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1. CARTA DEL RECTOR MAYOR
“EL PADRE NOS CONSAGRA Y NOS ENVÍA”1
I, UNA VIDA CONSAGRADA – 1. Una invitación apremiante – 2. Una palabra clave – 3. La experiencia
gozosa de un don recibido – 4. La confesión de la iniciativa de Dios – 5. Un proyecto de vida en Dios – 6. La
profesión pública – 7. Algunas consecuencias.
II. NUESTRA CONSAGRACIÓN APOSTÓLICA – 1. Singularidad de la consagración “salesiana” – 2. La
originalidad “consagrada” de nuestra misión apostólica – 3. Servicio y profecía – 4. Los múltiples dones de
nuestra comunidad consagrada – 5. Algunas consecuencias – 6. El guía de la comunidad consagrada.
Roma, 8 de septiembre de 1998
Fiesta de la Natividad de la Sma. Virgen
Queridos hermanos:
Celebro poder haceros llegar mi saludo, unido al de los miembros del Consejo
General, en este momento en el que una parte de vosotros se prepara a comenzar el año de
actividad pastoral y otros piensan en recoger los resultados finales. Dirijo una palabra
particular de aliento y cercanía a las comunidades que se encuentran en situaciones difíciles a
causa de guerras y conflictos de diverso género, especialmente en África. Para ellas pido
vuestra oración y vuestro recuerdo.
La carta precedente acerca del núcleo animador ha estimulado una reflexión positiva.
Ha provocado también una preocupación, que algunos se han apresurado a manifestarme.
Esto me ofrece la ocasión de profundizar todavía más el tema que está siendo determinante en
el camino de estos años: la capacidad de animación de la comunidad salesiana.
I.- UNA VIDA CONSAGRADA
1. Una invitación apremiante.
Una pregunta surge espontánea con frecuencia cuando se afronta esta temática. Se
refiere al peso, a la incidencia, al influjo de nuestra vida consagrada en el trabajo de
animación comunitaria, en la orientación de la educación y en la práctica pedagógica. No se
refiere principalmente al tiempo que la consagración permite dedicar, factor que se puede
suplir con un empleo mayor de recursos laicales, y ni siquiera a las competencias en
dinámicas comunitarias o en la educación, hoy fáciles de encontrar en los laicos; sino
precisamente a la calidad específica que la vida consagrada aporta a la comunión, a la
propuesta educativa pastoral y a la práctica pedagógica.
El CG24 prestó gran atención a esta problemática. Si bien no le dio un desarrollo
unificado y orgánico, indicó una serie de estímulos a tener en cuenta. Sin la pretensión de ser
completo, creo que se pueden resumir en algunos puntos.
1
Cf. Const. 3
1

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Un primer punto: la consagración, vivida con autenticidad y alegría, introduce en la
comunidad educativa salesiana algunas sensibilidades: la primacía de Dios en la vida2, la
importancia de la espiritualidad en la tarea educativa3, la atención al espíritu salesiano4, una
visión del crecimiento humano conforme a un paradigma de nueva humanidad, la apertura a
una experiencia de Dios para jóvenes y adultos5.
De estas ideas, recogidas en una lectura rápida, proviene un segundo punto de
atención: la identidad del consagrado debe aparecer claramente “como fuerza dinámica
específica para la educación y para la animación de la CEP”6. Urge, pues, por parte de los
consagrados, una profundización de su identidad7, como razón última de las tareas que se les
confían y como posibilidad de desempeñarlas con resultados plenos, de acuerdo con las
finalidades que la Congregación se propone.
Tal reflexión resulta urgente también a causa del descubrimiento de la vocación del
laico8 y de la insistencia sobre su realización máxima.
Debe mover a los consagrados a cultivar y compartir los dones provenientes de su
propia vocación, conscientes de “lo que tenemos en común y de nuestras diferencias” con los
laicos, sabiendo además que hay un punto de encuentro de la totalidad: el corazón oratoriano
y el estilo del Buen Pastor9.
Un tercer punto: cuanto he indicado anteriormente debe llevar a superar una cierta
desorientación por parte de algunos consagrados respecto de la propia participación en la
comunidad educativa y frente a los espacios de intervención abiertos a los laicos .10 Su
participación debe consistir más en la comunicación del espíritu11 que en la realización
material del trabajo cotidiano. La relación con los laicos hay que plantearla sobre la base del
compartir los dones12.
Y, todavía: para lograr realizar este proyecto, es necesario apoyarse en una formación
inicial13 y en un crecimiento permanente que ayuden a los Salesianos “a profundizar la
identidad de su consagración y a adquirir convicciones firmes sobre el valor educativo de su
consagración”14.
El influjo de la consagración en la animación comunitaria y en la orientación de la
educación tiene un desarrollo particular en los nn. 149-155 del CG24, cuyo núcleo parece ser
la afirmación: “Don Bosco quiso que hubiera personas consagradas en el centro de su obra,
dirigida a la salvación de los jóvenes y a su santificación. Quería que sus religiosos fueran el
punto de referencia preciso de su carisma”15.
Esta voluntad suya se atribuye a inspiración divina; es determinante, pues, para la
misión, que no consiste sólo en la promoción temporal, sino en la propuesta de santidad a los
jóvenes. “El Señor guió a san Juan Bosco en la fundación de una comunidad de consagrados
que fuese levadura en la multiplicidad de servicios, animación espiritual para cuantos se
2
cf. CG24, 54
3
cf. ib
4
cf. CG24, 88
5
cf. CG24, 152
6
CG24, 45
7
cf. CG24, 140
8
cf. CG24, 45
9
cf. CG24, 102
10
cf. CG24, 45
11
cf. CG24, 88
12
cf. CG24, 109-110
13
cf. CG24, 167
14
ib
15
CG24, 150
2

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dedican a la educación y garantía de continuidad en su misión con los jóvenes”16.
El carisma, por lo tanto, no se expresa en su integridad y autenticidad si faltan los
laicos: pero menos aún si llegase a faltar la aportación específica de los consagrados.
De todo esto se deducen, para la comunidad salesiana, orientaciones como éstas:
“compruebe frecuentemente la incidencia de su vida consagrada y comunitaria; aproveche las
ocasiones que tenga para presentar y explicar a los laicos y a los muchachos el valor
específicamente educativo de la vida consagrada”17.
La misma problemática proviene de las comunidades religiosas, y no sólo de las
nuestras. Convencidos de que la educación, particularmente la que se realiza por medio de la
escuela, es una actividad útil a la evangelización, no pocos religiosos se preguntan cuál deba
ser en ella el lugar de su opción radical por el Reino.
Ante la delegación de las principales tareas a los laicos y la transmisión a ellos de la
propia tradición pedagógica, algunos se sienten perdidos respecto de la propia aportación, más
allá de la posibilidad de entrega completa y de la competencia que tal entrega comporta. Y
esto, incluso después de haber dado la prioridad a los compromisos, como indica el CG24: de
formación, de orientación y de identidad educativa.
Desde la parte de los jóvenes, muchos hacen notar que éstos llegan a captar la
profesionalidad y la generosidad de nuestro servicio, pero no siempre les resulta perceptible
su razón última y su sentido.
Es real, por otra parte, que en algunas estructuras no se llega a hacer brillar la opción
consagrada por el peso de las actividades instrumentales: nos hemos quedado en los medios,
más que evidenciar los fines. Y así también en el ejercicio de algunas funciones organizativas
o directivas no se logra la unidad entre profesionalidad y corazón oratoriano que define la
imagen del salesiano.
Respecto de la comunidad misma algunos lamentan no la pérdida, sino la debilidad de
expresión, del sentido y de las manifestaciones más inmediatas de la consagración, como la
fraternidad y la oración cotidiana. Aun reconociendo que esto se debe a la multiplicidad de
tareas inspiradas en la caridad pastoral, el hecho representa un empobrecimiento del
testimonio de la consagración y para los más jóvenes una dificultad para vivirla con alegría.
El CG24, y lo mismo harán ciertamente los Capítulos inspectoriales, se ocupó
ampliamente de las relaciones a establecer con los laicos, de las modalidades fundamentales
con las que los religiosos se hacen presentes en la comunidad educativa, del objeto principal
de sus intervenciones y de la calidad de su acción. No insistiré sobre estos puntos. Los
considero, si no logrados, al menos propuestos suficientemente a vuestra atención. Ya traté de
ellos en la Carta anterior Expertos, testigos y artífices de comunión18.
El tema de nuestra consagración lleva a la raíz el significado de tales indicaciones,
partiendo de su fuente más interior y personal. En este sentido ha sido asumido en nuestra
programación para el sexenio19.
2. Una palabra clave.
Las discusiones de los últimos años han hecho ver diversas posiciones acerca de la
vida consagrada y su colocación en la Iglesia. Las palabras clave, para introducirnos en lo que
se puede llamar su núcleo, son varias: carisma, sequela Christi, misión.
16
CG24, 155
17
CG24, 167
18
ACG 363
19
cf. Suplemento ACG 358, Número especial, pag. 16 (Estrategias n. 32, Intervenciones n.34)
3

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El Sínodo sobre la vida consagrada ha sido consciente de tales diversidades y ha
tratado de conducirlas a un cauce común. Ha pedido al Papa que diera una respuesta precisa a
algunas cuestiones, para poder hacer un discernimiento frente a los desafíos que se presentan
y desarrollar los valores permanentes de la vida consagrada, incluso a través de nuevas
expresiones.
Entre las cuestiones que debían esclarecerse estaba el elemento distintivo, el que
determina la identidad de la vida consagrada y, por lo tanto, también su aportación específica
a la vida de la comunidad cristiana y a la pastoral.
Es sabido, porque ya ha sido objeto de numerosos comentarios, que la Exhortación
Apostólica lo pone en la consagración. Esto estaba ya presente en la enseñanza que va desde
el Concilio Vaticano al Sínodo sobre la Vida Consagrada. Pero había sido desfigurado, tanto
por una interpretación restringida de la consagración, como por el nuevo perfil de la vida
consagrada en la Iglesia entendida como pueblo de Dios, como por el crecimiento de la
secularización, que llevó a un cambio en el significado de lo “sagrado”.
La declaración Elementos esenciales de la enseñanza de la Iglesia sobre la vida
religiosa (31 de mayo de 1983) afirmaba: “En la base de la vida religiosa está la
consagración. Al insistir en este principio, la Iglesia pone el acento en la iniciativa de Dios y
en la relación nueva y diversa con Él que la vida religiosa comporta” .20 Dos referencias
fundamentales determinan, pues, la realidad de una vida consagrada: la iniciativa de Dios,
sentida por el sujeto como una llamada, y una nueva y singular relación con Él, conforme a la
cual se orienta y organiza la existencia.
La Exhortación Apostólica Redemptionis Donum (25 de marzo de 1984), que quería
intervenir en el fecundo intercambio en curso, dirigiéndose a los religiosos decía: “La Iglesia
piensa en vosotros ante todo como personas consagradas: consagrados a Dios en Jesucristo
como propiedad exclusiva. Esta consagración determina vuestro puesto en la vasta comunidad
de la Iglesia, del pueblo de Dios. Al mismo tiempo ella introduce en la misión universal de
este pueblo una fuente especial de energía espiritual y sobrenatural”21.
Consagración se ha convertido, pues, en la palabra clave en la que se resumen la
condición y el camino de santidad de aquellos que se ponen, con profesión pública, al
seguimiento radical de Cristo. Todos los proyectos de existencia que responden a tal propósito
son considerados como vida consagrada, aunque entre ellos se den notables diferencias en
cuanto a modalidades, organización y finalidades inmediatas.
La Exhortación Apostólica Vita Consecrata afronta directamente el argumento y habla
de él con intencionada claridad, atribuyendo a la consagración otros elementos cualificantes y
distintivos de este género de existencia. En el n. 72, con el título “Consagrados para la
misión”, se lee: “A imagen de Jesús, el Hijo predilecto “a quien el Padre ha santificado y
enviado al mundo” (Jn 10,36), también aquellos a quienes Dios llama para que le sigan son
consagrados y enviados al mundo para imitar su ejemplo y continuar su misión”22.
De tal consagración, que es definida “nueva y especial”, se esclarece el sentido y se
disipan los malentendidos. Hay una continuidad con la consagración bautismal porque ésta es
asumida de forma radical. Al mismo tiempo hay una novedad, un “salto”, un éxodo, una
intervención de Dios, en cuanto que este tipo de existencia no está necesariamente incluido en
la gracia bautismal. Comporta una vocación o llamada personal.
La excelencia objetiva de la vida consagrada no excluye otras objetivas excelencias en
su género (laical, sacerdotal), ni produce una jerarquía espiritual. Pero sí genera una
diferencia enriquecedora en la comunión, y representa, por todo ello, una aportación típica en
20
Elementos esenciales de la enseñanza de la Iglesia sobre la vida religiosa, 5.
21
RD, 7
22
VC, 72
4

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términos de signo, anuncio, testimonio de vida cristiana y servicio a la misión de la Iglesia.
La Exhortación Apostólica Vita Consecrata subraya que ningún otro elemento, fuera o
separado de éste, puede dar la fisonomía y justificar la presencia de la vida religiosa en el
mundo actual: ni los compromisos educativos o sociales, ni el voluntariado en las situaciones
de pobreza, ni las luchas por las grandes causas humanas; sólo el hecho de que se ha sentido
la llamada para testimoniar la primacía de Dios y se acoge la centralidad indispensable de
Cristo en la orientación y en la organización de la propia existencia. Y como no pueden
ofrecer el rasgo original, otras motivaciones no son suficientes para asumir una existencia
consagrada. Se ve, pues, la debilidad, especialmente hoy, de una vocación basada sólo en el
entusiasmo por el trabajo juvenil o por la promoción de los pobres y cosas semejantes. Tales
motivaciones se agotan si no tienen raíces más sólidas y definitivas.
Lo dicho da pie a algunos comentarios.
No todos han comprendido la importancia de esta preferencia e insistencia. He tenido
oportunidad, en convenios y reuniones, de escuchar reservas sobre el tema. Es conveniente
descubrir los motivos, porque acá y allá circulan tales reservas también por nuestros
ambientes.
Alguien teme que se vuelva a considerar a los religiosos como personas constituidas
públicamente en una situación social diversa, cosa hoy “extraña” a la mentalidad actual. Esto
está totalmente excluido. De nuestra opción por Dios no provienen prerrogativas o privilegios
de “status” en el ámbito secular ni en el de la Iglesia. Y vale la pena recordar que nuestra
existencia no está protegida o defendida, sino más bien expuesta.
Algunas reservas provienen de la sospecha de que los consagrados se consideren a sí
mismos y deban ser considerados por los demás como “superiores”, La “excelencia objetiva”
de la vida consagrada, la “nueva y especial consagración”, el término “más” (más radical, más
intensa, más cercana, más conforme), repetido con frecuencia para describir el compromiso
del religioso respecto de las exigencias pedidas a todo cristiano, produce desconfianza. Y así
también el temor de que los religiosos aparezcan organizados como una categoría separada,
en contraste con la actual visión eclesial de comunión que debe darse también en ámbitos
inmediatos, como las iglesias locales y las comunidades parroquiales.
Hay todavía otras dos dificultades resaltadas por algunos. Una de tipo pastoral: que la
afirmación primera y casi aislada de la relación personal con Dios centre de nuevo a los
religiosos en su propia perfección, separándolos del ser para el mundo. La otra, espiritual: que
esto determine una visión intimista o dualista (sagrado – profano, espiritual – corporal,
relación con Dios – acción en el mundo) de la experiencia cristiana. Estos dos aspectos nos
tocan muy de cerca para las finalidades apostólicas de nuestra Congregación delineadas en el
artículo 6 de las Constituciones y para la espiritualidad activa que se inspira en la caridad
pastoral.
Ninguno de los significados que provocan tales desconfianzas está comprendido en el
término consagración, según la profundización hecha en estos años. Se pone, en cambio, de
manifiesto el sentido total que tiene la consagración. Ésta comprende simultáneamente todos
los elementos de un proyecto de vida en Dios: los consejos evangélicos, la misión apostólica,
la comunión fraterna, la espiritualidad. No es un elemento “organizativo” diverso de ellos o
por encima del conjunto de ellos, sino el elemento que está en su base. Es la gracia y la
relación que los abarca todos.
Esto nos es familiar a nosotros porque lo encontramos en nuestras Constituciones: “La
misión apostólica, la comunidad fraterna y la práctica de los consejos evangélicos son los
elementos inseparables de nuestra consagración, vividos en un único movimiento de caridad
hacia Dios y los hermanos”23.
23
Const. 3
5

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La consagración no consiste en la disposición externa de la vida, sino en una gracia
que transforma interiormente. Nuestra Regla afirmará que hemos sido consagrados no por una
persona o institución humana, ni siquiera por la fuerza de un gesto litúrgico, sino con el don
del Espíritu: “El Padre nos consagra con el don de su Espíritu y nos envía a ser apóstoles de
los jóvenes”24.
Es un motivo éste que en nuestras Constituciones se repite frecuentemente, con otras
palabras equivalentes: vocación, alianza con Dios, donación total, amor de predilección,
opción radical. Todas ellas indican una sola cosa: una relación particularísima de Dios y con
Dios que marca nuestra experiencia personal y nuestro trabajo educativo.
Por este sentido envolvente (seguimiento de Cristo con los votos, vida de
comunión, formas concretas de misión), dentro de la vida consagrada se dan muchas formas o
tipos. La consagración no es una en la modalidad, sino que tiene expresiones múltiples. Se
habla de formas de vida consagrada, antiguas, modernas y futuras. Es importante comprender
esto para no confundir consagración con el solo aspecto estrictamente “religioso”, creando
una especie de dualismo respecto de los compromisos pastorales, más aún cuando éstos, como
es nuestro caso, se realizan en ámbito secular y requieren profesionalidad y relaciones
también seculares.
Por nuestra unidad personal, por nuestro testimonio, por la continua aportación en la
comunidad educativa, interesa redescubrir algunos aspectos de la consagración. Hoy, más que
como un “momento” único, se la considera como un “continuum” que comprende toda la
existencia; más que como un “estado” en que se está establecido, de una vez para siempre, se
la considera como un don, un camino que recorrer, una relación que cultivar. “La entera vida
religiosa entregada al servicio de Dios, establece una consagración especial”25.
La vida consagrada comprende la experiencia personal de la llamada o vocación, la
aceptación de la iniciativa de Dios en la fe, la elección de un proyecto de discipulado o
seguimiento de Cristo, el reconocimiento, por parte de la Iglesia, de la acción de Dios en
nuestra persona y la inserción pública del proyecto escogido en su misión.
Pienso que será útil reflexionar y revivir estos aspectos y pasos. No tienen sólo un
valor doctrinal, de iluminación, sino que representan una condición para la expresión viva de
la consagración en nuestros ambientes.
3. La experiencia gozosa de un don recibido.
“Una llamada acompañada de una atracción interior”, dice la Exhortación Apostólica
Vita Consecrata hablando de la consagración26. “Una experiencia singular de la luz que
emana del Verbo Encarnado es ciertamente la que tienen los llamados a la vida consagrada” .27
“Quien ha recibido la gracia de esta especial comunión de amor con Cristo, se siente como
seducido por su fulgor28.
Muchos “motivos” transversales de la Exhortación Apostólica remachan este elemento
subjetivo, que es el signo y el primer paso de la consagración: el reclamo de la belleza que
atrae, el sentirse alcanzado por una manifestación particular de Cristo ,29 el ser arrebatado en el
horizonte de la eternidad30 o envuelto en el esplendor de la verdad, el hacer experiencia de
Dios amor, la felicidad interior por un conocimiento nuevo, la fascinación de la sabiduría.
24
ib.
25
Elementos esenciales de la enseñanza de la Iglesia sobre la vida religiosa, III, 4
26
VC, 17
27
VC, 15
28
ib
29 . cf. VC, 14
30
cf. ib
6

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La consagración consiste en el hecho de que Dios se hace sentir en nuestra vida de
manera singular hasta envolverla totalmente y convertirse en el “motivo” principal, Él a quien
más escuchamos y al que miramos con más atención y gusto. Y no por obligación religiosa o
ética, sino como vida, sentido y alegría.
Esta atracción o enamoramiento de Dios es un dato y una experiencia que podemos
revivir mirando atrás. Marca el recorrido de nuestra decisión vocacional. Ciertamente
recordamos cuándo y por qué nos decidimos por Él, como los esposos recuerdan cuándo
sucedió su encuentro y cómo se encendió una atracción recíproca.
Para algunos puede haber sido una iluminación repentina en un momento de particular
intensidad espiritual, por ejemplo un retiro. Para los más sucedió con gradualidad: un primer
toque debido al contacto con ambientes o personas relacionadas con lo religioso, en los cuales
se captó un valor particular; luego, poco a poco, se descubrió la fuente de la que provenían
tales valores; se participó en la experiencia de los que nos impresionaron, a través de la
amistad, la colaboración y las confianzas. Se descubrió un panorama de vida nuevo y lleno de
sentido... Por fin, nos sentimos “aferrados”, según la expresión de San Pablo: “He sido
conquistado por Cristo Jesús”31.
Es la experiencia bíblica de pertenecer a Dios y no ser capaces de separarnos de Él,
aunque somos conscientes de nuestras debilidades e infidelidades: “Tú me has seducido,
Señor, y yo me he dejado seducir (...). En mi corazón había un fuego abrasador, que sentía
dentro de mis huesos. Traté de contenerlo, pero no podía”32.
A veces escuchamos estas historias personales cuando en los encuentros juveniles
algún/a joven profeso/a cuenta a sus compañeros cómo y por qué se decidió a entrar en la vida
religiosa.
Los relatos son muy variados en cuanto a anécdotas y circunstancias. Pero todos tienen
un mismo esquema: después de un primer vislumbrar del valor de Cristo, de Dios Padre por la
propia vida, la reflexión los llevó a escogerlos como “el amor” de la propia existencia,
prefiriéndolo a otras posibles experiencias humanas. Es el comienzo. La historia más
completa la escuchamos de religiosos, también de hermanos nuestros, que respondieron
gozosamente a la llamada.
La consagración no consiste principalmente en un decreto, en un conjunto de signos
externos, en una clase social, en una separación del mundo; sino en el hecho de que Dios ha
entrado en la existencia de una persona y ha ocupado el puesto principal, que habita en ella y
la hace su interlocutor y su partner.
No es, pues, exclusiva de los religiosos y ni siquiera de los cristianos. En todas partes
donde Dios intervenga, creando o salvando, consagra con la presencia de su amor y otorga
una dignidad inviolable. La primera consagración es la existencia humana: es el primer acto
de amor que establece el carácter intocable de la persona, su superioridad sobre todas las
cosas y también los rasgos fundamentales de nuestra existencia.
Mediante la fe y el bautismo, que son autocomunicación de Dios a través del
ministerio de la Iglesia, nuestra pertenencia a Él se hace consciente y se transforma en
principio de un nuevo desarrollo personal. Lo hemos explicado nosotros mismos tantas veces
a los jóvenes hablando de la consagración del bautismo que nos hace hijos de Dios, miembros
de su pueblo, templos del Espíritu.
Lo singular del consagrado en la vida religiosa o en el “siglo” es que él siente todo
esto como el elemento principal, un punto irrenunciable para la propia realización. Dios le
alcanza en el momento en que hace el proyecto de la propia vida y mediante el don del
Espíritu lo atrae a sí de forma radical y exclusiva: es el hecho fontal de la consagración que la
31
Fil 3, 12
32
Jr 20,7-9
7

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Iglesia discernirá, hará público y confirmará insertando este don en la propia comunión y
misión.
El reciente congreso de los jóvenes religiosos, celebrado en Roma en octubre de 1997,
ha expresado este primer elemento de la consagración en el lema: Vidimus Dominum. Hemos
tenido una experiencia de encuentro, descubrimiento, “visión” del Señor.
La vivacidad de esta experiencia no debe disminuir con el crecimiento de la edad o
con el arraigo de las costumbres. Está llamada, más bien, a madurar y llenar la vida. Si
cayese, la vida religiosa perdería su motivación y se arrastraría en el funcionalismo, es decir,
en el simple cumplimiento fiel de los propios deberes.
Nos sucedería a nosotros lo que sucede a los matrimonios cansados que siguen
conviviendo en paz, pero sin que de tal convivencia se esperen novedades ni felicidad.
Añado que esto es indispensable hoy. Vivimos tiempos de predominio de lo
“subjetivo”; la comunicación mueve a subrayar “la emocionalidad”; los jóvenes van a donde
los lleva el “corazón”; menos indicado que nunca es un “genericismo” que no afecta a la vida.
A los jóvenes religiosos les decía el Papa: “Esta sabiduría (de la vida consagrada) es el sabor
del misterio de Dios, el gusto de la intimidad divina; pero es también la belleza del estar
juntos en su nombre”33.
4. La confesión de la iniciativa de Dios.
En correspondencia con esta intuición, gusto, percepción nítida de la presencia de Dios
y de la atracción de Cristo y de nuestra gozosa acogida, se va arraigando en nosotros el
convencimiento de haber sido destinatarios de la atención y del amor de Dios, no en general,
como un individuo en una masa, sino personalmente: “Te he llamado por tu nombre”34.
“Nos eligió antes de crear el mundo, para que fuésemos sus hijos adoptivos” .35 De
expresiones de este género está llena la Escritura cuando describe la actitud de Dios para con
nosotros.
El primer paso ha sido suyo. No somos nosotros quienes le hemos alcanzado; sino Él
quien vino a nosotros y entró en nuestra existencia. La categoría “don” para interpretar el
hecho, no sólo de la vocación, sino de la misma existencia, es dominante y se adopta
constantemente en la Exhortación Apostólica.
Llama la atención el uso del verbo “consagrar” en pasivo. Con frecuencia se dice
“hemos sido consagrados”. La consagración no es un esfuerzo nuestro para llegar a un cierto
grado de virtud o para poner el pensamiento de Dios en el centro de nuestra vida. Es más bien
consecuencia de un hecho que está más dentro de nosotros y en la base de nuestro proyecto.
La consagración es una visita, un don, una venida de Dios hacia nosotros una irrupción de su
gracia en nuestra vida. En el Evangelio la iniciativa se expresa con la mirada que Jesús dirige
a algunos, la llamada, la invitación, la fascinación que Él suscita, la implicación práctica, la
interpelación, la visita en casa.
Lo mismo se ve en las vocaciones proféticas. Éstas son repentinas e imprevisibles. No
es el profeta quien va en busca de Dios, sino Dios que irrumpe en él y se posesiona de él.
Amós dice que iba detrás del rebaño cuando sintió la voz de Dios .36 Movimiento semejante,
aunque en circunstancias muy diversas, describen los otros profetas. De ordinario, por
exactitud teológica en seguir el orden de las casualidades, este elemento se enuncia en el
primer puesto.
33
Juan Pablo II. Mensaje al Congreso VIDIMUS DOMINUM de los jóvenes religiosos, 29-9-98
34
Is 43, 1
35
Ef 1, 4
36
cf. Am 1, 1
8

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La iniciativa es del Padre que nos coloca en el camino de Cristo. “Éste es el sentido de
la vocación a la vida consagrada: una iniciativa enteramente del Padre (cf. Jn 15,16), que
exige de aquellos que ha elegido la respuesta de una entrega total y exclusiva” .37 La iniciativa,
en la historia, pertenece también al Hijo. Jesús llama, invita: “A algunos Él pide un
compromiso total que comporta el abandono de todas las cosas (cf. Mt 19,27) para vivir en
intimidad con Él y seguirlo adonde vaya”38. La iniciativa pertenece al Espíritu, que desde lo
profundo de la conciencia y de la mente produce aperturas, descubrimientos, gustos,
propósitos, tendencia, amor a Dios y su obra. “Es el Espíritu quien suscita el deseo de una
respuesta plena; es Él quien guía el crecimiento de tal deseo, llevando a su madurez la
respuesta positiva y sosteniendo después su fiel realización”39.
Se trata de abrirse a la escucha, de responder, de dejarse ocupar, de acoger. La
iniciativa y las posibilidades no están en nosotros. Hay que sentir una presencia que nos ha
hecho objeto de su predilección y responder con amor. La consagración se apoya toda en la
relación: no es principalmente un esfuerzo de superarse a sí mismo, sino una confrontación,
una lucha con Dios. En el icono bíblico de Jacob que lucha con Dios, domina el deseo de la
cercanía y bendición del Señor, del cual no se puede separar, aunque a veces su presencia
provoca resistencia en nosotros. La imagen expresa con vigor una relación sentida como vital,
aunque en una existencia problemática.
Esta iniciativa de Dios no debe permanecer como un “secreto” personal, una doctrina
teológica, sino hacerse “confesión” o proclamación que explique a los jóvenes nuestra
elección de vida. Conviene sobre todo despertarla en los inevitables momentos de prueba,
cuya solución con frecuencia confiamos a nuestras solas fuerzas.
5. Un proyecto de vida en Dios
De los dos hechos descritos más arriba, que existencialmente son uno solo (presencia
de Dios-acogida, vocación-respuesta, llamada-seguimiento, don-correspondencia, revelación-
adhesión), se deduce el tercero: una orientación y una opción de vida.
Ha madurado en nosotros la convicción y el sentimiento de que somos suyos, de que
“en Él vivimos, nos movemos y existimos” ,40 de que Él es el primero y el único importante, no
en abstracto y en general, para el mundo o para el género humano, sino para nosotros.
Hemos concentrado en Él expectativas y esperanzas. Lo buscamos “desde la aurora” ,41
es decir, continuamente, como fuente de sentido, como interlocutor, como compañía.
De esto proviene una unión que nos va llenando de luz y de paz, aún
psicológicamente, y nos caracteriza frente al mundo. El consagrado es aquel que ha puesto a
Dios y el valor religioso, la fe y lo que ella ofrece, en el centro de su existencia. “El Señor es
la parte de mi heredad”42.
Esto llega a ser no simple deseo vago, sino propósito. El esfuerzo es para llegar a vivir
el misterio de Dios, no como una breve pausa semanal o diaria, por ejemplo en la misa o en la
oración, sino como una relación permanente, capaz de inspirar decisiones y modalidades de
vida.
Por eso asumimos un proyecto concreto, una forma de existencia visible, que lleva el
signo de Dios. Nos incorporamos a una comunidad que se reconoce ya en la opción misma y
que ha predispuesto un camino para desarrollarla.
37
VC, 17
38
VC, 18
39
VC, 19
40
Hch 17,28
41
Sal 62,2
42
Sal 16,5
9

1.10 Page 10

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También este tipo de vida comunitaria es “consagrado”, no en virtud de una
separación material del mundo, ni por los signos o por las prácticas externas (ésta sería una
visión extraña a la fe cristiana), sino porque la comunión surge de una acción permanente del
Espíritu, la vida se plantea inspirándose en el evangelio y la Iglesia lo reconoce como una de
sus expresiones auténticas y visibles. Nuestras Constituciones lo expresan así: “Dios nos
llama a vivir en comunidad... (En ellas) formamos un solo corazón y una sola alma para amar
y servir a Dios y para ayudarnos unos a otros”43.
En este proyecto se subraya el deseo de conformarse con Cristo, expresado en los
consejos evangélicos asumidos con voto. Éstos, aunque precisos en su objeto específico,
tienen un significado abierto hacia una generosidad y una creatividad sin límites.
Expresan el núcleo del evangelio y son signo de la vida que se inspira en él. Hoy están
expuestos a interrogantes más serios y a nuevos desafíos. Y no es superfluo volver a hacer una
reflexión sobre ellos frente a las corrientes, modas o costumbres actuales, para redescubrir su
fuerza propositiva y su carga de contestación y de profecía. Los desafíos, efectivamente,
provocan nuevas expresiones y hacen nacer nuevos mensajes. Comprenderlos en el sentido
evangélico, escogerlos como estilo de vida, decidirse a profesarlos públicamente, ser creativos
en expresarlos hoy, es un don que procede de la Trinidad y refleja su misterio de donación.
A la imitación hay que añadir otras dos exigencias. En primer lugar el trato, la amistad
y la intimidad con Cristo. La asunción de sus preferencias y de sus actitudes sería insuficiente.
Hace falta la relación personal. Jesús es una persona viva con la cual hay que encontrarse y en
la cual hay que vivir. Entre el consagrado y Él se establece una relación profunda. Nos lo
enseña la vida de los discípulos. Jesús, en efecto, tuvo oyentes, admiradores, secuaces,
discípulos y algunos que le fueron particularmente íntimos y amigos: “Vosotros sois mis
amigos”44. Estaban movidos por el deseo de compartir la vida con Él estando juntos. “Maestro,
¿dónde moras?”45. Se repite y debe meditarse que la consagración introduce más intensamente
en la vida y en el misterio pascual de Cristo.
Hoy, cuando todos los vínculos institucionales aparecen débiles y todas las
pertenencias formales parecen transitorias y poco elocuentes, esta experiencia personal resulta
un testimonio convincente y una garantía de fidelidad.
Viene oportuno un comentario: es conveniente dejar espacio a las manifestaciones
afectivas de amistad con Cristo, además de las efectivas. Es necesario evitar dos extremos:
convertir el amor en un sentimiento superficial, un simple movimiento de sensibilidad; y, otro
extremo, dejar aridecer nuestro corazón con el olvido o el intelectualismo. Si tantas veces la
voluntad se encuentra frenada en el amor de Dios es también porque nuestra sensibilidad
humana está atrofiada. Mientras la fe o el pensamiento de Dios no alcanzan los sentimientos,
permanecen marginales e inoperantes. Hubo santos que manifestaron con ternura su amor a
Dios. Podemos recordar a san Francisco de Asís, pero no menos, si bien con otro estilo, a san
Francisco de Sales, en cuya espiritualidad nos inspiramos.
Además de la imitación y de la intimidad está la participación activa en su causa, es
decir, gastarse por aquello por lo que Él trabajó y sufrió. Nos ocuparemos de esto más
adelante, clarificando el carácter prevalentemente apostólico de nuestra consagración.
Este camino de amistad, imitación, participación, discipulado, en la Exhortación
Apostólica se denomina “adhesión conformadora con Cristo” .46 “A través de la profesión de
los consejos, en efecto, el consagrado no sólo hace de Cristo el sentido de la propia vida, sino
que se esfuerza por reproducir en sí, dentro de lo posible, “la forma de vida que escogió el
43
Const. 50
44
Jn 15, 14
45
Jn 1, 38
46
VC, 16
10

2 Pages 11-20

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2.1 Page 11

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Hijo de Dios al venir al mundo”” (LG 44)47.
También este aspecto de la consagración provoca en nosotros interrogantes prácticos y
saludables. Lo que fue y es objetivamente el núcleo generador e iluminador del proyecto, la
opción por Cristo, ¿conserva en el corazón y en la vida su centralidad hasta dar luz y color a
todo lo demás?
¿Logramos hacer comprender a los jóvenes y a los colaboradores que nuestra vida se
desarrolla bajo la energía de un gran “amor” que nos ha parecido, incluso humanamente,
ventajoso?
6. La profesión pública.
Estos tres hechos: llamada-respuesta-proyecto, presencia-acogida-opción, invitación-
correspondencia-alianza, están expresados en la profesión. En ésta la persona “se consagra”,
en el sentido corriente de ofrecerse, entregarse, ponerse enteramente a disposición. El Señor,
como en el Bautismo, consagra al que el Espíritu ha movido a ofrecerse y le da una nueva
gracia para que camine con Cristo en novedad de vida48.
Las fórmulas más antiguas son sucintas y esenciales. Las actuales, más bien largas y
analíticas. Pero todas subrayan que el objeto de la consagración no son las cosas, ni las
actividades, ni las obligaciones morales, sino la persona; que la razón última no es la tarea,
sino el amor de Dios sentido y el deseo de corresponder a él; que los sujetos principales son el
Señor y quien profesa: “Dios Padre, Tú me consagraste a Ti. (...) Yo te ofrezco todo mi ser”49.
“La profesión religiosa es signo del encuentro de amor entre el Señor que llama y el
discípulo, que responde entregándose totalmente a Él y a los hermanos” .50 Las exigencias de la
consagración son, pues, totales, excluyentes, perpetuas; todo, solo, para siempre. En algún
tiempo prevaleció la fórmula “hasta la muerte”. No era una determinación de tiempo, sino de
intensidad: hasta el holocausto, hasta la consumación.
La profesión tiene una importancia singular en la organización y en el desarrollo de
nuestra vida espiritual. No es un acto pasajero, un rito que se cumple y acaba dejando
compromisos que cumplir, sino el comienzo de una relación que se prolongará por toda la
vida, como la del matrimonio. De ella deberán brotar actitudes, gestos y orientaciones de vida.
Resulta, pues, no sólo un propósito de santificación, el contrato de pertenencia a una
comunidad; sino sobre todo una fuente de gracia, como para los esposos la promesa inicial de
pertenencia recíproca.
Sobre la gracia que se recibe y sobre el compromiso de corresponder a ella se
construirá la existencia Su influjo en la vida cotidiana marca la diferencia entre el salesiano
auténtico y el incoloro. Por esto es más que oportuna la preparación inmediata, especialmente
para la profesión perpetua, que ya se ha hecho común en la Congregación. No hay que
reducirla ni en el tiempo ni en el contenido, sino más bien cualificarla, sea en cuanto a
iluminación, sea como toma de conciencia de la experiencia hecha.
La profesión es el reconocimiento público, por parte de la Iglesia, de la irrupción de
Dios en la vida de una persona, de la voluntad de esta persona de vivir tal acontecimiento en
la comunidad cristiana y a servicio del Reino, por tanto no de forma intimista e individual. La
Iglesia lo reconoce y lo incorpora a la comunión y misión del pueblo de Dios. Da autenticidad
al don y se hace mediadora de la consagración .51 Por eso, la liturgia valoriza la profesión con
una celebración especial: invoca sobre las personas el don del Espíritu Santo y asocia su
47
Ib.
48
cf. RD, 7
49
Const. 24
50
Const. 23
51
cf. Elementos esenciales de la enseñanza de la Iglesia sobre la vida religiosa I, 8
11

2.2 Page 12

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oblación al sacrificio de Cristo, mientras la presencia numerosa de la comunidad da al acto un
relieve carismático y eclesial.
Esta intervención de la Iglesia va unida a un punto discutido y sufrido hoy en algunos
ámbitos, sobre todo bajo el punto de vista práctico: el carácter indispensable de la vida
consagrada para la calidad de la comunión y misión de la Iglesia. Leemos en la Exhortación
Apostólica: “La vida consagrada, presente desde el comienzo, no podrá faltar nunca a la
Iglesia como uno de sus elementos irrenunciables y característicos, como expresión de su
misma naturaleza”52.
“El concepto de una Iglesia formada únicamente por ministros sagrados y por laicos
no corresponde, por tanto, a las intenciones de su Divino Fundador tal y como resulta de los
Evangelios y de los demás escritos neotestamentarios”53.
La “profesión” no es una promesa genérica de amor, concebida y expresada
subjetivamente, sino asunción de un proyecto real, suscitado por el Espíritu, vivido por el
Fundador hasta la santidad, reconocido por la Iglesia como camino eficaz para el seguimiento
de Cristo. Conduce, pues, a una “referencia renovada a la Regla”54 que recoge el espíritu, la
disciplina y los caminos ya experimentados para la realización del proyecto.
Es de nuestros días la preocupación por la espiritualidad. Y algunos van detrás de
libros que la proponen y la explican. En las Constituciones se encuentra ya meditada por
sucesivas generaciones que la han vivido; viene magníficamente entregada en fórmulas
originales que reflejan esa larga experiencia vivida. Una lectura rápida o la sola escucha
comunitaria no se corresponden con la profundidad y la riqueza del texto. Una “lectio” que
valorice el conjunto y cada expresión, que confronte el significado de tales expresiones con la
historia del carisma y con la vida personal, nos ayudará a captar la sabiduría del camino que la
profesión nos ofrece.
Sabemos que nuestra regla viviente es Jesucristo, el Salvador anunciado en el
Evangelio, que hoy vive en la Iglesia y en el mundo, y a quien nosotros descubrimos presente
en Don Bosco”55. Precisamente por esto “acogemos las Constituciones como testamento de
Don Bosco...las meditamos en la fe y nos comprometemos a practicarlas: son para nosotros,
discípulos del Señor, un camino que conduce al Amor”56.
De todo lo expuesto hasta aquí se ve que la vida se va haciendo cada vez más
auténticamente consagrada a través de la llamada o invitación de Dios, la experiencia sentida
de su presencia, la voluntad de responder, un proyecto concreto de vida que pone a Jesucristo
al centro de la existencia y el gesto de la Iglesia que integra todo esto en la propia comunión y
misión.
La consagración abraza toda la vida y se realiza in crescendo: un encuentro, una
alianza, un pacto de amor y de fidelidad, la comunión final.
7. Algunas consecuencias.
Podemos ahora sacar algunas conclusiones no secundarias para nuestra presencia entre
los jóvenes y los laicos.
Los consagrados asumen la santificación como el propósito principal de su vida.
Esto es común a todas las formas de vida consagrada. En su estilo de existencia, de relación,
de trabajo, quieren vivir y comunicar, de algún modo, el misterio de Dios, liberador, cercano,
52
VC, 29
53
Ib.
54
VC, 37
55
Const. 196
56
ib.
12

2.3 Page 13

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a través de una “adhesión conformadora con Cristo de toda la existencia” .57 Querrían ser
memoria viviente de Cristo58.
Las Constituciones afirman que la santidad es el don más precioso que podemos
ofrecer a los jóvenes59. De hecho, a ellos les resulta difícil construir su humanidad. Desde
fuera les llegan mensajes y sugerencias discordantes y contradictorios. Con dificultad llegan a
pesar, a discernir y sobre todo a escoger y orientarse. El clima libertario hace laboriosa la
escucha de la conciencia y la maduración de criterios morales.
No les es fácil tampoco, en el contexto secular, percibir la transcendencia y creer que
Cristo vive hoy y no es sólo una historia edificante del pasado.
Puesta así en relación con la misión, la santidad resulta ser la principal aportación de
los Salesianos religiosos a la educación y a la promoción humana. En efecto, tiene un valor
temporal no sólo por las obras de caridad en beneficio de los pobres, sino por el horizonte, el
sentido y la dignidad que introduce en la convivencia humana.
En la existencia de los consagrados ocupa, pues, una primacía sin igual. Su proyecto
de vida comunitario asegura sus dimensiones esenciales en la justa prioridad: la contemplativa
o de oración e interioridad, la apostólica de donación por el Reino, la ascética de penitencia y
éxodo. Y todo ello vivido en una relación de intimidad y colaboración con Cristo bajo la guía
del Espíritu.
Otra consecuencia relacionada con la anterior: los consagrados aparecen como
expertos de la experiencia de Dios. Tal experiencia está en el origen de su vocación. El
proyecto de vida que asumen tiende a cultivarla. La privilegia en términos de tiempo y de
actividad. Todos los cristianos, por otra parte, deben y quieren hacer una cierta experiencia de
Dios; pero sólo pueden dedicarse a ella a intervalos y en condiciones de vida menos
favorables, por lo que corren el peligro de descuidarla.
Los consagrados se proponen como interlocutores para todos aquellos que en el
mundo van en busca de Dios. A los que son ya cristianos ofrecen la posibilidad de hacer, en
su compañía, una experiencia religiosa renovada; a los que no son creyentes se ponen a su
lado en el camino de búsqueda.
Hoy este servicio está resultando actual y solicitado. La apertura de los monasterios y
conventos, para quien quiera aprovecharlos con jornadas de reflexión, lo demuestra. Nosotros,
por otro lado, estamos llamados a prestar un servicio semejante entre los jóvenes.
Hay en la vida una ley que se aplica en todos los ámbitos: ningún valor permanece
vivo en la sociedad sin un grupo de personas que se dediquen completamente a desarrollarlo y
sostenerlo. Sin la clase médica y la organización de los hospitales la salud sería imposible. Sin
los artistas y las instituciones correspondientes el sentido artístico de la población decae. Lo
mismo sucede con el sentido de Dios: los religiosos, contemplativos o no, son el cuerpo de
místicos capaz de ayudar al menos a quien está próximo a nosotros a leer su existencia a la luz
del Absoluto y a hacer experiencia de Él.
Esto pertenece a los propósitos esenciales de la vida religiosa. Por eso, los Fundadores
pusieron el sentido de Dios por encima de todas las actividades y aspectos de su institución.
Creyentes y no creyentes consideran la mediocridad religiosa de los consagrados como una
deformidad. Los religiosos mismos sienten un vacío imposible de colmar cuando esta
dimensión desaparece.
La Exhortación Apostólica Vita Consecrata ha visto la vida religiosa como espacio
57
VC, 16
58
cf. VC, 22
59
cf. Const. 25
13

2.4 Page 14

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privilegiado para el diálogo entre las grandes religiones ,60 porque en su origen hay una opción
que, en términos generales, es compartida por todas las personas profundamente religiosas.
Las Constituciones salesianas recuerdan esto en el art. 62: “En un mundo tentado por
el ateísmo y por la idolatría del placer, de la posesión y del poder, nuestro modo de vivir
testimonia, especialmente a los jóvenes, que Dios existe y su amor puede llenar una vida”61.
Manifestación de este nuestro perfil profesional es la experiencia personal de Dios,
hecha consciente, buscada, profundizada y madurada como adultos; es la competencia para
iniciar a otros, especialmente a los jóvenes. Éstos desean, al menos como curiosidad o
sensación pasajera, tener algún momento espiritual. Lo demuestra el hecho de frecuentar las
casas de retiros. Sería triste que los consagrados estuvieran más ocupados en administrarlas
que estar cualificados para guiar a las personas hacia la vida espiritual.
II. NUESTRA CONSAGRACIÓN APOSTÓLICA62
1. La singularidad de la consagración “salesiana”.
La vida consagrada tiene una realización original en el carisma salesiano. Ya hemos
hecho algunas breves alusiones para mantener la conexión de nuestro argumento. Ahora lo
tratamos más directamente.
La nuestra, dicen las Constituciones, es una consagración apostólica: “La misión da a
toda nuestra existencia su tonalidad concreta”63. La llamada de Dios nos ha llegado a través de
la experiencia de la misión juvenil; ésta ha sido para muchos la chispa que ha encendido el
fuego del seguimiento de Cristo.
En la misión se ponen en juego, se manifiestan en su singularidad carismática y crecen
en nosotros los dones de la consagración. Hay un único movimiento de caridad que atrae
hacia Dios y mueve hacia los jóvenes, especialmente los más pobres, que estimula los gestos
de amor y correspondencia al Padre y lanza a los servicios de que los jóvenes tienen
necesidad.
Es más, las dos dimensiones actúan circularmente: contemplamos a Dios en su
presencia providente y en su obra de salvación, lo entrevemos en los acontecimientos,
comprendemos sus sentimientos y su obrar a la luz de la imagen del Buen Pastor que busca a
las personas y da su vida en la Cruz. Vivimos el trabajo educativo con los jóvenes como un
acto de culto y una posibilidad de encuentro con Dios.
Si faltase o disminuyese una de estas dimensiones, se descoloraría nuestra feliz
experiencia educativa, nuestro proyecto de vida espiritual: en una palabra, la gracia típica de
nuestra consagración recaería en lo genérico, se desvalorizaría el carisma.
Es verdad que nuestra espiritualidad se desequilibra por la parte de la acción. De
hecho “al trabajar por la salvación de la juventud, el salesiano vive la experiencia de la
paternidad de Dios, y reaviva continuamente la dimensión divina de su actividad” .64
Da mihi animas, espiritualidad apostólica, caridad pastoral, corazón oratoriano, son
todas palabras que dan la medida de la originalidad y unidad que querríamos imprimir a
nuestra vida. Para nosotros resulta verdadero todo lo que Vita Consecrata dice en general de
los consagrados: “en su llamada está incluida la tarea de dedicarse totalmente a la misión” ,65
60
cf. VC, 101-102
61
Const. 62
62
cf. Const. 3
63
Const. 3
64
Const. 12
65
VC, 72
14

2.5 Page 15

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como también es verdad que en el cumplimiento de la misión encontramos la materia, la
motivación y los estímulos para vivir en profundidad aquel amor de Dios que “precede a toda
criatura con su Providencia, la acompaña con su presencia y la salva dando su propia vida”66.
Nuestra misión, hay que repetirlo, se centra en el área juvenil y sigue la vía educativa.
Entre estas coordenadas se ha manifestado el carisma y en ellas encontramos todavía el
secreto de nuestra posible vitalidad. Allí hay hoy amplio campo de creatividad, sea en cuanto
a la colocación de las fuerzas, sea en cuanto a la nueva formulación de los contenidos, sea en
cuanto a la renovación de la acción.
Lejos de nosotros, pues, toda dicotomía entre interioridad y tarea pastoral, entre
espíritu religioso y tarea educativa o cualquier fuga hacia formas de vida que no respondan a
las tres palabras de Don Bosco: trabajo, oración, templanza.
Sin embargo, hace falta una clarificación, sobre la que no me detengo porque la
considero ya adquirida: la misión no consiste en el trabajo profesional que se realiza. Un
religioso o religiosa es educador o educadora con todos los demás, pero no como todos los
demás. La misión no es tampoco sólo el servicio pastoral que se quiere prestar. Es una
experiencia espiritual: un sentirse colaborador de Dios, saberse “enviado” por Él a través de
aquellas mediaciones en las que vemos la expresión de su voluntad, en primer lugar la
profesión religiosa en la que hemos manifestado el propósito de seguir su llamada, y el estar
unidos a Él en su obra a favor del mundo y de cada persona.
Las finalidades de la misión van más allá de los resultados, aún los mejores, que se
pueden obtener en un trabajo profesional. Consisten en vivir, testimoniar y anunciar el Reino
de Dios: la posibilidad de vida para todos, en particular para los más pobres, la revelación del
amor que Dios tiene para cada uno y el sentido de la existencia. A estas finalidades sirven
como caminos e instrumentos, el tipo de vida que asumimos y el trabajo que hacemos.
Tal es el hilo de la narración que Don Bosco hace de su vida en las Memorias del
Oratorio a partir del primer sueño. “El Señor me ha enviado para los muchachos, por tanto es
preciso que me ahorre todo lo demás y conserve mi salud para ellos” .67 Ésta es una convicción
permanente, que se va arraigando en él cada vez con mayor profundidad según va pasando el
tiempo de la vida y los acontecimientos se van entrelazando. “La persuasión de estar bajo una
presión singularísima de lo divino domina la vida de Don Bosco, está en la raíz de sus
resoluciones más audaces y está dispuesta a exteriorizarse en gestos desacostumbrados. La fe
de ser instrumento del Señor para una misión singularísima fue en él profunda y sólida. Esto
fundaba en Él la actitud religiosa característica del siervo bíblico, del profeta que no puede
sustraerse al querer divino”68.
Esta “dimensión interior y ulterior” de la misión distingue al enviado del funcionario
competente y concienzudo, del profesional convencido y satisfecho del propio oficio y está en
el origen de las actitudes que configuran una espiritualidad apostólica. Nos libra del apego
excesivo a las satisfacciones y al éxito, del deseo, a veces inconsciente, de la propia
afirmación, del individualismo. Nos hace atentos a las dimensiones esenciales de nuestro
trabajo e infunde un sentido de serena confianza.
2. La originalidad “consagrada” de nuestra misión apostólica
En el apostolado se implican muchos, también en el juvenil y educativo. No pocos lo
hacen con espíritu salesiano.
Pero la misión de los religiosos tiene algunas características propias por las que su
66
Const.20
67
MB VII pag. 291
68
Stella P., Don Bosco nella storia della religiositá cattolica. Vol. II, pag 32
15

2.6 Page 16

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servicio aparece cualificante en la comunión eclesial, diverso de otra igual prestación material
ofrecida en otra condición de vida.
Es interesante meditar esta afirmación porque nos toca de cerca: como educadores
hacemos todo lo que hace un educador cristiano competente; como sacerdotes hacemos todo
lo que hace un sacerdote diocesano, sostenidos si se quiere por una praxis pastoral y por una
espiritualidad particular. Pero la misión se realiza con la vida aún antes que con el trabajo,
particularmente hoy cuando, en la mentalidad común, este último es concebido como un
medio y no se le confía el papel de expresar el sentido que se da a la existencia.
Elemento caracterizante de la misión de los consagrados es precisamente la opción de
vida, no sólo como fuente de energía para el trabajo, sino ella misma como mensaje y
servicio. “La misma vida consagrada, bajo la acción del Espíritu Santo que es la fuente de
toda vocación y de todo carisma, se hace misión, como lo ha sido toda la vida de Jesús”69.
Antes y más que en el hacer cualquier cosa, la misión de la vida consagrada consiste
en la forma que toma la existencia, en el vivir en un cierto modo en la Iglesia y en el mundo,
en el puesto que Dios ocupa en ella. En otros términos: no se abraza la vida consagrada sólo
para hacer cosas óptimas desde el punto de vista promocional o religioso, que hoy se pueden
también hacer de otros modos, sino porque se ha percibido y se quiere manifestar la presencia
de Dios en la historia y en la vida, en los campos y a través de las modalidades que la propia
vocación incluye.
La Exhortación Apostólica Vita Consecrata va presentando aquí y allá los motivos de
esta afirmación. Asumiendo la “forma de vida de Cristo”, los consagrados se convierten, para
la comunidad cristiana y para quien en el mundo se plantea preguntas incluso mínimas, en una
referencia a la venida de Jesús. La dimensión religiosa, que expresan de forma concentrada,
hace sentir la necesidad del reditus ad Deum, el retorno al menos al pensamiento de Dios.
En este sentido los consagrados son ya anuncio, mensaje y servicio. Tienen algo que
decir al hombre, recordando la dimensión que la Escritura llama “corazón”: interioridad,
conciencia, espiritualidad.
En ambientes en que se tiende a tomar en consideración sólo las condiciones
materiales de la vida, aún con el sano propósito de transformarlas, la vida consagrada
mantiene viva la necesidad de considerar otra dimensión, sin la cual todo progreso externo,
aún siendo necesario y obligado, puede ser ampliamente insuficiente.
La existencia personal y colectiva se funda sobre una constelación de valores que
todos asumimos: el respeto de los demás, el trabajo, la salud, la honradez, la responsabilidad
social. Diciendo constelación indicamos que entre ellos hay una organización y una jerarquía
que consiente verlos como un sistema. Cada uno pone en el centro algunos de su preferencia y
en coherencia con ellos organiza el todo.
Los consagrados ponen en el centro el valor religioso y la confesión de Cristo y de éste
se proyectan hacia los demás valores, considerando el primero como justificación y raíz de
todo lo que hacen. Así se dedican a la educación, curan a los enfermos, se dan a la
investigación. Cada ramo del obrar humano está abierto a los consagrados, con tal de que la
inspiración y la motivación sean propias de quien ha hecho de Dios su opción principal.
Aparece una anormalidad cuando otra dimensión se hace prioritaria y el espíritu religioso
queda marginado.
Los religiosos tienen una misión de estímulo y sostén para cuantos se entregan, aún
independientemente de la fe, en favor de los demás. Pienso en los jóvenes incluso no
practicantes que se nos acercan para incorporarse en las iniciativas, atraídos por el género de
vida que descubren en nosotros. Para los que viven ya la fe, el testimonio de los consagrados
califica la dedicación a los hermanos y a las hermanas, recordando que en la obra de la
69
VC, 72
16

2.7 Page 17

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salvación todo viene del ágape divino, recibido, vivido y dado.
Por último, subrayemos la perspectiva del más allá; es un servicio de visión y de
esperanza respecto de lo que está más allá de la vida terrena. Se trata de vivir el ansia de la
Iglesia hacia la plenitud de vida, el deseo de la patria que ocupa el corazón del cristiano, la
espera de la venida y del encuentro con el Señor que es contenido esencial de la fe, y de abrir
ventanas hacia la transcendencia para todos.
“Se puede decir por tanto que la persona consagrada está en “misión” en virtud de su
misma consagración, manifestada según el proyecto del propio instituto”70. Es el aspecto
principal. La conclusión parece ser que el trabajo pastoral, educativo o promocional, sin la
manifestación de la opción radical de vida por el seguimiento de Cristo no es capaz de
configurar la misión propia del religioso. Y, por otra parte, si es asumido a la luz de la
consagración, se convierte en una expresión eficaz y bajo ciertas condiciones emana energías
insólitas de caridad y ofrece mensajes particularmente elocuentes.
3. Servicio y profecía.
“Es obvio que, cuando el carisma fundacional contempla actividades pastorales, el
testimonio de vida y las obras de apostolado o de promoción humana son igualmente
necesarias: ambas representan a Cristo, que es al mismo tiempo el consagrado a la gloria del
Padre y el enviado al mundo para la salvación de los hermanos y hermanas”71.
Hemos dicho que, bajo ciertas condiciones, nuestro trabajo pastoral educativo emana
energías y emite mensajes.
La primera de estas condiciones es el carácter profético. Es de toda la Iglesia y de
siempre; pero es urgente hoy y particularmente indicado a los religiosos. Éstos son signo y
propuesta de orientación, más que simple solución de una necesidad humana; no suplen lo que
otros deberían hacer, sino que ofrecen lo que es propio de ellos: el evangelio. Jesús realiza
curaciones, pero “revela dimensiones nuevas de la vida”, “abre horizontes de Dios”, dice
palabras y hace acciones “incomprensibles” y “audaces”, criticables e inútiles por el
momento, pero que establecen nuevos criterios de existencia.
Son diez los números dedicados a este aspecto en la Exhortación Apostólica dentro del
capítulo de la misión .72 Se nos ofrece así un criterio válido para plantear los trabajos o las
obras.
En un mundo marcado por la comunicación, el lograr dar un mensaje parece ser uno
de los elementos principales de la pastoral. Es importante no sólo lo que se realiza
materialmente, sino lo que se suscita o se despierta, aquello a lo que se alude para suscitar
interrogantes, aquello que puede ser un destello, lo que se indica, los desafíos que se lanzan.
Se ha dicho que la vida consagrada no sólo debe responder a los desafíos, sino lanzar otros
nuevos ella misma; desafíos a la visión “cerrada”, al deseo de posesión, a la búsqueda del
placer inmediato Es interesante leer los signos de los tiempos, pero hace falta descubrir otros
nuevos. Se debe entrar en diálogo con la mentalidad corriente, pero también introducir en ella
elementos que no se encuentran en su lógica.
La dimensión profética no debe confundirse tout court con la contestación, en
particular dentro de la comunidad cristiana, con la teatralidad de los gestos hoy amplificados
con satisfacción por los medios de comunicación social, con la espectacularidad. Es verdad,
de todos modos, que la profecía comporta novedad, ruptura en relación con lo que se da por
descontado, superación de las ideas inmediatas y cerradas con respecto al más allá,
70
VC. 72
71
ib
72
cf. VC 84-93
17

2.8 Page 18

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ratificación de lo que es pequeño o escondido, pero verdadero, como hizo Jesús respecto del
óbolo de la viuda, asunción radical de lo que es cotidiano, pero fecundo.
Cuáles sean las funciones de la profecía y del profetismo se ven en la historia del
pueblo de Dios; no están lejos de nuestras demandas y de nuestra experiencia: la profecía
recuerda, suscita cuestiones, indica una orientación, interpreta los acontecimientos, refuerza y
sostiene, infunde esperanza, llama a enmienda y conversión.
No es un oficio fácil el de ser profeta; por eso, los que lo intentan con ligereza y
vanidad acaban por desanimarse o encerrase en otras posiciones.
Como paradigma del profetismo se presenta a Elías. De él se dice: “Vivía en su
presencia (de Dios) y contemplaba en silencio su paso, intercedía por el pueblo y proclamaba
con valentía su voluntad, defendía los derechos de Dios y se erguía en defensa de los pobres
contra los poderosos del mundo (cf. 1 Re, 18-19)”73.
El problema para los religiosos, y entre ellos los Salesianos, es cómo expresar esta
dimensión con eficacia. Esto requiere adherencia al mensaje, al estilo de vida y a las
iniciativas en el momento histórico. Los profetas hablaron dentro de su sociedad y de los
acontecimientos, transcendiéndolos, pero sin ignorarlos o disminuir su importancia. Se
requiere también que el anuncio sea auténtico y que los signos y las palabras sean
comprensibles.
Una de las dificultades principales de la vida consagrada frente al mundo de hoy es el
sentimiento de una separación cultural, que puede debilitar el arrojo profético y llevar a
formas de frustración, de resignación, de desaliento, de escondimiento y hasta de abandono.
Por eso, entre las muy interesantes y con frecuencia originales indicaciones contenidas
en esta parte y en otras de la Exhortación Apostólica, se llama la atención sobre “un mayor
compromiso cultural”. Para ser profética la vida consagrada debe estar en condiciones de
sacudir al mundo que se va alejando del evangelio. Y por esto debe ser capaz de leer, valorar,
asumir, significar y contestar las “corrientes” o “modas” culturales, en sus raíces además que
en sus manifestaciones.
Siguiendo los tres elementos de la consagración se pueden proponer algunos
itinerarios proféticos. La misión específica se revela profética cuando proyecta y realiza un
modo diverso, ‘más evangélico’, de afrontar las cuestiones del área típica del propio trabajo.
Así, pues, no sólo suplencia, beneficencia o simple mantenimiento.
En este sentido debemos preguntarnos qué debemos introducir hoy en la educación y
en nuestra presencia entre los jóvenes, para actualizar el impacto de novedad en la expresión
del amor que tuvo Don Bosco sobre su contexto.
El testimonio profético exige no sólo la entrega y la competencia en el propio trabajo,
sino también el esfuerzo de pensar creativamente y motivar culturalmente nuevas y más
evangélicas modalidades de presencia y de acción, para que el evangelio pueda ser levadura
en todas las situaciones.
Del seguimiento radical de Cristo debe provenir un discernimiento de los valores
corrientes y una propuesta que represente un tipo de educación alternativo.
Puede indicarse una denuncia que pone en discusión algunas orientaciones o
exageraciones de nuestras sociedades. Esto exige vigilancia y resistencia evangélica.
Comporta una franca acción crítica en relación con la exaltación del instinto sexual desligado
de toda norma moral, de la “cultura de la transgresión”, que lleva a verdaderas y propias
aberraciones; en relación con la búsqueda a toda costa del dinero (¡pensad en los enormes
fenómenos de explotación!), que conduce a la insensibilidad social y al abandono práctico de
los pobres a su destino, tanto por parte de los gobiernos como de la opinión pública; y
73
VC, 84
18

2.9 Page 19

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finalmente, en relación con el deseo exagerado y narcisista del éxito, del aparentar a toda
costa, del sobresalir, del poder.
Pero la contestación no basta y menos aún si se presenta como una condena
fundamentalista. Con la existencia realizada y serena y con una seria reflexión cultural, el
consagrado propone bienes en los que la persona puede colocar la felicidad y ofrece la
sabiduría que se contiene en el evangelio. Nosotros lo hacemos en términos de orientación y
de contenidos educativos asumidos en primer lugar por nosotros mismos.
Es interesante a propósito esta anotación: “Aquellos que siguen los consejos
evangélicos, al mismo tiempo que buscan la propia santificación, proponen, por así decirlo,
una ‘terapia espiritual’ para la humanidad, puesto que rechazan la idolatría de las criaturas y
hacen visible de algún modo al Dios viviente” .74 Es una terapia para el deseo insaciable, para
el vacío, para la búsqueda de lo inmediato, para el egoísmo.
Atención, reflexión, capacidad interpretativa, diálogo: de aquí deberían surgir la
capacidad y la prontitud para entrar en comunicación y confrontarse con la cultura “secular”,
si es verdad que el evangelio es un enriquecimiento para el hombre y, así, cuanto más se
acerca a Cristo, mejor hombre y mujer se vuelve75.
La vida fraterna en comunidad se hace profética cuando afina una conciencia crítica
en relación con el individualismo. Con ella nos unimos a los que elaboran una “cultura de la
solidaridad”, dando la propia aportación de experiencia y de reflexión. Esto llama la atención
cuando, como hemos expuesto en la Carta precedente, lleva a dilatar la comunión y el espíritu
de reconciliación, a acoger a los más necesitados y a intercambiar los dones del carisma en la
comunidad educativa.
4. Los múltiples dones de nuestra comunidad consagrada.
Otra originalidad de la aportación que puede dar nuestra experiencia de consagrados,
si es vivida con profundidad y manifestada luminosamente en el trabajo educativo, proviene
de la forma que tiene nuestra comunidad. En ella hay dones y carismas personales asumidos y
significados de nuevo en la consagración. Y hay deberes interpretados y vividos a la luz de la
consagración.
De modo particular la comunidad salesiana se enriquece con la presencia significativa
y complementaria del salesiano presbítero y del salesiano coadjutor .76 Juntos configuran una
plenitud insólita de energías para el testimonio y la misión educativa.
Podemos preguntarnos qué es lo que evidencian las figuras del salesiano coadjutor y
del salesiano presbítero en la experiencia y en el testimonio de la consagración apostólica; qué
es lo que la laicidad acentúa en la “consagración” y qué da la “consagración” a la “laicidad”,
las dos plasmadas y como fundidas por el espíritu salesiano. Igualmente podemos
preguntarnos qué es lo que el ministerio presbiteral acentúa en la consagración salesiana y qué
da ésta al ministro.
El valor original no está en la adición extrínseca de calidad o de categoría de los
socios, sino en la fisonomía que toma la comunidad salesiana.
El salesiano coadjutor “une en sí los dones de la consagración y de la laicidad” .77
Vive la laicidad no en las condiciones seculares, sino en las de la vida consagrada; vive como
religioso salesiano su vocación de laico y vive como laico su vocación comunitaria de
74
VC, 87
75
cf. GS n. 41
76
cf. CG24 174; Const. 45
77
CG24, 154;cf. 236
19

2.10 Page 20

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religioso salesiano78.
“A los consagrados – afirma el CG24 – les recuerda los valores de la creación y de las
realidades seculares; a los seglares les hace presentes los valores de la entrega total a Dios por
el Reino, y ofrece a todos una sensibilidad particular por el mundo del trabajo, la atención a la
zona y las exigencias de la competencia profesional, por donde pasa su acción educativa y
pastoral”79.
En él profesionalidades técnicas, campos de trabajo seculares, formas prácticas de
intervención muestran su orientación sustancial hacia el bien último del hombre,
especialmente de los jóvenes, y hacia el Reino. “Todo está abierto para él, aún aquellas cosas
que los sacerdotes no pueden hacer”; pero todo queda colocado bajo la luz del amor radical a
Cristo, polarizado hacia la evangelización y la salvación eterna de los muchachos.
“La presencia del salesiano laico enriquece la acción apostólica de la comunidad: hace
presentes a los salesianos presbíteros los valores de la vida religiosa laical y llama
constantemente a la colaboración sincera con los laicos; recuerda al salesiano sacerdote una
visión y un quehacer apostólico muy concreto y complejo, que va más allá de la actividad
presbiteral y catequística en sentido estricto”80.
Sobre todo en ciertos contextos y frente a un cierto modo de percibir y concebir al
sacerdote, como figura sagrada o cultual, el estilo de consagración del salesiano coadjutor
proclama concretamente la presencia y comunicación de Dios en lo cotidiano, la importancia
de hacerse discípulos antes de ser maestros, el deber de testimoniar una experiencia personal
de fe, más allá de los compromisos funcionales o de ministerio.
Ciertos actitudes, que se dan por descontados en el sacerdote en cuanto, como se dice,
pertenecen a su “oficio”, interpelan más cuando se encuentran en el religioso laico.
La figura del salesiano sacerdote une en sí los dones de la consagración y los del
ministerio pastoral. El sacerdocio tiene en él una realización original que nace precisamente
de la recíproca referencia interna y de la fusión fecundadora con la consagración apostólica
salesiana.
La reflexión eclesial ha clarificado que el sacerdocio no es genérico, ni como ejercicio
del ministerio, ni como gracia. Su práctica y su espiritualidad se van configurando
conformemente a la destinación vocacional del sujeto.
Han acertado los que para la biografía de Don Bosco han forjado el título: “Un
sacerdote educador”, o “Un sacerdote para los jóvenes”. El carisma ha dado origen a una
modalidad singular en el ser sacerdote y en el modo de ejercitar el ministerio.
El sacerdote es mediación sacramental de Cristo. A Él se conforma el Salesiano en la
caridad pastoral y en el deseo de “salvar” a los jóvenes en un contexto educativo. Su palabra
no sólo repite la palabra de Jesús, sino que participa de ella. En el ámbito educativo el
ejercicio de la palabra tiene situaciones, circunstancias, temas y formas “sui generis”. Van de
la homilía al diálogo personal y amigable, de la catequesis a la escuela. Usa el púlpito, la
cátedra y el patio. Toma forma de predicación, de saludo y de consejo. Ilumina las situaciones
de los jóvenes y cura sus heridas.
La acción de coordinación y de animación del sacerdote salesiano es participación en
el ministerio pastoral de Jesús y de la Iglesia. Dispone de la gracia de éstos para unir la
comunidad y orientarla hacia el Padre. En el ambiente y en la comunidad educativa tal
ministerio tiene exigencias, finalidades y modalidades típicas.
También el servicio de la santificación tiene en el ámbito educativo, con los
78
cf. El Salesiano Coadjutor. Roma 1989, n. 99
79
CG24, 154
80
El Salesiano Coadjutor, pag. 116
20

3 Pages 21-30

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3.1 Page 21

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muchachos más pobres y necesitados y con los colaboradores, sus itinerarios singulares que
llegan a su momento más significativo y fecundo en los sacramentos, pero no se limitan a
ellos. Es toda la iniciación en la vida de Cristo.
En la comunidad salesiana, clérigos y laicos construyen y testimonian una fraternidad
ejemplar por la eliminación de las distancias basadas en funciones y ministerios, por la
capacidad de poner juntos dones diversos en un proyecto único. La mutua relación es fuente
de recíproco enriquecimiento y estímulo para una experiencia armónica, donde el sacerdocio
no eclipsa la identidad religiosa y la característica laical no oculta la radicalidad de la
consagración. Todo esto es un antídoto contra la clericalización del religioso sacerdote, que se
deplora en algunas zonas de la vida consagrada, o contra la secularización del religioso laico.
Deberemos estar particularmente atentos a estimular a los sacerdotes para que sean
sensibles a la dimensión histórico-laical de la Iglesia y de la salvación y a favorecer una
experiencia de los coadjutores no genérica. sino alimentada por la caridad pastoral. Así la
gracia de unidad se evidenciará en la vida de cada hermano, en la fisonomía de la comunidad
y en el cumplimiento de la misión.
En la Congregación hay algo más de 11.000 sacerdotes, todos suscitados por Dios
como educadores de los jóvenes. ¿Qué sucedería si todos reavivásemos y pusiésemos por obra
con intensidad nuestro sacerdocio “típico”? Y con esto no me refiero a tomar un ministerio
fuera del ámbito que se nos ha confiado, sino precisamente a poner en juego todos los
recursos del sacerdocio en el ambiente juvenil y en la comunidad educativa.
Igualmente hay un número nada indiferente de laicos consagrados: cerca de 2.500.
¿Cuánto puede influir en los jóvenes y educadores su laicidad vivida a la luz del amor de Dios
y de los hermanos? Su presencia significativa y creíble hace ver a los jóvenes los valores del
seguimiento y del discipulado que ellos muchas veces identifican con el sacerdocio; “ofrece a
cuantos no se sienten llamados a una vida consagrada, un modelo más próximo de vida
cristiana, de santificación del trabajo y de apostolado laical. Permite a la comunidad salesiana
una peculiar encarnación apostólica en el mundo y una presencia particular en la misión de la
Iglesia81.
5. Algunas consecuencias.
Cuanto venimos diciendo tiene aplicaciones muy prácticas en tres ámbitos. Las
enuncio sólo sintéticamente para sugerir una reflexión ulterior.
El primero es nuestra comunidad religiosa. Los signos de la sequela Christi deben ser
evidentes y legibles en la primacía dada al espíritu religioso y a la vida espiritual. Éstos se
manifiestan en la oración serena, regular y participada. Hoy, decíamos antes, conventos y
monasterios invitan a católicos y profanos a una experiencia de oración. Fue típico de Don
Bosco y de sus Salesianos rezar con los jóvenes y con la gente. Sería interesante que nuestra
oración fuera tan educativa que pudiéramos compartirla, en circunstancias particulares, con
quien quiera tomar parte en ella.
La consagración se manifiesta también en la dedicación a un trabajo comunitario
ordenado, preparado y hecho con esmero. Me ha impresionado leer en la Regla de un instituto
religioso estas indicaciones sobre el trabajo: “Es obediencia y prolongación de la Eucaristía y
de la liturgia de las horas y objeto normal de nuestra oferta: por lo tanto, debe ser
preordenado, custodiado, realizado con celo religioso”82.
La consagración se muestra también en la templanza evangélica. Hoy se está pidiendo
81
El Salesiano Coadjutor, pag. 116; cf. ACG21, 195
82
Piccola Famiglia dell´Anunzoata, Documentos 10/25
21

3.2 Page 22

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de muchas partes un retorno a la austeridad cotidiana frente al propagarse del consumismo, de
las desigualdades y del despilfarro. La templanza abraza todas las manifestaciones visibles de
los votos. Sobre todo la consagración florece en la unidad de espíritu y de acción; es el signo
que Jesús mismo recomienda a los discípulos, el que Don Bosco más deseaba ver en sus
comunidades.
El segundo ámbito, donde ofrecer los dones de la consagración, es la comunidad
educativa pastoral, en la cual lleva a subrayar la primacía de la espiritualidad como energía
principal del educador. Decimos muchas veces que el Sistema Preventivo es espiritualidad y
pedagogía y que entre las dos hay tal comunicación que no es posible poner en práctica la
segunda si no se asume también la primera. Tal convicción corresponde a una afirmación de
Don Bosco: “La práctica de este sistema se apoya totalmente en las palabras de san Pablo: La
caridad es benigna y paciente; todo lo sufre, todo lo espera y lo soporta todo” .83 El Sistema
Preventivo, ha afirmado el CG2484, tiene un alma religiosa. Es una pedagogía del Espíritu. La
dimensión humanista y profesional debe ser valorizada al máximo. Pero toda ella debe ir
fermentada por la levadura de la orientación hacia Dios y hacia la fe.
El tercer ámbito, en el cual puede hacerse sentir la consagración, es el ambiente
educativo. Hay mucho que asumir de cuanto hemos dicho sobre la profecía. A través de
palabras y ejemplos los jóvenes pueden ver en nuestra vida una crítica y un anuncio: crítica a
los excesos de la mentalidad transgresiva, a la carrera a los bienes que produce la miseria, a la
libertad sin sentido; un anuncio de nuevas y originales formas en que la persona puede
realizarse, de los bienes reales que proponen las Bienaventuranzas y de la donación de sí
como resorte de la vida.
La manifestación más clara de nuestra presencia de consagrados en los ambientes
educativos es su fermentación pastoral. El educador apunta, desde el comienzo, a revelar a los
jóvenes el amor de Dios, sea cual sea el punto de partida y los caminos a recorrer. Lo hace a
través de una apertura a la fe, predisponiendo para los jóvenes un encuentro con Cristo vivo y
manteniendo un camino de crecimiento mediante la catequesis, los sacramentos, la
participación en la Iglesia. Una educación neutra o sin referencia a Cristo no tendría sentido
para nosotros. La consagración nos invita, pues, a meditar y a realizar el evangelizar
educando.
6. El Guía de la comunidad consagrada.
El desarrollo de los dones de la consagración y la comunicación de sus riquezas a la
comunidad educativa y a los jóvenes están confiados a la corresponsabilidad comunitaria. La
animación de ésta es también participada, pero tiene en el director su punto de referencia y el
responsable principal. Él es al mismo tiempo Superior religioso, director de la obra apostólica,
padre espiritual de la comunidad.
Se ha meditado mucho sobre su figura y su función, no sin razón dada la evolución
que ha tenido lugar en las comunidades y en la gestión de las obras. Figura y función
maduraron en Don Bosco mismo, que fue director por mucho tiempo y en la fase más creativa
de su vida. De nuestro Padre se recuerda sobre todo la preocupación por el bien espiritual, la
bondad que inspiraba sus relaciones y la sabiduría en la orientación de cada uno y del grupo:
un trinomio que caracteriza su paternidad. Ésta, luego, se expresaba en múltiples gestos y
actitudes.
Justamente nuestro texto, El Director Salesiano, advierte que la primera labor del
83
Don Bosco, El Sistema Preventivo en la educación de la juventud, 2; cf. Constituciones SDB, Escritos
de Don Bosco, pag. 240
84
cf. CG24, 100 y passim
22

3.3 Page 23

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director es “suscitar en cada uno la conciencia de lo que es, de hacer emerger sus capacidades
y carismas, de ayudarle a mantener despierto el espíritu de la vida teologal; (...) en una
palabra, de crear el clima y las condiciones adecuadas para que cada salesiano, con plena
docilidad a la gracia, pueda madurar en la identidad de su vocación y realizar la plenitud de la
unión con Dios, característica de Don Bosco. Todo esto supone la capacidad técnica de quien
sabe organizar y dirigir, y todavía más un espíritu e incluso un arte espiritual” .85
Los últimos Capítulos han insistido en una animación “espiritual” capaz de proponer
de nuevo, en forma contextualizada, los motivos que están en la base de nuestra vida, para
favorecer una respuesta cada vez más consciente y completa al Señor.
La situación actual de nuestras comunidades, su función en el nuevo modelo
operativo, la exigencia de animar una comunidad de consagrados, la insistencia sobre la
comunidad local como lugar de formación permanente, piden al Superior dar prioridad a
algunos aspectos de su servicio. Están bien indicados en nuestro Manual, pero en esta
oportunidad será bueno leerlos también en los textos del Sínodo: “Quien preside la comunidad
debe considerarse ante todo un maestro de espíritu, el cual, ejerciendo una función o
ministerio de enseñar, realiza una verdadera dirección espiritual de la comunidad, una
enseñanza autorizada hecha en nombre de Cristo, respecto del carisma del Instituto. Él sirve a
Dios en la medida en que promueve la autenticidad de la vida comunitaria y sirve a los
hermanos ayudándolos a realizar su vocación en la verdad”86.
Debemos reconocer los signos positivos que en este punto existen en la Congregación,
como la disponibilidad para asumir la responsabilidad de la dirección muchas veces en
condiciones de escasez del personal, la formación permanente que se va abriendo camino casi
en todas partes, la nueva atención para manifestar la unidad fraterna, el interés por
comprender las modalidades posibles de dirección espiritual.
Volviendo sobre los puntos desarrollados en la primera parte de esta carta, siento el
deber de pedir a los directores que animen la consagración, despertando en los hermanos la
feliz experiencia de la llamada, subrayando la iniciativa de Dios en la vida y en la acción de la
comunidad, insistiendo sobre el proyecto en sus diversos aspectos y profundizando el
significado de la profesión.
Hay algunos momentos y prácticas que proteger para que a ninguna comunidad le falte
la Palabra, el encuentro de oración, la fraternidad en la experiencia de consagración, la
corresponsabilidad en el testimonio y en la acción comunitaria.
Recuerdo la utilidad del discernimiento que lleva, en espíritu de sinceridad y
conversión87, a buscar la voluntad de Dios en las cuestiones que se refieren al proyecto
apostólico88, a la vida de comunidad ,89 los dones y las capacidades de los hermanos ,90 la
clarificación vocacional91 y las tendencias culturales.
Según nuestra tradición, dicen las Constituciones, “las comunidades tienen como guía
a un socio sacerdote que, por la gracia del ministerio presbiteral y la experiencia pastoral,
sostiene y orienta el espíritu y la acción de los hermanos”92.
No se trata sólo de un requisito jurídico, sino de algo que afecta a la sustancia, a las
modalidades y a los caminos que toma el servicio de autoridad del director. A él se le pide que
ponga en ella todos los dones y las energías de su sacerdocio, que anime como sacerdote y no
85
El Director Salesiano, Roma 1986, n. 105
86
La Vida Consagrada y su misión en la Iglesia y en el mundo, Instrumentum laboris
87
cf. Const. 91
88
cf. Const. 44
89
cf. Const. 66
90
cf. Const. 69
91
cf. Const. 107
92
Const. 121
23

3.4 Page 24

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sólo como técnico. Debe ser, para la comunidad y para su ambiente educativo, mediación
sacramental de Cristo. La comunidad religiosa y el ambiente educativo son el campo donde el
Señor lo llama para hacer fructificar su sacerdocio.
***
Cada día, al concluir la meditación, renovamos nuestro acto de abandono a la Virgen,
invocándola con dos títulos unidos entre sí que sintetizan la historia y la espiritualidad
salesiana: Inmaculada y Auxiliadora. Es una práctica mantenida en todas partes con afectuosa
adhesión y sentida devoción.
Me viene espontáneo recitar la oración de entrega, espiritualmente unido a vosotros, al
término de estas reflexiones.
Las Constituciones, recogiendo una tradición espiritual, ven en esta imagen de María
la representación de nuestra consagración apostólica: “María Inmaculada y Auxiliadora –
dicen – nos educa para la donación plena al Señor y nos alienta en el servicio a los
hermanos”93. Los dos aspectos fundidos en un único movimiento de caridad.
Ella nos enseñe a vivir en este nuestro tiempo el seguimiento incondicional de Cristo y
el asiduo servicio del que es Maestra y ejemplo94 y a comunicar a los jóvenes la alegría que
lleva consigo el ponerse al seguimiento de Jesús.
93
Const. 92
94
cf. VC, 28
24