Priest_third_millennium-es


Priest_third_millennium-es

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CONGREGACION PARA EL CLERO
EL PRESBITERO,
MAESTRO DE LA PALABRA,
MINISTRO DE LOS SACRAMENTOS
Y GUIA DE LA COMUNIDAD,
ANTE EL TERCER MILENIO CRISTIANO
CIUDAD DEL VATICANO
1999
Vaticano a 19 de Marzo de 1999
Solemnidad de San José
patrón de la Iglesia Universal
A los Emmos. y Excmos. Ordinarios:
La Iglesia entera se prepara en espíritu de penitencia al inminente ingreso
en el Tercer Milenio de la Encarnación del Verbo, estimulada por la
continua solicitud apostólica del Sucesor de Pedro hacia una siempre más
viva memoria de la voluntad de su divino Fundador.
En íntima comunión de intenciones, la Congregación para el Clero, en su
Asamblea Plenaria, reunida en los días 13-15 octubre 1998, ha decidido
confiar a todos los Obispos esta Carta Circular dirigida, a través de ellos,
a todos los sacerdotes. El Santo Padre, en el discurso pronunciado en tal
ocasión, decía: " La prospectiva de la nueva evangelización encuentra un
momento fuerte en el compromiso del Grande Jubileo. Aqui se cruzan en
modo providencial las vías trazadas por la Carta Apostólica Tertio
Millennio adveniente y aquellas indicadas por los Directorios para los
Presbíteros y para los Diáconos permanentes, por la Instrucción sobre
algunas cuestiones acerca de la colaboración de los fieles laicos en el
ministerio pastoral de los sacerdotes y por cuanto será fruto de la presente
Plenaria. Gracias a la universal aplicación de estos documentos, la ya
familiar expresión nueva evangelización se podrá traducir más eficazmente
en operante realidad ".
Se trata de un instrumento que — atento a las actuales circunstancias, es

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destinado a provocar un examen de conciencia de cada uno de los
Sacerdotes y de los presbiterios, sabiendo que el nombre del amor, en el
tiempo, es fidelidad. En el texto se subrayan en modo especial las
enseñanzas del concilio, de los papas y se remite a otros documentos
recordados por el mismo Sumo Pontífice. Se trata, en efecto, de
documentos fundamentales para responder a las auténticas exigencias de
los tiempos y no correr en vano en la misión evangelizadora.
Los puntos que se presentan al final de cada uno de los capítulos no tienen
como finalidad una respuesta a la Congregación; los mismos constituyen,
sobre todo, una ayuda, en cuanto buscan interpelar la realidad cotidiana a
la luz de las mencionadas enseñanzas. Los destinatarios se pueden servir
de los mismos en las modalidades que estimen más convenientes.
Conscientes de que ninguna empresa misionera podría ser realísticamente
lleva a término sin el compromiso motivado y el entusiasmo de los
Sacerdotes, primeros y preciosos colaboradores del Orden Episcopal, con
esta Carta Circular se pretende, entre otras cosas, ofrecer una ayuda
también para las jornadas sacerdotales, los retiros, los ejercicios
espirituales y las reuniones presbíterales, promovidas en las diferentes
circunscripciones, en este período propedéutico al Grande Jubileo y, sobre
todo, durante la celebración del mismo.
Con el augurio que la Reina de los Apóstoles, estrella luminosa, guíe los
pasos de sus dilectos Sacerdotes, hijos en su Hijo, por los caminos de la
comunión efectiva, de la fidelidad, del ejercicio generoso e integral de su
indispensable ministerio, deseo todo bien en el Señor y manifiesto mis
sentimientos con mi cordial vínculo de afecto colegial.
Darío Card. Castrillón Hoyos
Prefecto
e Csaba Ternyák
Secretario
INTRODUCCION
Nacida y desarrollada en el fértil terreno de la gran tradición católica, la

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doctrina que describe al presbítero como maestro de la Palabra, ministro de
los sacramentos y guía de la comunidad cristiana que le ha sido
encomendada, constituye un camino de reflexión sobre su identidad y su
misión en la Iglesia. Siempre la misma y, al mismo tiempo, siempre nueva,
tal doctrina necesita ser meditada, también hoy, con fe y esperanza de cara a
la nueva evangelización a la que el Espíritu Santo está llamando a todos los
fieles por medio de la persona y la autoridad del Santo Padre.
Es necesario un creciente empeño apostólico de todos en la Iglesia,
renovado y generoso, personal y al mismo tiempo comunitario. Pastores y
fieles, animados especialmente por el testimonio y las enseñanzas
luminosas de Juan Pablo II, deben comprender siempre con mayor
profundidad que es el momento de acelerar el paso, de mirar hacia adelante
con ardiente espíritu apostólico, de prepararse a atravesar los umbrales del
siglo XXI con una actitud decidida a abrir de par en par las puertas de la
historia a Jesucristo, nuestro Dios y único Salvador. Pastores y fieles han de
sentirse llamados a hacer que en el 2000 resuene con renovado vigor la
proclamación de la verdad: " Ecce natus est nobis Salvator mundi ".1
" En los países de antigua cristiandad, pero a veces también en las Iglesias
más jóvenes, donde grupos enteros de bautizados han perdido el sentido
vivo de la fe o incluso no se reconocen ya como miembros de la Iglesia,
llevando una existencia alejada de Cristo y de su Evangelio. En este caso es
necesaria una "nueva evangelización" o "reevangelización" ".2 La nueva
evangelización representa, pues, ante todo una reacción maternal de la
Iglesia ante el debilitamiento de la fe y el oscurecimiento de las exigencias
morales de la vida cristiana en la conciencia de tantos hijos suyos. Son
muchos, en efecto, los bautizados que, ciudadanos de un mundo
religiosamente indiferente, aun manteniendo quizás una cierta fe, viven sin
embargo en el indiferentismo religioso y moral, alejados de la Palabra y de
los sacramentos, fuentes esenciales de la vida cristiana. Existen también
otras muchas personas, nacidas de padres cristianos y quizás también ellas
bautizadas, que no han recibido sin embargo los fundamentos de la fe y
llevan una vida prácticamente atea. A todos ellos mira la Iglesia con amor
sintiendo de modo particular el urgente deber de atraerlos a la comunión
eclesial donde, con la gracia del Espíritu Santo, podrán reencontrar a
Jesucristo y al Padre.
Junto a este empeño de una nueva evangelización, que vuelva a encender
en muchas conciencias cristianas la luz de la fe y haga resonar en la
sociedad el alegre anuncio de la salvación, la Iglesia siente fuertemente la
responsabilidad de su perenne misión ad gentes, es decir, el derecho-deber
de llevar el Evangelio a cuantos no conocen todavía a Cristo y no participan
de sus dones salvíficos. Para la Iglesia, Madre y Maestra, la misión ad
gentes y la nueva evangelización constituyen, hoy más que nunca, aspectos
inseparables del mandato de enseñar, santificar y guiar a todos los hombres
hacia el Padre. También los cristianos fervientes, que son tantos, tienen
necesidad de que se les anime amable y continuamente a buscar la propia
santidad, a la que son llamados por Dios y por la Iglesia. Aqui está el
verdadero motor de la nueva evangelización.
Todo fiel cristiano, todo hijo de la Iglesia debería sentirse interpelado por

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esta común y urgente responsabilidad, pero de un modo muy particular los
sacerdotes, especialmente elegidos, consagrados y enviados para hacer
presente a Cristo como auténticos representantes y mensajeros suyos.3 Se
impone, pues, la necesidad de ayudar a todos los presbíteros seculares y
religiosos a asumir en primera persona " la tarea pastoral prioritaria de la
nueva evangelización "4 y a redescubrir, a la luz de tal empeño, la llamada
divina a servir a la porción del pueblo de Dios que les ha sido
encomendada, como maestros de la Palabra, ministros de los sacramentos y
pastores del rebaño.
Capítulo I
AL SERVICIO DE LA NUEVA EVANGELIZACION
" Yo os he elegido a vosotros, y os he destinado para que vayáis " (Jn
15,16)
1. La nueva evangelización tarea de toda la Iglesia
La llamada y el invitación por parte del Señor son siempre presentes, pero
en las actuales circunstancias históricas, adquieren un relieve particular. El
final del siglo XX manifiesta, en efecto, fenómenos contrastantes desde el
punto de vista religioso. Si de una parte, se constata un alto grado de
secularización en la sociedad, que vuelve la espalda a Dios y se cierra a
toda referencia trascendente, emerge por otra parte, cada vez con más
fuerza una religiosidad que trata de saciar la innata aspiración de Dios
presente en el corazón de todos los hombres, pero que no siempre logra
encontrar un desahogo satisfactorio. " La misión de Cristo Redentor,
confiada a la Iglesia, está aún lejos de cumplirse. A finales del segundo
milenio después de su venida, una mirada global a la humanidad demuestra
que esta misión se halla todavía en los comienzos y que debemos
comprometernos con todas nuestras energías en su servicio ".5 Este urgente
empeño misionero se desarrolla hoy, en gran medida, en el cuadro de la
nueva evangelización de tantos países de antigua tradición cristiana en los
que ha decaido sin embargo en gran medida, el sentido cristiano de la vida.
Pero también se dirige hacia el ámbito más amplio de toda la humanidad,
hacia donde los hombres aún no han oido o no han comprendido todavía

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bien el anuncio de la salvación traída por Cristo.
Es un hecho dolorosamente real la presencia, en muchos lugares y
ambientes, de personas que han oído hablar de Jesucristo pero que parecen
conocer y aceptar su doctrina más como un conjunto de valores éticos
generales que como compromisos de vida real. Es elevado el número de
bautizados que se alejan del seguimiento de Cristo y que viven un estilo de
vida marcado por el relativismo. El papel de fe cristiana se ha reducido, en
muchos casos, a un factor puramente cultural, a una dimensión meramente
privada, sin ninguna relevancia en la vida social de los hombres y de los
pueblos.6
Después de veinte siglos de cristianismo no son pocos ni pequeños los
campos abiertos a la misión apostólica. Todos los cristianos, por razón de
su sacerdocio bautismal (cfr. 1 Pe 2, 4-5.9; Ap 1, 5-6, 9-10; 20, 6), deben
saberse llamados a colaborar según sus circunstancias personales en la
nueva misión evangelizadora, que se configura como una responsabilidad
eclesial común.7 La responsabilidad de la actividad misionera " incumbe
ante todo al Colegio episcopal encabezado por el Sucesor de Pedro ".8
Como " colaboradores del Obispo, los presbíteros, en virtud del sacramento
del Orden, están llamados a compartir la solicitud por la misión ".9 Se
puede por tanto decir que, en un cierto sentido, los presbíteros son " los
primeros responsables de esta nueva evangelización del tercer milenio ".10
La sociedad contemporánea, animada por las muchas conquistas técnicas y
científicas, ha desarrollado un profundo sentido de independencia crítica
ante cualquier autoridad o doctrina, ya sea secular o religiosa. Esto exige
que el mensaje cristiano de salvación, aunque siempre permanecerá su
condición de misterio, sea explicado a fondo y presentado con la
amabilidad, la fuerza y la capacidad de atraer que poseía en la primera
evangelización, sirviéndose con prudencia de todos los medios idóneos que
ofrecen las técnicas modernas, pero sin olvidar que los instrumentos nunca
podrán llegar a sustituir el testimonio directo de una vida de santidad. La
Iglesia tiene necesidad de verdaderos testigos, comunicadores del
Evangelio en todos los sectores de la vida social. De ahí que los fieles
cristianos en general, y los sacerdotes en particular, deban adquirir una
profunda y recta formación filosófico-teológica11 que les permita dar razón
de su fe y de su esperanza y, al mismo tiempo, advertir la imperiosa
necesidad de presentarla siempre de un modo constructivo, con una
disposición personal de diálogo y comprensión. El anuncio del Evangelio
no puede, sin embargo, agotarse en el diálogo; la audacia de la verdad es,
en efecto, un reto ineludible ante la tentación de buscar una fácil
popularidad o ante la propia comodidad.
En la realización de la obra evangelizadora tampoco conviene olvidar que
algunos conceptos y palabras, con los que tradicionalmente ha sido
realizada, han llegado a ser casi incomprensibles en la mayor parte de las
culturas contemporáneas. Conceptos como el de pecado original y sus
consecuencias, redención, cruz, necesidad de la oración, sacrificio
voluntario, castidad, sobriedad, obediencia, humildad, penitencia, pobreza,
etc., han perdido en algunos contextos su original sentido positivo cristiano.

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Por eso la nueva evangelización, con extrema fidelidad a la doctrina de fe
enseñada constantemente por la Iglesia y con un fuerte sentido de
responsabilidad respecto del vocabulario doctrinal cristiano, debe ser capaz
también de encontrar modos idóneos de expresarse hoy en dia, ayudando a
recuperar el sentido profundo de estas realidades humanas y cristianas
fundamentales, sin que por ello deba renunciar a la formulación de la fe, ya
fijada y adquirida, que se contiene de modo sintético en el Credo.12
2. La necesaria e insustituible función de los sacerdotes
Aunque los pastores " no fueron constituidos por Cristo para asumir por sí
solos toda la misión salvífica de la Iglesia acerca del mundo ",13
desempeñan, sin embargo, una función evangelizadora insustituible. La
exigencia de una nueva evangelización hace apremiante la necesidad de
encontrar un modo de ejercitar el ministerio sacerdotal que esté realmente
en consonancia con la situación actual, que lo impregne de incisividad y lo
haga apto para responder adecuadamente a las circunstancias en las que
debe desarrollarse. Todo esto, sin embargo, debe ser realizado dirigiéndose
siempre a Cristo, nuestro único modelo, sin que las circunstancias del
tiempo presente aparten nuestra mirada de la meta final. No son
unicamente, en efecto, las circunstancias socio-culturales las que nos deben
empujar a una renovación espiritual válida sino, sobre todo, el amor a
Cristo y a su Iglesia.
La meta de nuestros esfuerzos es el Reino definitivo de Cristo, la
recapitulación en Él de todas las cosas creadas. Y aunque esa meta sólo será
plenamente alcanzada al final de los tiempos, ya ahora está sin embargo
presente a través del Espíritu Santo vivificador, por medio del cual
Jesucristo ha constituido su Cuerpo, que es la Iglesia, como sacramento
universal de salvación.14
Cristo, Cabeza de la Iglesia y Señor de la entera creación, continúa
actuando salvíficamente entre los hombres, y precisamente en este marco
operativo encuentra su lugar propio el sacerdocio ministerial. Cristo quiere
implicar de modo especial a sus sacerdotes en ese atraer hacia sí a todos
(cfr. Jn 12, 32). Nos hallamos ante un designio divino (la voluntad de Dios
de implicar a toda la Iglesia con sus ministros en la obra de la redención),
que si bien está claramente atestiguado en la doctrina de la fe y por la
teología, encuentra todavía no pocas dificultades para ser aceptado por los
hombres de nuestro tiempo. Hoy en dia, de hecho, muchos discuten la
mediación sacramental y la estructura jerárquica de la Iglesia; se cuestiona
su necesidad y su fundamento.
Como la vida de Cristo también la del presbítero ha de ser una vida
consagrada, en Su nombre, a anunciar con autoridad la amorosa voluntad
del Padre (cfr. Jn 17, 4; Eb 10, 7-10). Este fue el comportamiento del
Mesías: sus años de vida pública estuvieron dedicados " a hacer y a enseñar
" (Hech 1, 1), por medio de una predicación llena de autoridad (cfr. Mt 7,

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29). Ciertamente tal autoridad le correspondía ante todo por su condición
divina, pero también, a los ojos de la gente, por su modo de actuar sincero,
santo, perfecto. De igual manera el presbítero debe unir a la autoridad
espiritual objetiva, que posee por fuerza de la sagrada ordenación,15 una
autoridad subjetiva que proceda de su vida sincera y santificada,16 de su
caridad pastoral, que es manifestación de la caridad de Cristo.17 No ha
perdido actualidad la exhortación que San Gregorio Magno dirigía a los
sacerdotes: " Es necesario que él (el pastor) sea puro en el pensamiento,
ejemplar en el obrar, discreto en su silencio, útil con su palabra; esté cerca
de cada uno con su compasión y dedicado más que nadie a la
contemplación; sea un aliado humilde de quien hace el bien, pero por su
celo por la justicia, sea inflexible contra los vicios de los pecadores; no
atenúe el cuidado de la vida interior en las ocupaciones externas, ni deje de
proveer a las necesidades externas por la solicitud del bien interior ".18
En nuestros días, como en toda época, en la Iglesia —afirmaba el Santo
Padre, refiriéndose concretamente a la recristianización de Europa pero con
palabras que tienen validez universal— " se necesitan heraldos del
Evangelio expertos en humanidad, que conozcan a fondo el corazón del
hombre de hoy, participen de sus gozos y esperanzas, de sus angustias y
tristezas, y al mismo tiempo sean contemplativos, enamorados de Dios.
Para esto se necesitan nuevos santos. Los grandes evangelizadores de
Europa han sido los santos. Debemos suplicar al Señor que aumente el
espíritu de santidad en la Iglesia y nos mande nuevos santos para
evangelizar al mundo de hoy ".19 Se debe tener presente que no pocos de
nuestros contemporáneos se forman una cierta idea de Cristo y de la Iglesia,
ante todo, a través de los sagrados ministros, por lo que resulta todavía más
urgente su testimonio genuinamente evangélico, de ser una " imagen viva y
transparente de Cristo Sacerdote ".20
En el ámbito de la acción salvífica de Cristo, se pueden distinguir dos
objetivos inseparables. De un lado, una finalidad que podría ser definida
como de carácter intelectual: enseñar, instruir a las muchedumbres que
estaban como ovejas sin pastor (cfr. Mt 9, 36), encaminar las inteligencias
hacia la conversión (cfr. Mt 4, 17). Y por otra parte mover los corazones de
quienes le escuchaban hacia el arrepentimiento y la penitencia por los
propios pecados, abriendo de esta manera camino a la recepción del perdón
divino. Así es también hoy: " la llamada a la nueva evangelización es antes
de nada una llamada a la conversión ",21 y una vez que la Palabra de Dios
ha instruido el entendimiento del hombre y ha movido su voluntad,
alejándola del pecado, es entonces cuando la actividad evangelizadora
alcanza su culmen a través de la participación fructuosa en los sacramentos
y, sobre todo, en la celebración eucarística. Como enseñaba Pablo VI, " la
tarea de evangelización es propiamente la de educar en la fe de manera tal
que ella conduzca a cada cristiano a vivir los sacramentos como verdaderos
sacramentos de la fe, y no a recibirlos pasivamente, o a tolerarlos ".22
La evangelización incluye: anuncio, testimonio, diálogo y servicio, y se
fundamenta en la unión de tres elementos inseparables: la predicación de la
Palabra, el ministerio sacramental y la guía de los fieles.23 No tendría
sentido una predicación que no formase continuamente a los fieles y no

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desembocase en la práctica sacramental, ni tampoco lo tendría una
participación en los sacramentos separada de la plena aceptación de la fe y
los principios morales, o en la que faltase la conversión sincera del corazón.
Si desde un punto de vista pastoral el primer lugar en orden a la acción le
corresponde, lógicamente, a la función de predicacación,24 en el orden de la
intención o finalidad el primer puesto debe ser asignado a la celebración de
los sacramentos y, en particular, de la Penitencia y de la Eucaristía.25
Conjugar de manera armónica estas dos funciones es precisamente el modo
de manifestar la integridad del ministerio pastoral del sacerdote al servicio
de la nueva evangelización.
Un aspecto de esta nueva evangelización, que está adquiriendo una
importancia siempre mayor, es la formación del sentido ecuménico de los
fieles. El Concilio Vaticano II ha exhortado a todos los católicos a que "
participen con decisión en la obra del ecumenismo " y " estimen los bienes
verdaderamente cristianos, provenientes del patrimonio común, que se
encuentran entre nuestros hermanos separados ".26 Al mismo tiempo
también se debe tener en cuenta que " nada hay tan ajeno al ecumenismo
como el falso irenismo que atenta contra la pureza de la doctrina católica y
oscurece su sentido genuino y cierto ".27 En consecuencia, los presbíteros
deberán vigilar para que el ecumenismo se desarrolle en el respeto fiel a los
principios señalados por el Magisterio de la Iglesia, en los que no hay
fractura sino armónica continuidad.
PUNTOS DE REFLEXION
1. ¿Se siente realmente en nuestras comunidades eclesiales y, especialmente
entre nuestros sacerdotes, la necesidad y urgencia de la nueva
evangelización?
2. ¿Se predica abundantemente sobre ella? ¿Se tiene presente en las
reuniones de los presbíteros, en los programas pastorales, en los medios de
formación permanente?
3. ¿Están los sacerdotes especialmente empeñados en la promoción audaz
de una misión evangelizadora nueva; —nueva sobre todo " en su ardor, en
sus métodos, en su expresión "28 ad intra y ad extra de la Iglesia?
4. ¿Consideran los fieles al sacerdocio como un don divino, tanto para
quién lo recibe, como para la misma comunidad, o lo ven en clave de pura
funcionalidad organizativa? ¿Se enseña a rezar para que el Señor conceda
vocaciones sacerdotales y para que no falte la generosidad necesaria para
responder afirmativamente?
5. ¿Se mantiene en la predicación de la Palabra de Dios y en la catequesis
la debida proporción entre el aspecto de instrucción en la fe y práctica de
los sacramentos? ¿Se caracteriza la actividad evangelizadora de los

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presbíteros por la complementariedad entre predicación y
sacramentalidad, entre " munus docendi " y " munus sanctificandi "?
Capítulo II
MAESTROS DE LA PALABRA
" Id por todo el mundo
y proclamad la Buena Nueva a toda la creación " (Mc 16,15)
1. Los presbíteros, maestros de la Palabra " nomine Christi et nomine
Ecclesiae "
Un punto de partida adecuado para la correcta comprensión del ministerio
pastoral de la Palabra es la consideración de la revelación de Dios en sí
misma. " Por esta revelación, Dios invisible (cfr. Col 1, 15; 1 Tm 1, 17),
movido por su gran amor, habla a los hombres como amigos (cfr. Ex 33, 11;
Jn 15, 14-15) y mora con ellos (cfr. Ba 3, 38), para invitarlos a la
comunicación consigo y recibirlos en su compañía ".29 En la Escritura el
anuncio del Reino no habla sólo de la gloria de Dios, sino que la hace
brotar de su mismo anuncio. El Evangelio predicado en la Iglesia no es
solamente mensaje, sino una divina y salutífera acción experimentada por
aquellos que creen, que sienten, que obedecen al mensaje y lo acogen.
Por tanto, la Revelación no se limita a instruirnos sobre la naturaleza de un
Dios que vive en una luz inaccesible, sino que al mismo tiempo nos
muestra cuánto hace Dios por nosotros con la gracia. La Palabra revelada,
al ser presentada y actualizada " en " y " por medio " de la Iglesia, es un
instrumento mediante el cual Cristo actúa en nosotros con su Espíritu. La
Palabra es, al mismo tiempo, juicio y gracia. Al escucharla, el contacto con
Dios mismo interpela los corazones de los hombres y pide una decisión que
no se resuelve en un simple conocimiento intelectual sino que exige la
conversión del corazón.
" Los presbíteros, como cooperadores de los Obispos, tienen como primer
cometido predicar el Evangelio de Dios a todos; para (...) constituir e
incrementar el Pueblo de Dios ".30 Precisamente porque la predicación de
la Palabra no es la mera transmisión intelectual de un mensaje, sino " poder
de Dios para la salvación de todo el que cree " (cfr. Rom 1, 16), realizada de
una vez para siempre en Cristo, su anuncio en la Iglesia exige, en quienes
anuncian, un fundamento sobrenatural que garantice su autenticidad y su
eficacia. La predicación de la Palabra por parte de los ministros sagrados
participa, en cierto sentido, del carácter salvífico de la Palabra misma, y
ello no por el simple hecho de que hablen de Cristo, sino porque anuncian a
sus oyentes el Evangelio con el poder de interpelar que procede de su

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participación en la consagración y misión del mismo Verbo de Dios
encarnado. En los oídos de los ministros resuenan siempre aquellas
palabras del Señor: " Quien a vosotros oye, a mí me oye; quien a vosotros
desprecia, a mí me desprecia " (Lc 10, 16), y pueden decir con Pablo: "
nosotros no hemos recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu que viene
de Dios, para que conozcamos los dones que Dios nos ha concedido; y
enseñamos estas cosas no con palabras aprendidas por sabiduría humana,
sino con palabras aprendidas del Espíritu, expresando las cosas espirituales
con palabras espirituales " (1 Cor 2, 12-13). La predicación queda así
configurada como un ministerio que surge del sacramento del Orden y que
se ejercita con la autoridad de Cristo.
Sin embargo, la gracia del Espíritu Santo no garantiza de igual manera
todas las acciones de los ministros. Mientras que en la administración de
los sacramentos existe esa garantía, de modo que ni siquiera el pecado del
ministro puede llegar a impedir el fruto de la gracia, existen también otras
muchas acciones en las cuales la componente humana del ministro adquiere
una notable importancia. Y su impronta puede tanto beneficiar como
perjudicar a la fecundidad apostólica de la Iglesia.31 Si bien el entero
munus pastorale debe estar impregnado de sentido de servicio, tal cualidad
resulta especialmente necesaria en el ministerio de la predicación, pues
cuanto más siervo de la Palabra, y no su dueño, es el ministro, tanto más la
Palabra puede comunicar su eficacia salvífica.
Este servicio exige la entrega personal del ministro a la Palabra predicada,
una entrega que, en último término, mira a Dios mismo, " al Dios, a quien
sirvo con todo mi espíritu en la predicación del Evangelio de su Hijo "
(Rom 1, 9). El ministro no debe ponerle obstáculos, ni persiguiendo fines
ajenos a su misión, ni apoyándose en sabiduría humana o en experiencias
subjetivas que podrían oscurecer el mismo Evangelio. ¡La Palabra de Dios
no puede ser instrumentalizada! Antes al contrario, el predicador " debe ser
el primero en tener una gran familiaridad personal con la Palabra de Dios
(...), debe ser el primer "creyente" de la Palabra, con la plena conciencia de
que las palabras de su ministerio no son "suyas", sino de Aquél que lo ha
enviado ".32
Existe, por tanto, una especial relación entre oración personal y
predicación. Al meditar la Palabra de Dios en la oración personal debe
también manifestarse de modo espontáneo " la primacia de un testimonio
de vida, que hace descubrir la potencia del amor de Dios y hace persuasiva
la palabra del predicador ".33 Fruto de la oración personal es también una
predicación que resulta incisiva no sólo por su coherencia especulativa,
sino porque nace de un corazón sincero y orante, consciente de que la tarea
del ministro " no es la de enseñar la propia sabiduría, sino la Palabra de
Dios e invitar con insistencia a todos a la conversión y a la santidad ".34
Para ser eficaz, la predicación de los ministros requiere estar firmemente
fundada sobre su espíritu de oración filial: " sit orator, antequam dictor ".35
En la vida personal de oración de los sacerdotes encuentran apoyo e
impulso la conciencia de su ministerialidad, el sentido vocacional de su
vida, su fe viva y apostólica. Aquí se alcanza también, un día tras otro, el

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celo por la evangelización. Y ésta, convertida en convicción personal, se
traduce en una predicación persuasiva, coherente y convincente. En este
sentido, el rezo de la Liturgia de las Horas no mira sólo a la piedad
personal, ni se agota en ser oración pública de la Iglesia, sino que posee
también una gran utilidad pastoral36 en cuanto ocasión privilegiada para
familiarizarse con la doctrina bíblica, patrística, teólogica y magisterial, que
después de interiorizada es derramada sobre el Pueblo de Dios a través de
la predicación.
2. Para un anuncio eficaz de la Palabra
En la perspectiva de la nueva evangelización se debe subrayar la
importancia de hacer madurar en los fieles el significado de la vocación
bautismal, es decir, la convicción de estar llamados por Dios para seguir a
Cristo de cerca y para colaborar personalmente en la misión de la Iglesia. "
Trasmitir la fe es revelar, anunciar y profundizar en la vocación cristiana,
esa llamada que Dios dirige a cada hombre al manifestarle el misterio de la
salvación ".37 Es, pues, función de la obra de evangelización manifestar a
Cristo delante de los hombres, porque sólo Él, " el nuevo Adán, en la
revelación misma del misterio del Padre y de su amor, manifiesta
plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la sublimidad de su
vocación ".38
Nueva evangelización y sentido vocacional de la existencia del cristiano
caminan en unidad. Y es ésta la " buena nueva " que debe ser anunciada a
los fieles sin reduccionismos ni respecto a su bondad ni a la exigencia de
alcanzarla, recordando al mismo tiempo que " ciertamente apremia al
cristiano la necesidad y el deber de luchar con muchas tribulaciones contra
el mal, e incluso de sufrir la muerte; pero, asociado al misterio pascual y
configurado con la muerte de Cristo, podrá ir al encuentro de la
resurrección robustecido por la esperanza ".39
La nueva evangelización pide un ardiente ministerio de la Palabra, integral
y bien fundado, con un claro contenido teológico, espiritual, litúrgico y
moral, atento a satisfacer las concretas necesidades de los hombres. No se
trata, evidentemente, de caer en la tentación del intelectualismo que, más
que iluminar, podría llegar a oscurecer las conciencias cristianas; sino de
desarrollar una verdadera " caridad intelectual " mediante una permanente y
paciente catequesis sobre las verdades fundamentales de la fe y la moral
católicas y su influjo en la vida espiritual. Entre las obras de misericordia
espirituales destaca la instrucción cristiana, pues la salvación tiene lugar en
el conocimiento de Cristo, ya que " no hay bajo el cielo otro nombre dado a
los hombres por el que nosotros debamos salvarnos " (Hch 4, 12).
Este anuncio catequético no se puede desarrollar sin el vehículo de la sana
teología, pues, evidentemente, no se trata sólo de repetir la doctrina
revelada, sino de formar la inteligencia y la conciencia de los creyentes

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sirviéndose de dicha doctrina, para que puedan vivir de forma coherente las
exigencias de la vocación bautismal. La nueva evangelización se llevará a
cabo en la medida en que, no sólo la Iglesia en su conjunto y cada una de
sus instituciones, sino también cada cristiano, sean puestos en condiciones
de vivir la fe y de hacer de la propia existencia un motivo viviente de
credibilidad y una creíble apología de la fe.
Evangelizar significa, en efecto, anunciar y propagar, con todos los medios
honestos y adecuados disponibles, los contenidos de la verdades reveladas
(la fe trinitaria y cristológica, el sentido del dogma de la creación, las
verdades escatológicas, la doctrina sobre la Iglesia, sobre el hombre, la
enseñanza de fe sobre los sacramentos y los demás medios de salvación,
etc.) Y significa también, al mismo tiempo, enseñar a traducir esas verdades
en vida concreta, en testimonio y compromiso misionero.
El empeño en la formación teológica y espiritual (en la formación
permanente de los sacerdotes y diáconos y en la formación de todos los
fieles) es ineludible y, al mismo tiempo, enorme. Es necesario, pues, que el
ejercicio del ministerio de la Palabra y quienes lo realizan estén a la altura
de las circunstancias. Su eficacia, basada antes que nada en la ayuda divina,
dependerá de que se lleve a cabo también con la máxima perfección
humana posible. Un anuncio doctrinal, teológico y espiritual renovado del
mensaje cristiano —anuncio que debe encender y purificar en primer lugar
las conciencias de los bautizados— no puede ser improvisado perezosa o
irresponsablemente. Ni puede tampoco decaer entre los presbíteros la
responsabilidad de asumir en primera persona esa tarea de anunciar,
especialmente en lo que se refiere al ministerio homilético, que no puede
ser confiado a quien no haya sido ordenado,40 ni facilmente delegado en
quien no esté bien preparado.
Pensando en la predicación sacerdotal es necesario insistir, como siempre
se ha hecho, en la importancia de la preparación remota que puede
concretarse, por ejemplo, en una orientación adecuada de las propias
lecturas, e incluso de los propios intereses, hacia aspectos que puedan
mejorar la preparación de los sagrados ministros. La sensibilidad pastoral
de los predicadores debe estar continuamente pendiente de individuar los
problemas que preocupan a los hombres y sus posibles soluciones. "
Además, para responder convenientemente a los problemas propuestos por
los hombres de nuestro tiempo, es menester que los presbíteros conozcan
los documentos del Magisterio, y sobre todo, de los Concilios y Romanos
Pontífices, y consulten los mejores y más probados autores de teología ",41
sin olvidarse de consultar el Catecismo de la Iglesia Católica. En este
sentido convendría insistir sin cansancio en la importancia de la formación
permanente del clero, teniendo como referencia el Directorio para el
ministerio y la vida de los presbíteros.42 Todo esfuerzo en este campo será
recompensado con abundantes frutos. Junto a lo dicho, es también
importante una preparación próxima de la predicación de la Palabra de
Dios. Salvo en casos excepcionales en los que no cabrá hacerlo de otro
modo, la humildad y la laboriosidad deben llevar a preparar con atención al
menos un esquema de lo que se debe decir.
La fuente principal de la predicación debe ser, lógicamente, la Sagrada

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Escritura, profundamente meditada en la oración personal y conocida a
través del estudio y la lectura de libros adecuados.43 La experiencia
pastoral pone de manifiesto que la fuerza y la elocuencia del Texto sagrado
mueven profundamente a los oyentes. Así mismo, los escritos de los Padres
de la Iglesia y de otros grandes autores de la Tradición enseñan a penetrar y
a hacer comprender a otros el sentido de la Palabra revelada,44 lejos de
cualquier forma de " fundamentalismo bíblico " o de mutilación del
mensaje divino. Debería constituir igualmente un punto de referencia para
la preparación de la predicación la pedagogía con que la liturgia de la
Iglesia lee, interpreta y aplica la Palabra de Dios en los diversos tiempos del
año litúrgico. La consideración, además, de la vida de los santos —con sus
luchas y heroísmos— ha producido en todo tiempo grandes frutos en las
almas cristianas. También hoy, amenazados por comportamientos y
doctrinas equívocas, los creyentes tienen especial necesidad del ejemplo de
estas vidas heroicamente entregadas al amor de Dios y, por Dios, a los
demás hombres. Todo esto es útil para la evangelización, como lo es
también el promover en los fieles, por amor de Dios, el sentido de
solidaridad con todos, el espíritu de servicio, la generosa donación a los
demás. La conciencia cristiana madura precisamentea través de una
referencia cada vez más estrecha con la caridad.
Tiene también notable importancia para el sacerdote el cuidado de los
aspectos formales de la predicación. Vivimos en una época de información
y de comunicación rápida, en la que estamos habituados a escuchar y a ver
profesionales valiosos de la televisión y de la radio. En cierto modo, el
sacerdote, que es también un comunicador social singular, al transmitir su
mensaje delante de los fieles entra en pacífica concurrencia con esos
profesionales, y en consecuencia el mensaje ha de ser presentado de modo
decididamente atractivo. Junto al saber aprovechar con competencia y
espíritu apostólico los " nuevos púlpitos " que son los medios de
comunicación, el sacerdote debe, sobre todo, cuidar que su mensaje esté a
la altura de la Palabra que predica. Los profesionales de los medios
audiovisuales se preparan bien para cumplir su trabajo; no sería ciertamente
exagerado que los maestros de la Palabra que se ocuparan de mejorar, con
inteligente y paciente estudio, la calidad " profesional " de este aspecto de
su ministerio. Hoy en dia, por ejemplo, está volviendo con fuerza en
diversos ambientes universitarios y culturales el interés por la retórica;
quizás sea necesario despertarlo también entre los sacerdotes, sin separarlo
de una actitud humilde y noblemente digna de presentarse y de conducirse.
La predicación sacerdotal debe ser llevada a cabo, como la de Jesucristo, de
modo positivo y estimulante, que arrastre a los hombres hacia la Bondad, la
Belleza y la Verdad de Dios. Los cristianos deben hacer " irradiar el
conocimiento de la gloria de Dios que está en el rostro de Cristo " (2 Cor 4,
6) y deben presentar la verdad recibida de modo interesante. ¿Cómo no
encontrar en la Iglesia el atractivo de la exigencia, fuerte y serena a la vez,
de la existencia cristiana? No hay nada que temer. " Desde que (la Iglesia)
ha recibido como don, en el Misterio Pascual, la verdad última sobre la vida
del hombre, se ha hecho peregrina por los caminos del mundo para
anunciar que Jesucristo es "el camino, la verdad y la vida" (Jn 14, 6). Entre
los diversos servicios que la Iglesia ha de ofrecer a la humanidad, hay uno
del cual es responsable de un modo muy particular: la diaconía de la

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verdad ".45
Resulta también de utilidad, lógicamente, usar en la predicación un
lenguaje correcto y elegante, comprensible para todos nuestros
contemporáneos, evitando banalidades y generalidades.46 Es necesario
hablar con auténtica visión de fe, pero con palabras comprensibles en los
diversos ambientes y nunca con una terminología propia de especialistas ni
con concesiones al espíritu mundano. El " secreto " humano de una
fructuosa predicación de la Palabra consiste, en buena medida, en la "
profesionalidad " del predicador, que sabe lo que quiere decir y cómo
decirlo, y ha realizado una seria preparación próxima y remota, sin
improvisaciones de aficionado. Sería un dañoso irenismo ocultar la fuerza
de la plena verdad. Debe, pues, cuidarse con atención el contenido de las
palabras, el estilo y la dicción; debe ser bien pensado lo que se quiere
acentuar con mayor fuerza y, en la medida de lo posible, sin caer en
exagerada ostentación, ha de ser cuidado el tono mismo de la voz. Hay que
saber dónde se quiere llegar y conocer bien la realidad existencial y cultural
de los oyentes habituales; de este modo, conociendo la propia grey, no se
incurre en teorías o generalizaciones abstractas. Conviene usar un estilo
amable, positivo, que sabe no herir a las personas aun " hiriendo " las
conciencias..., sin tener miedo de llamar a las cosas por su nombre.
Es muy útil que los sacerdotes que colaboran en los diversos encargos
pastorales se ayuden entre sí mediante consejos fraternos sobre éstos y
otros aspectos del ministerio de la Palabra. Por ejemplo, sobre el contenido
de la predicación, su calidad teológica y lingüística, el estilo, la duración —
que debe ser siempre sobria—, los modos de decir y de moverse en el
ambón, sobre el tono de voz —que debe ser normal, sin afectación, aunque
varíe según los momentos de la predicación—, etc. De nuevo resulta
necesaria la humildad al sacerdote para que se deje ayudar por sus
hermanos, e incluso, quizás indirectamente, por los fieles que participan en
sus actividades pastorales.
PUNTOS DE REFLEXION
6. ¿Tenemos instrumentos para valorar la incidencia real del ministerio de
la Palabra en la vida de nuestras comunidades? ¿Existe la preocupación de
utilizar este medio esencial de evangelización con la mayor profesionalidad
humana posible?
7. En los cursos de formación permanente del clero, se presta la debida
atención al perfeccionamiento del anuncio de la Palabra en sus diversas
formas?
8. ¿Son animados los sacerdotes para que dediquen tiempo al estudio de la
sana teología, a la lectura de los Padres, de los Doctores de la Iglesia y de
los Santos? ¿Se manifiesta un positivo compromiso por conocer y dar a
conocer los grandes maestros de espiritualidad?

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9. ¿Se favorece la existencia de buenas bibliotecas sacerdotales, con
espíritu práctico y una perspectiva doctrinal sana?
10. En este sentido ¿existen y se conocen posibilidades locales de
conectarse a bibliotecas en internet, incluso la incipiente biblioteca
electrónica de la Congregación para el Clero (www.clerus.org)?
11. ¿Los Sacerdotes hacen uso de las catequesis y de las enseñanzas del
Santo Padre, como también de los varios documentos de la Santa Sede?
12. ¿Existe la convicción de la importancia de formar profesionalmente
personas (sacerdotes, diáconos permanentes, religiosos, laicos) capaces de
desarrollar a un alto nivel este servicio clave de la evangelización de la
cultura contemporánea, que es la comunicación?
Capítulo III
MINISTROS DE LOS SACRAMENTOS
" Servidores de Cristo y administradores de los misterios de Dios " (1 Cor
4, 1)
1. " In persona Christi Capitis "
" La misión de la Iglesia no se añade a la de Cristo y del Espíritu Santo,
sino que es su sacramento: con todo su ser y en todos sus miembros ha sido
enviada para anunciar y dar testimonio, para actualizar y extender el
misterio de la comunión de la Santísima Trinidad ".47 Esta dimensión
sacramental de la entera misión de la Iglesia brota de su mismo ser, como
una realidad al mismo tiempo " humana y divina, visible y dotada de
elementos invisibles, entregada a la acción y dada a la contemplación,
presente en el mundo y, sin embargo, peregrina ".48 En este contexto de la
Iglesia como " sacramento universal de salvación ",49 en el que Cristo "
manifiesta y al mismo tiempo realiza el misterio del amor de Dios al
hombre ",50 los sacramentos, como momentos privilegiados de la
comunicación de la vida divina al hombre, ocupan el centro del ministerio
de los sacerdotes. Estos son conscientes de ser instrumentos vivos de Cristo
Sacerdote. Su función corresponde a la de unos hombres capacitados por el
carácter sacramental para secundar la acción de Dios con eficacia
instrumental participada.
La configuración con Cristo mediante la consagración sacramental sitúa al
sacerdote en el seno del Pueblo de Dios, haciéndole participar de un modo

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específico y en conformidad con la estructura orgánica de la comunidad
eclesial en el triple munus Christi. Actuando in persona Christi Capitis, el
presbítero apacienta al pueblo de Dios conduciéndolo hacia la santidad.51
De ahí deriva la " necesidad del testimonio de la fe por parte del presbítero
con toda su vida, pero, sobre todo, en el modo de apreciar y de celebrar los
mismos sacramentos ".52 Es preciso tener presente la doctrina clásica,
reiterada por el Concilio Ecuménico Vaticano II, según la cual " aún siendo
verdad que la gracia de Dios puede realizar la obra de la salvación incluso
por medio de ministros indignos, a pesar de ello Dios, de ordinario, prefiere
mostrar su grandeza a través de aquellos que, habiéndose hecho más dóciles
a los impulsos y a la dirección del Espíritu Santo, pueden decir con el
apóstol, gracias a su íntima unión con Cristo y a su santidad de vida: "ya no
vivo yo, sino que Cristo vive en mí" (Gal 2, 20) ".53
Las celebraciones sacramentales, en las que los presbíteros actúan como
ministros de Jesucristo, partícipes en manera especial de Su sacerdocio por
medio de Su Espíritu,54 constituyen momentos cultuales de singular
importancia en relación con la nueva evangelización. Téngase en cuenta
además que para todos los fieles, pero sobre todo para aquellos
habitualmente alejados de la práctica religiosa, pero que participan de vez
en cuando en celebraciones litúrgicas con motivo de acontecimientos
familiares o sociales (bautismos, confirmaciones, matrimonios,
ordenaciones sacerdotales, funerales, etc.), estas ocasiones son de hecho los
únicos momentos para transmitirles los contenidos de la fe. La disposición
creyente del ministro deberá ir siempre acompañada de " una excelente
calidad de la celebración, bajo el aspecto litúrgico y ceremonial ",55 no en
busca del espectáculo sino atenta a que de verdad el elemento " humano
esté ordenado y subordinado a lo divino, lo visible a lo invisible, la acción a
la contemplación y lo presente a la ciudad futura que buscamos ".56
2. Ministros de la Eucaristía: " el centro mismo del ministerio sacerdotal "
" "Amigos": así llamó Jesús a los Apóstoles. Así también quiere llamarnos a
nosotros que, gracias al sacramento del Orden, somos partícipes de su
Sacerdocio. (...) ¿Podía Jesús expresarnos su amistad de manera más
elocuente que permitiéndonos, como sacerdotes de la Nueva Alianza, obrar
en su nombre, in persona Christi Capitis? Pues esto es precisamente lo que
acontece en todo nuestro servicio sacerdotal, cuando administramos los
sacramentos y, especialmente, cuando celebramos la Eucaristía. Repetimos
las palabras que Él pronunció sobre el pan y el vino y, por medio de nuestro
ministerio, se realiza la misma consagración que Él hizo. ¿Puede haber una
manifestación de amistad más plena que ésta? Esta amistad constituye el
centro mismo de nuestro ministerio sacerdotal ".57
La nueva evangelización debe significar para los fieles una claridad
también nueva sobre la centralidad del sacramento de la Eucaristía, cúlmen
de toda la vida cristiana.58 De una parte, porque " no se edifica ninguna

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comunidad cristiana si no tiene como raíz y quicio la celebración de la
Sagrada Eucaristía ",59 pero también porque " los demás sacramentos, al
igual que todos los ministerios eclesiásticos y las obras de apostolado, están
unidos con la Eucaristía y hacia ella se ordenan. Pues en la Sagrada
Eucaristía se contiene todo el bien espiritual de la Iglesia ".60
La Eucaristía es también un punto de mira del ministerio pastoral. Los
fieles deben ser preparados para obtener fruto de ella. Y si por una parte se
ha de promover su participación " digna, atenta y fructuosa " en la liturgia,
por otra resulta absolutamente necesario hacerles comprender que " de ese
modo son invitados e inducidos a ofrecerse con Él ellos mismos, sus
trabajos, y todas las cosas creadas. Por lo tanto, la Eucaristía se presenta
como la fuente y cima de toda la evangelización ",61 verdad ésta de la cual
se derivan no pocas consecuencias pastorales.
Es de importancia fundamental formar a los fieles en lo que constituye la
esencia del santo Sacrificio del Altar y fomentar su participación fructuosa
en la Eucaristía.62 Y es necesario también insistir, sin temor y sin
cansancio, sobre la obligación de cumplir con el precepto festivo,63 y sobre
la conveniencia de participar con frecuencia, incluso a diario si fuese
posible, en la celebración de la Santa Misa y en la comunión eucarística.
Conviene recordar también la grave obligación de recibir siempre el Cuerpo
de Cristo con las debidas condiciones espirituales y corporales, y de acudir
por tanto a la confesión sacramental cuando se tiene conciencia de no estar
en estado de gracia. La lozanía de la vida cristiana en cada Iglesia particular
y en cada comunidad parroquial depende en gran medida del
redescubrimiento del gran don de la Eucaristía, en un espíritu de fe y de
adoración. Si en la enseñanza de la doctrina, en la predicación y en la vida,
no se logra manifestar la unidad entre vida cotidiana y Eucaristía, la
práctica eucarística acaba siendo descuidada.
También por esta razón es fundamental la ejemplaridad del sacerdote
celebrante. " Celebrar bien constituye una primera e importante catequesis
sobre el Santo Sacrificio ".64 Aunque no sea esta la intención del sacerdote,
es importante que los fieles le vean recogido cuando se prepara para
celebrar el Santo Sacrificio, que sean testigos del amor y la devoción que
pone en la celebración, y que puedan aprender de él a quedarse algún
tiempo para dar gracias después de la comunión. Deben ser también
cuidadas con atenta solicitud las concelebraciones eucarísticas, que exigen
por sí mismas a los ministros sagrados un suplemento de atención y de
piedad sincera.
Si un elemento esencial de la obra evangelizadora de la Iglesia consiste en
enseñar a los hombres a rezar al Padre por Cristo en el Espíritu Santo, la
nueva evangelización implica la recuperación y reafirmación de prácticas
pastorales que manifiesten la fe en la presencia real del Señor bajo las
especies eucarísticas. " El presbítero tiene la misión de promover el culto de
la presencia eucarística, aún fuera de la celebración de la Misa,
empeñándose por hacer de su iglesia una "casa de oración" cristiana ".65 Es
necesario, ante todo, que los fieles conozcan con profundidad las
condiciones imprescindibles para recibir con fruto la comunión. De igual

2.8 Page 18

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modo, es importante favorecer en ellos la devoción hacia Cristo, que les
espera amorosamente en el Sagrario. Un modo sencillo y eficaz de
catequesis eucarística es el cuidado material de todo cuanto atañe al templo
y, sobre todo, al altar y al Tabernáculo: limpieza y decoro, dignidad de los
ornamentos y de los vasos sagrados, esmero en la celebración de las
ceremonias litúrgicas,66 la práctica de la genuflexión, etc. Es además
particularmente importante asegurar que en la capilla del Santísimo, como
es tradición multisecular en la Iglesia, haya un ambiente de recogimiento,
cuidando ese sagrado silencio que facilita el coloquio amoroso con el
Señor. Dicha capilla, o en su caso el lugar destinado a conservar y adorar a
Cristo Sacramentado, constituye ciertamente el corazón de nuestros
edificios sagrados, y como tal se ha de procurar facilitar su acceso.
Es evidente que todas estas manifestaciones —que no son formas de un
vago " espiritualismo ", sino que revelan una devoción teológicamente
fundada— sólo serán posibles si el sacerdote es verdaderamente un hombre
de oración y de auténtica pasión por la Eucaristía. Solamente el pastor que
reza sabrá enseñar a rezar, y al mismo tiempo atraerá la gracia de Dios
sobre aquellos que dependen de su ministerio pastoral, favoreciendo así las
conversiones, los propósitos de vida más fervorosa, las vocaciones
sacerdotales y de almas consagradas. En definitiva, sólo el sacerdote que
experimenta a diario la " conversatio in coelis ", que convierte en vida de
su vida la amistad con Cristo, estará en condiciones de imprimir un
verdadero impulso a una evangelización auténtica y renovada.
3. Ministros de la Reconciliación con Dios y con la Iglesia
En un mundo en el que el sentido del pecado ha disminuido en gran
medida,67 es necesario recordar con insistencia que la falta de amor a Dios
es precisamente lo que impide percibir la realidad del pecado en toda su
malicia. La conversión, entendida no sólo como momentáneo acto interno
sino como disposición estable, viene impulsada por el conocimiento
auténtico del amor misericordioso de Dios. " Quienes llegan a conocer de
este modo a Dios, quienes lo ven así, no pueden vivir sino convirtiéndose
sin cesar a Él. Viven pues "in statu conversionis" (en estado de conversión)
".68 Y así la penitencia constituye un patrimonio estable en la vida eclesial
de los bautizados, acompañada al mismo tiempo por la esperanza del
perdón: " estuvisteis por un tiempo excluidos de la misericordia, pero ahora
en cambio habéis obtenido misericordia " (1 Pdr 2, 10).
La nueva evangelización exige, pues, —y esta es una exigencia pastoral
absolutamente ineludible— un empeño renovado por acercar a los fieles al
sacramento de la Penitencia,69 " que allana el camino a cada uno, incluso
cuando se siente bajo el peso de grandes culpas. En este sacramento cada
hombre puede experimentar de manera singular la misericordia, es decir, el
amor que es más fuerte que el pecado ".70 No hemos de tener ningún temor
a promover con ardor la práctica de este sacramento, sabiendo renovar y

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revitalizar con inteligencia algunas antiguas y saludables tradiciones
cristianas. En un primer momento se tratará de incitar a los fieles a una
profunda conversión que provoque, con la ayuda del Espíritu Santo, el
reconocimiento sincero y contrito de los desórdenes morales presentes en la
vida de cada uno; después será necesario enseñarles la importancia de la
confesión individual y frecuente, llegando en la medida de lo posible a
iniciar una auténtica dirección espiritual personal.
Sin confundir el momento sacramental con el de la dirección espiritual, los
presbíteros deben saber aprovechar las oportunidades, precisamente
tomando pie de la celebración del sacramento, para iniciar un coloquio de
orientación espiritual. " El descubrimiento y la difusión de esta práctica,
también en momentos distintos de la administración de la Penitencia, es un
beneficio grande para la Iglesia en el tiempo presente ".71 Así se ayudará a
redescubrir el sentido y la eficacia del sacramento de la Penitencia,
sentando las bases para superar su crisis. La dirección espiritual personal es
la que permite formar verdaderos apóstoles, capaces de difundir la nueva
evangelización en la sociedad civil. Para poder llegar lejos en la misión de
reevangelizar a tantos bautizados que se han alejado de la Iglesia, es
necesario formar muy bien a aquellos que están cerca.
La nueva evangelización requiere poder contar con un número adecuado de
sacerdotes: una experiencia plurisecular enseña que gran parte de las
respuestas afirmativas a la vocación surgen a través de la dirección
espiritual, además con el ejemplo de vida de sacerdotes fieles a la propia
identidad interior y exteriormente. " Cada sacerdote reservará una atención
esmerada a la pastoral vocacional. No dejará de (...) favorecer, además,
iniciativas apropiadas, que, mediante una relación personal, hagan
descubrir los talentos y sepa individuar la voluntad de Dios hacia una
elección valiente en el seguimiento de Cristo. (...) Es "exigencia ineludible
de la caridad pastoral" que cada presbítero —secundando la gracia del
Espíritu Santo— se preocupe de suscitar al menos una vocación sacerdotal
que pueda continuar su ministerio ".72
Ofrecer a todos los fieles la posibilidad real de acceder a la confesión
requiere, sin duda, una gran dedicación de tiempo.73 Se aconseja vivamente
tener previstos tiempos determinados de presencia en el confesionario, que
sean conocidos por todos, sin limitarse a una disponibilidad teórica. A veces
es suficiente, para disuadir a un fiel de la intención de confesarse, el hecho
de obligarlo a buscar un confesor, mientras que los fieles acuden con gusto
a recibir este sacramento allí donde saben que hay sacerdotes disponibles.74
Las parroquias y en general las iglesias destinadas al culto deberían tener
un horario claro, amplio y cómodo de confesiones, y corresponde a los
sacerdotes asegurar que dicho horario sea respetado con regularidad. En
conformidad con la solicitud de facilitar al máximo que los fieles acudan al
sacramento de la Reconciliación, es así mismo conveniente cuidar la sede
del confesionario: la limpieza, que sean visibles, la posibilidad de elegir el
uso de rejilla y de conservar el anonimato,75 etc.
No siempre es fácil mantener y defender estas diligencias pastorales, mas
no por ello se debe ser silenciada su eficacia y la necesidad de

2.10 Page 20

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reimplantarlas allí donde hubiesen caído en desuso. Del mismo modo que
se ha de incentivar la colaboración de sacerdotes seculares y religiosos.
Debe también prestarse reconocimiento con veneración al servicio
cotidiano de confesionario realizado admirablemente por tantos sacerdotes
ancianos, auténticos maestros espirituales de las diversas comunidades
cristianas.
Todo este servicio a la Iglesia será considerablemente más fácil si son los
mismos sacerdotes los primeros en confesarse regularmente.76 En efecto,
para un generoso ministerio de la Reconciliación es condición
indispensable el recurso personal del presbítero al sacramento, como
penitente. " Toda la existencia sacerdotal sufre un inevitable decaimiento, si
le falta, por negligencia o cualquier otro motivo, el recurso periódico e
inspirado en una auténtica fe y devoción al sacramento de la Penitencia. En
un sacerdote que no se confesase o se confesase mal, su ser como sacerdote
y su ministerio se resentirían muy pronto, y se daría cuenta también la
comunidad de la que es pastor ".77
" El ministerio de los presbíteros es, ante todo, comunión y colaboración
responsable y necesaria con el ministerio del Obispo, en su solicitud por la
Iglesia universal y por cada una de las Iglesias particulares, al servicio de
las cuales constituyen con el Obispo un único presbiterio ".78 También los
hermanos en el presbiterado deben ser objeto privilegiado de la caridad
pastoral del sacerdote. Ayudarles material y espiritualmente, facilitarles
delicadamente la confesión y la dirección espiritual, hacerles amable el
camino del servicio, estar cerca de ellos en toda necesidad, acompañarles
con fraternal solicitud durante cualquier dificultad, en la vejez, en la
enfermedad... He aquí un campo vedaderamente precioso para la práctica
de las virtudes sacerdotales.
Entre las virtudes necesarias para un fructuoso ejercicio del ministerio de la
Reconciliación es fundamental la prudencia pastoral. Así como al impartir
la absolución el ministro participa en la acción sacramental con eficacia
instrumental, así también en los otros actos del rito penitencial su tarea
consiste en poner al penitente de cara a Cristo, secundando, con extrema
delicadeza, el encuentro misericordioso. Esto implica evitar discursos
genéricos que no toman en consideración la realidad del pecado y, por esta
razón, se hace necesaria en el confesor la ciencia oportuna.79 Pero al mismo
tiempo, el diálogo penitencial debe estar siempre lleno de aquella
comprensión que sabe conducir a las almas gradualmente por el camino de
la conversión, sin caer en falsas concesiones a la llamada " gradualidad de
las normas morales ".
Dado que la práctica de la confesión ha disminuido en muchos lugares, con
gran detrimento de la vida moral y de la buena conciencia de los creyentes,
existe el peligro real de rebajar la densidad teológica y pastoral con la que
el ministro de la confesión realiza su función. El confesor debe rogar al
Paráclito la capacidad de llenar de sentido sobrenatural este momento
salvífico80 y transformarlo en un encuentro auténtico del pecador con Jesús
que perdona. Al mismo tiempo, debe aprovechar la oportunidad de la
confesión para formar rectamente —tarea en extremo importante— la

3 Pages 21-30

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3.1 Page 21

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conciencia del penitente, dirigiéndole delicadamente las preguntas
necesarias para asegurar la integridad de la confesión y la validez del
sacramento, ayudándole a agradecer desde lo profundo del corazón la
misericordia que Dios ha tenido con él, a formular un propósito firme de
rectificación de la propia conducta moral. Y no olvidará dirigirle alguna
palabra apropiada para animarle, confortarle y estimularle a la realización
de obras de penitencia que, junto a la satisfacción por sus propios pecados,
le ayuden a crecer en las virtudes.
PUNTOS DE REFLEXION
13. La esencia y el significado salvífico de los sacramentos son invariables,
¿Partiendo de estas premisas, ¿cómo renovar, la pastoral de los sacramentos
poniéndola al servicio de la nueva evangelización?
14. ¿Nuestras Comunidades son una " Iglesia de la Eucaristía y de la
Penitencia "? ¿Se alimenta en ella la devoción eucarística en todas sus
formas? ¿Se facilita la práctica de la confesión individual?
15. ¿Se hace habitualmente referencia a la presencia real del Señor en el
sagrario, animando, por ejemplo, a la fructuosa práctica de la visita al
Santísimo Sacramento? ¿Son frecuentes los actos de culto eucarístico?
¿Disponen nuestras iglesias de un ambiente acogedor para la oración
delante del Santísimo?
16. Con espíritu pastoral, ¿se tiene especial cuidado en manterner el decoro
de las iglesias.? ¿Visten los sacerdotes regularmente según la normativa
canónica (cfr. CIC can. 284 y 669; Directorio n. 66) y, en el ejercicio del
culto divino, usan todos los ornamentos establecidos (cfr. can. 929)?
17. ¿Los sacerdotes se confiesan regularmente y, a su vez, se meten a
disposición para este ministerio tan fundamental?
18. ¿Existen iniciativas adecuadas para proporcionar al clero una formación
permanente sobre el perfeccionamiento del ministerio de la confesión? ¿Se
anima a ponerse al día en este insustituible ministerio?
19. Considerando la gran importancia de un verdadero renacimiento de la
práctica de la confesión personal de cara a la nueva evangelización, ¿son
respetadas las normas canónicas sobre las absoluciones colectivas? ¿Se
cuidan con prudencia y caridad pastoral, en todas las parroquias e iglesias,
las celebraciones litúrgicas penitenciales?
20. ¿Se están tomando iniciativas para que los fieles cumplan motivada con
el precepto dominical?

3.2 Page 22

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Capítulo IV
PASTORES CELOSOS DE SU GREY
" El buen pastor da su vida por las ovejas " (Jn 10, 11)
1. Con Cristo, para encarnar y difundir la misericordia del Padre
" La Iglesia vive una vida auténtica, cuando profesa y proclama la
misericordia —el atributo más estupendo del Creador y del Redentor— y
cuando acerca a los hombres a las fuentes de la misericordia del Salvador,
de las que es depositaria y dispensadora ".81 Esta realidad distingue
esencialmente a la Iglesia de todas las demás instituciones que procuran
también el bien de los hombres; pues aun cuando estas últimas puedan
desempeñar una función de solidaridad y de filantropía, impregnadas
incluso de espíritu religioso, aun así no podrían presentarse por sí mismas
come dispensadoras efectivas de la misericordia de Dios. De frente a una
concepción secularizada de la misericordia, que no logra transformar el
interior del hombre, la misericordia de Dios ofrecida en la Iglesia se
presenta como perdón y como medicina saludable. Para su eficacia en el
hombre se requiere la aceptación de la plena verdad sobre el propio ser, el
propio obrar y la propia culpabilidad. De ahí la necesidad del
arrepentimiento y la importancia de armonizar el anuncio de la misericordia
con la verdad completa. Estas afirmaciones tienen una gran importancia
para los sacerdotes, que por vocación singular están llamados en la Iglesia y
por la Iglesia a desvelar y simultánemente a actualizar el misterio del amor
del Padre a través de su ministerio, vivido " según la verdad en la caridad "
(Ef 4, 15) y con docilidad a los impulsos del Espíritu Santo.
El encuentro con la misericordia de Dios tiene lugar en Cristo, como
manifestación del amor paterno de Dios. Cuando revela a los hombres su
función mesiánica (cfr. Lc 4, 18), Cristo se presenta como misericordia del
Padre con todos los necesitados, y de modo especial con los pecadores, que
necesitan el perdón y la paz interior. " Con relación a éstos especialmente,
Cristo se convierte sobre todo en signo legible de Dios que es amor; se hace
signo del Padre. En tal signo visible, al igual que los hombres de aquel
entonces, también los hombres de nuestros tiempos pueden ver al Padre ".82
Dios que " es amor " (1 Jn 4,16) no puede revelarse sino como
misericordia.83 Por amor, el Padre ha querido implicarse en el drama de la
salvación de los hombres a través del sacrificio de su Hijo.
Si ya en la predicación de Cristo la misericordia alcanza rasgos
conmovedores, que superan ampliamente —como en el caso de la parábola
del hijo pródigo— (cfr. Lc 15, 11-32) cualquier realización humana, es sin
embargo, sobre todo en el sacrificio de sí mismo en la cruz donde la
misericordia se manifiesta de modo especial. Cristo crucificado es la

3.3 Page 23

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revelación radical de la misericordia del Padre, " es decir, del amor que sale
al encuentro de lo que constituye la raíz misma del mal en la historia del
hombre: al encuentro del pecado y de la muerte ".84 La tradición espiritual
cristiana ha visto en el Corazón Sacratísimo de Jesús, que atrae hacia sí los
corazones sacerdotales, una síntesis profunda y misteriosa de la
misericordia infinita del Padre.
La dimensión soteriológica del entero munus pastorale de los presbíteros
está centrada, por tanto, en el memorial de la ofrenda de su vida realizada
por Jesús, es decir, en el Sacrificio eucarístico. " De hecho, existe una
intima unión entre la primacía de la Eucaristía, la caridad pastoral y la
unidad de vida del presbítero (...). Si el presbítero presta a Cristo —Sumo y
Eterno Sacerdote— la inteligencia, la voluntad, la voz y las manos para que
mediante su propio ministerio pueda ofrecer al Padre el sacrificio
sacramental de la redención, él deberá hacer suyas las disposiciones del
Maestro y como Él, vivir como don para sus hermanos. Consecuentemente
deberá aprender a unirse íntimamente a la ofrenda, poniendo sobre el altar
del sacrificio la vida entera como un signo claro del amor gratuito y
providente de Dios ".85 En el don permanente del Sacrificio eucarístico,
memorial de la muerte y de la resurrección de Jesús, los sacerdotes ejercen
sacramentalmente la capacidad única y singular de llevar a los hombres,
como ministros, el testimonio del inagotable amor de Dios: un amor que, en
la perspectiva más amplia de la historia de la salvación, se confirmará más
potente que el pecado. El Cristo del misterio pascual es la encarnación
definitiva de la misericordia, es su signo vivo tanto en el plano histórico-
salvífico como en el escatológico.86 El sacerdocio, decía el Santo Cura de
Ars, " es el amor del Corazón de Jesús ".87 Con Él también los sacerdotes
son, gracias a su consagración y a su ministerio, un signo vivo y eficaz de
este gran amor, de aquel " amoris officium " del que hablaba San Agustín.88
2. " Sacerdos et hostia "
A la misericordia auténtica le es esencial su naturaleza de don. Debe ser
recibida como un don que es ofrecido gratuitamente, que no proviene del
propio merecimiento. Esta liberalidad está inscrita en el designio salvífico
del Padre, pues " en esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos
amado a Dios, sino en que Él nos amó y envió a su Hijo como víctima de
propiciación por nuestros pecados " (1 Jn 4, 10). Y es precisamente en este
contexto en donde el ministerio ordenado encuentra su razón de ser. Nadie
puede conferirse a sí mismo la gracia: ésta debe ser dada y aceptada. Eso
exige que haya ministros de la gracia, autorizados y capacitados por Cristo.
La tradición de la Iglesia llama " sacramento " a este ministerio ordenado, a
través del cual los enviados de Cristo realizan y entregan por don de Dios lo
que ellos por sí mismos no pueden realizar ni dar.89
Así, pues, los sacerdotes deben considerarse como signos vivientes y
portadores de una misericordia que no ofrecen como propia, sino como don

3.4 Page 24

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de Dios. Son sobre todo servidores del amor de Dios por los hombres,
ministros de la misericordia. La voluntad de servicio se integra en el
ejercicio del ministerio sacerdotal como un elemento esencial, que exige
también en el sujeto la disposición moral correspondiente. El presbítero
hace presente ante los hombres a Jesús, que es el Pastor que " no ha venido
a ser servido, sino a servir " (Mt 20, 28). El sacerdote sirve en primer lugar
a Cristo, pero siempre de un modo que pasa necesariamente a través del
servicio generoso a la Iglesia y a su misión.
" Él nos ama y derramó su sangre para limpiar nuestros pecados: Pontifex
qui dilexisti nos et lavasti nos a peccatis in sanguine tuo. Se entregó a sí
mismo por nosotros: tradidisti temetipsum Deo oblationem et hostiam. En
efecto, Cristo introduce el sacrificio de sí mismo, que es el precio de
nuestra redención, en el santuario eterno. La ofrenda, esto es, la víctima, es
inseparable del sacerdote ".90 Si bien solamente Cristo es al mismo tiempo
Sacerdos et Hostia, el ministro, injertado en el dinamismo misionero de la
Iglesia, es sacramentalmente sacerdos, pero a la vez está llamado ha ser
también hostia, a tener " los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús "
(Flp 2, 5). De esta inquebrantable unidad entre sacerdote y víctima,91 entre
sacerdocio y Eucaristía, depende la eficacia de toda acción evangelizadora.
De la sólida unidad entre Cristo y su ministro, realizada en el Espíritu
Santo, desechando toda pretensión, por parte del ministro, de sustituir a
Cristo, sino apoyándose en Él y dejándole obrar en su persona y a través de
su persona, depende también hoy la obra eficaz de la misericordia divina
contenida en la Palabra y en los sacramentos. También a esta conexión del
sacerdote con Jesús se extiende el contenido de las palabras: " Yo soy la vid
(...). Como el sarmiento no puede dar fruto por sí mismo si no permanece
en la vid, así tampoco vosotros si no permanecéis en mí " (Jn 15, 4).
La llamada a ser hostia con Jesús está también en la base de la coherencia
del compromiso celibatario con el ministerio sacerdotal en beneficio de la
Iglesia. Se trata de la incorporación del sacerdote al sacrificio en el cual "
Cristo amó a la Iglesia y se entregó a sí mismo por ella para santificarla "
(Ef 5, 25-26). El presbítero está llamado a ser " imagen viva de Jesucristo
Esposo de la Iglesia ",92 haciendo de su vida entera una oblación en
beneficio de ella. " Por eso el celibato sacerdotal es un don de sí mismo en
y con Cristo a su Iglesia y expresa el servicio del sacerdote a la Iglesia en y
con el Señor ".93
3. La acción pastoral de los sacerdotes: servir y conducir en el amor y en
la fortaleza
" Los presbíteros, ejerciendo, según su parte de autoridad, el oficio de
Cristo Cabeza y Pastor, reúnen, en nombre del Obispo, a la familia de Dios,
con una fraternidad alentada unánimemente, y la conducen a Dios Padre
por medio de Cristo en el Espíritu ".94 El ejercicio del munus regendi del
presbítero no puede entenderse sólo en términos sociológicos, como una

3.5 Page 25

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capacidad meramente organizativa, pues procede también del sacerdocio
sacramental: " en virtud del sacramento del Orden, han sido consagrados
como verdaderos sacerdotes del Nuevo Testamento, según la imagen de
Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote (Hb 5,1-10; 7,24; 9,11-28), para predicar
el Evangelio y apacentar a los fieles y para celebrar el culto divino ".95
Como ministros que participan de la autoridad de Cristo, los sacerdotes
poseen un gran ascendiente entre los fieles. Pero ellos saben que esa
presencia de Cristo en su ministro " no debe ser entendida como si éste
estuviese exento de todas las flaquezas humanas, del afán de poder, del
error, e incluso del pecado ".96 La palabra y la guía de los ministros son,
pues, susceptibles de una mayor o menor eficacia según sus cualidades,
naturales o adquiridas de inteligencia, voluntad, carácter o madurez. Esta
convicción, unida al conocimiento de las raíces sacramentales de la función
pastoral, les lleva a imitar a Jesús, Buen Pastor, y hace de la caridad
pastoral una virtud indispensable para el desarrollo fructuoso del ministerio.
" El fin esencial de su actividad pastoral y de la autoridad que se les
confiere " es el de " conducir a un pleno desarrollo de vida espiritual y
eclesial la comunidad que se les ha encomendado ".97 Sin embargo " la
dimensión comunitaria del cuidado pastoral (...) no puede descuidar las
necesidades del fiel concreto (...). Se puede decir que Jesús mismo, Buen
Pastor, que "llama sus ovejas una a una" con voz que ellas bien conocen (Jn
10, 3-4), ha establecido con su ejemplo el primer cánon de la pastoral
individual: el conocimiento y la relación de amistad con las personas ".98
En la Iglesia debe existir una adecuada armonía entre las dimensiones
personal y comunitaria; y en su edificación, el pastor procede moviéndose
desde la primera hacia la segunda. En su relación con cada una de las
personas y con la comunidad el sacerdote se esfuerza para tratar a todos "
eximia humanitate ",99 nunca se pone al servicio de una ideología o de una
facción humana 100 y trata a los hombres no " según el beneplácito de los
hombres, sino conforme a las exigencias de la doctrina y de la vida cristiana
". 101
En los tiempos actuales es más necesario que antes adecuar el estilo de la
actividad pastoral a la situación de aquellas sociedades de pasado cristiano,
pero que se encuentran hoy ampliamente secularizadas. En este contexto, la
consideración del munus regendi según su auténtico sentido misionero
adquiere un relieve especial, y no puede reducirse al mero cumplimiento de
una tarea burocrática-organizativa. Esto exige, por parte de los presbíteros,
un ejercicio amoroso de la fortaleza, modelado conforme a la actitud
pastoral de Jesucristo. Él, como vemos en los Evangelios, nunca huye de
las responsabilidades derivadas de su autoridad mesiánica, sino que la
ejerce con caridad y fortaleza. Por esto, su autoridad no es nunca dominio
oprimente sino disponibilidad y espíritu de servicio. Este doble aspecto —
autoridad y servicio— constituye el cuadro de referencia en el que
encuadrar el munus regendi del sacerdote; éste deberá esforzarse siempre
por realizar de modo coherente su participación en la condición de Cristo
como Cabeza y Pastor de su grey. 102
El sacerdote, que junto con el Obispo y bajo su autoridad es el pastor de la

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comunidad que le ha sido confiada, y animado siempre por la caridad
pastoral no debe temer ejercer la propia autoridad en aquellos campos en
los que está llamado a ejercerla, pues para este fin ha sido constituido en
autoridad. Es necesario recordar que, también cuando es ejercida con la
debida fortaleza, la autoridad se realiza intentando " non tam praesse quam
prodesse " (no tanto mandar cuanto servir). 103 Debe más bien cuidarse de
la tentación de eludir esa responsabilidad. En estrecha comunión con el
Obispo y con todos los fieles, evitará introducir en su ministerio pastoral
tanto formas de autoritarismo extemporáneo como modalidades de gestión
democratizante ajenas a la realidad más profunda del ministerio, que
conducen como consecuencia a la secularización del sacerdote y a la
clericalización de los laicos. 104 Los comportamientos de este tipo esconden
no raramente el miedo a asumir responsabilidades, a equivocarse, a no
agradar y caer en la impopularidad, etc. En el fondo, se oscurece así la raíz
auténtica de la identidad sacerdotal: la asimilación a Cristo, Cabeza y
Pastor.
En este sentido, la nueva evangelización exige que el sacerdote haga
evidente su genuina presencia. Se debe ver que los ministros de Jesucristo
están presentes y disponibles entre los hombres. También es importante por
eso su inserción amistosa y fraterna en la comunidad. Y en este contexto se
comprende la importancia pastoral de la disciplina referida al traje
eclesiástico, del que no debe prescindir el presbítero pues sirve para
anunciar publicamente su entrega al servicio de Jesucristo, de los hermanos
y de todos los hombres. 105
El sacerdote debe estar atento para no caer en un comportamiento
contradictorio en base al cual podría eximirse de ejercitar la autoridad en
los sectores de su propia competencia, y luego, en cambio, entrometerse en
cuestiones temporales, como el orden socio-político, 106 dejadas por Dios a
la libre disposición de los hombres.
Aunque el sacerdote pueda gozar de notable prestigio ante los fieles, y al
menos en algunos lugares también ante las autoridades civiles, es de todo
punto necesario que recuerde que dicho prestigio ha de ser vivido con
humildad, sirviéndose de él para colaborar activamente en la " salus
animarum ", y recordando que sólo Cristo es la verdadera Cabeza del
pueblo de Dios: hacia Él deben ser dirigidos los hombres, evitando que
permanezcan apegados a la persona del sacerdote. Las almas pertenecen
sólo a Cristo, porque sólo Él, para la gloria del Padre, las ha rescatado al
precio de su sangre preciosa. Y sólo Él es, en el mismo sentido, Señor de
los bienes sobrenaturales y Maestro que enseña con autoridad propia y
originaria. El sacerdote es sólo un administrador, en Cristo y en el Espíritu
Santo, de los dones que la Iglesia le ha confiado, y como tal no tiene el
derecho de omitirlos, desviarlos, o modelarlos según el proprio gusto. 107
No ha recibido, por ejemplo, la autoridad de enseñar a los fieles que se le
han encomendado sólo algunas verdades de la fe cristiana, dejando de lado
otras consideradas por él más difíciles de aceptar o " menos actuales ". 108
Pensando, pues, en la nueva evangelización y en la necesaria guía pastoral
de los presbíteros, es importante esforzarse para ayudar a todos a realizar

3.7 Page 27

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una obra atenta y sincera de discernimiento. Bajo la actitud del " no
quererse imponer ", etc., podría esconderse un desconocimiento de la
sustancia teológica del ministerio pastoral, o quizás una falta de carácter
que rehuye la responsabilidad. Tampoco deben subestimarse los
apegamientos indebidos a personas o a encargos ministeriales, o el deseo de
popularidad o las faltas de rectitud de intención. La caridad pastoral nada es
sin la humildad. A veces, detrás de una rebeldía aparentemente justificada,
o bajo la actitud de reticencia ante un cambio de actividad pastoral
propuesto por el obispo, o detrás de un modo excéntrico de predicar o de
celebrar la liturgia se puede esconder el amor propio y un deseo, quizá
inconsciente, de hacerse notar.
La nueva evangelización también exige del sacerdote una disponibilidad
renovada para ejercer el propio ministerio pastoral donde resulte más
necesario. Como subraya el Concilio, " el don espiritual que los presbíteros
recibieron en la ordenación no los prepara a una misión limitada y
restringida, sino a la misión universal y amplísima de salvación hasta los
confines del mundo, pues cualquier ministerio sacerdotal participa de la
misma amplitud universal de la misión confiada por Cristo a los apóstoles'
". 109 La escasez de clero, verificable en algunos países, unida a la
dinamicidad característica del mundo contemporáneo, hace especialmente
necesario poder contar con sacerdotes dispuestos no solamente a cambiar
de encargo pastoral, sino también de ciudad, región o país, según las
diversas necesidades, y a desempeñar la misión que en cada circunstancia
sea necesaria, pasando, por amor de Dios, por encima de los propios gustos
y proyectos personales. " Por la naturaleza misma de su ministerio, deben
por tanto estar llenos y animados de un profundo espíritu misionero y "de
un espíritu genuinamente católico que les habitúe a trascender los límites de
la propia diócesis, nación o rito y proyectarse en una generosa ayuda a las
necesidades de toda la Iglesia y con ánimo dispuesto a predicar el
Evangelio en todas partes" ". 110 El justo sentido de la Iglesia particular,
también en la formación permanente, no debe oscurecer el sentido de la
Iglesia universal, sino armonizarse con él.
PUNTOS DE REFLEXION
21. ¿Cómo manifestar más vivamente, a través de nuestras comunidades y
especialmente a través de los sacerdotes, la misericordia de Dios respecto a
los necesitados? ¿Se insiste suficientemente, por ejemplo, en la práctica de
las obras de misericordia, tanto espirituales como corporales, como camino
de maduración cristiana y de evangelización?
22. ¿La caridad pastoral en todas sus dimensiones es verdaderamente " el
alma y la fuerza de la formación permanente " de nuestros sacerdotes?
23. ¿Concretamente, se anima a los sacerdotes a ocuparse de todos sus
hermanos en el sacerdocio, en particular de los enfermos y de los ancianos
y de cuantos se encuentran en dificultad? ¿Existen formas de vida en

3.8 Page 28

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común elegidas libremente o experiencias similares?
24. ¿Nuestros sacerdotes comprenden y ejercitan correctamente su función
específica de rectores de las comunidades puestas a su cuidado? ¿Cómo la
ejercen?
25. En la formación espiritual de los sacerdotes, ¿se da relieve suficiente a
la dimensión misionera de su ministerio y la dimensión universal de la
Iglesia?
26. ¿Existen verdades de fe o principios morales que sean facilmente
omitidos en la predicación?
27. Una de las tareas específicas del ministerio pastoral es la de unir fuerzas
al servicio de la misión evangelizadora. ¿Se estimulan todas las vocaciones
presentes en la Iglesia, respetando el carisma específico de cada una?
CONCLUSIONES
" La nueva evangelización tiene necesidad de nuevos evangelizadores, y
éstos son los sacerdotes que se comprometen a vivir su sacerdocio como
camino específico hacia la santidad ". 111 Para que sea así es de
fundamental importancia que cada sacerdote descubra cada día la necesidad
absoluta de su santidad personal. " Hay que comenzar purificándose a sí
mismo antes de purificar a los demás; hay que instruirse para poder instruir;
hay que hacerse luz para iluminar, acercarse a Dios para acercar a los
demás a Él, hacerse santos para santificar ". 112 Esto se concreta en la
búsqueda de una profunda unidad de vida que conduce al sacerdote a tratar
de ser, de vivir y de servir como otro Cristo en todas las circunstancias de
la vida.
Los fieles de la parroquia, o quienes participan en las diversas actividades
pastorales, ven —¡observan!— y oyen —¡escuchan!— no sólo cuando se
predica la Palabra de Dios, sino también cuando se celebran los distintos
actos litúrgicos, en particular la Santa Misa; cuando son recibidos en la
oficina parroquial, donde esperan ser atendidos con cordialidad y
amabilidad; 113 cuando ven al sacerdote que come o que descansa, y se
edifican por su ejemplo de sobriedad y de templanza; cuando lo van a
buscar a su casa, y se alegran por la sencillez y la pobreza sacerdotal en la
que vive; 114 cuando lo ven vestido con orden su propio habito, cuando
hablan con él, también sobre cosas sin importancia, y se sienten
confortados al comprobar su visión sobrenatural, su delicadeza y la finura
humana con la que trata también a las personas más humildes, con auténtica
nobleza sacerdotal. " La gracia y la caridad del altar se difunden así al
ambón, al confesonario, al archivo parroquial, a la escuela, a las actividades

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juveniles, a las casas y a las calles, a los hospitales, a los medios de
transporte y a los de comunicación social, allí donde el sacerdote tiene la
posibilidad de cumplir su tarea de pastor: de todos modos es su Misa la que
se extiende, es su unión espiritual con Cristo Sacerdote y Hostia que lo
lleva a ser —como decía san Ignacio de Antioquía— "trigo de Dios para
que sea hallado pan puro de Cristo" (cfr. Epist. ad Romanos, IV, 1), para el
bien de los hermanos ". 115
De este modo, el sacerdote del Tercer Milenio hará que se repita
nuevamente en nuestros días la reacción de los discípulos de Emaús, los
cuales, después de haber escuchado del Divino Maestro Jesús la
explicación del Texto sagrado, no pueden dejar de preguntarse admirados: "
¿No es verdad que ardía nuestro corazón dentro de nosotros, mientras nos
hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras? " (Lc 24, 32).
A la Reina y Madre de la Iglesia nos encomendamos nosotros mismos, los
Pastores, para que, en unidad de intenciones con el Vicario de Cristo,
sepamos descubrir los modos adecuados para hacer brotar en todos los
presbíteros de la Iglesia un sincero deseo de renovación en su función de
maestros de la Palabra, ministros de los Sacramentos y guías de la
comunidad. Rogamos a la Reina de la Evangelización que la Iglesia de hoy
sepa descubrir los caminos que la misericordia del Padre, en Cristo y por el
Espíritu Santo, ha preparado desde la eternidad para atraer a todos los
hombres, también a los de nuestra época, a la comunión con Él.
Roma, del Palacio de las Congregaciones, el 19 marzo 1999, solemnidad de
San José, Patrón de la Iglesia Universal.
Darío Card. Castrillón Hoyos
Prefecto
e Csaba Ternyák
Arzobispo. tit. di Eminenziana
Segretario
ORACION A MARÍA SANTISIMA

3.10 Page 30

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Maria,
Estrella de la nueva evangelización,
que desde el principio has sostenido y animado a los Apóstoles y a sus
colaboradores en la difusión del Evangelio, aumenta en los sacerdotes en el
alba del Tercer Milenio la conciencia de ser los primeros responsables de la
nueva evangelización.
Maria,
Primera evangelizada y primera evangelizadora,
que con fe, esperanza y caridad incomparables has correspondido al
anuncio del Ángel, intercede por quienes están configurados a tu Hijo,
Cristo Sacerdote, para que también ellos correspondan con idéntico espíritu
a la llamada urgente que el Papa, en nombre de Dios, les dirige con ocasión
del Gran Jubileo.
Maria,
Maestra de fe vivida,
que has recibido la Palabra divina con disponibilidad plena, enseña a los
sacerdotes a familiarizarse, a través de la oración, con esa Palabra, y a
ponerse a su servicio con humildad y con ardor, de modo que continúe
realizando toda su fuerza salvífica durante el Tercer Milenio de la
redención.
Maria,
Llena de gracia y Madre de la gracia,
cuida a tus hijos sacerdotes, los cuales, como Tú, están llamados a ser
colaboradores del Espíritu Santo para hacer renacer a Jesús en el corazón de
los fieles. En el aniversario del nacimiento de tu Hijo, enséñales a ser fieles
dispensadores de los misterios de Dios: para que, con tu ayuda, abran a
tantas almas el camino de la Reconciliación y hagan de la Eucaristía la
fuente y la cumbre de su propia vida y de la de los fieles que tienen
encomendados.
Maria,
Estrella en el alba del Tercer Milenio,
continúa guiando a los sacerdotes de Jesucristo, para que, según el ejemplo
de tu amor a Dios y al prójimo, sepan ser pastores auténticos y encaminar
los pasos de todos hacia tu Hijo, Luz verdadera que ilumina a todo hombre
(cfr. Jn 1, 9). Que los sacerdotes y, a través de ellos, todo el Pueblo de Dios,
escuchen la afectuosa súplica que les diriges en el umbral del nuevo
Milenio de la historia de la salvación: " haced lo que Él os diga " (Jn 2, 5). "
En el año 2000 —nos dice el Vicario de Cristo— deberá resonar con fuerza

4 Pages 31-40

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4.1 Page 31

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renovada la proclamación de la verdad: " Ecce natus est nobis Salvator
mundi " (Tertio millennio adveniente, n. 38).
INDICE
Introducción . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 5
Capítulo I
AL SERVICIO DE LA NUEVA EVANGELIZACION
1. La nueva evangelización tarea de toda la Iglesia . . . . . . . 7
2. La necesaria e insustituible función de los sacerdotes . . . . . . . 9
Capítulo II
MAESTROS DE LA PALABRA
1. Los presbíteros, maestros de la Palabra " nomine Christi et nomine
Ecclesiae " . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 14
2. Para un anuncio eficaz de la Palabra . . . . . . . . . . . . 16
Capítulo III
MINISTROS DE LOS SACRAMENTOS
1. " In persona Christi Capitis " . . . . . . . . . . . . . . 23
2. Ministros de la Eucaristía: " el centro mismo del ministerio sacerdotal "
24
3. Ministros de la Reconciliación con Dios y con la Iglesia . . . . . 27
Capítulo IV
PASTORES CELOSOS DE SU GREY
1. Con Cristo, para encarnar y difundir la misericordia del Padre . . . 32
2. " Sacerdos et hostia " . . . . . . . . . . . . . . . . . 34
3. La acción pastoral de los sacerdotes: servir y conducir en el amor y en la
fortaleza . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 35
Conclusiones . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 41

4.2 Page 32

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TIPOGRAFIA VATICANA
(1) Juan Pablo II, Carta. Ap. Tertio Millennio adveniente, (10 Noviembre
1994), n. 38: AAS 87 (1995), p. 30.
(2) Juan Pablo II, Carta Enc. Redemptoris missio, (7 Diciembre 1990), n.
33: AAS 83 (1991), p. 279.
(3) Cfr. Congregación para el Clero, Directorio para el ministerio y la vida
de los presbíteros, Tota Ecclesia (31 Enero 1994) n. 7: Libreria Editrice
Vaticana, 1994, p. 11.
(4) 3 Juan Pablo II, Exhort. Ap. Pastores dabo vobis, 25 de marzo de 1992,
n. 18: AAS 84 (1992), p. 685.
(5) Juan Pablo II, Carta Enc. Redemptoris missio, n. 1: l.c., p. 249.
(6) 2 " Con frecuencia la religión cristiana corre el peligro de ser
considerada como una religión entre tantas o quedar reducida a una pura
ética social al servicio del hombre. En efecto, no siempre aparece su
inquietante novedad en la historia: es "misterio"; es el acontecimiento del
Hijo de Dios que se hace hombre y da a cuantos lo acogen el "poder de
hacerse hijos de Dios" (Jn 1, 12) " (Juan Pablo II, Exhort. Ap. Pastores
dabo vobis, n. 46): l.c., pp. 738-739.
(7) 2 Cfr. Concilio Ecumenico Vaticano II, Decr. Presbyterorum ordinis, n.
2; Juan Pablo II, Exhort. Ap. Pastores dabo vobis, n. 13: l.c., 677-678;
Congregación para el Clero, Directorio para el ministerio y la vida de los
presbíteros, Tota Ecclesia nn. 1, 3, 6: l.c., pp. 7,9,10-11; congregacion para
el clero, pontificio consejo para los laicos, congregacion para la doctrina de
la fe, congregacion para el culto divino y la disciplina de los sacramentos,
congregacion para los obispos, congregacion para la evangelizacion de los
pueblos, congregacion para los institutos de vida consagrada y las
sociedades de vida apostolica, pontificio consejo para la interpretacion de
los textos legislativos, Instrucción Interdicasterial Ecclesiae de mysterio
sobre algunas cuestiones a cerca de la colaboración de los fieles laicos al
ministerio de los sacerdotes, 15.8.97, Premisa: AAS 89 (1997), p. 852.
(8) 2 Juan Pablo II, Carta Enc. Redemptoris missio, n. 63: l.c., p. 311.
(9) 2 Ibid., n. 67: l.c., p. 315.
(10) Congregación para el Clero, Directorio para el ministerio y la vida de
los Presbíteros. Tota Ecclesia, Introducción: l.c. p. 4; Cfr. Juan Pablo II,
Exhort. Ap. Pastores dabo vobis, nn. 2 y 14: l.c., pp. 659-660; 678-679.
(11) 3 Cfr. Juan Pablo II, Carta enc. Fides et ratio, n. 62 (14 Septiembre
1998), n. 62.
(12) Cfr. Catecismo de la Iglesia Católica, n. 171.
(13) Concilio Ecumenico Vaticano II, Const. Dog. Lumen gentium, n. 30.

4.3 Page 33

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(14) Cfr. ibid, n. 48.
(15) Cfr. Juan Pablo II, Exhort. Ap. Pastores dabo vobis, n. 21: l.c., p. 688-
690.
(16) Cfr. Concilio Ecumenico Vaticano II, Decr. Presbyterorum ordinis, n.
12; Juan Pablo II, Exhort. Ap. Pastores dabo vobis, n. 25: l.c., pp. 695-697.
(17) Cfr. Congregación para el Clero, Directorio para el ministerio y la
vida de los presbíteros. Tota Ecclesia, n. 43: l.c., p. 42.
(18) S. Gregorio Magno, La Regla Pastoral, II, 1.
(19) Juan Pablo II, Discurso al VI Simposio de los Obispos europeos,
(11.Octubre.1985): Insegnamenti VIII2 (1985) 918-919.
(20) Juan Pablo II, Exhort. Ap. Pastores dabo vobis, n. 12: l.c., pp. 675-
677.
(21) Juan Pablo II, Alocución en la inauguración de la IV Conferencia
General del Episcopado latinoamericano, Santo Domingo (12 Octubre
1992), n. 1 : AAS 85 (1993), p. 808; cfr. Exhor. Ap. Post-sinodal
Reconciliatio et poenitentia (2 Diciembre 1984), n. 13: AAS77 (1985) pp.
208-211.
(22) Pablo VI, Exhort. Ap. Evangelii nuntiandi, (8 Diciembre 1975) n. 47:
AAS 68 (1976), p. 37.
(23) Cfr. Concilio Ecumenico Vaticano II, Const. Dog. Lumen gentium, n.
28.
(24) Cfr. Concilio Ecumenico Vaticano II, Decr. Presbyterorum ordinis, n.
4; Juan Pablo II, Exhort. Ap. Pastores dabo vobis, n. 26: l.c., pp. 697-700.
(25) Cfr. Concilio Ecumenico Vaticano II, Decr. Presbyterorum ordinis, n.
5, 13, 14; Juan Pablo II, Exhort. Ap. Pastores dabo vobis, n. 23, 26, 48; l.c.,
pp. 691-694; 697-700; 742-745; Congregación para el Clero, Directorio
para el ministerio y la vida de los presbíteros, Tota Ecclesia n. 48: l.c., pp.
48ss.
(26) Concilio Ecumenico Vaticano II, Decr. Unitatis redintegratio, n. 4.
(27) Ibidem., n. 11.
(28) 3 Juan Pablo II, Discurso a los Obispos del CELAM, (9 Marzo 1983);
Insegnamenti, VI,1 (1983), p. 698; Exhort. Ap. Pastores dabo vobis, n. 18:
l.c., pp. 684-686.
(29) Concilio Ecumenico Vaticano II, Const. Dog. Dei verbum, n. 2.
(30) Concilio Ecumenico Vaticano II, Decr. Presbyterorum ordinis, n. 4.

4.4 Page 34

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(31) Cfr. Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1550.
(32) Juan Pablo II, Exhort. Ap. Pastores dabo vobis, n. 26: l.c., p. 698.
(33) Congregación para el Clero, Directorio para el ministerio y la vida de
los Presbíteros. Tota Ecclesia, n. 45: l.c., p. 44.
(34) Concilio Ecumenico Vaticano II, Decr. Presbyterorum ordinis, n. 4.
(35) S. Agustín, De doctr. christ., 4,15,32: PL 34,100.
(36) 3 Cfr. Pablo VI, Const. ap. Laudis canticum, n. 8. (1 Noviembre 1970):
AAS 63 (1971), pp. 533-543.
(37) Congregación para el Clero, Directorio para el ministerio y la vida de
los Presbíteros. Tota Ecclesia, n. 45: l.c., p. 43.
(38) Concilio Ecumenico Vaticano II, Const. Past. Gaudium et spes, n. 22.
(39) Ibidem...
(40) Cfr. congregacion para el clero, pontificio consejo para los laicos,
congregacion para la doctrina de la fe, congregacion para el culto divino y
la disciplina de los sacramentos, congregacion para los obispos,
congregacion para la evangelizacion de los pueblos, congregacion para los
institutos de vida consagrada y las sociedades de vida apostolica, pontificio
consejo para la interpretacion de los textos legislativos, Instrucción
Interdicasterial Ecclesiae de mysterio sobre algunas cuestiones a cerca de la
colaboración de los fieles laicos al ministerio de los sacerdotes, (15 Agosto
1997), art. 3: AAS 89 (1997), pp. 852ss.
(41) Concilio Ecumenico Vaticano II, Decr. Presbyterorum ordinis, n. 19.
(42) Cfr. Juan Pablo II, Exhort. Ap. Pastores dabo vobis, nn. 70 yss. : l.c.,
pp. 778 ss.; Congregación para el Clero, Directorio para el ministerio y la
vida de los presbíteros. Tota Ecclesia, n. 69 y ss: l.c., pp. 72 ss.
(43) Cfr. Juan Pablo II, Exhort. Ap. Pastores dabo vobis, nn. 26 y 47: l.c.,
pp. 697-700; 740-742; Congregación para el Clero, Directorio para el
ministerio y la vida de los presbíteros. Tota Ecclesia, n. 46: l.c., p. 46.
(44) Congregación para la Educación Católica, de los Seminarios y de los
Institutos de Estudio, Instrucción sobre el estudio de los Padres de la
Iglesia en la formación sacerdotal, (10 Noviembre 1989, nn. 26-27: AAS 82
(1990), pp. 618-619.
(45) Juan Pablo II, Carta Enc. Fides et ratio, (14 Septiembre 1998) , n. 2.
(46) Cfr. Congregación para el Clero, Directorio para el ministerio y la
vida de los presbíteros, Tota Ecclesia. n. 46: l.c., p. 46.

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(47) Catecismo de la Iglesia Católica, n. 738.
(48) Concilio Ecumenico Vaticano II, Const. Lit.. Sacrosanctum Concilium,
n. 2.
(49) Concilio Ecumenico Vaticano II, Const. Dog. Lumen gentium, n. 48.
(50) Concilio Ecumenico Vaticano II, Const. Past. Gaudium et Spes, n. 45.
(51) Cfr. Congregación para el Clero, Directorio para el ministerio y la
vida de los Presbíteros. Tota Ecclesia, n. 7b-c: l.c., pp. 11-12.
(52) Juan Pablo II, Audiencia del (5 Mayo 1993): Insegnamenti XVI, 1
(1993) 1061.
(53) Concilio Ecumenico Vaticano II, Decr. Presbyterorum ordinis, n. 12.
(54) Cfr. ibidem, n. 5.
(55) Juan Pablo II, Audiencia del (12 Mayo 1993): Insegnamenti XVI, 1
(1993) 1197.
(56) Concilio Ecumenico Vaticano II, Const. Sacrosanctum Concilium, n. 2.
(57) Juan Pablo II, Carta a los sacerdotes en el Jueves Santo 1997, n. 5:
AAS 39 (1997), p. 662.
(58) Cfr. Concilio Ecumenico Vaticano II, Const. Sacrosanctum Concilium,
nn. 2;10.
(59) Concilio Ecumenico Vaticano II, Decr. Presbyterorum ordinis, n. 6.
(60) Ibidem, n. 5.
(61) Cfr. Ibidem.
(62) Cfr. Juan Pablo II, Audiencia del (12 Mayo 1993): Insegnamenti XVI,1
(1993) 1197-1198.
(63) Cfr. Juan Pablo II, Carta Ap. Dies Domini, (31 Mayo 1998) n. 46: AAS
XC (1998), p. 742.
(64) Congregación para el Clero, Directorio para el ministerio y la vida de
los Presbíteros. Tota Ecclesia, n. 49.
(65) Juan Pablo II, Audiencia del 12 Mayo 1993: Insegnamenti XVI,1
(1993) 1198.
(66) Cfr. ibidem; Concilio Ecumenico Vaticano II, Const. Sacrosantum
Concilium, nn. 112, 114, 116, 120, 122-124, 128.
(67) Cfr. PIO XII, Radiomensaje al Congreso Catequético Nacional de los

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Estados Unidos, (26 Octubre 1946): Discorsi e Radiomessaggi VIII (1946)
288; Juan Pablo II, Exhort. Ap. Reconciliatio et paenitentia, (2 Diciembre
1984) n. 18: AAS 77 (1985), pp. 224-228.
(68) Juan Pablo II, Carta Enc. Dives in misericordia, (30 Noviembre 1980)
n. 13: AAS 72 (1980), pp. 1220-1221.
(69) Cfr. Juan Pablo II, Audiencia del 22 Septiembre 1993: Insegnamenti
XVI2 (1993) 826.
(70) Juan Pablo II, Carta Enc. Dives in misericordia, n. 13: l.c., p. 1219.
(71) Congregación para el Clero, Directorio para el ministerio y la vida de
los Presbíteros. Tota Ecclesia, n. 54: l.c., p. 54; Cfr. Juan Pablo II, Exhort.
Ap. Reconciliatio et paenitentia, n. 31: l.c., pp. 257-266.
(72) Congregación para el Clero, Directorio para el ministerio y la vida de
los Presbíteros. Tota Ecclesia, n. 32: l.c., p. 31.
(73) Cfr. Concilio Ecumenico Vaticano II, Decr. Presbyterorum ordinis, n.
13; Congregación para el Clero, Directorio para el ministerio y la vida de
los Presbíteros. Tota Ecclesia, n. 52: l.c., pp. 52-53.
(74) Congregación para el Clero, Directorio para el ministerio y la vida de
los Presbíteros. Tota Ecclesia, n. 52: l.c., p. 53; cfr. concilio ecume. vat. ii,
Decret. Presbyterorum ordinis, n. 13.
(75) Cfr. Pontificio Consejo para la Interpretación de los Textos
Legislativos, Declaración acerca del can. 964 § 2 CIC, 16.6.98 (7 Julio
1998): AAS 90 (1998), p. 711.
(76) Cfr. Concilio Ecumenico Vaticano II, Decr. Presbyterorum ordinis, n.
18; Juan Pablo II, Exhort. Ap. Pastores dabo vobis, nn. 26, 48: l.c., pp. 697-
700; 742-745; Audiencia del 26 Mayo 1993: Insegnamenti XVI1 (1993), p.
1331; Exhort. Ap. Reconciliatio et paenitentia, n. 31: l.c., pp. 257-266;
Congregación para el Clero, Directorio para el ministerio y la vida de los
Presbíteros. Tota Ecclesia, n. 53: l.c., p. 54.
(77) Juan Pablo II, Exhort. Ap. Reconciliatio et paenitentia, n. 31 VI: l.c., p.
266.
(78) Juan Pablo II, Exhort. Ap. Pastores dabo vobis, n. 17: l.c., p. 683.
(79) A este respecto se le pide una sólida preparación sobre los temas más
habituales. En este sentido es de gran ayuda el Vademecum para los
confesores sobre algunos temas de moral concernientes a la vida conyugal
(Pontificio Consejo para la Familia, 12 Febrero 1997).
(80) 3 Cfr. ibidem.
(81) Juan Pablo II, Carta Enc. Dives in misericordia, n. 13: l.c., p. 1219.

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(82) Ibidem , n. 3: l.c., p. 1183.
(83) Cfr. Ibidem, n. 13: l.c., pp. 1218-1221.
(84) Ibidem, n. 8: l.c., p. 1204.
(85) Congregación para el Clero, Directorio para el ministerio y la vida de
los Presbíteros. Tota Ecclesia, n. 48: l.c., p. 49.
(86) Cfr. Juan Pablo II, Exh. Ap. Pastores dabo vobis, n. 8: l.c., pp. 668-
669.
(87) Cfr. Jean-Marie Vianney, curé d'Ars: sa pensée, son coeur, présentés
par Bernard Nodet, Le Puy 1960, p. 100.
(88) S. Agustín, In Johannis evangelium tractatus, 123, 5: CCL 36, 678.
(89) Cfr. Catecismo de la Iglesia Católica, n. 875.
(90) Juan Pablo II, Carta a los sacerdotes en el Jueves Santo, 16 de Marzo
de 1997, n. 4: AAS 89 (1997), p. 661.
(91) Cfr. Santo Tomás de Aquino, Summa Theol. III, q. 83, a. 1, ad 3.
(92) Juan Pablo II, Exhort. Ap. Pastores dabo vobis, n. 22: l.c., p. 691.
(93) Ibidem, n. 29: l.c., p. 704.
(94) Concilio Ecumenico Vaticano II, Decr. Presbyterorum ordinis, n. 6.
(95) 2 Concilio Ecumenico Vaticano II, Const. dogm. Lumen gentium, n.
28.
(96) 2 Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1550.
(97) 2 Juan Pablo II, Audiencia del 19 Mayo 1993: Insegnamenti XVI, 1
(1993) 1254.
(98) 2 Ibidem, n. 4: l.c., pp. 1255-56.
(99) 2 Cfr. Concilio Ecumenico Vaticano II, Dec. Presbyterorum ordinis, n.
6.
(100) 3 Cfr. ibidem. 6.
(101) Ibidem, 6.
(102) Cfr. Congregación del Clero, Directorio para el ministerio y la vida
de los presbíteros. Tota Ecclesia, n. 17: l.c., pp. 18-20.
(103) S. Agustín, Ep. 134, 1: CSEL 44, 85.

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(104) Cfr. Congregación del Clero, Directorio para el ministerio y la vida
de los presbíteros. Tota Ecclesia, n. 19: l.c., p. 21; Juan Pablo II, Discurso
al Simposio sobre la " Colaboración de los laicos en el ministerio pastoral
de los presbíteros " (22 de abril de 1994), n. 4: " Sacrum Ministerium " 1
(1995) 64; congregacion para el clero, pontificio consejo para los laicos,
congregacion para la doctrina de la fe, congregacion para el culto divino y
la disciplina de los sacramentos, Congregacion para los obispos,
Congregacion para la evangelizacion de los pueblos, Congregacion para los
institutos de la vida consagrada y las sociedades de vida apostolica,
pontificio consejo para la interpretacion de los textos legislativos,
Instrucción Interdicasterial Ecclesiae de mysterio sobre algunas cuestiones
acerca de la colaboración de los fieles laicos en el sagrado ministerio de los
sacerdotes, 15 Agosto 1997, Premisa: AAS 89 (1997), p. 852.
(105) Cfr. Congregación del Clero, Directorio para el ministerio y la vida
de los presbíteros. Tota Ecclesia, n. 66: l.c., pp. 67-68.
(106) Cfr. Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2442; C.I.C., can. 227;
Congregación del Clero, Directorio para el ministerio y la vida de los
presbíteros. Tota Ecclesia, n. 33: l.c., pp. 31-32.
(107) Cfr. Concilio Ecumenico Vaticano II, Const. Sacrosanctum
Concilium, n. 22; C.I.C., can. 846; Congregación del Clero, Directorio
para el ministerio y la vida de los presbíteros. Tota Ecclesia, nn. 49 y 64:
l.c., 49 e 66.
(108) Cfr. Juan Pablo II, Exhort. Ap. Pastores dabo vobis, n.26: l.c., pp.
697-700; Audiencia del 21 Abril 1993: Insegnamenti XVI,1 (1993), p. 938;
Congregación para el Clero, Directorio para el ministerio y la vida de los
Presbíteros. Tota Ecclesia, n. 45: l.c., pp. 43-45.
(109) Juan Pablo II, Exhort. Ap. Pastores dabo vobis, n. 18: l.c., p. 684; cfr.
Concilio Ecumenico Vaticano II, Decr. Presbyterorum ordinis, n. 10.
(110) Juan Pablo II, Exhort. Ap. Pastores dabo vobis, n. 18: l.c., p. 684; cfr.
Concilio Ecumenico Vaticano II, Decr. Optatam totius, n. 20.
(111) Juan Pablo II, Exhort. Ap. Pastores dabo vobis, n. 82: l.c., p. 801.
(112) S. Gregorio Nacianceno, Oraciones, 2, 71: PG 35, 480.
(113) 3 Cfr. Juan Pablo II, Exhort. Ap. Pastores dabo vobis, n. 43: l.c. pp.
731-733.
(114) 3 Cfr. Concilio Ecumenico Vaticano II, Dec. Presbyterorum ordinis,
n. 17; C.I.C., can. 282; Juan Pablo II, Exh. Ap. Pastores dabo vobis, n. 30:
l.c., pp. 705-707; Congregación del Clero, Directorio para el ministerio y
la vida de los presbíteros. Tota Ecclesia, n. 67: l.c., pp. 68-70.
(115) Juan Pablo II, Audiencia del 7 Julio 1993, n. 7: Insegnamenti XVI,
(1993).

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