La_vida_como_oracion


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ACTAS DEL CONSEJO GENERAL, núm. 421
obligado a iniciar una investigación preliminar, a menos que esa in-
vestigación no parezca absolutamente superflua. Él deberá investigar
personalmente o, preferiblemente, mediante un Instructor y un Notario,
nombrados con pertinentes decretos, a fin de acreditar con prudencia
los hechos denunciados, sus circunstancias y su imputabilidad al her-
mano. Tal materia está regulada por los cánones 1717-1731 del Código
de Derecho Canónico. No está prevista la intervención de la Comisión
para dirigir la investigación preliminar, pero el Inspector puede elegir al
Instructor y al Notario entre sus miembros.
Dada la delicadeza de la materia, se está estudiando por el Depar-
tamento jurídico, a partir de las indicaciones del Código de Derecho
Canónico y de las normas sucesivamente emanadas, una serie de indi-
caciones operativas sobre cómo gestionar la investigación previa y las
intervenciones que se deben asumir al término de la misma. Tales indi-
caciones se pondrán posteriormente a disposición de los Inspectores.
La investigación previa se refiere también a las acusaciones de abu-
so de menores. Tras la publicación de la «Líneas orientativas para el
tratamiento de casos de abuso sexual hacia menores por parte de clé-
rigos», emanadas de la Congregación para la Doctrina de la fe, y de las
consiguientes normas de las Conferencias episcopales, deberemos com-
pletar nuestro protocolo al respecto.
4. Ficha para la gestión de situaciones difíciles e irregulares
Adjunto a esta carta una ficha en relación con las actuaciones jurí-
dicas y la disciplina religiosa. El Vicario inspectorial la mantiene al día
y la presenta periódicamente al Inspector y al Consejo Inspectorial para
informar sobre cómo se desarrolla el proceso de solución de situacio-
nes de dificultad e irregularidad. Debe utilizarse especialmente con oca-
sión de la Visita extraordinaria.
Os agradezco lo que podáis hacer para que la Inspectoría dé im-
portancia a la vida y a la disciplina religiosa. Os saludo cordialmente en
Don Bosco.

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2.2. LA VIDA COMO ORACIÓN
Ivo COELHO
Consejero para la Formación
El Rector Mayor, en su Presentación de los Documentos del CG27, al
hablar de la «gracia de la unidad», escribe: «es el camino para responder
con generosidad y para ser nosotros mismos: salesianos consagrados,
hermanos al servicio de los jóvenes. Aceptando este don, encontraremos
un rasgo característico de nuestra espiritualidad, que es la unión con
, Dios; ella favorece la unificación de la vida: la oración y el trabajo, la
acción y la contemplación, la reflexión y el apostolado» (CG 27, p. 14). El
Capítulo escogió el icono de la vid y los sarmientos como símbolo de la
unidad profunda entre ser místicos en el Espíritu, profetas de fraternidad,
y servidores de los jóvenes. Queremos ofrecer esta ayuda para lograr la
unificación que nos lleve a ser contemplativos en la acción (Const. 12),
personas con «un proyecto de vida fuertemente unitario» como el de
nuestro Padre Don Bosco (Const. 21).
Nuestra vida se caracteriza, sin duda, por el trabajo incansable, fie-
les al lema «trabajo y templanza» y, sobre todo, siguiendo el ejemplo
de nuestro Padre Don Bosco. Pero. ¿no se convierte muchas veces este
trabajo en un peligro grande, en un obstáculo para nuestra oración? No
nos referimos solamente a «las» oraciones, entendidas como prácticas de
piedad, sino sobre todo a esa unión con Dios que debe caracterizar toda
nuestra vida. Recordando la hermosa frase de santa Teresa de Jesús, «no
es otra cosa oración mental, a mi parecer, sino tratar de amistad, estando
muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama», 1 la pregunta
es: ¿Cómo hacer de nuestra vida experiencia de Dios, encuentro de amor
con Él? Y, ¿cómo podría nuestra misión dar a toda nuestra existencia su
tono concreto (Const. 3), de manera que la vida se haga oración?
Nuestra Regla de Vida, en la primera sección, donde se presenta
la identidad fundamental del salesiano, afirma:
1 Santa TERESA DE JESÚS, Vida 8, 5.

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ACTAS DEL CONSEJO GENERAL, núm. 421
Al trabajar por la salvación de la juventud, el salesiano vive la expe-
riencia de la paternidad de Dios, y reaviva continuamente la dimensión
divina de su actividad: «Sin no podéis hacer nada» Qn 15,5). Cultiva la
unión con Dios y advierte la necesidad de orar ininterrumpidamente en
diálogo sencillo y cordial con Cristo vivo y con el Padre, a quien siente
cerca de sí. Atento a la presencia del Espíritu y haciendo todo por amor de
Dios, llega a ser, como Don Bosco, contemplativo en la acción (Const. 12).
¿Cómo podemos transformar este ideal en realidad? Conviene aquí
hacer una aclaración necesaria: no se trata de quitar importancia a las
prácticas sacramentales y de piedad, mediante las cuales se hace concreto
nuestro diálogo con el Señor. Pero, yendo más allá, nos preguntamos cómo
nuestra vida y nuestro trabajo pueden convertirse en experiencia de Dios.
«La vida como oración»: identidad de la oración salesiana
Creo que el artículo 95 de nuestras Constituciones, que se titula, pre-
cisamente, «La vida como oració,i;,, responde de manera extraordinaria-
mente rica a esta pregunta:
Sumergido en el mundo y en las preocupaciones de la vida pastoral,
el salesiano aprende a encontrar a Dios en aquellos a quienes es envia-
do. Al descubrir los frutos del Espíritu en la vida de los hombres, espe-
cialmente de los jóvenes, da gracias por todo; al compartir sus proble-
mas y sufrimientos, invoca para ellos la luz y la fuerza de su presencia.
Se nutre de la caridad del Buen Pastor, cuyo testigo quiere ser, y
participa en las riquezas espirituales que le ofrece su comunidad. La
necesidad de Dios sentida en el trabajo apostólico, lo lleva a celebrar la
liturgia de la vida y logra «aquella laboriosidad incansable, santificada
por la oración y la unión con Dios, que debe ser la característica de los
hijos de san Juan Bosco.2
Para destacar algunos elementos de este texto tan hermoso, quiero
compararlo con la versión previa de las Constituciones ad experimentum
2 Mientras la unión con Dios es el tema de Const. 12, Const. 95, sobre la vida como oración, ocupa
un puesto muy especial en las Constituciones; está justamente en el capítulo Vll (En diálogo con
el Señor), al final de la Segunda Parte de nuestras Constituciones (Enviados a los jóvenes --en co-
munidad- siguiendo a Cristo). El CG22 era muy sensible a la estructura de las Constituciones, y
la colocación de Const. 95 lo constituye en una especie de síntesis, no solo de nuestra vida de
oración sino también de toda nuestra vida. Trata precisamente de la vida como oración.

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2. ORIENTACIONES Y DIRECTRICES
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del Capítulo General Especial (1972). Entonces, el texto expresaba más
bien el problema de la síntesis entre oración y trabajo: «Al salesiano,
inmerso en el mundo y en las preocupaciones de la vida apostólica, en-
contrarse con Dios con libertad y spontaneidad filial puede resultar
difícil». Sin duda, era una constatación verdadera y concreta, pero, al
mismo tiempo, implicaba cierta dicotomía, que se expresaba de nuevo al
final cuando decía: «nuestra íntima necesidad de Dios nos lleva a vivir en
Él la liturgia de la vida, ofreciéndonos en el trabajo diario «como víctima
viva, santa y agradable a Dios» (Rm 12,1)» (Const. 67, 1972). Esto también
es verdad y refleja toda la tradición espiritual de la Iglesia, pero podemos
preguntamos: ¿no es demasiado genérico, de modo que podría aplicarse
a cualquier tipo de trabajo, a cualquier tipo de espiritualidad?
Sin embargo, el artículo actual trata de superar esta posible dicoto-
mía, en su misma raíz: es decir, en la manera de entender salesianamen-
te la relación entre nuestro trabajo y la unión con Dios. Podemos añadir
que no ha sido fácil: de hecho, el proceso de elaboración de este artículo,
una verdadera joya de la espiritualidad salesiana, encontró una síntesis
acabada e iluminadora, solo al final del Capítulo, en la última redacción.
Se percibe esto desde el inicio del artículo, que presenta una oposición
con el texto precedente: «Sumergido en el mundo y en las preocupa-
ciones de la vida pastoral, el salesiano aprende a encontrar a Dios
en aquellos a quienes es enviado». Y al final se subraya lo mismo: «La
necesidad de Dios sentida en el trabajo apostólico...».
Querría invitaros a una lectura atenta y cuidadosa de este artículo
para descubrir en él algunos elementos preciosos que constituyen una
criteriología que nos ayuda a discernir si nuestra acción se convierte en
verdadera oración, verdadera experiencia de Dios. Al mismo tiempo, esta
criteriología nos ofrece las «condiciones de posibilidad» de realizarlo.
l. En primer lugar, encontramos un elemento esencial e indispen-
sable: estar entre los jóvenes y con ellos. Esta «presencia activa y
amistosa» (Const. 39), que llamamos «asistencia», no tiene nada
que ver con la de un guardia que se ocupa solamente de mantener
el orden, y ni siquiera constituye solo la «base» para hacer después
otras cosas, más importantes. Se nos llama no a «hacer muchas
cosas», sino a ser epifanía, revelación, Rostro del Padre, como

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ACTAS DEL CONSEJO GENERAL, núm. 421
Jesús; nuestra misión consiste en ser signos y portadores de su
amor (Const. 2). La presencia salesiana constituye una mediación
concreta de la presencia de «Dios con nosotros»; y, de algún modo,
podemos decir que es un anticipo de lo que Jesús ha pedido al
Padre para todos nosotros: «Padre, los que tú me has dado, quiero
que donde yo esté, estén también conmigo» (Jn 17,24). Este «estar
con» constituye el núcleo de la vida eterna: estar con Dios y con
todos nuestros hermanos y hermanas.3 No podemos ignorar que
este es uno de los aspectos en el que todos estamos llamados a
crecer: todos nosotros, y no solo los hermanos jóvenes (llamados
a veces significativamente «asistentes»).
2. Nuestra presencia debe tener una característica muy concreta: la
conciencia de misión. El texto constitucional no dice solo «en las
personas», ni siquiera solo «en los jóvenes», sino explícitamente: «en
aquellos a quienes es enviado». A pesar de nuestra buena voluntad,
no encontraremos al Señor si no lo buscamos en aquellos a quie-
nes Él mismo nos envía. Este es uno de los elementos esenciales de
la obediencia salesiana, entendida como la búsqueda constante y
apasionada de la voluntad de Dios, a ejemplo de Jesús: «Mi alimen-
to es hacer la voluntad del que me ha enviado» (Jn 4,34). Esto no es
siempre fácil, sobre todo cuando el trabajo no es «gratificante».
3. En este movimiento hacia los jóvenes a quienes somos enviados,
encontramos una dialéctica interesante: Dios nos espera en estos
destinatarios de nuestra misión, pero, al mismo tiempo, estamos
llamados a llevarles su Amor salvífica. Una dialéctica que, en cier-
to sentido, encontramos también en las palabras de Jesús de Mt
25,31-46. Me parece que es este el elemento central, si la vida
3 Vale la pena detenerse en la presencia salesiana como adelanto de la vida eterna, y esencial-
mente como estar junto a Dios y a todos nuestros hermanos y hermanas. Sobre lo primero, cfr.
J. Ratzinger, ,My Joy is to Be in Thy presence: On the Christian Belief in Eternal Life,, en J. Rat-
zinger, God is Near Us: Tbe Eucbarist, tbe Heart ofLije (San Francisco: Ignatius Press, 2003). So-
bre lo segundo, cfr. la fascinante sugerencia de J. Alisan de que ,la alegría puesta delante de
Uesús], (Heb 12,2) era precisamente ,la posibilidad de gozar por siempre en una gran celebra-
ción junto a una multitud de personas, buenas, malas, depresivas, pero amadas por ser seres hu-
manos,. Cfr. J. Alisan, Raising Abel: The Recot•ery of tbe Eschatological Jmagination (New York,
Crossroad, 1996), 189. ,Donde está tu tesoro, allí está tu corazón, (Mt 6,21). El corazón de Jesús
está, sin duda, centrado en el Padre y en todos nosotros, sus hermanos y hermanas.

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2. ORIENTACIONES Y DIRECTRICES
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salesiana debe hacerse oración. Todo ello puede sintetizarse en la
frase, «dejar a Dios por Dios», con tal que se entienda bien y no
simplemente como una excusa para abandonar la «oración» por el
«trabajo», o viceversa.
4. La acción educativa y pastoral a favor de los jóvenes presupone un
análisis de la realidad desde la fe y la misión salesiana: supone
mirar la realidadjuvenil con la mirada deJesús, Buen Pastor, con
el estilo de Don Bosco. Tal «lectura» definirá si una acción es ver-
daderamente salesiana, o si nos hemos reducido a ser, como repi-
te el Papa Francisco, una ONG más que trabaja por la promoción
de la juventud. Esta «mirada pastoral» --con la serena atención,
que sabe permanecer plenamente presente ante alguien, sin de-
tenerse a pensar en lo que viene después» (Laudato Si' 226)- nos
permitirá apreciar las prioridades evangélicas en nuestro trabajo
y, al mismo tiempo, reconocer «la acción del Espíritu» en la vida de
los jóvenes: de otro modo, corremos el riesgo de trabajar mucho,
pero descuidando la misión, un peligro muy real, dada la comple-
jidad de la realidad juvenil.
5. Una característica de la oración salesiana, subrayada desde el
principio por nuestra Regla de Vida, es la relación inseparable con
la vida, a ejemplo de Don Bosco, que «vivió la experiencia de una
oración humilde, llena de confianza y apostólica, que de modo
espontáneo enlazaba la oración con la vida (Const. 86). El mismo
artículo acaba afirmando que la oración salesiana «se conecta con
la vida y en ella se prolonga»: culmen y fuente, como dice el Con-
cilio Vaticano 11, al hablar de la Eucaristía.
No se trata, pues, de «dejar a la puerta de la capilla» nuestras
preocupaciones, proyectos pastorales, entusiasmos y desilusio-
nes; en ese caso, ¿quién entra a dialogar con Dios? Una persona
vacía, sin identidad, sin historia, sin motivos para encontrarse con
el Señor... Como hemos visto, el artículo 95 habla explícitamente
de «la necesidad de Dios, sentida en el trabajo apostólico»
6. Tratando de expresar este punto de modo más concreto, el mis-
mo artículo indica, de manera breve pero muy importante, cómo
las diversas «formas» de oración nacen de la situación vital de

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ACTAS DEL CONSEJO GENERAL, núm. 421
nuestros jóvenes: «Al descubrir los frutos del Espíritu en la vida de
los hombres, especialmente de los jóvenes, da gracias por todo4;
al compartir sus problemas y sufrimientos, invoca para ellos la
luz y la fuerza de Su presencia». La oración de alabanza y de ac-
ción de gracias nace de la contemplación de la acción del Espíritu
en nuestros jóvenes (también aquí es necesaria la mirada de fe
del Buen Pastor: ¡debemos recordar que Jesús alaba y da gracias
al Padre incluso después del fracaso de su predicación en las ciu-
dades del lago! (Mt 11,25-30). La oración de solicitud y de petición
surge de la participación en sus problemas y dificultades; y me
gustaría añadir una forma de oración típica del mediador apóstol,
que, a veces, se olvida: la de intercesión («para que se cumpla en
cada uno el plan de Dios», Const. 86) y hasta de reparación (en
su sentido más auténtico).
7. Finalmente, entre muchos otros aspectos, querría acentuar la di-
mensión comunitaria de nuestra oración: «(El salesiano) parti-
cipa en las riquezas espirituales que le ofrece su comunidad». A
la luz de todo lo que acabamos de decir, ¿no se podría entender
también esta dimensión como una participación comunitaria en
la experiencia de Dios de cada hermano? ¡Qué hermoso sería
poder expresar y compartir en comunidad la manera en la que
cada uno de nosotros «descubre a Dios» en nuestros destinatarios!
Pienso en el icono de Emaús: ¡entre los que han permanecido en
Jerusalén y los que han ido a aquella aldea, hay un intercambio
de «encuentros con Jesús resucitado», que culmina con la presen-
cia del mismo Señor! (cfr. Le 24,3-35).
4 El artículo de las Constituciones cita Ef 5.20; yo añadiría Fil 4,6 (el texto paulino de la Misa de
Don Bosco).

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2. ORIENTACIONES Y DIRECTRICES
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Concretamente ...
No cabe duda de que todo esto constituye un ideal, una meta que no
siempre se alcanza en nuestra vida cotidiana. Por otro lado, se trata de
un elemento clave de nuestra espiritualidad, uno de los elementos funda-
mentales, como se decía al principio: la «gracia de la unidad», la llamada a
hacerse «místicos en el Espíritu» y «contemplativos en la acción». Pienso que
es esta la meta de la vida, entendida en clave de formación permanente,
y, por ello, querría subrayar una palabra clave, que, con toda intención,
no he mencionado hasta ahora: «el salesiano aprende a encontrarse con
Dios ...» Este término indica que es indispensable un aprendizaje, hecho,
ante todo, sin duda, de esfuerzo personal, pero también de tiempo, acom-
pañamiento, experiencias que hagan posible este «aprender». No debemos
dar por supuesto que todo encuentro y trabajo con los jóvenes se convierta
automáticamente en oración y encuentro con Dios. Dicho de otro modo, si
hemos reflexionado sobre el «qué», hay que insistir también en el «cómo».
Pero, antes de seguir, querría señalar que el «qué» del que hemos
tratado, es eminentemente práctico, y, en este sentido, es ya un «cómo».
«Nuestro ser depende de nuestro modo de ver y del grado en que quere-
mos que esta visión se haga estable. No alcanzamos a ver, sin embargo,
mediante el simple acto de mirar, sino entrenando nuestra visión con la
ayuda de metáforas y símbolos que constituyen nuestras convicciones
centrales».5 En cualquier esfuerzo por cambiar nuestra vida. adquirir una
visión correcta es mucho más importante que el ejercicio, por diligente
que sea, de nuestra fuerza de voluntad. Debemos recordar que Jesús em-
pleaba muchas imágenes. «La fuerza de voluntad es un motor poco fiable
en el que apoyarse para la energía interior; una imagen correcta, en cam-
bio, nos arrastra silenciosa e inexorablemente a su campo de realidad,
que también es un campo de energía».6 El camino hacia la vida como
5 ,We are as we come to see and as that seeing becomes enduring in our intentionality. We do not
come to see, however, just by looking but by training our vision through the metaphors and
symbols that constitute our central convictions.• Stanley HAUERWAS, Vision and Virtue (Notre Da-
me: University of Notre Dame Press, 1981), 2.
6 ,Willpower is a notoriously sputtery engine on which to rely for interna] energy, but a right ima-
ge silently and inexorably pulls us into its field of reality, which is also a field of energy.• Eugene
H. PETERSON, Under the Unpredictable Plant: An Iixploration in Vocational Holiness (Grand Ra-
pids: William B. Eerdmans / Leominster: Gracewing, 1992), 6.

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ACTAS DEL CONSEJO GENERAL, núm. 421
encuentro con Dios, o mejor, la unión con Él, implica una formación de
nuestra visión que no puede subestimarse.
Corresponde a cada Inspectoría y a cada comunidad local, encontrar
los medios más adecuados para caminar hacia esta «identidad salesiana».
Pero podemos también volver a la «criteriología» propuesta anteriormen-
te, que nos ofrece, al mismo tiempo, «condiciones de posibilidad» para
llegar a esta meta.
El primer criterio es una condición necesaria (¡pero no suficiente!): si
no nos esforzamos en estar con los jóvenes, no hay posibilidad de descu-
brir la obra de la gracia en ellos. Hoy constatamos, en diversas partes de
la Congregación, cierto «alejamiento» de los jóvenes por parte de nuestros
hermanos, jóvenes o no, y, sobre todo, cierta devaluación de la asisten-
cia: como si tuviésemos «cosas más importantes que hacer». Corremos el
peligro de prescindir del encuentro con los jóvenes reales (a veces muy
difíciles de manejar) y nos refugiamos en el encuentro virtual, median-
te tantos medios modernos de comunicación -¡aunque algunas veces
podamos llegar a ofrecérselo a Dios! Pero no es este el camino-; no es
esto lo que nos convierte en «buenos pastores de los jóvenes» a ejemplo
de Don Basca. Es, por tanto, indispensable ofrecer a nuestros hermanos
jóvenes la experiencia de estar con los jóvenes, educándolos (esto es
imprescindible) al sentido verdadero de la asistencia salesiana: lo que se
realiza no solo con las palabras, sino con el ejemplo.
El segundo, el tercero y el cuarto criterio llevan consigo, de hecho, una
reeducación de nuestra visión: la conciencia de la misión, la comprensión
de la dialéctica entre Dios que nos espera en los jóvenes y nuestra voca-
ción como epifanía, la «mirada pastoral». No basta «estar con los jóvenes»:
es necesario hacerlo con sentido de misión, que deriva directamente de
la obediencia, entendida como búsqueda y cumplimiento de la voluntad
de Dios. Hay que buscar estrategias y líneas de acción para reforzar este
sentido «de fe» en el trabajo con ellos, evitando toda clase de individua-
lismo o de «decisiones puramente personales» en la acción educativa y
pastoral. No basta hacer «cosas buenas», o incluso «descubrir a Dios» en
cada persona. Estamos llamados a encontrar a Dios precisamente en los
jóvenes «pobres, abandonados y en peligro» (Const. 26), «prioritariamente
en la juventud masculina» (Reg 3), y no en cualquier persona.

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2. ORIENTACIONES Y DIRECTRICES
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El quinto criterio es la dialéctica entre «oración» y vida. Existe una
relación vital entre las «prácticas de piedad» -las comunitarias y las per-
sonales- y la vida. El mismo Jesús ha sentido necesidad de pasar largos
periodos de tiempo en oración. El amor es, ante todo, un estado más
que un acto. Pero necesita actos, momentos especiales que lo declaren,
afirmen, celebren, comuniquen y refuercen. Es importante superar la
actitud de dicotomía. El Dios que descubrimos en aquellos a los que
somos enviados, es el mismo al que invocamos, celebramos, y damos
gracias en nuestros momentos formales e informales de oración. El sa-
lesiano tiene necesidad de momentos de silencio para repasar y revivir
su jornada, para dar gracias e interceder. No puede permitirse descuidar
los momentos de tranquilidad que se entrelazan en la estructura de la
vida comunitaria. Tales prácticas y momentos son elementos importantes
en la dialéctica de nuestro recorrido hacia la unión de amor que es la
vida como oración. Nuestra vida y nuestro trabajo se tienen en cuenta
en estos momentos, nuestras intenciones se purifican, nuestra mirada
se esclarece y nuestra visión se desbloquea para ver la obra de Dios en
la vida de aquellos a los que hemos sido enviados. Es el momento de
prestar atención a la invitación de nuestros últimos Capítulos Genera-
les y de cuidar de modo particular la oración personal y la meditación,
donde cada uno expresa su modo personal y profundo de ser hijo de
Dios, dando gracias al Padre y confiándole los deseos y preocupaciones
del apostolado, recordando que para Don Bosco la oración mental era
«garantía de gozosa perseverancia en la vocación», en la medida en que
refuerza nuestra intimidad con Dios, salva de la rutina, conserva libre el
corazón, alcanza dinamismo y constancia, y alimenta la entrega hacia los
que hemos sido enviados (Const. 93, 88). Como comunidades inspecto-
riales y locales tenemos necesidad de prestar constantemente atención a
los retiros mensuales y a los ejercicios espirituales anuales, que son «oca-
siones especiales de escuchar la Palabra de Dios, discernir su voluntad y
purificar el corazón», y que «dan a nuestro espíritu unidad profunda en el
Señor Jesús y mantienen viva la espera de su venida» (Const. 21). Habría
que añadir aquí también el acompañamiento espiritual que «adiestra»
nuestros ojos, nos ayuda a desarrollar la inteligencia contemplativa y la
capacidad de discernir la presencia de Dios y la acción de la gracia en

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ACTAS DEL CONSEJO GENERAL, núm. 421
nuestros destinatarios (cfr. CG27 67,2), como también el acompañamiento
pastoral en los primeros años de ministerio -en esto los Maestros de
novicios, los Directores y los consejeros espirituales de posnovicios, tiro-
cinantes y hermanos jóvenes en período de formación específica, tienen
una especial responsabilidad-. Particularmente en los primeros años
de formación, aprendemos y somos ayudado a reconocer la dimensión
divina de nuestra actividad. Advertimos «la necesidad de orar ininterrum-
pidamente en diálogo sencillo y cordial con Cristo vivo y con el Padre»;
aprendemos a reparar en la presencia del Espíritu Santo y a realizarlo
todo por amor de Dios (Const. 12).
No hay necesidad de elaborar ulteriormente la sexta condición. Me-
rece la pena, en cambio, detenemos en la séptima, la dimensión comu-
nitaria, porque responde a la insistencia de nuestros Capítulos Generales
recientes sobre las formas comunes de oración, sean viejas o nuevas. Una
de las dificultades respecto a la oración comunitaria es la comunicación
fraterna, en especial de nuestra experiencia de Dios. No resulta fácil «ree-
ducamos» en este sentido. Sin duda es más fácil realizarlo con los herma-
nos jóvenes al inicio de la vida salesiana, pero ni siquiera en su caso po-
demos darlo por hecho. Es necesario encontrar momentos aptos para la
comunicación comunitaria (incluida la lectio divina), para educarlos (y a
nosotros mismos) a orar juntos partiendo de las experiencias de nuestro
trabajo educativo y pastoral: oraciones de acción de gracias, de petición,
de intercesión, de reparación... Estas experiencia refuerzan y ahondan,
además, de forma extraordinaria la vida fraterna, hasta convertirse en
su termómetro: donde no hay comunicación en profundidad, el nivel de
vida comunitaria es muy superficial; en ocasiones, casi inexistente.
Pido al Director de cada comunidad, tras haber estudiado y meditado
personalmente esta reflexión mía, que invite a cada uno de sus hermanos
a hacer lo mismo, y favorezca un momento comunitario de intercambio
y de diálogo, utilizando estas u otras cuestiones parecidas:
- ¿Qué aspectos me han llamado más la atención?
- ¿En cuáles tendría o tendríamos que crecer?
- ¿Qué pasos habría o habríamos de dar en esta dirección?

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2. ORIENTACIONES Y DIRECTRICES
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Invito de modo especial a los Maestros de novicios, directores y ani-
madores espirituales de cada nivel de formación a descubrir modos de
acompañar a los hermanos jóvenes, individualmente y en comunidad, en
su camino hacia la vida como oración.
Queridos hermanos, invoquemos juntos la ayuda de la Virgen, «mo-
delo de oración y de caridad pastoral» (Const. 92) y «madre y maestra»
(Const. 98), de san José, «maestro de la vida interior», de nuestro Padre
Don Bosco y de una multitud de hermanos, grandes y pequeños, entre
otros el beato Artémides Zatti y el venerable Simaan Srugi, que vivieron
la gracia de la unidad y ahora interceden por nosotros.

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2.3. SECRETARIADO PARA LA FAMILIA SALESIANA
Se remite el Estatuto - Reglamento del Secretariado para la Familia
Salesiana, instituido por Deliberación del Capítulo General XXVII
(qr. CG27, núm. 79-Deliberación con relación al Vicario del Rector Mayor).
El Reglamento aquí transcrito ha sido aprobado por el Rector Mayor con el
Consejo General el 29 de enero de 2015.
l. Naturaleza y finalidad
El Secretariado para la Familia Salesiana es un órgano de animación y
coordinación, instituido por el CG271 y dependiente directamente del
Rector Mayor, según el artículo 108 de nuestros Reglamentos Generales.
Su finalidad es animar a la Congregación con relación a la Familia
Salesiana y promover la comunión de los distintos grupos que a ella per-
tenecen, respetando su especificidad y autonomía.
Ayuda a la Congregación a asumir las responsabilidades que tene-
mos, por voluntad de Don Bosco, en relación con la Familia Salesiana, o
sea «mantener la unidad de espíritu y estimular el diálogo y la colabora-
ción fraterna para un enriquecimiento recíproco y una mayor fecundi-
dad apostólica». 2
2. Miembros del Secretariado
El Secretariado está constituido por los siguientes miembros:
1 El CG27 ha tomado la siguiente deliberación:
A. suprime el §3 del artículo 134 de las Constituciones, que atribuye al Vicario del Rector
Mayor el encargo de animar a la Familia Salesiana;
B. instituye un Secretariado Central para la Familia Salesiana directamente dependiente del
Rector Mayor, a norma del artículo 108 de los Reglamentos, con los siguientes cometidos:
-animar a la Congregación en el sector de la Familia Salesiana y asegurar la interacción
con los otros sectores de la Congregación a nivel mundial;
-promover, a norma del artículo 5 de las Constituciones, la comunión de los varios gru-
pos, respetando su especificidad y autonomía;
-orientar y acompañar a las Inspectorías para que en sus territorios se extiendan, según
los respectivos estatutos, la Asociación de los Salesianos Cooperadores, el movimiento
de los Exalumnos y la ADMA. (CG 27 núm. 79).
2 Constituciones de la Sociedad de San Francisco de Sales, art. S.