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1. CARTA DEL RECTOR MAYOR.
“EXPERTOS, TESTIGOS Y ARTÍFICES DE COMUNIÓN”1
La comunidad salesiana – núcleo animador.
Introducción. – I. Una nueva fase en nuestra vida comunitaria. – 1. Expectativas concentradas. – 2. Núcleo
animador. – 3. Punto de llegada. – 4. El momento actual. – 5. El modelo de referencia. – II Un itinerario
comunitario para llegar a ser núcleo animador. – 1. Volver a diseñar la misión. – 2. Vivir y proponerse
comunicar una espiritualidad. – 3. Hacer de la comunidad salesiana una “familia” capaz de suscitar comunión
en torno a la misión salesiana. – 4. Dar a nuestra acción educativa y de la CEP el dinamismo misionero del
“Da mihi animas”.- 5. Vida fraterna y trabajo pastoral para crecer.- Conclusión.
Roma, 25 marzo 1998.
Solemnidad de la Anunciación del Señor
Queridos hermanos:
El año 1998 encuentra ocupadas a todas las Inspectorías en la preparación y en el
desarrollo de los Capítulos Inspectoriales. Es una gracia otorgada por el Señor con
generosidad a cada una de nuestras noventa y una circunscripciones, que se verterá sobre toda
la vida de la Congregación. No pensamos en estos Capítulos como mero cumplimiento de
unas órdenes o como asambleas deliberativas. Son para nosotros experiencias, celebraciones y
momentos de lanzamiento de la comunión que nos une en la consagración religiosa y en la
misión juvenil.
Los Capítulos Inspectoriales reflexionarán e indicarán las líneas operativas sobre la
participación de los seglares en el carisma salesiano y, por consiguiente, en una
responsabilidad mayor de animación que se nos va trazando. En este sentido deben dar una
aportación que marcará nuestro futuro.
Este acontecimiento congregacional se inserta en un movimiento eclesial que se
observa inmediatamente a través de los seis Sínodos que preceden al Jubileo: la realización
visible y operativa de la comunión según las nuevas dimensiones de la Iglesia y del mundo.
He tenido experiencia personal de ello en el Sínodo de América del cual, junto con otros, he
formado parte.
Esto me ha sugerido el argumento de esta carta que os envío como estímulo para la
reflexión más que como presentación completa del tema, dada la amplitud y complejidad que
supone
Mi reciente visita a África para la erección canónica de dos nuevas Visitadurías2, ha
sido, aunque no hubiera sido necesario, una nueva prueba de las potencialidades que hay en la
vida fraterna “salesiana”, la que es fiel al espíritu y estilo de los orígenes, codificados hoy en
las Constituciones y en los Reglamentos: potencialidad para todos nosotros, para la misión,
para los jóvenes que llegan a nuestros ambientes, para aquellos que están dispuestos a
colaborar con nosotros y para el pueblo. Está justificado, pues, prestarles, en este momento,
una atención especial.
1
“Religiosos y Promoción Humana” 24, en La via fraterna en comunidad n. 10.
2
África Tropical Ecuatorial (ATE) y África Francófona Occidental (AFO)
-1-

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I. Una nueva fase en nuestra vida comunitaria.
1. Expectativas concentradas.
Los últimos Capítulos Generales han formulado orientaciones y propuestas orgánicas
para la educación de los jóvenes a la fe3 y para la participación de los seglares en la misión
salesiana4. La realización de éstas propuestas requiere dar vida a algunas realidades
íntimamente relacionadas con ellas: la creación de la comunidad educativo-pastoral, su
animación por parte del grupo de Salesianos, la lectura de la situación y de la mentalidad
juvenil actual; la elaboración del proyecto educativo-pastoral. El conjunto configura el
“modelo” pastoral, según el cual intentamos actuar, con las condiciones operativas para
afrontar el momento presente con fidelidad al criterio del Sistema Preventivo.
Leyendo estas orientaciones, aunque sea con un mínimo de atención, se capta
enseguida que la posibilidad de traducirlas en práctica se fundamenta en un factor que se
considera sólido y que se da por descontado: la comunidad salesiana.
La comunidad, en efecto, está invitada a leer los retos que provienen de los jóvenes y
a pensar en el camino que hay que proponer para que su fe madure. La comunidad está
llamada, además, a vivir y comunicar una espiritualidad, sin la que son inútiles los esfuerzos
para poner a los jóvenes en contacto con el misterio de Jesús. A la comunidad se le
encomienda la tarea de convocar, implicar, corresponsabilizar y formar a los seglares.
La comunidad está siempre presente en las orientaciones, aunque no siempre sea su
tema explícito. Es el sujeto y el primer destinatario de las propuestas. Es su punto de
referencia y su responsable.
De ello encontramos una verificación permanente en las reuniones y en los
documentos en los cuales se estudian las condiciones de nuestra fecundidad vocacional, de
nuestra significatividad y de nuestra renovación. Después de haber buscado qué hacer sobre el
problema en cuestión, tras haber comprendido el cómo y el por qué hacerlo, cuando se llega a
la pregunta de quién lo puede realizar, la conclusión normal es: se necesita una comunidad
que … y siguen las condiciones.
¿A qué comunidades se refieren estas expectativas? ¿A la comunidad local, a la
inspectorial o a la mundial? Se sobreentiende siempre los tres niveles que actúan
conjuntamente y interrelacionándose, como indican las Constituciones: “Las comunidades
locales son parte viva de la comunidad inspectorial”5; “La profesión religiosa incorpora al
salesiano en la comunión de espíritu, de testimonio y de servicio que la Congregación vive en
la Iglesia universal”6, es decir en la comunidad mundial.
Pero examinando mejor las deliberaciones de los dos últimos Capítulos Generales se
percibe que el punto central, del cual se parte y al que se vuele, es la comunidad local. A ella
se le asignan la mayoría y los más importantes compromisos. A la inspectoría se la pide
asegurar las condiciones para que las comunidades locales funcionen, proyectar la misión
sobre el territorio, animar, apoyando y estimulando, y crear una comunicación enriquecedora
entre las comunidades locales.
No se cuestionan la identidad, la organización mundial o las orientaciones que
garantizan nuestra unidad y los espacios de creatividad para cada Inspectoría. Los estímulos,
directrices y subsidios producidos por los Capítulos y por el Consejo General no son sólo
muchos, sino que traducen fielmente la renovación eclesial y aparecen adecuados al tiempo
en que vivimos.
3
cf. CG23
4
cf. CG24
5
Const 58
6
cf. Const. 59
-2-

1.3 Page 3

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A lo que, en primer lugar, se mira y en función de lo cual se mide es la vitalidad, la
capacidad de reacción de las que podemos llamar las células o los órganos de la
Congregación: las comunidades locales y, en función de éstas, las comunidades
inspectoriales.
No es difícil comprender sus motivos. Las comunidades locales son el lugar de nuestro
cada día: allí expresamos nuestra vida consagrada y la calidad de nuestro compromiso por la
educación. Están en contacto directo con los jóvenes y con la gente, sienten en su propia piel
las situaciones y deben pensar en el testimonio de vida y en las iniciativas apostólicas con las
cuales darles solución. Las condiciones operativas tienen su banco de prueba en la comunidad
local, en ella se puede verificar su validez y evaluar si son realizables en nuestras actuales
condiciones.
Hay otra razón: Sólo implicando a las comunidades locales se pueden comprometer
todos o al menos el mayor número de hermanos en el esfuerzo de reflexionar sobre una
pedagogía de la fe y una nueva dinámica comunitaria. Inspectorial y mundialmente hay pocos
hermanos ocupados, si bien sus funciones son de gran importancia e incidencia.
La comunidad pues, sobre todo la que está bajo la mirada directa de los jóvenes y del
pueblo, en la que se desenvuelve nuestra vida, es el punto donde se concentran las grandes
expectativas de significatividad y de eficacia apostólica.
Las expectativas significativas se expresan bien por las perspectivas teológicas de las
cuales son ricos tanto el documento La vida fraterna en comunidad,7 como la parte de la
Exhortación apostólica Vita Consecrata que tiene por título “Signum fraternitatis”. Son
páginas que hay que meditar nuevamente para seguir sacando siempre nuevas motivaciones
espirituales y prácticas; son: imagen de la Trinidad, signo de la comunión eclesial,
manifestación profética del seguimiento, escuela de amor cristiano, lugar donde se hace
experiencia de Dios.
Las expectativas “salesianas” se han representado también en imágenes que dan,
inmediatamente, la idea de las exigencias y de los resultados: la comunidad es y se construye
como familia; se conviete en signo, escuela y ambiente de fe; la imaginamos como lugar
privilegiado para la formación continua.
En continuidad con estas imágenes el CG24 ha hecho emerger con fuerza especial una
que corresponde a la fase de renovación que estamos recorriendo, y que es su clave y el
motor: el núcleo animador.
Sobre esta imagen quiero detenerme de manera especial en esta carta, mirando desde
este punto de vista las otras dimensiones de la comunidad.
2. Núcleo animador.
Es ya una expresión corriente en nuestro vocabulario: Indica un punto base en nuestra
manera actual de concebir el trabajo pastoral, íntimamente unido a otros no menos
importantes, como la participación de los seglares en la misión, el crecimiento de la
comunidad educativa, la elaboración del proyecto, la participación del estilo pedagógico, la
comunicación de la espiritualidad salesiana.
Con éstos forma un “sistema”; por lo que los otros puntos no son posibles si no se
realiza lo que se afirma del núcleo animador. Y viceversa no se comprenden los fines y el
sentido práctico de la expresión “núcleo animador” si ésta no se refiere a todo el “sistema”.
Lo expresa bien el artículo 5 de los Reglamentos Generales, que figura en la lista de
indicaciones que guían nuestra praxis pedagógica y pastora: “La actuación de nuestro
7
cf. La vida fraterna en comunidad, “Congragavit nos in unum Christi amor”, Congregación para los
Institutos de vida consagrada y las Sociedades de vida apostólica, Roma 2 febrero de 1994.
-3-

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proyecto requiere que se forme la comunidad educativo-pastoral en todos los ambientes y
obras. Su núcleo animador es la comunidad religiosa”8.
La frecuencia de la expresión en los Capítulos 23 y 24, y las esperanzas que se vierten
sobre su comprensión y su funcionamiento han llamado, justamente, la atención de los
hermanos. Éstos han comprendido que es urgente ponerse a llevar a la práctica las
afirmaciones capitulares. Y siendo ésta todavía una fase de roturación, hacen preguntas en
cuanto a la concepción y a la realización.
Considero más que justiciadas las no pocas solicitudes de aclaración dirigidas a mí y a
los miembros del Consejo cuando tenemos la suerte de estar con ellos. Considero, a gusto,
algunas de estas preguntas, observando, sin embargo, que en las respuestas no se encuentran
soluciones inmediatas, ni universales. Son, por el contrario, útiles como puntos de acuerdo,
como recogida de experiencia ya hecha y como estímulo para continuar la búsqueda, la
experiencia y la codificación de la praxis.
¿Qué entendemos por “núcleo animador”? Es un grupo de personas que se identifica
con la misión, el sistema educativo y la espiritualidad salesiana y asume solidariamente la
tarea de convocar, motivar e implicar a todos los que se interesan por una obra, por formar
con ellos la comunidad educativa y realizar un proyecto de evangelización y educación de los
jóvenes.
El punto de referencia para este grupo es la comunidad salesiana. Esto quiere decir
que los Salesianos, todos y siempre, forman parte del núcleo animador. Cada uno, anciano o
joven, directamente comprometido en funciones operativas o en reposo, aporta lo que su
preparación y situación permiten.
Quiere decir, también, que los seglares forman parte de ella según las condiciones
enunciadas anteriormente.
Quiere decir, incluso, que el núcleo local puede estar formado principalmente por
seglares, teniendo siempre detrás un apoyo suficiente, en el lugar o en la Inspectoría, por
parte de los Salesianos. Esto sucede en las obras que últimamente hemos tenido que animar a
través de una tutela, un patrocinio o presencia de garantía.
Hay que subrayar que la comunidad “salesiana”, su patrimonio espiritual, su estilo
pedagógico, sus relaciones de fraternidad y de corresponsabilidad en la misión representan
siempre el modelo de referencia para la identidad pastoral del núcleo animador.
El modo de referencia hacia el cual se apunta, que se debe intentar realizar en los
planes inspectoriales de reestructuración y de nueva programación, es el de una comunidad
salesiana presente, en número y calidad suficientes, para animar, junto con algunos seglares,
un proyecto y una comunidad educativa, admitiendo que ésta permite variedades de
realizaciones en cuanto al número de hermanos y funciones.
La segunda modalidad, en la que son sólo seglares los que constituyen el núcleo
animador inmediato, es complementaria: es una posibilidad abierta que soluciona casos
especiales tanto de personal como de iniciativas y que mira siempre al “núcleo salesiano”
como modelo carismático para inspirarse y para apoyarse en él.
3. Punto de llegada.
Con relación a las anteriores indicaciones, alguno pregunta si se trata de una necesidad
o de una opción. Se debe decir que el camino de la Iglesia, los cambios en la sociedad con
incidencia en el área educativa, los tiempos de reflexión y de evaluación por nuestra parte,
han confluido, con toda claridad, en el concepto de comunidad-núcleo animador. Hoy no se
cuestionan las convicciones y las grandes orientaciones, sino las realizaciones concretas y
nuestra capacidad de ponerlas en práctica.
8
Reg. 5
-4-

1.5 Page 5

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Conviene recordar, al menos señalándolos, los motivos de las opciones ya que
sugieren actitudes útiles.
Las iniciativas educativas y pastorales hoy se han abierto y se rigen por criterios de
participación. Trabajan en nuestras obras numerosos seglares que, habiendo aumentado
últimamente, constituyen una “mayoría numérica”; intervienen padres y colaboradores; se
unen a organismos civiles y a otras entidades educativas; se abren a los barrios y a una red de
amigos y patrocinadores: es un mundo de gestión compleja en el que no todo se puede hacer
directamente y que requiere responsabilidades complementarias y competencias diversas.
Mientras los ambientes educativos tradicionales adquieren nuevas dimensiones, los
espacios y las iniciativas para llegar a los jóvenes, con programas adecuados a sus distintas
condiciones, se diversifican y se multiplican. Por una parte se nos pide gestionar ambientes
cada vez más grandes y complejos y, por otra, existe el reclamo de nuevos campos educativos
suscitados por las necesidades y las pobrezas actuales. Esto ha supuesto y supone no sólo
mayores fuerzas desde el punto de vista numérico, sino más competencia y más unión en
todos los sentidos según la naturaleza compleja de la sociedad.
Todo esto, no obstante, ha sido sólo el detonante. La razón determinante que nos ha
llevado a concebir la comunidad como núcleo animador, es la nueva estación que vive la
Iglesia. Ésta revela un agudo conocimiento de ser comunión con Dios y entre los hombres y
toma la comunión como camino principal para realizar la salvación del hombre.
Esto tiene que producir notables cambios en la praxis pastoral. Todo adquiere sentido
y dimensión a la luz de la comunión. Las comunidades eclesiales se convierten en sujetos
solidarios de la misión. Internamente se valoran las vocaciones de los religiosos, de los
ministros ordenados y de los seglares, según el don específico que el Espíritu ha dado a cada
uno. Sus respectivas experiencias actúan entre sí enriqueciéndose y se ocupan conjuntamente
en la evangelización, que resulta “nueva” incluso por este elemento: el sujeto eclesial que la
realiza, en el que hoy sobresale la importancia del laicado.
No ha sido un camino corto. El duro trabajo preconciliar, la reflexión del Concilio, el
esfuerzo de adaptar la vida de la Iglesia y la pastoral en el post-Concilio, la síntesis doctrinal
y la práctica madurada en estos años que nos llevan hacia el dos mil, los Sínodos sobre los
seglares, sobre los ministros ordenados y sobre la vida consagrada y las correspondientes
Exhortaciones Apostólicas, han aclarado que las diferentes vocaciones se complementan, se
enriquecen y se coordinan; más aún, no logran tener una identidad original si no es en la
mutua referencia dentro de la comunión eclesial.
Nosotros, por otra parte, vemos esta forma de ser religiosos y de trabajar por los
jóvenes en el momento naciente de la Familia Salesiana. Desde el comienzo Don Bosco
implica a muchas personas con su testimonio y la novedad de su trabajo, suscita adhesión por
parte de eclesiásticos y seglares; atrae hacia su obra a hombres y mujeres que le ayudan a dar
catecismo, a organizar escuelas y talleres, a animar los patios, a colocar a los más necesitados
con algún honesto patrón. Con éstos crea grupos y formas ocasionales de cooperación.
Cuando ve la necesidad de recoger a algunos jóvenes en su casa, crea una familia con
la colaboración de Mamá Margarita, con la que comparte el gobierno de la casa. Su diseño es
la unión de todos los “buenos” y la máxima extensión de la colaboración. Sueña esta
colaboración, la propone, se lanza a realizarla con invitaciones de palabra, con la amistad y
por carta9.
Pronto logra convencerse de la necesidad de los “consagrados”: no sólo por que la
continuidad de la obra requería personas enteramente disponibles para los jóvenes, sino por la
cualidad “religiosa” de la educación que le preocupaba tanto que quería que al frente hubiese
un sacerdote. No se trataba en efecto solamente de liberar a los jóvenes de una situación de
9
cf. Braido P. Il progetto operativo di Don Bosco e l´utopia della società cristiana, LAS Roma 1982.
Pag.11.
-5-

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pobreza económica o de prepararles para la vida con los estudios y el aprendizaje de un
oficio; ni educar, solamente, el sentido religioso o la conciencia, sino el hacerles encontrar a
Jesucristo vivo a través de la gracia de la fe, la eficacia de los sacramentos y la participación
en la comunidad eclesial.
Las vocaciones “a la consagración” habría que encontrarlas entre los mismos jóvenes.
Por eso comenzó a reunir algunos, les invitó a formar una Sociedad; les pidió quedarse con Él
para siempre, comprometerse en una obra de caridad a tiempo pleno y por siempre, entregar
su propia vida al seguimiento de Cristo obediente, pobre y casto para un servicio fiel a Dios y
a los jóvenes.
Nuestro carisma ve, pues, la luz en un contexto de comunión “familiar y educativa”,
animado por una apertura casi sin límites a la colaboración en el bien a diversos niveles, con
un preciso plan de crear cooperación, solidaridad y comunión.
4. El momento actual.
En los últimos tiempos se ha reflexionado mucho sobre la comunidad consagrada.
Interesaba la calidad de la vida fraterna en relación con las exigencias legítimas que
hoy emergen en las comunidades, con las condiciones de vida que estas requieren, con las
nuevas posibilidades de relación y comunicación que se descubren como consecuencia de la
cultura, de la renovación eclesial y de la actual sensibilidad de las personas.
Interesaba, también mucho, el servicio a la comunidad cristiana y humana que las
comunidades consagradas están llamadas a desarrollar en el momento particular de la Iglesia
(evangelización, ecumenismo, diálogo interreligioso) y frente a las circunstancias actuales del
mundo (paz, comunicación, reconciliación, conflictos étnicos, caracter intercultural de la
sociedad, globalización).
Los dos niveles se cruzan, son interdependientes: se llega a ser “expertos” de
comunión a través de una experiencia de fraternidad en Cristo. Por esto lo uno arrastra a lo
otro; los dos deben ser despertados y renovados en una fase en la cual la comunidad debe
tener en cuenta algunas condiciones.
Una es su composición actual: disminuye el número de miembros en las comunidades
y en algunos casos se está al límite. Además de encontrarse con un número escaso, los
hermanos pertenecen a distintas generaciones; a veces, es preponderante la presencia de
personas maduras de edad o ancianas. Esto no supone una desventaja, sobre todo si se vive
positivamente, como posibilidad de dar mayor responsabilidad a cada uno, en cuanto al
número reducido, y como oportunidad de intercambio y de experiencia carismática entre
generaciones, en el caso de que la mayoría sean ancianos. Pero ciertamente tal composición
requiere una nueva capacidad de relaciones y adaptaciones varias.
Un segundo elemento que hay que considerar se refiere a la relación que se está
creando entre comunidad y obra apostólica. En alguna parte no se tiene ya la responsabilidad
exclusiva de la obra; no todos los componentes de la comunidad religiosa están implicados en
ella; con frecuencia están distribuidos en los diversos sectores con poca comunicación entre
ellos. Se nota la desproporción entre el personal religioso y la dimensión de la obra. Hay,
como consecuencia, abundante intercambio de ideas y participación de responsabilidades
entre religiosos todavía activos y los seglares que colaboran, y menos con los miembros de la
comunidad religiosa. En muchos casos la sobrecarga de funciones aleja a algunos hermanos
del ritmo regular de encuentro con la comunidad.
Un tercer elemento es la mayor inserción de la comunidad en la dinámica de la Iglesia
y una mayor apertura al contexto social. La vida consagrada se ve no como un “retirarse” de
las cuestiones que interesan al hombre, sino como un meterse dentro de ellas con una
aportación original y para una misión específica. Por consiguiente se da una multiplicación de
relaciones e intercambios con el exterior. El tiempo para la comunidad es menor y está menos
-6-

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recogida y menos protegida, más empapada por la complejidad de la vida y por los estímulos
del ambiente. Complejidad, acontecimientos, tendencias e imágenes penetran a través de los
medios de comunicación social cada vez más individualizados y desafían no sólo a la calidad
y a la frecuencia de relaciones, sino también a la capacidad de juicio evangélico de la
comunidad.
El hecho más importante se refiere no obstante al paso de la insistencia sobre la vida
en común a la de la vida fraterna determinado por las circunstancias del trabajo y por las
nuevas necesidades de las personas.
Los dos términos, vida común y vida fraterna en comunidad, dan inmediatamente la
idea correcta. Se distingue, pues, con facilidad su distinta importancia. “Vida en común”
quiere decir “habitar juntos en la propia casa religiosa legítimamente constituida” y realizar
juntos los mismos actos (rezar, comer, trabajar, etc.) según las mismas normas. Para la vida
común es importante reunirse físicamente.
“Vida fraterna en comunidad” quiere decir sobre todo acogida de la persona, calidad
de las relaciones interpersonales, amistad, posibilidad de verdadero afecto, alegría de estar y
trabajar juntos, participación activa de todos en la vida del grupo. Hoy miramos más a la
unión de las personas, a la profundidad de las relaciones, a la ayuda y apoyo mutuo, a la
valoración y papel activo de cada uno, a la convergencia de los objetivos.
Vida común y fraternidad están enlazadas. “Ciertamente la “vida fraterna” no se
realiza automáticamente por la observancia de las normas que regulan la vida común, pero es
evidente que la vida en común tiene la finalidad de favorecer intensamente la vida fraterna” .10
Es necesario encontrar un equilibrio: ni pura comunión de espíritu de tal forma que se
minusvaloren las manifestaciones de la vida común; ni tanta insistencia legal sobre la vida
común que lleve a poner en segundo lugar los aspectos más sustanciales de le fraternidad en
Cristo: “Amaos los unos a los otros, en esto conocerán que sois mis discípulos”11.
Nuestras Constituciones ayudan a comprender y a realizar este equilibrio y fusión
entre los dos aspectos. Nos dicen que tenemos momentos en común: éstos, caracterizados por
el espíritu de familia12, tienden a crear entre nosotros una relación madura, a abrirnos a la
comunicación, a hacernos capaces de compartir “alegrías y penas (…) experiencias y
proyectos apostólicos”13.
El buen orden y equilibrio de los dos elementos realiza el deseo y la exigencia de
formar verdaderas comunidades, de acuerdo con las condiciones de cada grupo y con las
aspiraciones de la persona; comunidades profundamente renovadas tanto si son pequeñas,
medianas o grandes, que deban animar obras tradicionales o que estén metidas de una forma
más viva entre la gente, pero siempre capaces de ayudar a las personas a crecer humana y
religiosamente, a expresar con más transparencia lo que creen y comunican, aptas para
suscitar el deseo de pertenencia, es decir comunidades con capacidad vocacional.
5. Nuestro modelo comunitario.
Todas las formas de vida religiosa tienen en la comunidad un elemento indispensable
pero cada una la realiza con características propias y de diversa forma.
Nuestra vida comunitaria refleja sobre todo la vivida por Jesús con los Apóstoles. Él
los eligió “para estar con Él, para mandarlos a predicar con poder de echar los demonios” .14
Desde entonces, y por la fuerza de esta llamada, formaron un grupo solidario, fiel al Maestro
y a su causa. Juntos gozaron de la familiaridad de Jesús y escucharon explicaciones
10 La vida fraterna en comunidad, n. 3
11 Jn 13, 34-35.
12 cf. Const. 51
13
ib.
14 Mc 3, 13-15
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exclusivas sobre el misterio del Reino. Juntos fueron testigos directos de algunos momentos y
partícipes de acontecimientos centrales de la vida de Jesús. Juntos aprendieron de Él a rezar
en la soledad y en el contacto con los hombres; fueron solidariamente encargados de ordenar
a la multitud en la multiplicación de los panes y todos, aunque en distintas aldeas, fueron
enviados a preparar la llegada de Jesús y a anunciar el Evangelio. Se reunían en torno al
Señor para comentar las peripecias de sus recorridos y hasta tenían disputas pasajeras sobre la
naturaleza del Reino y sobre su participación en la causa de Jesús. Jesús les enseñó las
aptitudes necesarias para seguirle y para construir la unión entre ellos: el servicio, el perdón,
la humildad en las exigencias, el no juzgar, la generosidad desinteresada. Junto a la
predicación del Evangelio y “para que el mundo crea” ,15 les mandó que vivieran unidos; rezó
por ellos “para que todos sean uno” .16 Juntos, con María, recibieron el Espíritu Santo y se
dedicaron a crear las comunidades, animándolas con la palabra, la Eucaristía y el servicio de
la autoridad.
Este modelo apostólico está representado por la experiencia carismática de nuestros
comienzos. Don Bosco, siguiendo a Cristo Buen Pastor, reúne en torno a sí discípulos jóvenes
que le son amigos para que compartan con él el servicio de los oratorios. Les pide que se
queden con Él y ocuparse en favor de los jóvenes totalmente y siempre. Se lanza con ellos
hacia regiones que llevan a la expansión de la Congregación y afina los rasgos espirituales
que dan una fisonomía típica a su familia.
Es una comunidad no sólo para los jóvenes sino con los jóvenes: comparte la vida con
ellos y se adapta a sus exigencias. La presencia de los jóvenes determina los horarios, el estilo
de trabajo, las formas de rezar. Permanecer con Don Bosco significa querer estar con los
jóvenes, ofrecerles todo lo que uno es y tiene: corazón, mente, voluntad, amistad, trabajo,
simpatía y servicio. En esta relación y en este ambiente madura la identidad de la comunidad
y de cada uno.
Es una comunidad con fuerte carga espiritual, caracterizada por el “Da mihi animas”.
Don Bosco forja sus primeros colaboradores con sencillez y concreción según este programa:
trabajo, oración y templanza. Les pide hacer un “ejercicio de caridad” en favor del prójimo.
El amor a Jesucristo y la confianza en su gracia inspira la preocupación por los muchachos, a
partir de sus necesidades humanas y espirituales. Se ayuda a los más abandonados a tomar
contacto con Dios y con la Iglesia y se orienta explícitamente hacia la santidad a los que
demuestran especiales disposiciones. Se hace casi sensible la proximidad de Dios y la
presencia de María Santísima.
Absolutamente nada extraordinaria, formada por jóvenes ricos de entusiasmo pero con
poca experiencia, algunos con notables cualidades y otros normales y hasta modestos, la
comunidad está orientada por Don Bosco con un sentido concreto, según los recursos de cada
uno, hacia una “misión” sentida por todos como única y “común”. Existen roles, ocupaciones
y trabajos diversos, en espacios muy abiertos, pero el sentido de pertenencia al oratorio y a
Don Bosco es general. La variedad de papeles y ocupaciones, la dimensión y la distribución
de los espacios y la diversidad de competencias no lo disminuyen ni lo ofuscan.
A pesar de los momentos de tensión y de dificultad que conocemos, la comunidad de
Valdocco aparecía unida en torno al proyecto de acción y a la persona del Director,
condición que Don Bosco consideraba fundamental para la eficacia apostólica. Él se
esforzaba, pues, en favorecer la creatividad, de implicar a todos, mediante formas
espontáneas y establecidas de participación, hacia la unidad en la acción, la armonía de las
personas y la concordancia de los criterios.
De esta forma la comunidad se convierte en el alma de un ambiente que atrae y
conquista el corazón de los jóvenes: produce un clima de familiaridad, que favorece la
15 Jn 17, 21
16
ib.
-8-

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espontaneidad y lleva a la confianza; expresa juntamente “la caridad pedagógica”, la bondad
que hace sentir el afecto y suscita correspondencia17. Don Bosco la presenta en la Introducción
a las Reglas con estas palabras: “Cuando en una comunidad reina este amor fraterno y todos
los hermanos se aman mutuamente y cada uno goza del bien del otro como si fuese un bien
proprio, entonces aquella Casa se convierte en un Paraíso”.
La comunidad oratoriana y juvenil no está aislada y cerrada. Tiene relaciones con
personas significativas, asociaciones diversas, religiosas y civiles, y con el contesto
ciudadano. Desde el comienzo Don Bosco la concibe como ligada a la Asociación de
Cooperadores, como si fueran dos ramas del mismo árbol. Así escribe en el Reglamento de
los Cooperadores: “Esta Congregación, que ha sido definitivamente aprobada por la Iglesia
puede servir de vínculo seguro y estable para los Cooperadores salesianos. En efecto tiene
como fin primario trabajar en favor de la juventud, en el cual se apoya el porvenir bueno o
funesto de la sociedad. No pretendemos afirmar con tal propuesta, que éste sea el único
medio para remediar esta necesidad, por que hay mil más, que nosotros recomendamos
vivamente sean llevados a cabo. Por nuestra parte proponemos uno que es la obra de los
Cooperadores Salesianos”18.
En el centro de aquel mundo abierto y en movimiento que era Valdocco, Don Bosco,
guiado por el Señor, quiso personas consagradas que fueran las que arrastraran a otras fuerzas
apostólicas implicadas en el mismo proyecto, garantía de desarrollo y de continuidad de la
misión.
La misión, llevada adelante con el mismo espíritu de Valdocco, ofrece a nuestras
comunidades el criterio para resolver eventuales tensiones. Esto no disminuye ningún aspecto
de la fraternidad, sino que le da su rostro concreto. Si desapareciera el sentido de la misión
juvenil, educativa, nuestra misma fraternidad perdería originalidad y fuerza de comunicación.
No sería aquella colmena viva que fue el oratorio, sino solamente una reproducción “fija”.
La misión, por otra parte, no es la inserción individual por la cual se retorna a la
comunidad sólo para rezar o descansar, o de vez en cuanto: nosotros compartimos la vida y
tomamos corresponsablemente el trabajo apostólico: “vivir y trabajar juntos es para nosotros,
salesianos, exigencia fundamental y camino seguro para realizar nuestra vocación”19.
La misión salesiana es comunitaria por su naturaleza. Las Constituciones lo dicen con
mucha claridad20 y con la fuerza de una definición: la misión se confía a una comunidad,
inspectorial y local21.
Es misión juvenil: mira al crecimiento de los jóvenes según las energías que Dios ha
puesto en cada persona y la gracia que Cristo ha comunicado al mundo. El Sistema
Preventivo, que sintetiza sus contenidos, praxis y caminos, requiere un ambiente de familia y,
por tanto, un tejido de relaciones. No somos preceptores de individuos, ni educadores
“particulares”: trabajamos en y a través de la comunidad y buscamos crear ambientes
juveniles amplios. El conjunto de los contenidos y de las experiencias que la praxis educativa
reconoce como adecuados al crecimiento humano y de fe de los jóvenes, requiere una sinergia
convergente de acciones que no pueden ser realizadas por una persona sola.
Añadimos además que los jóvenes deben ser guiados a la madurez en las relaciones y
a la vida social con todo lo que esta implica y que el camino de fe que proponemos tiene
como objetivo llevarlos hacia una experiencia de comunidad cristiana vivida según sus
dimensiones características.
17 . cf. Carta del 1884
18 Bosco J., Reglamento para los Cooperadores, citado en el Reglamento de vida apostólica, pag. 68
19 Const. 49
20 cf. Const. SDB 44; Const. FMA 51
21 cf. Const. 44
-9-

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La comunión y la fraternidad, la comunidad y la familia son, pues, condiciones,
camino y parte sustancial de la misión. Esto nos invita a hacer de ello una experiencia
auténtica y a convertirnos en sus expertos y artífices.
II Un itinerario comunitario para llegar a ser núcleo animador.
Las reflexiones anteriores suscitan nuevas preguntas: ¿Qué es lo que cualifica a la
comunidad salesiana para que sea núcleo animador de un conjunto numeroso de personas, a
menudo profesionalmente preparadas? ¿Qué se requiere de ella para ser núcleo animador?
¿Qué peso tiene la consagración religiosa en la animación de una comunidad educativa?
Intentamos responder, profundizando algunas perspectivas y explorando algunas
posibilidades. Concentramos la atención no sobre la realidad de animar ya presentada por el
CG24, ni sobre las modalidades, vías y contenidos de la animación con frecuencia remachada,
sino, concretamente, sobre lo que cualifica al núcleo animador para que pueda desarrollar su
servicio.
1. Volver a diseñar la misión.
Cualifica a la comunidad, en función de su función animadora, el volver a diseñar la
misión y situarse bien en ella, pensándola en forma amplia, según como la concibió Don
Bosco y como está expresada hoy en las Constituciones: en la Familia Salesiana, “por
voluntad del Fundador tenemos especiales responsabilidades: (…) estimular el diálogo y la
colaboración fraterna”22, “en nuestras obras formamos la comunidad educativa y pastoral (…)
de modo que pueda convertirse en una experiencia de Iglesia, reveladora del plan de Dios”23.
Situarse bien comunitariamente, considerando a la comunidad educativa y a sus componentes
como primeros destinatarios de nuestra acción en favor de los jóvenes y asumiendo juntos,
mental y como proyecto el trabajo de animación, llevará a que se clarifique el valor salesiano
y pastoral de la animación.
A nuestro lado hay personas adultas relacionadas con Don Bosco de diversas formas:
por simpatía, por compromiso, por espíritu, a las cuales estamos “enviados” por vocación.
Nuestro servicio a ellas es muy importante: es una animación espiritual y salesiana.
No estamos solamente llamados a dinamizar un grupo de educadores o colaboradores
con métodos oportunos; estamos llamados a suscitar “una experiencia de Iglesia”, a extender
y a dar consistencia una realidad vocacional. Se trata no sólo de emplear mejor los recursos
disponibles, por ejemplo los seglares, sino de comunicar la fe y el espíritu salesiano.
De esta forma, animar es parte no secundaria de nuestra misión y de la manera
original de vivir nuestra comunión a la cual dedicar tiempos no sólo residuales o una atención
“funcional”.
El carisma de Don Bosco tiene en la comunidad SDB un especial grado de
concentración, porque ha sido plasmada por Él directamente, por la fuerza de la consagración,
por la participación diaria del carisma con otros, por el proyecto de vida que asume la
espiritualidad salesiana y por la dedicación completa al trabajo apostólico .24 Tal concentración
no es fin en si misma; es para comunicar y difundir aquel peculiar don del Espíritu a la Iglesia
que es el espíritu salesiano.
No somos una sociedad de beneficencia o una organización educativa que tenga como
fin último algunas determinadas realizaciones materiales y culturales; somos carismáticos.
Esto supone dar vida a una presencia que suscite interrogantes, dé razones de esperanza,
22 Const. 5
23 Const. 47
24 cf. CG24 236
- 10 -

2 Pages 11-20

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2.1 Page 11

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convoque personas, suscite colaboraciones, active una comunión cada vez más fecunda, para
realizar juntos un proyecto de vida y de acción según el Evangelio.
La nuestra es una colaboración con el Espíritu. Él anima la Iglesia y el mundo. Los
abre a la Palabra, suscita el deseo de unidad y voluntad de concordia, da eficacia a los
esfuerzos y compromisos para la transformación del mundo según el plan de Dios; distribuye
carismas y esparce en la humanidad semillas de bien para que se refuercen sus elementos de
paz y de comunión.
Constituidos por el Espíritu en comunidad consagrada, llegamos a ser mediadores de
su acción animadora: ayudamos a las personas a acoger sus mociones, creamos condiciones
para que sus inspiraciones y sus dones tomen cuerpo en la realidad, para realizar de manera
más plena y más amplia la misión a la cual Él nos ha llamado.
Las tareas confiadas a la animación, especialmente en la CEP, tienden a poner a
disposición de todos lo que el espíritu nos ha dado: la fe en el plan de amor que Dios Padre
tiene para cada persona, el amor de Cristo expresado en la entrega total a la salvación de los
jóvenes, la sabiduría pedagógica que aprendemos del Buen Pastor y la conformación con
Cristo según el modelo de Don Bosco25.
Solamente este modo de pensar en la misión fructifica, de forma adecuada, la
experiencia del Espíritu en la comunidad, que reside en la primacía dada al sentido de Dios,
en el seguimiento de Cristo, en la caridad pastoral con la que se pone totalmente al servicio de
los jóvenes en el patrimonio educativo y espiritual salesiano.
Ser, pues, animadores del movimiento de personas implicadas en el espíritu y en la
misión de Don Bosco no es una función complementaria para alguna ocasión: es un rasgo
vocacional que pertenece a la identidad del salesiano consagrado, personal y
comunitariamente, y que es parte no secundaria de su praxis pastoral.
“Cada SDB es animador y se capacita cada vez más para serlo” .26 No hay necesidad de
cualidades especiales más que las que corresponden a la vocación salesiana. Se trata de vivir
el don impreso en el estilo de la comunidad juntamente con los jóvenes y los seglares que
manifiestan la misma sensibilidad y convergen en las mismas iniciativas educativas.
2. Vivir y proponerse comunicar una espiritualidad.
Los adjetivos son más que justificados junto al término animación porque revelan
bases doctrinales, recorridos y objetivos diversos. La nuestra es una animación espiritual. El
término no es limitante, sino cualificante. No excluye otros aspectos de la animación, sino
que los asume todos en una perspectiva propia.
Para llegar a ser “núcleo animador” es necesario vivir conscientemente, con
convicción, nuestra espiritualidad, expresarla comunitariamente con alegría e inmediatez. En
el congreso de religiosos jóvenes realizado en Roma en el mes de septiembre de 1997, se
manifestó el sueño de que se canonizaran no sólo a “individuos”, sino a comunidades
religiosas en su totalidad, como un sujeto que ha vivido solidariamente y en grado ejemplar el
ideal de la vida evangélica. Se añadía que un “handicap” vocacional reside en el hecho de que
los jóvenes ven y son atraídos por modelos “individuales” tras los que no hay una
correspondiente vida comunitaria: santos solitarios, en comunidades casi extrañas a su
santidad.
Don Bosco creó en Valdocco una escuela de espiritualidad que se manifestaba en el
ambiente, en el trabajo cotidiano, en el tono de fraternidad y en la oración: simple en
apariencia, pero sustancial y auténtica. Invitó a sus jóvenes y a cuantos querían colaborar con
él a hacer un camino siguiendo el mismo espíritu, según la propia condición y posibilidad.
25 cf. CC24 159
26
ib.
- 11 -

2.2 Page 12

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“En Valdocco, recuerda el CG24, se respiraba un clima particular: la santidad era construida
por todos, se compartía y se comunicaba recíprocamente, tanto que es imposible explicar la
santidad de uno sin la de los otros”27.
Construir y disfrutar de este clima de “santidad” compartida, es un compromiso de
los consagrados. La comunidad consagrada es un lugar de experiencia de Dios. Todo ha sido
pensado y predispuesto para esto: “La vida espiritual, por tanto, debe ocupar el primer lugar
en el programa de la Familias de vida consagrada… De esta opción prioritaria, desarrollada
en el compromiso personal y comunitario, dependen la fecundidad apostólica, la generosidad
en el amor a los pobres y el mismo atractivo vocacional en las nuevas generaciones”28.
El CG23 lo indicaba como respuesta adecuada al reto de la educación de los jóvenes a
la fe. Invitaba a las comunidades a ser “signo” de fe dando trasparencia evangélica a la vida
para llegar a ser también escuela de fe. La fe, en efecto, no se puede comunicar si no se la
vive como el gran recurso de la propia existencia. “La renovación espiritual y pastoral son
dos aspectos que se compenetran y son interdependientes entre sí”29.
Ser animadores, como comunidad, es decir núcleo animador, es llevar conjuntamente
en la acción educativa, que compartimos con otros, aquel soplo del Espíritu capaz de dar
sentido a la promoción de la persona y a los esfuerzos por cambiar la sociedad: la experiencia
del amor de Dios, la luz que viene de Cristo, la visión del hombre que surge de la Palabra de
Dios.
Es tener, como la comunidad apostólica después de Pentecostés ,30 la capacidad de
“salir” hacia los demás, de atraer, reunir, convertir, crear comunión con criterios nuevos a la
luz de Cristo resucitado. “El primer objetivo de la vida consagrada es hacer visibles las
maravillas que Dios realiza en la frágil humanidad de las personas llamadas. Más que con
palabras testimonian estas maravillas con el lenguaje elocuente de una existencia
transfigurada, capaz de sorprender al mundo”31.
La experiencia de Dios que está en el origen y en las finalidades de nuestro proyecto
de vida debe ser despertada, vuelta a vivirl y profundizarla según las características de nuestro
espíritu. Podemos, en efecto, llegar a reducir la vida a eficacia, a creer que los diversos
elementos de nuestra vida religiosa están en función de los resultados educativos. Esto puede
llevar a un progresivo vaciamiento interior, a una disolución de las motivaciones más
profundas y, como consecuencia, a una cierta desilusión y pérdida de confianza en nuestras
acciones, en los destinatarios, en la comunidad y en los seglares.
La capacidad de animación espiritual, como es la nuestra, supone y requiere la
experiencia de la oración, la personal, pedida como gracia, aprendida y practicada con
asiduidad y la oración comunitaria, sentida y compartida en momentos preparados y
tranquilos, libres de la prisa y de la dispersión.
La oración hace recuperar el gusto de estar con Cristo y el sentido de la misión. “De la
misma forma que, nos diría Don Bosco, la comida alimenta el cuerpo y lo conserva, así las
prácticas de piedad nutren el alma y la hacen fuerte contra las tentaciones. Mientras seamos
celosos en la observancia de las prácticas de piedad nuestro corazón estará en buena armonía
con todos, y veremos al salesiano alegre y contento en su vocación” .32 ¿No son “el estar en
buena armonía con todos, la figura del salesiano alegre y contento de la vocación” las
imágenes más fieles del animador?
Dos signos me parecen importantes en esta expresión de la espiritualidad de la
comunidad a través de la asiduidad y la calidad de la oración. El primero se refiere a la
27 CG24 104
28
VC 93
29 cf. CG23 216 - 217
30 cf. Hch 2,1ss.
31
VC 20
32 Reglas y Constituciones de la Sociedad de San Francisco de Sales. Introducción. Turín 1885.
- 12 -

2.3 Page 13

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Palabra de Dios a la que se accede y se comparte cuando se trata de iluminar la vida personal
y comunitaria, las situaciones de los jóvenes y el reto de la cultura. La Biblia marra
experiencias religiosas de la humanidad, las actitudes, las pruebas y las reacciones de los que
vivieron en este mundo según el sentido de Dios, más aún, en relación de alianza con Él. Es
una “historia” de la espiritualidad vivida en lo concreto de los acontecimientos.
El evangelio, además, no sólo nos ofrece las enseñanzas y los ejemplos de Jesús, sino
que nos pone en contacto con su persona y su misterio. Solamente el discernimiento
evangélico puede darnos una mentalidad “cristiana” y ayudarnos a mantener una visión de fe,
una actitud de esperanza y un criterio de caridad.
El segundo signo es la participación de los jóvenes y de los colaboradores en nuestra
oración, nuestra capacidad de introducirles en la oración y hacérsela gustar. No faltan
ejemplos. Hay que continuar el camino emprendido. No nos limitamos a las celebraciones
extraordinarias y sugestivas; acompañamos a los jóvenes en un camino de oración hasta
hacerla desear y que sea una actitud, un hábito y una necesidad.
Con frecuencia los jóvenes y los colaboradores nos conocen como los trabajadores y
como amigos cercanos a ellos, deseosos de su bien, generosos y disponibles, pero no captan
los motivos de fondo que mueven nuestra vida y constituyen su originalidad. Por esto no
logran captar la importancia de la vida consagrada, ni se sienten estimulados a seguir nuestro
camino si bien es cierto que siguen siendo amigos.
Hacer partícipes de una experiencia de Dios, poner en práctica una pedagogía de la
oración, que lleve a una relación personal con el Señor, abierta a la sensibilidad juvenil según
nuestra espiritualidad, es la forma de “animar” más propia de una comunidad religiosa.
Además de ofrecer experiencias ocasionales, casi como aperitivo para despertar las
ganas, estamos llamados a ser educadores y maestro de espiritualidad. Si nos parece una
meta ambiciosa digamos que queremos ser compañeros y testigos autorizados, orientadores,
guías en el camino de la espiritualidad. No pocos seglares y jóvenes desean una experiencia
espiritual. Hay dentro de ellos una solicitud de interioridad y de sentido como contrapeso a la
exterioridad, al ruido y a la agitación. El CG24 pone la espiritualidad en el centro de nuestro
esfuerzo por compartir: “Estamos, pues, llamados a compartir con la FS y con todos los
seglares, no sólo la realización material del trabajo de cada día, sino también, y en primer
lugar, el espíritu salesiano para poder ser corresponsables de la misión en nuestras obras y
más allá de sus fronteras”33. La meta de la formación, de los seglares y con los seglares, es una
santidad compartida34, por lo que “la espiritualidad debe ser el alma de la CEP y la médula de
los itinerarios de formación que hay que hacer juntos en un intercambio de dones”35
Es el mismo compromiso que la Iglesia confía a los consagrados: “Hoy más que nunca
es necesario un renovado compromiso de santidad por parte de las personas consagradas para
favorecer y sostener el esfuerzo de todo cristiano por la formación. Las personas consagradas,
en la medida en que profundizan su amistad con Dios, se hacen capaces de ayudar a los
hermanos y hermanas mediante iniciativas espirituales válidas. El hecho de que todos sean
llamados a la santidad debe animar aún más a quienes, por su misma opción de vida, tienen la
misión de recordarlo a los demás”36.
La mediación principal para desarrollar este deber es nuestra vida cotidiana inspirada
por la fe, al lado de los jóvenes y de los seglares, la cual difunde un estilo de vida por ósmosis
o contagio; es el ambiente educativo en el cual los valores aparecen concretamente realizados,
con modelos significativos que atraen, con propuestas que implican y motivaciones que
iluminan la conducta.
33 CG24 88
34 cf. CG24 104
35 CG24 241
36
VC 39
- 13 -

2.4 Page 14

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Será necesario, además, acompañar a cada uno aprovechando los momentos
comunitarios, predispuestos para compartir y comunicar, e incluso estar dispuestos al diálogo
personal. Todo lo cual requiere ciertamente atención e intencionalidad.
3. Hacer de la comunidad salesiana una “familia” capaz de suscitar comunión en torno
a la misión salesiana.
Se ha resaltado con frecuencia que la comunidad responde, no solamente a propósitos
de perfección religiosa y de eficacia en el trabajo, sino también a profundos deseos e
aspiraciones de la persona: relaciones auténticas y profundas, comunicación, valoración
personal, amistad y afectos.
Se siente la necesidad de una fraternidad auténtica y adulta y se experimenta su
fascinación, aunque tenemos diversas distensiones individuales y no nos faltan hoy
compañeros informáticos; el encuentro personal, la experiencia de la amistad, la participación
de los sentimientos y de las situaciones siguen siendo “únicos”.
En la sociedad de la comunicación, que sigue siendo de “masa”, aunque
individualizada por lo que se refiere a los aparatos, se experimenta la dificultad de comunicar
en profundidad, y, por consiguiente, un sentido de aislamiento y de soledad.
Se descubre especialmente en los jóvenes y en el ámbito de una religiosidad teñida de
subjetivismo que tiende a satisfacer inmediatamente el sentimiento. Se escuchan muy a gusto
los relatos personales, se buscan reuniones donde poder acoger y ser acogidos gratuitamente,
sin condiciones ni normas rígidas; se eligen relaciones humanas capaces de hacer que nos
sintamos libres y que nos ayuden a manifestarnos; se tiende a unirse a grupos donde uno se
siente a gusto y se crea solidaridad a través de la comunicación de propósitos, deseos y
realizaciones.
Lo que hace significativas a las asociaciones y a las comunidades religiosas, su fuerza
de atracción, no reside tanto en lo que tienen y hacen, en las obras y en el trabajo, sino en
aquello que viven, en su estilo de relaciones y en su unidad.
Es el impacto que producían las primeras comunidades cristianas. El signo externo de
la novedad de la Resurrección, inmediatamente comprensible incluso a quienes no conocían
el contenido de la fe, era la solidaridad del grupo concorde y asiduo “en escuchar las
enseñanzas de los apóstoles y en la unión fraterna, en la fracción del pan y en la oración”; en
cuyo grupo “tenían todo en común” y no había diferencia entre los miembros. El poder de
convicción que se transmitía atraía la estima del pueblo y hacia que el grupo fuera fiable y
apetecible. Y el Señor (¡aparece casi como una consecuencia¡) “agregaba cada día a la
comunidad a los que se habían de salvar”37.
También para Don Bosco la caridad fraterna, manifestada en el espíritu de familia, era
el signo inmediato que los Salesianos debían ofrecer a los jóvenes, a los colaboradores y al
pueblo: “Amaos entre vosotros, aconsejaos, corregíos, jamás os tengáis envidia, ni rencor,
sino que el bien de uno sea el bien de todos, las penas y los sufrimientos de uno sean tenidos
como penas y sufrimientos de todos, y cada uno procure alejarlos o al menos mitigarlos”38.
Las Constituciones han recogido abundantemente este pensamiento de nuestro Padre
con dos indicaciones sobre ello: el estilo comunitario y su impacto en los jóvenes. El tono de
nuestra vida comunitaria se presenta, entre otros, en el artículo 51: “La comunidad salesiana
se caracteriza por el espíritu de familia, que anima todos los momentos de la vida: el trabajo y
la oración, las comidas y los tiempos de distensión, los contactos y las reuniones. En clima de
amistad fraterna, nos comunicamos alegrías y penas y compartimos corresponsablemente
experiencias y proyectos apostólicos”. El artículo 16 nos recuerda la otra indicación, la que
37 cf. Hch 2, 42 - 47
38 Don Bosco, Recuerdos a los primeros misioneros.
- 14 -

2.5 Page 15

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pone el acento en el efecto educativo y vocacional que tanto se desea: “Un testimonio así
suscita en los jóvenes el deseo de conocer y seguir la vocación salesiana”.
Cuando nos preguntamos cómo en las situaciones actuales podemos caminar hacia este
“ideal” y expresarlo con transparencia, nos vienen a la mente la “gracia de unidad” que nos
lleva a los Salesianos a cultivar, de forma espontánea y concorde, las tres instancias:
consagración, misión y fraternidad ,39 dando a cada una su peso y fundiéndolas en un estilo de
vida y en un proyecto de acción. Sobresalen entonces algunos aspectos que se deben cuidar
con especial atención:
El primero es, precisamente, la vida fraterna. Esto supone emplear tiempos y dedicar
energías a cultivar y hacer visible la comunión como un don que hay que ofrecer a los
jóvenes; supone la ascesis que nos madura en la capacidad de amar, la experiencia que nos
prepara a una relación madura con los colaboradores. Son muchas las actitudes y las
manifestaciones de esta fraternidad: «En efecto, las comunidades reemprenden cada día el
camino, sostenidas por la enseñanza de los apóstoles: “Amaos los unos a los otros con afecto
fraterno, rivalizando en la estima recíproca” (Rm 12, 10); “tened los mismos sentimientos los
unos para con los otros” Rm 12, 16); “acogeos los unos a los otros como Cristo os acogió”
(Rm 15, 7); “corregíos mutuamente” (Rm 15,14); “respetaos los unos a los otros” (1 Cor 11,
33); “por medio de la caridad poneos los unos al servicio de los otros” (Gal 5, 13);
“confortaos mutuamente” (1 Tes 5, 11); “sobrellevaos los unos a los otros por amor” (Ef 4,
2); “sed benévolos y misericordiosos los unos con los otros perdonándoos mutuamente” (Ef
4, 32); “someteos los unos a los otros en el temor de Cristo” (Ef 5, 21); “rezad los unos por
los otros” (Sant 5, 16); “trataos los unos a los otros con humildad” (1 Pe 5, 5); “estad en
comunión los unos con los otros” (1 Jn 1, 7); “no nos cansemos de hacer el bien a todos,
principalmente a nuestros hermanos en la fe” (Gal 6, 9-10)» .40 Me detengo en dos elementos
que hoy destacan: las relaciones interpersonales y la comunicación.
Las relaciones son una de las pruebas de la madurez de las personas: tal vez el
parámetro más importante donde se reflejan las cualidades y los límites de cada uno. Su
calidad, el modo de entablarlas y realizarlas, manifiestan hasta qué punto el amor, primera
energía y primer mandamiento, se ha realizado en nosotros y hasta qué punto hemos
aprendido a manifestarlo.
Por esto hoy ponemos una especial atención a las relaciones en el trabajo y en la
formación: no sólo desde el punto de vista formal, sino mirando al aspecto interior y
fundamental. En la vida fraterna se necesitan relaciones que superen el cansancio y la
costumbre porque son renovados y que no se interrumpan porque se es capaz de
reconciliación diaria. Se insiste en que sean interiores y profundas, no sólo funcionales en el
trabajo, sino capaces de madurar en amistad hacia el crecimiento en el Señor y la solidaridad
en la misión; sobre todo que se inspiren en la oblatividad y la donación y no se centren en la
propia persona ni en sus propios fines.
Es una valoración común entre los observadores de grupos y comunidades que la
mayor parte de las dificultades internas, que parecen ser de trabajo e ideas, en el fondo están
ligadas a problemas de relaciones interpersonales mal planteadas, que tienen en el trabajo y
en las ideas su campo de choque.
Por otra parte las malas relaciones, las situaciones difíciles no curadas oportunamente
a través de la reconciliación actúan interiormente en la persona bloqueando el proceso de
maduración y creando dificultades a la misma donación serena y alegre a la misión y a Dios.
La tristeza y el malestar que nos acarrean son siempre dañosos. Las amarguras internas
39 cf. Const. 3
40 La vida fraterna en comunidad, 26.
- 15 -

2.6 Page 16

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consumen. El ayudar a solucionarlas, el aclaras sus raíces, el asumirlas como límites
personales y afrontarlas con calma, sin permanecer fijos en ellas, es un gran servicio.
Es necesario educarse y educar a cada uno en las relaciones, también con una palabra,
un estímulo, un apoyo. Es necesario animar las relaciones, creando oportunidades para que se
puedan expresar y crecer. Es un aspecto de la caridad de todos, en particular del Director y
del Inspector con lo que se construye la unión de la comunidad.
Ninguno puede estar esperando, en la comunidad, solamente a recibir, como si fuese
un ambiente ya hecho e independientemente de la propia aportación. Por otro lado, es
necesario suplir eventuales carencias de algunos con una mayor capacidad de donación por
parte de los otros. En las comunidades hay siempre límites de comunicación, timideces,
excesivas cautelas que frenan la familiaridad. El Señor compensa estos límites con aquellos
hermanos que están dispuestos a poner un poco más de diálogo, de cercanía, de unión y de
alegría, a fin de que el nivel de la vida de comunidad en todo lo que se refiere al afecto mutuo
y al ambiente familiar no decaiga. “Una fraternidad donde reina la alegría es un verdadero
don de lo Alto a los hermanos que saben pedirlo y que saben aceptarse y que se comprometen
en la vida fraterna confiando en la acción del Espíritu” .41
Lo anterior puede parecer un comentario no habitual en una circular, algo muy
particular y casi técnico. Me lo ha sugerido el documento La vida fraterna en comunidad
donde afirma: “es útil llamar la atención sobre la necesidad de cultivar las cualidades
requeridas en toda relación humana: educación, amabilidad, sinceridad, control de sí,
delicadeza, sentido del humor y espíritu de participación” .42 Me lo ha sugerido también el
CG24 que habla de nuestra espiritualidad relacional: una espiritualidad que no sólo ama con
caridad interior, sino que, como Don Bosco había enseñado ya para el trato con los
muchachos, sabe entablar relaciones adultas conforme al ambiente de vida y a la sensibilidad
actuales. Me lo ha sugerido, también, la importancia que tienen hoy las relaciones, elevadas
casi a ser objeto de estudio y entrenamiento en cualquier campo del actuar humano. Me lo ha
inspirado finalmente el pensamiento de San Francisco de Sales, en el cual la “dulzura” se
traducía en la cantidad y en la calidad de las relaciones personales hasta constituir un rasgo
distintivo.
La espiritualidad de la relación tiene como fuente la caridad que se capacita y se
dispone a crear, curar, restablecer y multiplicar relaciones. Ésta caridad es “pastoral” cuando
se ejercita en el misterio de regir y orientar a una comunidad eclesial.
Más allá de las relaciones e incluida en su dinámica está la comunicación. Hoy se desea
que en las comunidades no se limite a lo funcional, sino que alcance a la experiencia
vocacional; que se intercambien no sólo noticias del periódico y datos del trabajo, sino
valoraciones, exigencias e intuiciones que miran a nuestra vida en Cristo y nuestra forma de
comprender el carisma. A esto es a lo que tiende la revisión de vida, la evaluación de la
comunidad, el intercambio en la oración, el discernimiento sobre situaciones, proyectos y
acontecimientos.
El tiempo actual ha hecho más necesaria la comunicación en la comunidad religiosa y
ha modificado sus criterios y sus formas, y, por consiguiente, es más ágil y participativa. La
complejidad de la vida requiere que nos confrontemos sobre tendencias, criterios y
acontecimientos de familia y hechos externos: o logramos comprenderlos e interpretarlos a la
luz del evangelio o nos quedamos fuera de la vida y del movimiento del mundo.
Se hace necesario el hábito de evaluar, igual que la elaboración de criterios comunes
de valoración. Con frecuencia esto requiere un camino que lleva consigo exploraciones y
pruebas. Debemos estar dispuestos a expresarnos con sencillez, a estar prontos a modificar
41 La vida fraterna en comunidad, 28
42 La vida fraterna en comunidad, 27
- 16 -

2.7 Page 17

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juicios y posiciones, incluso sólo para llegar a una convergencia fraterna y operativa: ponerse
de acuerdo ayuda siempre a la comunidad, cuando no están comprometidos valores
esenciales.
La comunicación es necesaria incluso en razón de un pluralismo positivo de visiones y
de dones que hay en la comunidad: hay riquezas de inteligencia, de espíritu, de fantasía y
facultades prácticas que comunicar. Además, los temas sobre los cuales comunicar con
provecho en la vida consagrada son muchos: el proyecto apostólico, la experiencia espiritual,
los retos de la misión, las orientaciones de la Congregación, las tendencias de la Iglesia, etc.
La comunicación requiere aprendizaje, práctica e, incluso, animación. Decimos
aprendizaje espiritual, más que técnico. Cuando se comunica a ciertos niveles se corre un
riesgo. Hay un cierto pudor que superar por lo que no queremos expresarnos; hay que
consolidar la confianza en el otro de modo que me asegure que él acogerá con madurez y
positivamente lo que yo digo.
La experiencia dice que no todos tiene el coraje de hacer esto. Se requiere aprendizaje
incluso para recibir la comunicación, sin juzgar a la persona, sin colocarla en una posición
definitiva en razón de aquello que ha dicho, sin disminuir la estima y las expectativas por la
diferencia de visión.
Además del aprendizaje se requiere práctica. La capacidad de comunicación
descuidada se oxida, se pierde el gusto de ella y su ejercicio. La práctica lleva a la
comprensión y al uso de los distintos lenguajes adaptados a las situaciones, que van desde los
gestos y las actitudes hasta las conversaciones serenas y distendidas. Todo ello inspirado por
la caridad y no por el cálculo técnico. Recordad a Don Bosco con su posar la mano sobre la
cabeza de los jóvenes, con su capacidad de sonreír, de decir una palabra al oído, dar unas
buenas noches, mantener un diálogo como hizo con Domingo Savio, pedir el parecer,
discutir. Es el esfuerzo, tan característico del Sistema preventivo, de manifestar el afecto,
librarlo de una actitud genérica y recluida en una fría interioridad. En la práctica de la
comunicación se necesita también aprender el valor del silencio activo y la capacidad de
soledad. Estos aspectos están casi “desterrados” de la “Babel” de las conversaciones,
comunicaciones, músicas, festivales y ruidos.
Una comunicación válida está siempre preparada y regulada por la reflexión, por la
mesura y por la capacidad de “retirarse”.
Se requiere, pues, aprendizaje y práctica por parte de todos, pero se requiere también
además animación por parte del que dirige para crear el clima adecuado a una comunicación
serena y desenvuelta. Dar oportunidad de comunicar, tener un estilo de dirección que permita
expresar la opinión fácilmente, requerir y provocar estas opiniones, disfrutar por la cantidad
de aportaciones, hacer entender que la persona no será juzgada por lo que dice en un
momento de confrontación.
Además de la atención a la vida fraterna para cualificar la experiencia comunitaria hay
que mejorar nuestra forma de trabajar juntos. La comunidad religiosa es el lugar donde se
da el paso del yo al nosotros, de mi trabajo o sector a nuestra misión, del logro de mis
objetivos y medios a la convergencia en la evangelización y el bien de los jóvenes. Esto
requiere un paciente ejercicio para superar lo que nos recluye y nos separa por causa de una
concepción individualista del trabajo y de una autonomía no reglada en las iniciativas y que
nos hace poco disponibles a construir junto a los demás. Se podrían potenciar muchas
iniciativas con sólo juntar las que son semejantes y yuxtapuestas, uniendo las que son
complementarias y haciendo converger tiempos y personas en determinadas áreas.
Las Constituciones y los Reglamentos prevén momentos de entendimiento, de
coordinación y de convergencia: Consejos y asambleas comunitarias tienden a darnos una
lectura común de las situaciones a la luz del evangelio y de nuestra vocación original, a
- 17 -

2.8 Page 18

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proyectar solidariamente los grandes aspectos de la pastoral como la orientación de la
educación de los jóvenes a la fe o la formación de los seglares.
El día semanal de la comunidad ha ofrecido una nueva oportunidad de un intercambio
positivo.
En un tiempo en el cual se tiende a las alianzas, a las sinergias y a las redes, debemos
aprender que la fragmentación y los compartimentos estancos no sirven y no nos forman
como hombres de comunión. En las comunidades a las cuales se las ha confiado diversos
sectores con una cierta exigencia y hábitos de autonomía, les conviene tener momentos de
programación y orientación en común.
Desde los comienzos, la comunidad salesiana vivió con los jóvenes, participando
plenamente de su vida y viceversa, los jóvenes han tomado parte en las jornadas de los
Salesianos. Hoy muchos jóvenes y seglares desean “ver” y “participar” de nuestra vida
fraterna y tomar parte con nosotros en el trabajo, Nuestra vida comunitaria tiene que ser
estructurada de tal forma que sea posible rezar con los jóvenes, compartir momentos de
fraternidad y de programación con los colaboradores seglares y hasta acoger a algunos de
estos jóvenes y seglares para hacer con nosotros una experiencia temporal de vida
comunitaria.
4. Dar a nuestra acción educativa y de la CEP el dinamismo misionero del “Da mihi
animas”.
La pedagogía madurada por Don Bosco y transmitida a su primeros Salesianos nace
de la caridad pastoral, capaz de comprender y de hacer propias las situaciones juveniles y de
dar vida a iniciativas adecuadas para ir a su encuentro. No es solamente trabajar por los
jóvenes, estar en medio de ellos, gastar las energías para ellos. En el fondo hay un deseo:
llevarles a la fe en Cristo, camino, verdad y vida, haciéndose signos y testigos de su amor. Es
la experiencia fundamental, que manifiesta la originalidad de la espiritualidad salesiana. El
CG23 lo ha expresado en un texto que algunos han llamado el “credo salesiano”43.
Es la experiencia que debemos comunicar y ayudar a vivir a los colaboradores,
animando un estilo pedagógico que ponga en el centro la relación personal entre educador y
joven. Ésta, profundizada hasta la confianza, será la oportunidad de manifestar la predilección
de Jesucristo por cada uno de los jóvenes.
Buscaremos crear un clima de familia ,44 rico de propuestas e iniciativas en todos los
intereses y urgencias de los jóvenes, que suscite su participación y les implique en la propia
formación; un clima que tiene sus máximas expresiones en las celebraciones que introducen
en el misterio de la vida y de la gracia donde se advierte la fuerza transformante de los
sacramentos, sobre todo de la Reconciliación y de la Eucaristía.
Nosotros estamos llamados a ser memoria y estímulo de tal estilo y programa.
Debemos manifestar con serenidad, pero también con coraje misionero, que la fe en
Jesucristo lleva una luz y una energía nueva a la educación: es la imagen del hombre que
aparece en Jesús, la confianza en la vida que trasmite la Resurrección, la conciencia de una
relación filial con Dios, el horizonte trascendente, la revelación del amor como secreto para la
realización de la persona y de la civilización.
Nuestra vida es profecía en la educación: manifiesta el sentido y la meta hacia la cual
están llamados a desarrollarse los valores humanos: la fuerza liberadora de la relación
personal con Dios, la fecundidad histórica de las bienaventuranzas, la capacidad de valorar a
la persona y a los grupos de los más pobres y excluidos a los que los otros descuidan.
43 cf. CG23 94-96
44 cf. CG24 91ss
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2.9 Page 19

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En un mundo tentado por el prescindir de Dios, nosotros testimoniamos que su amor
da una insólita lucidez y felicidad; frente a la búsqueda del placer, del tener y del poder,
logramos decir que “la necesidad de amar, el ansia de poseer y la libertad para decidir de la
propia existencia, alcanzan su sentido supremo en Cristo Salvador”45.
Si nuestro compromiso en la educación no es “suplencia” de servicio, sino aportación
original, nosotros deberemos “introducir en el horizonte educativo el testimonio radical de los
bienes del Reino, propuestos a todo hombre en espera del encuentro definitivo con el Señor
de la historia”46. Hay que decir que a esto tiende todo nuestro esfuerzo de preparación que
tiene ciertamente una dimensión profesional, pero fermentada y motivada por una más
profunda que es la pastoral. No hay que disminuir esta última, ni hacer de la primera un
compartimento estanco. Nosotros educamos evangelizando.
“Por su especial consagración, nos recuerda Vita Consecrata, por la peculiar
experiencia de los dones del Espíritu, por la escucha asidua de la Palabra y el ejercicio del
discernimiento, por el rico patrimonio de tradiciones educativas acumuladas a través del
tiempo por el propio Instituto, por el profundo conocimiento de la verdad espiritual (cf. Ef 1,
17), las personas consagradas están en condiciones de llevar a cabo una acción educativa
particularmente eficaz, contribuyendo específicamente a las iniciativas de los demás
educadores y educadoras”47. Y añade: “de esta forma pueden dar vida a ambientes educativos
impregnados del espíritu evangélico de libertad y de caridad, en los cuales se ayude a los
jóvenes a crecer en humanidad bajo la guía del Espíritu”48.
Hoy el servicio educativo es solicitado y revalidado sobre todo con la extensión de la
formación a toda la existencia, pero también como una visión que supera firmemente la
tentación “unidimensional” para asumir la integridad de la persona y tomar en consideración
las características particulares de cada uno.
Al servicio educativo se le pide, entonces, “asistir” a cada persona en el desarrollo de
toda su capacidad, comunicar una visión de vida abierta al prójimo, generar en cada uno una
capacidad de vivir en la libertad y en la verdad según su propia conciencia iluminada por la
experiencia y por la fe.
Como comunidad religiosa somos núcleo animador de un conjunto de educadores que
quieren comunicar estos valores y proponer esta visión de la vida.
El compromiso supone que nosotros mismos nos esforcemos por llegar a ser:
personas capaces de vivir la propia vida con confianza y alegría, con actitud de
comprensión y diálogo con los jóvenes y su mundo, con atención a la cultura, con
voluntad de colaboración con todos los que trabajan por un mundo más justo, libre
y solidario,
educadores competentes, que hacen de su servicio a los jóvenes y a los pobres un
compromiso por el Reino; para animar una comunidad educativa y otras fuerzas
apostólicas no basta la buena voluntad; la improvisación no vale cuando se trata de
promover cristianamente un ambiente a largo plazo;
animadores dispuestos a compartir con los colaboradores seglares los caminos
formativos49, en la vida diaria, en los momentos comunitarios de especial
importancia formativa, debidamente preparados y cualificados, como la
elaboración del PEPS, la evaluación de la CEP, el discernimiento ante situaciones
concretas y parecidas;
45 Const. 62
46
VC 96
47
ib.
48
ib
49 cf. CG24 144
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dirigentes que han interiorizado el valor de la participación y la
corresponsabilidad y que saben animar creando y renovando las modalidades
oportunas;
Salesianos que manifiestan una sensibilidad especial por la educación de los más
pobres y que se convierten en promotores de una cultura de solidaridad y de paz:
esta sensibilidad constituye uno de los signos evangélicos más significativos y se
muestra capaz de convocar a muchas personas.
5. Vida fraterna y trabajo pastoral para crecer.
La vida fraterna (relaciones y comunicación) y una buena organización del trabajo
ayudan no sólo a sentirse bien, sino, también, a crecer; enriquecen desde el punto de vista
cultural, psicológico y social y, sobre todo, espiritual.
Se da un crecimiento cultural, porque escuchando a los demás y colaborando con ellos
recibimos información, puntos de vista, datos y lecturas desde diversas realidades. Hoy se
buscan y se consideran indispensables las relaciones y la comunicación con personas
competentes. Existen, incluso, en los hermanos que viven en nuestra comunidad, hasta
probablemente alguno tiene algo significativo que ofrecernos. Entre los seglares también
existen.
Es un crecimiento psicológico, porque se desarrollan la afectividad, la capacidad de
acogida de personas y mentalidades diversas; se llega a ser más capaces de donación, de
superar frustraciones y bloqueos internos, fijaciones sobre nosotros mismos y sobre nuestro
éxito.
Es crecimiento social, por que se refuerza la capacidad de inserción en grupos de
trabajo, en equipos de participación y en ambientes diversos, con libertad y franqueza; se
domina la ansiedad social, esa primera sensación de extrañeza y de desazón que nos asalta
cuando nos encontramos en un contexto o grupo desconocido o poco familiar.
Finalmente y como cima se da un crecimiento espiritual, o integral, por que los actos
y las aptitudes enunciadas anteriormente se interrelacionan en un esfuerzo de respuesta al
Señor conforme al carisma y en una cualificación para el desarrollo de la misión.
Las experiencias de formación permanente, realizadas lejos de la propia comunidad,
producen beneficios, como una nueva reflexión, una nueva síntesis, una actualización
doctrinal, un nuevo entusiasmo vocacional; pero cuando uno se mete de nuevo en la
comunidad y en la vida diaria, aquella visión renovada de la vida y del trabajo vislumbrada en
condiciones extraordinarias de tiempo y de ambiente, difícilmente se lleva a la práctica. Los
ritmos de siempre se imponen y el contexto humano “ordinario” y común diluye las
experiencias ejemplares de oración, de intercambio y de estudio. El curso de formación
permanente, de esta forma, permanece “aislado” en el discurrir de la vida, si bien es cierto
que son innegables los benéficos efectos que hay en ella.
Se han introducido, por tanto, cuatro variantes en el concepto de formación
permanente, confirmadas por las ciencias de la Formación. Se refieren al lugar, el tiempo, la
materia y la metodología.
El lugar mejor de la formación permanente es la comunidad local. Es el más real,
porque es allí donde se aprende a organizar la vida y a vivir como religioso salesiano en la
vida diaria.
El tiempo más apto y continuado de la formación permanente es el señalado por la
alternancia de trabajo, estudio, confrontación y reunión con personas. Este tiempo separado es
útil como nuevo comienzo y apoyo.
La materia o los nuevos contenidos: es cierto que una exposición sistemática sobre la
Iglesia, Jesucristo y la comunidad, ayuda, porque motiva, ilumina y orienta de nuevo. Todo
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esto se encuentra, empero, como distribuido, fragmentado y casi diluido en lo cotidiano. La
comunidad, en la cual se debe lograr leer realmente lo que se ha explicado, es aquella en la
cual se vive codo con codo con los hermanos, que tienen sus propias ideas, están marcados
por su pasado, tienen sus limites, pero que también tienen mucha riqueza que se debe
descubrir y asumir.
Otro tanto se puede decir de la eclesiología escuchada, de la pastoral juvenil
explicada, del Sistema Preventivo profundizado: son cuadros de referencia útiles por que
iluminan. Pero que hay que llevarlos, después, a la situación concreta de una comunidad
eclesial y a sus condiciones, al campo del trabajo pastoral y a los jóvenes que trabajan en ello,
al ambiente salesiano en el cual el Sistema Preventivo escuchado se aplicaría. Ésta, es decir la
manera concreta de aplicar puntos de vista, cuadros de referencia o tratados a casos concretos,
es la materia propia de la formación permanente que tiene su lugar en la comunidad local.
Allí la sometemos a reflexión y a revisión para ver cuál es nuestra respuesta actual a las
exigencias de la vocación y del trabajo. Diría que la formación permanente recalca más el
modelo del “tirocinio” bien hecho que el del estudiantado.
Por último, pero relacionado con todo lo dicho anteriormente, se debe recordar el
medio o camino más eficaz para la formación continua: ciertamente están la lectura, el
estudio, la atención a la vida espiritual y la actualización teológica. Tanto el artículo 119 de
las Constituciones como también el artículo 99 de los Reglamentos se refieren, sin embargo, a
la comunicación fraterna: escucharse con calma, destacar y sintetizar con cuidado, elaborar
valoraciones y criterios, tomar orientaciones pensadas. Ciertamente esto hay que reforzarlo y
volverlo a lanzar con los así llamados “tiempos fuertes” y con una costumbre personal de
reflexión.
Relaciones, comunicación y trabajo programado realizan, pues, procesos de formación
y crecimiento. Hoy no todos están de acuerdo. No hay que echar la culpa a nadie porque en la
práctica formativa precedente la comunicación no tenía ni el peso, ni las posibilidades
actuales. Al mismo tiempo que no culpabilizamos a nadie, debemos saber crear y multiplicar
las oportunidades de comunicación, tratar la cuestión de las relaciones, ser conscientes de la
plataforma que exigen y cuidarla como una práctica de la caridad pastoral con los hermanos y
con la comunidad.
Conclusión.
Concluyo esta carta en la fiesta de la Anunciación, dos años después de la publicación
de la Exhortación Apostólica Vita Consecrata. La vida comunitaria quiere ser ensayo, según
las posibilidades del hombre, de la vida trinitaria; una relación de amor que genera la unidad
en la cual se expresan, se suman y se funden las distinciones. Se presenta como un signo y
una realización ejemplar de la comunión eclesial. Es una vía que nos lleva al amor purificado
y auténtico, por la múltiple gracia que comporta, por la ayuda de los hermanos, por los bienes
que en ella circulan y por la ascética que requiere.
María expresa de este amor las tres manifestaciones máximas que la humanidad
conoce y que manifestamos con tres títulos: Virgen, Esposa y Madre. Ésta es su relación con
Dios; éstas las dimensiones según las cuales resulta modelo de la Iglesia. Estamos seguros,
según las palabras de Don Bosco, que ELLA forma parte de nuestras comunidades como lo
hizo con los discípulos de Jesús en Caná y en el Cenáculo. Contemplarla e invocarla ayudará,
también, a nuestra comunión.
Éste es el deseo que dirijo a cada comunidad y a cada hermano, para expresar
eficazmente, con ayuda de María, toda la riqueza de la comunión que es fruto de la Pascua de
Cristo.
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3.2 Page 22

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Juan E. VECCHI
Rector Mayor
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