nuestro camino hubiera de ser rectificado.
La renovación litúrgica ha tenido efectos positivos también entre nosotros. Entre los
aspectos más prometedores de nuestra vida fraterna está la diaria Concelebración eucarística,
que, como dicen nuestras Constituciones, “evidencia la triple unidad del sacrificio, del
sacerdocio y de la comunidad, cuyos miembros están todos al servicio de la misma misión”5.
Alrededor del altar, en la celebración gozosa del misterio eucarístico, nuestras
comunidades renacen cada día del corazón de Cristo, que nos hace partícipes de su caridad,
nos da la capacidad de acogernos y de amarnos y nos envía como signos y testigos de su amor
a los muchachos, destinatarios de nuestra misión. Esto se hace más evidente en el día semanal
de la comunidad, en el cual, generalmente, se celebra con más calma y mayor participación.
Algún punto de reflexión podemos tomarlo de nuestro modo de celebrar. No faltan
experiencias de celebraciones dignas y gozosas, compenetradas del misterio que se celebra y
de la fraternidad en Cristo que se quiere expresar. Sin embargo, no es raro tampoco el caso de
una cierta deficiencia en la calidad de la celebración, debida a veces a la prisa, más
frecuentemente a una falta de atención a las actitudes que predisponen y acompañan una
celebración, a una subestimación del valor de los gestos y del lenguaje simbólicos, que dan
vida a la celebración.
Esto puede ser en parte reacción contra un pasado, en el que algunos gestos aparecían
sólo como “ceremonias”, que daban solemnidad al sacramento. Hoy la Iglesia, al mismo
tiempo que nos pide un gran cambio de mentalidad, nos pone en guardia frente al ceder a
formas de secularización, en las que se acaba por trivializar, con motivos poco fundados,
elementos cargados de significado.
Otros aspectos de nuestra experiencia eucarística requieren reflexión y decisiones
prácticas no siempre fáciles, que deben inspirarse en sabiduría y flexibilidad. Pienso en el
servicio generoso que con frecuencia prestamos en numerosas capellanías. Este servicio
expresa la caridad pastoral de nuestras comunidades hacia el pueblo de Dios, particularmente
hacia las comunidades religiosas femeninas, que, de no atenderlas, no podrían gozar del
ministerio presbiteral. Pero dicho servicio no puede eliminar del todo la necesidad de que la
comunidad encuentre ocasiones frecuentes para la Concelebración comunitaria, que
constituye el momento fontal de nuestra vida de hermanos en el Espíritu.
5
Const. 88.
4

1.5 Page 5

▲back to top
Observaciones más importantes deben hacerse respecto de la celebración dominical de
la Eucaristía, que constituye para toda la Iglesia el signo central del día del Señor y el corazón
de la semana cristiana.
El domingo “secularizado” se considera como día de diversión, vivido
individualmente. El individuo se aparta de la comunidad humana y hasta de la propia familia,
bajo el pretexto de distensión o descanso contra el estrés del trabajo y de las relaciones
laborales. Es ésta una mentalidad que puede entrar también entre nosotros, dedicados al
trabajo educativo durante la semana. Si así fuese, sería un síntoma grave: ¡un domingo sin
comunidad y sin Eucaristía!
Más frecuente es, dando gracias al Señor, otra situación. En general, nos gastamos
generosamente en el ministerio. No pocas comunidades cuidan algún signo y momento que
haga ver cómo la Eucaristía dominical es el gozne alrededor del cual gira nuestra vida
consagrada. Muchas han establecido un momento de adoración eucarística en las horas
vespertinas, con notable provecho también para la fraternidad.
Esto nos lleva a otro punto de evaluación: el sentido de la presencia eucarística del
Señor en nuestra Casa. Las capillas se presentan, en casi todas partes, con gusto y dignidad y
ofrecen un ambiente adecuado de oración; pero se han debilitado las formas de encuentro
personal y comunitario con el Señor. El significado y el valor de pararnos, incluso
prolongadamente, delante de la Eucaristía, son a veces puestos en discusión, basándose en
opiniones sobre la presencia y sobre el culto eucarístico, que no tienen fundamento en la
enseñanza de la Iglesia, o por la afirmación de que nuestra unión con Dios ya se realiza en el
trabajo.
Para nosotros este aspecto tenía una expresión sencilla y eficaz en la “visita”. Puede
ser útil, a este propósito, escuchar el consejo de uno de los teólogos más significativos de
nuestra época, Karl Rahner: “Quien pone en discusión la visita debería preguntarse si sus
objeciones contra tal devoción no son, en realidad, la protesta del hombre atareado contra la
voz imperiosa que le invita a ponerse de una vez ante Dios con todo su ser, recogido aparte y
relajado, en una atmósfera serena y tranquila, manteniéndose en el silencio regenerador y
purificador en que habla el Señor”6.
1.4 La praxis pastoral
Las situaciones educativas y pastorales son muy variadas y no sería correcto hacer una
única valoración general de ellas.
En conjunto, se puede decir que hay mucha generosidad y espíritu de sacrificio en el
ejercicio de la presidencia eucarística. Muchos hermanos sacerdotes, sobre todo el domingo,
se entregan asiduamente al servicio del Pueblo de Dios. En todas partes hay la preocupación
6
K.RAHNER, Educazione alla pietà eucaristica, en ID. Missione e grazia. Saggi di teologia pastorale,
Ed. Paoline, Roma 1964, pag. 291-340, 316.
5

1.6 Page 6

▲back to top
de acercar gestos y palabras a la comprensión del pueblo y de introducir a jóvenes y adultos
en el espíritu de la celebración con una creatividad legítima.
En nuestros oratorios/centros juveniles y en las instituciones escolares encontramos
dificultad de diversas clases para educar en el misterio eucarístico. Con frecuencia, incluso en
contextos tradicionalmente cristianos, no es fácil hacer comprender su valor, porque falta la
colaboración y el testimonio por parte de las familias, por una insuficiente catequesis, o por
una práctica precedente poco elocuente para la experiencia de los jóvenes.
Esto podría causar en nosotros una falta de confianza para hacer la propuesta. Con el
deseo de evitar cualquier apariencia de imposición o de exceso, hay quien limita la
celebración a pocas grandes ocasiones, con el peligro de desvirtuar desde dentro el sentido del
sacramento, que es presentado como un momento ritual para solemnizar ciertas circunstancias
del año. Se piensa acá y allá que los muchachos no están preparados, catequística y
espiritualmente, para comprender el significado de la Eucaristía; se olvida que para ellos es no
sólo “culmen”, sino también, si está pedagógicamente preparada, “fons” de su vida.
En algunos sitios se presenta, como razón para distanciar las Eucaristías, la relación
que hay que mantener entre las celebraciones en nuestros ambientes juveniles y las que más
globalmente implican a toda la comunidad cristiana. Ciertamente, los jóvenes no deben
quedar aislados de una experiencia eclesial más amplia, pero deben ir sintiéndose parte
integrante de ella con la gradualidad pedagógica y la atención a las etapas de crecimiento de
que es tan rica nuestra tradición.
Es necesario decir que en no pocos proyectos educativos el problema se ha resuelto
muy bien con diversas oportunidades de celebración: algunas, propuestas a toda la comunidad
educativa, otras a grupos, otras a la libre participación, dentro y fuera del horario escolar u
oratoriano.
El aspecto más negativo, que asoma acá y allá, es la idea de una cierta laicidad de la
actividad educativa que no permitiría la celebración eucarística, mientras es sabido que toda
comunidad cristiana, y por lo tanto también la educativa, encuentra en la Eucaristía su
máxima expresión.
Es sabido que la participación animada de los muchachos y jóvenes en la celebración
despierta en ellos grandes recursos espirituales. Para buscar formas que favorezcan dicha
participación, no pocos hermanos y seglares dedican inspiración, tiempo, conocimientos y
energías.
Nuestro carisma hace que llevemos escrito en el corazón el deseo de una forma de
predicación, de unos gestos, de una música litúrgica y de un tono global de la Eucaristía,
donde el joven pueda sentirse a gusto. Todo esto es una gran riqueza y un tesoro que podemos
ofrecer, con humildad y discreción, a toda la Iglesia.
Pero no es hipotético el peligro de malentendidos y distorsiones. La creatividad, que
las normas litúrgicas prevén, es algo muy diverso de la arbitrariedad, de la introducción de
gestos que miran a lo espectacular, tomados de situaciones extrañas al sentido eucarístico, que
por un momento pueden atraer la atención no sobre Dios, sino sobre nosotros mismos y sobre
nuestros gestos.
Por otro lado, cada rito se desarrolla en conformidad con un orden y con ciertas
normas. Esto defiende y transmite valores espirituales de primer orden, como la conciencia de
que lo que se está haciendo no es un gesto inventado por nosotros, sino recibido como un don
de amor; el sentirnos en comunión con los demás hermanos, presentes o lejanos, que celebran
la misma fe; el apuntar a lo esencial, es decir, que es Dios mismo quien obra a través de
nosotros; y así otros valores.
Son cosas de las que también los muchachos pueden hacer experiencia. A veces nos
sorprenden con su capacidad de sintonizar con la sobriedad de los símbolos litúrgicos, que va
6

1.7 Page 7

▲back to top
más allá de nuestras expectativas, a condición de que quien guía la celebración sea
verdaderamente un hombre de oración.
Un último punto de reflexión, en este aspecto pastoral, toca de cerca la figura del
salesiano presbítero, como ministro de la Eucaristía. La resistencia de las culturas
secularizadas para acoger la indispensable mediación de la Iglesia y el valor de los momentos
sacramentales, se traduce también para los presbíteros en una cierta dificultad para reconocer
la celebración de la Eucaristía como parte eminente de su ministerio. Contribuye ciertamente
a determinar esta perplejidad también la reacción contra una cierta teología del pasado, que
consideraba la función sacramental (munus sanctificandi) casi como el único ámbito de
ejercicio del ministerio.
La tradición salesiana, gracias al amplio radio de la acción educativa en que nos
vemos implicados, ha sostenido siempre la necesidad de ensanchar esta perspectiva. Pero,
mientras renovamos la conciencia de que los sacramentos no son la única función del
sacerdote, no debemos olvidar que siguen siendo la función más grande, más específica y más
fecunda.
Efectivamente, sería problemática la figura de un presbítero que no sintiese como su
suprema responsabilidad la de servir a la comunidad a través de la presidencia de la
Eucaristía, de la que nace y por la que se desarrolla la vida de la Iglesia, o que, cuando no
puede celebrar por o con la comunidad reunida, no cumpliese el gesto de ofrecimiento de
Cristo en comunión y en nombre de la Iglesia.
Estos puntos de examen, intencionadamente sólo a modo de ejemplos, nos llevan a
pensar que debemos inserirnos en la corriente viva de la reflexión de la Iglesia respecto de la
Eucaristía para comprender bien el sentido de su celebración. De aquí los pasos sucesivos que
me propongo dar con vosotros en esta meditación.
2. INVITACIÓN A LA CONTEMPLACIÓN
Contemplación es la actitud que corresponde al misterio eucarístico. Éste es un don
que viene de lo alto. Fuera de la fe no encuentra ningún motivo que merezca la pena. Para
comprenderlo es necesario ponerse a la escucha del Señor, meditar mucho su palabra y sentir
el escándalo que su anuncio, hoy como ayer, suscita en el corazón de los discípulos.
También nosotros, como los discípulos en Cafarnaúm7, queremos advertir lo
paradójico del ofrecimiento de Jesús, maravillarnos de la radicalidad de su discurso, que
confunde nuestra lógica humana con la sobreabundancia del amor divino.
Captar con claridad el sentido de la Eucaristía es un deber que se renueva en cada
generación de creyentes: deber fascinante, confiado a la reflexión, a la oración, al silencio, al
amor, al compromiso por los hermanos, a la contemplación. Pero también es un deber
determinante, porque está en juego nuestra acogida del verdadero Jesús, el que nació de mujer
y padeció bajo Poncio Pilato, contra toda tentación de proyectar imágenes del Señor o
representaciones de su presencia que contradicen la verdad del Evangelio.
2.1 “Haced esto en conmemoración mía”8
La referencia fundamental para comprender la Eucaristía es la Última Cena del Señor.
Allí nació, y es memorial de ella. Pienso que no es necesario explicar que memorial, en el
lenguaje litúrgico, no es evocación subjetiva, simple recuerdo en el pensamiento; sino
7
Cf. Jn 6.
8
Lc 22,19; cf. también 1 Cor 11,24.
7

1.8 Page 8

▲back to top
actualización y prolongación que hace presente y perpetuo, y, sin embargo, siempre nuevo, el
acontecimiento celebrado.
Una meditación constante de este momento de la vida de Jesús, siguiendo el texto, es
indispensable. No dejo de recomendárosla. En cada relectura del Nuevo Testamento surgirán
novedades inesperadas.
La Última Cena constituye, en cierto sentido, la síntesis de toda la vida de Jesús, la
clave de interpretación de su muerte inminente. Precisamente por eso, los textos evangélicos
le confieren un relieve particular.
Sin descender al análisis de cada uno de los párrafos, baste recordar que el evangelista
Juan coloca en el contexto de la Cena9 la expresión más alta de la enseñanza de Jesús (el
discurso de despedida), el momento más intenso de su diálogo con el Padre (la oración
sacerdotal) y la expresión más profunda de su amor para con los Doce (el lavatorio de los
pies).
La Cena aparece como un acontecimiento preparado durante largo tiempo, deseado
ardientemente por Jesús10, y anticipado de varios modos en momentos emblemáticos de su
vida: el anuncio del Reino durante los banquetes con los pecadores11, la multiplicación de los
panes12, las parábolas de los invitados a bodas13, la discusión sobre el Pan vivo14, y así
sucesivamente.
En los textos de la Cena, y más específicamente en las palabras de la institución, hay
un denso entrelazarse de temas, que van desde la experiencia salvífica de la Pascua antigua al
banquete de la Sabiduría15, desde la temática profética de la muerte redentora del Siervo de
Yahvéh a los textos relativos a la Alianza en el Sinaí y a la Nueva Alianza.
La Cena no es simplemente “uno” de los acontecimientos de la vida de Jesús, sino
realmente el acontecimiento “decisivo”, para comprender el sentido de su misión y la
interpretación que Él da de su vivir y de su morir.
Cuanto Jesús realiza durante la Cena es el coronamiento de una larga historia. Es la
“nueva” alianza entre Dios y la humanidad, que hace realidad cuanto había sido prometido en
todas las precedentes. Es una anticipación ritual y una interpretación simbólica de su propia
muerte. Es un testamento para su Iglesia.
Él, consciente de la pasión que le espera, no huye frente a la reacción violenta que la
humanidad opone a la predicación del Reino, sino que la asume y la transforma desde dentro
con una sobreabundancia de amor. Consuma así el don de sí mismo, entregándose por nuestra
liberación, en la dócil aceptación de la voluntad salvífica del Padre, que el Espíritu le presenta
como una invitación y como un mandato de amor.
Es la ofrenda de su vida como don del Padre por la humanidad, que Jesús anticipa e
inscribe en el gesto eucarístico. El antiguo rito se colma de una novedad inaudita, porque el
Cordero que lava nuestras culpas y nos restituye a Dios es el Hijo hecho carne, consustancial
con el Padre y partícipe de nuestra humanidad.
No meditaremos y no adoraremos nunca suficientemente el misterio de amor
encerrado en este acontecimiento, cuya amplitud nos supera y cuya gratuidad nos confunde.
Él marca el inicio del orden sacramental cristiano, que tiene como contenido la Pascua
9
Cf. Jn 13-17.
10
Lc 22,15.
11
Mc 2,15-17 y par.; Lc 7,36-50.
12
Mc 6,34-
44 y par.
13
Mt 22,1-14.
14
Cf. Jn 6.
15
Cf. Pro 9,1-5; Sir 24,18-21.
8

1.9 Page 9

▲back to top
salvífica de Cristo, y extiende a los hombres de todo lugar y de todo tiempo la comunión con
su caridad.
2.2 “Mi cuerpo entregado... mi sangre derramada”16
Las reflexiones precedentes nos han ayudado a comprender la referencia sustancial de
la Eucaristía al misterio pascual de Cristo.
Una de las palabras básicas para narrar este misterio y, por lo tanto, para comprender
cristianamente la Eucaristía, es “sacrificio”. Al hombre contemporáneo, el sacrificio le parece
un residuo del pasado, un estorbo inútil no sólo en la vida cotidiana, donde es normal la
carrera a las comodidades, sino también en la relación con Dios. No consideramos que valga
la pena sacrificarse si no es en vista de una ventaja mayor, y no comprendemos entonces por
qué sacrificar algo a Dios, y tanto menos por qué atribuirle a Él semejante actitud.
Más allá de la palabra, la realidad del sacrificio no puede suprimirse sin desnaturalizar
el sentido de la Eucaristía. Suscita, por eso, una cierta preocupación la tendencia a diferir el
anuncio de esta verdad en la predicación y en la catequesis, acaso recurriendo a otras
categorías, que son insuficientes por sí solas para expresar la intención de Cristo, como
aparece en la Última Cena y en la conciencia de la Iglesia primitiva.
Hablar del sacrificio eucarístico significa conectar, por un lado con un modo de pensar
y actuar presente en todas las religiones y, por otro, comprender la novedad de Cristo.
Jesús, en su vida, demuestra una oposición y un rechazo total a una cierta concepción
de sacrificio; pero, por otro lado, interpreta el momento supremo de su misión, diciendo que
ofrece su Cuerpo “en sacrificio” por nosotros.
El concepto de sacrificio que Jesús rechaza es el que entiende el gesto de la ofrenda a
Dios como el tentativo del hombre de conquistarse los favores, la protección y acaso los
privilegios de la divinidad como fruto de las propias obras, presentadas a Dios como un título
de mérito.
Los motivos por los que este comportamiento es aberrante son muchos: contiene la
idea de que Dios no ame a todos gratuita y libremente, sino que trate a los hombres en razón
de cálculos interesados; favorece una relación con Dios que no pone en el centro la adhesión
confiada a su persona, sino el cumplimiento jurídico de gestos formales; ve al hombre
preocupado no por convertirse y entrar en el Reino, sino por hacer que Dios colme sus deseos
inmediatos.
Cuando la participación en la Eucaristía se inculca más como un precepto que cumplir
que como una Gracia que encontrar; cuando se va a Misa por los dones que se esperan de
Dios, más bien que por encontrarse con aquel Don que es Dios mismo, se saca en conclusión
que, aunque las formas son cristianas, el contenido experiencial no lo es de hecho.
La idea de sacrificio que Jesús manifiesta es algo muy diverso y hasta opuesto. Él
habla de sacrificio a propósito de su muerte, entendida no como una derrota, sino como el
cumplimiento supremo de su misión. La muerte de Jesús en la cruz desenmascara toda
representación de Dios que proyecte sobre el Padre nuestra mezquindad y nuestros instintos
de posesión y de revancha.
El sacrificio cumplido una vez por todas en la cruz, y hecho presente en toda
Eucaristía, es aquel en que es Dios mismo quien se sacrifica por el hombre, en virtud de un
movimiento de caridad ilimitada e incondicional. Jesús se sacrifica por nosotros en el sentido
de que nos da su vida, con una donación gratuita que no pretende otra cosa que expresar el
amor de su Padre, del que Él, en su total oblación, es imagen perfecta.
16
Cf. Lc 22,19-20.
9

1.10 Page 10

▲back to top
Cuando, pues, nosotros celebramos el sacrificio eucarístico, participamos del misterio
de la Cruz con el que Cristo nos ha liberado de nuestros miedos de Dios que son la
consecuencia de nuestros pecados, nos abrimos gozosamente al encuentro con un Dios que no
nos pide nada por amarnos, si no es nuestra disponibilidad para dejarnos amar por Él. Por esto
el nombre que define este sacramento es “Eucaristía”, es decir “acción de gracias” al Dios que
nos ama gratuitamente.
La fidelidad al amor de Dios nos pedirá con sentido realista también a nosotros,
muchas veces, afrontar obstáculos y chocar con la oposición crucificante del pecado nuestro y
de los demás. También esto forma parte de nuestra participación en el sacrificio eucarístico.
Pero no nos sucederá que entendamos el sacrificio eucarístico como la prestación de una
obligación religiosa para que Dios nos otorgue un favor, ni que entendamos la ofrenda de
nosotros mismos en unión con Cristo como un precio impuesto por Dios para luego
concedernos una gracia.
Si queremos que la participación en la Eucaristía sea fructuosa y motivada por la fe,
debemos corregir las visiones torcidas y sobre todo proclamar, como San Pablo, la alegre
novedad que brota de la Cruz de Cristo, de la que cada Eucaristía es el memorial.
Para nosotros, en particular, la meditación del sacrificio eucarístico constituye una
excelente ocasión para renovar nuestra entrega apostólica como participación de la actitud de
Jesús Buen Pastor que salva a los hombres a través del don de sí. En efecto, de la Eucaristía es
de donde recibe dinamismo y fecundidad nuestra caridad pastoral: participamos diariamente
en el sacrificio de Cristo para aprender de Él a dar cada día la vida, movidos por su mismo
Espíritu de amor.
2.3 “Tomad y comed”17
La “mesa”, el “convite” o “banquete”, tienen una larga tradición teológica y litúrgica
basada en el memorial de la Cena de Jesús. Siempre será necesario estar atentos a no centrar
su significado en nosotros, como si se tratase principalmente de un encuentro amigable de los
cristianos, sino referirlo más bien al don del alimento para la vida que el Padre nos da en
Cristo.
La Eucaristía, en efecto, es la gracia, la invitación y el acontecimiento de nuestra
comunión con Cristo Resucitado y con el Padre: “Preparas una mesa ante mí... mi copa
rebosa”18.
Todo el camino pedagógico de la celebración lleva hacia esta cumbre a través del
arrepentimiento, la alabanza, la escucha de la Palabra, la fe, nuestra ofrenda humilde. Cristo
no sólo realiza un sacrificio de amor, sino también nos hace partícipes y comensales de él.
En toda su existencia Jesús se presenta como la vida de la que debemos participar, el
agua de beber para saciar nuestra sed, el Pan del que alimentarnos, la sabiduría a cuya mesa
sentarnos, la vid en la que injertarnos. El banquete llena el evangelio y el Buen Pastor
conduce a los suyos hacia “fuentes tranquilas y verdes praderas”19. Todo ello son alusiones a
una comunión misteriosa.
Como en el discurso sobre el Pan, presentado por Juan, también en la celebración
eucarística acoger la Palabra y comer el Cuerpo están en una línea de continuidad y de
ascensión. Y los dos son don del Padre y comunión con Cristo.
El Señor Resucitado, por la mediación de la Iglesia y con la acción invisible pero real
del Espíritu, en cada Eucaristía se da a nosotros ante todo como Palabra. Él no sólo, ni
17
Mt 26,26.
18
Salm 22 (23).
19
Cf. ib.
1

2 Pages 11-20

▲back to top

2.1 Page 11

▲back to top
principalmente, ha dicho palabras sabias, sino que es la Palabra total y definitiva de Dios para
el hombre con todas las resonancias que puede tener también a nivel de significado humano.
En nuestra celebración eucarística “el mismo Cristo, por su Palabra – afirma la Constitución
Sacrosanctum Concilium – se hace presente en medio de los fieles”20.
La comunión eucarística es posible al hombre sólo si la acogida de la Palabra y la fe le
han llevado a abrir las puertas al amor.
Es importante no perder de vista que “Él nos explica las Escrituras (...) sobre todo
cuando nos congrega para el banquete pascual de su amor”21. Nuestras Constituciones
privilegian este perspectiva que relaciona Palabra y participación en el sacrificio: “La escucha
de la Palabra encuentra su lugar de privilegio en la celebración de la Eucaristía”22.
Explicitando más el sentido apostólico, las de las Hijas de María Auxiliadora declaran:
“Alimentándonos en la mesa de su Palabra y de su Cuerpo, llegamos a ser, con Él, “pan” para
nuestros hermanos”23.
Éste es uno de los aspectos que con frecuencia descuidamos en nuestras celebraciones;
en cambio, el modo de hacer las lecturas, la actitud de escucha, el decoro de los ornamentos,
el subrayado conveniente deben hacerlo sentir como algo sumamente importante.
Es el momento cotidiano más eficaz de formación permanente, sobre todo si – como
indica la estrecha relación que tiene con la Eucaristía – no lo convertimos en objeto de
elucubración intelectual o de estudio, sino que nos abrimos a la acogida y a la comunión con
Cristo. No leemos las páginas bíblicas para informarnos de cosas que no sabemos, sino para
sentir en ellas y por ellas la voz viva de Dios que, hoy y aquí, nos dirige su palabra para
iluminarnos y sostenernos en la historia concreta que nos toca vivir.
Motivo, no menor, para subrayar este aspecto es la importancia que tiene el ministerio
de la Palabra para nosotros como educadores y como pastores. Nunca se capta mejor el
significado, especialmente en relación con la vida del pueblo de Dios, como en el contexto
eucarístico.
2.4 “Yo en vosotros y vosotros en mí”24
La Eucaristía, celebración del ofrecimiento de Cristo al Padre por la humanidad,
realiza la forma más intensa de su presencia entre nosotros. La eucarística se llama
precisamente “por antonomasia”25 la presencia real.
La Eucaristía proclama que la Pascua ha cumplido la finalidad de la Encarnación del
Hijo de Dios, o la intención de Dios de hacer con el hombre la más profunda, permanente y
sentida comunión.
La Cruz y la Resurrección no han borrado de la historia la presencia de Cristo, sino
que la han metido en el tejido más profundo de las vicisitudes humanas, precisamente a través
del signo sacramental de la Eucaristía. Contemplando el pan y el vino eucarísticos, nosotros
comprendemos que Jesús es verdaderamente el Emmanuel, el Dios con nosotros, que ha
puesto entre nosotros para siempre su morada.
Aquel sentido vivo de la presencia de Dios, que caracteriza nuestra espiritualidad y
que Don Bosco inculcaba con tanto empeño a sus muchachos y a sus colaboradores, encuentra
aquí la propia raíz y el propio fundamento.
20
cf. Ordenación General del Misal Romano, n. 33; cf. también n. 35 y antes aún SC 7.
21
Cf. Plegaria Eucarística V.
22
Const. 88.
23
Cf. Const. FMA 40.
24
Cf. Jn 14,20.
25
PABLO VI, Mysterium fidei, 3 de septiembre de 1965, nº 39.
1

2.2 Page 12

▲back to top
Hoy, como ayer, sólo se hace capaz de contemplación de Dios en la acción quien
aprende a ver su presencia en el Cuerpo y en la Sangre de Cristo.
Es allí donde, según el episodio de Emaús, se abren los ojos y se reconoce al
Resucitado, hasta entonces confundido bajo rasgos y palabras comunes. Es allí donde los
discípulos descubren la continuidad entre el crucificado y el resucitado y comprenden el
significado insólito de la muerte de Jesús. Así, al partir el pan se inicia una acción apostólica
auténtica, que lleva los signos del encuentro real con el Señor y se hace anuncio de una
comunión con Él, vivida y experimentada personalmente.
De forma sugestiva e iluminante la Sacrosanctum Concilium26 y en continuidad otros
textos relacionan las diversas formas de presencia de Jesús Resucitado, poniendo en la
cumbre aquélla, inesperada, por la que Jesús se identifica con el pan y con el vino de la
Eucaristía, celebrada en su memoria por la comunidad de los discípulos.
Jesús está realmente presente en su Palabra, en la cual se da ya como luz y como
alimento. Está presente también en todos los sacramentos, que son “fuerzas vivas que brotan
de Cristo vivo”27, por obra del Espíritu: “Cuando alguien bautiza es Cristo quien bautiza”28,
cuando alguien absuelve es Cristo quien absuelve.
Jesús está presente en la oración, sobre todo en la Liturgia de las Horas: el mismo
Jesús, orante supremo en su existencia de Resucitado, nos incorpora a su oración,
haciéndonos concelebrar la alabanza del Padre y la intercesión por el mundo.
Cristo está realmente presente en la comunidad, en el ministro que preside la
celebración29 y une visiblemente a la comunidad con su fundamento que es Él.
Después de la celebración, prolonga en el sacramento su presencia en beneficio de
todos aquellos que lo desean o lo buscan (enfermos, visitantes) y no han podido asistir a la
celebración; continúa estando realmente presente en los pobres y en los enfermos: “Lo
hicisteis conmigo”30.
Esta comprensión de la multiforme, aunque única presencia del Resucitado da unidad
a nuestra vida. Los sacramentos, la oración litúrgica, la comunidad, la misión, la experiencia
de fraternidad, el servicio a los demás: todo queda unificado por la convicción de que el Señor
Jesús está presente en todo momento, como Él mismo nos ha asegurado: “Yo estoy con
vosotros todos los días hasta el fin del mundo”31.
La Eucaristía es el sacramento de su presencia, como lo es de su sacrificio: sacramento
en el cual, con mayor intensidad y cercanía, se pone al alcance de nuestra mirada, de nuestra
súplica y de nuestra amistad.
Esta presencia no debe ser entendida como presencia de una realidad material, como si
el cuerpo de Cristo estuviese encerrado, inmóvil, estático; está, en cambio, vivo, irradiante,
activo y operante. No hospedamos a un extraño o a un forastero; no lo hacemos prisionero de
ningún producto de nuestro artesanado. Es el Resucitado, el Señor del cosmos y de la historia
que, habiendo colmado la medida del amor, sigue ejercitando en el mundo su propia soberanía
salvífica, sin estar limitado por el espacio ni por el tiempo, exactamente como se mostraba
después de la Resurrección.
Es éste un aspecto del misterio que debemos meditar y contemplar mucho, en un
silencio empapado de oración y de docilidad a las iluminaciones interiores del Espíritu.
La presencia eucarística, oponiendo resistencia a nuestras tentaciones de capturar lo
divino, nos abrirá espacios más humildes y más auténticos de contemplación del Don de Dios.
26
Cf. SC 7.
27
Catecismo de la Iglesia Católica (CCE), 1116.
28
SC 7.
29
Cf. ib.
30
cf. CCE, 1397; Mt 25,40.
31
Mt 28,20.
1

2.3 Page 13

▲back to top
Contemplar un Don no es nunca simplemente ver una “cosa”; es posible sólo cuando se
realiza una unión entre quien da y quien recibe: a esta unión espiritual con Cristo nos llama la
silenciosa presencia eucarística.
Sobre tal presencia se fundamenta el culto eucarístico, en sus formas públicas y
privadas. Su valor, constantemente propuesto por el magisterio de la Iglesia y por el ejemplo
de una multitud innumerable de santos, debe ser redescubierto también por nosotros.
Adorando la Eucaristía aprenderemos a dilatar el corazón según la medida del corazón de
Cristo; descubriremos la alegría de una escucha prolongada, de una alabanza gozosa y de una
intercesión confiada por las necesidades de tantos hermanos, sobre todo de tantos jóvenes que
encontramos o que, tal vez, personalmente no encontraremos nunca.
Ha escrito el Papa: “La intimidad divina con Cristo, en el silencio de la contemplación,
no nos aleja de nuestros contemporáneos, sino, al contrario, nos hace atentos y abiertos a las
alegrías y a los afanes de los hombres y ensancha el corazón hasta las dimensiones del mundo.
Esta intimidad nos hace solidarios para con nuestros hermanos en humanidad, particularmente
hacia los más pequeños, que son los predilectos del Señor”32.
En esta perspectiva él ha dirigido una invitación urgente que nos afecta en primera
línea: “Recomiendo a los sacerdotes, a los religiosos y a las religiosas, y también a los
seglares, que prosigan e intensifiquen sus esfuerzos para enseñar a las jóvenes generaciones el
sentido y el valor de la adoración y de la devoción eucarísticas. ¿Cómo podrán los jóvenes
conocer al Señor si no son introducidos en el misterio de su presencia? Como el joven
Samuel, aprendiendo las palabras de la oración del corazón, ellos estarán más cerca del Señor,
que los acompañará en su crecimiento espiritual y humano y en el testimonio misionero que
deberán dar durante toda su existencia”33.
3. LLAMADA A LA CELEBRACIÓN
3.1 “He recibido del Señor”34
Comprendido el significado de la institución de la Eucaristía en la Última Cena, no
sorprende que la Iglesia, guiada por la experiencia pascual, haya puesto en el centro de su
vida y de su pública identidad la práctica frecuente y perseverante de la fractio panis35.
Acontecimientos como el de Emaús, en efecto, ponen en evidencia cómo la repetición
del gesto eucarístico es el lugar de reconocimiento del Resucitado, el signo de la novedad y de
la continuidad de la relación de Jesús con los suyos después de su muerte y Resurrección, el
modo más evidente con que Él sigue haciéndose presente en medio de ellos, para hablar y
admitirlos a una inimaginable comunión con Él.
La repetición de los gestos y de las palabras de la Cena se convierte así para la Iglesia
naciente en el nuevo modo de acceder al misterio de Dios. Ya no es posible pensar en Dios,
sin pasar a través de la muerte y Resurrección de Cristo y, por lo mismo, a través de la
Eucaristía que es su memorial. No es posible encontrar una experiencia más inmediata de
relación con el Resucitado que la que reconoce su presencia, real y viva, donde se celebra el
“partir el pan”.
32
JUAN PABLO II, Carta sobre la adoración eucarística del 28-05-1996, enviada al Obispo de Lieja
con ocasión del 750º aniversario de la fiesta del Smo. Cuerpo y Sangre de Cristo, 5.
33
Ib. 8.
34
1 Cor 11,23.
35
Cf. Hch 2,42.
1

2.4 Page 14

▲back to top
Así la celebración de la Eucaristía marca la separación de la comunidad cristiana del
culto antiguo, la relectura de toda la historia terrena de Jesús a la luz de su Pascua, y la
identificación de sus discípulos como los que “comen un solo pan” y forman con Él “un solo
cuerpo”.
La enseñanza de San Pablo a los Corintios36, expresión de una tradición de la primera
hora, evidencia cómo el mandato de Jesús respecto del rito eucarístico penetró desde el
comienzo muy profundamente en la vida de la comunidad y se puso como el fundamento de
toda la experiencia eclesial.
El camino que une nuestra Eucaristía con la fractio panis apostólica y con la Última
Cena del Señor está marcado por un largo recorrido histórico y por una lenta evolución de los
ritos, que ha acogido los influjos y las riquezas de diversas épocas y zonas geográficas. En el
fondo, el camino ritual de la Eucaristía forma un cuerpo con el camino histórico del Pueblo de
Dios, que es engendrado por la Eucaristía y que en ella expresa su propia adhesión al Señor.
No sorprende entonces la atención afectuosa con que la Iglesia conserva los gestos y
las palabras de Jesús, poniéndolos en el corazón de su más hermosa celebración,
transmitiéndolos, con cuidado y fidelidad, de generación en generación. Comprendemos
también por qué las comunidades cristianas, incluso a escondidas en tiempo de persecución,
se sentían movidas a celebrar la Eucaristía no de cualquier modo, sino en el mismo modo de
la Iglesia universal que invisiblemente las sostenía. En la Eucaristía, en efecto, se contiene
todo el bien del pueblo de Dios: gracia, unidad, historia, misión.
Más allá de las variaciones en las formas externas del rito, ancladas, por otro lado, en
la inmutada centralidad de los gestos y del relato de la Cena, hay un significado que no se nos
debe escapar.
La Eucaristía es una “celebración”, o una acción ritual que tiene como sujeto visible la
comunidad de los creyentes presidida por los propios pastores en comunión con el Obispo y
con el Papa. Así pues, ya en su aspecto inmediato, el acto de la celebración eucarística pone
de relieve la estructura de comunión de la Iglesia.
La Eucaristía, en efecto, no se presenta con los rasgos de una acción privada, hecha
por un individuo o por un grupo ocasional; sino que, por el contrario, revela los caracteres de
una acción comunitaria, que afecta siempre a la vida de la Iglesia en su totalidad.
Nadie puede ignorar cuán importante es todo esto en una época marcada por fuertes
individualismos, que se reflejan también a veces en la experiencia cotidiana de nuestra vida
fraterna. La celebración de la Eucaristía, en cambio, nos coloca inmediatamente en relación
con los demás. Y es que sólo es posible en virtud de la continuidad del ministerio apostólico y
de la pertenencia a la comunión eclesial. En el “memorial”, momento sustancialmente
celebrativo y ritual, nosotros estamos vinculados con todas las iglesias del mundo y con los
discípulos que, desde la Cena, se han ido sucediendo hasta nosotros.
El hecho mismo de reunirnos para celebrar constituye ya un gran acto de fe: lo que nos
mueve no es un proyecto o un cálculo nuestro, sino la conciencia de deber prestar, todos
juntos como comunidad de discípulos, obediencia al mandato de Jesús.
Si se mira la celebración litúrgica con mayor profundidad, nos damos cuenta de que
ella, además de ser expresión de la fe eclesial, es más radicalmente expresión y visualización
de la acción de Cristo Jesús. Los gestos litúrgicos que hacemos tienen sentido sólo en cuanto
remiten a algo que Él mismo, hoy, realiza a través de nosotros. El protagonista de la acción
litúrgica es Él; y todo el rito, en su belleza y en su sobriedad, quiere precisamente dejar
transparentar esta Su divina presencia.
La desproporción que existe entre la sencillez de los gestos rituales y la grandeza del
misterio que contienen, y la doble epíclesis sobre los dones y sobre la asamblea que encuadra
36
1 Cor 11,20-34.
1

2.5 Page 15

▲back to top
el relato de la institución en la Plegaria Eucarística, recuerdan cotidianamente que en el origen
del sacramento y de su eficacia salvífica no estamos nosotros; sino que esto que se hace viene
de lo Alto. Por eso debe evitarse en nuestras celebraciones todo lo que pudiera dar la idea de
un protagonismo autónomo nuestro que distrae de lo esencial.
Sobre todo, cuantos de nosotros son sacerdotes, deben recordar con frecuencia que su
función presidencial no es el ejercicio de una autoridad sobre la Eucaristía, sino un servicio de
representación del Señor según las indicaciones de la Iglesia. Quien pensase que puede
disponer y decidir de los ritos con un cierto arbitrio en nombre del ministerio que ha recibido,
demostraría una concepción ministerial muy clerical, que atribuye al subjetivismo del
sacerdote un papel normativo para toda la comunidad.
Frente a esta tentación, que de tantos modos puede insinuarse dentro de nosotros,
debemos renovar la alegría de dar manos, sentidos y voz a la acción de Otro, que encuentra en
nuestra disponibilidad para representarlo el espacio para hacer presente su iniciativa personal
de amor. Con otras palabras, nosotros ministros presidimos la Eucaristía in persona Christi,
no tenemos como propio ningún poder mágico de captar la presencia de lo divino, sino sólo la
función de hacer visible la acción con que Cristo, en la gratuidad de su amor, viene libremente
a hacerse presente en medio de nosotros.
3.2 “Vosotros sois el cuerpo de Cristo”37
“Si quieres comprender el cuerpo de Cristo, escucha al Apóstol que dice a los fieles:
Vosotros sois el cuerpo de Cristo y sus miembros (1 Cor 12,27). Si vosotros mismos sois,
pues, Cuerpo y miembros de Cristo, sois el sacramento que es puesto sobre la mesa del Señor,
y recibís este sacramento vuestro. Respondéis “Amén” (es decir, ‘sí’, es verdad) a lo que
recibís, con lo que respondiendo, lo reafirmáis. Oyes decir “el cuerpo de Cristo”, y respondes:
“Amén”. Por lo tanto, sé tú verdadero miembro de Cristo, para que tu “amén” sea también
verdadero”38.
Este texto de San Agustín introduce en otro aspecto que queremos tomar en
consideración: la Eucaristía como sacramento que constituye la Iglesia.
Hemos escuchado con frecuencia la expresión: “La Iglesia hace la Eucaristía y la
Eucaristía hace la Iglesia”. Las dos nacen y crecen juntas. La Eucaristía reúne la Iglesia y la
hace visible. Así sucede cada domingo en todas las iglesias. Pero, sobre todo, la Eucaristía
construye la realidad interior de la Iglesia, como hace el alimento asimilado por nuestro
cuerpo; refuerza en ella la conciencia del misterio sobre el que se funda su existencia.
La celebración eucarística no existe como fin de sí misma o para quedar encerrada en
el tiempo y en el lugar en que se celebra; quiere dar origen a una humanidad que viva en
comunión de amor y de compromiso con Jesús. El pan y el vino, que presentamos en el altar,
se transforman en el Cuerpo y Sangre de Cristo, para que todos los que comulgan
fructuosamente en este misterio se hagan una sola cosa en Cristo. Diciendo “Amén” al cuerpo
eucarístico, decimos también “Amén” al cuerpo eclesial: creemos que es real y queremos
formar parte de él según las condiciones que su naturaleza requiere.
De esta verdad brota la tradición espiritual que considera la Eucaristía como
sacramento de la caridad, de la unidad, de la comunión fraterna.
Ninguno de nosotros ignora cuán importante es esta verdad para nuestra vida cotidiana
y para nuestra acción pastoral. Efectivamente, ésa nos enseña que no hay otro modo para
realizar la comunión entre los hombres y para contraponerse a la lógica disgregadora del
pecado que el de entrar en la Nueva Alianza ofrecida por la Eucaristía, donde la proximidad
37
1 Cor 12,27.
38
S. AGUSTÍN, Discursos, 272; citado en CEC 1396.
1

2.6 Page 16

▲back to top
benévola y acogedora de Dios nos permite abrirnos los unos a los otros, reconocer y aceptar
como un don nuestras diversidades y honrarnos como hermanos en el servicio recíproco.
A la luz de la Eucaristía, la edificación del Reino, de la Iglesia y de nuestra vida
fraterna no aparece como una obra titánica de nuestra buena voluntad, sino como el fruto de la
Pascua del Señor, que está frente a nosotros para que caminemos hacia ella y nos dejemos
invadir por ella.
Todos los documentos recientes sobre la vida religiosa ponen de relieve este punto e
invitan a un intenso redescubrimiento del origen eucarístico de la vida común. Así, por
ejemplo, el documento sobre la vida fraterna en comunidad recuerda: “Es en torno a la
Eucaristía, celebrada y adorada, “cumbre y fuente” de toda la actividad de la Iglesia, donde se
construye la comunión de las almas, premisa para todo crecimiento en la fraternidad”39, y
luego, citando un texto conciliar, prosigue: “Es aquí donde debe encontrar su origen todo tipo
de educación en el espíritu de comunidad”40.
3.3 “Anunciamos tu muerte”
Puesto que está en el origen de la Iglesia, la Eucaristía está en el origen de la misión de
la Iglesia. Ya el Concilio Vaticano II enseñó con autoridad que “todos los sacramentos, como
también todos los ministerios eclesiásticos y obras de apostolado, están íntimamente unidos
con la sagrada Eucaristía y a ella se ordenan”41, de tal modo que la Eucaristía aparece como
“la fuente y la culminación de toda la evangelización”42.
No demos a estas afirmaciones un carácter vago y solamente alusivo, sino tratemos de
percibir su alcance real para nuestra vida espiritual y apostólica.
Decir que la misión nace de la Eucaristía significa reconocer que nuestra acción
educativa y apostólica no puede ser otra cosa que participación en la misión de Jesús.
Ahora bien, precisamente esta participación no debemos darla por descontado, ni
considerarla ya fundamentalmente asegurada por nuestra consagración. El Evangelio, en
efecto, nos recuerda con particular insistencia que se puede estar en la viña del Señor, pero sin
trabajar verdaderamente según sus intenciones y a su servicio.
El descubrimiento de nuestra identidad de enviados del Resucitado es el fruto de un
largo camino de maduración apostólica, marcado por la purificación de las motivaciones que
nos empujan y orientan a una entrega cada vez más profunda a las exigencias del Reino. Y es
precisamente esta entrega de sí mismo lo que constituye la verdadera alma de la misión y
diferencia al buen pastor, que da la vida por las ovejas, del mercenario que, en apariencia hace
tantas cosas, pero no ama el propio rebaño.
Sin entrega gratuita por amor de Dios y de los hermanos no hay misión cristiana y no
hay evangelización. Ésta nace de la Eucaristía porque es participación en la misión de Cristo
culminada en la Cruz y hecha presente por la acción sacramental y por el Espíritu.
La afirmación de nuestras Constituciones, según la cual “el espíritu salesiano
encuentra su modelo y su fuente en el corazón mismo de Cristo, apóstol del Padre”43,
descubre su máxima realización precisamente en la Eucaristía. Allí el corazón de Cristo,
enviado por el Padre y verdadero misionero del Reino, nos configura consigo, haciéndonos
sus apóstoles. No podemos ser apóstoles entre los jóvenes, si en la celebración eucarística no
39
CONGREGACIÓN PARA LOS INSTITUTOS DE VIDA CONSAGRADA Y LAS SOCIEDADES
DE VIDA APOSTÓLICA, La vida fraterna en comunidad, 14.
40
PO, 6.
41
PO, 5.
42
Ib.
43
Const. 11.
1

2.7 Page 17

▲back to top
somos discípulos que, como Juan en la Última Cena, saben posar la cabeza en el corazón del
Maestro.
4. LLAMADA A LA CONVERSIÓN
Cuando aplicamos lo que hemos dicho a la espiritualidad salesiana, vienen a nuestra
mente imágenes y dichos casi lapidarios: las tres devociones, los pilares del Sistema
Preventivo, el sueño de las dos columnas.
Pero los eslóganes genéricos, aunque contienen mensajes precisos, corren el peligro de
permanecer inactivos y hasta incomprensibles, si no logramos meterlos en nuestra vida
cotidiana.
Las máximas sintéticas en las que Don Bosco trasmitió a su familia sus convicciones
eucarísticas, eran el resultado de una experiencia espiritual y de una larga praxis pedagógica.
4.1 Don Bosco, hombre eucarístico
Escribe Don Lemoyne: “Son muchísimos los que nos afirmaron esto que, por otra
parte, nosotros mismos habíamos comprobado día a día. Hemos asistido muchas veces a su
Misa, pero siempre se apoderaba de nosotros en aquel momento un suave sentimiento de fe, al
observar la devoción que se traslucía en todo su exterior, la exactitud en cumplir las sagradas
ceremonias, el modo de pronunciar las palabras y la unción con que acompañaba sus
oraciones. Y la edificante impresión que se recibía no se borraba ya más”44.
La celebración eucarística era, según estas palabras, una experiencia de tal intensidad
que se transparentaba al exterior, tan impresionante que dejaba en todos un recuerdo y un
deseo de acercarse personalmente a la Eucaristía.
Los vértices de intensidad a que llegó Don Bosco en la celebración eucarística, a veces
acompañados de fenómenos extraordinarios, no fueron momentos repentinos y aislados, sino
el resultado de un camino marcado por una rigurosa disciplina interior y por una fidelidad a
toda prueba.
Sabemos, en efecto, cómo Don Bosco rodeaba la celebración eucarística de un clima
de silencioso recogimiento que respetaba personalmente e inculcaba a los demás. “Había
mandado que, desde las oraciones de la noche hasta después de la Misa del día siguiente, no
se dijera nada. Nos sucedió varias veces encontrarnos con él por la mañana, cuando bajaba de
su habitación para ir a la iglesia. En aquel momento aceptaba el saludo con una sonrisa, se
dejaba besar la mano, pero no profería una palabra: tal era su recogimiento como preparación
a la Misa”45.
Don Bosco, capaz de una actividad incansable y de una alegría exultante, frente al
misterio eucarístico se nos presenta como el hombre del silencio orante que envuelve en el
recogimiento el encuentro sacramental con Cristo.
Hay para meditar sobre esta su actitud. El silencio, en efecto, no es un elemento
extrínseco, casi devocional, de la Eucaristía, sino un componente esencial que conduce
precisamente a su misterio: a las noches silenciosas en que Jesús, recogido en oración,
maduraba su misión; sobre todo al silencio de aquella noche, en la que la Eucaristía tuvo
origen, que Jesús marcó con el ofrecimiento filial al Padre en el huerto de los olivos, sin
lograr implicar a la cansada y distraída compañía de los discípulos, que, sin embargo, poco
antes habían tomado parte en las primicias eucarísticas de la Cena.
44
MBe I, pág. 413.
45
MBe IV, pág. 352.
1

2.8 Page 18

▲back to top
La vida, muchas veces frenética, a la que estamos llamados en jornadas llenas de
compromisos apostólicos, tiene una necesidad esencial de este silencio regenerador: es una
condición para que la celebración no se convierta en una formalidad exterior, que nos
encuentra incapaces de escuchar la Palabra y de entrar en comunión con el Señor.
La importancia que Don Bosco daba a esta preparación, como también a la acción de
gracias, es tal que en su testamento, redactado en 1884, se sintió en el escrúpulo de escribir:
“Debo pedir perdón si alguno observó que muchas veces fui demasiado breve en la
preparación y en la acción de gracias de la Santa Misa. A veces me obligaba a ello, en cierto
modo, la multitud de personas que me rodeaban en la sacristía y me quitaban la posibilidad de
rezar antes y después de la Santa Misa”46.
Cuando comparamos estas palabras con lo que sabemos del tenor de su interioridad,
no podemos por menos de quedar confundidos por esta confesión y preguntarnos si nosotros
conocemos y tomamos en serio las enseñanzas espirituales de nuestro Fundador.
4.2 Una pedagogía original
La experiencia personal y la mirada sacerdotal sobre el alma de los jóvenes llevaron a
Don Bosco a elaborar una mistagogia o iniciación al misterio eucarístico.
En la página de las Memorias del Oratorio donde él recuerda su primera comunión,
evidencia algunos elementos de pedagogía espiritual que cuidará durante toda su vida y
propondrá insistentemente a sus muchachos.
Don Bosco cuenta cómo, por el empeño de su madre, él pudo recibir la comunión un
año antes que sus compañeros. Entre líneas aparece su pensamiento de Maestro de espíritu de
los jóvenes, formulado en el escrito sobre el Sistema Preventivo: “Téngase como pestilencial
la opinión de retardar la primera comunión hasta una edad harto crecida. (...) Cuando un niño
sabe distinguir entre pan y pan y revela suficiente instrucción, no se mire la edad; entre el
Soberano celestial a reinar en su bendita alma”47.
Está luego su insistencia repetida sobre el clima de recogimiento en el que tuvo lugar
aquel acontecimiento: “Mi madre procuró acompañarme varios días. (...) En casa me hacía
rezar, leer un libro devoto y me daba además aquellos consejos que una madre ingeniosa tiene
siempre a punto para bien de sus hijos. Aquella mañana no me dejó hablar con nadie, me
acompañó a la sagrada mesa e hizo conmigo la preparación y acción de gracias (...). No quiso
que durante aquel día me ocupase en ningún trabajo material, sino que lo empleara en leer y
rezar”48.
Con la misma insistencia Don Bosco subraya la relación entre comunión eucarística y
sacramento de la Confesión, al que su madre no sólo le invitó, sino le preparó, con aquellas
recomendaciones sobre la sinceridad, sobre el arrepentimiento y sobre el propósito que serán
luego las enseñanzas que Don Bosco educador dará a sus muchachos.
Finalmente está la alusión a la novedad de vida, a la cual va unida la experiencia
sacramental, y a los frutos espirituales que lleva consigo. Mamá Margarita dice: “Querido hijo
mío: éste es un día muy grande para ti. Estoy persuadida de que Dios ha tomado verdadera
posesión de tu corazón. Prométele que harás cuanto puedas para conservarte bueno hasta el
fin de la vida. En lo sucesivo, comulga con frecuencia, pero guárdate bien de hacer
sacrilegios”. Y Don Bosco, que lo narra, comenta: “Recordé los avisos de mi buena madre y
procuré ponerlos en práctica; y me parece que desde aquel día hubo alguna mejora en mi vida,
46
MBe XVII, pág. 238.
47
El Sistema Preventivo en la educación de la juventud, Apéndice a las Constituciones, pág. 242.
48
M.O., SAN JUAN BOSCO, Obras fundamentales, BAC Madrid, 1979, pág. 356.
1

2.9 Page 19

▲back to top
sobre todo en la obediencia y en la sumisión a los demás, que al principio me costaba mucho
(...)”49.
No es difícil captar en estas páginas la experiencia del educador experto que, mientras
cuenta a los primeros Salesianos la propia historia, pone en evidencia comportamientos y
atenciones a los cuales atribuye un valor permanente.
Un análisis minucioso del texto revelaría aspectos muy significativos del
“vocabulario” espiritual de nuestro Fundador. A nosotros, ahora, nos basta descubrir algunos
elementos pedagógicos.
Un primer elemento es la intensa carga simbólica y el fuerte impacto existencial que
acompaña a la participación de la Eucaristía. Don Bosco se detiene intencionadamente sobre
el modo con que mamá Margarita le presentó el acontecimiento de su primera comunión: no
como una etapa habitual y casi automática, sino como una experiencia determinante, en vista
de la cual se orientan opciones y compromisos cotidianos. Es lo que él practicó en Valdocco,
con una sabia dosificación de intervenciones educativas y pastorales, que en un clima de
libertad tendían a proponer la Eucaristía como el momento central y más significativo de la
vida oratoriana. De una orientación semejante, cargada de fervor y capaz de suscitar
esperanza y deseo, provenía gran parte de la eficacia de su método educativo.
Esto nos ofrece algún motivo de valoración también a nosotros: nos lleva a
preguntarnos si nuestra pedagogía tiene aquella claridad de objetivos y aquella resonancia
afectiva al misterio eucarístico, sin las cuales la figura de Don Bosco sería impensable. La
primera condición, aunque no la única, para hacer descubrir la riqueza del misterio
sacramental de Cristo es un ambiente y un grupo de educadores que viven apasionadamente
de aquel misterio. Así fue para la Iglesia primitiva, así fue para Juan Bosco muchacho y para
Don Bosco educador. Sólo con estas condiciones podrá ser así también para nosotros.
Reconocemos, pues, francamente que el primer motivo de dificultad de nuestra
pastoral eucarística puede consistir precisamente, aunque no necesariamente, en la atonía
eucarística de nuestras comunidades y de nuestros ambientes. Donde la Eucaristía es el gozne
de una vida cotidiana iluminada por la fe e inspirada en confianza gozosa, la pastoral
eucarística ya ha encontrado su recurso más fundamental.
El segundo elemento, estrechamente unido al primero, es la importancia de una
pedagogía personalizada que conduzca al muchacho al encuentro interior, no ritual, con la
Eucaristía. En la experiencia emblemática de Juan Bosco muchacho, mamá Margarita le hace
recorrer un camino que lleva fundamentalmente los rasgos del antiguo catecumenado. Mamá
Margarita, sin saberlo, sacaba de su tesoro de sabiduría y de fe los elementos que la Iglesia ha
considerado siempre como indispensables para que el sacramento pueda ser fructuoso y que
Don Bosco reafirmará infinitas veces con la palabra “preparación”: la Eucaristía es fructuosa
cuando se ha preparado. Y la preparación no consiste en técnicas o expedientes
extraordinarios, sino en un camino de oración, de responsabilidad, de purificación y de
instrucción proporcionado a la edad.
También aquí hay motivos de reflexión para nuestra pastoral, que puede correr el
peligro de sobrevalorar los recursos técnicos para hacer más “interesante” la celebración, y
minusvalorar en cambio la atracción interior que el Espíritu ejerce en los corazones, cuando
éstos se abren a la oración y se comprometen en la lucha contra el mal.
Hay una acción de la Gracia, que de ningún modo podemos sustituir, porque es obra
del Espíritu que persuade interiormente y conduce a la verdad entera. La preparación
sacramental consiste, ante todo, en ayudar a los corazones a disponerse a esta acción,
liberándose del pecado y aprendiendo a gustar la belleza de la vida espiritual.
49
Ib., pág. 356.
1

2.10 Page 20

▲back to top
Las páginas que pueden iluminar la vinculación de Don Bosco con la Eucaristía serían
todavía muchas: basta pensar en la formación seminarista de Juan en Chieri, en los comienzos
de su ministerio, en las páginas espléndidas de sus Buenas Noches y de sus sueños (uno por
todos, el de las dos columnas) en las que la referencia a “Jesús Sacramentado” es constante y
articulada, en las biografías de sus muchachos, en las cuales queda indicado un itinerario de
pedagogía sacramental del que es fruto el éxtasis eucarístico de Domingo Savio. Se trata de
un conjunto de elementos que demuestran la actuación efectiva de las palabras programáticas:
“La confesión y comunión frecuentes y la Misa diaria son las columnas que deben sostener el
edificio educativo del que se quieran tener alejados la amenaza y el palo”50.
4.3 La Eucaristía y el “Da mihi animas”
De las breves citas precedentes aparece ya la importancia que la Eucaristía tiene en el
pensamiento de Don Bosco y, por tanto, en la espiritualidad original que nosotros debemos
traducir fielmente en nuestro tiempo.
Pero el elemento que más que ningún otro revela hasta qué punto el misterio
eucarístico marca la vida de Don Bosco, y por lo mismo la nuestra de Salesianos, es la
relación con la caridad pastoral que él expresó en el lema “Da mihi animas, cetera tolle”.
Estas palabras que hemos repetido y hecho nuestras son el propósito y el camino de
Don Bosco para configurarse con Cristo, que ofrece al Padre la propia vida por la salvación de
los hombres. Para penetrarlas más a fondo, repetirlas con mayor convicción y traducirlas con
eficacia en experiencia cotidiana, debemos meditarlas a la luz de la Eucaristía, como la
parábola del Buen Pastor.
Colocado sobre el fondo de la Eucaristía, el “Da mihi animas” se nos presenta, antes
que como un lema, como una oración, eco de la oración sacerdotal de Jesús en la Última
Cena: “(Padre,) tuyos eran y tú me los diste. (...) Por ellos me consagro yo”51. Es la expresión
más alta de nuestro diálogo y relación con Dios y nos ayuda a superar aquella dicotomía entre
trabajo y oración que, a nivel existencial, no siempre logramos superar.
El “Da mihi animas” es ante todo reconocer que el protagonista o el actor principal de
la misión es Dios. Nos introduce en el servicio apostólico de los hermanos, haciéndonos pasar
a través de la invocación dirigida al Padre. Decir: “Dame las almas” significa en primer lugar
invocar la intervención del Señor, entregarse a su amor solícito y dar espacio a su iniciativa de
salvación.
Se renueva así en nosotros la conciencia de Don Bosco y de los grandes apóstoles de
todos los tiempos, que siempre han advertido que el movimiento de caridad hacia los demás y
las energías que se suscitan en nosotros vienen de Dios, y a Dios debe mantenerse unida en
todo y por todo nuestra acción.
Ésta ha sido, por otra parte, la actitud de Jesús. Él entendió su vida como una misión
que el Padre le había confiado y nos dejó a nosotros su ofrenda eucarística, como un don del
Padre, que “tanto amó al mundo que entregó a su Hijo único”52.
De este reconocimiento de la iniciativa del Padre le viene al “Da mihi animas” su
carácter de oración humilde e intrépida. En efecto, pedimos al Padre que haga de nosotros un
punto de irradiación del Reino, capaz de atraer las almas a Cristo y, por tanto, a la salvación.
Se trata de una petición muy singular, que podemos presentar sólo porque sabemos que va de
acuerdo con el corazón de Dios, que quiere a los hombres plena y activamente contenidos en
50
El Sistema Preventivo en la educación de la juventud, Apéndice a las Constituciones, pág. 241.
51
Jn 17,6.19.
52
Jn 3,16.
2

3 Pages 21-30

▲back to top

3.1 Page 21

▲back to top
su designio de amor. La presentamos con fe y audacia, conscientes de que no pedimos las
“almas” para nuestra glorificación, sino para poderlas servir con humildad y dedicación.
Una oración semejante supone para nosotros un camino de paciente configuración con
Cristo. Sólo en sus labios la oración del “Da mihi animas” no suena pretenciosa, porque Él,
levantado sobre la tierra, puede atraer a todos hacia sí. Sabemos que en la Eucaristía Jesús
quiere compartir con nosotros esta caridad que, llevándolo a la elevación pascual en la cruz, lo
hace centro misterioso de atracción.
De este modo, la Eucaristía ilumina otro aspecto del “Da mihi animas”. Cuando Don
Bosco interpreta su lema a través de las palabras “procura hacerte amar”, no propone a sus
colaboradores sólo el desarrollo de sus dotes naturales de simpatía, tan importantes en el
ámbito educativo, sino más profundamente pide compartir el itinerario con el que Cristo ha
“procurado hacerse amar”, o el itinerario del cotidiano don de sí.
Es sólo la caridad evangélica, recibida del corazón de Cristo en la comunión con Su
Cuerpo y Su Sangre, lo que puede dar al educador un verdadero ascendiente espiritual,
enteramente purificado de las formas de protagonismo y de búsqueda de la simpatía, y
totalmente libre para irradiar en medio de los jóvenes la fascinación de los hombres de Dios.
Por eso, el “Da mihi animas” se completa con el “Cetera tolle”. No es posible
participar en la acción salvífica de Cristo sin subordinar a este compromiso todos los demás
intereses y deseos. Comprendemos así el lema de Don Bosco como una oración de
ofrecimiento que, a imitación de la oración sacerdotal de Jesús, no excluye de la propia
disponibilidad ningún ámbito existencial: tiempo, amistades, profesionalidad.
El “Cetera tolle” abarca todo, es un impulso totalizante, como lo es la Eucaristía. Don
Bosco lo ha traducido en palabras y obras muy concretas: él prometió a Dios que hasta su
último respiro habría sido por los jóvenes. Y así fue verdaderamente. La participación
sacramental en el sacrificio de Cristo lleva a identificarnos con sus sentimientos apostólicos y
con su generosa dedicación por las exigencias del Reino.
Os invito a renovar diariamente en la Eucaristía la oración personal del “Da mihi
animas, cetera tolle”. En el diálogo íntimo con el Señor esta expresión se coloreará de mil
matices, adquirirá dentro de nosotros un nuevo relieve existencial. Y se traducirá en “aquella
laboriosidad incansable, santificada por la oración y la unión con Dios, que debe ser la
característica de los hijos de San Juan Bosco”53.
4.4 Un camino en nuestras comunidades
Las reflexiones que hemos desarrollado hasta aquí sugieren muchas aplicaciones, ante
todo para nuestras comunidades salesianas.
La Eucaristía es esencialmente una celebración comunitaria, esto es, implica a cada
cristiano en cuanto es miembro del Pueblo de Dios y, por lo mismo, a cada uno de nosotros
como miembros de una comunidad. Ésta es el sujeto de la celebración.
La primera pista que ofrezco se refiere a los momentos celebrativos en la comunidad.
Se trata de redescubrir el alcance humano y espiritual del celebrar juntos y sacar las
consecuencias.
Frente a los peligros de una vida desperdiciada en la distracción del corazón y en una
gestión individualista de los compromisos, la celebración eucarística nos conduce a lo
esencial, pidiéndonos hacer juntos memoria de Cristo y ofreciéndonos entrar en comunión con
su caridad, en la máxima mediación sacramental.
53
Const. 95.
2

3.2 Page 22

▲back to top
Cada comunidad sabrá reconocer en qué debe hacer consistir este relieve más evidente
de la Eucaristía. Para muchos será un tiempo menos acortado, una participación más activa,
una preparación más cuidada, un frescor de referencia a lo cotidiano.
Es necesario que redescubramos un modo de celebrar que tenga verdadera dignidad
litúrgica. En el cuidado atento por hacer los gestos suficientemente expresivos, por una
proclamación digna de la Palabra de Dios y de los textos eucológicos, por la belleza del canto
y de los ornamentos, por el respeto de los momentos de silencio se realiza nuestra apertura a
Otro, que debe ser percibido, acogido, escuchado y contemplado en la fe y cuya divina
presencia justifica el cuidado de los detalles y la generosidad en el compromiso.
Los jóvenes son particularmente sensibles a la genuinidad de los gestos simbólicos de
que es tan rica la liturgia y muchas veces se hacen una idea de nuestra fe más observando la
sinceridad y la calidad de nuestras celebraciones que escuchando nuestros discursos.
En este clima podríamos proponernos la valoración de la Concelebración de todos los
miembros de la comunidad, al menos semanalmente en el día de la comunidad. Así también
estudiar una mayor frecuencia de la adoración eucarística comunitaria, que renueva la
adhesión de fe y la atención orante a la presencia de Cristo entre nosotros, o el cuidado
particular de las liturgias dominicales y festivas a través de la reflexión en común sobre la
Palabra que deberemos compartir con los jóvenes y la gente.
Estaría muy bien que la Eucaristía comunitaria se abriese, como ya se hace en muchos
lugares, a los jóvenes con los que queremos formar una sola familia. Esto enriquecería
nuestras asambleas de frescor juvenil, mientras ayudaría a los jóvenes a hacer válidas
experiencias de vida interior y de convivencia espiritual.
Todos tenemos experiencia de celebraciones en las que parece que el gesto y la
palabra adquieren su significado total. El mismo visitante que viene de fuera percibe un solo
corazón y una sola alma. Otras veces se respira una atmósfera diversa: imperfecta fusión de
corazones en la asamblea, disociación entre rito y vida, un camino eucarístico todavía
incierto.
Nos dicen las Constituciones: “La Eucaristía es el acto central de cada día para la
comunidad salesiana, que lo celebra como una fiesta en una liturgia viva. En ella la
comunidad celebra el misterio pascual y recibe el cuerpo de Cristo inmolado para construirse
en él como comunión fraterna y renovar su compromiso apostólico”54.
La segunda pista que sugiero es la relación visible entre Eucaristía y vida fraterna.
Hemos meditado cómo de la Eucaristía nace la Iglesia, experiencia de comunión entre
los hombres en el nombre de Cristo y anuncio del Reino que se hace presente en la historia.
Se trata de sacar de esto conclusiones operativas que no son automáticas, sino que requieren
la generosa aportación de cada uno.
Hablar de la Eucaristía y sobre todo celebrarla no tiene sentido si las comunidades no
se esfuerzan por superar las tensiones y las divisiones que pueden estar sufriendo. En esto
debemos ser muy claros y auténticos, sabiendo que debemos confrontarnos con una enseñanza
bíblica que no deja espacios para las medias tintas o para componendas.
Puede ser útil que releamos personal y comunitariamente el texto de la primera carta a
los Corintios, capítulos 10 y 11, en que Pablo pone en evidencia que la Eucaristía es
incompatible con las divisiones, las cerrazones recíprocas, el individualismo de cualquier
forma. Como dice el Apóstol, “cada uno se examine a sí mismo”55 y dándose cuenta de que
hay un solo pan, para que todos formemos un solo cuerpo, evite profanar el Sacramento del
Señor.
54
Const. 88.
55
1 Cor 11,28.
2

3.3 Page 23

▲back to top
La comunión sacramental no nos lleva a la comunión de vida con Cristo si excluimos
a los hermanos de nuestra estima y de nuestro trato, si conservamos rencores y si no damos
nuestra aportación para construir la fraternidad. La Eucaristía existe para que nos amemos,
nos perdonemos y dejemos edificar al Señor la casa donde Él quiere habitar.
En la plegaria eucarística, después de haber invocado al Espíritu para que el pan y el
vino se conviertan en el Cuerpo y en la Sangre de Cristo, le pedimos que, en virtud de la
acción sacramental, nos reúna también a nosotros en un solo cuerpo. El amor fraterno y la
Eucaristía son dos signos que no se pueden separar. Cuando el primero no existe, se introduce
una “mentira en el sacramento”. Cuando no se vive la Eucaristía, el amor pierde sus
dimensiones y se separa de su fuente de alimentación. “Señor, haz que de la participación en
este tan gran misterio obtengamos plenitud de caridad y de vida”56. Sea ésta la expresión
intensa de nuestros deseos y el empeño auténtico de nuestra voluntad.
Una tercera pista que explorar es la referencia personal, interiorizada y convencida, al
misterio de la Eucaristía.
“Sólo podremos formar comunidades que rezan, si personalmente somos hombres de
oración”57. Esta afirmación que nuestras Constituciones refieren en general a nuestra vida de
oración, vale de manera muy particular para la Eucaristía.
Será necesario, ante todo, que maduremos un conocimiento más profundo de este
sacramento. Llevados como estamos por la inmediatez de los desafíos de cada día, tal vez
desde hace años no leemos ninguna obra seria y convincente de teología eucarística, con la
consecuencia de que la comprensión del misterio se vuelve más pobre y las motivaciones
interiores se debilitan. El Congreso Eucarístico mundial del Jubileo pondrá seguramente a
nuestra disposición aportaciones y estímulos que no deberemos dejar sólo a la atención de los
que participen en él.
Debemos, luego, redescubrir la lección que nos viene de Don Bosco, es decir, la
síntesis, la “espléndida armonía”58 entre oración y entrega apostólica unificadas en el “Da
mihi animas”. Lo que buscamos en la oración y en la acción pastoral es una única cosa: la
participación en la caridad de Cristo, que la Eucaristía nos hace posible.
Será, pues, importante que cada uno de nosotros aproveche la ocasión de gracia de este
Jubileo, para volver a las raíces más auténticas de la propia vocación, y renueve con
convicción la adhesión a aquella caridad pastoral hacia los jóvenes que caracteriza nuestra
espiritualidad.
Pero en este camino deberemos tener en cuenta y evitar el peligro de las ilusiones. La
síntesis de trabajo y oración en un único movimiento de caridad hacia Dios y hacia los
hermanos no es un objetivo que se pueda conseguir a través de cualquier itinerario. El
misterio de la Eucaristía no es sólo un motivo inspirador, sino que aún antes y mucho más es
el momento imprescindible en que el corazón contemplativo y apostólico se forma, en
contacto con el corazón de Cristo. Entre la praxis eucarística y la síntesis apostólica lograda
hay una consecuencia lógica que no admite cambio de sentido.
Por esto sería ingenuo presumir de poder hacernos generosos y desinteresados en el
servicio de los jóvenes descuidando cultivar una robusta piedad eucarística. Donde falte la
referencia intensa a la Eucaristía, como centro de la existencia cristiana, no puede haber ni
contemplación ni apostolado, porque los dos están juntos o desaparecen juntos.
56
Cf. Plegarias Eucarísticas (IV, V, passim).
57
Const. 93.
58
Const. 21.
2

3.4 Page 24

▲back to top
Preguntémonos, pues, sobre qué aspecto podemos hacer más personalmente, para
corresponder al mandato de Cristo: “Haced esto en conmemoración mía”59. En el ámbito de
las formas personales de piedad eucarística nuestra tradición deja mucho espacio a la
iniciativa de cada uno; pero esto no significa que el compromiso exigido sea menos intenso y
que cualquier actitud sea igualmente fructuosa.
Un hijo y discípulo espiritual de Don Bosco sabe encontrar diariamente espacios de
silencio ante la Eucaristía en la forma tradicional de las “visitas” o en otras expresiones de
auténtica adoración y comunicación.
4.5 El recorrido educativo con los jóvenes
Si nuestro compromiso comunitario y personal de redescubrimiento de la Eucaristía es
auténtico, producirá abundantes frutos pastorales.
Los desafíos de nuestro tiempo nos están exigiendo unir de nuevo conocimiento
teológico, vida espiritual y praxis pastoral.
Convicciones y experiencias comunitarias nos fuerzan a reconocer que la actividad
pastoral no es una técnica, más o menos refinada, puesta al servicio del Evangelio: es más
bien un testimonio de vida que brota de una comunión profunda con el Señor. Cuanto más
intensa y perseverante sea esta comunión, tanto más todas nuestras palabras y todas nuestras
acciones se convertirán en transparencia que revela la llegada del Reino.
Una primera aplicación de esto, en el ámbito pastoral, se refiere a la comunidad
educativa. Una renovada atención a la Eucaristía conducirá a proyectos según el espíritu del
Evangelio. La caridad tiene una específica modalidad de ver, de valorar y de reaccionar ante
las situaciones y los desafíos pastorales. Tiene ojos propios, una inteligencia propia, una
creatividad propia, una clarividencia propia, que no pueden ser sustituidas de ninguna manera.
Son cosas que sabemos, pero que tenemos necesidad de repetirnos continuamente, para evitar
el riesgo de asumir en nuestra acción apostólica modelos de organización y de planteamientos
que responden a dinámicas y lógicas diversas de las del Reino.
La Eucaristía nos dice, por ejemplo, que una comunidad cristiana no podrá nunca
organizar la propia experiencia de fe sólo según los modelos de una empresa. Y esto en
múltiples niveles, que van desde el plano de las motivaciones del obrar al estilo de las
relaciones, desde los criterios de las decisiones a las modalidades de representación, desde el
tipo de autoridad a las formas de gestión económica. El Reino tiene una dinámica propia y
una lógica inconfundible. Debemos vencer la tentación de no considerarla practicable, porque
precisamente la Eucaristía nos ofrece cada día su actualidad y su posibilidad de aplicación.
La traducción más inmediata de esta indicación será el reconocimiento de que sólo la
Eucaristía podrá dar la justa fisonomía a la comunidad educativo-pastoral (CEP) que nos
hemos comprometido a construir en cada obra. La forma de encuentro, de compartir, de
corresponsabilidad, de inspiración carismática, de atención a la Palabra de Dios, de práctica
de la caridad evangélica que queremos vivir, no puede realizarse sino partiendo de la
comunión auténtica en el misterio de Cristo.
Fuera de esta comunión no puede haber comunidad educativo-pastoral, porque fuera
de esta comunión sencillamente no hay Iglesia. No debemos temer que la Eucaristía, puesta
en el centro de la CEP, engendre exclusión o selectividad entre destinatarios y colaboradores;
es más, debemos estar seguros de lo contrario. En efecto, es precisamente fruto de la
comunión con Jesús eucarístico, y sólo de ésta, el hecho de aprender a abrirnos a todos, el
interés sincero por quien sufre mayores fatigas en el camino humano y de fe, la superación de
59
Lc 22,19.
2

3.5 Page 25

▲back to top
nuestras resistencias interiores. En un mundo en que la atención a la comunicación tiene
grandísima importancia, nosotros sabemos que sólo la comunión con Cristo nos capacita
verdaderamente para comunicar y para ser constructores de comunión.
Por otra parte, la experiencia carismática de Valdocco nos confirma que el secreto de
una acción pastoral eficaz es un ambiente explícitamente eucarístico, en el que también quien
se acerca de forma marginal o con un género de demanda que no es directamente religiosa,
intuye que la respuesta generosa y afectuosa que recibe nace de la caridad de Cristo.
Hay un segundo ámbito en el que el misterio eucarístico nos pide una mayor atención y
un crecimiento convencido: es el ámbito de nuestros itinerarios educativos-pastorales.
La Eucaristía puede sugerirnos una revisión tanto en lo referente a los objetivos como
a la modalidad de la propuesta.
En el plano de los objetivos debemos volver a hacer nuestro el que era el objetivo de
Don Bosco, es decir, la propuesta a los jóvenes de la santidad cristiana. Sabemos que la
situación de nuestros muchachos es muy variada. Apenas oímos la palabra “santidad”, nos
puede venir en seguida la impresión de una valoración abstracta e ingenua de las cosas.
Sin embargo, es importante que no nos dejemos engañar por una idea “milagrera” de
santidad, destinada a jóvenes extraordinarios, y tengamos ante los ojos aquel modelo de
santidad juvenil que Don Bosco con tanta claridad y naturalidad presentaba pública y
personalmente a sus muchachos: una santidad hecha de voluntad generosa, de conocimiento y
amistad con Dios, de práctica sacramental, de compromiso cotidiano en el propio crecimiento,
de alegría genuina, de servicio entre los compañeros y de entrega en otros campos propios de
los jóvenes.
Éstos son nuestros objetivos educativos, aquellos por los que hemos dado y damos
cada día la vida, en la convicción de que también los muchachos más difíciles están llamados
a descubrir con alegría y a experimentar a Dios en su vida, y que todo es posible a quien tiene
fe.
En todo caso, los jóvenes que frecuentan nuestros ambientes tienen el derecho de
sentirse decir por nosotros, con simpatía y comprensión, pero también con valentía y como
propuesta, a qué los ha destinado Dios y cómo los concibe y los quiere paternalmente. Somos
padres espirituales de los jóvenes para hacerlos caminar, para indicarles la meta. No hay nada
tan hermoso que podamos hacer por ellos como proponerles, en los modos y en las formas
que la caridad y la experiencia pedagógica sugieren, la comunión vital con Aquel que es el
Santo de Dios, la Luz, la Verdad y la Vida.
En el plano de las modalidades es necesario que reflexionemos seriamente para
comprobar si logramos evitar el peligro de proponer un cristianismo caracterizado más por las
“cosas” que hacer por el Señor, que por la “relación” personal con Él.
La polémica de San Pablo contra una justificación que viene de las obras, enseña que
no hay que sustituir la experiencia feliz de encontrar el amor gratuito del Señor, que es el
centro y el origen de todo, por la simple implicación en iniciativas benéficas y gratuitas.
No raramente, en nuestros ambientes, nos sucede que encontramos a jóvenes
voluntariosos, que saben también dedicar mucho tiempo a actividades educativas en relación
con los más pequeños o los más pobres, pero que encuentran dificultad para comprender y
practicar el encuentro sacramental con el Señor. Esto debe hacernos reflexionar seriamente
sobre la imagen de cristianismo que damos con nuestros discursos, nuestras propuestas y
nuestra vida.
Se trata de un camino de verificación que no es sólo nuestro, sino que toda la Iglesia
siente que debe hacer. Muchos pastores y muchas voces autorizadas han hecho resonar en
estos años una llamada semejante. Por otra parte, la necesidad de redescubrir el primado de la
2

3.6 Page 26

▲back to top
Gracia, la centralidad de la relación con Cristo y el carácter constitutivo de la experiencia
sacramental es uno de los componentes fundamentales del camino jubilar.
Por esto debemos interrogarnos con valor y saber traducir en forma educativa la alegre
noticia que resuena desde hace dos mil años: el Verbo se ha hecho carne para ofrecernos su
amistad.
No es posible aquí ejemplificar en qué modo este primado de la Gracia deba traducirse
en itinerarios educativos. Nos servirá de ayuda asumir de nuevo la experiencia educativa de
Don Bosco. Entre sus muchos elementos que, situados en nuestro contexto, nos pueden hacer
reflexionar, está la insistencia sobre la frecuencia sacramental como motor del recorrido en la
gracia y en la generosidad apostólica; está la pedagogía de la fiesta, en la que el deber
cotidiano se ilumina con la referencia a un momento de gracia esperado y preparado, fecundo
de energías y de consecuencias; está la espiritualidad de la alegría que viene del encuentro
personal con Jesús.
Volver a encontrar la centralidad de la Eucaristía en nuestros itinerarios pedagógicos y
pastorales nos ayudará a tomar y hacer tomar conciencia de que el deseo de comprometerse
por el bien de los demás se eleva, resulta duradero y alcanza la autenticidad sólo a través de la
experiencia que cada uno de nosotros hace de ser acogido por Cristo. Es allí donde se impone
el amor que salva y que no se mide.
Quiero aún, como tercer ámbito de atención, subrayar la importancia de una auténtica
educación para la celebración eucarística. Sabemos cómo la experiencia litúrgica, sobre todo
en algunos contextos culturales, puede parecer extraña a muchos de los jóvenes con quienes
trabajamos. Por otro lado, somos conscientes de los recursos que el lenguaje de los símbolos y
de los ritos, con su belleza y sobriedad, puede tener cuando no es una ejecución mecánica y
superficial, sino una expresión de fe auténtica.
En el pasado, la pedagogía eucarística podía contar con muchas condiciones
favorables, dadas por el ambiente. Hoy requiere con gran frecuencia una educación sobre las
actitudes y acciones más fundamentales: sobre el silencio, la oración, el canto, los
movimientos corales, los gestos. No debemos minusvalorar la importancia de este factor, que
sobre todo en la edad juvenil adquiere una gran importancia por la implicación emotiva y
activa en la celebración.
La experiencia enseña que la participación en la Eucaristía se facilita donde hay
grupos juveniles que cuidan con gusto la expresión musical, un lenguaje artístico vivo y
ejemplar, porque están animados por personas competentes; mientras que el contentarse con
formas improvisadas, repetitivas o extrañas al espíritu de la liturgia, contamina el ambiente y
pone un obstáculo a la maduración de los jóvenes.
Lo que vale para la música vale también para el servicio litúrgico, para la
proclamación de las lecturas, para todas las formas expresivas que forman parte de la
Eucaristía y de los varios momentos celebrativos de una comunidad. No hay que olvidar que
en la celebración eucarística hay también una pedagogía del tiempo y de las prioridades, por
lo que tiene poco sentido alargar detalles que son secundarios y reducir los que son
importantes.
Una particular atención habrá que poner para enseñar a escuchar los textos bíblicos. La
Eucaristía está totalmente impregnada de Palabra de Dios, no sólo por las lecturas que se
proclaman, sino también por una incesante referencia de los textos del Misal a la Escritura.
No se puede dar por supuesto que esta riqueza sea percibida en la celebración eucarística, si
no se prepara con una verdadera iniciación a la Biblia.
Con frecuencia nosotros pedimos demasiado a la Eucaristía, pretendiendo que se
convierta también en un momento didáctico y pedagógico. Si esta dimensión está
2

3.7 Page 27

▲back to top
legítimamente presente en la Eucaristía, no ocupa sin embargo el primer lugar y puede llevar
a desequilibrios que acaban por hacer pesado el rito y hacer perder de vista la intención
fundamental del sacramento.
Si sabemos cuidar este itinerario formativo, la Eucaristía podrá ser verdaderamente
una “celebración” del sacrificio de Cristo, en el que la comunidad se reúne para presentarse
gratuitamente al encuentro con el Señor, en alianza con Él, que la frecuentación del Evangelio
ya ha preparado.
Conclusión: Un año “eucarístico”
Se me ha quedado grabado en la mente un pensamiento escuchado en un convenio
sobre Catequesis y Eucaristía.
Para los primeros cristianos la catequesis era un itinerario progresivo hacia el misterio
eucarístico celebrado por la comunidad. Los catecúmenos eran llevados como de la mano
hasta el misterio eucarístico, a través de la explicación ordenada de la doctrina y de la vida
cristiana. Los bautizados, en cambio, introducidos en la Eucaristía, a partir de ésta meditaban
y celebraban toda la obra de Dios y sacaban consecuencias para la vida, como muchas veces
hace el apóstol Pablo. Comprendían, a través de un retorno enriquecedor, aquello de donde
habían partido y a través de lo cual habían ido avanzando: el deseo de verdad y de vida, la
existencia y el ministerio de Jesús, su pasión, Resurrección y el don del Espíritu, la historia de
la salvación pasada y presente.
Éste es, por otra parte, el recorrido que ha quedado inscrito en nuestra actual
celebración eucarística.
¿Por qué no tratar de hacer nosotros lo mismo personal y comunitariamente? ¡Luz y
generosidad brotarán para nuestra vida de consagrados, para la caridad fraterna, para la
misión, para la calidad de nuestra educación!
María Santísima, “la Virgen Madre de Dios” que recordamos y a la que nos sentimos
unidos en la celebración de cada Eucaristía60, nos sirva de guía en las actitudes con que Ella
misma se unió al misterio de su Hijo, ofrecido por la vida del mundo: la escucha atenta de la
Palabra de Dios, la activa participación en el sacrificio de Cristo, a los pies de la Cruz, el amor
al Cuerpo de Cristo, que es la Iglesia.
Os saludo cordialmente y os deseo un camino jubilar, personal y comunitario, cada día
más intenso, en la luz de Cristo Resucitado, vivo y operante en nuestras comunidades y en
cada uno de nosotros.
Juan Vecchi
60
Cf. Plegaria Eucarística.
2