CG26|es|Ejercicios espirituales Meditación 6 Los jovenes más pobres y abandonados

EJERCICIOS ESPIRITUALES

CAPÍTULO GENERAL XXVI SDB

LA MISIÓN SALESIANA:

LOS JÓVENES MÁS POBRES Y ABANDONADOS”



“Honrarás a Juan Bosco, quien se preocupó de los jóvenes más pobres, y creó escuelas para ellos”: se dice que son las palabras que el mismo Mao-Tse-Tung escribió, en su famoso Libro Rojo. Sea o no verdad, indudablemente san Juan Bosco es conocido y querido, más allá de las fronteras de la Congregación Salesiana y de la Iglesia misma, por su predilección a los niños y jóvenes, sobre todo los más pobres y abandonados.


Al abordar este tema, central en el Carisma Salesiano, en cuanto que se refiere a los destinatarios prioritarios de nuestra Misión y a nuestra actitud con ellos, encontraremos en él un centro de convergencia de los temas anteriormente tratados: por ello lo hemos colocado hacia el final de nuestros Ejercicios.


1.- “...su predilección por los pequeños y los pobres...”


La Misión Salesiana tiene sus raíces, como bien lo sabemos, en la vida, el mensaje y el testimonio de Jesús. Como indica el Concilio Vaticano II, cada carisma contempla al Hijo de Dios hecho Hombre desde diferentes perspectivas (cfr. LG, 46); o, como lo dicen nuestras Constituciones, “al leer el Evangelio somos más sensibles a ciertos rasgos de la figura del Señor” (C 11). No hace falta demostrar que “su predilección por los pequeños y los pobres” es uno de los rasgos más indudables, seguros y “humanos”, por así decir, del Señor Jesús. Serían incontables los textos evangélicos que lo demostrarían. Creo, sin embargo, que conviene hacer algunas precisaciones a este respecto.


En primer lugar, el término que utilizan nuestras Constituciones es decisivo. Hablar de predilección es, ante todo, hablar de amor; de un amor preferencial, “mayor”, pero no exclusivo, y menos excluyente. Considero que es mucho más adecuada que la palabra “opción”, término que, de por sí, no connota el amor; y además, puede insinuar cierta discriminación. En Jesús no encontramos jamás el rechazo de nadie; sí, en cambio, en medio de un amor universal, actitudes de predilección.


En consecuencia, podemos preguntarnos: ¿quiénes son el objeto de la predilección de Jesús? Nuestras Constituciones, fieles al Evangelio, hablan de “los pequeños y los pobres”. ¿Se trata de una identificación, de dos tipos diversos de destinatarios que se colocan juntos, o de una endíade, que los unifica, sin eliminar eventuales diferencias?


Podemos responder evocando las Bienaventuranzas: la primera de ellas se refiere a los “pobres” (Lc 6, 20), o “pobres de espíritu” (Mt 5, 3). En ambos casos, se promete para ellos “el Reino de los cielos/ de Dios”.


Puede ser este el lugar para precisar el concepto de “pobreza” del que Jesús habla. Sin ignorar la complejidad de este problema, e incluso la ambigüedad que la misma palabra “pobreza” representa: el mismo término sirve para designar una situación negativa, expresión del pecado y el egoísmo humano, pero también un ideal humano y cristiano, incluso “sancionado” en la vida consagrada con un voto.


Esta precisación se expresa de una forma muy sencilla y concreta, remitiéndonos nuevamente a Jesús, y a su situación concreta (su Sitz im Leben). Aun a riesgo de parecer tautológico, podemos decir que pobre es aquel para quien el Evangelio es “Buena Nueva”. Esta descripción no identifica automáticamente la pobreza con una situación socio-económica, pero sí establece con ella una relación muy estrecha; y simétricamente, no condena el “tener” de forma automática, aunque indica el peligro real que, en sí misma, implica. Además, esta descripción nos recuerda que no para todos la persona de Jesús y su predicación fueron “buena nueva”; y que los obstáculos para su aceptación son de diverso género: sin duda, también los motivos socio-económicos (cfr. el joven rico, Mc 10, 17-22 et par.), pero no son los únicos, y quizá ni siquiera aquéllos que, en último término, determinan este rechazo.


Con las palabras del cántico de la Virgen María (Lc 1, 51-53), el Magnificat, podemos decir que la actitud humana de autosuficiencia es lo contrario de esta “pobreza”, y lleva a rechazar la “Buena Nueva” del Evangelio y, en el fondo, a Jesús mismo, y se despliega en tres direcciones: el orgullo – el poder – el dinero. “Ha dispersado a los soberbios – ha derribado a los poderosos – ha enviado a los ricos con las manos vacías” (Lc. 1, 51-53).


Recordemos el texto de Pr 30, 8-9:


No me des pobreza ni riqueza,

déjame gustar mi pedazo de pan.

Pues, si estoy saciado, podría renegar de Ti

y decir: “¿quién es Yahvéh?”

Y si estoy necesitado, podría robar

y ofender el nombre de mi Dios.


Quien lo tiene todo está tentado a decir (si no con palabras, sí con sus actitudes): “¿Quién es Dios? ¿Para qué lo necesito, si me basto a mí mismo?” Pero, por otra parte, tampoco podemos ignorar la dificultad para creer en el Amor de Dios de parte de quien no tiene ni siquiera lo indispensable, para sí y para los suyos, en orden a una vida digna de seres humanos, hijos/as de Dios.


Desde otra perspectiva, muy cercana a nuestro Carisma, podemos clarificar este aspecto central en la misión de Jesús. Conocemos perfectamente la valoración que el Señor hace de los pequeños, invitándonos a parecernos a/llegar a ser como ellos, so pena de rechazar el Reino de Dios.


Sin embargo, no siempre resulta fácil indicar a qué rasgo de la infancia se alude en el Evangelio: habría muchos aspectos en la actitud infantil, a los cuales no se refiere ciertamente. En realidad, Jesús mismo nos da la respuesta, la cual, sin embargo, con frecuencia pasa desapercibida. En el texto de Marcos, el más antiguo, se dice claramente: “El que no reciba el Reino como un niño, no entrará en él” (Mc 10, 15). La palabra clave es el verbo “recibir” (en el original griego: ), lo cual nos lleva a preguntarnos: ¿Cómo reciben los niños lo que se les da? La respuesta es muy simple e indiscutible: con alegría y agradecimiento: precisamente porque no se “merecen” lo que se les da.


Desgraciadamente, como hemos visto en otra reflexión, conforme crecemos vamos perdiendo con demasiada frecuencia este sentido de la gratuidad, y con él también la alegría y el sentido de la gratitud: “la sencillez, eso que el Nuevo Testamento llama simplicitas, no es en el fondo otra cosa que la confianza en el amor” 1.

En este sentido, conviene tomar en serio el carácter religioso de la misión de Jesús; lo cual debe llevarnos, en consecuencia, a delinear el perfil de su predilección más radical, y, sin duda, también más escandalosa: sin olvidar ni minimizar su ilimitada compasión por los pequeños, los enfermos, los marginados, los más pobres, de quienes es plenamente solidario, se trata de su predilección por los pecadores, por los que están más alejados de Dios, precisamente porque son los que más necesidad tienen de su Amor y de su perdón: y además, son aquellos más dispuestos a recibir como un don, con la alegría y la gratitud del niño, lo que se les ofrece como don: la misericordia de Dios, y la salvación (recordemos el caso “ejemplar” de Zaqueo, Lc 19, 1-10).


Sin duda, en una sociedad teocrática como la de Israel, esto implicaba también un desprecio “social”, pero escamotearíamos el meollo de dicha misión si desplazáramos la categoría del “pecador” a la caracterización social del “marginado”. No es porque sean marginados socialmente por lo que Jesús muestra predilección por los pecadores, sino porque están en peligro de perderse. No tomar esto en serio convierte el Cristianismo en un movimiento social que, sobre todo en nuestro tiempo, se vuelve una simple ONG, a menudo irrelevante y obsoleta. Y algo semejante podemos decir de nuestro trabajo salesiano, en la medida en que no trata de realizar y manifestar esa síntesis maravillosa entre búsqueda de la salvación y promoción integral.


Todo esto –quizá- es aceptado, como principio: pero no siempre se vuelve criterio de acción y “estrategia”, incluso social: en el fondo, tendría que ser la manera en que la Iglesia ofrece un servicio insustituíble, desde su identidad más profunda, para la transformación de la sociedad: sobre todo ante la injusticia y la idolatría del poder y del dinero, que parecen crecer cada vez más inconmensurablemente.


Todo ello responde a una íntima convicción del cristiano, que la aprende de su Maestro: el mal contra el que queremos luchar no procede, en el fondo, de las estructuras sociales, económicas o políticas, sino del corazón del hombre (cfr. Mc 7, 20), convencidos de que “sólo el amor es capaz de transformar de manera radical las relaciones que los seres humanos establecen entre sí” (Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, 4).


2.- “...con Don Bosco reafirmamos nuestra preferencia...”


Lo anterior de ninguna manera elimina nuestra preferencia carismática, sino que la ilumina: y nos ayuda a insistir, una vez más, en la síntesis típicamente salesiana de nuestra Misión: por una parte, participando en la Misión universal de la Iglesia (cfr. C 3), fundamentalmente de tipo religioso, y por otra parte, afrontando y ofreciendo respuestas concretas a la problemática socio-económica de nuestro Mundo. Hay que recordarlo claramente: nuestros destinatarios son “los jóvenes, especialmente los más pobres” (C 26), “ante todo los jóvenes que, a causa de la pobreza económica, social y cultural –a veces extrema- no encuentran posibilidad para abrirse camino” (R 1).


Esta fusión define nuestra identidad salesiana en la realización de la Misión: nuestro Carisma define a qué tipo de pobreza nos referimos; pero, al mismo tiempo, subraya también por qué nos dedicamos a los jóvenes que viven en esta situación. A este segundo aspecto responde (además de la pequeña frase de R 1), el mismo artículo constitucional: “Los jóvenes viven los años en que se hacen opciones fundamentales, que preparan el porvenir de la sociedad y de la Iglesia. Con Don Bosco reafirmamos nuestra preferencia por la juventud pobre, abandonada y en peligro, la que tiene mayor necesidad de ser querida y evangelizada, y trabajamos, sobre todo, en los lugares de mayor pobreza” (C 26; negrita nuestra; cursiva original).


El Rector Mayor, al comentar este rasgo central de nuestro Carisma, nos dice:


Conviene hacer notar que esta predilección en Don Bosco no deriva sólo de la magnanimidad de su corazón paterno, ‘grande como las arenas del mar’, ni de la situación desastrosa de la juventud de su tiempo –como también del nuestro-, ni mucho menos de una estrategia socio-política. En su origen se encuentra una misión de parte de Dios: “El Señor indicó a Don Bosco, como primeros y principales destinatarios de su misión, a los jóvenes, especialmente a los más pobres” (C 26). Y es bueno recordar que esto sucedió “con la intervención materna de María” (C 1); de hecho, Ella “indicó a Don Bosco su campo de acción entre los jóvenes, y lo guió y sostuvo constantemente” (C 8). En este sentido, es ‘normativo’, y no una simple anécdota, la actitud que Don Bosco asumió en un momento decisivo de su existencia sacerdotal, frente a la Marquesa Barolo y al ofrecimiento, sin duda apostólico y santo, de colaborar en sus obras, abandonando a los muchachos desharrapados: “Usted tiene dinero, y con facilidad encontrará todos los sacerdotes que quiera para sus institutos. Pero con mis pobres muchachos no es así...” (ACG 384, 19).



Aquí Don Bosco agrega una motivación, que no es sólo afectiva o pedagógica, sino teológica: “Mis pobres muchachos sólo cuentan conmigo...”. Es la sencilla, pero profunda expresión de la conciencia de ser una mediación, una epifanía del Amor de Dios para con ellos; sin él, todos esos “últimos” carecerán de la manifestación del Amor de Dios y, en consecuencia, de la experiencia de Dios como Padre. Dicho con términos bíblicos, se encontrarían, de no ser por él, como ovejas sin pastor. “(Jesús), al desembarcar, vio mucha gente y sintió compasión por ellos, pues estaban como ovejas que no tienen pastor” (Mc 6, 34; “vejados y abatidos”, añade Mt 9, 36).





3.- “pobres, abandonados y en peligro...”


En esta misma Carta, Don Pascual añade: “Sería muy interesante profundizar las características típicas de los destinatarios preferenciales de nuestra misión: jóvenes pobres, abandonados y en peligro. Aunque hoy se habla de ‘nuevas pobrezas’ de los jóvenes, la pobreza alude directamente a su situación socio-económica; el abandono evoca la ‘calificación teológica’ de privación de apoyo, debido a que falta una mediación adecuada del Amor de Dios; el peligro remite a una fase determinada de la vida: la adolescencia-juventud, que es el tiempo de la decisión, después del cual muy difícilmente se pueden cambiar los hábitos y actitudes adoptados. Esta profundización sirve como punto de partida para determinar, en cada Inspectoría (cfr. R 1) y en cada comunidad, quiénes son los destinatarios prioritarios en el hic et nunc concretos, teniendo en cuenta, ciertamente, los criterios aquí señalados” (ACG 394, 20).


Como en otros temas, encontramos aquí nuevamente la extraordinaria clarividencia y capacidad de síntesis que Don Bosco realizó entre una problemática socio-económica lacerante, una visión pedagógica excepcional, y una fe inquebrantable en el Amor de Dios para con todos, en especial para los más necesitados. Detengámonos a contemplar esta “maravilla de la Gracia” que es nuestro Padre (a quien dedicaremos la próxima reflexión). Tratemos luego de visualizar estas tres expresiones como dimensiones de una realidad global, que caracteriza a nuestros destinatarios prioritarios, y que permita concretizar, en nuestro trabajo educativo-pastoral con ellos, la Misión que Dios nos confía.


Es necesario, por otra parte, recordar que la Misión no depende de los destinatarios: ¡como si fuera opcional o aleatorio, o dependiera de las circunstancias, ser signos y portadores del Amor de Dios, o no serlo! La Misión no es “negociable”. Estamos todos convencidos: nunca será imposible, o irrelevante, la Misión salesiana; lo que debe más bien preocuparnos es si seremos siempre fieles a ella y, a través de ella, a Dios y a los jóvenes...


Lo que sucede muchas veces no es tanto que olvidemos que la situación de nuestros destinatarios no precede a la Misión, sino más bien olvidamos que su situación debe preceder a las actividades y obras. Esquematizando esto, podemos decir que muchas veces nuestro discernimiento y las decisiones que de él proceden no son de todo adecuados, porque procedemos de esta manera:

Misión – actividades y obras – destinatarios


Cuando, en fidelidad a la Voluntad del Señor, debería ser:


Misión – destinatarios – actividades y obras.


No se trata de ver quiénes pueden venir a nuestras actividades y obras (¡muchas veces, por desgracia, no son los que deberían poder venir!), sino qué actividades y obras debemos realizar, en el hic et nunc, en favor de aquéllos a quienes el Señor nos quiere enviar de forma prioritaria.


Aludíamos antes a una “síntesis” vital que englobara las tres dimensiones que caracterizan a nuestros destinatarios. Quisiera expresarlo en pocas palabras así: Siguiendo el ejemplo de Jesús, y concretizando su misión universal, Don Bosco se sintió “carismáticamente afectado” por un peligro que podía obstaculizar la felicidad temporal y eterna (“salvación”) de “sus” jóvenes: el abandono en que se encuentran respecto de Dios y de los demás, provocado por su situación de pobreza, muchas veces extrema.


Si al principio hemos hablado de la pobreza como un valor, incluso asumido en la vida consagrada como voto, no podemos olvidar que, dentro de la ambigüedad de la palabra, se refiere también a una situación socio-económica que va en contra del plan amoroso de Dios, que dificulta, y en ocasiones hasta impide a quien la vive, sentirse hijo e hija de Dios, amado/a personalmente por Él. ¿Cómo podemos hablar del Amor de Dios a una persona que no tiene, para sí o para su familia, lo indispensable para vivir?


Me parece que podría ser interesante ahondar más aún en la respuesta que Don Bosco quiso dar (o, mejor dicho: que se sintió llamado por Dios a dar) a esta situación de la juventud de su tiempo, y que se vuelve normativa también para nosotros. Es obvio que no fue el único ni mucho menos en percibir la problemática de los jóvenes abandonados en Turín, y en las grandes ciudades (situación, en muchos aspectos, cualitativamente nueva): muchas personalidades relevantes tomaron una posición explícita frente a ella, desde posturas diferentes. Una línea de la literatura, por ejemplo, denuncia esta situación: recordemos, entre otras muchas obras representativas de esta escuela, a Charles Dickens con su Oliver Twist. Carlos Marx, por su parte, busca subvertir esta situación injusta, a partir de una postura atea, y ofrece su propia solución. Dostoyevski sintió también en forma tan aguda el sufrimiento de los inocentes, sobre todo de los niños, que dicho problema constituyó el motivo más fuerte contra la fe en Dios. Don Bosco, en cambio, no menos sensible que todos ellos, no se quedó en una posición teórica, ni de ateismo ni de teodicea: en nombre del Dios de Jesucristo y de su Amor, entregó totalmente su vida para el bien integral -temporal y eterno- del lumpenproletariado infantil y juvenil.


Para concluir esta sección, quisiera añadir una reflexión personal. Me gustaría utilizar una palabra en relación a nuestros destinatarios prioritarios que, aunque no es literalmente evangélica, expresa, en su significado etimológico, una grande riqueza. Me refiero a la palabra “insignificante”. En la semántica ordinaria de la palabra, tiende a identificarse con algo “pequeño”; sin embargo, su etimología no avala dicho sentido. Con un ejemplo: una obra salesiana significativa (por la presencia de los salesianos, por la cercanía con los muchachos que permite conocerlos personalmente, por la calidad de la educación y de la formación cristiana, etc.), puede correr el peligro de crecer tanto, que se vuelva insignificante, esto es: que no “signifique” ya nada para ellos, que no sea ya signo de lo que debería manifestar.


Tomándolo en esta acepción etimológica, y jugando un poco con las palabras, seremos un signo del Amor salvífico de Dios, entre más insignificantes sean, desde el punto de vista humano, nuestros destinatarios. Como dice el Rector Mayor en la Carta sobre la Eucaristía, a propósito del carácter de “invitación al banquete” y de su relación con la pobreza: “No es la invitación interesada a los amigos y parientes (cfr. Lc 14, 12-13; Mt 5, 46-47), que no tendría sin duda nada de malo, pero que no llega a ser ‘signo evangélico’, ni produce un saludable escándalo, pues reconoce Jesús que ‘eso también lo hacen los paganos’ (Mt 5, 47)”; sino “la invitación al banquete del Reino, con una predilección evangélica por los más pobres y abandonados, por los marginados, por los pecadores, por todos los humanamente insignificantes” (ACG 398, p. 35).



4.- “La Misión da a toda nuestra vida su tonalidad concreta...” (C 3)


En el CG 22, el entonces Rector Mayor, el querido Don Egidio Viganò, precisó en forma teológicamente definitiva el sentido de la consagración en la vida religiosa (concretamente, salesiana), recordando que, en el espíritu del Concilio Vaticano II, dicha consagración tiene dos características: es obra de Dios (sólo Él consagra: no somos nosotros los que “nos consagramos” a Él) y es omnienglobante: no alude a un sector de nuestra vida (como sería, por ejemplo, la profesión de los consejos evangélicos), sino que abarca todas sus dimensiones. En este sentido, consagración y misión no son dos “partes”, sino que constituyen, desde dos perspectivas específicas diversas, el todo de nuestra vida. En cierto sentido, todo es consagración, y todo es misión. De otra manera, la frase citada al principio de este parágrafo sería desmentida por la realidad vivida.


Concretizando todo esto, me parece que conviene relacionar esta predilección por los jóvenes más pobres con las grandes dimensiones que hemos desarrollado en estos Ejercicios.


1.- En primer lugar, la gratuidad: me parece que queda totalmente fuera de duda este rasgo fundamental del amor; en todo caso, puede estar enpeligro sólo en la medida en que nos alejemos de nuestra “predilección carismática”. Por otra parte, conviene subrayar una vez más: esta gratuidad no excluye, sino más bien al contrario, espera y “exige” (por su misma naturaleza) una respuesta; que, en el caso del muchacho pobre y abandonado, se vuelve plena, precisamente porque no puede dar “nada”: su correspondencia en el amor se manifiesta dándose, a su vez, en forma total.


Entre muchísimas anécdotas de la vida de nuestro Padre, quisiera escoger solamente una, particularmente expresiva y, en su sencillez, conmovedora. Se refiere a uno de los muchachos de los primeros tiempos del Oratorio, el cual


“venía de hacer las compras. Tenía en la mano, con las demás provisiones, un vaso lleno de vinagre y una botella con aceite. Al ver a Don Bosco, se puso a brincar de alegría y a gritar: - ¡Viva Don Bosco! Don Bosco, sonriendo, le dijo: - ¿Eres capaz de hacer como yo hago? – Y al decir esto, batía las palmas de la mano. El muchacho, que estaba fuera de sí por el contento, puso la botella bajo el brazo y gritó de nuevo: - ¡Viva Don Bosco! Y aplaudió. Naturalmente, para hacer esto, había dejado caer el vaso, la botella y todo lo que traía, y los vidrios se rompieron. Al oír esto, se quedó un momento como aturdido, y luego se puso a llorar, diciendo que, al regresar a su casa, su madre le habría pegado” (MB II, 94-95).


Todo se resolvió felizmente, gracias a la generosidad de la dueña de un negocio...


2.- También en esta perspectiva se subraya al máximo la importancia de la expresión-manifestación del amor. La Misión salesiana presupone que nuestros destinatarios prioritarios, aun siendo objeto privilegiado del Amor de Dios, carecen, sin embargo, de dicha experiencia-manifestación: de ahí la necesidad, más que en cualquier otro caso, de que la perciban lo más concretamente posible. Como dice Don Pascual Chávez: Tratar de ofrecer lo máximo a quienes, por desgracia, la vida les ha dado lo mínimo. Sin duda, un elemento fundamental es la posibilidad efectiva de su promoción integral, a través de la educación: de otro modo, todo queda en bonitas palabras o deseos piadosos.


3.- Pero hay todavía otro aspecto, que me parece particularmente importante y delicado, sobre todo en nuestros tiempos: la necesidad de que esa manifestación del Amor de Dios sea percibida a través de la manifestación (paterna-materna-fraterna) de nuestro agape-eros... como Don Bosco lo hacía. Y esto, debemos añadir inmediatamente, no tiene nada que ver con la sexualidad, y es todo lo contrario de una peligrosa desviación.


Hay un pasaje de la Ratio 2000 –en el fascículo sobre Las Admisiones- que sintetiza este rasgo, de manera ejemplar. Significativamente, alude al peligro que este amor, que se manifiesta al estilo salesiano, pueda confundirse con su radical falsificación: concretamente, la contraindicación homosexual. Sabemos que, por razones psicológicas particularmente sutiles, esta inclinación se acentúa sobre todo en el trato con muchachos frágiles e “indefensos”, como debería ser, por otra parte, el destinatario típico de nuestra acción educativa y pastoral.


El texto dice: “Por sus peculiares características, (la vocación consagrada salesiana) implica exigencias específicas en referencia a la homosexualidad. Se trata, en efecto, de una vocación misión que se vive en comunidades masculinas, que lleva a actuar en contacto constante con la juventud pobre, de preferencia masculina, necesitada de atención y de afecto, con un estilo de familia y un método que se expresan a través de la ‘amorevolezza’, la capacidad de hacerse amar y de demostrar el amor” (Le Ammissioni, p. 56-57, n. 77).


Debemos estar atentos, más que nunca, a evitar todo tipo de falsificación en este campo (que, por otra parte, es hoy más peligroso que nunca); pero ¡no podemos, por temor a esta falsificación, renunciar a un rasgo específico y esencial de nuestro Carisma! La identidad auténtica de nuestra castidad consagrada hace posible que seamos “testigos de la predilección de Cristo por los jóvenes, nos permite amarlos sinceramente, de modo que se den cuenta de que son amados, y nos pone en condiciones de educarlos en el amor y en la pureza” (C 81).


4.- Otro aspecto, muy importante y concreto, lo ha querido subrayar el Rector Mayor en su Aguinaldo 2008:


Promover los derechos humanos, en particular los de los menores, como camino salesiano para la promoción de una cultura de la vida y para el cambio de las estructuras. El Sistema Preventivo de Don Bosco tiene una grande proyección social (...) La educación a los derechos humanos, en particular a los derechos de los menores, es el camino privilegiado para realizar en los diversos contextos este compromiso de prevención, de desarrollo humano integral, de construcción de un mundo más igualitario, más justo, más saludable. El lenguaje de los derechos humanos nos permite también el diálogo y la inserción de nuestra pedagogía en las diferentes culturas de nuestro mundo”.


Quisiera terminar recordando nuevamente la frase final de la sección constitucional sobre la castidad: (El salesiano) “acude con filial confianza a María Inmaculada y Auxiliadora, que le ayuda a amar como amaba Don Bosco” (C 84).









1 JOSEF PIEPER, Amor, en: Las Virtudes Fundamentales, p. 451, citando a Stanislaus Graf von Dunin-Borkowski.

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