Santidad y martirio en la Familia Salesiana


Santidad y martirio en la Familia Salesiana

SANTIDAD Y MARTIRIO AL ALBA DEL TERCER MILENIO


Una beatificación casi por sorpresa – Santidad y martirio en el Año Santo – El martirologio del siglo XX – Santidad y martirio en la Familia Salesiana – Un martirologio de la Familia Salesiana.

Don José Kowalski: Un camino “salesiano” de crecimiento – Caridad pastoral hasta la entrega de la vida – Inconfundible toque mariano – Testimonio excepcional.

Un grupo juvenil salesiano – Prisión y martirio – Conclusión.


Roma, 29 de junio de 1999

Solemnidad de San Pedro y San Pablo




Una beatificación casi por sorpresa.


Os escribo a mi regreso de Polonia. El 13 de junio pasado, en Varsovia, he podido asistir a la Beatificación de 108 mártires, entre los cuales nuestro hermano don José Kowalski y cinco jóvenes de nuestro Oratorio-Centro Juvenil de Poznan: una gracia y un motivo de alegría casi por sorpresa para nuestra Familia.

Efectivamente, el inicio del proceso se remonta apenas a hace siete años y se ha podido llegar a la Beatificación en este año que precede al gran Jubileo. Los nombres de los candidatos no figuraban en la lista de nuestras Causas de beatificación y ellos no eran conocidos sino en su patria.

El íter de la causa tiene una historia curiosa y un recorrido providencial. El 14 de junio de 1987 era beatificado en Varsovia Mons. Miguel Kozal, obispo de Wladislavia, matado en Dachau en 1943. Esta beatificación despertó el entusiasmo por los no pocos mártires del mismo periodo y exterminados, in odium fidei, en los mismos campos de concentración. Y puesto que la diócesis que había sufrido más perdidas (un sacerdote de cada dos) era precisamente la del nuevo Beato Miguel Kozal, la Conferencia Episcopal de Polonia encargaba al Obispo de Wloclawek-Wladislavia la tarea de instruir el proceso de todos los mártires polacos caídos en los campos de exterminio de Dachau y de Oswiecim. Estábamos en 1991.

Había personas de categorías diversas entre aquellos mártires: obispos, sacerdotes diocesanos, religiosos, seglares, con un total de unos ciento noventa, pertenecientes a diecisiete diócesis. En una primera fase de los trabajos procesales quedaron excluidos unos sesenta, por defecto de documentación suficiente; y posteriormente otros veinte.

El grupo de los candidatos a la beatificación ha quedado formado por ciento ocho: tres Obispos, cincuenta y dos sacerdotes diocesanos, veintiséis sacerdotes religiosos, tres clérigos, siete religiosos hermanos, ocho religiosas y nueve seglares. A la cabeza del grupo, el título oficial presenta cuatro nombres representativos de las cuatro categorías (obispos, sacerdotes, religiosos y seglares): Antonio Julián Nowowiejski, Arzobispo; Enrique Kaczorowski, sacerdote; Aniceto Koplinski, religioso; María Ana Biernacka, seglar; y ciento cuatro compañeros.

Entre los religiosos muchos son los Institutos representados, masculinos y femeninos: Dominicos, Franciscanos OFM, Franciscanos Conventuales, Capuchinos, Carmelitas OCD, Marianistas, Clarisas, Miquelitas, Oblatos, Concepcionistas, Orionistas, Pallottinos, Hermanos del Corazón de Jesús, Siervas de la Inmaculada, Escolásticas de Notre Dame, Ursulinas, Hermanas de la Redención, Verbitas y nosotros Salesianos. Es fácil de imaginar cuán grande ha sido la participación en la beatificación, precisamente por este amplio panorama de diócesis y Congregaciones.

El rápido íter de la Causa – el 26 de marzo pasado fue leído el Decreto sobre el martirio1 - no ha dejado demasiado tiempo para los preparativos, pero la noticia se dio tempestivamente en el número precedente de estas Actas del Consejo General y en el Boletín Salesiano2

Ahora se están multiplicando iniciativas para dar a conocer a nuestros nuevos beatos, con el fin de sacar motivos para nuestra espiritualidad y estímulos para nuestra misión.

En este movimiento también yo quiero tomar parte. Siguiendo el propósito de dirigiros algunas cartas de comunicación familiar, querría delinear la figura espiritual de los beatos y captar el significado de su glorificación en la historia de nuestra Congregación.


Santidad y martirio en el Año Santo


La referencia a la santidad está contenida en la denominación misma del Jubileo, llamado precisamente Año “Santo”. Éste es la celebración de la santidad de Dios, como Señor misericordioso de la historia humana, que Él convierte en historia sagrada, de salvación, con su presencia y revelación.

Por consiguiente, el Jubileo comporta una mirada atenta a la santidad de la Iglesia. “El agradecimiento de los cristianos, dice el Papa, se extenderá finalmente a los frutos de santidad madurados en la vida de tantos hombres y mujeres que en cada generación y en cada época histórica han sabido acoger sin reservas el don de la Redención”3.

A la luz de esta invitación el Santo Padre añade un dato, comentado hasta en la prensa, y que es una explicación: “En estos años se han multiplicado las canonizaciones y beatificaciones. Ellas manifiestan la vitalidad de las iglesias locales mucho más numerosas hoy que en los primeros siglos y en el primer milenio”4

La luz de Cristo Resucitado se refleja hoy con intensidad sobre numerosos testimonios distribuidos en los más variados contextos y en las condiciones más diversas. Son un punto de referencia para la búsqueda de sentido de la existencia humana y para el discipulado de Cristo.

La Iglesia, además, considera la santidad como la carta convincente para la nueva evangelización del mundo que se asoma al año 2000. Ésta es una indicación, que no se debe dar por descontada, para pensar en nuestra renovación, en nuestro testimonio, en nuestro futuro. “El mayor homenaje que todas las iglesias tributaran a Cristo en el umbral del Tercer Milenio, será la demostración de la omnipotente presencia del Redentor mediante frutos de fe, esperanza y caridad en hombres y mujeres de tantas lenguas y razas, que han seguido a Cristo en las distintas formas de vocación cristiana”5.

En este contexto de acción de gracias y de testimonio de santidad se subraya, con fuerza insólita, el recuerdo de los mártires. Es un punto que caracteriza este Jubileo y tiene su importancia el comprender el por qué. Se pone a la consideración entre los grandes signos de la fase preparatoria y de la celebrativa, junto a la oración de acción de gracias6, a la oración y penitencia7, a la petición de perdón por las responsabilidades en los males de este siglo8, a la promoción de la unidad de los cristianos9, a la celebración de los sínodos continentales10.

En la Bula de convocación del Jubileo se coloca en otra serie de exigencias que comprende la purificación de la memoria y la petición de perdón11, la caridad hacia los pobres y los marginados y la cultura de la solidaridad12.

La memoria de los mártires no es, pues, un papel reservado a especialistas de la historia o sólo una celebración insertada en la Liturgia, sino casi una dimensión de la pertenencia a la Iglesia.

De hecho, en la experiencia de fe y en la historia de la Iglesia el martirio aparece como el signo de las horas fecundas. Así fue la hora del nacimiento y de la primera difusión del cristianismo. Una hora igualmente fecunda hace presagiar el siglo XX en el cual la comunidad cristiana “ha vuelto de nuevo a ser Iglesia de mártires”13.

El martirio es la participación de forma viva y real en el sacrificio de Cristo, como una Eucaristía. Expresa en términos extremos una dimensión connatural y necesaria de la vida cristiana que todos debemos comprender, aceptar y asumir: el ofrecimiento de la vida.

Por eso, la existencia cristiana está permanentemente abierta a la eventualidad del martirio14, pero se presenta como una gracia que viene a nuestro encuentro, más que como una meta que desear, conquistar o proponernos. Representa, además, el choque profético más frontal entre el Espíritu, la gracia, las intenciones y el estilo de vida propuesto por Cristo y lo que es del mundo, entendido como conjunto de potencias malignas.


El martirologio del siglo XX


Característica del siglo XX es en primer lugar la cantidad de aquellos a quienes se les ha pedido el testimonio de la sangre. “Las persecuciones de creyentes han supuesto una gran siembra de mártires en varias partes del mundo”, afirma la TMA15, y añade que tal cantidad ha hecho que muchos quedasen en el anonimato “como soldados desconocidos de la gran causa de Dios”16.

Pero no es menos impresionante la variedad de los mártires, por lo que respecta a su condición: entre ellos hay, en efecto, obispos y sacerdotes, religiosos y seglares, hombres y mujeres, jóvenes y ancianos, intelectuales y campesinos, profesionales y artistas.

Es sumamente expresiva de la hora jubilar que nos preparamos a vivir la unión de las diversas confesiones cristianas en el único testimonio de Dios y de la dignidad del hombre: católicos de los diferentes ritos, ortodoxos, protestantes de diversas denominaciones. “El ecumenismo de los santos, de los mártires, es tal vez el más convincente. La communio sanctorum habla con una voz más fuerte que los elementos de división”17.

El testimonio de los mártires del siglo XX reviste, además, un profundo significado antropológico, para el individuo y para la civilización, a causa de las coordinadas del tiempo y las circunstancias de su martirio: el contexto de las grandes guerras, los sistemas totalitarios, las ideologías ateas con pretensiones y promesas de liberación y desarrollo, los fundamentalismos religiosos, los humanismos cerrados y temporales. “Desde el punto de vista psicológico el martirio es la demostración más elocuente de la verdad de la fe, que sabe dar un rostro humano incluso a la muerte más violenta y que manifiesta su belleza incluso en medio de las persecuciones más atroces”18.

Recordando a los mártires, repasamos la historia atormentada de este siglo, caracterizado por las grandes aspiraciones colectivas que parecían justificar todo holocausto, por la lucha sin cuartel por el dominio del mundo, por las desviaciones con pretensiones científicas.

“Es un testimonio que no hay que olvidar”19. “La Iglesia en todas las partes de la tierra deberá continuar anclada a su testimonio y defender celosamente su memoria”20. Efectivamente ellos recuerdan el sentido absoluto de Cristo en la historia del hombre, “signo del amor más grande que compendia cualquier otro valor”21.

Como servicio a la memoria de los mártires se ha repetido insistentemente la intención de escribir el martirologio del siglo XX haciendo referencia al cuidado afectuoso con el que la Iglesia primitiva recogió las actas y conservó la memoria de quienes habían dado la vida por Cristo: “La Iglesia de los primeros siglos, aun encontrando notables dificultades organizativas, se dedicó a fijar en martirologios el testimonio de los mártires. Tales martirologios han sido constantemente actualizados a través de los siglos y en el libro de los santos y beatos de la Iglesia han entrado no sólo aquellos que vertieron la sangre por Cristo, sino también maestros de la fe, misioneros, confesores, obispos, presbíteros, vírgenes, cónyuges, viudas, hijos”22.


La convergencia sobre esta sensibilidad y la importancia que el martirio tiene en la evangelización se ha notado particularmente en los Sínodos.

He podido no sólo escuchar las palabras, sino percibir el tono conmovido del recuerdo, la unción y la veneración con que el Sínodo de América y sobre todo el de Asia nombraban a los grandes testigos de la fe.

En el primero se recordaron los que dieron la vida en la primera evangelización y los perecidos en conflictos sociales o bajo las dictaduras. El conjunto de esto ha sido recogido en el siguiente paso del documento La Iglesia en América: “Entre los santos, la historia de la evangelización de América reconoce numerosos mártires, varones y mujeres, tanto obispos como presbíteros, religiosos y laicos… Es necesario que sus ejemplos de entrega sin limites a la causa del Evangelio sean no sólo preservados del olvido, sino más conocidos y difundidos entre los fieles del continente”23.

Respecto del Sínodo de Asia, quiero transcribir lo que se refiere a la China porque nos toca de cerca. Es conocido el deseo del Papa de canonizar a todos los actuales Beatos mártires de China, que son 120. Él expreso semejante auspicio en la homilía de la Canonización del mártir Jean Gabriel Perboyre el 2 de junio de 1996: “Al recuerdo de Jean Gabriel Perboyre deseamos unir el de todos aquellos que han dado testimonio del nombre de Jesucristo en tierras de China a lo largo de los siglos pasados. Pienso particularmente en los Beatos mártires cuya canonización común, auspiciada por numerosos fieles, podría un día ser signo de esperanza en la Iglesia presente en el seno de este pueblo al que permanezco cercano con el corazón y la oración”24.

Animados por estas palabras, los padres sinodales pidieron que se diese ese paso. Atrajo mi atención y la de muchos otros la intervención de Mons. Joseph Ti-Kang, Arzobispo de Taipeh (Taiwan), que reflejaba el sentir de muchos.

Los obispos de China – dijo – han manifestado desde hace tiempo el vivo deseo de que estos héroes de la fe cristiana, los mártires, sean declarados Santos.

Ya en febrero de 1996, el Presidente de nuestra Conferencia Episcopal había presentado una suplica en ese sentido a Su Santidad y Él había manifestado su intención de proceder. Informada de todo esto, la Congregación para las Causas de los Santos encargó a los Postuladores de las Causas de los Grupos de los Beatos Mártires Chinos redactar los “Dossieres” para probar la existencia de una fama signorum en sustitución de la prueba de un milagro físico, por la imposibilidad de llevar a cabo en China una investigación canónica adecuada.

Sin embargo los Obispos chinos hemos declarado que estamos persuadidos de que “la perseverancia de los cristianos chinos en la fe vivida bajo la larga y brutal persecución durante casi medio siglo – como también el crecimiento del número de los cristianos – constituyen de por sí un gran milagro concedido por Dios a través de la intercesión de los Beatos Mártires Chinos”, a los cuales se dirigen los fieles en la oración. Esta declaración oficial de nuestra Conferencia Episcopal acompaña los “Dossieres” preparados por los Postuladores.

Nos atrevemos, pues, a pedir a Su Santidad que quiera proceder en un próximo futuro a la solemne Canonización de los Beatos Mártires Chinos25.


Entre los mártires de todos los tiempos y de todos los continentes, no pocos pertenecen a la Vida consagrada. También para ellos se desea una actualización del martirologio. Sin duda, un carisma se pone de manifiesto con particular claridad en el martirio y da a éste un carácter original. “En este siglo, como en otras épocas de la historia – afirma Vita consecrata – hombres y mujeres consagrados han dado testimonio de Cristo el Señor con la entrega de la propia vida. Son miles los que, obligados a vivir en la clandestinidad por regímenes totalitarios o grupos violentos, obstaculizados en las actividades misioneras, en la ayuda a los pobres, en la asistencia a los enfermos y marginados, han vivido y viven su consagración con largos y heroicos padecimientos, llegando frecuentemente a dar su sangre, en perfecta conformación con Cristo crucificado. La Iglesia ha reconocido ya oficialmente la santidad de algunos de ellos y los honra como mártires de Cristo, que nos iluminan con su ejemplo, interceden por nuestra fidelidad, y nos esperan en la gloria.

Es de desear vivamente que permanezca en la conciencia de la Iglesia la memoria de tantos testigos de la fe, como incentivo para su celebración y su imitación. Los Institutos de vida consagrada y las Sociedades de vida apostólica han de contribuir a esta tarea recogiendo los nombres y los testimonios de las personas consagradas, que pueden ser inscritas en el Martirologio del siglo XX”26.



Los nuevos beatos polacos entran a formar parte de la ya numerosa constelación de los santos y candidatos a los altares de la Familia Salesiana. Son treinta y nueve las causas de beatificación y canonización que nuestra Congregación lleva adelante. Y en ellas entran ciento treinta y nueve hijos e hijas espirituales de Don Bosco. Si se añaden otros que por diversos títulos forman parte de la Familia Salesiana, aunque su causa esté llevada adelante por las respectivas diócesis o por los Institutos religiosos (por ejemplo, Piergiorgio Frassati, Alberto Marvelli, Giuseppe Guarino…) el número llega a ciento cincuenta. A los tres actuales canonizados y a los doce Beatos, hay que añadir otros doce de los que ya ha sido declarada la heroicidad de sus virtudes, mientras de los demás se lleva adelante con éxito el proceso de declaración de los testigos, la redacción de la Positio o el examen de ésta por parte de los competentes.

El panorama de nuestros santos es representativo de las diversas ramas de la Familia Salesiana: ciento dieciséis, incluyendo los mártires, son miembros de la Congregación Salesiana y diez las Hijas de María Auxiliadora (incluidas las dos mártires españolas). Los jóvenes, con los nuevos mártires polacos, alcanzan el número de ocho y cubren la adolescencia y la juventud, entre los 13 y los 24 años. Su santidad ha madurado en colegios y ambientes escolásticos, pero también en el Oratorio y en los grupos juveniles. Los Cooperadores están ampliamente representados por cuatro mujeres de diversa condición: Margarita Occhiena, madre campesina, Doña Dorotea de Chopitea, noble mujer bienhechora, Alejandrina da Costa, pobre, enferma y mística, Matilde Salem, también ella culta, de posición social acomodada. Debemos añadir a Atilio Giordani, animador del Oratorio. Hay, además, exalumnos, como Alberto Marvelli, Piergiorgio Frassati, Salvo d’Acquisto.

La geografía de la santidad salesiana también aparece universal, si se toman en consideración tanto los lugares de origen como los lugares donde los candidatos han desarrollado su misión por largos años hasta la muerte: Europa se presenta con Italia, España, Portugal, Francia, Bélgica, Polonia, Eslovaquia y República Checa; América está representada por Argentina, Chile, Perú, Brasil, Ecuador, Nicaragua, Colombia; Asia por Palestina, Siria, Japón. China e India.

No es menos admirable la diversidad de condiciones de vida y de trabajo. Se cuentan Rectores Mayores (tres), Obispos (seis), fundadores de Institutos de vida consagrada (siete), inspectores e inspectoras, grandes misioneros y misioneras, coadjutores, educadores y educadoras, profesores de teología de nivel universitario. Para algunos no basta indicar genéricamente la condición, porque su biografía está marcada por especiales manifestaciones de santidad: Don Elías Comini, muerto en una matanza de guerra; Don Komorek, ya venerado en vida como santo por la gente humilde; sor Eusebia Palomino, típica figura de sencillez y sabiduría evangélica.

Las experiencias en las que la santidad se ha manifestado principalmente son, pues: la animación de los hermanos y hermanas en la misión y en la guía de las comunidades, la caridad hacia los más pobres y enfermos (Zatti, Srugi, Variara), el sufrimiento personal soportado con visible sentido de participación en la pasión de Cristo (Beltrami, Czartoryski, Alejandrina da Costa), el trabajo misionero y las expresiones originales de la caridad pastoral.

Debajo de tanta diversidad de origen, estados de vida, misión y nivel de instrucción y procedencia geográfica hay una única inspiración: la espiritualidad salesiana. En ella los candidatos a los honores de los altares son como la punta de un iceberg que se apoya en una amplia plataforma constituida por muchos hermanos y hermanas, consagrados por la especial gracia de la consagración que los hace morada de Dios, y santificados por el compromiso de hacer visible y próxima a los jóvenes tal presencia al estilo de Don Bosco. En el conjunto son un tratado completo de nuestra espiritualidad. Ésta se puede proponer en forma doctrinal; pero también se puede describir con ventaja a través de las biografías que acercan mucho más sus rasgos a las circunstancias cotidianas de la existencia.

Un martirologio de la Familia Salesiana


En nuestras filas de “santos” hay también nombres para un martirologio: ciento tres son los mártires registrados. Otros, perecidos en represalias de guerra o en situaciones de conflicto social, permanecen en el anonimato. Los ciento tres corresponden a tres grupos. El primero, en orden de tiempo por lo que se refiere al martirio y la beatificación, comprende a los mártires de China: Mons. Luis Versiglia y Don Calixto Caravario. El íter de su causa está en curso como todos los mártires de China.

Vienen luego los mártires españoles: noventa y cinco en total. Los de Valencia y Barcelona, con Don José Calasanz Marqués a la cabeza, suman treinta y dos; los de Madrid, con Don Enrique Saiz Aparicio al frente, son cuarenta y dos; y los de Sevilla, con Don Luis Torrero, veintiuno.

En el grupo de los noventa y cinco encontramos: treinta y nueve sacerdotes, veinticinco coadjutores, veintidós clérigos estudiantes, dos Hijas de María Auxiliadora, tres cooperadores (entre los cuales una mujer), dos postulantes, un obrero y un fámulo unidos a la comunidad salesiana.

La causa de martirio del grupo de Valencia y Barcelona ha sido examinada por la comisión de los teólogos consultores el 22 de febrero de 1999 con resultado positivo. Se espera que su beatificación pueda hacerse durante el Ano Santo, en la fecha prevista para la beatificación de todos los mártires cuyo proceso de martirio esté concluido.

La mayor celeridad que ha tenido el proceso de este grupo se debe a la iniciativa de la Archidiócesis y a la colaboración de siete familias religiosas interesadas: Jesuitas, Franciscanos Menores, Capuchinos, Dominicos, Dehonianos, Capuchinos de la Sagrada Familia y nosotros Salesianos.

La tercera área geográfica donde los acontecimientos históricos del siglo XX sometieron a la Iglesia y en ella a la Congregación a la prueba del martirio es el Este Europeo: martirio públicamente consumado y por ello conocido, pero en muchos casos desconocido y parcial: cárcel, interrogatorios, sufrimientos, persecuciones civiles, supresión clandestina. La pasión comenzó el año 1917 para algunas naciones y duró hasta la caída del muro de Berlín (1989), con momentos de particular dificultad durante la guerra y en la inmediata postguerra. Nuestras comunidades fueron o suprimidas o limitadas en su vida, medios y acción. Muchos de nuestros hermanos fueron llevados a campos de recolección, vigilados e interrogados. De todos ellos queremos “guardar celosamente su memoria”, como una riqueza de nuestra historia de fidelidad.

El martirologio salesiano, variado por los escenarios, las circunstancias, las causas inmediatas del martirio y por los hermanos que forman parte de él, se presta a múltiples reflexiones.

La visual “alegre” del salesiano, su profesión de bondad y la voluntad de concordar, sus actividades promocionales hacen casi lejana la idea del martirio. Y, sin embargo, el servicio pastoral de la gente y la dedicación educativa a los jóvenes no se pueden realizar sin la disposición que constituye internamente el martirio, es decir, la oferta de la vida y la consiguiente asunción de la cruz. Nuestra misión es, en efecto, entrega de nosotros mismos al Padre por la salvación de los jóvenes según las modalidades que Él mismo disponga. Lo mismo se puede decir de la fidelidad a nuestra consagración, ya desde antiguo comparada a un martirio incruento por su carácter de oferta total e incondicional.

Nosotros vivimos el espíritu del martirio en la caridad pastoral cotidiana de la que Don Bosco afirmaba: "cuando suceda que un salesiano sucumba y deje de vivir trabajando por las almas, decid entonces que nuestra Congregación ha alcanzado un gran triunfo"27. Y es interesante notar cómo en el contexto de esta oferta cotidiana él recomendaba la disponibilidad ante la eventualidad de un martirio cruento: “Si el Señor en su Providencia dispusiese que alguno de nosotros sufriera el martirio, ¿tendríamos que amedrentrarnos por esto?”28.


1 Don José Kowalski

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2 Testimonio excepcional

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