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Anexos


ANEXO 1

Mensaje de S.S. JUAN PABLO II

al inicio del XXV Capítulo General


Queridísimos Hijos de Don Bosco:


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1. Con gran afecto me dirijo a vosotros, reunidos de los cinco continentes para la celebración del XXV Capítulo General de vuestro Instituto. Es el primero del tercer milenio y os ofrece la oportunidad de reflexionar sobre los desafíos de la educación y de la evangelización de los jóvenes, desafíos a los que los Salesianos quieren responder, siguiendo las huellas del Fundador, san Juan Bosco. Os deseo que el Capítulo sea para vosotros un tiempo de comunión y de trabajo provechoso, durante el cual podáis compartir el ardor que os une en la misión entre los muchachos, así como también el amor por la Iglesia y el deseo de abriros a nuevas fronteras apostólicas.

El pensamiento en este momento va espontáneamente al llorado Rector Mayor, don Juan Vecchi, recientemente desaparecido tras una larga enfermedad, ofrecida a Dios por toda la Congregación y especialmente por esta Asamblea Capitular. Mientras doy gracias al Señor por el servicio que ofreció a vuestra Familia religiosa y a la Iglesia, como también por el testimonio de fidelidad evangélica que siempre lo distinguió, aseguro una oración especial de sufragio por su alma. Os toca ahora a vosotros proseguir la obra que él desarrolló con éxito siguiendo el camino de sus predecesores.

Educadores atentos y acompañantes espirituales competentes como sois, sabréis ir al encuentro de los jóvenes que quieren «ver a Jesús.» Sabréis conducirlos con dulce firmeza hacia metas exigentes de fidelidad cristiana. «Duc in altum!». Sea éste el lema programático también de vuestra Congregación, que con la presente Asamblea Capitular estimula a todos sus miembros a un entusiasta relanzamiento de la propia acción evangelizadora.


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2. Habéis escogido como tema del Capítulo «La comunidad salesiana hoy». Sabéis muy bien que hay que renovar métodos y modalidades de trabajo, para que aflore con claridad vuestra identidad «salesiana» en las actuales circunstancias sociales, tan diversas de otros tiempos, que exigen, entre otras cosas, la apertura a la aportación de los colaboradores seglares, con los que compartir el espíritu y el carisma que Don Bosco os dejó en herencia. La experiencia de los últimos años ha puesto en evidencia las grandes oportunidades de tal colaboración, que permite a los diversos componentes y Grupos de vuestra Familia Salesiana crecer en la comunión y desarrollar un común dinamismo apostólico y misionero. Y, para abriros a la cooperación con los seglares, es importante que focalicéis bien la identidad peculiar de vuestras comunidades: que sean comunidades, como quería Don Bosco, reunidas en torno a la Eucaristía y animadas por un profundo amor a María Santísima, prontas a trabajar unidas, compartiendo un único proyecto educativo y pastoral. Comunidades capaces de animar e implicar a los otros, en primer lugar, con el ejemplo.


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3. De esta forma, Don Bosco sigue estando presente entre vosotros. Vive a través de vuestra fidelidad a la herencia espiritual que os dejó. Él marcó su obra con un estilo singular de santidad. ¡Y hoy el mundo tiene tanta necesidad de santidad! Por eso, muy oportunamente, el Capítulo General quiere lanzar de nuevo con valentía el «tender hacia la santidad» como la principal respuesta a los desafíos del mundo contemporáneo. Se trata, en definitiva, no tanto de emprender nuevas actividades e iniciativas, cuanto de vivir y testimoniar el Evangelio sin componendas, de manera que estimule a la santidad a los jóvenes que encontráis. !Salesianos del tercer milenio, sed apasionados maestros y guías, santos y formadores de santos, como lo fue san Juan Bosco!

Tratad de ser educadores de la juventud en la santidad,

ejercitando aquella típica pedagogía de santidad alegre y serena que os distingue. Sed acogedores y paternos, de manera que en cualquier ocasión podáis cuestionar a los jóvenes con vuestra vida: «¿Quieres ser santo?». Y no dudéis en proponerles el «alto grado» de la vida cristiana, acompañándolos en el camino de una adhesión radical a Cristo, que en el sermón de la montaña proclama: « ¡Sed, pues, perfectos como es perfecto vuestro Padre del cielo!» (Mt 5, 48).

La vuestra es una historia rica de santos, muchos de ellos, jóvenes. En la «Colina de las bienaventuranzas juveniles», como hoy llamáis al Colle Don Bosco donde nació el Santo, durante mi visita del 3 de septiembre de 1988, tuve la alegría de proclamar beata a Laura Vicuña, la joven salesiana chilena que conocéis muy bien.

Otros Salesianos están en camino hacia esa meta: se trata de dos hermanos, Artémides Zatti y Luis Variara, y de una Hija de María Auxiliadora, Sor María Romero. En Artémides Zatti quedan patentes el valor y la actualidad del papel del Salesiano coadjutor; en don Luis Variara, sacerdote y Fundador, se manifiesta una ulterior realización de vuestro carisma misionero.


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4. Al no pequeño grupo de Santos y Beatos salesianos estáis llamados a uniros también vosotros, empeñados en seguir las huellas de Cristo, fuente de santidad para todo creyente. Haced de manera que la Congregación entera resplandezca por santidad y comunión fraterna.

Al inicio de este milenio, el gran desafío de la Iglesia consiste, como lo he recordado en la Carta Apostólica Novo millennio ineunte, en «hacer de la Iglesia la casa y la escuela de la comunión» (núm. 43). Para que el apostolado dé frutos de bien, es indispensable que las comunidades vivan un espíritu de mutua y real fraternidad. Para llevar adelante un único proyecto educativo y pastoral, es necesario que todas las comunidades estén unidas por un sólido espíritu de familia. Sea cada comunidad verdadera escuela de fe y de oración, abierta a los jóvenes, donde se haga posible compartir sus esperanzas y dificultades, y responder a los desafíos con que suelen enfrentarse adolescentes y jóvenes.

Pero ¿dónde está el secreto de la unión de los corazones y de la acción apostólica, sino en la fidelidad al carisma? Tened, por tanto, los ojos siempre fijos en Don Bosco. Él vivía enteramente en Dios y recomendaba la unidad de las comunidades en torno a la Eucaristía. Sólo del Tabernáculo puede fluir ese espíritu de comunión que se hace fuente de esperanza y de compromiso para todo creyente.

Que el amor a vuestro Padre continúe inspirándoos y sosteniéndoos. Sus enseñanzas os invitan a la confianza mutua, al perdón cotidiano, a la corrección fraterna, a la alegría del compartir. Éste es el camino que él recorrió y al cual podréis atraer también vosotros a los seglares, especialmente jóvenes, a compartir la propuesta evangélica y vocacional que os une.


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5. Como veis, vuelve con frecuencia, también en este Mensaje, la referencia a los jóvenes. Todos conocen este vínculo que une a los Salesianos con la juventud. Podríamos decir que los Salesianos y los jóvenes caminan juntos. Vuestra vida, queridísimos, se desarrolla efectivamente en medio de los muchachos, como quería Don

Bosco. Sois felices entre ellos y ellos gozan con vuestra presencia de amigos. Las vuestras son «casas» en las que se encuentran bien. ¿No es éste el apostolado que os distingue en todas las partes del mundo? Seguid abriendo vuestras instituciones especialmente a los jóvenes pobres, para que se sientan «en su propia casa», gozando de vuestra caridad activa y del testimonio de vuestra pobreza. Acompañadlos en su inserción en el mundo del trabajo, de la cultura, de la comunicación social, promoviendo

un clima de optimismo cristiano en el contexto de una conciencia clara y fuerte de los valores morales. Ayudadlos a ser a su vez apóstoles de sus amigos y coetáneos.

Esta exigente acción pastoral os pone en relación con tantas realidades comprometidas en el campo de la educación de las nuevas generaciones. Estad siempre dispuestos a ofrecer generosamente vuestra aportación en los diferentes ámbitos, cooperando con cuantos elaboran las políticas educativas en los Países en que os encontráis. Defended y promoved los valores humanos y evangélicos: desde el respeto de la persona al amor al prójimo, especialmente a los pobres y los marginados. Trabajad para que la realidad multicultural y multirreligiosa de la sociedad actual se encamine hacia una integración cada vez más armoniosa y pacífica.


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6. Queridísimos Hijos de Don Bosco, se os ha confiado la tarea de ser educadores y evangelizadores de los jóvenes del tercer milenio, llamados a ser «centinelas del futuro», como les dije en Tor Vergata, con ocasión de la Jornada Mundial de la Juventud del Año 2000. Caminad junto con ellos, acompañándolos con vuestra

experiencia y con vuestro testimonio personal y comunitario. Que os acompañe la Virgen Santa, que vosotros invocáis con el hermoso título de María Auxiliadora. A ejemplo de Don Bosco, poned en Ella toda vuestra confianza, proponed su devoción a cuantos encontréis. Con su ayuda se puede hacer mucho; más aún, como le gustaba repetir a Don Bosco, en vuestra Congregación es Ella quien lo ha hecho todo.

El Papa os manifiesta Su complacencia por vuestro compromiso apostólico y educativo y reza por vosotros, para que podáis seguir caminando con fidelidad total a la Iglesia y en estrecha colaboración entre vosotros. Que os acompañen Don Bosco y la pléyade de Santos y Beatos salesianos.

Con estos deseos os envío una especial Bendición Apostólica, a vosotros, Miembros del Capítulo General, a los Hermanos esparcidos en todo el mundo y a la entera Familia Salesiana.


En el Vaticano, 22 de febrero de 2002, fiesta de la

Cátedra de San Pedro.

JOHANNES PAULUS II



ANEXO 2


Intervención del Card. Eduardo Martínez Somalo,

Prefecto de la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica


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1. Me es particularmente grato estar entre vosotros para expresaros, una vez más, la participación sincera del Dicasterio de la Vida Consagrada y mía personal, a la experiencia de fe y disponibilidad a la Voluntad de Dios que vuestra Congregación está viviendo.

Es una experiencia cargada de gracia.

Si el acontecimiento del Capítulo General es un don del Espíritu Santo que nos abre y nos obliga a la Verdad y a la Caridad, el testimonio de la vida y de la muerte de vuestro Rector Mayor, don Juan Vecchi, expresa admirablemente el carisma de Don Bosco: estar dispuestos, con conciencia serena, a vivir y a dar la vida, como Dios quiere, por los jóvenes, especialmente por los más pobres, viviendo la realidad del «ya, pero todavía no», en un abandono filial a la voluntad del Padre. Esta profundidad espiritual, que se expresa en la sencillez de la vida y en la confianza en Dios, me parece característica en la línea formativa que el Rector Mayor, en estos años, ha madurado en vuestra Congregación. También el siempre recordado don Egidio Viganò, en toda su fecunda existencia y en su última enfermedad, había recorrido esta camino con el estilo con que había vivido: la caridad pastoral por los jóvenes.

He unido con frecuencia en la oración y en la Celebración Eucarística a estos dos grandes animadores de la Familia Salesiana, a quienes confiamos hoy el XXV Capítulo General que está para comenzar.

Saludo con afecto a todos los presentes y, en particular, al Vicario General, Rvdo. don Lucas Van Looy, que, con el Consejo General, ha llevado estos meses la responsabilidad de la guía de la Congregación, con el afecto del hijo y la cuidadosa atención a los deseos, expresados e intuidos, del Rector Mayor; saludo a la Superiora General de las Hijas de María Auxiliadora, al Responsable de los Cooperadores y de los Antiguos Alumnos, y a todos los Grupos religiosos y seglares que, por diversos títulos, están presentes y no dejarán de ofrecer su aportación para que la Familia Salesiana siga respondiendo, con la prontitud y la intuición profética de Don Bosco, a las expectativas de la Iglesia, con la ayuda y la protección de María Auxiliadora.


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2. Estáis a punto de comenzar el primer Capítulo General de los Salesianos en el tercer Milenio, que el Santo Padre ha definido: «Un océano inmenso en el cual hay que aventurarse, contando con la ayuda de Cristo… El Cristo contemplado y amado ahora nos invita, una vez más, a ponernos en camino» (NMI 58).

Hemos vivido recientemente momentos excepcionales de gracia y de misericordia durante el Jubileo del año 2000. Nadie ha permanecido indiferente ante el testimonio de caridad pastoral y de exigente espiritualidad que Juan Pablo II ha vivido con los jóvenes. Es una página de historia que os atañe: mientras muestra a las claras las más profundas esperanzas de los jóvenes, nos indica con claridad que, cuando el joven se siente amado, aun con todas las lagunas propias de la edad y de las limitaciones que pone la sociedad, aspira a cosas altas.

¿Cómo habría reaccionado Don Bosco si hubiera podido estar presente como uno de nosotros en aquellas jornadas; y cómo habría renovado el compromiso pastoral que caracteriza a la comunidad fraterna y se abre a la acogida de los jóvenes, rostros del Cristo joven, aunque tantas veces desfigurado? Vuestro llorado Rector Mayor, en las Actas del Consejo General que me habéis enviado, subraya en estos términos lo que más preocupa a los Salesianos del mundo entero: «El objetivo del XXV Capítulo General no es tanto lo que la comunidad y los hermanos deben hacer todavía por los jóvenes, cuanto lo que deben ser y vivir hoy por ellos y con ellos» (ACG núm. 372). Y aclara: «Se trata de hacer una evaluación de nuestra vida comunitaria con el espíritu y la metodología del discernimiento evangélico, para descubrir las modalidades de fraternidad salesiana capaces de responder a las exigencias del seguimiento de Cristo y de la misión» (ibid.).


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3. Si la reflexión sobre la vida fraterna, en función del seguimiento de Cristo y de la misión, es el interés central de vuestro Capítulo y queréis hacer un discernimiento según el espíritu del Evangelio, es condición fundamental que cada uno de vosotros madure, con una profundidad siempre en aumento, el contacto vivo, sincero y existencial con Cristo, Palabra de Dios y Eucaristía. Entonces la Asamblea Capitular podrá llegar verdaderamente a un discernimiento evangélico sobre la identidad y las líneas operativas de la fraternidad salesiana. En este sentido, el Capítulo General se convierte en una gran ocasión de formación que suscita una actitud de escucha recíproca, respetuosa y capaz de generar confianza; y ayuda a madurar la humildad, que es la vía maestra de la verdad. Ante todo, provoca el discernimiento personal sobre la coherencia con la que cada uno vive su propia consagración a Dios en estilo salesiano; ilumina la reflexión sobre la pastoral juvenil, que exige capacidad madura para discernir lo que conviene abandonar o revisar, y todo lo que debe ser confirmado y reforzado; abre con equilibrio y auténtica participación a una inculturación armónica; reconfirma según el espíritu de Don Bosco el compromiso de suscitar en el joven la voluntad de convertirse en honrado ciudadano y buen cristiano. Al mismo tiempo, os hace estar atentos, como lo estuvo él, a las exigencias auténticas de los jóvenes, a los cambios de la sociedad y a las perspectivas de futuro.

No olvidemos que Don Bosco llevó a cabo su obra entre los jóvenes de la primera revolución industrial, cuando éstos emigraban, solos, a la ciudad y eran explotados con el trabajo negro, sin contrato alguno que pudiera, en cierto modo, protegerlos. Era una vida que los ponía fatalmente en la condición de una fácil desorientación; y Don Bosco, lo sabéis muy bien, tuvo experiencia directa de los efectos devastadores del ambiente carcelario en los menores.


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4. La Iglesia se alegra al comprobar que vuestro Instituto cala profundamente en los jóvenes y, por lo tanto, en el futuro de la sociedad y de la Iglesia. Ciertamente la misión que Don Bosco vivió y os transmitió, requiere una gran sensibilidad educativa y una buena dosis de coraje para salir al encuentro de los jóvenes y compartir con ellos los problemas y las expectativas, los momentos de repulsa y el entusiasmo fácil que muchas veces se esfuma en la nada. Viven en un ambiente contradictorio, superficial y, al mismo tiempo, convincente cuando presenta la ganancia fácil y la competitividad que margina al débil y se basa en el dinero. Pero hay también una presencia de aire nuevo y limpio, de fuerzas jóvenes que se comprometen en el bien. Son «los centinelas de la mañana» que escrutan la aurora de una sociedad nueva. El Santo Padre ha sabido ver en ellos la esperanza que ya Pablo VI guardaba en su corazón: son los mensajeros de la civilización del amor. No hay como creer profundamente en una realidad y acompañarla con la oración y el sacrificio, para que poco a poco se haga viva entre nosotros. ¡Así vivió Don Bosco!

Es una tradición maravillosa la que lleváis adelante en todas las partes del mundo, y la Iglesia se alegra con el bien que hacéis y os lo agradece. ¿Cómo no recordar también el fecundo apostolado que hacéis en el mundo de la cultura con vuestras Universidades, con la correcta promoción de los medios de comunicación, con vuestra entrega en las misiones, en las parroquias, en las escuelas profesionales para preparar a los jóvenes a un trabajo digno y honrado?


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5. No se puede subestimar hoy el problema común a todos los Institutos: la escasez de las vocaciones. Esto exige a muchos hermanos que prolonguen su propia dedicación, aun cuando, incluso con el corazón joven de Don Bosco, las fuerzas no responden ya con prontitud. Entonces se nota con pena la separación entre las generaciones, lo que hace más difícil la relación con los jóvenes. Hay una gran diferencia de mentalidad, de lenguaje, de gustos, de preferencias que inciden en la vida de cada día, en la manera de sentir los problemas, de gozar, de rezar, de juzgar, de vivir juntos. Esto a veces conlleva el riesgo de hacer más difícil la comunicación, a pesar del esfuerzo. Entonces sólo la fe en la Palabra nos hace creer y vivir la caridad paciente, benigna, que lo espera todo y todo lo excusa, que no busca su propia gratificación, sino que cree en los jóvenes de hoy porque Dios los ama. Se vive entonces uno de los momentos más altos de la ofrenda de sí mismos en la caridad por la gloria de Dios y la salvación de los jóvenes. La caridad que San Pablo celebra en la Carta a los cristianos de Corinto es la gran fuerza, insustituible, en la experiencia educativa. No sin motivo solía Don Bosco repetir a vuestros primeros hermanos: «Es necesario que los muchachos no sólo sean amados, sino que se sientan amados». Había comprendido bien que, incluso el muchacho más refractario, cedería sólo ante el amor paciente que, a pesar de todo, lo espera todo.

La educación llega hasta donde llega el amor; cuando en su lugar se coloca la norma, los gestos mismos quedan privados de alma. Por esto, a quien le preguntaba una definición de su sistema educativo, Don Bosco respondía con una sola palabra: «¿Mi sistema educativo? ¡La caridad!» (MB, VI, 381) . Es el único camino que abre al anuncio de Cristo.


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6. Juan Pablo II nos ofrece la comprobación de la autenticidad de nuestra fe. «Quien ha encontrado verdaderamente a Cristo no puede tenerlo sólo para sí; debe anunciarlo..., respetando debidamente el camino siempre distinto de cada persona y atendiendo a las diversas culturas» (NMI 40).

Anunciar a Cristo con la propia vida exige ciertamente que ésta se sostenga «con un amor alimentado por la Palabra y la Eucaristía, purificado en el Sacramento de la Reconciliación, sostenido por la súplica de la unidad, don especial del Espíritu para aquellos que se ponen a la escucha obediente del Evangelio» (VC 42). Entonces la comunidad fraterna puede verdaderamente definirse, como dice Vita Consecrata, «espacio humano habitado por la Trinidad» (VC 41) y «espacio teologal en que se puede experimentar la mística presencia del Señor Resucitado» (VC 42). Será ambiente fecundo en el que los jóvenes se sientan no solamente acogidos, sino deseados para compartir juntos los problemas y las esperanzas en un diálogo abierto y sincero.

Queridos Salesianos, el Capítulo es como un taller donde se ponen delante muchos proyectos, se armonizan, se estudian para proponer a toda la Congregación un camino de novedad de vida en la fidelidad al carisma. En el corazón de esta comunión fraterna, está siempre el Espíritu Santo que indica el camino, coordina e inspira el modo mejor para realizar la santidad de los hijos de Don Bosco y de los jóvenes. Pero todos están llamados a colaborar, porque a cada uno se le confía el bien común.

Sucede igualmente en vuestras comunidades. Cada joven que acogéis es un proyecto irrepetible del amor de Dios confiado a vosotros en su propia historia concreta. Estáis llamados a dar vida y espacio al soplo del Espíritu que está en él. ¿Quién guía? CRISTO, desde el cual tenemos que comenzar siempre. Él nos acompaña con su Palabra y con el don de la Eucaristía. Mirándole a Él, entrevemos a Don Bosco, que fue el primero en abrir este camino de novedad, adecuándolo a su tiempo en cuanto a las modalidades, pero inspirándose en la Caridad, realidad constante y válida para todos los tiempos.


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¡La Iglesia confía en vosotros!

¡La Iglesia espera mucho de vosotros, Hijos de Don Bosco!

Permitidme que os recuerde las palabras que Jean Duvallet, uno de los primeros colaboradores del Abbé Pierre, dijo a unos jóvenes Salesianos: «Vosotros no tenéis más que un tesoro: la pedagogía de Don Bosco. ¡Arriesgad todo lo demás, pero salvad su pedagogía! Veinte años de ministerio que he pasado en la reeducación de los jóvenes me obligan a deciros: sois responsables de este tesoro ante la Iglesia y ante el mundo.»


Roma, 25 de febrero de 2002.


ANEXO 3


Discurso del Vicario General, don Lucas Van Looy

en la apertura del XXV Capítulo General


Eminencia Reverendísima, Cardenal Martínez Somalo,

Queridísimos Cardenales Antonio María Javierre

y Óscar Rodríguez Maradiaga,

Hermanos Arzobispos y Obispos,

Hermanas y Hermanos representantes de la Familia Salesiana,

Queridos Hermanos Capitulares:


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Al comenzar el XXV Capítulo General de la Sociedad de San Francisco de Sales, me complace presentaros a todos mi saludo cordial y agradecido. Veo en vuestra presencia una demostración de afecto por la Congregación y de participación en uno de los actos más importantes de su vida, como es precisamente el Capítulo General.

Doy las gracias a la Madre Antonia Colombo, Superiora General de las Hijas de María Auxiliadora, y a todos los responsables de los distintos Grupos de la Familia Salesiana aquí presentes: el Coordinador Central de los Cooperadores, el Presidente Mundial de los Antiguos Alumnos, la Responsable Central de las Voluntarias de Don Bosco, los Superiores y las Superioras de Congregaciones religiosas y los Responsables de los Grupos y Asociaciones reconocidos en el seno de la Familia Salesiana. En vuestra presencia solidaria sentimos los lazos que nos unen en una sola Familia, la Familia de Don Bosco.

Y a vosotros, hermanos, que venís de las diversas Inspectorías esparcidas en el mundo, os doy mi bienvenida cordial y fraterna. Sé que habéis venido a trabajar, a vivir una experiencia de mundialidad fuerte y a preparar el futuro de la Congregación.

Quisiera, ante todo, dedicar un pensamiento agradecido y afectuoso a don Juan Vecchi, a quien el Señor llamó hace un mes. Está todavía fresco en nuestra memoria el recuerdo de su amable paternidad, de su sabiduría, de su eficacia en el gobierno de la Congregación, de su testimonio personal de fe y de serena aceptación de la voluntad de Dios durante su larga enfermedad. La Congregación y la Familia Salesiana se han encontrado unidas al lado del Rector Mayor durante este período, en comunión de oración en torno al Coadjutor Artémides Zatti. don Juan Vecchi inició y dirigió el camino de preparación de este Capítulo General: estamos seguros de que desde el cielo nos ayudará a llevarlo a buen término.

En estos últimos años, la canonización de Monseñor Versiglia y de don Calixto Caravario, la beatificación de los jóvenes oratorianos polacos y de los mártires españoles han estimulado a toda nuestra Familia hacia un «alto grado de la vida cristiana ordinaria» (NMI 31), y las próximas beatificaciones de don Luis Variara, de Sor María Romero y del Señor Artémides Zatti pondrán una vez más a los santos y la santidad en el centro de toda la Familia Salesiana.


1. El camino postconciliar


155

El tema de este Capítulo General se coloca en un recorrido que atraviesa y se desarrolla a lo largo de todo el período postconciliar. Después de haber reflexionado globalmente sobre nuestra identidad salesiana (CGE20) y después de haber profundizado algunos de sus aspectos, como la evangelización de los jóvenes, el sistema preventivo, la animación de la comunidad y la figura de los socios (CG21), llegamos a la promulgación de las Constituciones renovadas en el CG22 de 1984.

A continuación, concentramos toda nuestra atención en el camino a recorrer con los jóvenes para educarlos para la fe y en la fe (CG23). Vimos la necesidad, para ello, de una comunidad que se renueva continuamente, que se inserta más activamente en el mundo juvenil con un salto de calidad pastoral y que se convierte, al mismo tiempo, en núcleo animador de la comunidad educativo-pastoral y de las varias ramas de la Familia Salesiana.

El CG24 retomó este último aspecto de la implicación de los seglares en nuestro espíritu y en nuestra misión, y delineó el nuevo papel de la comunidad religiosa salesiana en la CEP y en la elaboración del PEPS.

Así, pues, tanto en el CG23 como en el CG24, la comunidad salesiana apareció como punto de convergencia. De su buen funcionamiento, en efecto, depende en gran parte la calidad del testimonio, la incidencia apostólica y la fecundidad de la Congregación. Es la comunidad de los religiosos salesianos la que tiene el deber de ser «sal de la tierra y luz del mundo», a través de la variedad de sus obras y actividades.

Siguiendo este «hilo conductor», el XXV Capítulo General quiere ahora evaluar los pasos dados a la luz del último Capítulo General, ahondar sus indicaciones no suficientemente asumidas y dar un impulso al trabajo ya en marcha de renovación de la comunidad. Con ello se pretende relanzar la comunidad como el punto estratégico para la evangelización de los jóvenes en el nuevo milenio.

Este tema, por tanto, no aparta de nuestra vista a nuestros destinatarios, ni a los seglares que colaboran con nosotros. Como escribía don Vecchi en su carta convocatoria: «El objetivo del XXV Capítulo General no es tanto lo que la comunidad y los hermanos deben hacer todavía por los jóvenes, cuanto lo que deben ser y vivir hoy por ellos y con ellos. La mirada se dirige, ante todo, a lo que somos y vivimos para actuar más eficazmente, desde el punto de vista evangélico, en favor de los destinatarios de nuestra misión» (Hacia el XXV Capítulo General, ACG 372, pág 14-15.)

Así, pues, la comunidad salesiana constituirá el punto focal del XXV Capítulo General. A esto se añade la tarea de dar cumplimiento a la orientación práctica del CG24 (núm. 191) en lo que a estructuras de gobierno se refiere, y la de la elección del nuevo Rector Mayor y de los miembros del Consejo General que guiarán la Congregación durante el próximo sexenio.



2. El tema del XXV Capítulo General de cara a los desafíos de hoy


156

El tema del Capítulo «La comunidad salesiana hoy» se articula en cuatro puntos:

  • la vida fraterna

  • el testimonio evangélico

  • la presencia animadora entre los jóvenes

  • la animación comunitaria.

Los Capítulos Inspectoriales han reflexionado sobre estos puntos partiendo de la experiencia de las comunidades locales y señalando algunos problemas de mayor relieve, que la Comisión Precapitular ha considerado oportuno indicar, como, por ejemplo:

  • la necesidad de reforzar la vida de la comunidad según el Espíritu: o sea, crear las condiciones para que los hermanos gocen de una experiencia intensa del amor de Cristo que los lleve a una vida profundamente fraterna, a una entrega total a la misión juvenil y a un testimonio atrayente de los valores evangélicos;

  • la exigencia de desarrollar la capacidad inspiradora de la comunidad religiosa dentro de la comunidad educativa y pastoral, de forma que genere comunión, entusiasmo y un fuerte sentido de pertenencia;

  • la dificultad de enfrentarse con las exigencias reales de la misión, dada la disminución de las fuerzas y el consiguiente desequilibrio entre el volumen de trabajo y el personal disponible;

  • el envejecimiento y la escasez de vocaciones, que hacen la vida de comunidad más pesada y que amenazan con ofuscar el camino futuro de la misión.

Sobre éstos y otros aspectos de la vida comunitaria, está llamado el Capítulo General a indicar pistas seguras y motivadas para relanzar la comunidad al comienzo de este milenio, recordando la insistencia de Don Bosco: «Hemos elegido habitar in unum. Quiere decir in unum locum, in unum spiritum, in unum agendi finem» (en un mismo lugar, con el mismo espíritu, con el mismo fin que alcanzar) (MBe IX, 517).

La idea de escoger este tema, sin embargo, no nació solamente del hecho de ser conscientes de que hay debilidades o lagunas en el perfil de nuestra vida comunitaria religiosa, sino también de algunos desafíos que provienen de un horizonte mucho más amplio.


157

La cultura actual

En primer lugar nos desafía la cultura actual. Vivir y anunciar la fe se ha hecho difícil en el mundo secularizado, donde la gente se aleja de modo gradual y silencioso de la fe, como de un elemento sin importancia en la vida de cada día.

Habiendo disminuido considerablemente el valor educativo y religioso de la familia, y siendo considerada la Iglesia como una institución alienada de la sociedad moderna, los jóvenes que crecen en los ambientes secularizados encuentran difícil comprender la terminología religiosa y se acostumbran a llegar a los criterios de conducta y al sentido de su vida, por su cuenta, sin referencia a valores religiosos y, muchas veces, sin escuchar los consejos de los adultos más cercanos a ellos. En nuestros días, la credibilidad de la Iglesia ha sido también tema en los medios de comunicación, los cuales hacen resaltar, justa o injustamente, ciertas debilidades o errores morales de religiosos y sacerdotes.

También la escuela nos interpela con fuerza, sobre todo en los países donde se está llevando a cabo un proceso de reforma. El sistema de Don Bosco pone en el centro a la persona y su educación integral, mientras que hoy constatamos que la preocupación en el campo de la escuela se centra casi exclusivamente en la instrucción, sin dar tanta importancia a la formación y al acompañamiento de la persona. La enseñanza de la religión, además, tiende a tener cada vez menos peso, llevando inevitablemente a una debilitación de la formación integral del joven y de su capacidad de desarrollar una cultura personal.

Hoy nuestro empeño está en encontrar un modo de superar estas barreras físicas, psicológicas y culturales, para llegar incluso a los jóvenes más lejanos, y ayudarlos a abrazar la fe en Cristo. No serán en primer lugar las palabras y los razonamientos los que abran este camino, sino el testimonio de una comunidad que vive la propia fe en Jesucristo, que encuentra su cohesión en ella y la hace visible, con alegría y transparencia.

Esta carga espiritual lleva a la comunidad de fe a superar el sectorialismo y el individualismo y a vivir en fraterna amistad y colaboración, de forma que sea atrayente y evangelizadora, como indica el documento Vita Consecrata: «La vida de comunión será así un signo para el mundo y una fuerza atractiva que conduce a creer en Cristo…De este modo la comunión se abre a la misión, haciéndose misión ella misma» (VC 46).

El mismo amor a Cristo lleva igualmente a la acogida generosa y a la donación de sí a los demás: a los jóvenes, en primer lugar, mediante una presencia activa y amigable entre ellos, y, luego, a los colaboradores seglares y a los miembros de las diversas ramas de la Familia Salesiana, mediante una comunión hecha de experiencias de programación común, de participación responsable y de formación conjunta «hasta poder convertirse en una experiencia de Iglesia, reveladora del plan de Dios» (Const. 47).

Siendo signo, la comunidad se convierte también en escuela de fe que encuentra el coraje y la creatividad para mostrar su propio rostro cristiano y sabe dar sabor y dirección a la vida de los destinatarios.


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Expansión geográfica e inserción

El fenómeno de la globalización, con el correlativo fenómeno de la localización, subraya la necesidad de un equilibrio entre la unidad del carisma y el pluralismo de sus expresiones.

Requiere que se dé mayor peso al valor de la fraternidad que a las diferencias de etnia, lengua, etc., de modo que nuestras comunidades, abiertas a las distintas culturas, sean un auténtico regalo para la Iglesia y para la sociedad. Nuestra presencia en todos los continentes, en 128 naciones, nos ayuda a tener una visión mundial de nuestro carisma y a observar el movimiento geográfico de la vida de la Iglesia y de las vocaciones. Mientras se envejece en algunas zonas tradicionales, hay crecimiento y renovación en otros países y continentes.

Escribe el Santo Padre en la Exhortación Apostólica Vita Consecrata, núm. 51: «Situadas en las diversas sociedades de nuestro mundo —frecuentemente laceradas por pasiones e intereses contrapuestos, deseosas de unidad pero indecisas sobre las vías a seguir—, las comunidades de vida consagrada, en las cuales conviven como hermanos y hermanas personas de diferentes edades, lenguas y culturas, se presentan como signo de un diálogo siempre posible y de una comunión capaz de poner en armonía las diversidades. Las comunidades de vida consagrada son enviadas a anunciar con el testimonio de la propia vida el valor de la fraternidad cristiana y la fuerza transformadora de la Buena Nueva, que hace reconocer a todos como hijos de Dios e incita al amor oblativo hacia todos, y especialmente hacia los últimos…Particularmente los Institutos internacionales, en esta época caracterizada por la dimensión mundial de los problemas y, al mismo tiempo, por el retorno de los ídolos del nacionalismo, tienen el cometido de dar testimonio y de mantener siempre vivo el sentido de la comunión entre los pueblos, las razas y las culturas. En un clima de fraternidad, la apertura a la dimensión mundial de los problemas no ahogará las riquezas de los dones particulares, y la afirmación de una característica particular no creará contrastes con las otras, ni atentará a la unidad. Los Institutos internacionales pueden hacer esto con eficacia, al tener ellos mismos que enfrentarse creativamente al reto de la inculturación y conservar al mismo tiempo su propia identidad».


159

La búsqueda de la calidad

La inserción en la realidad cultural exige un esfuerzo serio para cualificar a las personas y las obras. La significatividad de nuestra intervención depende principalmente de la capacidad de conjugar la profesionalidad con el espíritu carismático.

Hablando del papel de la comunidad salesiana como núcleo animador, don Juan Vecchi indicaba las metas por conseguir. Hemos de esforzarnos para ser:

  • personas que viven la propia vida con confianza y alegría, con actitud de comprensión y diálogo con los jóvenes y su mundo, con atención a la cultura, con capacidad de inserción en la zona;

  • educadores competentes, que saben unir la educación y la evangelización, y preparar agentes para la transformación cristiana de la sociedad;

  • animadores dispuestos a compartir los caminos formativos con los colaboradores seglares en la vida de cada día y en los momentos comunitarios de particular importancia, como la elaboración del PEPS, la evaluación de la CEP y el discernimiento ante situaciones concretas;

  • dirigentes que han interiorizado el valor de la participación y de la corresponsabilidad y saben animar creando y renovando las modalidades oportunas;

  • Salesianos que, trabajando en equipo con otros, manifiestan una sensibilidad particular por la educación de los más pobres y se convierten en promotores de una cultura de solidaridad y de paz (cfr. Expertos, testigos y artífices de comunión. La comunidad salesiana– núcleo animador, en ACG 363, pp. 45-46).

Para conseguir esta calidad, tanto de las comunidades como de los hermanos, la Congregación, en este último sexenio, ha hecho un esfuerzo notable para reconsiderar y poner al día su praxis formativa, adecuando el cometido formativo a los desafíos y a las exigencias de hoy. La Ratio, promulgada en diciembre del año 2000, es un compendio de las normas y de las orientaciones de la Congregación en materia de formación. Contempla toda la formación desde la perspectiva de la formación permanente y atribuye una eficacia formativa a la vida y al trabajo de cada día.

Para lo cual, exige que en la comunidad:

  • haya un clima que favorezca el crecimiento de los hermanos como personas y como comunidad (espíritu de familia que genera una mentalidad de búsqueda común y discernimiento, valorizando las experiencias de todos; un clima de fe y de oración que refuerza las motivaciones interiores y dispone a vivirlas con radicalidad evangélica y donación apostólica…);

  • se valoricen los distintos tiempos y medios que favorecen la formación permanente;

  • se establezca la programación anual de la formación permanente;

  • haya una comunicación con la comunidad inspectorial y con la Congregación y se acojan los estímulos y orientaciones que de ellas proceden… (cfr. FSDB núm. 543).


160

3. Algunas perspectivas

La misión que Cristo nos confió —ser «sal de la tierra y luz del mundo»— nos lleva a enfrentarnos con la realidad, en la que queremos repensar constantemente nuestra originalidad carismática, para comprobar si la sal todavía tiene sabor y si hemos colocado la luz en el lugar conveniente.

El Año Jubilar nos ha invitado a alzar la medida de nuestra vida; y, con la palabra de orden «Duc in altum», el Santo Padre nos estimula a remar en el mar abierto y hacia lo profundo, como ha repetido don Juan Vecchi en su Aguinaldo de este año. «Duc in altum», para este primer Capítulo General del nuevo milenio, quiere decir relanzar la Congregación en uno de sus aspectos fundamentales, que testimonian su vigor religioso y carismático. La comunidad, en efecto, es la clave para la renovación y el crecimiento de la Congregación en su misión juvenil, en su pastoral vocacional y en su impacto carismático y evangélico en el mundo.

En este encuentro fraterno, que es el Capítulo General, queremos en primer lugar vivir la comunión como signo de la unidad de la Congregación; queremos hacer juntos una reflexión sobre la comunidad para descubrir de nuevo y expresar otra vez el núcleo de la inspiración evangélica del carisma de Don Bosco, sensibles a las necesidades de los tiempos y de los lugares (cfr. Const. 146). Se trata de reavivar y fundamentar nuestro testimonio evangélico y carismático como comunidad para ser profetas en el nuevo milenio. Queremos individuar y compartir las líneas de camino de toda la Congregación para el próximo sexenio.


161

A este propósito quisiera señalar ya ahora algunas pistas o perspectivas para nuestras comunidades, con la mirada puesta en un testimonio significativo de futuro, capaz de refundar o repensar nuestra presencia en el mundo actual.

Ante todo, como testimonios de pobreza, nuestras comunidades se integrarán en la sociedad participando en las múltiples formas de pobreza, material y espiritual, y comprometiéndose por la justicia y por el respeto de la persona. Es, en efecto, la vocación de sus miembros consagrados la que las coloca con esta sensibilidad que es típica de la Iglesia. «La opción por los pobres —nos ha recordado el Papa— es inherente a la dinámica misma del amor vivido según Cristo. A ella están, pues, obligados todos los discípulos de Cristo…Esto comporta para cada Instituto, según su carisma específico, la adopción de un estilo de vida humilde y austero, tanto personal como comunitariamente» (VC 82).

Se pide a las comunidades reconsiderar su modo de vivir y de trabajar, favoreciendo su presencia entre los jóvenes menos favorecidos y fomentando en sus miembros y en sus destinatarios una cultura de la solidaridad que sea expresión del evangelio de la caridad.

En segundo lugar, como testimonios de fe, las comunidades deberán responder a la sed de espiritualidad que los jóvenes manifiestan.

Cito palabras de don Juan Vecchi:

«Los jóvenes...tienen necesidad de testigos, de personas

y ambientes que muestren, con el ejemplo, las posibilidades

de plantear la vida según el Evangelio en nuestra sociedad. Este testimonio evangélico, que es, al mismo tiempo, comunión entre hermanos, seguimiento radical de Cristo y presencia activa, estimulante y portadora de vida entre los jóvenes, constituye el primer servicio educativo que se les debe ofrecer, la primera palabra de anuncio del Evangelio. Desde el punto de vista vocacional, es evidente que ellos se sienten atraídos a entrar en ambientes comunitarios significativos, más que a asumir sólo un trabajo» (Hacia el XXV Capítulo General, en ACG 372, p. 18).

En la exhortación Vita Consecrata, el Papa invita a los consagrados a « suscitar en cada fiel un verdadero anhelo de santidad, un fuerte deseo de conversión y de renovación personal en un clima de oración cada vez más intensa» (VC 39).

Y su testimonio comunitario de vida fraterna y de caridad para con los necesitados constituirá una fuerte invitación y un estímulo para los otros, para compartir el carisma salesiano. Realizaremos así lo que dicen nuestras Constituciones: «descubrir y orientar vocaciones... es el ‘coronamiento’ de toda nuestra labor educativo-pastoral» (Const. 37).


163

Tercero: como testimonios de comunión, nuestras comunidades intentarán propagar, robustecer y recrear la comunión, para ser —como dice el Papa— «expertos en comunión» (VC 46).

Se harán así significativas en la zona empeñándose, según el propio carisma, tanto en la pastoral de la Iglesia particular, como en el trabajo a favor de los jóvenes pobres, y esto en colaboración con otros entes y organismos. Tratarán de promover los valores evangélicos, con las palabras y, mucho más, con el ejemplo; e intentarán estar presentes donde se elaboran los criterios educativos y se establecen las líneas políticas en relación con la juventud.

Y no sólo esto: la vocación de educadores y consagrados y el ministerio sacerdotal llevará a las comunidades a promover acciones sistemáticas para la orientación y la formación de los colaboradores y de las comunidades educativas. Para hacerlos capaces de vivir la propia vida con madurez y con alegría, de comprender y vivir la espiritualidad salesiana y de realizar la misión educativo-pastoral con competencia y profesionalidad, las comunidades se preocuparán de su crecimiento cultural y profesional, pero también, y sobre todo, del desarrollo de su vocación humana, cristiana y salesiana.

Establecerán vínculos de colaboración y de corresponsabilidad en la misión común, y se empeñarán activamente en la Iglesia y en la sociedad, particularmente en los ámbitos de la educación, de la evangelización de la cultura y de la comunicación social.

Cuarto: como testimonios de una profunda vida espiritual, las comunidades deberán empeñarse sobre todo en vivir la propia espiritualidad salesiana, reconociendo que la comunidad debe su existencia y su misión al Espíritu y, por tanto, nunca podrá reinventarse a sí misma, o llevar a cabo su misión con fruto, sin una intensa experiencia espiritual. Tratarán así de «caminar desde Cristo» (NMI 29), convencidas de que «la comunidad religiosa es ante todo un misterio que ha de ser contemplado y acogido con un corazón lleno de reconocimiento, en una límpida dimensión de fe» (La vita fraterna en comunidad, núm. 12).

Al inicio del nuevo Milenio, se nos insiste en la importancia de ser cristianos auténticos y testigos competentes y creíbles. Hoy –se dice- sin pasión ni mística, nadie podrá ser cristiano, mucho menos religioso y salesiano. Que el Capítulo General sepa encender nuevamente este fuego en cada comunidad salesiana.



Conclusión


164

Confiemos en el auxilio de María, «modelo de oración y de caridad pastoral, maestra de sabiduría y guía de nuestra Familia» (Const. 92), y abrámonos a la acción del Espíritu Santo, con la docilidad de Don Bosco, para ser iluminados en cada paso que demos y en cada decisión que tomemos en este Capítulo. Sepamos también que toda renovación hecha en conformidad con la inspiración del Espíritu y en sintonía con el carisma de Don Bosco irá acompañada de su fuerza creadora. Así es como podemos emprender nuestro trabajo con la plena confianza de estar haciendo la voluntad del Señor.

Éste es el deseo que nos hacemos, seguros de la presencia del Señor entre nosotros.


Roma, 25 de febrero de 2002.



ANEXO 4


Palabras de saludo del Rector Mayor al Santo Padre con ocasión de la Audiencia pontificia


Beatísimo Padre:


165

Estamos llenos de alegría y de agradecimiento por este encuentro paternal que Su Santidad ha querido concedernos en su Casa, junto a la sede de Pedro. Sentimos que ésta es también nuestra Casa, por aquel sentido vivo de Iglesia y de amor al Vicario de Cristo, que Don Bosco nos transmitió, para servir a la Iglesia.

Somos 231 participantes en el XXV Capítulo General de la Sociedad Salesiana, miembros de derecho e invitados, provenientes de las 94 Inspectorías salesianas esparcidas en los cinco continentes, donde los Salesianos realizan hoy el carisma y la misión de Don Bosco, comprometidos en los contextos más variados, especialmente en la educación de la juventud y en la nueva evangelización, con frecuencia en situaciones de frontera.

En nombre de los Capitulares y de toda la Familia Salesiana, quiero, ante todo, expresar los sentimientos más vivos de agradecimiento por este encuentro especial y por tantas manifestaciones de afecto, de confianza y de aprecio para con nuestra Familia. La cercanía fraterna y la palabra animadora de Su Santidad, en los momentos más importantes —alegres y dolorosos— de nuestra Congregación, hasta el reciente luto que hemos sufrido con la muerte de don Juan Vecchi, han iluminado nuestro camino y nos han introducido, con renovada fidelidad al Espíritu, en el nuevo Milenio.


166

Estamos concluyendo, Beatísimo Padre, los trabajos del XXV Capítulo General, al que nos hemos dedicado en estas semanas, en comunión de familia y con sentido de responsabilidad. El Mensaje que Su Santidad nos transmitió al inicio del Capítulo ha sido para nosotros un estímulo y una orientación en el desarrollo del tema capitular, centrado en «La comunidad salesiana hoy». «Es importante —nos decía— que focalicéis bien la identidad peculiar de vuestras comunidades: que sean comunidades, como quería Don Bosco, reunidas en torno a la Eucaristía y animadas por un profundo amor a María Santísima, prontas a trabajar unidas, compartiendo un único proyecto educativo y pastoral. Comunidades capaces de animar e implicar a los otros, en primer lugar, con el ejemplo».

Sobre esto hemos reflexionado en nuestro Capítulo, fijando orientaciones para el futuro. Conscientes de los nuevos contextos en que hoy está insertada la vida consagrada, en un mundo globalizado y pluralista, marcado por situaciones dramáticas de pobreza y opresión, en busca de motivos y modelos nuevos de vida, querríamos ser capaces de ofrecer a los jóvenes un modelo nuevo de humanidad, a través de comunidades que sean «un solo corazón y una sola alma», significativas y visibles, que con su propia vida y palabra den testimonio del Señor resucitado. Como Su Santidad mismo indicaba en la Novo Millennio Ineunte, queremos que nuestras comunidades sean «casa y escuela de comunión».


167

Precisamente con referencia a la misma Carta Apostólica, con la que Su Santidad ha lanzado la Iglesia al Tercer Milenio, debo decir que nuestros trabajos capitulares se han guiado por la invitación que Su Santidad nos ha repetido en el nombre del Señor Jesús: «Duc in altum». Ya nuestro queridísimo y llorado Rector Mayor, don Juan Edmundo Vecchi, había recogido esta invitación y nos la dejó casi como testamento en su último «Aguinaldo»: «Duc in altum: al mar abierto y en aguas profundas», estimulándonos a renovar nuestra misión educativa y evangelizadora en el «mar abierto» del mundo de hoy, respondiendo a los desafíos de la juventud actual; y a fundamentar juntos nuestra acción en la profundidad de la vida espiritual.

Vos mismo, Santidad, en el Mensaje al inicio de nuestro Capítulo, nos decíais: «Educadores atentos y acompañadores espirituales competentes como sois, sabréis ir al encuentro de los jóvenes que quieren ‘ver a Jesús’. Sabréis conducirlos con dulce firmeza hacia metas exigentes de fidelidad cristiana. Duc in altum!».

En los jóvenes de hoy queremos reconocer —como Su Santidad nos indicaba— el camino de la Iglesia. Con ellos, «llamados a ser centinelas del futuro», queremos descubrir, siempre de nuevo, la Luz verdadera que ilumina a todo hombre. Y, en su compañía, queremos difundirla con coraje evangélico.

En el Capítulo hemos tenido delante este horizonte: la vida fraterna y el testimonio evangélico vividos en las comunidades nos llevarán a ser una presencia animadora entre los jóvenes más viva, ayudándolos a crecer en aquella «santidad» que —como dicen nuestras Constituciones— es el don más precioso que podemos ofrecer a los jóvenes.

Por ello, quiero agradecer a Su Santidad el don de los tres nuevos Beatos que hará a nuestra Familia: el sacerdote Luis Variara, el coadjutor Artémides Zatti y Sor María Romero Meneses: tres espléndidos modelos de la santidad que queremos vivir en nuestras comunidades y ofrecer a los jóvenes de hoy.

Para que podamos alcanzar estas metas exigentes, pedimos la Bendición Apostólica de Su Santidad, que obtenga los dones del Espíritu Santo sobre los Capitulares presentes, sobre los miembros del nuevo Consejo General y sobre la entera Familia Salesiana.

Por nuestra parte, junto con la oración asidua según Sus intenciones, aseguramos el compromiso de ser en la Iglesia, como Su Santidad nos deseaba, «educadores atentos y acompañantes espirituales competentes » de los jóvenes.



ANEXO 5


Discurso de S.S. JUAN PABLO II

en la Audiencia a los Capitulares, del 12 de abril de 2002


Queridísimos hermanos:


169

1. Siento gozo al acogeros con ocasión del vigésimo quinto Capítulo General de vuestra Congregación. A través de vosotros, quisiera hacer llegar mi saludo cordial a todos los Salesianos que trabajan en las diversas partes del mundo.

Saludo con afecto al nuevo Rector Mayor, don Pascual Chávez Villanueva, y al Consejo General que tendrá a su lado en los próximos años. Les deseo que guíen vuestra Familia religiosa con entusiasmo y con docilidad a la acción del Espíritu Santo, manteniendo vivo el carisma siempre actual de vuestro santo Fundador.

No puedo no recordar al precedente Rector Mayor, don Juan Vecchi, recientemente fallecido, al término de una enfermedad aceptada con resignación y abandono a la voluntad del Señor. Su testimonio sirva de estímulo para todo Salesiano a hacer de su vida una ofrenda total de amor a Dios y a los hermanos.


170

2. En este tiempo pascual, la Iglesia, tras los días de la pasión y crucifixión del Hijo de Dios, invita a los creyentes a contemplar el rostro resplandeciente del divino Maestro resucitado. En efecto, como recordaba en la Carta Apostólica Novo Millennio Ineunte, «nuestro testimonio sería enormemente deficiente si nosotros no fuésemos los primeros contempladores de su rostro » (núm.16). Sólo en Cristo podemos encontrar respuestas a las expectativas más íntimas de nuestro corazón. Esto presupone que todas las energías estén orientadas hacia Jesús, a quien «debemos conocer, amar, imitar, para vivir en Él la vida trinitaria y transformar con Él la historia» (ibid. 29).

Queridos Salesianos, si sois constantemente fieles a este compromiso, si os esforzáis por insertar en vuestro trabajo una carga constante de amor evangélico, podréis cumplir hasta el fondo vuestra misión con alegría y eficacia. !Sed santos! La santidad es —lo sabéis muy bien— vuestro deber esencial, como lo es, por otra parte, el de todos los cristianos.

La Familia Salesiana se prepara a vivir la alegría de la inminente beatificación de tres hijos suyos: el sacerdote Luis Variara, el coadjutor Artémides Zatti y la religiosa

María Romero Meneses. La santidad constituye la mejor garantía de una evangelización eficaz, porque en ella está el testimonio más importante que ofrecer a los jóvenes destinatarios de vuestras diversas actividades.


171

3. La Virgen Santísima, que vosotros veneráis con el título de María Auxiliadora, guíe vuestros pasos y os proteja en todas partes. San Juan Bosco, junto con los numerosos Santos y Beatos que constituyen la pléyade celeste de vuestros protectores, os acompañe en el empeño no fácil de llevar a la práctica las líneas programáticas trazadas en vuestros trabajos capitulares para el bien de todo el Instituto.

Con este deseo os bendigo, queridísimos Hermanos, asegurándoos mi oración por cada uno de vosotros y por cuantos encontraréis en vuestro ministerio apostólico y misionero de cada día.




ANEXO 6


«Buenas-noches» de don Pascual Chávez la tarde de su elección como Rector Mayor


Espero que en mi elección no haya influido el hecho de encontrarnos en tiempo pascual; dado que mi nombre es algo que se repite muchísimo en este tiempo litúrgico, (se habla, en efecto, de cirio pascual, de tiempo pascual…), podría haber sido visto como un mensaje subliminal.


172

1. Agradecimiento

Comienzo dando mis más sentidas gracias, ante todo, a Dios, nuestro Señor, que ha querido dar a la Congregación y a la Familia Salesiana un nuevo pastor en el seguimiento de Don Bosco.

Gracias a don Lucas Van Looy, que durante casi dos años, desde el principio de la enfermedad de don Juan Vecchi, ha guiado la Congregación con verdadera entrega y amabilidad. Gracias al padre Anthoy McSweeney, que ha acompañado el proceso de discernimiento con sabiduría y gran amor a los Salesianos. Tengo que decir que el hecho de no haber notificado a la asamblea capitular el número de preferencias en el resultado del primer sondeo, me ha permitido dormir bien, hasta el punto de encontrarme hoy mucho más sereno que ayer.

Gracias a todos vosotros, que habéis sido los instrumentos de Dios para hacerme conocer su voluntad. Me había puesto completamente en sus manos, como dice el salmo 130, «como un niño en los brazos de su madre », para estar pronto a responder a cuanto quisiera pedirme. No sé si sabéis bien lo que habéis hecho; de todos modos, aquí estoy.


2. Una sorpresa


173

Este nombramiento es ciertamente una sorpresa para mí, y lo acojo como expresión de la voluntad de Dios, como he dicho cuando se me preguntó si aceptaba. Expresa la voluntad amorosa de Dios, que me quiere cada vez más al servicio de los hermanos y de los jóvenes, teniéndolo como único Señor de mi vida. Siento, sin embargo, mi poca preparación para llevar a cabo el gran cometido y asumir el honor de ser el sucesor de Don Bosco.


3. El perfil


174

Leyendo con frecuencia la lista de las cualidades requeridas para el cargo de Rector Mayor y presentadas a la asamblea para el discernimiento, puedo confesaros que no me parecía encajar bien, que no me sentía capacitado. Por eso, estaba seguro de que sería elegido otro. Lo digo con mucha sinceridad. Ahora comprendo que en ese perfil habéis querido presentar no sólo vuestras expectativas respecto del Rector Mayor, sino también trazar su programa personal de vida. Muchas gracias. También esto un don de Dios.


4. El programa del sexenio


175

La descripción de los problemas que habéis presentado en las preguntas dirigidas al Vicario del Rector Mayor, tras la exposición de la Relación sobre el estado de la Congregación en el sexenio 1996-2002, completa el panorama de la situación, ya descrita por don Lucas Van Looy en dicha Relación. Junto a las prioridades indicadas y a las conclusiones del XXV Capítulo General, ésa se integrará en la programación del Rector Mayor y de su Consejo para el próximo sexenio.


5. Un rápido recorrido


176

Quizás os preguntaréis cómo he llegado a este cargo. En mi opinión, ha sido un recorrido realmente corto y veloz. En 1995, al acabar mi mandato como Inspector de Guadalajara-Méjico, me llamó don Egidio Viganò que me enviaba a completar el camino formativo con el doctorado en Teología Bíblica. Recuerdo muy bien sus palabras: «La Congregación necesita este doctorado». Cuando le pregunté cuál sería mi futuro, me respondió: «No lo sé todavía. Podrías ser profesor en la UPS, o colaborar en el Dicasterio para la formación, o quizás podrías…., ¡podrías incluso hacer de Inspector!». Tenía a mi disposición un año y medio para terminar. Probablemente recordaréis cómo fui llamado al Consejo General en el sexenio pasado. Hace seis años, me encontraba predicando Ejercicios Espirituales a un grupo de hermanos de la Inspectoría de Madrid, cuando recibí una llamada telefónica de don Juan Vecchi, quien me informaba que la asamblea capitular me había elegido Consejero de la Región Interamérica y me pedía una respuesta. Era el 2 de abril de 1996. Esto quiere decir que sólo 6 años después, más un día, me llega este nuevo nombramiento.

Al pedirme que hiciera de Inspector, don Egidio Viganò me invitaba a dejarme guiar por el Espíritu, poniendo aparte mis proyectos personales y asumiendo los que Dios me presentaba como programa de vida.

Por su parte, don Juan Vecchi, en su introducción a los trabajos del nuevo Consejo General, nos invitaba a vivir el cargo como una gracia, una oportunidad para progresar en el camino de la santidad, iluminando la realidad personal y la de los demás con la luz de Don Bosco, de su carisma, de su misión, como ha quedado codificado en la Regla. Aun sintiendo que en esto saños he crecido salesianamente, os confieso que me queda mucho camino por recorrer; pero cuento con el Señor y con su gracia, igual que cuento con cada uno de vosotros y con todos los hermanos de vuestras Inspectorías.


6. En continuidad con los últimos Rectores Mayores


177

Me siento llamado a continuar el espléndido trabajo de animación y de gobierno realizado por don Egidio Viganò y don Juan Vecchi. El esfuerzo del primero por renovar la identidad salesiana según las indicaciones del Concilio Vaticano II, y de poner la Congregación en sintonía con las necesidades de los jóvenes de hoy, fue una aportación a la que se debe responder adecuadamente, haciendo nuestra esa identidad. Y la aportación de don Juan Vecchi para crear un modelo pastoral de acuerdo con la situación de la sociedad actual, con las nuevas concepciones de educación, de evangelización y de pastoral juvenil, ha servido, sobre todo, para hacer significativa nuestra obra a favor de los jóvenes.

La sólida formación teológica de don EgidioViganò y su identificación con el carisma de Don Bosco desembocaron en una interpretación original actualizada de nuestro Padre Fundador. La competencia pedagógica y la visión antropológica de don Juan Vecchi han enriquecido la Congregación, dándole seguridad en lo que hay que hacer hoy para ser verdaderamente significativos, sea como personas individuales sea como comunidad.


7. Mi deseo


178

Quisiera tener la preparación teológica de don Egidio Viganò y la sensibilidad pedagógica y cultural de don Juan Vecchi; pero, sobre todo, la paternidad de Don Rinaldi y la fidelidad de Don Rúa, de quien dijo Pablo VI que su beatificación se debía a haber hecho de Don Bosco una escuela, de su santidad un modelo, de su regla un espíritu. Consciente de mis límites y de mis debilidades, os invito, y con vosotros a todos los hermanos de la Congregación, ancianos y jóvenes, sacerdotes y coadjutores, enfermos y en plenitud de salud, a reproducir juntos la imagen de Don Bosco.


8. Una nueva fase


179

Soy el primer Rector Mayor no italiano de origen (don Juan Vecchi era argentino, pero de padres italianos). Éste es el signo más evidente de la multiculturalidad de la Congregación, presente ya en todo el mundo.

Aprovecho la ocasión para agradecer a toda la Italia salesiana, que ha sabido hasta ahora desarrollar su responsabilidad histórica de transmitir fielmente el carisma de Don Bosco. Gracias, queridísimos hermanos italianos aquí presentes, o pertenecientes a las diversas Inspectorías de la Península, o como misioneros en el mundo.

Ahora esta responsabilidad histórica pasa a todos, porque todos estamos llamados a encarnar a Don Bosco. Necesitamos ahondar el conocimiento de Don Bosco, precisamente porque tenemos necesidad de identidad carismática, para no perdernos en este océano en el que se nos ha llamado a adentrarnos, como indica el Aguinaldo de mi predecesor. Tenemos que conocer a Don Bosco, hasta convertirlo en nuestra mens, en nuestro punto de vista, en nuestro modo de obrar ante las necesidades de los jóvenes. Os invito a amarlo. Es el don más precioso que Dios nos ha hecho: Don Bosco, camino seguro para la realización humana y, sobre todo, para el seguimiento de Cristo. Ésta es mi exhortación: conocerlo, amarlo, imitarlo, porque todos somos herederos y transmisores de su espíritu; y, por tanto, difundirlo.


9. Mi actitud hoy


180

¿Con qué actitud asumo hoy esta responsabilidad? Con la actitud de Moisés y de Don Bosco. En efecto, cuando fui ordenado sacerdote, el 8 de diciembre de 1973, tomé como lema una expresión que me había impresionado mucho mientras estudiaba la Carta a los Hebreos: «Como si viera lo invisible, perseveró firme en la fe». Es el texto con el que el autor de la carta resume la experiencia espiritual de Moisés, el hombre pascual. Para hacer el largo y peligroso recorrido junto con el pueblo de Dios, al que guió como leader fuera de Egipto, necesitaba una gran audacia, «parresia»; pero se vio que ésta era insuficiente, sobre todo cuando supo que era buscado por haber matado al egipcio y tuvo que huir al desierto; allí maduró la opción de renunciar a sus proyectos. Por eso, cuando el Señor lo llamó de nuevo, Moisés tuvo que renunciar a sí mismo y a sus proyectos y fiarse de Dios, creer en Él, caminar como si viera lo invisible.

Os aseguro haber sentido una gran emoción cuando, años después, leí en el texto renovado de las Constituciones esta misma expresión referida a Don Bosco en el artículo 21, en el que se presenta al Santo como padre y maestro. Don Bosco fue un hombre que vivió para realizar un único sueño: salvar a los jóvenes, especialmente a los más necesitados y en peligro; fue un sacerdote educador «consagrado» totalmente a la misión que Dios le había confiado, y en este servicio puso en juego todas sus cualidades de naturaleza y de gracia.

En el hecho de ser un hombre unificado, perfecta encarnación de la interioridad apostólica, se encuentra la raíz de su intrepidez maravillosa, de su creatividad fantástica, de su capacidad incansable de trabajo, de su rica sensibilidad, de su amor generoso.


10. Entrega a la Virgen


181

Concluyo invitándoos a confiar a María mi persona y toda la Congregación. Ella fue el precioso testamento que Jesús nos dejó, para que fuera nuestra Madre y nos enseñase a ser creyentes y discípulos de su Hijo. Ella fue, desde el sueño de los 9 años, la Madre y la Maestra de Don Bosco. Ella es hoy la «Stella Maris», que nos guiará y nos acompañará en la aventura de «lanzarnos a alta mar», a donde nos ha impulsado don Juan Vecchi, para poner la Congregación y la Familia Salesiana en sintonía con el programa pastoral de la Iglesia en el inicio de este tercer milenio.


Gracias. ¡Buenas noches!



ANEXO 7


Discurso del Rector Mayor,don Pascual Chávez Villanueva, en la clausura del XXV Capítulo General


Queridos Hermanos Capitulares:


182

Hemos llegado al término de la experiencia del XXV Capítulo General, que hemos vivido como don del Espíritu para nosotros y para nuestra Congregación. El Espíritu de Cristo ha volcado sobre nosotros la riqueza y la variedad de sus dones, que nos han colmado de alegría y nos han indicado la dirección del camino futuro. Nuestro primer pensamiento, humilde y agradecido, va a Dios que, mediante su Espíritu, ha animado nuestra asamblea para vivir la unidad en la comunión y para buscar la respuesta a sus llamadas.

Son muchas, además, las personas a las que quiero dar las gracias en este momento de conclusión. Doy gracias, ante todo, al Vicario del Rector Mayor, don Lucas Van Looy, al Regulador del Capítulo don Antonio Domènech, a don Antonio Martinelli, a la Comisión Precapitular, a los Moderadores y Secretarios de la Asamblea, a Mons. Alois Kothgasser, al Padre Anthony McSweeney, que con diversa intensidad de compromiso y de responsabilidad han guiado la vida y el trabajo de la Asamblea.

Doy también las gracias a la Asamblea capitular, que siempre ha estado pronta, operativa y disponible en las distintas etapas y momentos que se han ido sucediendo, ayudada por sus Comisiones y articulaciones internas. Doy gracias también a los Secretarios del Capítulo, a los traductores, al ANS y su equipo, a los hermanos de la Casa Generalicia, al personal auxiliar, que con un trabajo discreto y práctico han hecho posible el desarrollo de esta importante reunión.

Finalmente, doy las gracias a los miembros del Consejo General saliente, que han llevado a cabo su tarea con gran competencia y dedicación; saludo en particular a los Consejeros que han terminado su mandato; presento mis mejores deseos al Vicario y a los Consejeros Generales, que han aceptado la indicación de la asamblea capitular para ser mis colaboradores en el próximo sexenio.

Nos ha acompañado estos días la preocupación por la Tierra de Jesús. El drama de la guerra ha estado siempre presente ante nuestros ojos; hemos seguido las noticias, que se han sucedido con rapidez; nos hemos unido en la oración al grito preocupado de Juan Pablo II. Las matanzas, las represalias, las ocupaciones, las destrucciones han producido una grave fractura entre las poblaciones. Nosotros hemos temblado también ante la suerte de nuestros hermanos y hermanas de Belén y de Cremisan y seguimos siempre atentos al desarrollo de la situación, que acompañamos con la oración, la cercanía y la solidaridad.

Nos ha herido igualmente el escándalo, saltado a los medios de comunicación, sobre sacerdotes y religiosos de la Iglesia de los Estados Unidos, acusados de abusos con menores. Todo esto requiere de nosotros, educadores, una atención particular. Del mismo modo hemos seguido las situaciones de conflictos sociales o de guerra, que afligen los países en que trabajamos.

Siguiendo el ejemplo de la comunidad apostólica, enviada primero por Jesús para llevar el anuncio del Reino y, luego, para amaestrar a todas las naciones, «en la alegría del Espíritu» ahora nuestra asamblea está pronta a ir por todo el mundo para que cada uno pueda de nuevo recorrer los senderos de la historia, vivir con los jóvenes, animar a las comunidades y caminar con la Iglesia.


1. La comunidad salesiana hoy


183

El XXV Capítulo General ha desarrollado el tema principal de la «Comunidad salesiana hoy» y el otro secundario de la «Revisión del funcionamiento de las estructuras del gobierno central». La mayor parte del tiempo ha estado dedicada a la reflexión sobre el tema de la comunidad, que ya se había iniciado en los dos Capítulos Generales precedentes; éstos habían hecho ver la comunidad local como el lugar estratégico de la

educación en la fe de los jóvenes y de la implicación de los seglares.

El XXIII Capítulo General había afrontado el desafío de la educación de los jóvenes en la fe. Tal educación se estaba convirtiendo en una acción cada vez más compleja, como consecuencia de una cultura emergente que exigía una reflexión nueva de la metodología y de los contenidos. Partiendo de los desafíos de la realidad juvenil en sus diversos contextos, los Capitulares trazaron un camino de educación en la fe para los jóvenes, ofreciéndoles una propuesta de vida cristiana significativa y de espiritualidad juvenil salesiana.

Había que renovar la calidad de nuestra propuesta educativa pastoral. No se trataba de crear nuevas presencias, sino de hacer surgir una presencia nueva, un modo nuevo de estar presentes donde ya estamos. Una vez más, la Congregación se sentía llamada a lanzar la actitud del «da mihi animas», convirtiendo las comunidades en «signo de fe, escuela de fe y centro de comunión».

El XXIV Capítulo General centró su reflexión sobre el desafío de crear una nueva sinergia entre SDB y seglares, o sea, sobre el desafío de multiplicar las personas que quieran vivir el propio bautismo en el área de la educación, de hacer converger a Salesianos y seglares en un nuevo paradigma de relaciones, de poner a los Salesianos ante su deber prioritario de animación pastoral y pedagógica.

Se arraigaba cada vez más la convicción de que la nueva evangelización y la nueva educación no podían realizarse sin la colaboración orgánica y cualificada de los seglares. En cuanto a las comunidades salesianas, debían prepararse cada vez mejor para ser animadoras de las comunidades educativas pastorales y de la Familia Salesiana.

En estos dos últimos Capítulos Generales se ha diseñado un nuevo modelo pastoral. En él, la comunidad salesiana tiene una función de animación, como punto de referencia carismática para todos los que comparten el espíritu y la misión de Don Bosco. La calidad de su vida consagrada, la profundidad de su experiencia espiritual, la significatividad de su testimonio y lo incisivo de su propuesta, son factores indispensables para dar vida y fuerza evangélica a la animación de la CEP y de

la Familia Salesiana.


184

Con el XXV Capítulo General, la comunidad salesiana se coloca en el centro y se presenta con todas sus dinámicas y características. No es tanto la dimensión comunitaria lo que se toma en consideración, sino la comunidad local como sujeto, o sea, su capacidad de programación, de implicación de numerosas fuerzas, de profecía evangélica, de comunión y, en definitiva, de evangelización. El XXV Capítulo General ahonda, de esta manera, el camino recorrido hasta ahora por la Congregación y da nuevo realce a la realización de la comunidad como «sujeto pleno». El modelo de comunidad que emerge del XXV Capítulo General es el que hace referencia a nuestra consagración apostólica, como queda expresado en el artículo 3 de las Constituciones. La comunidad vive la gracia de unidad, cuando realiza la síntesis vital entre la vida fraterna, el seguimiento radical de Cristo, la experiencia espiritual y la entrega a la misión juvenil.

El texto capitular sobre la comunidad se presenta como un conjunto de cinco módulos operativos o fichas de trabajo. La comunidad salesiana es el sujeto principal al que va dirigido este texto. Asumiéndolo, se siente estimulada a acoger la llamada que Dios le hace a través de los acontecimientos históricos y eclesiales, las indicaciones de la Palabra de Dios y de nuestra Regla de vida, las llamadas de los jóvenes, las necesidades de los seglares y de la Familia Salesiana. La comunidad profundiza la lectura de su propia situación, descubriendo sus disponibilidades y sus resistencias, sus recursos y sus carencias, sus posibilidades y sus límites. Aprende, además, a reconocer los desafíos fundamentales y a afrontarlos con entereza y esperanza; sabe también interrogarse con preguntas apropiadas, a las que debe dar respuesta. Finalmente, la comunidad se coteja con las orientaciones operativas propuestas y determina las condiciones para ponerlas por obra.


185

Los contenidos fundamentales se refieren a la vida fraterna, al testimonio evangélico y a la presencia animadora entre los jóvenes. La vida fraterna de la comunidad se propone favorecer los procesos de crecimiento humano y vocacional de los hermanos, superar la inercia de relaciones formales o funcionales, reforzar el sentido de pertenencia y el clima fraterno, facilitar la comunicación, ayudar a la construcción de una visión compartida. Para esto, pueden ser útiles el proyecto personal de vida, la práctica del discernimiento comunitario, la valorización de los momentos de encuentros comunitarios y el proyecto de la comunidad salesiana.

El testimonio evangélico nos pide manifestar visiblemente el primado de Dios en la vida de la comunidad, vivir la «gracia de unidad» en la experiencia espiritual y en las expresiones comunitarias, hacer radical, profético y atrayente el testimonio comunitario del seguimiento de Cristo, compartir nuestras motivaciones y empeños vocacionales. La centralidad de la Palabra de Dios, favorecida por la práctica de la lectio divina, la calidad de la oración comunitaria, la Eucaristía cotidiana, la comunicación y el vivir unidos ayudan a ahondar la experiencia espiritual y la manifestación del primado de Dios. Luego, la forma de vivir el seguimiento de Cristo, mediante la centralidad de una obediencia gozosa en la misión, la realidad concreta de una pobreza austera y solidaria, y el esplendor de una castidad vigilante y serena, hace más transparente el testimonio de la comunidad.

Donde hay una comunidad salesiana, se vive una experiencia de fe, se construye una red de relaciones, se ofrecen múltiples formas de servicio a los jóvenes. La comunidad hace visible la presencia salesiana entre los jóvenes, la anima y promueve su crecimiento. Ante todo, hay que volver a los jóvenes y ser una comunidad no solamente para los jóvenes, sino también con los jóvenes. Para ello, la comunidad salesiana construye una presencia de comunión y de participación, implica a los seglares y a la Familia Salesiana, se incardina en la zona. Así se hace presencia que educa y evangeliza, creando ambientes de fuerte carga espiritual, tomando conciencia y trabajando frente a las situaciones de pobreza, realizando proyectos y procesos de crecimiento para los jóvenes. Promueve, finalmente, la opción vocacional de cada joven, anima la comunidad educativa pastoral para que sea lugar de crecimiento vocacional y aplica una metodología del acompañamiento y de la propuesta vocacional.

Para ser una comunidad que viva la fraternidad, que dé un fuerte testimonio evangélico y que anime la presencia entre los jóvenes, ella misma tiene necesidad de ser animada, estar al día, motivada, orientada, guiada. La animación de la comunidad pasa principalmente a través de la formación continua. La comunidad puede ofrecer momentos de renovación espiritual, ocasiones de diálogo, oportunidades de puesta al día en campo educativo y pastoral; pero la valorización y capacitación de la vivencia cotidiana son el primer recurso de la formación de la comunidad. El director tiene un papel fundamental en esta animación, pero siempre implicando y responsabilizando a todos los hermanos; su atención se centra en el carisma, en la misión y en la fraternidad. Él anima la comunidad junto con los hermanos.

El XXV Capítulo General propone, finalmente, algunas condiciones que hacen posible ser comunidad salesiana hoy: se trata de ayudar a la comunidad a obrar según un proyecto comunitario, de garantizar la consistencia cualitativa y cuantitativa de la comunidad, de ahondar la relación entre comunidad y obra, de actualizar el proyecto orgánico inspectorial. Algunas de estas condiciones atañen al ámbito de la comunidad local, pero, por lo general, requieren también la responsabilidad y las opciones de la comunidad inspectorial.

El Capítulo entrega a cada comunidad estas cinco pistas, para que las estudie, las profundice, las concrete, a fin de ser una comunidad carismática significativa.


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2. La revisión del funcionamiento de las estructuras del gobierno central

El segundo tema de la reflexión capitular ha sido la revisión del funcionamiento de las estructuras del gobierno central. Este examen, pedido expresamente por el XXIV Capítulo General, lo puso en marcha el Consejo General y ha llegado a puerto en este XXV Capítulo General. El Consejo General comenzó el trabajo de revisión mediante la aportación de una consulta externa y la reflexión de un grupo de Inspectores, guiada por el Vicario del Rector Mayor. Fueron después interpelados los Capítulos Inspectoriales con algunas preguntas referidas a los Consejeros de Sector, a los Consejeros Regionales y a las Visitas extraordinarias. El XXV Capítulo General, finalmente, ha tenido en cuenta todo este trabajo y ha ampliado su reflexión, en orden a hacer más ágil y eficaz el funcionamiento de las estructuras del gobierno central.

La evaluación realizada ha llevado al XXV Capítulo General a introducir algunas modificaciones constitucionales; éstas se refieren a la duración en el tiempo del cargo del Rector Mayor y de los miembros del Consejo General, la atribución de la animación de la Familia Salesiana al Vicario del Rector Mayor y la consiguiente asignación a un Consejero General del encargo exclusivo del sector de la Comunicación Social. De esta forma, se ofrecen, dentro del Consejo General, una forma de recambio, que se prevé con tiempo y, por ello, puede prepararse bien; una nueva posibilidad de animación de la Familia Salesiana; y una ulterior valorización de la Comunicación Social al servicio de la educación y de la evangelización.

Se han constituido dos grupos distintos de Inspectorías, denominados Asia Sur y Asia Este–Oceanía, originados por la división del grupo único llamado Australia-Asia. Esta decisión permitirá una animación mejor de las dos nuevas «Regiones» por parte de los Consejeros respectivos; y requerirá encontrar formas más idóneas de coordinación en el seno de las mismas «Regiones».

Se siente la exigencia de estudiar un modo diverso para el desarrollo del Capítulo General, de modo que responda mejor a las necesidades de la planificación y de su realización concreta. Se es consciente de que los Capítulos Generales de relectura del carisma han terminado ya, y que se ha pasado a los Capítulos Generales ordinarios. Análogas reflexiones se podrán hacer sobre el funcionamiento de los Capítulos inspectoriales.

Se subraya la petición de que el Rector Mayor con el Consejo General trabaje de forma más orgánica y coordinada, a partir de la programación del sexenio, pero también en las realizaciones sucesivas. Se desea, en particular, que se supere el sectorialismo y, sobre todo, que trabajen de manera más conjuntada los así llamados sectores de la «misión salesiana», o sea, pastoral juvenil, comunicación social y misiones. Se advierte también la urgencia de trabajar por el sistema de proyectos y de cuidar una animación capaz de activar procesos. Igualmente, es importante valorizar los recursos existentes en las Regiones, en las Conferencias y en las Inspectorías para entrelazarlas en red. En esto,

la Casa Generalicia puede también dar una aportación específica para mejorar la forma de trabajar con toda la Congregación.

Se aprecia la aportación hecha para el crecimiento de las Inspectorías, con la descentralización y la subsidiariedad; pero se reconoce también la exigencia de una solidaridad que supere el ámbito inspectorial o regional, y la necesidad de una coordinación interinspectorial más fuerte. En tiempos de mundialización, se requiere moderación para equilibrar las instancias globales y los impulsos locales; hay que reflexionar sobre lo que conviene que hagan las Inspectorías con sus propias fuerzas y lo que es conveniente que hagan conjuntamente. Hay, en efecto, necesidades, urgencias y

prioridades que superan el ámbito de las «Regiones». Las fronteras de la misión requieren conjugar subsidiariedad y solidaridad.

La realización del proceso de discernimiento para la elección del Rector Mayor y de los Consejeros Generales ha sido una ocasión para vivir y experimentar una praxis, un método y una experiencia espiritual, que todavía tienen necesidad de ser profundizados, pero que están ya dando resultados apreciables. El discernimiento, realizado en común en los asuntos de importancia (Const. 66), es un camino abierto que se debe practicar en los diversos ámbitos del gobierno y de la vida pastoral. El ejercicio de tal práctica nos ayudará a alcanzar visiones compartidas.

La exigencia de la evaluación de las estructuras del gobierno central queda abierta a la realización efectiva de un funcionamiento diverso y exige un empeño análogo en los distintos ámbitos de la Congregación. Con un modo mejor de trabajar, se llegará a trabajar juntos, a trabajar bien, a trabajar con eficacia.


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3. La hora que estamos viviendo

La hora que estamos viviendo es exaltante y dramática; ofrece nuevas oportunidades y limita algunas posibilidades; abre espacios inéditos y propone desafíos difíciles. Las orientaciones operativas del XXV Capítulo General se encuadran en contextos de referencia más amplios, que conviene tener presentes; el camino de las comunidades, en efecto, se desarrolla dentro de las situaciones de la sociedad y de la cultura, de la Iglesia,

de la vida religiosa. La aplicación del XXV Capítulo General nos exige conocer nuestros contextos particulares, pero también sabernos situar en los grandes cambios que se están produciendo.


3.1. El contexto social y cultural de la secularización, globalización y fragmentación

En la sociedad y en la cultura tienen lugar transformaciones profundas y rápidas, que interpelan el compromiso de educación y evangelización, el testimonio de la vida religiosa y el modelo de hombre y de mujer que proponemos.

Se constata un acentuado pluralismo étnico, cultural y religioso, favorecido también por emigraciones en masa. Con frecuencia se hacen difíciles la tolerancia y la integración cultural; brotan, además, formas variadas de sincretismo religioso; a veces surgen tensiones, conflictos y guerras de fondo étnico, nacionalista y religioso.

En el ámbito religioso es muy fuerte el proceso de secularización, que afecta prevalentemente a la fe cristiana, pero también a otras religiones. Crecen también movimientos que buscan experiencias espirituales, bienestar interior, emociones profundas.

La globalización, por otra parte, es una realidad que se afirma cada vez más y que se manifiesta sobre todo en la planificación de la economía en dimensiones mundiales, en la creciente conciencia de solidaridad, en la defensa del ambiente, en la exigencia de una división y distribución de bienes más justa, en la comunicación social y en el desarrollo de la informática. A su vez, sin embargo, produce también injusticias y exclusiones sociales, en detrimento de las poblaciones más débiles. El bienestar económico, que presenta aspectos cada vez más arrogantes en las franjas privilegiadas de la humanidad, produce en ellas consumismo y hedonismo. Al mismo tiempo, se hacen cada vez más agudos los desafíos del hambre, de la pobreza, de las enfermedades y de la exclusión, que azotan a miles de millones de personas.

La complejidad y la fragmentación, finalmente, crean inestabilidad y diferencia de puntos de referencia, de valores y de intereses. Junto a un sano pluralismo y la búsqueda de nuevos criterios, se multiplican los desafíos y se difunden el relativismo y el pragmatismo. Mientras, por una parte, se subrayan con fuerza el valor de la persona y de sus derechos, y el progresivo reconocimiento práctico de la dignidad de la mujer, y se tiene una visión más objetiva del cuerpo, de la afectividad y de la sexualidad, por otra parte, sin embargo, nacen nuevas formas de explotación de la persona y, en particular, de los menores, y aumenta la ausencia del compromiso solidario. La postmodernidad acentúa la atención a las relaciones interpersonales y el cultivo de los sentimientos, pero también el individualismo y el subjetivismo.

El XXV Capítulo General pide a las comunidades que acojan los desafíos que la cultura presenta a la educación y a la evangelización; que vivan la fraternidad atentas a la maduración vocacional de cada hermano y al cuidado de las relaciones interpersonales; que den un testimonio evangélico que sirva de propuesta y de alternativa respecto del contexto en que se encuentran.

Toda comunidad tratará así de ahondar cada vez más en el conocimiento del contexto en que vive y obra, y de ofrecer respuestas eficaces.


3.2. El contexto eclesial de la «Novo Millennio Ineunte»


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Al término del Año Jubilar e inicio del nuevo milenio, Juan Pablo II invitaba a la Iglesia a «lanzarse a mar abierto»1, a «fijar la mirada en el Señor Jesús»2, a «caminar desde Cristo»3, a ser «testimonios del amor»4, construyendo comunión.

El primer ámbito en el que hay que individuar orientaciones pastorales adaptadas a cada comunidad es el de «caminar desde Cristo». «La perspectiva en la que se debe situar el camino pastoral es la de la santidad»5: ha llegado la hora de proponer de nuevo a todos este alto grado de la vida cristiana que es la santidad y de tener una pedagogía de la santidad. «Para esta pedagogía de la santidad, es necesario un cristianismo que se distinga ante todo en el arte de la oración»6; a nuestras comunidades se les pide convertirse en auténticas escuelas de oración; la educación en la oración debe ser un punto distintivo de toda programación pastoral. «No cabe duda de que esta primacía de la santidad y de la oración sólo se puede concebir a partir de una renovada escucha de la Palabra de Dios»7. Santidad, oración y escucha de la Palabra de Dios son los caminos fundamentales de la pastoral postjubilar.»

El segundo ámbito en que se debe manifestar un decidido compromiso programático es el de la comunión. «Hacer de la Iglesia la casa y la escuela de la comunión: éste es el gran desafío que tenemos ante nosotros en el milenio que comienza, si queremos ser fieles al designio de Dios y responder también a las profundas esperanzas del mundo»8. La profecía de la comunión presupone cultivar la espiritualidad de la comunión; ésta se expresa cuidando la variedad de las vocaciones, promoviendo el compromiso ecuménico, apostando por la caridad, favoreciendo el diálogo interreligioso y la misión «ad gentes», afrontando los desafíos de la cultura actual.

Con el XXV Capítulo General, la Congregación quiere responder a la llamada de Juan Pablo II a trabajar en las fronteras de la nueva evangelización y a hacer fructificar los dones y las consignas del Jubileo: «Duc in altum!». Toda comunidad está llamada a caminar desde Cristo y a construir comunión. Esto producirá nuevos frutos de vida espiritual y de evangelización.


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3.3. El contexto religioso de la re-fundación carismática

Durante estos años postconciliares, la vida consagrada ha vivido una apremiante invitación a renovarse, a hacerse elocuente y significativa; en particular, la Exhortación Apostólica Vita Consecrata recoge las instancias de re-fundación que en estos treinta años se han tenido en cuenta en la vida consagrada y constituye el punto de referencia para «una gran historia que construir»9.

Al delicado proceso de renovación querido por la Iglesia, nuestra Congregación ha dedicado tres Capítulos Generales «extraordinarios», que han especificado la identidad salesiana. Es útil recordar el camino recorrido. Mientras el CG19, celebrado durante el Concilio, «tomó conciencia y preparó», el CG20 «puso en órbita » y el CG21 «revisó, rectificó, confirmó y profundizó»; el CG22 tuvo el encargo de «re-examinar, precisar, completar, perfeccionar y concluir»10.

El XX Capítulo General Especial llevó a cabo la revisión y la adecuada renovación de la Congregación según el espíritu del Fundador y según los objetivos indicados por la Constitución Dogmática Lumen Gentium y por el Decreto Perfectae Caritatis. El Capítulo se propuso no solamente dar cumplimiento a las orientaciones y a las directrices del Concilio Vaticano II, como si se tratara de una simple formalidad; sino que aprovechó la oportunidad para responder mejor a Dios y a los jóvenes. Por esto, el Capítulo General Especial, precedido de una preparación muy cuidada, mediante una consulta hecha a todas las Inspectorías, quiso reformular un proyecto global. La pregunta fundamental era cómo hacer visible y actual el testimonio particular de la vida religiosa salesiana en la Iglesia. Se trataba también de conseguir un texto renovado de las Constituciones y de los Reglamentos. En síntesis, había que refundar la identidad de la Congregación.

El resultado de siete meses de trabajo capitular lo constituyen 22 documentos de orientaciones doctrinales y operativas. Se hizo así una reformulación más carismática del «Texto constitucional». Se codificó en los «Reglamentos» el modo práctico universal de vivir las Constituciones, dejando a las Inspectorías el encargo de regular lo que es propio del lugar mediante los DirectoriosInspectoriales.

El XXI Capítulo General se propuso verificar si se había realizado la renovación, y cómo. La profundidad y la rapidez del cambio, fruto del Concilio Vaticano II, llevaron a la Iglesia y a la Congregación a una situación incómoda, que requería claridad en el planteamiento y prudencia en las soluciones. La acción profundamente renovadora, realizada en la Congregación por el Capítulo General Especial, exigía revisión, rectificación, profundización y ratificación.

En el XXI Capítulo General se estudiaron también algunos temas sustanciales para la Congregación: el Sistema Preventivo, la Formación para la Vida Salesiana, el Salesiano Coadjutor y la Universidad Pontificia Salesiana. Este trabajo de clarificación de la identidad, reforzado por la Exhortación Apostólica Evangelii Nuntiandi de Pablo VI, profundizó la misión específica salesiana. En su discurso de clausura, el Rector Mayor, don Egidio Viganò, sintetizó los tres objetivos que se habían ido aclarando durante el trabajo capitular: el deber prioritario de llevar el Evangelio a los jóvenes, que implicaba un proyecto educativo pastoral; el espíritu religioso; el nuevo estatuto de la comunidad salesiana como animadora de la comunidad educativa pastoral.

Ciertamente el XXI Capítulo General significó una renovación pastoral radical.

El XXII Capítulo General, celebrado después de un tiempo intenso de experimentación y de profundización de la identidad salesiana, se propuso concluir el proyecto de renovación con la revisión definitiva de la Regla de Vida. El resultado final del trabajo capitular fue, en palabras del Rector Mayor, un «texto orgánico, profundo, mejorado, impregnado de Evangelio, rico de la autenticidad de los orígenes, abierto a la universalidad y en tensión hacia el futuro, sobrio y digno, denso de equilibrado realismo y de asimilación de los principios conciliares»11. La redacción definitiva de la Regla de Vida trajo consigo, entre otras cosas, la renovación de la Ratio; la idea central era que toda la formación de los Salesianos se adecuara a la naturaleza de la vocación y de su misión específica de educadores y pastores de los jóvenes.

De este modo, nuestra Congregación se comprometió a la re-lectura fundacional de su carisma y a su re-fundación.» Después de los Capítulos Generales «extraordinarios», hubo otros tres Capítulos Generales «ordinarios», dirigidos a materias de carácter operativo: la educación de los jóvenes en la fe; la implicación de los seglares en el espíritu y en la misión salesiana y la comunidad salesiana hoy. La relectura carismática de la identidad quedaba concluida, pero su traducción concreta está todavía en marcha.



4. La meta del XXV Capítulo General


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Concluidas las etapas de la preparación y de la celebración del XXV Capítulo General, ha llegado el momento de pasar a la fase de la actuación. Ahora es el tiempo de asimilar el Capítulo con todos los hermanos, de hacerlo programa de gobierno inspectorial, de traducirlo operativamente en las comunidades. Para señalar los pasos que hay que dar, nos detenemos a considerar las perspectivas de futuro y la meta que alcanzar.

Mirando el camino recorrido por la Congregación

en estos treinta años, se puede notar que el cambio no ha sido siempre lineal. Pienso que la resistencia mayor no ha sido por la renovación de las Constituciones o de las estructuras de gobierno o de la práctica pastoral, sino por la renovación espiritual, que supone una profunda conversión interior.

En estos años de transformación, se ha ido configurando una nueva forma de vida religiosa salesiana. Tenemos ya los «odres nuevos»: una nueva evangelización, una nueva educación, un nuevo modelo pastoral, una nueva formación. Poco a poco, se ha ido produciendo también el «vino nuevo»: el nuevo evangelizador, el nuevo educador, el nuevo sujeto pastoral, el nuevo Salesiano.

A veces, nos encontramos a disgusto con el adjetivo «nuevo» para calificar realidades que creemos conocidas, sobre todo por las consecuencias prácticas que ello comporta: la necesidad de renovarnos espiritualmente, de ponernos al día profesionalmente, de capacitarnos pedagógicamente. La novedad proviene de las situaciones, de los contextos, de los cambios de la realidad, de la visión antropológica.

Hoy la preocupación de la vida religiosa en general, y de la Congregación en particular, no puede ser la de la supervivencia, sino la de crear una presencia significativa y eficaz. Es cuestión de profecía. «Esto supone —decía don Vecchi— dar vida a una presencia que suscite interrogantes, dé razones de esperanza, convoque personas, suscite colaboraciones, active una comunión cada vez más fecunda, para realizar juntos un proyecto de vida y de acción según el Evangelio»12. Lo que se desea es una forma de vida fascinante y atrayente, que dé el primado a la profecía más que a la organización, que privilegie a las personas más que a las estructuras.

Parafraseando a Karl Rahner en su testamento espiritual, podemos decir que el futuro de la vida religiosa pasa a través de su fuerza mística, su sólida experiencia y su testimonio transparente de Dios, la superación de todo tipo de aburguesamiento, atonía y ediocridad. La vida religiosa nació y tiene sentido sólo como signo de la búsqueda y del primado de Dios. Su misión es la de ser sacramento: «ser signos y portadores del amor de Dios» (Const. 2), especialmente en favor de los más necesitados, para que éstos puedan hacer la experiencia de que Dios existe y los ama.

Cuando los Superiores Generales decidieron ahondar el tema de la re-fundación de la vida religiosa13, se movían con la convicción de que hay necesidad del «vino nuevo en odres nuevos» (cf. Mc 2, 22); una fuente de novedad es la llamada a volver a los orígenes del carisma. Para nosotros, se trata de expresar la originalidad de la Congregación, de ir a lo esencial, de volver a escribir la carta de Roma de 1884. ¡Volvamos a Don Bosco y volvamos a los jóvenes!

Las imágenes de la «luz», de la «sal» y del «fermento», usadas por Jesús en el Evangelio para definir la identidad y la misión de los discípulos, son reveladoras y exigentes. Sencillamente, hay que «ser» para tener significado e importancia; pero si la sal pierde su sabor, o si se esconde la luz debajo del celemín, o si la levadura no tiene fuerza para fermentar, no sirven para nada. Han perdido su razón de «ser».

La fuerza de la vida religiosa radica en su carácter profético frente a la cultura, subversivo ante el aburguesamiento, alternativo al progreso ilimitado pero sin trascendencia. El problema es el de la identidad y de la identificación; lo que nos caracteriza y nos hace inteligibles es una fuerte experiencia de Dios, que cambie profundamente nuestra vida, y una comunidad en la que se empiece a vivir con novedad de vida. «No os ajustéis a este mundo, -escribía San Pablo a los Romanos- sino transformaos por la renovación de la mente, para que sepáis discernir lo que es la voluntad de Dios, lo bueno, lo que le agrada, lo perfecto» (Rm 12,2).

En esta línea, quiero trazar cinco perspectivas de

futuro, que han sido objeto de reflexión y de estudio por parte de don Egidio Viganò y de don Juan Vecchi en sus cartas, pero que son campos que necesitan todavía una renovación para introducirnos decididamente en el nuevo milenio con energía y con claridad de proyecto.


4.1. La renovación espiritual de todo Salesiano


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La renovación espiritual comporta la vuelta al fundamento de nuestra vocación: Dios y su Reino. Dios debe ser nuestra primera «ocupación». Es Él quien nos envía y nos confía los jóvenes, para ayudarlos a madurar hasta alcanzar la estatura de Cristo, el hombre perfecto. Para nosotros, la recuperación de la espiritualidad no puede ir separada de la misión, si no queremos ceder al peligro de la evasión. Dios nos espera en los jóvenes para darnos la gracia de un encuentro con Él14. Por eso resulta inconcebible e injustificable creer que la «misión» es un obstáculo para el encuentro con Dios y para cultivar la intimidad con Él.


4.2. La consistencia de las comunidades


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La calidad de la vida de comunión y de la acción educativa y pastoral requieren una consistencia cuantitativa y cualitativa de la comunidad salesiana. Todas las propuestas para hacer formativo el quehacer cotidiano y para mejorar la calidad de la metodología, de los contenidos y de las actividades, chocan con las posibilidades reales de la comunidad. Para nosotros, la vida fraterna en comunidad es un elemento de nuestra consagración apostólica y, por tanto, de la profesión religiosa15, junto con el seguimiento de Cristo obediente, pobre y casto, y la misión. Es también el ámbito en el que estamos llamados a vivir la experiencia espiritual, la misión y los consejos evangélicos. Por eso, no podemos continuar con la pretensión de querer resolver todos los problemas, con detrimento del carisma y de la vida de la comunidad.


4.3. La re-significación de la presencia


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La significatividad de la presencia es una exigencia, tanto de la comunidad, como de la misión; se trata de la calidad de ambas. En tiempos pasados, cuando se hablaba de «reajuste», se ponía el acento en el cierre de obras o en la entrega de éstas a los seglares. Hoy, por el contrario, mientras se sigue afirmando que el reajuste es una tarea ineludible, si no queremos debilitar la comunidad y sobrecargar a los hermanos, la insistencia se pone sobre la «significatividad» de la presencia salesiana en la zona. La significatividad no se reduce a las obras y actividades; es más bien una forma de ser,

de trabajar y de organizar, que busca, no sólo la eficacia, sino suscitar sentido, abrir perspectivas, convocar personas, promover nuevas respuestas. Se trata de situar hoy a la Inspectoría donde son más apremiantes las necesidades de los jóvenes y donde es más fecunda nuestra presencia. Nuestra vida consagrada no será omnipresente, ni siquiera socialmente llamativa, pero seguirá siendo referencia necesaria en la medida en que sea signo del Reino.


4.4. La calidad de la propuesta educativa pastoral


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El camino recorrido hasta ahora ha consistido, al menos en muchos sitios, en multiplicar las obras, comprometiendo en no pocos casos la calidad de nuestra actividad. A veces se ha privilegiado el aspecto organizativo sobre el pastoral, o el mantenimiento y la construcción de estructuras más que la claridad y seriedad del proyecto educativo pastoral. Hoy se nos pide desarrollar formas más intensas de evangelización, concentrarnos en la maduración humana y en la educación de los jóvenes en la fe, formar seglares, animar la comunidad educativa pastoral y con ella elaborar un proyecto. Esta labor es ya realización de la significatividad.


4.5. La formación del Salesiano


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La complejidad de las situaciones actuales, los desafíos de los jóvenes, la exigencia de la nueva evangelización, el compromiso de la inculturación, requieren una formación capaz de habilitar al Salesiano a vivir con dinamismo y solidez su vocación, a desarrollar con profesionalidad y competencia la misión, a asimilar personalmente la identidad carismática. Para nosotros, Don Bosco es no solamente punto de referencia constante, sino norma de vida; y la formación no es otra cosa que un apropiarse del don que Dios nos hizo al llamarnos. El documento sobre la formación en la Vida Consagrada afirma con claridad: «La renovación adecuada de los institutos religiosos depende principalmente de la formación de sus miembros»16. Éste es el desafío más grande que hoy tiene la Congregación, al que ha querido responder con la edición de la nueva Ratio17.

La Iglesia y el Mundo tienen necesidad de personas que hagan profesión de encarnar el interés por Dios, que sean una reserva de humanismo, que sean signo potente, elocuente, radical de la «sequela Christi». Esto es lo que el Concilio Vaticano II quería y esperaba de la vida religiosa. Éste ha sido el objetivo de la Congregación durante estos últimos treinta años. Ahora el XXV Capítulo General ha querido dar su aportación específica para alcanzar esta meta, una aportación concreta que, como hemos visto, mira a reforzar la comunidad salesiana en todos sus aspectos.



5. El don de las beatificaciones


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«Queridos Salesianos, (…) sed santos! Es la santidad –lo sabéis muy bien– vuestro deber esencial». Con esta exhortación, Juan Pablo II se ha dirigido a nosotros, participantes en el Capítulo General, recibidos en audiencia la mañana del 12 de abril. La santidad es también la consigna de este Capítulo que se concluye con el don de tres nuevos beatos para la Familia Salesiana: el sacerdote Luis Variara, el coadjutor Artémides Zatti y sor María Romero Meneses.

Estos beatos, que se añaden a la pléyade numerosa de la santidad de nuestra Familia carismática, tienen en común el don gozoso de sí mismos y la entrega generosa a los más pobres. Nada hay que atraiga tanto como el testimonio del darse sin reserva, sin medida, sin condiciones; no hay nada que fascine tanto como el servicio a los más pobres, a los más humildes, a los más necesitados. Los leprosos de don Luis Variara, los

enfermos del Señor Zatti, las muchachas abandonadas de Sor Romero, recuerdan inmediatamente la ofrenda gratuita de la vida de estas tres figuras que se nos proponen como modelos. El cuidado de los más pobres y la entrega total de sí se ensamblan, testimoniando así la caridad heroica de los tres nuevos beatos.

La santidad es el camino más exigente que queremos realizar junto con nuestras comunidades; es «el don más precioso que podemos ofrecer a los jóvenes» (Const. 25); es la meta más alta que debemos proponer con valor a todos. Solamente en un clima de santidad vivida y experimentada, tendrán los jóvenes la posibilidad de hacer opciones valientes de vida, de descubrir el designio de Dios sobre su futuro, de apreciar y acoger

el don de las vocaciones de especial consagración.

En particular, la beatificación del Señor Artémides Zatti evidencia la actualidad y la validez de la vocación del Salesiano coadjutor. Sin esta figura, el carisma salesiano no sería nunca lo que debe ser. Su presencia en la vida de la comunidad salesiana no es un añadido extrínseco de una categoría de personas, sino parte imprescindible de su fisonomía. Esto nos exige una propuesta vocacional más convencida y una presencia más visible de esta figura en la comunidad educativa pastoral.

El hilo conductor de la existencia del Señor Zatti está constituido por el seguimiento de Cristo, con Don Bosco y como Don Bosco, en todas partes y siempre18. Esto significa que Don Bosco lo fascinó y lo atrajo; siguiendo el ejemplo de Don Bosco, vivió el don total de sí mismo; como Don Bosco, escogió ser educador; Zatti fue un enfermero educador. Vivió en unidad profunda la experiencia espiritual, el trabajo profesional, la fraternidad alegre, hasta ser un reflejo de Dios con radicalidad evangélica. Que la luminosa figura de este Salesiano coadjutor beato nos enseñe el camino para hacer descubrir a los jóvenes la belleza de esta vocación.



6. Lanzarse a mar abierto en su Nombre


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El episodio evangélico de la pesca milagrosa, presentado en la Novo Millennio Ineunte y asumido en el último Aguinaldo por don Juan Vecchi, es un símbolo de la continuación de nuestro camino al acabar el XXV Capítulo General.

También nosotros podemos haber sentido, a veces, la inutilidad de nuestro esfuerzo. El Señor Jesús nos invita hoy de nuevo a «ir mar adentro», a renovar nuestro empeño de echar las redes, a intentarlo de nuevo aun habiendo experimentado muchas veces la ineficacia. ¡Ésta es la hora del coraje! Hay que lanzarse a mar abierto, afrontando los desafíos de hoy, y hay que ir hacia las aguas profundas, cultivando una intensa experiencia espiritual y atendiendo a la calidad de nuestra acción.

Lo que nos estimula a intentarlo de nuevo es la confianza en el Señor Jesús: confiando en su palabra, echaremos de nuevo nuestras redes. ¡Es la hora de la esperanza! El tiempo que estamos viviendo se proyecta hacia las grandes responsabilidades que nos esperan, hacia la aventura gozosa de volver a lanzar las redes para la pesca y experimentar el poder de la Palabra de Dios. Estamos seguros de que el Señor Jesús sabrá, una vez más, asombrarnos con su fidelidad y sus sorpresas.

Donde hay grandes desafíos, se requieren el valor y la esperanza de la comunidad. Los caminos nuevos y los arduos cometidos de la evangelización podrán ser afrontados por comunidades que emprenden una conversión pastoral radical y viven una profunda experiencia espiritual. Coraje y esperanza son las manifestaciones más elocuentes de la profecía de nuestras comunidades.

No se nos pase desapercibido el hecho de que, en el episodio evangélico, el gesto gratuito de la pesca milagrosa no tiene otra finalidad que la de suscitar la fe y provocar el seguimiento. Frente al gesto sobreabundante de Jesús y tras la invitación «No temáis; desde ahora seréis pescadores de hombres», los primeros discípulos, arrastradas las barcas a tierra, lo dejaron todo y le siguieron (cf. Lc. 5, 1-11). Ellos se verán así implicados en la misma misión y en el mismo destino de Jesús: la llamada definitiva de todos para acoger el Reino. Los gestos sorprendentes y sobreabundantes de valor y

de esperanza de nuestras comunidades provocan la respuesta vocacional de los jóvenes; el testimonio profético de la comunidad será capaz, también hoy, de suscitar jóvenes dispuestos a compartir el proyecto de vida de Don Bosco: «Da mihi animas, cetera tolle».



7. Con María, nuestro auxilio


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Como en la comunidad apostólica de los principios, también en nuestras comunidades está presente María. Ella está en oración con los discípulos de su Hijo; vive con nosotros, hechos hijos suyos al pie de la Cruz. Desde aquel momento, María está en la Iglesia como una presencia orante; Ella ora para que los discípulos superen la cerrazón del miedo, estén atentos y prontos al soplo del Espíritu y se aventuren por los caminos de la evangelización

Don Bosco nos ha dejado como preciada herencia la entrega confiada a María: Ella es nuestro Auxilio, es la Madre de la Iglesia, es la ayuda de los jóvenes y de los pobres, es la Madre de todos. Como el discípulo predilecto, también nosotros acogemos a María en nuestra casa, en nuestras comunidades. Ella nos hará atentos a las necesidades del tiempo presente: «No tienen vino», y nos hará sensibles a las exigencias evangélicas: «Haced lo que Él os diga.» (cf. Jn 2, 3-5).


María, con tu intervención maternal,

¡ayúdanos a volver a Don Bosco y a los jóvenes!

María, nuestro auxilio,

¡ruega por nosotros y por nuestras comunidades!

1 Cf. NMI 1.

2 Cf. NMI 16-28.

3 Cf. NMI 29-41.

4 Cf. NMI 42-57.

5 Cf. NMI 30.

6 Cf. NMI 32.

7 NMI 39.

8 NMI 43.

9 VC 110.

10 VC 110.

11 XXII Capítulo General de la Sociedad de San Francisco de Sales

12 VECCHI Juan E., Expertos testigos y artífices de comunión. ACG 363, p. 25. No es indiferente que el mismo don Juan Vecchi cite este texto en su carta de convocatoria del CG25, ACG 372, p. 30.

13 AA.VV., Por una fidelidad creativa. Re-fundar: recolocar los carismas, re-dibujar la presencia, Il Calamo, Roma 1999; que recoge el 54º Convenius Semestralis della USG, en Ariccia, en noviembre de

1998.

14 Cf. Const. 95; CG23, 95.

15 Cf. Const. 3 y 24.

16 Potissimum Institutioni, 1.

17 La Formación de los Salesianos de Don Bosco. Principios y Normas. Ratio Institutionis et Studiorum. Tercera edición, Madrid 2001, (núm.15), 33.

18 Cf. ACG 376, p. 30.