2.3.1 Pietro Braido Cap1 los tiempos de D

LOS TIEMPOS DE DON BOSCO


Pietro Braido: Prevenir no reprimir. El sistema educativo de Don Bosco.
Capítulo 1. pp. 13-25. Madrid, CCS, 2001. (Adaptación)


La vida de Don Bosco transcurre entre el 16 de agosto de 1815 y el 31 de enero de 1888. Su nacimiento coincide con la fecha que mar­ca, en Europa, el paso definitivo del ancien régime a la edad con­temporánea, favorecido por la fuerte sacudida que imprimió al de­sarrollo de la historia la revolución francesa y el imperio napoleónico (1789-1814). Pudo frenarse el cambio por las resoluciones concretadas en el Congreso de Viena (1814-1815), que orga­nizó provisionalmente la geografía política de Europa, y por la Santa Alianza (26 de septiembre de 1815).

Pero poco a poco irán prevaleciendo fenómenos históricos tan profundos, que acabarán cambiando, al final del siglo, el rostro de Europa y, en muchos aspectos, el del mundo entero. Entre los más importantes pueden señalarse: las rápidas transformaciones sociales y culturales; la revolución industrial; las imparables aspiraciones a la unidad nacional, que, inicialmente desatendidas, brotaron con fuerza extraordinaria en Alemania y en Italia; la expansión colonial de Euro­pa y el consiguiente imperialismo económico, político y cultural.

Como consecuencia se va dando un progresivo y diversificado paso del modelo secular de sociedad de estamentos (aristocracia, clero, tercer estado), a una sociedad burguesa basada en la divi­sión en clases. Se caracterizará por tensiones crecientes, agudiza­das por el nacimiento de un proletariado industrial, que se va ha­ciendo consciente de su propia miseria, de las injusticias existentes y, al mismo tiempo, del propio peso, sobre todo, gracias a las fuerzas emergentes del socialismo.

Enorme importancia histórica adquiere la revolución indus­trial, la más dramática después de la revolución neolítica, con imprevisibles repercusiones en todos los campos de la vida humana: técnico-científico, económico, cultural y político.

La revolución industrial, fundada en el capitalismo, nació en Inglaterra, en la segunda mitad del siglo XVIII, a mediados del 1800 arraigará con mayor o menor fuerza en Bélgica, Francia, Ale­mania, Suiza, en los Estados Unidos de América.

Italia deberá esperar hasta los veinte últimos años del siglo. En los decenios anteriores se puede hablar a lo más, de fenómenos de preindustrialización, en algunos ambientes concretos, por ejemplo en Turín.

Lentamente se irá haciendo más clara, extensa e intensa la as­piración a la unidad política nacional, impulsada sobre todo por las fuerzas liberales y democráticas, en contraste con el conserva­durismo político, por los regionalismos, por visiones particularis­tas: entre otras cosas, en Italia, por la condición especial del Esta­do Pontificio. Conviene tener presente que, después del Congreso de Viena, Italia, que nunca había llegado a lo largo de los siglos a la unidad nacional, aparecía dividida en nueve entidades políticas.

En los treinta años siguientes, la consolidación del capitalismo y la intensificación de la revolución industrial harán más dura la competición económica y se acelerará la carrera armamentista. Crece al mismo tiempo, en ámbito mundial, la necesidad de ex­pansión comercial, política y cultural. Su manifestación más am­plia y aparente es el colonialismo con la consiguiente radical transformación de los espacios extra-europeos. Y al mismo tiem­po se asoman a la historia mundial dos grandes potencias: Los Es­tados Unidos de América y Japón.

No hay que echar en olvido el fenómeno masivo de la emigra­ción, que desde 1840 al 1914 obliga a unos 30-35 millones de euro­peos a dejar el «viejo continente» y esparcirse por el mundo ente­ro. Determinante fue la expansión demográfica: la población de Europa en torno al 1800, incluida Rusia, era de 18 millones de ha­bitantes; en el 1850 tenía 274 y en el 1900, 423 millones.

Junto a la creciente complicación de la vida económica, social y política y el dilatarse, aunque sea lentamente, de las libertades, se va abriendo camino un evidente pluralismo en la concepción del mundo, de las ideologías políticas, de las ideas morales y religio­sas. Brotan grandes líneas de orientación de ideas y de acciones di­vergentes en entender y organizar tanto los destinos individuales como las formas de vida asociada. Además de persistentes fuerzas conservadoras y, a veces, retrógradas, se abren paso ideologías nuevas: liberales, casi continuadoras con el núcleo burgués de la revolución francesa: democráticas y radicales, más afines a sus ex­presiones jacobinas; nacionales y más tarde nacionalistas, de corte romántico; luego llegarían los socialistas por una parte y los cris­tiano-sociales por otra.

Para comprender el mundo espiritual italiano en su aspecto pastoral, en las iniciativas asistenciales, educativas, catequísticas, puede ser de utilidad una referencia histórica específica a la región pionera de Italia, el Piamonte, comprometida en acontecimientos decisivos y en importantes transformaciones en diversos campos: político, religioso, socioeconómico y educativo-escolar.


1. Elementos de transformación en el campo político

El principal acontecimiento político lo constituye la unificación nacional y el fin del poder temporal de los Papas: también en este aspecto, la historia política de Italia se mezcla necesariamente con la religiosa. Al final de este proceso de cambio (1870, con la caída de Roma), los nueve estados en que estaba dividida la península, formaron un único organismo político.

Es conveniente recordar la sucesión de los reyes de la Casa de Saboya que intervinieron en la «revolución» nacional: Víctor Ma­nuel I (1802-1821), Carlos Félix (1821-1831), Carlos Alberto (1831-1849), Víctor Manuel II (1849-1878), Humberto I (1878-1900).

En el período 1815-1848, predomina el clima de «restauración», que, en parte es «reacción». Van ganando terreno las ideas liberales y se difunden movimientos y sociedades, muchas veces secretas, enca­minadas a promover cambios más radicales en el campo político y social y de inspiración «democrática»: Carbonería, Federados, Liga estudiantil, la «Joven Italia» y la «Joven Europa» de G. Mazzini. Pe­riódicamente estallan movimientos revolucionarios: en los bienios 1820-1821 y 1830-1831, en 1834, en 1844 y en 1845. Es el preludio de la gran insurrección, de carácter político, social, nacional, que desde París se propaga a las principales capitales y ciudades europeas de febrero a junio de 1848. Se conceden espontáneamente o por la fuerza «Constituciones», abolidas en gran parte a raíz de re­presiones autoritarias. Carlos Alberto concede el Estatuto el 4 de marzo y declara a Austria la primera guerra de la Independencia (1848-1849), que acabó en derrota y en abdicación.

En relación con el orden anterior gran parte de los católicos se siente de improviso frente a situaciones de algún modo traumáti­cas: la libertad de prensa y, como consecuencia, la de propaganda religiosa, la competición con fuerzas laicas y a veces anticlericales, la abolición de privilegios seculares como el del foro eclesiástico y las inmunidades eclesiásticas con la ley Siccardi de 1850, la supresión de las Órdenes religiosas y la expropiación de los bienes en 1855, así como algunas limitaciones en campo educativo debidas a la ley Bon Compagni de 1848 y Casati de 1859.

El decenio 1852-1861 está dominado por la figura del Presiden­te del Consejo de Ministros Camilo Benso Cavour (había sido mi­nistro desde octubre de 1850). Apoyado en una coalición de libera­les moderados y de democráticos no extremistas liderados por Urbano Ratazzi promueve una enérgica política de liberalización laica del Estado, en base al principio: «Iglesia libre en el Estado li­bre», junto con una intensa y lograda actividad, encaminada a in­ternacionalizar el problema de la unidad de Italia. Ésta se realiza principalmente en el bienio de 1859-1860, con la segunda guerra de la independencia (1859), la expedición de los Mil (1860) dirigi­da por Giuseppe Garibaldi y las sucesivas anexiones. Se completa casi enteramente con la tercera guerra de la independencia (ane­xión del Véneto en 1866) y con la caída de Roma (1870).

Ya el 17 de marzo de 1861 Víctor Manuel II había sido procla­mado «rey de Italia» y Roma será capital en 1871. La Santa Sede no aceptó los hechos consumados, no reconoció la «ley de las garantías» (era la ley de 1871, mediante la cual el Estado Italiano pretendía legitimar la ocupación de Roma, la anexión al Reino de Italia de los Estados Pontificios) y en 1874 prohibió a los católicos participar en las elecciones del Parlamento de un Estado «usurpador».

En 1876, sobre la Derecha histórica, prevalece en el Parlamento la izquierda, formada por liberales y apoyada en fuerzas con fre­cuencia heterogéneas, de manifestaciones radicales y laicistas.


2. Situación en el campo religioso

También en campo religioso es evidente el paso de un primer perí­odo de alianza acentuada «entre el trono y el altar», a una crecien­te separación, en parte impuesta por medidas políticas considera­das ofensivas.

A pesar de todo, la presencia de la Iglesia y de los católicos en el campo religioso y social, fue notable.


2.1. En la Iglesia Católica

Los Papas se convierten en animadores de la reconquista cristiana de la sociedad, aureolados de nuevo prestigio después de las medi­das persecutorias revolucionarias (Pío VI) y napoleónicas (Pío VII). Son Pío VII (1800-1823), elegido en Venecia a la muerte de Pío VI en Valence (Francia), León XII (1823-1829), Pío VIII (1829-1839), Gregorio XVI (1839-1846), Pío IX (1846-1878), León XIII (1878-1903).

Indudablemente, en perspectiva mundial, la Iglesia Católica presenta signos evidentes de recuperación, de profundización y potenciación de las propias estructuras de su acción evangelizadora y pastoral. Hay un relanzamiento mi­sionero. Se multiplican los posicionamientos doctrinales: la definición del dog­ma de la Inmaculada Concepción (1854), la publicación de la encí­clica de Pío IX Quanta cura y del Syllabus (1864) «contra los errores del siglo», la celebración del Concilio Vaticano I (1868-1870) y la proclamación del dogma de la infalibilidad pontificia. Asistimos a una ola de conversiones, relacionadas con la corriente romántica.

Con León XII en 1824 hay una primera restauración de los es­tudios universitarios. Es el punto de partida para una elevación de la cultura y una más cuidada formación del clero que alcanza su apogeo con el papa León XIII. Al compromiso caritativo de los fie­les, se añaden, a lo largo de este siglo, y de una manera especial en Alemania y en Bélgica, expresiones de catolicismo social, que en­cuentran su primer «manifiesto» oficial en la encíclica Rerum novarum de 1891. Preceden a estas expresiones un robustecimiento más explícito del espíritu organizativo y apostólico del laicado.

Un fenómeno característico del Ochocientos, es, finalmente, la proliferación de congregaciones religiosas masculinas y femeninas con fines caritativos, asistenciales, educativos y misioneros.

Se multiplican así las manifestaciones populares de apoyo y se difunde el grito de «Vi­va Pío IX», con la presión creciente de los círculos «democráticos».

Pero a partir de 1848, en la que la viva simpatía por la causa de la unidad nacional italiana va acompañada de la declaración de la imposibilidad de intervenir directamente contra Austria, se agudizan las ambi­güedades y las incomprensiones. Y llega fatalmente el enfrentamiento que desembo­cará, después de la fuga del Papa a Gaeta (24 de noviembre), en un gobierno provisional laico y en la proclamación de la República Romana (5 de febrero de 1849).

A su vuelta a Roma (1850) reconquistada por las tropas france­sas el año anterior, Pío IX implantará una política intransigente, que excluirá cualquier posible pacto con el gobierno italiano sobre la existencia de la Roma papal y del Estado Pontificio.

Se puede hablar, con base y fundamento, refiriéndose a los es­tratos más vivos de la catolicidad, de un verdadero «caso de con­ciencia» que, a las dificultades de conciliar el «ser cristianos» y el ser «ciudadano» en el nuevo estado laico, añadía el conflicto entre la pasión por la unidad nacional y la fidelidad al Papa, jefe al mis­mo tiempo espiritual y soberano de un estado, cuya existencia era incompatible con esa unidad.


2.2. En la Iglesia de Turín

El Piamonte, claro está, no es extraño a la compleja problemática religiosa católica italiana. Antes al contrario, por su particular situación política, por el nivel económico y cultural (la región tiene la primacía en el porcentaje de alfabetización) y la abundancia de obras caritativas, asume una posición paradigmática. Durante la vida de Don Bosco se suceden en el gobierno de la iglesia turinesa cinco arzobispos: Colombano Chiaveroti, camaldulense (1813-1831); Luis de los condes Franzoni, de noble familia genovesa (1832-1862, desterrado del Reino Sardo en 1850, muerto en Lion en 1862); Alejandro de los condes Riccardi di Netro, de noble fami­lia biellesa (1867-1891); el turinés Lorenzo Gastaldi (1871-1883); el card. Gaetano Alimonda (1883-1891).

Por la situación histórica y su particular temperamento tuvie­ron un influjo más duradero Chiaveroti, Franzoni y Gastaldi.

De más interés para la iglesia turinesa e italiana fue el gobierno de mons. Franzoni Se dedica, en primer lugar, al cuidado del clero, así distribuido según una estadística de 1839: 623 sacerdotes dioce­sanos, 325 sacerdotes religiosos, 216 religiosos laicos, 213 monjas.

Con la Restauración la Iglesia del reino Sardo había recuperado los derechos y privilegios del ancien régime, en virtud de una legis­lación netamente confesional. La censu­ra eclesiástica es determinante en el sistema escolar de inspiración clerical. Predominan tendencias conservadoras y, a veces, hasta re­accionarias. Son miradas sospechosamente instituciones e innova­ciones tachadas de liberalismo, protestantismo o espíritu revolu­cionario: obras filantrópicas como el Refugio de la Mendicidad, las escuelas de infancia de Aporti, los cursos de metodología, las escuelas nocturnas y dominicales, los ferrocarri­les, los Congresos científicos.

Se exami­na allí el problema de la prensa y se invita a los obispos «a elaborar un proyecto de asociación para la prensa y difusión de los mejores escritos ecle­siásticos».


3. Elementos de transformación en el campo socio-económico

En este período de tiempo Italia presenta un mapa económico y so­cial muy heterogéneo según las regiones y las diversas entidades po­líticas. La población pasa de 18 millones al comienzo del siglo, a los 24 en 1850 y a los 34 al final del siglo. Es un país de estructura agrí­cola y artesanal; y continuará prevalentemente así, incluso durante la primera industrialización al final. Son grandes las diferencias entre regiones y, sobre todo, entre Norte y Sur. Pero, si bien en grados muy diversos, la pobreza es omnipresente, más en el campo y en la mon­taña que en las ciudades, meta, sin embargo, de las emigraciones de los pobres, con el cortejo inevitable de enfermedades físicas y men­tales, de desnutriciones o alimentación deficiente.

Fenómenos parciales de recuperación encontramos especial­mente hacia el 1850; y uno de los centros más interesados es, pre­cisamente, el Piamonte y Turín en particular. En el siglo XIX la ca­pital registra una notable expansión demográfica, económica y edilicia. La población de la ciudad aumenta cinco veces, pasando de los 65.000 habitantes en 1808 a los 320.000 en 1891, con un rit­mo de crecimiento particularmente rápido en los treinta años que van de 1835 a 1864 (de 117.000 a 218.000) y especialmente de 1848 a 1864 (de 137.000 a 218.000).

En el período más álgido de los comienzos del Oratorio la ciu­dad aumenta sus habitantes en 80.000, 25.000 de los cuales, en el quinquenio de 1858-1862.

No influyen solamente causas socio-políticas, sino también eco­nómicas: carestía en la montaña y en el campo; aumento de las fá­bricas en la ciudad: tejidos, almacenes, molinos, alimentación, fá­brica de armas, manufacturas de tabaco; aumento de la burocracia y del empleo; expansión edilicia (con otros puestos de trabajo); mejora de las comunicaciones: en 1858 el Piamonte tenía 935 Kms. de ferrocarril contra los 100 del reino de Napóles y los 17 de los Estados Pontificios; providencias legislativas extraordi­narias; iniciativas de la administración civil, también para preve­nir una posible crisis cuando se transfiera la capitalidad a Floren­cia (1865).

Se explica el típico fenómeno de las emigraciones internas, que preocupó expresamente al primer apostolado oratoriano de Don Bosco; y que, a escala más amplia, en Italia y en Francia fue el mo­tivo de que surgieran diversas obras después del 1870.


4. Transformaciones en el campo cultural, educativo, escolar

A la estabilización de los primeros decenios del siglo, sobre todo después de 1830, se inicia un interés gradual por la cultura y la escuela popular. La acción catequística se sitúa en un contexto de notable expansión pedagógica y escolar en el ámbito europeo y, en alguna medida, también italiano y piamontés. Pertenece a la primera parte del siglo el florecimiento del movimiento románti­co, más tarde de la peda­gogía y de la didáctica positivista. En Piamonte es manifiesta, a partir de los años treinta, la probada simpatía por los asilos de infancia de Ferrante Aporti, iniciados en Cremona en noviembre de 1828.

Aludiremos más adelante a reales o hipotéticos contactos entre las nuevas iniciativas del Ochocientos en el campo de la educación y las instituciones juveniles de Don Bosco.

En el plano de la organización escolar, tras el reaccionario Re­glamento de Carlos Félix (1822), se nota una primera y decidida ro­tura con el pasado provocada en 1848 por la ley Bon Compagni que consagra un cierto monopolio estatal que invierte la situación anterior, concentrando la instrucción pública en manos del Minis­tro Secretario para la Instrucción Pública.

Una reorganización general de la Instrucción Pública fue im­puesta por la ley Casati del 13 de noviembre de 1859. La mayor in­dependencia concedida a la escuela no estatal, se va año tras año recortando por el gobierno, como pudo experimentar Don Bosco mismo en la dirección de sus escuelas, y hay que decir que no siempre con modos legalmente correctos.

También a la escuela pública italiana se le presentaba un cami­no, a lo largo de todo un siglo, lento y difícil, y en especial en cuanto se refiere a la instrucción elemental y popular.