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CONGREGACIÓN PARA LOS INSTITUTOS DE VIDA
CONSAGRADA
Y LAS SOCIEDADES DE VIDA APOSTÓLICA
CAMINAR DESDE CRISTO:
UN RENOVADO COMPROMISO
DE LA VIDA CONSAGRADA
EN EL TERCER MILENIO
Instrucción
ÍNDICE
Introducción
Contemplando el esplendor del rostro de Cristo
Caminando por las huellas de Cristo
Cinco años de la Exhortación Apostólica Vita consecrata
Caminar en la esperanza
Primera Parte
La vida consagrada presencia de la caridad de Cristo en
medio de la humanidad
Un camino en el tiempo
Por la santidad de todo el Pueblo de Dios
En misión por el Reino
Dóciles al Espíritu
Segunda parte
La valentía para afrontar las pruebas y los retos
Descubrir el sentido y la calidad de la vida consagrada
La función de los superiores y de las superioras
La formación permanente
La animación vocacional
Los caminos formativos
Algunos retos particulares
Tercera parte

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La vida espiritual en el primer lugar
Caminar desde Cristo
Contemplar los rostros de Cristo
La Palabra de Dios
Oración y contemplación
La Eucaristía lugar privilegiado para el encuentro con el
Señor
El rostro de Cristo en la prueba
La espiritualidad de comunión
Comunión entre carismas antiguos y nuevos
En comunión con los laicos
En comunión con los Pastores
Cuarta parte
Testigos del amor
Reconocer y servir a Cristo
En la imaginación de la caridad
Anunciar el Evangelio
Servir a la vida
Difundir la verdad
La apertura a los grandes diálogos
Los retos actuales
Mirar hacia adelante y hacia lo alto
INTRODUCCIÓN
Contemplando el esplendor del rostro de Cristo
1. Las personas consagradas, contemplando el rostro crucificado y
glorioso1 de Cristo y testimoniando su amor en el mundo, acogen con
gozo, al inicio del tercer milenio, la urgente invitación del Santo Padre
Juan Pablo II a remar mar adentro: «¡Duc in altum!» (Lc 5, 4). Estas
palabras, repetidas en toda la Iglesia, han suscitado una nueva gran
esperanza, han reavivado el deseo de una más intensa vida evangélica, han
abierto de par en par los horizontes del diálogo y de la misión.
Quizás nunca como hoy la invitación de Jesús a remar mar adentro
aparece como respuesta al drama de la humanidad, víctima del odio y de la
muerte. El Espíritu Santo actúa siempre en la historia y puede sacar de las
desdichas humanas un discernimiento de los acontecimientos que se abre
al misterio de la misericordia y de la paz entre los hombres.
Efectivamente, el Espíritu, desde el mismo desconcierto de las naciones,
estimula en muchos la nostalgia de un mundo distinto que ya está presente
en medio de nosotros. Lo asegura Juan Pablo II a los jóvenes cuando los
exhorta a ser «centinelas de la mañana» que vigilan, fuertes en la
esperanza, en espera de la aurora.2

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Ciertamente los dramáticos sucesos en el mundo de estos últimos años han
impuesto a los pueblos nuevos y más fuertes interrogantes que se han
añadido a los ya existentes, surgidos en el contexto de una sociedad
globalizada, ambivalente en la realidad, en la cual «no se han globalizado
sólo tecnología y economía, sino también inseguridad y miedo,
criminalidad y violencia, injusticia y guerras».3
En esta situación el Espíritu llama a las personas consagradas a una
constante conversión para dar nueva fuerza a la dimensión profética de su
vocación. Éstas, en efecto, «llamadas a poner la propia existencia al
servicio de la causa del Reino de Dios, dejándolo todo e imitando más de
cerca la forma de vida de Jesucristo, asumen un papel sumamente
pedagógico para todo el Pueblo de Dios».4
El Santo Padre se ha hecho intérprete de esta esperanza en su Mensaje a
los Miembros de la última Plenaria de nuestra Congregación: «La Iglesia
—escribe— cuenta con la dedicación constante de esta multitud elegida de
hijos e hijas, con ansias de santidad y con entusiasmo de su servicio, para
favorecer y sostener el esfuerzo de todo cristiano hacia la perfección y
reforzar la solidaria acogida del prójimo, especialmente del más
necesitado. De este modo, se reafirma la presencia vivificante de la
caridad de Cristo en medio de los hombres».5
Caminando por las huellas de Cristo
2. Pero ¿cómo descifrar en el espejo de la historia y en el de la actualidad
las huellas y signos del Espíritu y las semillas de la Palabra, presentes hoy
como siempre en la vida y en la cultura humana?6 ¿Cómo interpretar los
signos de los tiempos en una realidad como la nuestra, en la que abundan
las zonas de sombra y de misterio? Sucede que el Señor mismo —como
con los discípulos en el camino de Emaús— se hace nuestro compañero de
viaje y nos da su Espíritu. Solo Él, presente entre nosotros, puede hacernos
comprender plenamente su Palabra y actualizarla, puede iluminar las
mentes y encender los corazones.
«He aquí que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo»
(Mt 28, 20). El Señor Resucitado ha permanecido fiel a su promesa. A lo
largo de los 2000 años de historia de la Iglesia, gracias a su Espíritu, se ha
hecho constantemente presente en ella iluminándole el camino,
inundándola de gracia, infundiéndole la fuerza para vivir siempre con
mayor intensidad su palabra y para cumplir la misión de salvación como
sacramento de la unidad de los hombres con Dios y entre ellos mismos.7
La vida consagrada, en el continuo desarrollarse y afirmarse en formas
siempre nuevas, es ya en sí misma una elocuente expresión de esta su
presencia, como una especie de Evangelio desplegado durante los siglos.
Ésa aparece en efecto como «prolongación en la historia de una especial
presencia del Señor resucitado».8 De esta certeza las personas consagradas
deben sacar un renovado impulso, haciendo que sea la fuerza inspiradora
de su camino.9

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La sociedad actual espera ver en ellas el reflejo concreto del obrar de
Jesús, de su amor por cada persona, sin distinción o adjetivos calificativos.
Quiere experimentar que es posible decir con el apóstol Pablo «esta vida
en la carne la vivo en la fe en el Hijo de Dios, que me amó hasta
entregarse por mí» (Ga 2, 20).
Cinco años de la Exhortación Apostólica Vita consecrata
3. Para ayudar con el discernimiento a hacer siempre más segura esta
particular vocación y sostener hoy las valientes opciones de testimonio
evangélico, la Congregación para los Institutos de vida consagrada y las
Sociedades de vida apostólica celebró su Plenaria del 25 al 28 de
septiembre de 2001.
En 1994 la IX Asamblea ordinaria del Sínodo de los Obispos, completando
el análisis «de las peculiaridades que caracterizan los estados de vida
queridos por el Señor Jesús para su Iglesia»,10 después de los Sínodos
dedicados a los laicos y a los presbíteros, estudió La vida consagrada y su
misión en la Iglesia y en el mundo. El Santo Padre Juan PabloII,
recogiendo las reflexiones y las esperanzas de la Asamblea sinodal, dio a
toda la Iglesia la Exhortación Apostólica postsinodal Vita consecrata.
Cinco años después de la publicación de este fundamental Documento del
magisterio eclesial, nuestro Dicasterio, en la Plenaria, se ha preguntado
por la eficacia con que ha sido acogido y llevado a la práctica en el interior
de las comunidades y de los institutos y en las Iglesias particulares.
La Exhortación Apostólica Vita consecrata ha sabido expresar con
claridad y profundidad la dimensión cristológica y eclesial de la vida
consagrada en una perspectiva teológica trinitaria que ilumina con nueva
luz la teología del seguimiento y de la consagración, de la vida fraterna en
comunidad y de la misión; ha contribuido a crear una nueva mentalidad
acerca de su misión en el pueblo de Dios; ha ayudado a las mismas
personas consagradas a tomar mayor conciencia de la gracia de la propia
vocación.
Es necesario continuar profundizando y llevando a la práctica este
documento programático. Sigue siendo el punto de referencia más
significativo y necesario para guiar el camino de fidelidad y de renovación
de los Institutos de vida consagrada y de las Sociedades de vida apostólica,
y, al mismo tiempo, está abierto para promover perspectivas válidas de
formas nuevas de vida consagrada y de vida evangélica.
Caminar en la esperanza
4. El Gran Jubileo del año 2000 ha marcado profundamente la vida de la
Iglesia; en él toda la vida consagrada ha estado fuertemente comprometida
en todo el mundo. Precedido de una oportuna preparación, el 2 de febrero
de 2000 se celebró en todas las iglesias particulares el Jubileo de la vida
consagrada.
Al final del Año Jubilar, para cruzar juntos el umbral del nuevo milenio, el

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Santo Padre quiso recoger la herencia de las celebraciones jubilares en la
Carta apostólica Novo millennio ineunte. En este texto, con extraordinaria
pero no imprevista continuidad, se encuentran algunos temas
fundamentales, ya en cierto modo anticipados en la Exhortación Vita
consecrata: Cristo centro de la vida de cada cristiano,11 la pastoral y la
pedagogía de la santidad, su carácter exigente, su alto grado en la vida
cristiana ordinaria,12 la difusa exigencia de espiritualidad y de oración,
actuada principalmente en la contemplación y en la escucha de la Palabra
de Dios,13 la incidencia insustituible de la vida sacramental,14 la
espiritualidad de comunión15 y el testimonio del Amor que se expresa en
una nueva fantasía de la caridad hacia el que sufre, hacia el mundo herido
y esclavo del odio, en el diálogo ecuménico e interreligioso.16
Los Padres de la Plenaria, partiendo de los elementos ya formulados en la
Exhortación Apostólica y colocados por la experiencia del Jubileo de
frente a la necesidad de un renovado compromiso de santidad, han puesto
en evidencia los interrogantes y las aspiraciones que, en las diversas partes
del mundo, las personas consagradas advierten, recogiendo los aspectos
más significativos. Su intención no ha sido ofrecer otro documento
doctrinal, sino ayudar a la vida consagrada a entrar en las grandes
indicaciones pastorales del Santo Padre, con la ayuda de su autoridad y de
su servicio carismático a la unidad y a la misión universal de la Iglesia. Un
don que va transformado y puesto en práctica con la fidelidad al
seguimiento de Cristo según los consejos evangélicos y con la fuerza de la
caridad vivida diariamente en la comunión fraterna y en una generosa
espiritualidad apostólica.
Las Asambleas especiales del Sínodo de los Obispos, con carácter
continental, que marcaron la preparación al Jubileo, se interesaron por la
contextualización eclesial y cultural de las aspiraciones y de los retos de la
vida consagrada. Los Padres de la Plenaria no han intentado retomar un
análisis de la situación. Simplemente, mirando al hoy de la vida
consagrada y permaneciendo atentos a las indicaciones del Santo Padre,
invitan a los consagrados y a las consagradas, en sus ambientes y culturas,
a dirigir la mirada sobre todo a la espiritualidad. Su reflexión, recogida
en estas páginas, se desarrolla en cuatro partes. Después de haber
reconocido la riqueza de la experiencia que la vida consagrada está
viviendo actualmente en la Iglesia, han querido expresar su gratitud y total
aprecio por aquello que es y por aquello que hace (I parte). No se han
escondido las dificultades, las pruebas, los retos a los que hoy están
sometidos los consagrados y las consagradas, sino que los han leído como
una nueva oportunidad para descubrir de manera más profunda el sentido
y la calidad de la vida consagrada (II parte). El llamamiento más
importante que se ha querido recoger es el de un compromiso renovado en
la vida espiritual, caminando desde Cristo en el seguimiento evangélico y
viviendo en particular la espiritualidad de la comunión (III parte).
Finalmente han querido acompañar a las personas consagradas por los
caminos del mundo, donde Cristo continúa caminando y haciéndose hoy
presente, donde la Iglesia lo proclama Salvador del mundo, donde el latido
trinitario de la caridad amplía la comunión en una renovada misión (IV
parte).

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Primera Parte
LA VIDA CONSAGRADA
PRESENCIA DE LA CARIDAD DE CRISTO
EN MEDIO DE LA HUMANIDAD
5. Volviendo la mirada a la presencia y al múltiple compromiso que los
consagrados y las consagradas desarrollan en todos los campos de la vida
eclesial y social, los Padres de la Plenaria han querido manifestarles
aprecio sincero, gratitud y solidaridad. Éste es el sentir de la Iglesia entera
que el Papa, dirigiéndose al Padre, fuente de todo bien, expresa así: «Te
damos gracias por el don de la vida consagrada, que te busca en la fe y, en
su misión universal, invita a todos a caminar hacia ti».17 A través de una
existencia transfigurada, participa en la vida de la Trinidad y confiesa el
amor que salva.18
Verdaderamente merecen agradecimiento por parte de la comunidad
eclesial las personas consagradas: monjes y monjas, contemplativos y
contemplativas, religiosos y religiosas dedicados a las obras de apostolado,
miembros de los institutos seculares y sociedades de vida apostólica,
eremitas y vírgenes consagradas. Su existencia da testimonio de amor a
Cristo cuando se encaminan al seguimiento como viene propuesto en el
Evangelio y, con íntimo gozo, asumen el mismo estilo de vida que Él
eligió para Sí.19 Esta loable fidelidad, aun no buscando otra aprobación
que la del Señor, se convierte en «memoria viviente del modo de existir y
de actuar de Jesús como Verbo encarnado ante el Padre y ante los
hermanos».20
Un camino en el tiempo
6. Hasta en la simple cotidianeidad, la vida consagrada crece en progresiva
maduración para convertirse en anuncio de un modo de vivir alternativo al
del mundo y al de la cultura dominante. Con su estilo de vida y la
búsqueda del Absoluto, casi insinúa una terapia espiritual para los males
de nuestro tiempo. Por eso, en el corazón de la Iglesia representa una
bendición y un motivo de esperanza para la vida humana y para la misma
vida eclesial.21
Además de la presencia activa de nuevas generaciones de personas
consagradas que hacen viva la presencia de Cristo en el mundo y el
esplendor de los carismas eclesiales, es particularmente significativa la
presencia escondida y fecunda de consagrados y consagradas que conocen
la ancianidad, la soledad, la enfermedad y el sufrimiento. Al servicio ya
ofrecido y a la sabiduría que pueden compartir con otros, añaden la propia
preciosa contribución uniéndose con su oblación al Cristo paciente y
glorificado en favor de su Cuerpo que es la Iglesia (cf.Col 1, 24).
7. La vida consagrada ha seguido en estos años caminos de

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profundización, purificación, comunión y misión. En las dinámicas
comunitarias se han intensificado las relaciones personales y a la vez se ha
reforzado el cambio intercultural, reconocido como beneficioso y
estimulante por las propias instituciones. Se aprecia un loable esfuerzo por
encontrar un ejercicio de la autoridad y de la obediencia más inspirado en
el Evangelio que afirma, ilumina, convoca, integra, reconcilia. En la
docilidad a las indicaciones del Papa, crece la sensibilidad a las peticiones
de los Pastores y se incrementa la colaboración formativa y apostólica
entre los Institutos.
Las relaciones con toda la comunidad cristiana se van configurando cada
vez mejor como cambio de dones en la reciprocidad y en la
complementariedad de las vocaciones eclesiales.22 Es, en efecto, en las
Iglesias locales donde se pueden establecer indicaciones programáticas
concretas que permitan que el anuncio de Cristo llegue a las personas,
modele las comunidades e incida profundamente mediante el testimonio
de los valores evangélicos en la sociedad y en la cultura.23
De simples relaciones formales se pasa fácilmente a una fraternidad vivida
en el mutuo enriquecimiento carismático. Es un esfuerzo que puede ayudar
a todo el Pueblo de Dios, porque la espiritualidad de la comunión da un
alma a la estructura institucional, con una llamada a la confianza y
apertura que responde plenamente a la dignidad y a la responsabilidad de
cada bautizado.24
Por la santidad de todo el Pueblo de Dios
8. La llamada a seguir a Cristo con una especial consagración es un don de
la Trinidad para todo un Pueblo de elegidos. Viendo en el bautismo el
común origen sacramental, consagrados y consagradas condividen con los
fieles la vocación a la santidad y al apostolado. En el ser signos de esta
vocación universal manifiestan la misión específica de la vida
consagrada.25
Las personas consagradas, para bien de la Iglesia, han recibido la llamada
a una «nueva y especial consagración»,26 que compromete a vivir con
amor apasionado la forma de vida de Cristo, de la Virgen María y de los
Apóstoles.27 En el mundo actual es urgente un testimonio profético que se
base «en la afirmación de la primacía de Dios y de los bienes futuros,
como se desprende del seguimiento y de la imitación de Cristo casto,
pobre y obediente, totalmente entregado a la gloria del Padre y al amor de
los hermanos y hermanas».28
De las personas consagradas se difunde en la Iglesia una convencida
invitación a considerar la primacía de la gracia y a responder mediante un
generoso compromiso espiritual.29 A pesar de los vastos procesos de
secularización, los fieles advierten una difusa exigencia de espiritualidad,
que muchas veces se manifiesta como una renovada necesidad de
oración.30 Los acontecimientos de la vida, aun en su misma cotidianeidad,
se ponen como interrogantes que hay que leer en clave de conversión. La
dedicación de los consagrados al servicio de una calidad evangélica de la

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vida contribuye a tener viva de muchos modos la práctica espiritual entre
el pueblo cristiano. Las comunidades religiosas buscan cada vez más ser
lugares para la escucha y el compartir la palabra, la celebración litúrgica,
la pedagogía de la oración y el acompañamiento y la dirección espiritual.
Sin pretenderlo siquiera, la ayuda dada a los demás viene a ser ventaja
recíproca.31
En misión por el Reino
9. A imagen de Jesús, aquellos a quienes Dios llama para que le sigan son
consagrados y enviados al mundo para continuar su misión. Más aún, la
misma vida consagrada, bajo la acción del Espíritu Santo, se hace misión.
Los consagrados, cuanto más se dejan conformar a Cristo, más lo hacen
presente y operante en la historia para la salvación de los hombres.32
Abiertos a las necesidades del mundo en la óptica de Dios, miran a un
futuro con sabor de resurrección, dispuestos a seguir el ejemplo de Cristo
que ha venido entre nosotros «a dar su vida y a darla en abundancia» (Jn
10, 10).
El celo por la instauración del Reino de Dios y la salvación de los
hermanos viene así a constituir la mejor prueba de una donación
auténticamente vivida por las personas consagradas. He aquí porqué todo
intento de renovación se traduce en un nuevo ímpetu por la misión
evangelizadora.33 Aprenden a elegir con la ayuda de una formación
permanente marcada por intensas experiencias espirituales que conducen a
decisiones valientes.
En las intervenciones de los Padres en la Plenaria, así como en las
relaciones presentadas, ha despertado admiración la multiforme actividad
misionera de los consagrados y de las consagradas. De modo particular
nos damos cuenta del valor del trabajo apostólico desarrollado con la
generosidad y la particular riqueza connatural del “carácter femenino” de
las mujeres consagradas. Se merece el más grande reconocimiento por
parte de todos, pastores y fieles. Pero el camino iniciado debe
profundizarse y extenderse. «Urge por tanto dar algunos pasos concretos,
comenzando por abrir espacios de participación a las mujeres en diversos
sectores y a todos los niveles, incluidos aquellos procesos en que se
elaboran las decisiones».34
Hay que decir gracias, sobre todo a quien se encuentra en primera línea.
La disponibilidad misionera se ha reafirmado con una valiente expansión
hacia los pueblos que esperan el primer anuncio del Evangelio. Nunca
como en estos años ha habido tantas fundaciones, precisamente en
momentos agravados por la dificultad numérica que sufren los Institutos.
Buscando entre las señales de la historia una respuesta a las expectativas
de la humanidad, la osadía y la audacia evangélica han empujado a los
consagrados y a las consagradas a lugares difíciles hasta el riesgo y el
sacrificio efectivo de la vida.35
Con renovado esmero muchas personas consagradas encuentran en el
ejercicio de las obras de misericordia evangélica enfermos que curar,

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necesitados de todo tipo, afligidos por pobrezas antiguas y nuevas.
También otros ministerios, como el de la educación, reciben de ellas una
colaboración indispensable que hace madurar la fe a través de la
catequesis o ejercita un verdadero apostolado intelectual. No faltan
tampoco quienes sostienen con sacrificio y siempre con más amplias
colaboraciones la voz de la Iglesia en los medios de comunicación que
promueven la transformación social.36 Una opción fuerte y convencida ha
llevado a aumentar el número de religiosos y religiosas que viven entre los
excluidos. En medio de una humanidad en movimiento, cuando tantas
gentes se ven obligadas a emigrar, estos hombres y mujeres del Evangelio
avanzan hacia la frontera por amor de Cristo, haciéndose cercanos a los
últimos.
También es significativa la aportación eminentemente espiritual que
ofrecen las monjas en la evangelización. Es «alma y fermento de las
iniciativas apostólicas, dejando la participación activa en las mismas a
quienes corresponde por vocación».37«De este modo, su vida se convierte
en una misteriosa fuente de fecundidad apostólica y de bendición para la
comunidad cristiana y para el mundo entero».38
Conviene, en fin, recordar que en estos últimos años el Martirologio del
testimonio de la fe y del amor en la vida consagrada se ha enriquecido
notablemente. Las situaciones difíciles han exigido a no pocos de ellos la
prueba suprema de amor en genuina fidelidad al Reino. Consagrados a
Cristo y al servicio de su Reino han dado testimonio de la fidelidad del
seguimiento hasta la cruz. Diversas las circunstancias, variadas las
situaciones, pero una la causa del martirio: la fidelidad al Señor y a su
Evangelio, «porque no es la pena la que hace al mártir, sino la causa».39
Dóciles al Espíritu
10. Es éste un tiempo en que el Espíritu irrumpe, abriendo nuevas
posibilidades. La dimensión carismática de las diversas formas de vida
consagrada, siempre en camino y nunca completada, prepara en la Iglesia,
en comunión con el Paráclito, la llegada de Aquél que debe venir, de Aquél
que es ya el porvenir de la humanidad en camino. Como María Santísima,
la primera consagrada, por virtud del Espíritu Santo y por el don total de sí
misma ha engendrado a Cristo para redimir a la humanidad con una
donación de amor, así las personas consagradas, perseverando en la
apertura al Espíritu creador y manteniéndose en la humilde docilidad, hoy
están llamadas a apostar por la caridad, «viviendo el compromiso de un
amor activo y concreto con cada ser humano».40 Existe un vínculo
particular de vida y de dinamismo entre el Espíritu Santo y la vida
consagrada, por eso las personas consagradas deben perseverar en la
docilidad al Espíritu Creador. Él obra según el deseo del Padre en honor de
la gracia que le ha sido dada en el Hijo querido. Y es el mismo Espíritu
quien irradia el esplendor del misterio sobre la entera existencia, gastada
por el Reino de Dios y el bien de multitudes tan necesitadas y
abandonadas. También el futuro de la vida consagrada se ha confiado al
dinamismo del Espíritu, autor y dispensador de los carismas eclesiales,
puestos por Él al servicio de la plenitud del conocimiento y actuación del

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Evangelio de Jesucristo.
Segunda Parte
LA VALENTÍA PARA AFRONTAR LAS PRUEBAS
Y LOS RETOS
11. Una mirada realista a la situación de la Iglesia y del mundo nos obliga
también a ocuparnos de las dificultades en que vive la vida consagrada.
Todos somos conscientes de las pruebas y de las purificaciones a que hoy
día está sometida. El gran tesoro del don de Dios está encerrado en frágiles
vasijas de barro (cf. 2Co 4, 7) y el misterio del mal acecha también a
quienes dedican a Dios toda su vida. Si se presta ahora una cierta atención
a los sufrimientos y a los retos que hoy afligen a la vida consagrada no es
para dar un juicio crítico o de condena, sino para mostrar, una vez más,
toda la solidaridad y la cercanía amorosa de quien quiere compartir no sólo
las alegrías sino también los dolores. Atendiendo a algunas dificultades
particulares, no se debe olvidar que la historia de la Iglesia está guiada por
Dios y que todo sirve para el bien de los que lo aman (cf. Rm 8, 28). En
esta visión de fe, aun lo negativo puede ser ocasión para un nuevo
comienzo, si en él se reconoce el rostro de Cristo, crucificado y
abandonado, que se hizo solidario con nuestras limitaciones y, cargado con
nuestros pecados, subió al leño de la cruz (cf. 1P 2, 24).41 La gracia de
Dios se realiza plenamente en la debilidad (cf. 2 Co 12, 9).
Descubrir el sentido y la calidad de la vida consagrada
12. Las dificultades que hoy deben afrontar las personas consagradas
asumen múltiples rostros, sobre todo si tenemos en cuenta los diferentes
contextos culturales en los que viven.
Con la disminución de los miembros en muchos Institutos y su
envejecimiento, evidente en algunas partes del mundo, surge la pregunta
de si la vida consagrada es todavía un testimonio visible, capaz de atraer a
los jóvenes. Si como se afirma en algunos lugares el tercer milenio será el
tiempo del protagonismo de los laicos, de las asociaciones y de los
movimientos eclesiales, podemos preguntarnos: ¿cuál será el puesto
reservado a las formas tradicionales de vida consagrada? Ella, nos
recuerda Juan Pablo II, tiene una gran historia que construir junto con los
fieles.42
Pero no podemos ignorar que, a veces, a la vida consagrada no se le tiene
en la debida consideración, e incluso se da una cierta desconfianza frente a
ella. Por otro lado, ante la progresiva crisis religiosa que asalta a gran parte
de nuestra sociedad, las personas consagradas, hoy de manera particular,
se ven obligadas a buscar nuevas formas de presencia y a ponerse no
pocos interrogantes sobre el sentido de su identidad y de su futuro.
Junto al impulso vital, capaz de testimonio y de donación hasta el martirio,

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2.1 Page 11

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la vida consagrada conoce también la insidia de la mediocridad en la vida
espiritual, del aburguesamiento progresivo y de la mentalidad consumista.
La compleja forma de llevar a cabo los trabajos, pedida por las nuevas
exigencias sociales y por la normativa de los Estados, junto a la tentación
del eficientismo y del activismo, corren el riego de ofuscar la originalidad
evangélica y de debilitar las motivaciones espirituales. Cuando los
proyectos personales prevalecen sobre los comunitarios, pueden
menoscabar profundamente la comunión de la fraternidad.
Son problemas reales, pero no hay que generalizar. Las personas
consagradas no son las únicas que viven la tensión entre secularismo y
auténtica vida de fe, entre la fragilidad de la propia humanidad y la fuerza
de la gracia; ésta es la condición de todos los miembros de la Iglesia.
13. Las dificultades y los interrogantes que hoy vive la vida consagrada
pueden traer un nuevo kairós, un tiempo de gracia. En ellos se oculta una
auténtica llamada del Espíritu Santo a volver a descubrir las riquezas y las
potencialidades de esta forma de vida.
El tener que convivir, por ejemplo, con una sociedad donde con frecuencia
reina una cultura de muerte, puede convertirse en un reto a ser con más
fuerza testigos, portadores y siervos de la vida. Los consejos evangélicos
de castidad, pobreza y obediencia, vividos por Cristo en la plenitud de su
humanidad de Hijo de Dios y abrazados por su amor, aparecen como un
camino para la plena realización de la persona en oposición a la
deshumanización, un potente antídoto a la contaminación del espíritu, de
la vida, de la cultura; proclaman la libertad de los hijos de Dios, la alegría
de vivir según las bienaventuranzas evangélicas.
La impresión que algunos pueden tener de pérdida de estima por parte de
ciertos sectores de la Iglesia por la vida consagrada, puede vivirse como
una invitación a una purificación liberadora. La vida consagrada no busca
las alabanzas y las consideraciones humanas; se recompensa con el gozo
de continuar trabajando activamente al servicio del Reino de Dios, para ser
germen de vida que crece en el secreto, sin esperar otra recompensa que la
que el Padre dará al final (cf. Mt 6, 6). Encuentra su identidad en la
llamada del Señor, en su seguimiento, amor y servicio incondicionales,
capaces de colmar una vida y de darle plenitud de sentido.
Si en algunos lugares las personas consagradas son pequeño rebaño a
causa de la disminución en el número, este hecho puede interpretarse
como un signo providencial que invita a recuperar la propia tarea esencial
de levadura, de fermento, de signo y de profecía. Cuanto más grande es la
masa que hay que fermentar, tanto más rico de calidad deberá ser el
fermento evangélico, y tanto más excelente el testimonio de vida y el
servicio carismático de las personas consagradas.
La creciente toma de conciencia sobre la universalidad de la vocación a la
santidad por parte de todos los cristianos,43 lejos de considerar superfluo
el pertenecer a un estado particularmente apto para conseguir la perfección
evangélica, puede ser un ulterior motivo de gozo para las personas
consagradas; están ahora más cercanas a los otros miembros del pueblo de

2.2 Page 12

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Dios con los que comparten un camino común de seguimiento de Cristo,
en una comunión más auténtica, en la emulación y en la reciprocidad, en la
ayuda mutua de la comunión eclesial, sin superioridad o inferioridad. Al
mismo tiempo, esta toma de conciencia es un llamamiento a comprender el
valor del signo de la vida consagrada en relación con la santidad de todos
los miembros de la Iglesia.
Si es verdad, en efecto, que todos los cristianos están llamados «a la
santidad y a la perfección en su propio estado»,44 las personas
consagradas, gracias a una «nueva y especial consagración»45tienen la
misión de hacer resplandecer la forma de vida de Cristo, a través del
testimonio de los consejos evangélicos, como apoyo a la fidelidad de todo
el cuerpo de Cristo. No es ésta una dificultad, es más bien un estímulo a la
originalidad y a la aportación específica de los carismas de la vida
consagrada, que son al mismo tiempo carismas de espiritualidad
compartida y de misión en favor de la santidad de la Iglesia.
En definitiva estos retos pueden constituir un fuerte llamamiento a
profundizar la vivencia propia de la vida consagrada, cuyo testimonio es
hoy más necesario que nunca. Es oportuno recordar cómo los santos
fundadores y fundadoras han sabido responder con una genuina
creatividad carismática a los retos y a las dificultades del propio tiempo.
La función de los superiores y de las superioras
14. Descubrir el sentido y la calidad de la vida consagrada es tarea
fundamental de los superiores y de las superioras, a los que se ha confiado
el servicio de la autoridad, un deber exigente y a veces contestado. Eso
requiere una presencia constante, capaz de animar y de proponer, de
recordar la razón de ser de la vida consagrada, de ayudar a las personas
que se les han confiado a una fidelidad siempre renovada a la llamada del
Espíritu. Ningún superior puede renunciar a su misión de animación, de
ayuda fraterna, de propuesta, de escucha, de diálogo. Sólo así toda la
comunidad podrá encontrarse unida en la plena fraternidad y en el servicio
apostólico y ministerial. Siguen siendo de gran actualidad las indicaciones
ofrecidas por el documento de nuestra Congregación La vida fraterna en
comunidad cuando, al hablar de los aspectos de la autoridad que hoy es
necesario valorar, reclama la función de autoridad espiritual, de autoridad
creadora de unidad, de autoridad que sabe tomar la decisión final y
garantizar su ejecución.46
A cada uno de sus miembros se le pide una participación convencida y
personal en la vida y en la misión de la propia comunidad. Aun cuando en
última instancia, y según el derecho propio, corresponde a la autoridad
tomar las decisiones y hacer las opciones, el diario camino de la vida
fraterna en comunidad pide una participación que permite el ejercicio del
diálogo y del discernimiento. Cada uno y toda la comunidad pueden, así,
comparar la propia vida con el proyecto de Dios, haciendo juntos su
voluntad.47 La corresponsabilidad y la participación se ejercen también en
los diversos tipos de consejos a varios niveles, lugares en los que debe
reinar de tal modo la plena comunión que se perciba la presencia del Señor

2.3 Page 13

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que ilumina y guía. El Santo Padre no ha dudado en recordar la antigua
sabiduría de la tradición monástica para un recto ejercicio concreto de la
espiritualidad de comunión que promueve y asegura la activa participación
de todos.48
En todo esto ayudará una seria formación permanente, en el interior de una
radical reconsideración del problema de la formación en los Institutos de
vida consagrada y las Sociedades de vida apostólica, para un camino
auténtico de renovación: éste, en efecto, «depende principalmente de la
formación de sus miembros».49
La formación permanente
15. El tiempo en que vivimos impone una reflexión general acerca de la
formación de las personas consagradas, ya no limitada a un periodo de la
vida. No sólo para que sean siempre más capaces de insertarse en una
realidad que cambia con un ritmo muchas veces frenético, sino también
porque es la misma vida consagrada la que exige por su naturaleza una
disponibilidad constante en quienes son llamados a ella. Si, en efecto, la
vida consagrada es en sí misma «una progresiva asimilación de los
sentimientos de Cristo»,50 parece evidente que tal camino no podrá sino
durar toda la vida, para comprometer toda la persona, corazón, mente y
fuerzas (cf. Mt 22, 37), y hacerla semejante al Hijo que se dona al Padre
por la humanidad. Concebida así la formación, no es sólo tiempo
pedagógico de preparación a los votos, sino que representa un modo
teológico de pensar la misma vida consagrada, que es en sí formación
nunca terminada, «participación en la acción del Padre que, mediante el
Espíritu, infunde en el corazón ... los sentimientos del Hijo».51
Por tanto, es muy importante que toda persona consagrada sea formada en
la libertad de aprender durante toda la vida, en toda edad y en todo
momento, en todo ambiente y contexto humano, de toda persona y de toda
cultura, para dejarse instruir por cualquier parte de verdad y belleza que
encuentra junto a sí. Pero, sobre todo, deberá aprender a dejarse formar
por la vida de cada día, por su propia comunidad y por sus hermanos y
hermanas, por las cosas de siempre, ordinarias y extraordinarias, por la
oración y por el cansancio apostólico, en la alegría y en el sufrimiento,
hasta el momento de la muerte.
Serán decisivas, por tanto, la apertura hacia el otro y la alteridad, y, en
particular, la relación con el tiempo. Las personas en formación continua
se apropian del tiempo, no lo padecen, lo acogen como don y entran con
sabiduría en los varios ritmos (diario, semanal, mensual, anual) de la vida
misma, buscando la sintonía entre ellos y el ritmo fijado por Dios
inmutable y eterno, que señala los días, los siglos y el tiempo. De modo
particular, la persona consagrada aprende a dejarse modelar por el año
litúrgico, en cuya escuela revive gradualmente en sí los misterios de la
vida del Hijo de Dios con sus mismos sentimientos, para caminar desde
Cristo y desde su Pascua de muerte y resurrección todos los días de su
vida.

2.4 Page 14

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La animación vocacional
16. Uno de los primeros frutos de un camino de formación permanente es
la capacidad diaria de vivir la vocación como don siempre nuevo, que se
acoge con un corazón agradecido. Un don al que hay que corresponder con
una actitud cada vez más responsable, y que hay que testimoniar con
mayor convicción y capacidad de contagio, para que los demás puedan
sentirse llamados por Dios para aquella vocación particular o por otros
caminos. El consagrado es también por naturaleza animador vocacional;
en efecto, quien ha sido llamado, tiene que llamar. Existe, pues, una unión
natural entre formación permanente y animación vocacional.
El servicio a las vocaciones es uno de los nuevos y más comprometidos
retos que ha de afrontar hoy la vida consagrada. Por un lado la
globalización de la cultura y la complejidad de las relaciones sociales
hacen difíciles las opciones de vida radicales y duraderas; por otro, el
mundo vive en una creciente experiencia de sufrimientos materiales y
morales que minan la dignidad misma del ser humano y exigen, con ruego
silencioso, que haya quien anuncie con fuerza el mensaje de paz y de
esperanza, que lleve la salvación de Cristo. Resuenan en nuestras mentes
las palabras de Jesús a sus apóstoles: «La mies es abundante y los obreros
pocos. Rogad al Dueño de la mies que mande obreros a su mies» (Mt 9,
37-38; Lc 10, 2).
El primer compromiso de la pastoral vocacional es siempre la oración.
Sobre todo allí donde son raros los ingresos en la vida consagrada, se
necesita una fe renovada en el Dios que puede hacer surgir de las piedras
hijos de Abrahán (cf. Mt 3, 9) y hacer fecundos los senos estériles si es
invocado con confianza. Todos los fieles, y sobre todo los jóvenes, están
comprometidos en esta manifestación de fe en Dios, que es el único que
puede llamar y enviar obreros a su mies. Toda la Iglesia local, obispos,
presbíteros, laicos, personas consagradas, está llamada a asumir la
responsabilidad ante las vocaciones de particular consagración.
El camino maestro de la promoción vocacional a la vida consagrada es el
que el mismo Señor inició cuando dijo a los apóstoles Juan y Andrés:
«Venid y veréis» (Jn 1, 39). Este encuentro, acompañado por el compartir
la vida, exige a las personas consagradas vivir profundamente su
consagración para ser un signo visible de la alegría que Dios da a quien
escucha su llamada. De ahí la necesidad de comunidades acogedoras y
capaces de compartir su ideal de vida con los jóvenes, dejándose interpelar
por sus exigencias de autenticidad, dispuestas a caminar con ellos.
Ambiente privilegiado para este anuncio vocacional es la Iglesia local.
Aquí todos los ministerios y carismas expresan su reciprocidad52 y
realizan juntos la comunión en el único Espíritu de Cristo y la
multiplicidad de sus manifestaciones. La presencia activa de las personas
consagradas ayudará a las comunidades cristianas a ser laboratorios de la
fe,53 lugares de búsqueda, de reflexión y de encuentro, de comunión y de
servicio apostólico, en los que todos se sienten partícipes en la edificación
del Reino de Dios en medio de los hombres. Se crea así el clima
característico de la Iglesia como familia de Dios, un ambiente que facilita

2.5 Page 15

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el mutuo conocimiento, el compartir y el contagio de los valores propios
que están al origen de la donación de la propia vida a la causa del Reino.
17. La atención a las vocaciones es una tarea crucial para el porvenir de la
vida consagrada. La disminución de las vocaciones particularmente en el
mundo occidental y su crecimiento en Asia y en África está perfilando una
nueva geografía de la presencia de la vida consagrada en la Iglesia y
nuevos equilibrios culturales en la vida de los Institutos. Este estado de
vida, que con la profesión de los consejos evangélicos da a los rasgos
característicos de Jesús una típica y permanente visibilidad en medio del
mundo,54 vive hoy un tiempo particular de reflexión y de búsqueda con
modalidades nuevas y en culturas nuevas. Éste es ciertamente un inicio
prometedor para el desarrollo de expresiones inexploradas de sus múltiples
formas carismáticas.
Las transformaciones en marcha piden directamente a cada uno de los
Institutos de vida consagrada y a las Sociedades de vida apostólica dar un
fuerte sentido evangélico a su presencia en la Iglesia y a su servicio a la
humanidad. La pastoral de las vocaciones exige desarrollar nuevas y más
profundas capacidades de encuentro; ofrecer, con el testimonio de la vida,
itinerarios peculiares de seguimiento de Cristo y de santidad; anunciar, con
fuerza y claridad, la libertad que brota de una vida pobre, que tiene como
único tesoro el Reino de Dios; la profundidad del amor de una existencia
casta, que quiere tener un solo corazón: el de Cristo; la fuerza de
santificación y renovación encerrada en una vida obediente, que tiene un
único horizonte: dar cumplimiento a la voluntad de Dios para la salvación
del mundo.
La promoción de las vocaciones hoy es un deber que no se puede delegar
de manera exclusiva en algunos especialistas ni separarlo de una verdadera
y propia pastoral juvenil que haga sentir sobre todo el amor concreto de
Cristo hacia los jóvenes. Cada comunidad y todos los miembros del
Instituto están llamados a hacerse cargo del contacto con los jóvenes, de
una pedagogía evangélica del seguimiento de Cristo y de la transmisión
del carisma; los jóvenes esperan que se sepan proponer estilos de vida
auténticamente evangélicos y caminos de iniciación a los grandes valores
espirituales de la vida humana y cristiana. Son, por tanto, las personas
consagradas las que deben descubrir el arte pedagógico de suscitar y sacar
a la luz los profundos interrogantes, con mucha frecuencia escondidos en
el corazón de la persona, en particular de los jóvenes. Esas personas,
acompañando el camino de discernimiento vocacional, ayudarán a mostrar
la fuente de su identidad. Comunicar la propia experiencia de vida es
siempre hacer memoria y volver a ver la luz que guió la elección
vocacional personal.
Los caminos formativos
18. En lo que atañe a la formación, nuestro Dicasterio ha publicado dos
documentos, Potissimum institutioni y La colaboración entre los Institutos
para la formación. Somos bien conscientes de los retos siempre nuevos
que los Institutos deben afrontar en este campo.

2.6 Page 16

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Las nuevas vocaciones que llaman a las puertas de la vida consagrada
presentan profundas diferencias y necesitan atenciones personales y
metodológicas adecuadas para asumir su concreta situación humana,
espiritual y cultural. Por esto es necesario poner en marcha un
discernimiento sereno, libre de las tentaciones del número o de la eficacia,
para verificar, a la luz de la fe y de las posibles contraindicaciones, la
veracidad de la vocación y la rectitud de intenciones. Los jóvenes tienen
necesidad de ser estimulados hacia los altos ideales del seguimiento
radical de Cristo y a las exigencias profundas de la santidad, en vista de
una vocación que los supera y quizá va más allá del proyecto inicial que
los ha empujado a entrar en un determinado Instituto. La formación, por
tanto, deberá tener las características de la iniciación al seguimiento
radical de Cristo. Si el fin de la vida consagrada consiste en la
conformación con el Señor Jesús, es necesario poner en marcha un
itinerario de progresiva asimilación de los sentimientos de Cristo hacia el
Padre.55 Esto ayudará a integrar conocimientos teológicos, humanísticos y
técnicos con la vida espiritual y apostólica del Instituto y conservará
siempre la característica de escuela de santidad.
Los retos más comprometidos que la formación tiene que afrontar
provienen de los valores que dominan la cultura globalizada de nuestros
días. El anuncio cristiano de la vida como vocación, nacida de un proyecto
de amor del Padre y necesitada de un encuentro personal y salvífico con
Cristo en la Iglesia, se debe confrontar con concepciones y proyectos
dominados por culturas e historias sociales extremamente diversificadas.
Existe el riesgo de que las elecciones subjetivas, los proyectos individuales
y las orientaciones locales se sobrepongan a la regla, al estilo de vida
comunitaria y al proyecto apostólico del Instituto. Es necesario poner en
práctica un diálogo formativo capaz de acoger las características humanas,
sociales y espirituales de las que cada uno es portador, de distinguir en
ellas los límites humanos, que piden una superación, y las invitaciones del
Espíritu, que pueden renovar la vida del individuo y del Instituto. En un
tiempo de profundas transformaciones, la formación deberá estar atenta a
arraigar en el corazón de los jóvenes consagrados los valores humanos,
espirituales y carismáticos necesarios, que los hagan aptos para vivir una
fidelidad dinámica,56 en la estela de la tradición espiritual y apostólica del
Instituto.
La interculturalidad, las diferencias de edad y el diverso planteamiento
caracterizan cada vez más a los Institutos de vida consagrada. La
formación deberá educar al diálogo comunitario en la cordialidad y en la
caridad de Cristo, enseñando a acoger las diversidades como riqueza y a
integrar los diversos modos de ver y sentir. Así la búsqueda constante de la
unidad en la caridad se convertirá en escuela de comunión para las
comunidades cristianas y propuesta de fraterna convivencia entre los
pueblos.
Además se deberá prestar particular atención a una formación cultural de
acuerdo con los tiempos y en diálogo con la búsqueda de sentido del
hombre de hoy. Por esto se pide una mayor preparación en el campo
filosófico, teológico, psico-pedagógico y una orientación más profunda
sobre la vida espiritual, modelos más adecuados y respetuosos con las

2.7 Page 17

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culturas en las que nacen las nuevas vocaciones, itinerarios bien definidos
para la formación permanente, y, sobre todo, se desea que se destinen a la
formación las mejores energías, aunque esto comporte notables sacrificios.
Dedicar personal cualificado y su adecuada preparación es tarea
prioritaria.
Debemos ser sumamente generosos en dedicar tiempo y las mejores
energías a la formación. Las personas de los consagrados son, en efecto,
uno de los bienes más preciados de la Iglesia. Sin ellas, todos los planes
formativos y apostólicos se quedan en teoría, en deseos inútiles. Sin
olvidar que, en una época acelerada como la nuestra, lo que hace falta más
que otra cosa es tiempo, perseverancia y espera paciente para alcanzar los
objetivos formativos. En unas circunstancias en las que prevalece la
rapidez y la superficialidad, necesitamos serenidad y profundidad porque
en realidad la persona se va forjando muy lentamente.
Algunos retos particulares
19. Si se ha subrayado la necesidad de la calidad de la vida y el cuidado
que se debe tener con las exigencias formativas es porque estos parecen
ser los aspectos más urgentes. La Congregación para los Institutos de vida
consagrada y las Sociedades de vida apostólica quisiera estar cercana a las
personas consagradas en todos los problemas y continuar un diálogo cada
vez más sincero y constructivo.
Los Padres de la Plenaria son conscientes de esta necesidad y han
manifestado el deseo de un mayor conocimiento y colaboración con los
Institutos de vida consagrada y las Sociedades de vida apostólica. Su
presencia en la Iglesia local, y en particular la de las diversas
congregaciones de derecho diocesano, la de las Vírgenes consagradas y de
los eremitas, exige una especial atención por parte del Obispo diocesano y
de su presbiterio.
Al mismo tiempo, son sensibles a los interrogantes que se ponen religiosos
y religiosas respecto a las grandes obras a las que hasta el momento se han
dedicado en la línea de los respectivos carismas: hospitales, colegios,
escuelas, casas de acogida y de retiro. En algunas partes del mundo se las
piden con urgencia, en otras son difíciles de regentar. Para encontrar
caminos valientes se necesita creatividad, cautela, diálogo entre los
miembros del Instituto, entre los Institutos con obras semejantes y con los
responsables de la Iglesia particular.
También son muy actuales las temáticas de la inculturación. Miran la
manera de encarnar la vida consagrada, la adaptación de las formas de
espiritualidad y de apostolado, las formas de gobierno, la formación, la
gestión de los recursos y de los bienes económicos, el desarrollo de la
misión. Los deseos expresados por el Papa a toda la Iglesia valen también
para la vida consagrada: «El cristianismo del tercer milenio debe
responder cada vez mejor a esta exigencia de inculturación.
Permaneciendo plenamente uno mismo, en total fidelidad al anuncio
evangélico y a la tradición eclesial, llevará consigo también el rostro de
tantas culturas y de tantos pueblos en que ha sido acogido y arraigado».57

2.8 Page 18

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De una verdadera inculturación se espera un notable enriquecimiento y un
nuevo impulso espiritual y apostólico para la vida consagrada y para toda
la Iglesia.
Podríamos revisar otras muchas expectativas de la vida consagrada al
comienzo de este nuevo milenio y no acabaríamos nunca, porque el
Espíritu empuja siempre hacia adelante, siempre más allá. La palabra del
Maestro debe suscitar en todos sus discípulos y discípulas un gran
entusiasmo para recordar con gratitud el pasado, vivir con pasión el
presente y abrirnos con confianza al futuro.58
Escuchando la invitación hecha por el Papa Juan Pablo II a toda la Iglesia,
la vida consagrada decididamente debe caminar desde Cristo,
contemplando su rostro, favoreciendo los caminos de la espiritualidad
como vida, pedagogía y pastoral: «La Iglesia espera también vuestra
colaboración, hermanos y hermanas consagrados, para avanzar a lo largo
de este nuevo tramo de camino según las orientaciones que he trazado en
la Carta Apostólica Novo millennio ineunte: contemplar el rostro de Cristo,
partir de Él, ser testigos de su amor».59 Sólo entonces la vida consagrada
encontrará nuevo vigor para ponerse al servicio de toda la Iglesia y de la
entera humanidad.
Tercera Parte
LA VIDA ESPIRITUAL
EN EL PRIMER LUGAR
20. La vida consagrada, como toda forma de vida cristiana, es por su
naturaleza dinámica, y cuantos son llamados por el Espíritu a abrazarla
tienen necesidad de renovarse constantemente en el crecimiento hasta
llegar a la unidad perfecta del Cuerpo de Cristo (cf. Ef 4, 13). Nació por el
impulso creador del Espíritu que ha movido a los fundadores y fundadoras
por el camino del Evangelio suscitando una admirable variedad de
carismas. Ellos, disponibles y dóciles a su guía, han seguido a Cristo más
de cerca, han entrado en su intimidad y han compartido completamente su
misión.
Su experiencia del Espíritu exige no sólo que la conserven cuantos les han
seguido, sino también que la profundicen y la desarrollen.60 También hoy
el Espíritu Santo pide disponibilidad y docilidad a su acción siempre
nueva y creadora. Solo Él puede mantener constante la frescura y la
autenticidad de los comienzos y, al mismo tiempo, infundir el coraje de la
audacia y de la creatividad para responder a los signos de los tiempos.
Es preciso, por tanto, dejarse conducir por el Espíritu al descubrimiento
siempre renovado de Dios y de su Palabra, a un amor ardiente por Él y por
la humanidad, a una nueva comprensión del carisma recibido. Se trata de
dirigir la mirada a la espiritualidad entendida en el sentido más fuerte del
término, o sea la vida según el Espíritu. La vida consagrada hoy necesita
sobre todo de un impulso espiritual, que ayude a penetrar en lo concreto de
la vida el sentido evangélico y espiritual de la consagración bautismal y de

2.9 Page 19

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su nueva y especial consagración.
«La vida espiritual, por tanto, debe ocupar el primer lugar en el programa
de las Familias de vida consagrada, de tal modo que cada Instituto y cada
comunidad aparezcan como escuelas de auténtica espiritualidad
evangélica».61 Debemos dejar que el Espíritu abra abundantemente las
fuentes de agua viva que brotan de Cristo. Es el Espíritu quien nos hace
reconocer en Jesús de Nazaret al Señor (cf. 1Co 12, 3), el que hace oir la
llamada a su seguimiento y nos identifica con él: «el que no tiene el
Espíritu de Cristo, no es de Cristo» (Rm 8, 9). Él es quien, haciéndonos
hijos en el Hijo, da testimonio de la paternidad de Dios, nos hace
conscientes de nuestra filiación y nos da el valor de llamarlo «Abba,
Padre» (Rm 8, 15). Él es quien infunde el amor y engendra la comunión.
En definitiva, la vida consagrada exige un renovado esfuerzo a la santidad
que, en la simplicidad de la vida de cada día, tenga como punto de mira el
radicalismo del sermón de la montaña,62 del amor exigente, vivido en la
relación personal con el Señor, en la vida de comunión fraterna, en el
servicio a cada hombre y a cada mujer. Tal novedad interior, enteramente
animada por la fuerza del Espíritu y proyectada hacia el Padre en la
búsqueda de su Reino, consentirá a las personas consagradas caminar
desde Cristo y ser testigos de su amor.
La llamada a descubrir las propias raíces y las propias opciones en la
espiritualidad abre caminos hacia el futuro. Se trata, ante todo, de vivir en
plenitud la teología de los consejos evangélicos a partir del modelo de
vida trinitario, según las enseñanzas de Vita consecrata,63 con una nueva
oportunidad de confrontarse con las fuentes de los propios carismas y de
los propios textos constitucionales, siempre abiertos a nuevas y más
comprometidas interpretaciones. El sentido dinámico de la espiritualidad
ofrece la ocasión de profundizar, en esta época de la Iglesia, una
espiritualidad más eclesial y comunitaria, más exigente y madura en la
ayuda recíproca en la consecución de la santidad, más generosa en las
opciones apostólicas. Finalmente, una espiritualidad más abierta para ser
pedagogía y pastoral de la santidad en el interior de la vida consagrada y
en su irradiación a favor de todo el pueblo de Dios. El Espíritu Santo es el
alma y el animador de la espiritualidad cristiana, por esto es preciso
confiarse a su acción que parte del íntimo de los corazones, se manifiesta
en la comunión y se amplía en la misión.
Caminar desde Cristo
21. Es necesario, por tanto, adherirse cada vez más a Cristo, centro de la
vida consagrada, y retomar un camino de conversión y de renovación que,
como en la experiencia primera de los apóstoles, antes y después de su
resurrección, sea un caminar desde Cristo. Sí, es necesario caminar desde
Cristo, porque de Él han partido los primeros discípulos en Galilea; de Él,
a lo largo de la historia de la Iglesia, han salido hombres y mujeres de toda
condición y cultura que, consagrados por el Espíritu en virtud de la
llamada, por Él han dejado familia y patria y lo han seguido
incondicionalmente, haciéndose disponibles para el anuncio del Reino y
para hacer el bien a todos (cf. Hch 10, 38).

2.10 Page 20

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El conocimiento de la propia pobreza y fragilidad y, a la vez, de la
grandeza de la llamada, ha llevado con frecuencia a repetir con el apóstol
Pedro: «Apártate de mí, Señor, que soy un pecador» (Lc 5, 8). Sin
embargo, el don de Dios ha sido más fuerte que la insuficiencia humana. Y
Cristo mismo, en efecto, se ha hecho presente en las comunidades que a lo
largo de los siglos se han reunido en su nombre, las ha colmado de sí y de
su Espíritu, las ha orientado hacia el Padre, las ha guiado por los caminos
del mundo al encuentro de los hermanos y hermanas, las ha hecho
instrumentos de su amor y constructoras del Reino en comunión con todas
las demás vocaciones en la Iglesia.
Las personas consagradas pueden y deben caminar desde Cristo, porque Él
mismo ha venido primero a su encuentro y les acompaña en el camino (cf.
Lc 24, 13-22). Su vida es la proclamación de la primacía de la gracia;64 sin
Cristo no pueden hacer nada (cf. Jn 15, 5); en cambio todo lo pueden en
aquél que los conforta (cf. Flp 4, 13).
22. Caminar desde Cristo significa proclamar que la vida consagrada es
especial seguimiento de Cristo, «memoria viviente del modo de existir y de
actuar de Jesús como Verbo encarnado ante el Padre y ante los
hermanos».65 Esto conlleva una particular comunión de amor con Él,
constituido el centro de la vida y fuente continua de toda iniciativa. Es,
como recuerda la Exhortación apostólica Vita consecrata, experiencia del
compartir, «especial gracia de intimidad»;66«identificarse con Él,
asumiendo sus sentimientos y su forma de vida»,67 es una vida «afianzada
por Cristo»,68«tocada por la mano de Cristo, conducida por su voz y
sostenida por su gracia».69
Toda la vida de consagración sólo puede ser comprendida desde este punto
de partida: los consejos evangélicos tienen sentido en cuanto ayudan a
cuidar y favorecer el amor por el Señor en plena docilidad a su voluntad;
la vida fraterna está motivada por aquel que reúne junto a sí y tiene como
fin gozar de su constante presencia; la misión es su mandato y lleva a la
búsqueda de su rostro en el rostro de aquellos a los que se envía para
compartir con ellos la experiencia de Cristo.
Éstas fueron las intenciones de los fundadores de las diferentes
comunidades e institutos de vida consagrada. Éstos los ideales que
animaron generaciones de mujeres y hombres consagrados.
Caminar desde Cristo significa reencontrar el primer amor, el destello
inspirador con que se comenzó el seguimiento. Suya es la primacía del
amor. El seguimiento es sólo la respuesta de amor al amor de Dios. Si
«nosotros amamos» es «porque Él nos ha amado primero» (1Jn 4, 10.19).
Eso significa reconocer su amor personal con aquel íntimo conocimiento
que hacía decir al apóstol Pablo: «Cristo me ha amado y ha dado su vida
por mí» (Ga 2, 20).
Sólo el conocimiento de ser objeto de un amor infinito puede ayudar a
superar toda dificultad personal y del Instituto. Las personas consagradas
no podrán ser creativas, capaces de renovar el Instituto y abrir nuevos

3 Pages 21-30

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3.1 Page 21

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caminos de pastoral, si no se sienten animadas por este amor. Este amor es
el que les hace fuertes y audaces y el que les infunde valor y osadía.
Los votos con que los consagrados se comprometen a vivir los consejos
evangélicos confieren toda su radicalidad a la respuesta de amor. La
virginidad ensancha el corazón en la medida del amor de Cristo y les hace
capaces de amar como Él ha amado. La pobreza les hace libres de la
esclavitud de las cosas y necesidades artificiales a las que empuja la
sociedad de consumo, y les hace descubrir a Cristo, único tesoro por el que
verdaderamente vale la pena vivir. La obediencia pone la vida enteramente
en sus manos para que la realice según el diseño de Dios y haga una obra
maestra. Se necesita el valor de un seguimiento generoso y alegre.
Contemplar los rostros de Cristo
23. El camino que la vida consagrada debe emprender al comienzo del
nuevo milenio está guiado por la contemplación de Cristo, con la mirada
«más que nunca fija en el rostro del Señor».70 Pero, ¿dónde contemplar
concretamente el rostro de Cristo? Hay una multiplicidad de presencias
que es preciso descubrir de manera siempre nueva.
Él está siempre presente en su Palabra y en los Sacramentos, de manera
especial en la Eucaristía. Vive en su Iglesia, se hace presente en la
comunidad de los que están unidos en su nombre. Está delante de nosotros
en cada persona, identificándose de modo particular con los pequeños, con
los pobres, con el que sufre, con el más necesitado. Viene a nuestro
encuentro en cada acontecimiento gozoso o triste, en la prueba y en la
alegría, en el dolor y en la enfermedad.
La santidad es el fruto del encuentro con Él en las muchas presencias
donde podemos descubrir su rostro de Hijo de Dios, un rostro doliente y, a
la vez, el rostro del Resucitado. Como Él se hizo presente en el diario
vivir, así también hoy está en la vida cotidiana donde continúa mostrando
su rostro. Para reconocerlo es preciso una mirada de fe, formada en la
familiaridad con la Palabra de Dios, en la vida sacramental, en la oración y
sobre todo en el ejercicio de la caridad, porque sólo el amor permite
conocer plenamente el Misterio.
Podemos señalar algunos lugares privilegiados en los que se puede
contemplar el rostro de Cristo, para un renovado compromiso en la vida
del Espíritu. Éstos son los caminos de una espiritualidad vivida,
compromiso prioritario en este tiempo, ocasión de releer en la vida y en la
experiencia diaria las riquezas espirituales del propio carisma, en un
contacto renovado con las mismas fuentes que han hecho surgir, por la
experiencia del Espíritu de los fundadores y de las fundadoras, el destello
de la vida nueva y de las obras nuevas, las específicas relecturas del
Evangelio que se encuentran en cada carisma.
La Palabra de Dios
24. Vivir la espiritualidad significa sobre todo partir de la persona de
Cristo, verdadero Dios y verdadero hombre, presente en su Palabra,

3.2 Page 22

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«primera fuente de toda espiritualidad», como recuerda Juan Pablo II a los
consagrados.71 La santidad no se concibe si no es a partir de una renovada
escucha de la Palabra de Dios. «En particular —leemos en la Novo
millennio ineunte— es necesario que la escucha de la Palabra se convierta
en un encuentro vital, ... que permita encontrar en el texto bíblico la
palabra viva que interpela, orienta y modela la existencia».72 Es allí, en
efecto, donde el Maestro se revela, educa el corazón y la mente. Es allí
donde se madura la visión de fe, aprendiendo a ver la realidad y los
acontecimientos con la mirada misma de Dios, hasta tener el pensamiento
de Cristo (cf. 1Co 2, 16).
El Espíritu Santo ha iluminado con luz nueva la Palabra de Dios a los
fundadores y fundadoras. De ella ha brotado cada carisma y de ella quiere
ser expresión cada Regla. En línea de continuidad con los fundadores y
fundadoras, sus discípulos también hoy están llamados a acoger y guardar
en el corazón la Palabra de Dios, para que siga siendo lámpara para sus
pasos y luz en su sendero (cf. Sal 118, 105). Entonces el Espíritu Santo
podrá guiarlos a la verdad plena (cf. Jn 16, 13).
La Palabra de Dios es el alimento para la vida, para la oración y para el
camino diario, el principio de unificación de la comunidad en la unidad de
pensamiento, la inspiración para la constante renovación y para la
creatividad apostólica. El Concilio Vaticano II ya había indicado la vuelta
al Evangelio como el primer gran principio de renovación.73
Como en toda la Iglesia, también dentro de las comunidades y de los
grupos de consagrados y consagradas, en estos años se ha desarrollado un
contacto más vivo e inmediato con la Palabra de Dios. Es un camino que
hay que recorrer cada vez con nueva intensidad. «Es necesario —ha dicho
el Papa— que no os canséis de hacer un alto en la meditación de la
Sagrada Escritura y, sobre todo, de los santos Evangelios, para que se
impriman en vosotros los rasgos del Verbo Encarnado».74
La vida fraterna en comunidad favorece también el redescubrimiento de la
dimensión eclesial de la Palabra: acogerla, meditarla, vivirla juntos,
comunicar las experiencias que de ella florecen y así adentrarse en una
auténtica espiritualidad de comunión.
En este contexto, conviene recordar la necesidad de una constante
referencia a la Regla, porque en la Regla y en las Constituciones «se
contiene un itinerario de seguimiento, caracterizado por un carisma
específico reconocido por la Iglesia».75 Este itinerario de seguimiento
traduce la particular interpretación del Evangelio dada por los fundadores
y por las fundadoras, dóciles al impulso del Espíritu, y ayuda a los
miembros del Instituto a vivir concretamente según la Palabra de Dios.
Alimentados por la Palabra, transformados en hombres y mujeres nuevos,
libres, evangélicos, los consagrados podrán ser auténticos siervos de la
Palabra en el compromiso de la evangelización. Así es como cumplen una
prioridad para la iglesia al comienzo del nuevo milenio: «Hace falta
reavivar en nosotros el impulso de los orígenes, dejándonos impregnar por

3.3 Page 23

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el ardor de la predicación apostólica después de Pentecostés».76
Oración y contemplación
25. La oración y la contemplación son el lugar de la acogida de la Palabra
de Dios y, a la vez, ellas mismas surgen de la escucha de la Palabra. Sin
una vida interior de amor que atrae a sí al Verbo, al Padre, al Espíritu (cf.
Jn 14, 23) no puede haber mirada de fe; en consecuencia, la propia vida
pierde gradualmente el sentido, el rostro de los hermanos se hace opaco y
es imposible descubrir en ellos el rostro de Cristo, los acontecimientos de
la historia quedan ambiguos cuando no privados de esperanza, la misión
apostólica y caritativa degenera en una actividad dispersiva.
Toda vocación a la vida consagrada ha nacido de la contemplación, de
momentos de intensa comunión y de una profunda relación de amistad con
Cristo, de la belleza y de la luz que se ha visto resplandecer en su rostro.
Allí ha madurado el deseo de estar siempre con el Señor —«¡qué hermoso
es estar aquí!» (Mt 17, 4)— y de seguirlo. Toda vocación debe madurar
constantemente en esta intimidad con Cristo. «Vuestro primer cuidado, por
tanto —recuerda Juan Pablo II a las personas consagradas—, no puede
estar más que en la línea de la contemplación. Toda realidad de vida
consagrada nace cada día y se regenera en la incesante contemplación del
rostro de Cristo».77
Los monjes y las monjas, así como los eremitas, con diversa modalidad,
dedican más espacio a la alabanza coral de Dios y a la oración silenciosa
prolongada. Los miembros de los institutos seculares, así como las
vírgenes consagradas en el mundo, ofrecen a Dios los gozos y los
sufrimientos, las aspiraciones y las súplicas de todos los hombres y
contemplan el rostro de Cristo que reconocen en los rostros de los
hermanos y en los hechos de la historia, en el apostolado y en el trabajo de
cada día. Las religiosas y los religiosos dedicados a la enseñanza, a los
enfermos, a los pobres encuentran allí el rostro del Señor. Para los
misioneros y los miembros de las Sociedades de vida apostólica el anuncio
del Evangelio se vive, a ejemplo del apóstol Pablo, como auténtico culto
(cf. Rm 1, 6). Toda la Iglesia goza y se beneficia de la pluralidad de formas
de oración y de la variedad de modos de contemplar el único rostro de
Cristo.
Al mismo tiempo se nota que, ya desde hace muchos años, la Liturgia de
las Horas y la celebración de la Eucaristía han conseguido un puesto
central en la vida de todo tipo de comunidad y de fraternidad, dándoles
vitalidad bíblica y eclesial. Esas favorecen también la mutua edificación y
pueden convertirse en un testimonio para ser, delante de Dios y con Él, «la
casa y la escuela de comunión».78 Una auténtica vida espiritual exige que
todos, en las diversas vocaciones, dediquen regularmente, cada día,
momentos apropiados para profundizar en el coloquio silencioso con
Aquél por quien se saben amados, para compartir con Él la propia vida y
recibir luz para continuar el camino diario. Es una práctica a la que es
necesario ser fieles, porque somos acechados constantemente por la
alienación y la disipación provenientes de la sociedad actual,
especialmente de los medios de comunicación. A veces la fidelidad a la

3.4 Page 24

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oración personal y litúrgica exigirá un auténtico esfuerzo para no dejarse
consumir por un activismo destructor. En caso contrario no se produce
fruto: «Como el sarmiento no puede dar fruto por sí, si no permanece en la
vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí» (Jn 15, 4).
La Eucaristía lugar privilegiado para el encuentro con el Señor
26. Dar un puesto prioritario a la espiritualidad quiere decir partir de la
recuperada centralidad de la celebración eucarística, lugar privilegiado
para el encuentro con el Señor. Allí Él se hace nuevamente presente en
medio de sus discípulos, explica las Escrituras, hace arder el corazón e
ilumina la mente, abre los ojos y se hace reconocer (cf. Lc 24, 13-35). La
invitación de Juan Pablo II hecha a los consagrados es particularmente
vibrante: «Encontradlo, queridísimos, y contempladlo de modo especial en
la Eucaristía, celebrada y adorada cada día, como fuente y culmen de la
existencia y de la acción apostólica».79 En la Exhortación apostólica Vita
consecrata exhortaba a participar diariamente en el Sacramento de la
Eucaristía y a su asidua y prolongada adoración.80 La Eucaristía, memorial
del sacrificio del Señor, corazón de la vida de la Iglesia y de cada
comunidad, aviva desde dentro la oblación renovada de la propia
existencia, el proyecto de vida comunitaria, la misión apostólica. Todos
tenemos necesidad del viático diario del encuentro con el Señor, para
incluir la cotidianeidad en el tiempo de Dios que la celebración del
memorial de la Pascua del Señor hace presente.
Aquí se puede llevar a cabo en plenitud la intimidad con Cristo, la
identificación con Él, la total conformación a Él, a la cual los consagrados
están llamados por vocación.81 En la Eucaristía, efectivamente, el Señor
Jesús nos asocia a sí en la propia oferta pascual al Padre: ofrecemos y
somos ofrecidos. La misma consagración religiosa asume una estructura
eucarística: es total oblación de sí estrechamente asociada al sacrificio
eucarístico.
Aquí se concentran todas las formas de oración, viene proclamada y
acogida la Palabra de Dios, somos interpelados sobre la relación con Dios,
con los hermanos, con todos los hombres: es el sacramento de la filiación,
de la fraternidad y de la misión. Sacramento de unidad con Cristo, la
Eucaristía es contemporáneamente sacramento de la unidad eclesial y de la
unidad de la comunidad de consagrados. En definitiva, es «fuente de la
espiritualidad de cada uno y del Instituto».82
Para que produzca con plenitud los esperados frutos de comunión y de
renovación no pueden faltar las condiciones esenciales, sobre todo el
perdón y el compromiso del amor mutuo. Según la enseñanza del Señor,
antes de presentar la ofrenda sobre el altar es necesaria la plena
reconciliación fraterna (cf. Mt 5, 23). No se puede celebrar el sacramento
de la unidad permaneciendo indiferentes los unos con los otros. Se debe,
por tanto, tener presente que estas condiciones esenciales son también
fruto y signo de una Eucaristía bien celebrada. Porque es sobre todo en la
comunión con Jesús eucaristía donde nosotros alcanzamos la capacidad de
amar y de perdonar. Además, cada celebración debe convertirse en la

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ocasión para renovar el compromiso de dar la vida los unos por los otros
en la acogida y en el servicio. Entonces, para la celebración eucarística
valdrá verdaderamente, en modo eminente, la promesa de Cristo: «Donde
dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos»
(Mt18, 20), y, en torno a ella, la comunidad se renovará cada día.
En estas condiciones, la comunidad de los consagrados que vive el
misterio pascual, renovado cada día en la Eucaristía, se convierte en
testimonio de comunión y signo profético de fraternidad para la sociedad
dividida y herida. De la Eucaristía nace, efectivamente, la espiritualidad de
comunión, tan necesaria para establecer el diálogo de la caridad que el
mundo de hoy tanto necesita.83
El rostro de Cristo en la prueba
27. Vivir la espiritualidad en un continuo caminar desde Cristo significa
comenzar siempre a partir del momento más alto de su amor —cuyo
misterio guarda la Eucaristía—, cuando en la cruz Él da la vida en la
máxima oblación. Los que han sido llamados a vivir los consejos
evangélicos mediante la profesión no pueden menos que frecuentar la
contemplación del rostro del Crucificado.84 Es el libro en el que se
aprende qué es el amor de Dios y cómo son amados Dios y la humanidad,
la fuente de todos los carismas, la síntesis de todas las vocaciones.85 La
consagración, sacrificio total y holocausto perfecto, es el modo sugerido a
ellos por el Espíritu Santo para revivir el misterio de Cristo crucificado,
venido al mundo para dar su vida en rescate por todos (cf. Mt 20, 28; Mc
10, 45) y para responder a su infinito amor.
La historia de la vida consagrada ha expresado esta configuración a Cristo
en muchas formas ascéticas que «han sido y son aún una ayuda poderosa
para un auténtico camino de santidad. La ascesis ... es verdaderamente
indispensable a la persona consagrada para permanecer fiel a la propia
vocación y seguir a Jesús por el camino de la Cruz».86 Hoy las personas
consagradas, aun conservando la experiencia de los siglos, están llamadas
a encontrar formas que estén en consonancia con nuestro tiempo. En
primer lugar las que acompañan la fatiga del trabajo apostólico y aseguran
la generosidad del servicio. La cruz que hay que llevar hoy sobre sí cada
día (cf. Lc 9, 23) puede adquirir valores colectivos, como el
envejecimiento del Instituto, la inadecuación estructural, la incertidumbre
del futuro.
Ante tantas situaciones de dolor personales, comunitarias, sociales, desde
el corazón de cada persona o de toda la comunidad puede resonar el grito
de Jesús en la cruz: «¿Por qué me has abandonado?» (Mc 15, 34). En aquel
grito dirigido al Padre, Jesús da a entender que su solidaridad con la
humanidad se ha hecho tan radical que penetra, comparte y asume todo lo
negativo, hasta la muerte, fruto del pecado. «Para devolver al hombre el
rostro del Padre, Jesús debió no sólo asumir el rostro del hombre, sino
cargarse incluso del `rostro' del pecado».87
Caminar desde Cristo significa reconocer que el pecado está todavía

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radicalmente presente en el corazón y en la vida de todos, y descubrir en el
rostro doliente de Cristo el don que reconcilió a la humanidad con Dios.
A lo largo de la historia de la Iglesia las personas consagradas han sabido
contemplar el rostro doliente del Señor también fuera de ellos. Lo han
reconocido en los enfermos, en los encarcelados, en los pobres, en los
pecadores. Su lucha ha sido sobre todo contra el pecado y sus funestas
consecuencias; el anuncio de Jesús: «Convertíos y creed al Evangelio»
(Mc 1, 15) ha movido sus pasos por los caminos de los hombres y ha dado
esperanza de novedad de vida donde reinaba desaliento y muerte. Su
servicio ha llevado a tantos hombres y mujeres a experimentar el abrazo
misericordioso de Dios Padre en el sacramento de la Penitencia. También
hoy es necesario proponer nuevamente con fuerza este ministerio de la
reconciliación (cf. 2Co 5, 18) confiado por Jesucristo a su Iglesia. Es el
mysterium pietatis88 del que los consagrados y consagradas están llamados
a hacer frecuente experiencia en el Sacramento de la Penitencia.
Hoy se muestran nuevos rostros, en los cuales reconocer, amar y servir el
rostro de Cristo allí donde se ha hecho presente: son las nuevas pobrezas
materiales, morales y espirituales que la sociedad contemporánea produce.
El grito de Jesús en la cruz revela cómo ha asumido sobre sí este mal para
redimirlo. La vocación de las personas consagradas sigue siendo la de
Jesús y, como Él, asumen sobre sí el dolor y el pecado del mundo
consumiéndolos en el amor.
La espiritualidad de comunión
28. Si «la vida espiritual debe ocupar el primer lugar en el programa de las
Familias de vida consagrada»89 deberá ser ante todo una espiritualidad de
comunión, como corresponde al momento presente: «Hacer de la Iglesia la
casa y la escuela de la comunión: éste es el gran desafío que tenemos ante
nosotros en el milenio que comienza, si queremos ser fieles al designio de
Dios y responder también a las profundas esperanzas del mundo.90
En este camino de toda la Iglesia se espera la decisiva contribución de la
vida consagrada, por su específica vocación a la vida de comunión en el
amor. «Se pide a las personas consagradas —se lee en Vita consecrata
que sean verdaderamente expertas en comunión, y que vivan la respectiva
espiritualidad como testigos y artífices de aquel proyecto de comunión que
constituye la cima de la historia del hombre según Dios».91
Se recuerda también, que una tarea en el hoy de las comunidades de vida
consagrada es la «de fomentar la espiritualidad de la comunión, ante todo
en su interior y, además, en la comunidad eclesial misma y más allá aún de
sus confines, entablando o restableciendo constantemente el diálogo de la
caridad, sobre todo allí donde el mundo de hoy está tan desgarrado por el
odio étnico o las locuras homicidas».92 Una tarea que exige personas
espirituales forjadas interiormente por el Dios de la comunión benigna y
misericordiosa, y comunidades maduras donde la espiritualidad de
comunión es ley de vida.

3.7 Page 27

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29. ¿Qué es la espiritualidad de la comunión? Con palabras incisivas,
capaces de renovar relaciones y programas, Juan Pablo II enseña:
«Espiritualidad de la comunión significa ante todo una mirada del corazón
hacia el misterio de la Trinidad que habita en nosotros, y cuya luz ha de ser
reconocida también en el rostro de los hermanos que están a nuestro lado».
Y además: «Espiritualidad de la comunión significa capacidad de sentir al
hermano de fe en la unidad profunda del Cuerpo místico y, por tanto,
como “uno que me pertenece”...». De este principio derivan con lógica
apremiante algunas consecuencias en el modo de sentir y de obrar:
compartir las alegrías y los sufrimientos de los hermanos; intuir sus deseos
y atender a sus necesidades; ofrecerles una verdadera y profunda amistad.
Espiritualidad de la comunión es también capacidad de ver ante todo lo
que hay de positivo en el otro, para acogerlo y valorarlo como regalo de
Dios; es saber «dar espacio» al hermano llevando mutuamente los unos las
cargas de los otros. Sin este camino espiritual, de poco servirían los
instrumentos externos de la comunión.93
La espiritualidad de la comunión se presenta como clima espiritual de la
Iglesia al comienzo del tercer milenio, tarea activa y ejemplar de la vida
consagrada a todos los niveles. Es el camino maestro de un futuro de vida
y de testimonio. La santidad y la misión pasan por la comunidad, porque
Cristo se hace presente en ella y a través de ella. El hermano y la hermana
se convierten en sacramento de Cristo y del encuentro con Dios,
posibilidad concreta y, más todavía, necesidad insustituible para poder
vivir el mandamiento del amor mutuo y por tanto la comunión trinitaria.
En estos años las comunidades y los diversos tipos de fraternidades de los
consagrados se entienden más como lugar de comunión, donde las
relaciones aparecen menos formales y donde se facilitan la acogida y la
mutua comprensión. Se descubre también el valor divino y humano del
estar juntos gratuitamente, como discípulos y discípulas en torno a Cristo
Maestro, en amistad, compartiendo también los momentos de distensión y
de esparcimiento.
Se nota, además, una comunión más intensa entre las diversas
comunidades en el interior de los Institutos. Las comunidades
multiculturales e internacionales, llamadas a «dar testimonio del sentido de
la comunión entre los pueblos, las razas, las culturas»,94 en muchas partes
son ya una realidad positiva, donde se experimentan conocimiento mutuo,
respeto, estima, enriquecimiento. Se revelan como lugares de
entrenamiento a la integración y a la inculturación, y, al mismo tiempo, un
testimonio de la universalidad del mensaje cristiano.
La Exhortación Vita consecrata, al presentar esta forma de vida como
signo de comunión en la Iglesia, ha puesto en evidencia toda la riqueza y
las exigencias pedidas por la vida fraterna. Antes nuestro Dicasterio había
publicado el documento Congregavit nos in unum Christi amor, sobre la
vida fraterna en comunidad. Cada comunidad deberá volver
periódicamente a estos documentos para confrontar el propio camino de fe
y de progreso en la fraternidad.
Comunión entre carismas antiguos y nuevos

3.8 Page 28

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30. La comunión que los consagrados y consagradas están llamados a vivir
va más allá de la familia religiosa o del propio Instituto. Abriéndose a la
comunión con los otros Institutos y las otras formas de consagración,
pueden dilatar la comunión, descubrir las raíces comunes evangélicas y
juntos acoger con mayor claridad la belleza de la propia identidad en la
variedad carismática, como sarmientos de la única vid. Deberían competir
en la estima mutua (cf. Rm 12, 10) para alcanzar el carisma mejor, la
caridad (cf. 1Co 12, 31).
Se debe favorecer el encuentro y la solidaridad entre los Institutos de vida
consagrada, conscientes de que la comunión «está estrechamente unida a
la capacidad de la comunidad cristiana para acoger todos los dones del
Espíritu. La unidad de la Iglesia no es uniformidad, sino integración
orgánica de las legítimas diversidades. Es la realidad de muchos miembros
unidos en un solo cuerpo, el único Cuerpo de Cristo (cf. 1Co 12.12)».95
Puede ser el comienzo de una búsqueda solidaria de caminos comunes
para el servicio de la Iglesia. Factores externos como la obligación de
adaptarse a las nuevas exigencias de los Estados, y causas internas de los
Institutos, como la disminución de los miembros, orientan ya a coordinar
los esfuerzos en el campo de la formación, de la gestión de los bienes, de
la educación, de la evangelización. También en tal situación podemos
acoger la invitación del Espíritu a una comunión siempre más intensa. A
esta labor se anima a las Conferencias de Superiores y Superioras Mayores
y a las Conferencias de los Institutos seculares, a todos los niveles.
No se puede afrontar el futuro en dispersión. Es la necesidad de ser Iglesia,
de vivir juntos la aventura del Espíritu y del seguimiento de Cristo, de
comunicar las experiencias del Evangelio, aprendiendo a amar la
comunidad y la familia religiosa del otro como la propia. Los gozos y los
dolores, las preocupaciones y los acontecimientos pueden ser compartidos
y son de todos.
También en relación con las nuevas formas de vida evangélica se pide
diálogo y comunión. Estas nuevas asociaciones de vida evangélica,
recuerda Vita consecrata, «no son alternativas a las precedentes
instituciones, las cuales continúan ocupando el lugar insigne que la
tradición les ha reservado. (...) Los antiguos Institutos, muchos de los
cuales han pasado en el transcurso de los siglos por el crisol de pruebas
durísimas que han afrontado con fortaleza, pueden enriquecerse
entablando un diálogo e intercambiando sus dones con las fundaciones que
ven la luz en nuestro tiempo».96
Finalmente, del encuentro y de la comunión con los carismas de los
movimientos eclesiales puede nacer un recíproco enriquecimiento. Los
movimientos pueden ofrecer a menudo un ejemplo de frescura evangélica
y carismática, así como un impulso generoso y creativo a la
evangelización. Por su parte los movimientos, así como las formas nuevas
de vida evangélica, pueden aprender mucho del testimonio gozoso, fiel y
carismático de la vida consagrada, que guarda un riquísimo patrimonio
espiritual, múltiples tesoros de sabiduría y de experiencia y una gran
variedad de formas de apostolado y de compromiso misionero.

3.9 Page 29

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Nuestro Dicasterio ha ofrecido ya criterios y orientaciones siempre válidas
para la inserción de religiosos y religiosas en los movimientos eclesiales.97
Lo que aquí quisiéramos más bien subrayar es la relación de conocimiento
y de colaboración, de estímulo y del compartir que podría establecerse no
sólo entre cada una de las personas sino entre los Institutos, movimientos
eclesiales y nuevas formas de vida consagrada, en vista de un crecimiento
en la vida del Espíritu y del cumplimiento de la única misión de la Iglesia.
Se trata de carismas nacidos del impulso del mismo Espíritu, ordenados a
la plenitud de la vida evangélica en el mundo, llamados a realizar juntos el
mismo proyecto de Dios para la salvación de la humanidad. La
espiritualidad de comunión se realiza precisamente también en este amplio
diálogo de la fraternidad evangélica entre todos los miembros del Pueblo
de Dios.98
En comunión con los laicos
31. La comunión experimentada entre los consagrados lleva a la apertura
más grande todavía con los otros miembros de la Iglesia. El mandamiento
de amarse los unos a los otros, ejercitado en el interior de la comunidad,
pide ser trasladado del plano personal al de las diferentes realidades
eclesiales. Sólo en una eclesiología integral, donde las diversas vocaciones
son acogidas en el interior del único Pueblo de convocados, la vocación a
la vida consagrada puede encontrar su específica identidad de signo y de
testimonio. Hoy se descubre cada vez más el hecho de que los carismas de
los fundadores y de las fundadoras, habiendo surgido para el bien de todos,
deben ser de nuevo puestos en el centro de la misma Iglesia, abiertos a la
comunión y a la participación de todos los miembros del Pueblo de Dios.
En esta línea podemos constatar que ya se está estableciendo un nuevo tipo
de comunión y de colaboración en el interior de las diversas vocaciones y
estados de vida, sobre todo entre consagrados y laicos.99 Los Institutos
monásticos y contemplativos pueden ofrecer a los laicos una relación
preferentemente espiritual y los necesarios espacios de silencio y oración.
Los Institutos comprometidos en la dimensión apostólica pueden
implicarlos en formas de cooperación pastoral. Los miembros de los
Institutos seculares, laicos o clérigos, entran en contacto con los otros
fieles en las formas ordinarias de la vida cotidiana.100
La novedad de estos años es sobre todo la petición por parte de algunos
laicos de participar en los ideales carismáticos de los Institutos. Han
nacido iniciativas interesantes y nuevas formas institucionales de
asociación a los Institutos. Estamos asistiendo a un auténtico florecer de
antiguas instituciones, como son las Órdenes seculares u Órdenes Terceras,
y al nacimiento de nuevas asociaciones laicales y movimientos en torno a
las Familias religiosas y a los Institutos seculares. Si, a veces también en el
pasado reciente, la colaboración venía en términos de suplencia por la
carencia de personas consagradas necesarias para el desarrollo de las
actividades, ahora nace por la exigencia de compartir las responsabilidades
no sólo en la gestión de las obras del Instituto, sino sobre todo en la
aspiración de vivir aspectos y momentos específicos de la espiritualidad y
de la misión del Instituto. Se pide, por tanto, una adecuada formación de
los consagrados así como de los laicos para una recíproca y enriquecedora

3.10 Page 30

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colaboración.
Si en otros tiempos han sido sobre todo los religiosos y las religiosas los
que han creado, alimentado espiritualmente y dirigido uniones de laicos,
hoy, gracias a una siempre mayor formación del laicado, puede ser una
ayuda recíproca que favorezca la comprensión de la especificidad y de la
belleza de cada uno de los estados de vida. La comunión y la reciprocidad
en la Iglesia no son nunca en sentido único. En este nuevo clima de
comunión eclesial los sacerdotes, los religiosos y los laicos, lejos de
ignorarse mutuamente o de organizarse sólo en vista de actividades
comunes, pueden encontrar la relación justa de comunión y una renovada
experiencia de fraternidad evangélica y de mutua emulación carismática,
en una complementariedad siempre respetuosa de la diversidad.
Una semejante dinámica eclesial redundará en beneficio de la misma
renovación y de la identidad de la vida consagrada. Cuando se profundiza
la comprensión del carisma, siempre se descubren nuevas posibilidades de
actuación.
En comunión con los Pastores
32. En esta relación de comunión eclesial con todas las vocaciones y
estados de vida, un aspecto del todo particular es el de la unidad con los
Pastores. En vano se pretendería cultivar una espiritualidad de comunión
sin una relación efectiva y afectiva con los Pastores, en primer lugar con el
Papa, centro de la unidad de la Iglesia, y con su Magisterio.
Es la concreta aplicación del sentir con la Iglesia, propio de todos los
fieles,101 que brilla especialmente en los fundadores y en las fundadoras
de la vida consagrada, y que se convierte en un compromiso carismático
para todos los Institutos. No se puede contemplar el rostro de Cristo sin
verlo resplandecer en el de su Iglesia. Amar a Cristo es amar a la Iglesia en
sus personas y en sus instituciones.
Hoy más que nunca, frente a repetidos empujes centrífugos que ponen en
duda principios fundamentales de la fe y de la moral católica, las personas
consagradas y sus instituciones están llamadas a dar pruebas de unidad sin
fisuras en torno al Magisterio de la Iglesia, haciéndose portavoces
convencidos y alegres delante de todos.
Es preciso subrayar cuanto el Papa ya afirmaba en la Exhortación Vita
consecrata: «Un aspecto distintivo de esta comunión eclesial es la
adhesión de mente y de corazón al magisterio (del Papa y) de los Obispos,
que ha de ser vivida con lealtad y testimoniada con nitidez ante el Pueblo
de Dios por parte de todas las personas consagradas, especialmente por
aquellas comprometidas en la investigación teológica, en la enseñanza, en
publicaciones, en la catequesis y en el uso de los medios de comunicación
social».102 Al mismo tiempo no hay que olvidar que muchos teólogos son
religiosos y que muchas escuelas de investigación están dirigidas por
Institutos de vida consagrada. Son ellos los que llevan elogiosamente esta
responsabilidad en el mundo de la cultura. La Iglesia mira con atención
confiada su compromiso intelectual ante las delicadas problemáticas de

4 Pages 31-40

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4.1 Page 31

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frontera que hoy debe afrontar el Magisterio.103
Los documentos eclesiales de los últimos decenios han vuelto
constantemente a tomar el escrito conciliar que invitaba a los Pastores a
valorar los carismas específicos en la pastoral de conjunto. Al mismo
tiempo animan a las personas consagradas a dar a conocer y a ofrecer con
nitidez y confianza las propias propuestas de presencia y de trabajo en
conformidad con la vocación específica.
Esto vale, de cualquier manera, también en la relación con el clero
diocesano. La mayor parte de los religiosos y de las religiosas colaboran
diariamente con los sacerdotes en la pastoral. Es por tanto indispensable
encauzar todas las iniciativas posibles para un cada vez mayor
conocimiento y aprecio recíprocos.
Sólo en armonía con la espiritualidad de comunión y con la pedagogía
trazada en la Novo millennio ineunte, podrá ser reconocido el don que el
Espíritu Santo hace a la Iglesia mediante los carismas de la vida
consagrada. Vale también, de forma concreta para la vida consagrada, la
coesencialidad, en la vida de la Iglesia, entre el elemento carismático y el
jerárquico que Juan Pablo II ha mencionado muchas veces refiriéndose a
los nuevos movimientos eclesiales.104 El amor y el servicio en la Iglesia
requieren ser vividos en la reciprocidad de una caridad mutua.
Cuarta Parte
TESTIGOS DEL AMOR
Reconocer y servir a Cristo
33. Una existencia transfigurada por los consejos evangélicos se convierte
en testimonio profético silencioso y, a la vez, en elocuente protesta contra
un mundo inhumano. Compromete en la promoción de la persona y
despierta una nueva imaginación de la caridad. Lo hemos visto en los
santos fundadores. Se manifiesta no sólo en la eficacia del servicio, sino
sobre todo en la capacidad de hacerse solidarios con el que sufre, de
manera que el gesto de ayuda sea sentido como un compartir fraterno. Esta
forma de evangelización, cumplida a través del amor y la dedicación a las
obras, asegura un testimonio inequívoco a la caridad de las palabras.105
Además, la vida de comunión representa el primer anuncio de la vida
consagrada, porque es signo eficaz y fuerza atractiva que lleva a creer en
Cristo. La comunión, entonces, se hace ella misma misión, más aún «la
comunión genera comunión y se configura esencialmente como comunión
misionera».106 Las comunidades se encuentran deseosas de seguir a Cristo
por los caminos de la historia del hombre,107 con un compromiso
apostólico y un testimonio de vida coherente con el propio
carisma.108«Quien ha encontrado verdaderamente a Cristo no puede

4.2 Page 32

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tenerlo sólo para sí, debe anunciarlo. Es necesario un nuevo impulso
apostólico que sea vivido como compromiso cotidiano de las comunidades
y de los grupos cristianos».109
34. Cuando se parte de Cristo la espiritualidad de comunión se convierte
en una sólida y robusta espiritualidad de la acción de los discípulos y
apóstoles de su Reino. Para la vida consagrada esto significa
comprometerse en el servicio a los hermanos en los que se reconoce el
rostro de Cristo. En el ejercicio de esta misión apostólica ser y hacer son
inseparables, porque el misterio de Cristo constituye el fundamento
absoluto de toda acción pastoral.110 La aportación de los consagrados y de
las consagradas a la evangelización «está (por eso), ante todo, en el
testimonio de una vida totalmente entregada a Dios y a los hermanos, a
imitación del Salvador que, por amor del hombre, se hizo siervo».111 Al
participar en la misión de la Iglesia, las personas consagradas no se limitan
a dar una parte de tiempo sino la vida entera.
En la Novo Millennio ineunte parece que el Papa quiere empujar todavía
más allá en el amor concreto hacia los pobres: «El siglo y el milenio que
comienzan tendrán que ver todavía, y es de desear que lo vean de modo
palpable, a qué grado de entrega puede llegar la caridad hacia los más
pobres. Si verdaderamente hemos partido de la contemplación de Cristo,
tenemos que saberlo descubrir sobre todo en el rostro de aquellos con los
que Él mismo ha querido identificarse: «He tenido hambre y me habéis
dado de comer, he tenido sed y me habéis dado de beber; fui forastero y
me habéis hospedado; desnudo y me habéis vestido, enfermo y me habéis
visitado, encarcelado y habéis venido a verme» (Mt 25, 35-36). Esta
página no es una simple invitación a la caridad: es una página de
cristología, que ilumina el misterio de Cristo. Sobre esta página, la Iglesia
comprueba su fidelidad como Esposa de Cristo, no menos que sobre el
ámbito de la ortodoxia».112 El Papa ofrece también una dirección concreta
de espiritualidad cuando invita a reconocer en la persona de los pobres una
presencia especial de Cristo que impone a la Iglesia una opción
preferencial por ellos. A través de tal opción es donde también los
consagrados113 deben ser testigos del «estilo del amor de Dios, su
providencia, su misericordia».114
35. El campo en el que el Santo Padre invita a trabajar es vasto cuanto lo
es el mundo. Asomándose a este panorama, la vida consagrada «debe
aprender a hacer su acto de fe en Cristo interpretando el llamamiento que
Él dirige desde este mundo de la pobreza».115 Armonizar el anhelo
universal de una vocación misionera con la inserción concreta dentro de
un contexto y de una Iglesia particular será la exigencia primordial de toda
actividad apostólica.
A las antiguas formas de pobreza se les han añadido otras nuevas: la
desesperación del sin sentido, la insidia de la droga, el abandono en la
edad avanzada o en la enfermedad, la marginación o la discriminación
social.116 La misión, en sus formas antiguas o nuevas, es antes que nada
un servicio a la dignidad de la persona en una sociedad deshumanizada,
porque la primera y más grave pobreza de nuestro tiempo es conculcar con

4.3 Page 33

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indiferencia los derechos de la persona humana. Con el dinamismo de la
caridad, del perdón y de la reconciliación, los consagrados se esmeran por
construir en la justicia un mundo que ofrezca nuevas y mejores
posibilidades a la vida y al desarrollo de las personas. Para que esta
intervención sea eficaz, es preciso tener un espíritu de pobre, purificado de
intereses egoístas, dispuesto a ejercer un servicio de paz y no de violencia,
una actitud solidaria y llena de compasión hacia los sufrimientos de los
demás. Un estilo de proclamar las palabras y de realizar las obras de Dios
inaugurado por Jesús (cf. Lc 4, 15-21) y vivido por la Iglesia primitiva,
que no puede olvidarse con la terminación del Jubileo o el paso de un
milenio, sino que impulsa con mayor urgencia a realizar en la caridad un
porvenir diverso. Es preciso estar preparados para pagar el precio de la
persecución, porque en nuestro tiempo la causa más frecuente de martirio
es la lucha por la justicia en fidelidad al Evangelio. Juan Pablo II afirma
que este testimonio, «también recientemente, ha llevado al martirio a
algunos hermanos y hermanas vuestros en diversas partes del mundo».117
En la imaginación de la caridad
36. A lo largo de los siglos, la caridad ha sido siempre para los
consagrados el ámbito donde se ha vivido concretamente el Evangelio. En
ella han valorado la fuerza profética de sus carismas y la riqueza de su
espiritualidad en la Iglesia y en el mundo.118 Se reconocían, en efecto,
llamados a ser «epifanía del amor de Dios».119 Es necesario que este
dinamismo continúe ejerciéndose con fidelidad creativa, porque constituye
una fuente insustituible en el trabajo pastoral de la Iglesia. En el momento
en que se invoca una nueva imaginación de la caridad y una auténtica
prueba y confirmación de la caridad de la palabra con la de las obras,120 la
vida consagrada mira con admiración la creatividad apostólica que ha
hecho florecer los mil rostros de la caridad y de la santidad en formas
específicas; aún no deja de sentir la urgencia de continuar, con la
creatividad del Espíritu, sorprendiendo al mundo con nuevas formas de
activo amor evangélico ante las necesidades de nuestro tiempo.
La vida consagrada quiere reflexionar sobre los propios carismas y sobre
las propias tradiciones, para ponerlos también al servicio de las nuevas
fronteras de la evangelización. Se trata de estar cerca de los pobres, de los
ancianos, de los tóxicodependientes, de los enfermos de SIDA, de los
desterrados, de las personas que padecen toda clase de sufrimientos por su
realidad particular. Con una atención centrada en el cambio de modelos,
porque no se cree suficiente la asistencia, se busca erradicar las causas en
las que tiene su origen esa necesidad. La pobreza de los pueblos está
causada por la ambición y por la indiferencia de muchos y por las
estructuras de pecado que deben ser eliminadas, también con un
compromiso serio en el campo de la educación.
Muchas antiguas y recientes fundaciones llevan a los consagrados allí
donde habitualmente otros no pueden ir. En estos años, consagrados y
consagradas han sido capaces de dejar las seguridades de lo ya conocido
para lanzarse hacia ambientes y ocupaciones para ellos desconocidos.
Gracias a su total consagración, en efecto, son libres para intervenir en
cualquier lugar donde se den situaciones críticas, como muestran las

4.4 Page 34

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recientes fundaciones en nuevos Países que presentan desafíos
particulares, comprometiendo más provincias religiosas al mismo tiempo y
creando comunidades internacionales. Con mirada penetrante y un gran
corazón121 han recogido la llamada de tantos sufrimientos en una concreta
diaconía de la caridad. Constituyen por todas partes un lazo de unión entre
la Iglesia y grupos marginados que no se contemplan en la pastoral
ordinaria.
Incluso algunos carismas que parecían responder a tiempos ya pasados,
adquieren un renovado vigor en este mundo que conoce la trata de mujeres
o el tráfico de niños esclavos, mientras la infancia, a menudo víctima de
abusos, corre el peligro del abandono en las calles y del reclutamiento en
los ejércitos.
Hoy se encuentra una mayor libertad en el ejercicio del apostolado, una
irradiación más consciente, una solidaridad que se expresa con el saber
estar de parte de la gente, asumiendo los problemas para responder con
una fuerte atención a los signos de los tiempos y a sus exigencias. Esta
multiplicación de iniciativas demuestra la importancia que la planificación
tiene en la misión, cuando se quiere actuar no de manera improvisada, sino
orgánica y eficiente.
Anunciar el Evangelio
37. La primera tarea que se debe tomar con entusiasmo es el anuncio de
Cristo a las gentes. Éste depende sobre todo de los consagrados y de las
consagradas que se comprometen a hacer llegar el mensaje del Evangelio a
la multitud creciente de los que lo ignoran. Tal misión está todavía en los
comienzos y debemos comprometernos con todas las fuerzas para llevarla
a cabo.122 La acción confiada y audaz de los misioneros y de las
misioneras deberá responder siempre mejor a la exigencia de la
inculturación, así como a que no se nieguen los valores específicos de cada
pueblo, sino que sean purificados y llevados a su plenitud.123
Permaneciendo en total fidelidad al anuncio evangélico, el cristianismo del
tercer milenio llevará consigo también el rostro de tantas culturas y de
tantos pueblos en que ha sido acogido y arraigado.124
Servir a la vida
38. Siguiendo una gloriosa tradición, un gran número de personas
consagradas, sobre todo mujeres, ejercen su apostolado en el sector
sanitario, continuando el ministerio de misericordia de Cristo. A ejemplo
de Él, Divino Samaritano, se hacen cercanas a los que sufren para aliviar
su dolor. Su competencia profesional, vigilante en la atención a humanizar
la medicina, abre un espacio al Evangelio que ilumina de confianza y
bondad aun las experiencias más difíciles del vivir y del morir humano.
Por eso los pacientes más pobres y abandonados tendrán un lugar
privilegiado en la prestación afable de sus cuidados.125
Para la eficacia del testimonio cristiano es importante, especialmente en

4.5 Page 35

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algunos campos delicados y controvertidos, saber explicar los motivos de
la posición de la Iglesia, subrayando sobre todo que no se trata de imponer
a los no creyentes una perspectiva de fe, sino de interpretar y defender los
valores radicados en la naturaleza misma del ser humano.126 La caridad se
convertirá entonces, especialmente en los consagrados que trabajan en
estos ambientes, en un servicio a la inteligencia, para que por todas partes
se respeten los principios fundamentales de los que depende una
civilización digna del hombre.
Difundir la verdad
39. También el mundo de la educación exige una presencia cualificada de
los consagrados. En el misterio de la Encarnación están las bases para una
antropología que es capaz de ir más allá de sus propios límites e
incoherencias hacia Jesús, «el hombre nuevo» (Ef 4, 24; cf. Col 3, 10).
Porque el Hijo de Dios se hizo verdaderamente hombre, el hombre puede,
en Él y por medio de Él, llegar a ser realmente hijo de Dios.127
Por la peculiar experiencia de los dones del Espíritu, por la escucha asidua
de la Palabra y el ejercicio del discernimiento, por el rico patrimonio de
tradiciones educativas acumuladas a través del tiempo por el propio
Instituto, consagrados y consagradas están en condiciones de llevar a cabo
una acción educativa particularmente eficaz. Este carisma puede dar vida a
ambientes educativos impregnados del espíritu evangélico de libertad,
justicia y caridad, en los que se ayude a los jóvenes a crecer en humanidad
bajo la guía del Espíritu, proponiendo al mismo tiempo la santidad como
meta educativa para todos, profesores y alumnos.128
Hace falta promover en el interior de la vida consagrada un renovado
amor por el empeño cultural que consienta elevar el nivel de la
preparación personal y favorezca el diálogo entre mentalidad
contemporánea y fe, para promover, también a través de las propias
instituciones académicas, una evangelización de la cultura entendida como
servicio a la verdad.129 En esta perspectiva, resulta más que oportuna la
presencia en los medios de comunicación social.130 Todos los esfuerzos en
este nuevo e importante campo apostólico han de ser alentados, para que
las iniciativas en este sector se coordinen mejor y alcancen niveles
superiores de calidad y eficacia.
La apertura a los grandes diálogos
40. Recomenzar desde Cristo quiere decir, finalmente, seguirlo hasta
donde se ha hecho presente con su obra de salvación y vivir la amplitud de
horizontes abierta por él. La vida consagrada no puede contentarse con
vivir en la Iglesia y para la Iglesia. Se extiende con Cristo a las otras
Iglesias cristianas, a las otras religiones, a todo hombre y mujer que no
profesa convicción religiosa alguna.
La vida consagrada, por tanto, está llamada a ofrecer su colaboración
específica en todos los grandes diálogos a los que el Concilio Vaticano II
ha abierto la Iglesia entera. «Comprometidos en el diálogo con todos» es el

4.6 Page 36

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significativo título del último capítulo de Vita consecrata, como lógica
conclusión de toda la Exhortación apostólica.
41. El documento recuerda sobre todo cómo el Sínodo sobre la Vida
Consagrada puso de relieve la profunda vinculación de la vida consagrada
con la causa del ecumenismo. En efecto, si el alma del ecumenismo es la
oración y la conversión, no cabe duda de que los Institutos de vida
consagrada y las Sociedades de vida apostólica tienen un deber particular
de cultivar este compromiso. Es urgente que en la vida de las personas
consagradas se dé un mayor espacio a la oración ecuménica y al
testimonio, para que con la fuerza del Espíritu Santo sea posible derribar
los muros de las divisiones y de los prejuicios.131 Ningún Instituto de vida
consagrada ha de sentirse dispensado de trabajar en favor de esta causa.
Hablando después de las formas del diálogo ecuménico, Vita consecrata
indica como particularmente aptas a los miembros de las comunidades
religiosas el compartir la lectio divina, la participación en la oración
común, en la que el Señor garantiza su presencia (cf. Mt 18, 20). La
amistad, la caridad y la colaboración en iniciativas comunes de servicio y
de testimonio harán experimentar la dulzura de convivir los hermanos
unidos (cf. Sal 133 [132]). No menos importantes son el conocimiento de
la historia, de la doctrina, de la liturgia, de la actividad caritativa y
apostólica de los otros cristianos.132
42. Para el diálogo interreligioso Vita consecrata pone dos requisitos
fundamentales: el testimonio evangélico y la libertad de espíritu. Sugiere
después algunos instrumentos particulares como el conocimiento mutuo, el
respeto recíproco, la amistad cordial y la sinceridad recíproca con los
ambientes monásticos de otras religiones.133
Un posterior ámbito de colaboración consiste en la común solicitud por la
vida humana, que se manifiesta tanto en la compasión por el sufrimiento
físico y espiritual como en el empeño por la justicia, la paz y la
salvaguardia de la creación.134 Juan Pablo II recuerda, como campo
particular de encuentro con personas de otras tradiciones religiosas, la
búsqueda y la promoción de la dignidad de la mujer, a las que se pide
contribuyan de modo particular las mujeres consagradas.135
43. Finalmente, se tiene presente el diálogo con cuantos no profesan
particulares confesiones religiosas. Las personas consagradas, por la
naturaleza misma de su elección, se ponen como interlocutores
privilegiados de la búsqueda de Dios que desde siempre sacude el corazón
del hombre y lo conduce a múltiples formas de espiritualidad. Su
sensibilidad a los valores (cf. Flp 4, 8) y la disponibilidad al encuentro
testimonian las características de una auténtica búsqueda de Dios. «Por eso
—concluye el documento— las personas consagradas tienen el deber de
ofrecer con generosidad acogida y acompañamiento espiritual a todos
aquellos que se dirigen a ellas, movidos por la sed de Dios y deseosos de
vivir las exigencias de su fe».136
44. Este diálogo se abre necesariamente al anuncio de Cristo. En la

4.7 Page 37

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comunión está efectivamente la reciprocidad del don. Cuando la escucha
del otro es auténtica, ofrece la ocasión propicia para proponer la propia
experiencia espiritual y los contenidos evangélicos que alimentan la vida
consagrada. Se testimonia así la esperanza que hay en nosotros (cf. 1P 3,
15). No debemos temer que hablar de la propia fe pueda constituir una
ofensa al que tiene otras creencias; es, más bien, ocasión de anuncio
gozoso del don para todos y que es propuesto a todos, aun con el mayor
respeto a la libertad de cada uno: el don de la revelación del Dios-Amor
que «tanto amó al mundo, que le dio su Hijo Unigénito» (Jn 3, 16).
Por otra parte, el deber misionero no nos impide acudir al diálogo
íntimamente dispuestos a recibir, porque, entre los recursos y los límites de
toda cultura, los consagrados pueden tomar las semillas del Verbo, en las
que encontramos valores preciosos para la propia vida y misión. «No es
raro que el Espíritu de Dios, «que sopla donde quiere» (Jn 3, 8), suscite en
la experiencia humana universal signos de su presencia, que ayudan a los
mismos discípulos de Cristo a comprender más profundamente el mensaje
del que son portadores».137
Los retos actuales
45. No es posible quedarse al margen ante los grandes e inquietantes
problemas que atenazan a la entera humanidad, ante las perspectivas de un
desequilibrio ecológico, que hace inhabitables y enemigas del hombre
vastas áreas del planeta. Los países ricos consumen recursos a un ritmo
insostenible para el equilibrio del sistema, haciendo que los países pobres
sean cada vez más pobres. Ni se pueden olvidar los problemas de la paz,
amenazada a menudo con la pesadilla de guerras catastróficas.138
La codicia de los bienes, el ansia de placer, la idolatría del poder, o sea la
triple concupiscencia que marca la historia y que está en el origen de los
males actuales sólo puede ser vencida si se descubren los valores
evangélicos de la pobreza, la castidad y el servicio.139 Los consagrados
deben saber proclamar, con la vida y con la palabra, la belleza de la
pobreza del espíritu y de la castidad del corazón que liberan el servicio
hacia los hermanos y de la obediencia que hace duraderos los frutos de la
caridad.
¿Cómo se puede, en fin, permanecer pasivos frente al vilipendio de los
derechos humanos fundamentales?140 Se debe prestar especial atención a
algunos aspectos de la radicalidad evangélica que a menudo son menos
comprendidos, pero que no pueden por ello desaparecer de la agenda
eclesial de la caridad. El primero de todos, el respeto a la vida de cada ser
humano desde la concepción hasta su ocaso natural.
En esta apertura al mundo y en dirigirlo a Cristo de tal manera que las
realidades todas encuentren en Él el propio y auténtico significado, las
laicas y los laicos consagrados de los Institutos seculares ocupan un lugar
privilegiado: en efecto, en las comunes condiciones de vida participan en
el dinamismo social y político y, por su seguimiento de Cristo, les dan
nuevo valor, obrando así eficazmente por el Reino de Dios. Precisamente

4.8 Page 38

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en virtud de su consagración, vivida sin signos externos, como laicos entre
laicos, pueden ser sal y luz también en aquellas situaciones en las que una
visibilidad de su consagración constituiría un impedimento o incluso un
rechazo.
Mirar hacia adelante y hacia lo alto
46. También entre los consagrados se encuentran los centinelas de la
mañana: los jóvenes y las jóvenes.141 Verdaderamente tenemos necesidad
de jóvenes valientes que, dejándose configurar por el Padre con la fuerza
del Espíritu y llegando a ser «personas cristiformes»,142 ofrezcan a todos
un testimonio limpio y alegre de su «específica acogida del misterio de
Cristo»143 y de la espiritualidad peculiar del propio Instituto.144
Reconózcaseles, pues, precisamente como auténticos protagonistas de su
formación.145 Puesto que ellos deberán llevar adelante, por motivos
generacionales, la renovación del propio Instituto, conviene que —
oportunamente preparados— vayan asumiendo gradualmente tareas de
orientación y de gobierno. Fuertes, sobre todo, en su empuje ideal, lleguen
a ser testimonios válidos de la aspiración a la santidad como alto grado del
ser cristiano.146 En buena parte el futuro de la vida consagrada y de su
misión se apoya en la inmediatez de su fe, en las actitudes que
gozosamente han revelado y en cuanto el Espíritu quiera decirles.
Y dirijamos la mirada a María, Madre y Maestra de cada uno de nosotros.
Ella, la primera Consagrada, vivió la plenitud de la caridad.
Ferviente en el espíritu, sirvió al Señor; alegre en la esperanza, fuerte en la
tribulación, perseverante en la oración; solícita por las necesidades de los
hermanos (cf. Rm 12, 11-13). En Ella se reflejan y se renuevan todos los
aspectos del Evangelio, todos los carismas de la vida consagrada. Ella nos
sostenga en el empeño cotidiano, de manera que podamos dar un
espléndido testimonio de amor, según la invitación de san Pablo: «¡Tened
una conducta digna de la vocación a la que habéis sido llamados!» (Ef 4,
1).
Para confirmar estas orientaciones, deseamos tomar, una vez más, las
palabras de Juan Pablo II, porque en ellas encontramos el estímulo y la
confianza que tanta falta nos hace para afrontar un compromiso que parece
superar nuestras fuerzas: «Un nuevo siglo y un nuevo milenio se abren a la
luz de Cristo. Pero no todos ven esta luz. Nosotros tenemos el maravilloso
y exigente cometido de ser su reflejo ... Ésta es una tarea que nos hace
temblar si nos fijamos en la debilidad que tan a menudo nos vuelve opacos
y llenos de sombras. Pero es una tarea posible si, expuestos a la luz de
Cristo, sabemos abrirnos a su gracia que nos hace hombres
nuevos».147Ésta es la esperanza proclamada en la Iglesia por los
consagrados y las consagradas, mientras con los hermanos y hermanas, a
través de los siglos, van al encuentro de Cristo Resucitado.
El 16 de mayo de 2002, el Santo Padre aprobó el presente Documento de
la Congregación para los Institutos de vida consagrada y las Sociedades de
vida apostólica.

4.9 Page 39

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Roma, 19 de mayo de 2002, Solemnidad de Pentecostés.
Eduardo Card. Martínez Somalo
Prefecto
Piergiorgio Silvano Nesti, CP
Secretario
Notas
1Cf. Juan Pablo II, Exhortación Apostólica postsinodal Vita consecrata,
Roma, 25 de marzo de 1996, 14.
2Juan Pablo II, Carta Apostólica Novo millennio ineunte, 6 de enero de
2001, 9.
3Juan Pablo II, Discurso a Caritas italiana (24 de noviembre de 2001):
L'Osservatore Romano, 25 de noviembre de 2001, 4.
4Juan Pablo II, Mensaje a la Plenaria de la Congregación para los
Institutos de vida consagrada y las Sociedades de vida apostólica (21 de
septiembre de 2001): L'Osservatore Romano, 28 de septiembre de 2001,
p.9.
5Ibid.
6Cf. Ad gentes, 11.
7Cf. Lumen gentium, 1.
8Vita consecrata, 19.
9Cf. Novo millennio ineunte, 29.
10Vita consecrata, 4.
11Cf. Novo millennio ineunte, 29.
12Cf. Novo millennio ineunte, 30-31.
13Cf. Novo millennio ineunte, 32-34.35-39.
14Cf. Novo millennio ineunte, 35-37.

4.10 Page 40

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15Cf. Novo millennio ineunte, 43-44.
16Cf. Novo millennio ineunte, 49.57.
17Vita consecrata, 111.
18Cf. Vita consecrata, 16.
19Cf. Lumen gentium, 44.
20Vita consecrata, 22.
21Cf. Vita consecrata, 87.
22Cf. Lumen gentium, 13; Juan Pablo II, Exhortación apostólica
postsinodal Christifideles laici, 30 de diciembre de 1988, 20; Vita
consecrata, 31.
23Cf. Novo millennio ineunte, 29.
24Cf. Novo millennio ineunte, 45.
25Cf. Vita consecrata, 32.
26Vita consecrata, 31.
27Cf. Vita consecrata, 28.94.
28Vita consecrata, 85.
29Cf. Novo millennio ineunte, 38.
30Cf. Novo millennio ineunte, 33.
31Cf. Vita consecrata, 103.
32Cf. Vita consecrata, 72.
33Cf. Novo millennio ineunte, 2.
34Vita consecrata, 58.
35Cf. Evangelii nuntiandi, 69; Novo millennio ineunte, 7.
36Cf. Vita consecrata, 99.
37Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades
de Vida Apostólica, Verbi sponsa, Instrucción sobre la vida contemplativa

5 Pages 41-50

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5.1 Page 41

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y la clausura de las monjas, Ciudad del Vaticano, 13 de mayo de 1999, 7.
38Ibid.; cf. Perfectae caritatis, 7; cf. Vita consecrata, 8, 59.
39S. Agustín, Sermo 331, 2: PL 38, 1460.
40Novo millennio ineunte, 49.
41Cf. Novo millennio ineunte, 25-26.
42Cf. Vita consecrata, 110.
43Cf. Lumen gentium, cap. V.
44Lumen gentium, 42.
45Vita consecrata, 31; cf. Novo millennio ineunte, 46.
46Cf. Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las
Sociedades de Vida Apostólica, La vida fraterna en comunidad,
«Congregavit nos in unum Christi amor», Roma, 2de febrero de 1994, 50.
47Cf. Vita consecrata, 92.
48Cf. Novo millennio ineunte, 45.
49Cf. Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las
Sociedades de Vida Apostólica, Orientaciones sobre la formación en los
Institutos Religiosos, «Potissimun Institutioni», Roma, 2 de febrero de
1990, 1.
50Vita consecrata, 65.
51Vita consecrata, 66.
52Cf. Christifideles laici, 55.
53Cf. Juan Pablo II, Homilía en la Vigilia de Torvergata (20 de agosto de
2000): L'Osservatore Romano, 21-22 de agosto de 2000, 3.
54Cf. Vita consecrata, 1.
55Cf. Vita consecrata, 65.
56Vita consecrata, 37.
57Novo millennio ineunte, 40.

5.2 Page 42

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58Cf. Novo millennio ineunte, 1.
59Juan Pablo II, Homilía (2 de febrero de 2001): L'Osservatore Romano, 4
de febrero de 2001, p.4.
60Cf. Mutuae relationes, 11; cf. Vita consecrata, 37.
61Vita consecrata, 93.
62Cf. Novo millennio ineunte, 31.
63Cf. Vita consecrata, 20-21.
64Cf. Novo millennio ineunte, 38.
65Vita consecrata, 22.
66Vita consecrata, 16.
67Vita consecrata, 18.
68Vita consecrata, 25.
69Vita consecrata, 40.
70Novo millennio ineunte, 16.
71Vita consecrata, 94.
72Novo millennio ineunte, 39.
73Cf. Perfectae caritatis, 2.
74Juan Pablo II, Homilía (2 de febrero de 2001): L'Osservatore Romano, 4
de febrero de2001.
75Vita consecrata, 37.
76Novo millennio ineunte, 40.
77Juan Pablo II, Homilía (2 de febrero de 2001): L'Osservatore Romano, 4
de febrero de2001.
78Novo millennio ineunte, 43.
79Juan Pablo II, Homilía (2 de febrero de 2001): L'Osservatore Romano, 4
de febrero de2001.

5.3 Page 43

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80Vita consecrata, 95.
81Cf. Vita consecrata, 18.
82Vita consecrata, 95.
83Cf. Vita consecrata, 51.
84Cf. Novo millennio ineunte, 25-27.
85Cf. Vita consecrata, 23.
86Vita consecrata, 38.
87Novo millennio ineunte, 25.
88Cf. Novo millennio ineunte, 37.
89Vita consecrata, 93.
90Novo millennio ineunte, 43.
91Vita consecrata, 46.
92Vita consecrata, 51.
93Cf. Novo millennio ineunte, 43.
94Vita consecrata, 51.
95Novo millennio ineunte, 46.
96Vita consecrata, 62.
97Cf. La vida fraterna en comunidad, 62; cf. Vita consecrata, 56.
98Cf. Novo millennio ineunte, 45.
99Cf. La vida fraterna en comunidad, 70.
100Cf. Vita consecrata, 54.
101Cf. Lumen gentium, 12; cf. Vita consecrata, 46.
102Vita consecrata, 46.
103Cf. Vita consecrata, 98.

5.4 Page 44

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104Juan Pablo II, en Los movimientos en la Iglesia. Actas del II Coloquio
internacional, Milán 1987, pp.24-25; Los movimientos en la Iglesia,
Ciudad del Vaticano 1999, p.18.
105Cf. Novo millennio ineunte, 50.
106Christifideles laici, 31-32.
107Cf. Vita consecrata, 46.
108Cf. Juan Pablo II, Exhortación apostólica Ecclesia in Africa. Yaoundé,
14 de septiembre de 1995, 94.
109Novo millennio ineunte, 40.
110Cf. Novo millennio ineunte, 15.
111Vita consecrata, 76.
112Novo millennio ineunte, 49.
113Cf. Vita consecrata, 82.
114Novo millennio ineunte, 49.
115Novo millennio ineunte, 50.
116Cf. Novo millennio ineunte, 50.
117Juan Pablo II, Homilía (2 de febrero de 2001): L'Osservatore Romano,
4 de febrero de 2001.
118Cf. Vita consecrata, 84.
119Cf. Vita consecrata, Título del Capítulo III.
120Cf. Novo millennio ineunte, 50.
121Cf. Novo millennio ineunte, 58.
122Cf. Juan Pablo II, Encíclica Redemptoris Missio, Roma, 7 de diciembre
de 1990, 1.
123Cf. Juan Pablo II, Exhortación apostólica postsinodal Ecclesia in Asia,
Nueva Delhi, 6de noviembre de 1999, 22.
24Cf. Novo millennio ineunte, 40.

5.5 Page 45

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125Cf. Vita consecrata, 83.
126Cf. Novo millennio ineunte, 51.
127Cf. Novo millennio ineunte, 23.
128Cf. Vita consecrata, 96.
129Cf. Vita consecrata, 98.
130Cf. Vita consecrata, 99.
131Cf. Vita consecrata, 100.
132Cf. Vita consecrata, 101.
133Cf. Ecclesia in Asia, 31. 34.
134Cf. Ecclesia in Asia, 44.
135Cf. Vita consecrata, 102.
136Vita consecrata, 103.
137Novo millennio ineunte, 56.
138Cf. Novo millennio ineunte, 51.
139Cf. Vita consecrata, 88-91.
140Cf. Novo millennio ineunte, 51.
141Cf. Novo millennio ineunte, 9.
142Vita consecrata, 19.
143Vita consecrata, 16.
144Cf. Vita consecrata, 93.
145Cf. Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las
Sociedades de Vida Apostólica, «Potissimum Institutioni», Roma, 2 de
febrero de 1990, 29.
146Cf. Novo millennio ineunte, 31.
147Novo millennio ineunte.

5.6 Page 46

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