CG28|es|Junto a los laicos en la misión y en la formación

S alesiani Don Bosco

CConnettore 1 5 apitolo Generale 28

Valdocco, 16 febbraio – 4 aprile 2020




GIORNATE DI SPIRITUALITÀ

19 - 20 - 21 febbraio 2020





Junto a los laicos en la misión y en la formación

Koldo Gutiérrez, sdb.



La Iglesia del Siglo XXI ha redescubierto el camino de la sinodalidad. Caminar juntos es uno de los grandes retos eclesiales hoy, como ha recordado el último Sínodo. Es curioso constatar que el Sínodo, cuyo tema principal ha sido los jóvenes y la pastoral juvenil, va a ser recordado por su insistente llamada a la sinodalidad. Esta palabra tiene un importante significado eclesiológico. De alguna manera podríamos decir que al hablar sobre los jóvenes la Iglesia ha constatado que sobre todo tenía que hablar de ella misma. Los jóvenes nos están ayudando a rejuvenecer el rostro de la Iglesia.


En esta clave de sinodalidad no es extraño que el Capitulo General proponga que los salesianos y los laicos caminemos juntos. Este es un tiempo para cosechar semillas de sinodalidad. Nada crece si no se ha sembrado. Si aceptamos el reto de la siembra tenemos la esperanza de que gran parte de la simiente caiga en terreno bueno y fértil.


Una mirada somera a la realidad nos hace ver que la relación entre salesianos y laicos es distinta según obras, tareas y desafíos. En la colaboración que desarrollamos entre salesianos y laicos hay gran diversidad de motivaciones, modalidades y convicciones. La motivación para colaborar juntos puede ser diversa: desde compartir la fe hasta la solidaridad en una causa común. La modalidad de implicación también puede ser distinta: desde un voluntariado a un contrato remunerado. Y también son distintas las convicciones religiosas: desde unas fuertes convicciones de fe a un sentimiento humanista compartido.


Esta diversidad propone partir del respeto a la situación y vocación de cada persona, la del salesiano consagrado y la propia del laico. Los consagrados no estamos llamados a ser dueños de una misión que solo a Dios pertenece, y los laicos no están llamados a ser ‘salesianos consagrados a pequeña escala’ sino a vivir su propia vocación laical en toda su grandeza y plenitud. Es fundamental respetar los caminos que Dios tiene para cada persona. Todo esto nos hace ver la complejidad del reto al que nos enfrentamos.





1. Cultivar el discernimiento


La mejor manera para acercarnos a este complejo tema lleva a Dios. Cuando miramos a Dios, Él nos hace mirar al hombre. No es posible separar a Dios del hombre. “Jesus abre una brecha que permite distinguir dos rostros, el del Padre y el del hermano… ¿Qué es lo que me queda?, ¿qué riquezas son las que no desaparecen? Sin duda dos: el Señor y el prójimo. Esas dos riquezas no desaparecen” (GE 61). Al acercarnos al tema sobre la relación entre salesianos y laicos lo primero que hacemos es mirar a Dios y Él nos trae la vida de los hombres.


Dios está actuando en la historia y en las personas. Y, porque Dios no está ocioso sino que está actuando, la misión de la Iglesia “es hacer posible que cada hombre y cada mujer encuentre al Señor que ya obra en sus vidas y en sus corazones” (DF 105). Esta es una manera sugerente para entender la misión. Desde esta perspectiva tendríamos que decir que la pastoral tiene como objetivo fundamental ayudar a que cada persona se encuentre con Dios que ya está actuando en la historia, en su vida y su corazón. En este sentido podríamos decir que el discernimiento es el corazón de la pastoral.


El discernimiento es un gran desafío para la Iglesia y para la Congregación salesiana. Hay que afirmar con rotundidad que el discernimiento no es una moda, ni solo una metodología, sino que sobre todo es una actitud interior que tiene su raíz en un acto de fe. Y si queremos saber cómo caminar “junto a los laicos en la misión y en la formación” necesitamos cultivar una actitud interior asentada en la fe.


El Espíritu viene en nuestra ayuda. La iniciativa siempre parte de Dios que nos precede y acompaña. El discernimiento consisten en abrir nuestro corazón a Dios para “sentir y gustar” su presencia y su acción en nosotros. El discernimiento también consiste en dejar que el Espíritu transforme nuestros sentidos, haga que pasemos del “oír y ver” a “escuchar y mirar”; transforme nuestra mentalidad para pensar de otra manera; transforme nuestras opciones para recorrer no nuestro camino sino su camino. Pide al Señor que te ayude porque tú quieres abrir tu corazón a su presencia.


Dios es el primer protagonista del discernimiento. El segundo lo somos nosotros ya que Dios nos ha hecho capaces y se fía de nosotros. De esta manera el discernimiento se abre camino si en nosotros están las disposiciones que permiten desear, buscar, aceptar y cumplir la voluntad de Dios. En este tema del caminar juntos también podemos pedir al Señor que ponga en nosotros buenos deseos, que ilumine nuestra búsqueda, que nos haga dóciles para aceptar lo que nos propone, en definitiva, que nos de fortaleza para cumplir su voluntad.



2. Recorrer el camino de la humildad


El proceso capitular en el que estamos implicados desde hace unos años ha estado guiado por este famoso número de la exhortación postsinodal EG: “Es preciso esclarecer aquello que puede ser un fruto del Reino y también aquello que atenta contra el proyecto de Dios. Esto implica no solo reconocer e interpretar las mociones del buen espíritu y del malo, sino y aquí radica lo decisivo elegir las del buen espíritu y rechazar las del malo (EG 51).


Según propone el papa Francisco el primer paso del discernimiento lleva a reconocer. Para poder reconocer necesitamos humildad. Cuando en los próximos días miremos desde la fe el camino que como salesianos hemos hecho junto a los laicos en estos últimos años descubriremos aciertos pero también tentaciones y errores.


No nos asustemos. Las tentaciones y los errores acompañan al ser humano, a la Iglesia y, en ella, a la Congregación. Tenemos que ser muy lucidos para poder reconocer que nunca estamos totalmente purificados. Siempre hay en nosotros un espacio para la conversión. Siempre podemos volver nuestra mirada a Dios para que Él cambie nuestra mente, purifique nuestro corazón y nos haga recorrer su camino.


No son pocas las veces en las que el papa Francisco habla de las tentaciones que acechan a los consagrados. En esencia, el peligro que nos ronda consiste en ponernos a nosotros mismos como centro de la misión sin tener en cuenta que ese lugar solo lo puede ocupar Dios. De esta manera se entiende la palabra profética del santo Padre cuando denuncia el clericalismo. El clericalismo entiende “el ministerio recibido como un poder que hay que ejercer más que como un servicio gratuito y generoso que ofrecer; y esto nos lleva a creer que pertenecemos a un grupo que tiene todas las respuestas y no necesita ya escuchar ni aprender nada” (ChV 98). Es posible que este mal pueda estar entre nosotros. Pero también hay otros males sutiles que tienen en común que siempre nos llevan a nosotros mismos y difícilmente dirigen hasta el Reino de Dios y su justicia.


No olvidemos que tan solo somos mediadores. El problema de la pastoral son las mediaciones. Las mediaciones pueden ser transparentes pero también pueden ser mediocres. La mediocridad es una de nuestras mayores tentaciones, y por esta puerta entran muchos de nuestros males. La mediocridad va acompañada de falta de pasión, lleva a vivir sin motivaciones, endurece el corazón, nos hace insensibles ante el sufrimiento humano, y no nos hace vibrar ante lo bueno o lo bello que hay en los jóvenes. La mediocridad entra en nuestras vidas sin avisar y se adueña de nosotros. La mediocridad va acompañada de tristeza y pesadez.


La Escritura habla de Juan el bautista quien prepara el camino al Señor. El mismo bautista es consciente de su papel y dice: “Conviene que El crezca y yo disminuya” (Jn 3, 28-30). Aquí queda dibujado lo que tiene que hacer todo mediador: disminuir para dejar crecer al Señor. El camino que recorrió el bautista fue el camino humildad. Este camino es el camino que recorrió Jesus. San Pablo lo expresa de manera magnifica en uno de sus textos cuando propone a los cristianos de Filipos tener los mismos sentimientos de Cristo. “(Quien) siendo Dios, no se aferró ávidamente a su condición divina, sino que se despojó de todo y optó por hacerse siervo, hombre entre los hombres, humillándose y acatando la voluntad de Dios hasta la muerte y una muerte de cruz” (Flp 2, 7-8). Si el camino de Jesús fue el camino de la humilidad, la Iglesia y, en ella, la Congregación salesiana no puede seguir otro camino. Si queremos ser una buena mediación debemos recorrer el camino de la humildad para dejar ver con mayor claridad el rostro de Jesús.


Este segundo criterio puede ser de gran ayuda cuando queremos caminar “junto a los laicos en la misión y en la formación”. Solo podremos recorrer el camino de la humildad si no nos situamos en la altura y la distancia sino más bien en la cercanía y la colaboración. El camino de la humildad hace que el perdón y la misericordia de Dios lleguen a nosotros; propone hacer memoria agradecida del camino que Dios ha hecho con nosotros animando a la colaboración con laicos; invita a dejarnos acompañar por la Iglesia que hoy está proponiendo el camino de la sinodalidad.



3. Desplegar la propia vida desde la vocación


La vida está bien asentada en Dios. La vocación es el regalo que Dios nos dona junta a la vida. Por eso, tiene mucho sentido desplegar la vida desde la vocación. Es decir, tiene mucho sentido vivir desde lo que soy porque eso es lo que ha soñado Dios para mí.


El tema de la vocación está teniendo una gran actualidad en la Iglesia del siglo XXI. Siguiendo la ruta trazada por el Concilio Vaticano II, el papa Francisco propone situar todas las vocaciones a la luz del bautismo y dentro del Pueblo santo de Dios. Este pueblo ha sido bendecido con distintas vocaciones. “Las vocaciones eclesiales son, en efecto, expresiones múltiples y articuladas a través de las cuales la Iglesia cumple su llamada a ser un verdadero signo del Evangelio recibido en una comunidad fraterna. Las diferentes formas de seguimiento de Cristo expresan, cada una a su manera, la misión de dar testimonio del acontecimiento de Jesús, en el que cada hombre y cada mujer encuentran la salvación” (DF 84). Este criterio nos iguala y, al mismo tiempo, nos diferencia. Todos tenemos en Jesus nuestro modelo y nuestra forma pero el Señor nos llama a cada uno a una concreta vocación.


El discurso vocacional es uno de los fundamentos de la misión compartida. Sobre este tema hablaremos en los próximos días. Hasta llegar a esta expresión la Iglesia ha tenido que recorrer un largo camino. El Concilio Vaticano II pedía al laicado cooperación (AG 2), después se habló de corresponsabilidad, hoy se habla de misión compartida (VC 55). La misión compartida va haciéndose realidad en los distintos carismas, también en nuestra Congregación salesiana. Es una gran alegría la presencia de laicos comprometidos vocacionalmente en nuestra misma misión. Nos necesitamos unos y otros, cada uno con su propia vocación, para llevar adelante la misión.


Yo te elegí antes de que nacieras” (Jer 1,5). Si nos dejamos inspirar por el profeta Jeremías tendremos que reconocer que en nuestras entrañas más profundas esta dibujada nuestra vocación. En este sentido se entiende bien la expresión del papa Francisco: “Yo soy una misión en esta tierra, y para eso estoy en este mundo” (EG 273). Acercarse y tocar estas entrañas permite descubrir y acoger la propia vocación. La vocación es un camino caracterizado por disposición que nos lleva no tanto a decir “yo soy” sino a decir “aquí estoy”. La Escritura lo recuerda constantemente.


Muchos cristianos viven su vida con esta radicalidad también muchos de nuestros hermanos salesianos. Es una suerte compartir la vida y la vocación con hermanos que han decidido desplegar su vida desde la vocación que han recibido para ser pastores y educadores de jóvenes. Esta decisión les lleva a tomar conciencia de ser bendecidos, elegidos y amados del Señor de una manera personal. Esta decisión lleva hasta la salida de sí, hasta ser para los demás y con los demás. Esta manera de entender la vida desde el don y como don tiene un carácter profético en un mundo que se asienta en una antropología de la indiferencia: “nos volvemos incapaces de compadecernos ante los clamores de los otros, ya no lloramos ante el drama de los demás ni nos interesa cuidarlos, como si todo fuera una responsabilidad ajena que no nos incumbe” (EG 54).


No es extraño entender la vocación como camino de santidad, como fruto del Espíritu Santo en nuestras vidas y en nuestras comunidades, porque toda vida es misión. “Tú también necesitas concebir la totalidad de tu vida como una misión. Inténtalo, escuchando a Dios en la oración y reconociendo los signos que él te da. Pregúntale siempre al Espíritu qué espera Jesús de ti en cada momento de tu existencia y en cada opción que debas tomar, para discernir el lugar que eso ocupa en tu propia misión. Y permítele que forje en ti ese misterio personal que refleje a Jesucristo en el mundo de hoy” (GE 23).


Tampoco está de más afirmar que el mayor servicio que podemos prestar a los jóvenes es ayudarles a descubrir la persona que son y que están llamados a ser. El último Sínodo ha hablado de la necesidad de una pastoral juvenil en clave vocacional. Se dice que el primer maestro de novicios de nuestra congregación, don Barberis, comentaba que don Bosco solía repetir que el momento vocacional es un momento decisivo en la vida de un joven. Sin duda que don Bosco lo entendería con la teología que tenía a su mano, pero nosotros, con la teología de nuestro tiempo, podemos decir que si ayudamos a una persona a ser lo que es o lo que está llamada a ser, le estamos siendo de gran ayuda. Toda vocación no es para sí sino para los demás.



4. Habitar y compartir la tienda de la misión


Vocación y misión están inseparablemente unidas, como la cara y la cruz en una moneda. Tenemos que constatar con alegría que en este tiempo crece la conciencia misionera en la Iglesia y en nuestra misma familia salesiana. No podemos olvidar nunca que la vocación y la misión nacen del Señor. No podemos entender la misión como una concesión generosa de nuestra parte. Lo que sí podemos hacer nosotros es “habitar y compartir la tienda de la misión”.


El Espíritu Santo quiso que en Valdocco germinara y brotara la vocación salesiana a favor de los jóvenes pobres. Don Bosco supo acoger aquella llamada y también supo compartirla con muchos jóvenes y con no pocos laicos de diversas condiciones sociales y estados de vida. En Valdocco florecieron muchas vocaciones consagradas y laicales a favor de los jóvenes. Don Bosco solía repetir: “Yo he tenido necesidad de todos”.


En el camino del posconcilio, donde se ha subrayado una eclesiología de comunión, estamos viviendo una nueva etapa caracterizada por la llamada a sinodalidad. Este signo de los tiempos está llamando a la puerta de la Congregación salesiana. Para caminar juntos, laicos y consagrados, es imprescindible valorizar el carisma que el Espíritu nos regala según la vocación y el rol que nos propone. En Valdocco podremos respirar elementos esenciales de nuestro carisma. Aquí también podemos descubrir huellas de corresponsabilidad. El eco que invita a la corresponsabilidad se escucha en el patio, la capilla Pinardi, la capilla de San Francisco de Sales, la basílica de María Auxiliadora, la cocina de Mama Margarita, el taller… Aquí no te va a ser difícil preguntar al Señor qué está pidiendo a nuestra Congregación que quiere “habitar y compartir la tienda de la misión”.


Una de nuestras características es el espíritu de familia y el cuidado de las relaciones. La clave está en las relaciones. Lo sabemos por experiencia. Nos jugamos mucho en las relaciones. El misterio de la encarnación es un misterio relacional. Nuestro carisma es fundamentalmente relacional. Valdocco es un bello poema del espíritu de familia. Lo podemos ver en don Bosco, los salesianos, los colaboradores, los jóvenes, el pueblo fiel que se acercaba a Valdocco ante los pies de la Auxiliadora.


Son de inspiración estas palabras del Sínodo. En las relaciones —con Cristo, con los demás, en la comunidad— es donde se transmite la fe. También con vistas a la misión, la Iglesia está llamada a asumir un rostro relacional que ponga en el centro la escucha, la acogida, el diálogo, el discernimiento común, en un camino que transforme la vida de quien forma parte de ella… Así, la Iglesia se presenta como “tienda santa” en la que se conserva el arca de la alianza (cf. Ex 25): una Iglesia dinámica y en movimiento, que acompaña caminando, fortalecida por tantos carismas y ministerios. Así es como Dios se hace presente en este mundo” (DF 122).


Hoy la misión tiene muchos retos. No creo que esta meditación sea un lugar para concretarlos. Pero sí que hay un reto que nuestro Capitulo quiere afrontar y es el caminar juntos en la formación. Necesitamos una formación del corazón. Es decir una formación entendida como continuo proceso personal de maduración en la fe y de configuración con Cristo, según la voluntad del Padre y con la guía del Espíritu Santo, necesario para vivir la unidad con la que está marcado nuestro propio ser como miembros de la Iglesia y ciudadanos de la sociedad humana (ChL 57 y 59).


La formación debe tocar tanto las motivaciones, como la vocación, o las competencias. “Hay que pensar que toda pastoral es vocacional, toda formación es vocacional y toda espiritualidad es vocacional” (ChV 254). En este sentido podríamos decir que hoy deberíamos favorecer una formación que posibilite formarse juntos, formarse desde la propia vocación, formarse para la misión.



5. Vivir con alegría y esperanza


El papa Francisco habla mucho de la alegría. Cuando lo hace habla de Jesus y de su Evangelio. El Evangelio es siempre un mensaje de alegría. El motivo de la alegría cristiana no es tanto la Iglesia sino Dios tal como se ha revelado en Jesucristo. Jesus es la causa de nuestra alegría.


Nos viene bien este mensaje cuando constatamos que la tristeza y la acedia van ganando adeptos en nuestro mundo, quizás también entre nosotros. Somos conscientes de que cuando los retos son mayores que nuestras fuerzas, o las tareas son pesadas, cuando el futuro es oscuro, puede ir ganando terreno la tristeza en nosotros. Recuerda que en el libro del Apocalipsis el ángel de Dios pide a la Iglesia de Éfeso, que tiene en su haber haberse mantenido fiel, que regrese al amor primero. Y que a la Iglesia de Laodicea, que se había acomodado y estaba muy satisfecha de sí misma, le propone: “sé fervorosa y arrepiéntete” (Ap 3, 15-19).

No olvidemos que en Valdocco se vivía con naturalidad la alegría. Don Bosco supo comunicar a sus jóvenes la importancia de la alegría cuando la vida cristiana está centrada en Jesus. Este mensaje lo captaron los jóvenes del Oratorio. Nos sorprende que Domingo Savio, un joven de catorce años, haya sido quién mejor haya sintetizado la fuente de la pastoral salesiana. “Nosotros hacemos consistir la santidad en estar siempre alegres”. No son las palabras de un teólogo sino las de un muchacho. Él quiere comunicar a sus compañeros la experiencia que está viviendo. La vida junto a Jesus, la vida de gracia, va acompañada de alegría. Todavía podemos leer en los pórticos de Valdocco: “Servir al Señor con alegría”.


Necesitamos de la alegría y necesitamos de la esperanza. En esta vida alegría y esperanza son un todo indisoluble. “La razón fundamental y decisiva para nuestra esperanza es la fidelidad y el amor de Dios. Él quiere que todos los hombres se salven y lleguen a la felicidad de su gloria (cf. 1 Tim 2,4). Solo con esperanza podemos vivir este proceso en el que queremos caminar “junto a los laicos en la misión y la formación”. El Espíritu Santo sigue actuando en la Iglesia y en la Congregación salesiana rejuveneciéndolas. Algo nuevo está brotando, ¿no lo notas? (Is. 43, 19).



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