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Casa Salesiana “San Juan Bosco” Burgos, 24 de octubre de 2010 nº 91








  1. Retiro ………………….………..............................3–9

  2. Formación…………….……….........................10- 22

  3. Comunicación…………………………………………23 - 25

  4. Vocaciones…...….…..............................26 – 40

  5. La solana……………………………………………….41 - 45

  6. El anaquel……….…….............................46 - 70


  • Reseñas……………………………………….. 46 – 54

  • Juan de la Cruz………………………….. 55 - 61

  • Don Rua………………………………………62 – 70




Revista fundada en el año 2000

Segunda época


Dirige: José Luis Guzón

C\\ Paseo de las Fuentecillas, 27

09001 Burgos

Tfno. 947 460826 Fax: 947 462002

e-mail: jlguzon@salesianos-leon.com


Coordina: José Luis Guzón

Redacción: Urbano Sáinz

Maquetación: Valentín Navarro y Amadeo Alonso

Asesoramiento: Segundo Cousido, Mateo González, Óscar Bartolomé e Isidro Revilla


Depósito Legal: LE 1436-2002

ISSN: 1695-3681










Actitudes ante la reestructuración1


Bonifacio Fernández


La situación de los institutos de vida consagrada en este momento de la vida de la Iglesia es, en conjunto, de disminución. Hay quien lee esta situación como decadencia; otros la ven como crisis y oportunidad. Puede ser leída como equilibrio nuevo entre las formas de vida dentro de la Iglesia. Para otros se trata de la sustitución de la función de la vida consagrada por los nuevos movimientos eclesiales.


El magisterio de la Iglesia plantea este tema con realismo y con discernimiento. Reconoce que hay Institutos que corren incluso el riesgo de desaparecer. Es un hecho que en la historia muchos han desaparecido. En otros Institutos se plantea el problema de la reorganización de sus obras. El magisterio eclesial nos ofrece criterios orientativos para tomar las decisiones correctas en esta situación que obliga a reorganizar las obras. Vita Consecrata señala hasta cinco criterios. Y se refiere luego a las actitudes con las que hay que abordar estas situaciones problemáticas. Por su parte, la instrucción Caminar desde Cristo se refiere ampliamente a las dificultades de la vida consagrada2. "Con la disminución de los miembros en muchos institutos y su envejecimiento, evidente en algunas partes del mundo, surge la pregunta de si la vida consagrada. es todavía un testimonio visible, capaz de atraer a los jóvenes. Si como se afirma en algunos lugares el tercer milenio será tiempo del protagonismo de los laicos, de las asociaciones y de los movimientos eclesiales, podemos preguntarnos: ¿cuál será el puesto reservado a las formas tradiciones de vida con-sagrada? Ella, nos recuerda Juan Pablo II, tiene una gran historia que construir junto con los fieles"3. El problema de la disminución de voca-ciones retorna una y otra vez. Se ha convertido en un hecho dramático en algunos países. "En algunos países de antigua evangelización, se ha hecho incluso dramático debido al contexto social cambiante y al enfriamiento religioso causado por e! consumismo y el secularismo”4.


Ante esta situación problemática se proponen distintos caminos de salida: insistir en la pastoral vocacional, no disminuir la calidad dela vida religiosa. Pero en este artículo nos fijamos especialmente en las actitudes con las cuales abordar esta situación de reestructuración. Señalo hasta un decálogo de actitudes:






RESPONSABILIDAD


Esta actitud no se menciona explícitamente en los documentos. Pero es la que se pone en práctica. Se aborda la crisis. Se utiliza el análisis y la búsqueda de las soluciones.


Evita la tentación de dejar pasar el tiempo o mirar para otra parte. La responsabilidad lleva a plantearse los problemas y emplear la inteligencia en la solución. No deja que los temas se pudran. La tentación de la irresponsabilidad puede tomar distintas formas. Puede tomar incluso una forma religiosa: Dios dirá; Dios proveerá; estamos en manos de Dios. Este recurso a la providencia de Dios puede ser una huida, si no va acompañada del ejercicio de atención a las personas y a las obras.

La responsabilidad puede ser tentada también por el miedo al conflicto y la impopularidad. Las situaciones de crisis requieren análisis y decisiones dolorosas. Implican mirar de frente a las limitaciones, incluso a las posibles infidelidades. Ante ello las personas en el servicio de autoridad pueden estar tentadas de dejar pasar el tiempo y que los que vengan detrás...Los demás miembros de la Institución están muy inmersos en sus faenas para dedicar tiempo a tomar con-ciencia de la situación colectiva. La realidad es que las personas están cada vez más sobrecargadas, más disminuidas, con poco tiempo para la oración. Es imposible pensar en tiempos fuertes de formación.


La apelación a la providencia de Dios no será auténtico ejercicio de fe si implica una dejación del uso de la inteligencia, del corazón y de las manos. También la inteligencia es un don de Dios. Y la providencia de Dios nos llama a servirle con toda nuestra inteligencia y amor, con los recursos humanos. Nos ha hecho responsables. "Dios conduce la historia", es cierto. Pero ha puesto nuestra vida en nuestras manos.



MANEJO DE LA CULPABILIDAD


El hecho de que una provincia o un instituto entero estén en situación de crisis y disminución puede desencadenar un proceso de culpabilización. Suele ser una oportunidad en la cual se disparan los mecanismos de culpabilización. Puede motivar un ejercicio de auto-culpabilización neurótica con argumentos como éstos: estamos así porque hemos sido infieles; hemos llegado a esa situación porque hemos sido malos; porque hemos perdido la identidad, porque no hemos mantenido la radicalidad evangélica y nos hemos relajado. Nuestra vida no tiene ni atractivo ni fecundidad.


El mecanismo de la culpa y la disculpa puede dirigirse hacia fuera del grupo. La situación de la provincia, de la congregación, es el resultado de la sociedad en que vivimos. Estamos siendo marginados, perseguidos... La sociedad poscristiana nos ha vuelto irrelevantes.


Hay otros destinatarios de los mecanismos de culpabilización: el gobierno del propio instituto, la jerarquía de la Iglesia que no tiene aprecio a la vida consagrada...


Se trata de sentimientos personales y colectivos dificiles de manejar. Pueden ser una llamada a una sincera conversión personal, comunitaria, pastoral… Pero también puede convertirse en un mecanismo inútil y destructivo. La sabiduría y la madurez de las personas y especialmente de los gobernantes tienen que habilitar para el manejo de los sentimientos de culpa, a fin de que no sean destructivos, ni autodestructivos.



LA CONFIANZA


Las dificultades presentes en la vida consagrada no deben quebrar la confianza fundamental. El fundamento de esa confianza es la "fuerza evangélica de la vida consagrada"5. El fundamento de la confianza en el futuro se refiere a la vida consagrada en su conjunto. No se atribuye a ningún instituto en particular. Ninguno en particular posee la prerrogativa de la perpetuidad. Sólo la Iglesia en su conjunto tiene la promesa de la perpetuidad. En la medida en que la vida consagrada pertenece indiscutible- mente ala vida y santidad de la iglesia6 participa de la indefectibilidad de la Iglesia. Pero lo que sirve para la vida consagrada en conjunto, no es aplicable e ningún instituto en particular. Todos están sometidos a la provisionalidad de la historia humana en la cual se encarna la definitividad de la historia de salvación en Cristo.


Por eso mismo las situaciones de dificultad pueden ser interpretadas y vividas como un nuevo kairós, una nueva oportunidad de gracia7. La historia de la salvación continúa hoy en nosotros. Dios se nos revela y comunica a través de los acontecimientos de la vida personal, comunitaria, social.


Es cierto que la dimensión religiosa de vida humana no ha desaparecido; pero se ha modificado hondamente. Estamos viviendo bajo el influjo de los cambios. Podemos confiar en que se trata de ajustes profundos de la experiencia religiosa, de su expresión y configuración cultural.




LA FIDELIDAD


La exhortación apostólica postsinodal Vita Consecrata recuerda que no estamos obligados al éxito; lo que se nos pide es la fidelidad. La cuestión es cómo entender esa fidelidad. En cualquier caso tiene que ser una fidelidad creativa. Se trata de ejercitarla obediencia religiosa congregacional. Ello requiere un serio discernimiento de la voluntad de Dios sobre el instituto. Como todo proceso serio de discernimiento implica ejercicio de fe, de oración, de diálogo fraterno, de estudio y reflexión. La pregunta ineludible es; ¿Qué quiere decirnos el Espíritu a través de esta situación? ¿Qué significan los datos objetivos de tipo sociológico y biográfico leídos en clave de fe? ¿Hacia dónde nos quiere llevar? ¿Qué pasos tenemos que dar? ¿Qué lectura creyente de esta realidad estamos llamados a hacer?


La situación problemática en que se encuentran algunas provincias, demarcaciones o distritos de las órdenes es evidentemente una oportunidad para la fidelidad creativa. Los interrogantes surgen directamente de la realidad. Son improrrogables. Está en juego la vida real de muchas personas. Que una obra haya terminado su ciclo vital y se cierre, no implica infidelidad. Que haya que reducir el número de organismos, puede ser una señal clara de fidelidad creativa, siempre que sea para un servicio más decidido a la misión. Es a la misión de Jesús confiada a la iglesia y por ella al Instituto a la que se debe la fidelidad. Se trata de una fidelidad dinámica llena de coraje y de la imaginación de la caridad.



LA SERENIDAD


Es importante en momentos de disminución no dejarse llevar del pesimismos. La sensación de angustia y de pánico puede asaltar en momentos de encrucijada, en los cuales no se ve la salida. Poner en marcha un proceso colectivo de revisión de posiciones pastorales requiere capacidad de empatía, por una parte, y de firmeza por otra. Las presiones de todo tipo contra el cambio son muy fuertes: sentimientos de fracaso, cuestionamiento de la propia identidad. Por eso se requiere por parte de los gobernantes esta combinación de fortaleza y atención a los sentimientos de las personas. Sobre todo cuando las decisiones son críticas, se requiere instaurar verdaderos procesos, en los cuales el diálogo y la escucha son fundamentales. Se trata de ir generando consensos de acción. Esta actitud de consenso es especialmente importante por parte de los equipos de gobierno de las instituciones que hay que transformar.



DOCILIDAD


En procesos de fusión es imprescindible la actitud de docilidad: dejarse enseñar y formar todos por los acontecimientos, por los datos. Sólo a través de ellos se puede ser fieles al Espiritu. Puesto que se trata del Espíritu del Dios resucitador es siempre sorprendente; no se deja programar ni encerrar en nuestros esquemas. No conectan con este espíritu los que estén con-vencidos de que lo saben todo y no tienen nada que aprender. La docilidad implica apertura y escucha; dejarse interpelar. Hay que huir de llamado "síndrome de Emaús", es decir, que viendo no ven pues su corazón está embotado. El Espíritu puede hablar por todos; no es verdadera escucha la de quien adopta el rol del maestro para ver lo que los "discípulos" no saben y él puede enseñarles. La verdadera escucha requiere estar dispuesto a cambiar, a dejarse contrastar por lo que escucho. Sólo quien está dispuesto a la conversión, puede escuchar con el corazón. Y más al fondo, sólo si estoy convencido de que Dios me puede hablar a través de los hermanos, me haré vulnerable y me dejaré afectar.



LA MINORIDAD


Frecuentemente vivimos una cierta idolatría de los números en nuestra sociedad. Son el reflejo del poder. En una sociedad y en una lglesia donde se valora mucho la cantidad, la disminución es vista como insignificancia. En esta línea percibimos que en la vida eclesial se vive también esta idolatría de los números. Cuentan las personas y los grupos que son numerosos. Cuentan los líderes que son capaces de movilizar un gran número de personas y de recursos. Las preguntas más repetidas: ¿cuántas personas asisten? ¿Cuántos alumnos hay? ¿Cuántos sois en vuestra orden?


En la sociedad del mercado, de la competitividad y de la eficiencia, corremos el riego de dejamos deslumbrar por la cantidad. Estamos tentados de confundirla cantidad con la calidad. El que más tiene es más, vale más, vive más, es más feliz. Frente a la seducción del tener y del aparecer, la presente situación de disminución representa una oportunidad para convertirse a la calidad. El hecho de ser "un pequeño rebaño" puede ser vivido como "un signo providencial que nos invita a recuperar la propia tarea esencial de levadura, fermento, de signo y de profecía. Cuanto más grande es la masa que hay que fermentar, tanto más rico de calidad deberá ser el fermento evangélico, y tanto más excelente el testimonio de vida y de servicio carismático de las personas consagradas".



CONFIGURACIÓN CON EL JESÚS CRUCIFICADO


Creo que no está equivocado el abordar la situación colectiva de disminución de fuerzas y de iniciativas con las actitudes que se proponen para las situaciones personales a las que inevitablemente todos nos acercamos. Al tratar de la formación permanente siguiendo las etapas de la vida, se refiere Vita Consecrata a que cada edad puede pasar por situaciones críticas10. Puede provenir de factores externos o de motivos estrictamente personales, entre ellos se menciona la crisis de fe o de identidad, la sensación de insignificancia, dificultad en el trabajo o el fracaso apostólico.


Lo que se propone como ayuda para la vivencia de las situaciones personales es extensible a los procesos comunitarios11.


Se destaca la importancia del acompañamiento cercano y afectuoso. Los procesos colectivos de aceptación de la disminución de las obras, del número de personas requieren una gran dosis de comprensión y paciencia. Algunas personas han invertido su vida en esas misiones y posiciones que ahora tiene que ver cómo mueren. Es una forma de muerte personal. El proceso tiene que ver con la despedida y luto, sobre todo cuando la presencia en un lugar, la obra, no tiene continuadores, sino que simplemente se deja morir.


En último término es fecunda la memoria de la importancia de actitud de configuración con el crucificado. Se trata de experiencias de purificación y anonadamiento. Son posibles oportunidades de crecimiento personal. Y de seguimiento de Cristo Crucificado. Esta mística de la cruz es fuente de fecundidad. Se puede vivir el proceso de divinización de nuestras pasividades, especialmente las pasividades de disminución12.



SEGUIMIENTO DEL MESÍAS CRUCIFICADO


Al tratar de la aceptación de las negatividades personales y colectivas corremos el riesgo de desarrollar una cierta mística de exaltación de la cruz y del dolor. Creo que es un tema en el que hay que afinar. La crucifixión de Jesús no puede dar cobertura a una actitud de fatalismo o resignación. Jesús no fue crucificado por su omisión; fue condenado a muerte y eje-cutado por su forma de ser el mensajero y el mensaje del Reino de Dios. Jesús tuvo la pretensión de inaugurar una nueva etapa en la gran historia de salvación. Y una etapa nueva sobre la base del Dios de Reino, del Dios Padre buscador de los perdidos y de los pecadores.


La crucifixión de Jesús fue la consecuencia de su forma de vivir, de amar al Padre y a los hombres, de ser libre y liberador. La crucifixión de Jesús es la abreviatura de su vida. No es pues la exaltación del dolor por el dolor; es la aceptación de las consecuencias históricas de su misión. Y estas consecuencias fueron humanamente el fracaso. Pero la Pascua muestra que su ignominiosa y cruenta crucifixión fue en realidad el paso de la muerte a la vida resucitada.


Seguir al crucificado es continuar su misión de riesgo. Pero es también continuar su confianza en el Padre y su amar a todos en la muerte y a través de la muerte: la muerte no tiene la última palabra en la historia. Dios puede sacar vida de la muerte, futuro de la esterilidad, hacer posible lo que parece imposible. De ahí la importancia de la actitud orante para descubrir cuáles pueden ser los miedos al sufrimiento y los apegos al poder, a la costumbre, al prestigio, que impiden aceptar la muerte de algunas realizaciones para que otras tengan más vida.




ARS MORIENDI CARISMÁTICA


No se puede excluir que la disminución e incluso la muerte de un instituto sea precisamente la voluntad de Dios. Puede ser que su ciclo vital haya concluido. Las razones apostólicas, devocionales y espirituales por las que surgió el carisma específico han dejado de tener actualidad. Ya han cumplido la misión para la que fue suscitado en la iglesia. Ha terminado su tiempo. Ya ha enriquecido a la comunidad cristiana; la necesidad para la que surgió ya ha desaparecido de la sociedad. La fecundidad de un instituto o de una obra concreta no se limita a su existencia física. Lo obra tiene una repercusión que le pertenece y la supera.


Será dificil hacer el discernimiento y llegar a la conclusión práctica de que una obra o institución ha terminado su ciclo vital. Pero si se llegara, es el momento de morir con alegría. El testimonio de morir de forma carismática será un servicio decisivo y permanente para el resto de los institutos.


NOTAS

1 VC. 63

2 Caminar desde Cristo. n.11 ss.

3 CdC.12

4 NML 46

5 VC.63

6 "Esto significa que la vida consagrada, presente desde el comienzo, no podrá faltar nunca a la Iglesia como uno de sus elementos irrenunciables y característicos, como expresión de su misma naturaleza" (VC.29).

7 CdC.13

8 "La palabra del Maestro debe suscitar en todos sus discípulos y discípulas un gran entusiasmo para recordar con gratitud el pasado, vivir con pasión el presente y abrirnos con confianza al futuro". CdC.19

9 CdC.13

1 o VC. 70

11 NMI. 25-27; CdC. 27

12 Cf. Pierre Teilhard de Chardin, El medio divino, Madrid 1981, p. 49ss. Alianza/Taurus.








El sufrimiento, ¿roca del ateísmo o ámbito de la revelación divina?2



Da la impresión de que en la reflexión racional y filosófica sobre el tema del sufrimiento no hemos llegado mucho más allá del famoso dilema de Epicuro: "0 Dios quiere suprimir los males y no puede, o puede y no quiere, o ni quiere ni puede, o quiere y puede. Si quiere y no puede es débil, lo que no corresponde a Dios; si puede y no quiere es envidioso, lo que también es ajeno a Dios; si ni quiere ni puede, es a la vez débil y envidioso y, por tanto no es Dios; si quiere y puede es lo único que conviene a Dios, ¿Cuál es entonces el origen de los males y por qué no los suprime?" Nuestro objetivo no es resolver el dilema, ni tampoco abordar la cuestión del sufrimiento desde una perspectiva más realista y comprometida. Sencillamente, vamos a limitarnos a mostrar, desde la perspectiva del historiador de las ideas teológicas, hasta qué punto ha sido precisamente el sufrimiento el ámbito donde se ha configurado la imagen, primero judía y luego cristiana de Dios, de tal manera que ha sido confrontándose con el sufrimiento como el pensamiento creyente, reflejado en los escritos tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento, ha desarrollado la idea de Dios vigente en la fe cristiana.



El dolor, ¿la roca del ateísmo?


El peso del sufrimiento suele aparecer hoy como una de las más firmes dificultades para afirmar la existencia de Dios. El teólogo W. Kasper escribió: "Las experiencias del sufrimiento inocente e injusto constituyen un argumento existencialmente mucho más fuerte contra la creencia en Dios que todos los argumentos basados en la teoría del conocimiento, en las ciencias, en la crítica de la religión y de la ideología y en cualquier tipo de razonamiento filosófico".


En la historia del pensamiento bíblico, en cambio, el dolor, lejos de ser la roca del ateísmo, aparece de hecho como el horizonte en el que el creyente sentía que se encontraba con Dios cara a cara. Seleccionaremos los cuatro hitos más significativos en el desarrollo de este pensamiento: 1) El sufrimiento ha sido el ámbito en el que ha surgido el monoteísmo absoluto. 2) Gracias al sufrimiento del inocente empezó a considerarse a Dios como misterio. 3) De modo semejante, ante el sufrimiento de los mártires surgió también la fe en Dios como resucitador de muertos. 4) Finalmente, desde la cruz de Jesús, se llega a la concepción de Dios como alguien capaz de abajarse en el amor hasta sufrir en el otro, asumiendo la negatividad de aquello que ama para salvarlo y transformarlo, y cuyo telón de fondo constituye la misma fe trinitaria.



TEOLOGÍAS DE LA HISTORIA Y DE LA CREACIÓN EN EL AT


Es sabido que los textos bíblicos, tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento, reflejan no sólo la mentalidad de autores distintos, sino también distintas experiencias religiosas que reflejan teologías distintas, es decir, maneras diversas de representarse a Dios y sus relaciones con el mundo y con el hombre. Es cierto que en todas ellas subyace una unidad fundamental, pero es la consideración de su pluralidad lo que nos permite hacernos una idea de la profundidad y riqueza de la concepción bíblica de Dios y de nuestras relaciones con Él.


Podemos señalar dos grandes ámbitos teológicos en los libros del Antiguo Testamento. Por un lado, lo que podemos llamar las teologías de las tradiciones históricas y, por otro, lo que podríamos denominar teología de la creación.


Entendemos por teologías de la historia el conjunto de reflexiones del pueblo de Israel que se centra en los acontecimientos históricos. Partiendo de la liberación de unos grupos seminómadas de sus opresores egipcios obrada por Dios en su favor, el pueblo de Israel irá reflexionando sobre los acontecimientos históricos que vive, con lo que irá desarrollando diversas formas de concebir a Dios, el mundo, la nación, el hombre y sus relaciones con el devenir histórico.


Junto a este pensamiento, va a generar también lo que podríamos llamar teología de la creación. El objeto de su reflexión es ahora la experiencia de la salvación repetida cada día de nuevo en la creación, que a todos los hombres alcanza. La teología de la creación es más universal y se desarrolla en unas formas de expresión y de pensamiento más comunes a las del entorno de Israel que las teologías de la historia. Esta reflexión está recogida principalmente en los libros sapienciales.


A lo largo del desarrollo del pensamiento veterotestamentario ambos grupos de teologías compartirán temas y se entrecruzarán en muchos puntos, pero queremos resaltar que, al final del período veterotestamentario, ambos grupos de pensamiento se acabarán fusionando, de modo que el Dios salvador de las tradiciones históricas y el Dios creador serán el mismo y único Dios.



EL MONOTEÍSMO DE ISRAEL


El monoteísmo radical es uno de los frutos del pensamiento teológico que parte de los acontecimientos históricos. Israel llegó a concebir que su Dios, Yavé, era el único Dios de todos los pueblos precisamente en la confrontación con el sufrimiento histórico que tuvo que padecer como nación al ser derrotado por Nabucodonosor II (586 a. C.), con la destrucción de su capital y la deportación de las clases dirigentes impuesta por el vencedor.


Desde los inicios del pueblo de Israel el yavismo adoró a un dios solo, que no es lo mismo que a un solo Dios. Que el yavismo adorara a un dios solo tampoco significa que el pueblo fuera sólo yavista. El origen de la fe yavista en Israel se encuentra en la aventura histórica de la salida de Egipto bajo la guía de Moisés en el siglo XIII a. C. Sin embargo, este yavismo primitivo, compartido por los clanes y tribus escapados de Egipto, no puede considerarse un yavismo cabal. En el mejor de los casos consistió, más bien, en una monolatría y así continuó durante toda la época monárquica. De hecho, desde el siglo XIII hasta el siglo VI a. C. los israelitas practicaron un sincretismo religioso en el que el culto a Yavé se mezclaba con el culto a otros dioses, especialmente cananeos, fenicios y asirios.



Consecuencias de la destrucción de Jerusalén


Con el correr del tiempo el yavismo fue reclamando la exclusividad de Yavé como único Dios del pueblo de Israel, sin perjuicio de que los otros pueblos sirvieran a otros dioses, a los que Israel concede no sólo la existencia, sino también, al menos, la reverencia y el respeto. Y fue precisamente la destrucción de Jerusalén por obra de Nabucodonosor, que tuvo como consecuencia la deportación de la élite política y religiosa de Israel, el acontecimiento histórico que hizo avanzar el pensamiento deuteronomista hacia la confesión de Yavé como único Dios de todos los pueblos.


Dos eran los escollos que la teología deuteronomista había de sortear. Por un lado, la tradición teológica del reino del Sur, según la cual Yavé había elegido un monarca, David, una dinastía, la davídica, e incluso, tras la caída del reino del Norte el año 722 a.C., Yavé había elegido también el monte de Sión como lugar para habitar. Pero este concepto de elección, que podemos considerar algo así como el "dogma" que había unificado el pensamiento teológico del reino del Sur, quedaba en entredicho con la destrucción de Jerusalén y de su templo: ¿es que Yavé había renunciado a habitar Jerusalén? Si esto era así, había que dar por concluida la elección davídica y con ella el pensamiento teológico legitimador del reino del Sur, avalado hacía más de un siglo nada menos que por el profeta Isaías.


Ahora bien, si se sostenía la vigencia del "dogma" de la elección, la cuestión quedaba desplazada al instante al otro polo. Si Yavé no se había arrepentido de su elección, entonces la destrucción de Jerusalén y su templo a manos de Nabucodonosor remitía a la pregunta por el poder de Yavé, Dios de Israel, en comparación con el poder de Marduk, dios de Babilonia. ¿Había que pensar que Yavé había sido vencido por Marduk? ¿O Yavé había muerto con la destrucción de su templo? El dilema que se presentó a la teología israelita sería como el atribuido a Epicuro: ante el desastre de Jerusalén, o Yavé ha rechazado la elección de Israel, es decir, no es bueno o ha sido vencido por Marduk, es decir, no es todopoderoso. En caso contrario, ¿cómo explicarse la destrucción de Jerusalén y su templo, el lugar que Yavé se eligió para habitar?



Un único Dios responsable de todos los pueblos


Ante las ruinas de Jerusalén los teólogos deuteronomistas rompieron el dilema llevando a sus últimas consecuencias dos ideas tradicionales del pensamiento yavista. Primero radicalizaron la idea tradicional de que Yavé era el único


Dios a quien Israel debía dar culto convirtiéndola en un verdadero monoteísmo: Yavé pasó de ser el único Dios responsable de Israel, según entendían los grupos yavistas, a ser el único Dios responsable de todos los pueblos. Ahora bien, si Yavé no había sido vencido por Marduk, ¿probaba la destrucción de Jerusalén que Yavé había olvidado a Israel y que la elección divina podía darse por concluida? Para responder en sentido negativo a esta cuestión los teólogos deuteronomistas se sirvieron de la radicalización de otra idea también tradicional. Nos referimos a la categoría de "castigo" que había surgido en el pensamiento de los profetas del siglo VIII a.C. del reino del Norte. A1 comprender la destrucción de Jerusalén como castigo, en lugar de anular, reforzaron el "dogma" de la elección. Desde ese momento, el único Dios de todos los pueblos ha elegido benévolamente a Israel y, apoyándose en la tradición del profeta Oseas, la teología deuteronomista comprende la destrucción de Jerusalén como un castigo de Dios, que no lleva implícita una imagen negativa de Dios. De una mala comprensión de esta concepción veterotestamentaria ha surgido en el pensamiento cristiano, ya desde Marción, una contraposición entre el Dios del AT, como un Dios del castigo y de la venganza, y el Dios del NT, que será un Dios del Amor. La reflexión teológica de Israel llegará a la conclusión de que su sufrimiento no ha podido ser causado por otros dioses o poderes distintos de su Dios, pues éste es el único Señor de la historia toda. Ahora bien, esa acción de Dios contra su pueblo no sólo no testifica el final del amor de Dios para con Israel, sino que precisamente lo demuestra. El castigo resulta entonces el medio del que


Dios se ha valido para llamar al pueblo a la conversión. Y así, gracias a la vivencia religiosa y a la genialidad de los teólogos deuteronomistas, surgió el monoteísmo radical compartido hoy por judíos, cristianos y musulmanes.




EL LIBRO DE JOB: LA REVELACIÓN DE DIOS COMO MISTERIO


El sufrimiento es la prueba de que el mundo no tiene explicación en sí mismo. En un mundo que se autoexplicara no habría sufrimiento; podría en todo caso haber dolor, si lo entendemos como limitado a la mera señal reactiva a cualquier disfunción física o biológica. Veamos cómo el pueblo de Israel llegó a ese descubrimiento. Es el momento en que el pensamiento israelita llegó a comprender a Dios como misterio. A1 hablar de Dios como misterio no nos referimos simplemente a un enigma, a algo que no conocemos bien; al hablar de Dios como misterio queremos expresar que la divinidad no es asimilable a los procesos intramundanos. Este es el mensaje central del libro de Job.



Armonía del mundo y sufrimiento del inocente


Esta obra se sitúa en la tradición de la literatura sapiencial. Ni Job ni ninguno de los personajes que intervienen en el libro son israelitas. Por otra parte, es el libro bíblico en el que más diversos son los nombres divinos. Ambos indicios sitúan la obra en un horizonte no circunscrito a las tradiciones históricas de Israel. La cuestión planteada en el libro es la pregunta por el sentido del sufrimiento inmerecido del inocente, que afecta a todos los hombres, y por la injusticia que supone. Como nos suele pasar también a nosotros, si Job tuviera la respuesta al porqué no le resultaría tan difícil soportar el sufrimiento inmerecido.


El pensamiento sapiencial de Israel y del Antiguo Oriente próximo concibe el mundo como una obra armónica surgida del poder creador de la divinidad, como puede verse en el relato del Génesis. La armonía del mundo creado transmite una palabra al hombre sobre la bondad y benignidad del Creador y, al mismo tiempo, le invita a dejarse abrazar por esa misma armonía adecuando su actuación al orden o justicia cósmicos con que Dios ha construido su obra. De acuerdo con esta concepción, los males que afectan al hombre serían sólo momentos del funcionamiento armónico del mundo y, por tanto, consecuencia intrínseca de la actuación del hombre, cuando éste no ha logrado descubrir las leyes inmanentes de la creación o ha sido incapaz de adecuar su comportamiento a las exigencias de dichas leyes. En esta concepción, los males y, por tanto, el sufrimiento no se conciben como castigo extrínseco a la actuación humana que pudiera depender de la decisión de la divinidad, sino como consecuencia obligada de la trasgresión del orden de la creación. Esta armonía cósmica, tal como la concibe el sabio del Antiguo Oriente, gobierna también el comportamiento humano y las mismas acciones de los dioses. Sin embargo, la sabiduría israelita fue más reacia que la de los pueblos de su alrededor a asimilar a Dios a los procesos mundanos, lo que se refleja en la ausencia prácticamente total de rituales mágicos en sus textos.



El mal no unido a una incorrecta actuación humana


La sabiduría de Israel y del Antiguo Oriente no tardó mucho en caer en la cuenta de que 1a existencia humana se siente frecuentemente amenazada por males cuya conexión con una incorrecta actuación previa del hombre era desconocida o no se podía establecer. El caso más típico es quizás el de la enfermedad. Es el ejemplo que recoge el libro de Job para plantearse la cuestión del sentido del sufrimiento inmerecido.


En este relato, cada uno de los personajes formula tesis que hacen responsable del mal y del sufrimiento que produce, alternativamente, al hombre y a Dios. Pero las tesis propuestas aparecen como respuestas insuficientes. De ahí su conclusión y lo que constituye el mensaje de la obra. El sufrimiento no tiene una explicación que pueda ser alcanzada por el hombre. Su comprensión le sobrepasa. Dios quita la razón a los amigos que, por defender la justicia divina, no han sido honestos con la verdad del dolor humano, pero tampoco da la razón a Job que, por defender al inocente que sufre, se ha atrevido a hacer responsable a Dios de su sufrimiento. Job reconoce su osadía. "Me siento pequeño, ¿qué replicaré?, me taparé la boca con la mano" (Jb 40,4), mientras Dios remite la imposible comprensión del sufrimiento al misterio, mayor aún si cabe, de la misma creación.


Pero, por otra parte, Job se ha sentido conducido a descubrir a Dios de un modo nuevo. Abrumado ante la presencia del Creador que le apabulla con la grandeza de su obra sólo acierta a balbucir: "traté, sin comprender, de maravillas superiores a mí que no conocía ...De oídas sólo había sabido de Ti, mas ahora te han visto mis propios ojos" (Jb 42,3b.5). Antes creía conocer a Dios porque sabía del funcionamiento de la creación. Pero sólo ahora lo conoce en realidad porque lo han visto sus ojos, es decir, porque se le ha dado a conocer de un modo nuevo gracias a que ha sufrido. La enfermedad inmerecida e inexplicada le ha llevado a conocer de otro modo al Creador, que antes creía conocer. El fondo de esa revelación consiste en que el ser de Dios no puede ser asimilado a la sucesión de los fenómenos intramundanos. El sufrimiento se convirtió así en el punto de apoyo para configurar una nueva imagen de Dios. La trascendencia y la libertad de Dios frente a los procesos del mundo creado, tal como las entiende el libro de Job, son un nuevo intento de responder al problema de la teodicea en la tradición bíblica.



LA POLÍTICA: DIOS, RESUCITADOR DE MUERTOS


El AT no concibe la resurrección de los muertos como exigencia debida a nuestra constitución antropológica, sino como atributo divino, porque al final del período veterotestamentario, la resurrección de los muertos se convirtió para la tradición bíblica en la condición de posibilidad de la teodicea.


El razonamiento ético de los sabios de Israel de finales del siglo III y comienzos del II a.C. afirmaba que si Dios es un misterio para el hombre, la razón humana es incapaz de descubrir la voluntad divina, a menos que sea Dios mismo quien se la revele. Ahora bien, para las tradiciones teológicas de la historia israelita, Dios les había dado a conocer su voluntad al entregarle a Moisés las tablas de la Ley en el Sinaí. ¿Para que necesita, pues, el hombre investigar cual es la voluntad de Dios si Éste ya se la ha revelado? Lo único necesario es cumplirla. Esta concepción, según la cual la sabiduría no se alcanza por industria humana, sino que es sólo accesible por revelación de Dios y, en consecuencia, la ética debe ser descubierta en esa misma revelación divina, es la clave de bóveda de la Sabiduría de Jesús ben Sira.



La muerte de los mártires


Ahora bien, en la última etapa de formación de los textos veterotestamentarios, cuando las teologías de la historia y de la creación se habían fusionado ya en un único cuerpo de pensamiento, el pueblo judío vivió un tipo de sufrimiento especial: la muerte de los mártires. La persecución religiosa de Antíoco IV Epífanes, durante los años 167‑164 a.C., que se nos narra en los libros de los Macabeos, condujo a bastantes fieles judíos a la muerte. Los mártires sufrieron la muerte por mantenerse en la fe recibida de sus padres.


Las preguntas planteadas en el libro de Job adquirieron ahora una radicalidad aún mayor. Job se preguntaba por el sentido del sufrimiento del inocente y cómo podría el hombre considerar a Dios como alguien benévolo si permite el sufrimiento inmerecido del inocente sin intervenir. La imposibilidad de responder a esta cuestión condujo a los sabios a sentir la necesidad de fundamentar la ética no desde la razón humana sino desde la revelación. Pero resultaba que quienes se habían dejado guiar en su actuación por el mandato de Dios eran inexorablemente conducidos a la muerte. Y al contrario, los judíos infieles, no sólo se libraban del martirio, sino que, con frecuencia, alcanzaban honores y lograban cargos políticos bajo el reinado seléucida.



Muerte con sentido


Es obvio que la muerte martirial, cualquiera que sea la causa que el mártir aprecia más que su vida, deja planteado el dilema entre la locura o el sentido. Que la muerte de los mártires podía considerarse una locura no se escapaba al buen sentido del israelita. Pero, al mismo tiempo, si algo significa la muerte del mártir es que, a pesar de su misterio y de su opacidad, el mártir afronta su muerte y, por tanto, el sufrimiento con sentido. Ahora bien, cuando la muerte y el sufrimiento son la consecuencia de la fidelidad a Dios, la imagen de Dios queda en entredicho. ¿Cómo es Dios que puede exigir a sus fieles, quedándose en silencio y sin intervenir, el sacrificio de la propia vida en aras a la fidelidad? La pregunta del libro de Job asciende un peldaño más para transformarse en ésta: ¿cómo es posible que Dios permita el sufrimiento del inocente precisamente por serle fiel?



El Dios de la vida enfrentado a la muerte


Pero aquí, de nuevo, entre el sufrimiento y la vivencia religiosa volverá a triunfar la vivencia religiosa. Eso sí, haber padecido el sufrimiento conducirá otra vez a reconfigurar el rostro de Dios. La muerte de los mártires obligará al pensamiento israelita a pensar un nuevo atributo para su Dios. El Dios de Israel siempre había sido un Dios de la vida. La fidelidad de los mártires obliga ahora al Dios de la vida a enfrentarse con la muerte. El amor de Dios y su fidelidad no pueden ser menores que el amor y la fidelidad del mártir. Tampoco su poder puede ser menor que el de la muerte. De aquí surgirá la esperanza en la vida ultraterrena, al menos para los justos, como un nuevo atributo de Dios apoyado en los ya tradicionales de su amor, su poder y su justicia.




EL DIOS CRISTIANO FRENTE AL SUFRIMIENTO


Hemos mostrado cómo tres de los rasgos más significativos que configuran la imagen de Dios, tal como es presentada en el AT, heredados luego por la fe y la teología cristianas, han surgido en confrontación con el sufrimiento. Pero, en la perspectiva cristiana la revelación de Dios alcanza su culminación y plenitud en Jesucristo. Y en concreto, en su misterio pascual: misterio de cruz y resurrección, de muerte y de vida.


La pregunta que nos venimos haciendo suena ahora así: ¿qué significa el sufrimiento, más precisamente dicho, el sufrimiento injusto del inocente ‑eso es la cruz‑ en la revelación del Dios cristiano? La respuesta puede asumirse en una polaridad. En Jesucristo Dios se ha manifestado como Padre liberador del sufrimiento. Ahora bien, esa liberación del sufrimiento no acontece negándolo o evitándolo desde fuera, sino asumiéndolo y dejándose afectar de alguna manera por él. Es decir, que el amor y el poder del Dios cristiano no son incompatibles con el sufrimiento. Al contrario, la imagen de la divinidad sólo es cristiana cuando en lugar de pensarla ajena por completo al sufrimiento humano se la reconoce, aun en medio de su inmutabilidad, dejándose afectar por el sufrimiento injusto del inocente y haciéndose presente en él, compadeciéndolo en el amor.



El anuncio del Reino incluye la imagen de Dios como liberador del sufrimiento


La predicación de Jesús se centró en el anuncio de la proximidad del Reino de Dios. En el NT el concepto o símbolo "Reino de Dios" no se define ni su contenido es descrito con pormenores. Este hecho no resulta difícil de explicar, dado que gracias a la tradición veterotestamentaria su significado resultaba bien conocido. El concepto "Reino de Dios" sirve para expresar la acción soberana de Dios sobre el mundo e incluye las siguientes tres dimensiones. Ante todo, la llegada del Reino Dios se inaugura con el perdón de los pecados por parte de Dios, restaurando así la relación cordial entre Dios y los hombres rota hasta este momento por el pecado. Reconciliados con Dios, las relaciones entre los hombres se basarán en el cumplimiento de las estipulaciones de la alianza y, en consecuencia, quedarán fundadas en la justicia. He aquí la segunda dimensión inherente al Reino de Dios: el triunfo de la justicia en las relaciones entre los hombres, individual y socialmente considerados.

Finalmente, la soberanía de Dios incluye un tercer aspecto, el de la reconciliación del hombre con la naturaleza. En la tradición bíblica, el Reino de Dios implica la erradicación de los males que produce la injusticia pero también la victoria sobre la muerte y el sufrimiento. En una palabra, todos los males que afectan al hombre: los producidos por la injusticia y el pecado y aquellos que podríamos llamar naturales, cuyo origen estriba en la limitación y finitud. Porque, desde la perspectiva bíblica, es precisamente el pecado lo que convierte en males las limitaciones implicadas en la finitud. De modo que el llanto y el sufrimiento se oponen tanto a la soberanía de Dios como la injusticia o el pecado. Desde el punto de vista bíblico estas tres dimensiones van unidas y no puede considerarse ninguna de ellas principal o secundaria respecto a las demás. Sólo se concibe con una cierta prioridad la acción perdonadora de Dios que inaugura la dinámica del establecimiento del Reino de Dios. Sin perdón de los pecados las otras dos dimensiones no serían posibles.



Jesús y su concepto del Reino


Aunque las palabras "Reino de Dios" aparecen una sola vez en el AT, sin embargo, el contenido del símbolo tal como lo hemos descrito se halla por doquier en la tradición veterotestamentaria y así era interpretado por el judaísmo tardío. La predicación de Jesús coincide con las expectativas de los grupos piadosos coetáneos como fariseos y esenios. Y en gran medida, tampoco está lejos de las expectativas de nuestra sociedad que anhela, al menos en teoría, el establecimiento de unas relaciones justas entre los hombres y la superación de los males naturales que nos afectan. Sólo el aspecto que se refiere a las relaciones reconciliadas con Dios ha quedado oscurecido entre los anhelos de nuestra sociedad secularizada. Ahora bien, las palabras de Jesús sobre el Reino y, en concreto, las parábolas que encontramos en los evangelios apuntan a describir la novedad del símbolo tal como era concebido por Jesús y anunciado en su predicación. Son dos los puntos peculiares en los que aparece la originalidad de la comprensión del concepto por parte de Jesús. Por un lado, Jesús entiende que el advenimiento del Reino es don inmerecido, que llega como fruto de la acción benevolente de Dios para con el hombre. En una palabra, el don es gracia y no logro humano. El perdón gratuito de los pecados ofrecido por el mismo Dios inaugura así una nueva forma de relación entre los hombres y Dios. En segundo lugar, la entrada en el Reino no se alcanza por algún mérito que el hombre haya de conseguir, sino por la recepción del don que se vincula a la misma aceptación del anuncio, de modo que la entrada en el Reino tiene que ver no tanto con compartir el contenido del mensaje como con recibir al mensajero. Y puesto que en el anuncio del Reino que hace Jesús se considera que la llegada del Reino es don gratuito de Dios, se halla implicada la figura de Dios como Padre. En el fondo, la metáfora de Dios como "Padre" en labios de Jesús no es distinta a su concepción de Dios como Reino.


Desde aquí se ilumina el significado de los exorcismos y las curaciones de Jesús. Su sentido es expresar que el Reino de Dios, cuya cercanía anuncia Jesús, se hace ya presente en su actuación que libera a los hombres del poder del mal, los exorcismos, y de sus consecuencias, las enfermedades. Los milagros son signo y expresión de la llegada del Reino. La superación del sufrimiento resulta una dimensión esencial de la predicación de Jesús sobre Dios y, por tanto, de la fe cristiana.



El rostro de Dos implicado en la condena a muerte de Jesús


Ahora bien, la muerte de Jesús no fue una casualidad fruto de la concatenación de circunstancias penosas e inevitables, ni un error político‑religioso o judicial. Al contrario, fue precisamente el anuncio de la inminente irrupción del Reino, entendido éste como Jesús lo comprende, esto es, como don gratuito de Dios, lo que provocó la condena de Jesús. El sanedrín no se sintió movido a obtener de Pilatos la condena a muerte de Jesús porque éste hubiera anunciado el Reino de Dios, ni porque esperara su inminente llegada, sino por concebirlo como don de Dios y vinculado a su persona. La muerte de Jesús se planteó como un juicio de Dios acerca de la propia imagen divina. Con la condena, el sanedrín trató de demostrar la falsedad del rostro de Dios anunciado por Jesús, porque entendía que el anuncio de Jesús, precisamente aquello que era más original, entraba en contradicción con la voluntad de Dios comunicada a Moisés en el Sinaí. La imagen de Dios reflejada en el Pentateuco y la imagen de Dios anunciada por Jesús entraban en conflicto. Las autoridades judías entendieron que lo anunciado por Jesús era una falsa profecía, que Dios no le había hablado y que, por tanto, Jesús era un blasfemo. Que su predicación de Dios como Padre y amor incondicionado no era palabra que Dios realmente le hubiera enviado a decir. La condena a muerte haría a Jesús incompatible con la protección y bendición divinas. Era imposible que el enviado de Dios a instaurar el Reino fuese abandonado por Dios en las manos de sus enemigos. La condena a muerte de Jesús, dictada por la autoridad religiosa pertinente y en virtud de la Ley, sólo tiene sentido en una concepción teológica según la cual la protección de Dios no es compatible con el sufrimiento.





Jesús siente como compatible el amor de Dios con su muerte en la cruz


Veamos la otra cara de la moneda: cómo vivió Jesús este juicio de Dios involucrado en su condena y, por tanto, la imagen de Dios frente al dolor reflejada en Jesús. Algunas de sus palabras, aunque tal como aparecen transmitidas por los evangelistas han sido iluminadas por la luz pascual, nos permiten asegurar que Jesús contó con la posibilidad de una muerte violenta. Ante esta situación, Jesús no intentó escapar de la muerte, sino que la afrontó entendiéndola como la entrega de su vida en servicio del Reino que anunciaba. Algunos modelos de la tradición bíblica le pudieron suministrar elementos para comprender su propia muerte como una entrega en fidelidad. Entre ellos, el del profeta rechazado y perseguido, lo que ocurrió también con el Bautista, el del justo sufriente, figura recogida en algunos salmos, que la comunidad primitiva consideró cumplidos con su muerte, y la figura del siervo de Yavé cuyo sufrimiento y entrega por los pecados del pueblo se describen en un bello poema de Isaías. Palabras que no se habrían conservado si la actuación de Jesús durante su vida, ante la amenaza de la muerte, las hubiera desmentido. Cuando los evangelistas nos transmiten la palabra de Jesús sobre el grano de trigo que sólo muriendo da mucho fruto, nos cuentan que invitó a sus amigos a entregar la vida para recuperarla de nuevo 0 nos lo presentan como el buen pastor que da su vida por el rebaño, no sólo transmiten la enseñanza de la primitiva comunidad sobre Jesús, sino también el reflejo de su actuación y de su propia entrega.


El testimonio de cómo Jesús vivió su muerte lo tenemos, sobre todo, en las palabras pronunciadas por Jesús en la última cena y en el huerto. La noche antes de padecer partió el pan y compartió la copa con sus discípulos asegurándoles que beberían juntos el vino nuevo en el Reino. Jesús esperó la llegada del Reino de Dios a pesar de su muerte. El pan repartido es la entrega de su vida en servicio del reino. Las palabras sobre el vino hacen referencia a su sangre derramada. De ello se deduce que Jesús fue capaz de conciliar la imagen de Dios como Padre, que viene a los hombres como Reino, con el hecho de que ese mismo Padre aparentemente le abandonara a la muerte y sólo le recibiera en sus brazos tras haber pasado por la cruz. Y esto, aún habiendo sentido la contradicción existente entre el anuncio de la soberanía de Dios entendida como don y el abandono de ese mismo Dios que Jesús sintió, como testifican Marcos y Mateo al poner en sus labios el grito del salmista: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?". Estas palabras expresan no sólo que Jesús sintió el silencio de Dios, sino que el hecho de haber sentido su silencio y su abandono no le impidió entregar su vida a la muerte en fidelidad al Padre, en servicio del Reino.



Reino sin cruz, una tentación


Durante su vida Jesús había sentido también la posibilidad de llevar adelante su misión de anuncio del Reino sin cruz, pero entendió esa posibilidad como tentación. Ese es el sentido del episodio de las tentaciones narrado en Mateo y Lucas. La posibilidad de cumplir su misión sin tener que arrostrar las dificultades de orden material que llevaba consigo, sin sufrir el rechazo de sus coetáneos, utilizando el poder para conseguir la irrupción del Reino. La segunda tentación se repetirá al pie de la cruz, cuando los sumos sacerdotes se burlaron diciendo: "...Si es el rey de Israel, que baje ahora de la cruz y creeremos en él...". Y cuando Pedro trató de disuadirle de la necesidad de afrontar la cruz, consiguió que Jesús le llamara Satanás, porque Jesús tiene aprendido que buscar el Reino sin cruz es tentación.


En resumen, Jesús fue capaz de comprender que el amor de Dios no era incompatible con el sufrimiento, sino que se podía hacer presente también en el dolor y en la muerte. Y fue capaz precisamente porque su forma de concebir a Dios era la de amor gratuito. Porque Jesús sentía a Dios como Padre fue capaz de percibir su amor presente en su abandono aparente.


De lo dicho se deduce que el AT permite dos interpretaciones respecto a la presencia de Dios en el sufrimiento y en la muerte. Jesús hizo suya una mientras que Caifás y el sanedrín optaron por la otra. Sin embargo, en la tradición judía postbíblica tampoco se excluye por completo la presencia de Dios en el sufrimiento. Los rabinos descubrieron en el AT cómo Dios se había vinculado de tal modo a su pueblo que las humillaciones de éste le afectaban también a Él. Esta forma del pensamiento judío sobre Dios ha suministrado elementos que han sido incorporados por el judaísmo a su reflexión sobre Dios tras el holocausto.



La imagen cristiana de Dios y el sufrimiento


El mensaje cristiano acerca del sufrimiento resulta paradójico y sorprendente. Por un lado, nos habla de un Dios que no quiere el sufrimiento de sus criaturas, comprometido con los hombres para vencer su dolor y que llama al hombre para que asuma el mismo compromiso. En esta dimensión del Reino el mensaje cristiano coincide con todos los movimientos, ideologías o programas civilizados. Pero la originalidad cristiana se halla en el modo que tiene Dios de comprometerse con el dolor del hombre y de vencerlo: la estrategia cristiana para vencer el sufrimiento es asumirlo, compadecerlo por el amor. El sufrimiento se combate sufriéndolo, porque así fue como Dios hizo presente el Reino en Jesucristo.


Negaba Epicuro que los dioses intervinieran en los avatares de la existencia humana y, por tanto, su providencia sobre el mundo. A su modo de ver, si los dioses se implicaran en la vida de los hombres dejarían de ser felices. Los cristianos podemos reconocerle a Epicuro la razón, porque es precisamente lo que le ha ocurrido al Dios cristiano: al comprometerse con el destino de los hombres, asumiendo su naturaleza por la encarnación, inició la dinámica que le hizo perder la felicidad, ya que le condujo a la cruz. De ahí que, una vez más ante la cruz de Jesús, la comunidad cristiana primitiva hubo de configurar su imagen de Dios. La primera reacción de los discípulos de Jesús ante su condena y probable muerte, consistió, como es habitual, en alejarse del camino del sufrimiento. Sólo el encuentro con el Señor resucitado, vivo tras la muerte, permitió a los primeros testigos reconstruir su esperanza respecto a la vigencia del mensaje de Jesús, sobre la verdad de los contenidos del símbolo Reino tal como Jesús los había predicado. Pero la resurrección no borró la muerte de Jesús en la cruz. Por la cruz de Jesús se mostró a la comunidad primitiva un nuevo rostro de Dios: el Dios liberador que salva de la muerte precisamente asumiendo su dolor y su negatividad. El Dios todopoderoso, de algún modo, se ha hecho impotente.


Ahora bien, todo esto ocurre no por una decisión arbitraria de la divinidad. Como si Dios pudiera haber elegido entre diversas formas de llevar adelante el Reino. Como si para llevar adelante el Reino hubiera dado igual el rechazo que el aplauso, soportar hambre que festejar banquetes, el poder y la riqueza que la impotencia y el amor. Pues no. No es que Dios lo haya determinado aleatoriamente así; es que no puede ser de otro modo. Suponer lo contrario llevaría a desvincular a Dios del mundo y, en último término, a hacerle irrelevante. La razón es que la actuación de Dios es manifestación de su ser y Él es amor. El amor no es sino donación. E, incluso, cuando el amor camina de la mano del poder, aquel transforma a éste en poder que se entrega. De ahí que sea precisamente el amor de Dios el que configura su poder y no al revés. Cuando Dios ejerce su poder salvador lo ejerce dándose.




EL SUFRIMIENTO, LUGAR TEOLÓGICO


A modo de resumen


El monoteísmo radical nació cuando el genio de Israel llegó a descubrir la existencia de un único Dios para todos los pueblos, en respuesta a la catástrofe de la destrucción de Jerusalén por el imperio neobabilónico.


La tradición sapiencial concibió a Dios como misterio no asimilable a los procesos mundanos inmanentes ante la constatación del sufrimiento inmerecido del inocente y la imposibilidad de conciliar ese sufrimiento con la concepción vigente de la justicia divina. Con ello quedaron incluidos en la imagen de Dios rasgos que dibujan su libertad y su trascendencia.


Al final del período veterotestamentario Israel comprendió como una exigencia ineludible de la teodicea, ante la muerte martirial que sufrieron algunos judíos, que la justicia de Dios, a quien no podía dejar de considerarse justo por ser Dios, exigía la pervivencia del hombre tras la muerte, al menos de los mártires. El atributo divino de "resucitar muertos" aparece coma la condición de posibilidad de la justicia de Dios y, por tanto, de su misma existencia.


Finalmente, en el N T, cuando en la resurrección se manifestó que Dios había estado presente también en el suplicio de su Hijo, reveló a los hombres una nueva imagen de Dios. A éste no sólo le corresponden los atributos inherentes a 1a idea de Dios como ser absoluto, todopoderoso, eterno, inmutable y feliz. En la cruz de Jesús se revela otra cara de Dios, que no anula la primera, pero que da a conocer el verdadero rostro de la divinidad. El todopoderoso se muestra impotente, el absoluto se manifiesta concreto, el eterno se ve sometido a la muerte, el inmutable compadece con su Hijo amado, el único feliz se deja afectar por el sufrimiento. Todo ello es posible parque Dios es amor. Amar significa salir de sí y darse. Dios, en la cruz de Jesús, se nos manifiesta entregado a las criaturas y, por tanto, de algún modo, enajenado de sí mismo.



Dios padece con


Pablo de Tarso la denominó el discurso de la cruz. El Dios salvador lleva adelante su salvación padeciendo la cruz. Toda sabiduría y toda sensatez opinarían lo contrario. Por eso Pablo entiende que la predicación de que en el sufrimiento de su Hijo ha ejercido Dios su poder salvador, que en e1 anuncio de la muerte se encuentra la vida, sea escándalo para los judíos y locura para los griegos. Para la mentalidad judía, la divinidad se haría presente al manifestarse con poder en acciones salvíficas admirables. Para la mentalidad griega la divinidad se hace accesible en racionalidad. Merece la pena dar culta a Dios cuando se es capaz de comprenderlo. Pero quien anuncia que en la muerte se encuentra la vida no puede razonarlo demasiado; más bien ha de testimoniarlo.


El dilema de Epicuro se preguntaba como era posible la existencia del mal si Dios tenía que querer y debía poder acabar con él. La respuesta cristiana es que Dios puede y quiere acabar con el sufrimiento pero, al mismo tiempo, no puede o no quiere acabar con él de cualquier manera; lo hace sólo de una forma: compadeciéndolo, es decir, dejándose afectar por el dolor. El discurso de la cruz pone de manifiesto la estrategia de la actuación divina. Dios elige el modo que nace de su misma esencia que es amor. Salvador sólo es el amor. No el poder. Su libre decisión de compartir el sufrimiento humano es expresión de su propia esencia.


Dios creó al hombre a su imagen y semejanza de modo que la vocación cristiana consiste en reproducir la imagen de Jesús. No sólo la figura gloriosa del Señor resucitado sino, más bien, la figura del siervo sufriente alzado en la cruz, porque ésta es el único camino para alcanzar aquélla. El crucificado y el resucitado son el mismo. El misterio de Cristo es misterio de muerte y resurrección, de dolor y de gloria. Y éste es también el misterio del cristiano. Su ser consiste en seguir a Jesús en su fidelidad al Padre y, por tanto, seguirle también en el sufrimiento y en la cruz. El resultado definitivo, sólo al final, será reproducir la imagen gloriosa del Hijo.


Hemos querido mostrar en estas reflexiones cómo, a lo largo de la tradición bíblica, el sufrimiento ha obligado a la vivencia religiosa a reformularse y de este modo la ha acrisolado y purificado. El sufrimiento puede convertirse en el punto de apoyo desde el que atisbar una imagen de Dios no accesible desde otras atalayas.


Epicuro, en su carta a Meneceo, afirma que "los dioses no son como la mayoría se los representa... El impío no es el que rechaza los dioses de la multitud, sino quien les aplica sus concepciones". Si esto es así, hay que saber reconocer, quizás como dimensión menos perceptible pero más profunda del problema de la fe, la línea que discrimina entre rostros y rostros de Dios en quien se afirma creer, así como imágenes e imágenes del dios o de los dioses que se dicen rechazar. El sufrimiento, entonces, en lugar de ser la roca del ateísmo, vendría a constituirse en uno de los lugares teológicos de la verdadera religión por servir de sólido punto de apoyo para negar algunas de las falsas imágenes de Dios y ser, en cambio, la roca sobre la que edificar la imagen del verdadero rostro de Dios más próxima a su misterio incomprensible de amor, trascendencia y libertad.







Noam Chomsky y las 10 Estrategias de Manipulación Mediática

Omar Montilla

El lingüista Noam Chomsky elaboró la lista de las “10 Estrategias de Manipulación” a través de los medios.



1. La estrategia de la distracción


El elemento primordial del control social es la estrategia de la distracción que consiste en desviar la atención del público de los problemas importantes y de los cambios decididos por las elites políticas y económicas, mediante la técnica del diluvio o inundación de continuas distracciones y de informaciones insignificantes. La estrategia de la distracción es igualmente indispensable para impedir al público interesarse por los conocimientos esenciales, en el área de la ciencia, la economía, la psicología, la neurobiología y la cibernética.


Mantener la Atención del público distraída, lejos de los verdaderos problemas sociales, cautivada por temas sin importancia real. Mantener al público ocupado, ocupado, ocupado, sin ningún tiempo para pensar; de vuelta a granja como los otros animales (cita del texto 'Armas silenciosas para guerras tranquilas’)”.



2. Crear problemas y después ofrecer soluciones


Este método también es llamado “problema-reacción-solución”. Se crea un problema, una “situación” prevista para causar cierta reacción en el público, a fin de que éste sea el mandante de las medidas que se desea hacer aceptar. Por ejemplo: dejar que se desenvuelva o se intensifique la violencia urbana, u organizar atentados sangrientos, a fin de que el público sea el demandante de leyes de seguridad y políticas en perjuicio de la libertad. O también: crear una crisis económica para hacer aceptar como un mal necesario el retroceso de los derechos sociales y el desmantelamiento de los servicios públicos.



3. La estrategia de la gradualidad


Para hacer que se acepte una medida inaceptable, basta aplicarla gradualmente, a cuentagotas, por años consecutivos. Es de esa manera que condiciones socioeconómicas radicalmente nuevas (neoliberalismo) fueron impuestas durante las décadas de 1980 y 1990: Estado mínimo, privatizaciones, precariedad, flexibilidad, desempleo en masa, salarios que ya no aseguran ingresos decentes, tantos cambios que hubieran provocado una revolución si hubiesen sido aplicadas de una sola vez.



4. La estrategia de diferir


Otra manera de hacer aceptar una decisión impopular es la de presentarla como “dolorosa y necesaria”, obteniendo la aceptación pública, en el momento, para una aplicación futura. Es más fácil aceptar un sacrificio futuro que un sacrificio inmediato. Primero, porque el esfuerzo no es empleado inmediatamente. Luego, porque el público, la masa, tiene siempre la tendencia a esperar ingenuamente que “todo irá mejorr mañana” y que el sacrificio exigido podrá ser evitado. Esto da más tiempo al público para acostumbrarse a la idea del cambio y de aceptarla con resignación cuando llegue el momento.



5. Dirigirse al público como criaturas de poca edad


La mayoría de la publicidad dirigida al gran público utiliza discurso, argumentos, personajes y entonación particularmente infantiles, muchas veces próximos a la debilidad, como si el espectador fuese una criatura de poca edad o un deficiente mental. Cuanto más se intente buscar engañar al espectador, más se tiende a adoptar un tono infantilizante. Por qué? “Si uno se dirige a una persona como si ella tuviese la edad de 12 años o menos, entonces, en razón de la sugestionabilidad, ella tenderá, con cierta probabilidad, a una respuesta o reacción también desprovista de un sentido crítico como la de una persona de 12 años o menos de edad (ver “Armas silenciosas para guerras tranquilas”)”.



6. Utilizar el aspecto emocional mucho más que la reflexión


Hacer uso del aspecto emocional es una técnica clásica para causar un corto circuito en el análisis racional, y finalmente al sentido critico de los individuos. Por otra parte, la utilización del registro emocional permite abrir la puerta de acceso al inconsciente para implantar o injertar ideas, deseos, miedos y temores, compulsiones, o inducir comportamientos…



7. Mantener al público en la ignorancia y la mediocridad


Hacer que el público sea incapaz de comprender las tecnologías y los métodos utilizados para su control y su esclavitud. “La calidad de la educación dada a las clases sociales inferiores debe ser la más pobre y mediocre posible, de forma que la distancia de la ignorancia que planea entre las clases inferiores y las clases sociales superiores sea y permanezca imposibles de alcanzar para las clases inferiores (ver ‘Armas silenciosas para guerras tranquilas)”.



8. Estimular al público a ser complaciente con la mediocridad


Promover al público a creer que es moda el hecho de ser estúpido, vulgar e inculto…


9. Reforzar la autoculpabilidad


Hacer creer al individuo que es solamente él el culpable por su propia desgracia, por causa de la insuficiencia de su inteligencia, de sus capacidades, o de sus esfuerzos. Así, en lugar de rebelarse contra el sistema económico, el individuo se autodesvalida y se culpa, lo que genera un estado depresivo, uno de cuyos efectos es la inhibición de su acción. Y, sin acción, no hay revolución!



10. Conocer a los individuos mejor de lo que ellos mismos se conocen


En el transcurso de los últimos 50 años, los avances acelerados de la ciencia han generado una creciente brecha entre los conocimientos del público y aquellos poseídas y utilizados por las elites dominantes. Gracias a la biología, la neurobiología y la psicología aplicada, el “sistema” ha disfrutado de un conocimiento avanzado del ser humano, tanto de forma física como psicológicamente. El sistema ha conseguido conocer mejor al individuo común de lo que él se conoce a sí mismo. Esto significa que, en la mayoría de los casos, el sistema ejerce un control mayor y un gran poder sobre los individuos, mayor que el de los individuos sobre sí mismos.








Experiencia de Dios

desde el encuentro con los pobres



Manantiales de riqueza





Carlos Prieto Dávila3



Cuando me invitaron a participar en estas Jornadas Nacionales de Pastoral Juvenil Vocacional, y más cuando me dijeron cuál había de ser el título de mi intervención, empecé a temblar. Nada menos que hablar de cómo suscitar la experiencia de Dios en los jóvenes desde el encuentro con los pobres, además a unos "profesionales" del asunto... Decidí empezar siendo completamente honesto: mi actual trabajo en la Universidad Pontificia Comillas, aunque sí tiene que ver con esto de "los pobres", no es estrictamente pastoral. Ni siquiera es en forma de "agenda oculta". La Universidad se plantea la promoción de la justicia como un ele­mento con autonomía propia, sin ningún componente explícitamente confesional, aunque se ocupa de ello, y no lo oculta sino que lo afirma, desde las convicciones cristianas que ella misma tiene. Así, el fomento de la preocupación por los problemas sociales y por la situación de los más desfavorecidos no se proyecta como una vía para la evangelización, aunque el motivo para hacerlo sí es el Evangelio.

Sin embargo, en mi propio recorrido personal mi experiencia de Dios sí ha tenido mucho que ver con el encuentro con los pobres y con la injusticia y con detectar que Dios estaba de su parte. Ha sido una experiencia de doble dirección, en la que el Dios de Jesús me llevaba a los pobres y los pobres me devolvían a la experiencia de Dios. Lo que voy a intentar es compartir con vosotros algunas de las reflexiones y de las experiencias vitales que he ido acumulando en mi recorrido, por si sirven de pistas para la acción pastoral posterior. También intentaré aterrizar en la situación actual para sugerir algunas claves que, en mi opinión, hay que tener en cuenta a la hora de hacer una pastoral como ésta hoy. Por último, intentaré acabar con una doble reflexión sobre la práctica cristiana a la que nos lleva esta pastoral y sobre de qué manera (y con quién) estar presente en el mundo para intentar cambiarlo.



1. UNA PEQUENA REFLEXION SOBRE QUÉ ES "EXPERIENCIA DE DIOS"

Para hablar de "tener experiencia de Dios" he necesitado hacer una reflexión previa: quién es ese Dios que experimento. Desde luego yo no soy teólogo, y es posible que mucho de lo que diga deba ser limado, pulido y hasta corregido. Pero no podía dejar de contestar (de contestarme) esta pregunta antes de seguir adelante.



1.1. Quién es Dios

En mi recorrido vital, Dios era un ente inabarcable hasta que me encontré con el Dios de Jesús. Jesús me dio la clave de cómo era Dios de tres maneras distintas: en su relación con Él; en el modo de hablar de Él y de comportarse con los demás; y en su existencia misma.

En primer lugar, Jesús rompe todas las distancias que todavía había entre Dios y cada uno de nosotros llamándole "abba" ("papaíto"). Dios, ese Dios, no es un ser lejano, omnisciente y juez, sino un padre cercano, ocupado y preocupado, comprometido con cada uno de sus hijos y su suerte y capaz de sufrir como el que más con el dolor de los hombres y las mujeres. Ya en el Antiguo Testamento varios profetas dicen de Dios que tiene "entrañas de misericordia", lo que es tanto como decir que Dios es madre; que es, literalmente, "entrañable". Que ama y nada más, que se con-mueve y se compadece con el dolor humano.

Jesús, además, habla de Dios de una forma distinta a la que se había utilizado hasta entonces: donde había mandamientos, Jesús propone; donde había deberes, Jesús oferta felicidad. Dios no es una obligación, es una invitación. Dios no se impone, se brinda. Como el amor de un padre/madre, que se da porque sí sin esperar nada a cambio, Dios ama y se entrega y no exige nada, sólo sugiere.

El Dios que nos presenta Jesús trata al hombre y a la mujer como adultos: se acabaron las normas llegaron las Bienaventuranzas. Ya no hay obligaciones que cumplir, sino consejos que seguir si uno quiere ser feliz; consejos que pasan, por estar bien atento a hacer felices a los demás, como luego diré.

Por último, la pista definitiva sobre quién es Dios me la dio el propio Jesús con su presencia entre nosotros. Un Dios que compromete su relación con el hombre y la mujer hasta el punto de correr su misma suerte, de sufrir su mismo sufrimiento, de gozar su mismo gozo, es un Dios que merece la pena. Ese enamoramiento de Dios con nosotros es tan impresionante que no te puede dejar igual una vez experimentado.

Un padre, una madre, quiere a todos sus hijos por igual, y a cada uno en particular. Si alguno de sus hijos sufre, el padre o la madre sufre con él. Y si sufre por culpa de otro de sus hijos, entonces ese dolor es inenarrable. Y eso mismo, me parece a mí, le pasa a Dios. Por eso, se puede hablar de Dios de muchas maneras y se pueden decir muchas cosas sobre él, pero una de las que se pueden afirmar con seguridad es que Dios es el defensor de la causa de los débiles, de los oprimidos, de los excluidos, de los marginados, de los empobrecidos. Y es que, siendo el Padre de todos, inevitablemente prefiere por eso mismo a los pobres: porque son los que más le necesitan y porque, además, sufren injustamente por culpa de sus hermanos4.



¿Qué me importa la multitud de vuestros sacrificios? -dice el Señor- Estoy harto de holocaustos de carneros y de grasas de becerros; la sangre de novillos, de corderos y de machos cabríos me hastía. Cuando venís a presentaros ante mí, ¿quién pide esto de vosotros? Dejad de hollar mis atrios para traerme ofrendas vanas; me causa horror su incienso. Novilunios, sábados, asambleas... ¡ya no soporto más sacrificios ni fiestas! Vuestros novilunios, vuestras solemnidades me son aborrecibles: se me han vuelto un peso, y estoy harto de aguantarlas. Cuando extendéis las manos, aparto mis ojos de vosotros; aunque multipliquéis vuestras plegarias, no las escucho. Vuestras manos están llenas de sangre. Lavaos, purificaos, alejad vuestras malas acciones de mis ojos; dejad de hacer el mal. Aprended a hacer el bien, buscad lo que es justo, socorred al oprimido, haced justicia al huérfano, defended a la viuda (Is 1,11-17).



1.2. Cómo se nos presenta

En el Antiguo Testamento, varios profetas afirman de distintas maneras que conocer a Dios inevitablemente lleva a "practicar el derecho y la justicia". El que no lo hace simplemente no conoce a Dios, no ha tenido experiencia de él. El profeta Jeremías acusa de esta manera al rey Yoyaquim, que se estaba construyendo un palacio en tiempos difíciles para el país, obligando además a los obreros a trabajar sin compensación:

¿Piensas asegurar tu reinado con tu pasión por el cedro? Tu padre [el rey Josías] sí comía y bebía, pero practicaba el derecho y la justicia, y todo le iba bien. Hacía justicia al débil y al pobre; y todo le iba bien. ¿No es eso conocerme? -dice el Señor- (Jr 22,15-16)5.

Para Jesús, la cosa está clara:

No todo el que me dice: ¡Señor! ¡Señor!, entrará en el Reino de Dios, sino el que hace la voluntad de mi Padre celestial (Mt 7,21).

Juan, en su primera carta, tampoco se anda con chiquitas: amar a Dios es amar a los hombres:

Si alguno dice que ama a Dios y odia a su hermano, es un mentiroso. El que no ama a su hermano, al que ve, no puede amar a Dios, al que no ve (1 Jn 4,20).

La carta del Apóstol Santiago, por último, retoma el argumento de los antiguos profetas: quien dice tener fe y no atiende a su hermano necesitado miente o se engaña, no conoce a Dios:

Si un hermano o una hermana están desnudos y les falta el alimento cotidiano de vosotros les dice: “Id en paz, calentaos y alimentaos”, sin darles lo necesario para el cuerpo, ¿de qué sirve esto? Lo mismo es la fe: si no tiene obras, está muerta en sí misma. Por el contrario, alguien dirá: “Tú tienes la fe y yo las obras. Muéstrame, si puedes, tu fe sin obras, y yo con mis obras te mostraré la fe" (St 2,15-18).





1.3. Qué nos propone

Como decía antes, el Dios de Jesús ya no es el Dios de los mandamientos, sino el Dios del amor. Pasada la etapa de las normas, que el hombre necesitó durante un tiempo como las necesita un niño que está creciendo, llega la de la madurez y con ella la de la responsabilidad. Y la de la experiencia madura de Dios.

El Dios de Jesús nos da las claves de nuestro comportamiento en cómo se comporta Él con nosotros. No es un Dios legislador, sino amante. Las exigencias éticas del cristianismo se derivan todas de la experiencia personal de sentirse amado incondicionalmente por Dios, como un padre o una madre aman a sus hijos. Un amor así cambia la vida, sobre todo cuando se experimenta el perdón, tan ligado al amor sin condiciones: la mayor de mis vilezas no cambia en lo más mínimo el amor que Dios me tiene. Esa experiencia provoca, inevitablemente, la necesidad de intentar amar de esa misma manera, aunque sea un camino que dura toda la vida.

Jesús no habla directamente de Dios, sino del Reino de Dios. No se centra tanto en quién es su Padre como en cómo quiere su Padre que vivan sus hijos. Conocer a Dios, experimentarle, es hacer su voluntad, y su voluntad es que nos amemos los unos a los otros. Estamos otra vez en el principio: quien no ama a su hermano, quien le hace sufrir, quien le trata como consumidor, como mano de obra barata, como extranjero, como mercancía... y no como hermano, no conoce a Dios.



2. QUÉ ES "ENCUENTRO CON LOS POBRES"

La otra parte del título se refiere al encuentro con los pobres, y, como esto de "encontrarse con los pobres" también puede hacerse de muchas maneras, pensé que igualmente convenía detenerse a pensar un poco en ello. Mi propia experiencia personal, y una mínima observación de la realidad, me han llevado a identificar hasta cuatro maneras distintas de vivir ese encuentro, incluso desde una postura que pretende ser cristiana.



2.1. Los pobres-objeto

La mera ideología, la reflexión teórica, el discurso -incluso el bienintencionado- nos pueden llevar a "objetivar" tanto el problema de la pobreza y de la injusticia que los pobres de los que hablemos no sean verdaderamente personas, sino los "objetos" de nuestra reflexión o incluso de nuestra denuncia. La preocupación última no nace entonces de la experiencia vital de compartir la suerte del empobrecido, ni siquiera de conocerla, sino de estudiarla. Teóricamente pretendemos estar al lado de los pobres, pero en la práctica los estamos utilizando. Este riesgo siempre está presente:

A los que vivimos en estas latitudes, en épocas no muy remotas, se nos han caído ya muchos sueños: se nos han muerto proyectos, se nos han venido abajo idealizaciones, se ha perdido mucha gente -y de las más valiosas- en aras de todas esas utopías que quisimos realizar. Nos equivocamos en muchos análisis que creíamos correctos. Hay que reconocer que eran cerrados, muchas veces apoyados no en datos científicos sino en simples anhelos. Satanizamos en muchas ocasiones a los que "no estaban con nosotros"; de alguna manera también idealizamos al pueblo, lo ideologizamos, sacamos a los(as) pecadores(as) de ser también principales destinatarios(as) del mensaje de Jesús y del Reino (Carlos Cabarrús)6.



2.2. Los pobres-medio

Un paso por delante y otro paso por detrás de la postura anterior, el trabajo en favor de los pobres puede ser concebido como un medio para anunciar el Evangelio. Ocurre, sin embargo, que el fin no justifica los medios. El trabajo de promoción, o el puramente asistencial no pueden ni deben hacerse con otro objetivo que no sea el de atender a las necesidades reales de la gente. Si se hace con afán "publicitario” o incluso como medio para llegar a los propios pobres y "venderles” otro producto que no estaba en la oferta inicial, se está falseando el propio Evangelio y se está instrumentalizando y cosificando al pobre. La Buena Noticia de Jesús debería ser capaz de venderse por sí misma, como en los Hechos de los Apóstoles. La forma de vivir de las primeras comunidades era el testimonio vivo que despertaba las simpatías de quienes les conocían:

Todos los creyentes tenían un solo corazón y una sola alma, y nadie llamaba propia cosa alguna de cuantas poseían, sino que tenían en común todas las cosas. Los apóstoles daban testimonio con toda firmeza de la Resurrección de Jesús, el Señor. Y todos gozaban de gran simpatía. No había entre ellos indigentes, porque todos los que poseían haciendas o casas las vendían, llevaban el precio de lo vendido, lo ponían a los pies de los apóstoles y se repartía a cada uno según sus necesidades (Hch 4,32-35).



2.3. Los pobres-sujeto

Desde luego, se puede dar un paso más allá y reconocer de forma explícita la dignidad de los pobres en tanto que personas, así como su derecho a trascender su situación de privacidad como intrínseco a su condición de ser humano. Sin duda este paso es decisivo, y poco más se podría pedir desde una perspectiva no cristiana. En los dos casos anteriores la perspectiva que se adopta con respecto a los pobres es de asistencia y, en cierto sentido, de superioridad (moral o social). En éste se reconoce al pobre como igual, al menos como igual en derechos.



2.4. Los pobres-hermanos

Un cristiano, sin embargo, está invitado a dar todavía un último paso: a vivir la suerte del pobre como la de su hermano, en un sentido literal. No hay otra forma de vivirlo si Dios es el Padre de todos. Eso es lo que quiere Jesús cuando afirma que toda la Ley se resume en dos únicos mandamientos: "El primero de los mandamientos es: «Escucha, Israel: el Señor, Dios nuestro, es el único Señor, y amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas». El segundo es este: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo». No hay mandamiento mayor que estos" (Mc 12,29-31). Si uno ve a los pobres como a herma-nos, sin comillas ni metáforas, como a verdaderos hermanos hijos del mismo Padre, entonces se superan las barreras de la moral, de la conveniencia y de la misma justicia. Uno no socorre y defiende a su hermano porque eso sea lo justo (aunque lo sea), sino porque se duele con su dolor. Igual que Dios.



3. QUÉ TIENEN QUE VER LOS POBRES CON EL REINO DE DIOS, CON LA PRÁCTICA RELIGIOSA Y CON LA ACCIÓN PASTORAL

Dios no está del lado de los pobres por una cuestión ideológica sino vital: esos pobres son sus hijos sufrientes. El amor de Dios es para todos, pero Jesús, el enviado de Dios, viene a "llevar la buena nueva a los pobres, a anunciar la libertad a los presos, a dar la vista a los ciegos, a liberar a los oprimidos y a proclamar un año de gracia del Señor" (Lc 4,18b-19). La cuestión de la opción preferencial por los pobres no es un "pegote" moderno adherido a la fe cristiana por determinadas formas de ver el mundo o de hacer teología. Es una cuestión central, que tiene que ver con el sufrimiento de Dios por el maltrato que reciben sus hijos más necesitados por parte de algunos de sus hermanos.

Dicho sin ambages: Dios quiere más a los pobres, a los excluidos. I a los explotados. Y es así porque lo necesitan más, porque un padre y una madre se ponen de parte del más necesitado de sus hijos, y más todavía cuando su penuria es consecuencia del mal comportamiento de otros hijos. Ser capaz de dar gracias a Dios por querer más a sus hijos más necesitados, nuestros hermanos, es empezar a entender un poco el amor de Dios.

Pero todavía se puede decir más: la opción preferencial por los pobres no sólo no es un "pegote”, un añadido al contenido de la fe, sino que tampoco es una derivación de la fe. Es parte de la fe misma. Lo venimos diciendo desde hace rato: si Dios es como un padre o una madre, si nos ama hasta el absurdo y si siente una pasión extrema por cada uno de sus hijos, la única manera de demostrar que se le conoce (que se le ha experimentado) es hacer honor a ese amor. Y si cada hombre y cada mujer es tan merecedor del amor de Dios como yo mismo, entonces no puedo corresponder a Dios sin intentar vivir buscando la felicidad de sus hijos amados, mis hermanos. Y de entre ellos, los que sufren injustamente por causa de otros son la prioridad absoluta. Separar la fe y el trabajo en favor de la justicia es separar a Dios de sus hijos y separar a Cristo de su Reino7.



4. PEQUEÑO "ANÁLISIS DAFO" SOBRE LOS POBRES LA IGLESIA, A TENER EN CUENTA EN NUESTRO QUEHACER PASTORAL

Como estamos aquí para hablar de nuestra labor pastoral, me ha parecido que era oportuno analizar cuáles son las herramientas con las que contamos a la hora de intentar fomentar entre los jóvenes de hoy en día la experiencia de Dios desde el encuentro con los pobres. Y también cuáles son los obstáculos que nos encontraremos en el camino.

Como método de análisis me ha parecido pertinente utilizar uno que muchos conoceréis, el llamado “Análisis DAFO" por las siglas de los cuatro elementos que analiza: debilidades. amenazas, fortalezas y oportunidades. Las debilidades y fortalezas se ocupan de las condiciones propias que uno (en este caso la Iglesia) aporta al tema en cuestión. Serían nuestras virtudes y nuestros defectos, que condicionan en positivo y en negativo nuestro quehacer. Por otro lado, las amenazas y las oportunidades son las condiciones externas, que no dependen de uno mismo (una vez más, de nosotros la Iglesia) pero que afectan, también positiva y negativamente, a las posibilidades del éxito de nuestra misión, y que por lo mismo conviene conocer y tener en cuenta.



4.1. Debilidades8

Antes de entrar en el análisis concreto de las debilidades, me gustaría aclarar el motivo por el que me parece importante repasar-las. Los tres rasgos que describiré -cuando se dan, y allá donde se dan- representan, en mi opinión, los defectos más significativos de la Iglesia actual tanto en su devenir interno como en su imagen pública. Suponen una dificultad objetiva para el desarrollo de la opción preferencial por los pobres, a la vez que contribuyen a entorpecer el testimonio que la Iglesia debería dar. Creo que no sólo es legítimo, sino hasta imprescindible, hacer este tipo de reflexiones cuando nos reunimos "los de casa". Sin hacer ejercicios de autocrítica no estaremos en disposición de entender nuestros propios errores y cómo son percibidos desde fuera, y por tanto de mejorar.



- Religión "a la defensiva"

La religión, en España y en toda Europa al menos, ha ido perdiendo presencia pública y capacidad de influencia social. Su visión del mundo, sus propuestas mora-les, han ido siendo relevadas por otras. El nuevo Papa afirma que se ha desterrado a Dios de la vida pública. Por otra parte, el número de personas, y en particular de jóvenes, que confiesa su fe es cada vez menor y el número de los que la practica de forma "militante" se reduce aún más. La postura oficial de la Iglesia en cuestiones tales como la moral pública o privada o las exigencias litúrgicas, por citar algunas, se distancia de las que mantienen muchas personas, incluidos muchos creyentes.

La reacción de la Iglesia ante esta realidad es en muchas ocasiones de encastillamiento. En vez de procurar establecer un diálogo sin-cero con la cultura, sin imposiciones (pero también sin vergüenza), se refugia cada vez más en dogmas, normas y mandamientos que tienen sentido, cuando lo tienen, únicamente para los propios. Se reivindica abiertamente el discutible derecho a seguir condicionando la agenda pública mientras va reduciéndose progresiva-mente el número de los que se sientan representados por pos-turas cada vez más dogmáticas.





- Religión "adormidera"

La religión tiene como misión evidente anunciar la Buena Noticia del amor de Dios a los hombres. Sin embargo, en demasiadas ocasiones se ha interpretado esto como un mandamiento para consolar al afligido, no para anunciarle que Dios no quiere su aflicción. En muchos casos, e incluso por esta vía bienintencionada, la religión se ha convertido en aliada por omisión (y a veces por voluntad) de las estructuras que mantienen la opresión.

Hay quien incluso afirma explícitamente que así debe ser, que esa es precisamente la función de la religión. Samuel Huntington, el politólogo que teorizó hace ya más de una década sobre el "inevitable" choque de civilizaciones, afirma que la misión de la religión es proporcionar ayuda y consuelo en estos tiempos en los que el modelo neoliberal (que él apoya) avanza imparable. Su razonamiento es el siguiente: el modelo de democracia representativa y de economía de libre mercado se impone progresiva-mente en el mundo entero una vez que ha derrotado a todas sus alternativas, y es así como debe ser, aunque ello no está exento de tensiones que provocan sufrimiento a buena parte de la población. Si las religiones adoptan una postura de denuncia y reivindicación, si encabezan la rebelión en defensa de los derechos de las víctimas de este proceso, no hacen sino añadir tensión al tejido social y por tanto añadir desesperanza a los ya desesperados, puesto que además no lograrán su objetivo. Precisamente por ello deberían más bien ofrecer un espacio de consuelo, sosiego y seguridad, ayudando de paso a equilibrar el sistema social.



- Religión fundamentalista

La tendencia a reglamentarlo todo está en el alma humana. La tentación de fijar leyes, normas y principios, que devienen en inmutables independientemente de su origen, es muy grande. Aporta seguridad, sensación de unidad, criterio actuar sin tener que recurrir al propio discernimiento maduro y razonado… También, no puede negarse, afianza el poder del poderoso, que tiene capacidad para invocar la norma sin necesidad de explicación adicional y poder para interpretarla de forma "ortodoxa". Esto es así en todo grupo humano. En tiempos de zozobra la tención se acrecienta.

La Iglesia Católica de hoy en día parece como superada por el mundo. Denuncia aquello que le parece malo de la sociedad en la que participa (en muchas ocasiones, dicho sea de paso, dando la impresión de que sólo se incluye en este capítulo lo que le recorta a ella misma derechos o privilegios o lo que se aparta del modelo de sociedad más cercano a su propia visión). Pero además, y para su sor-presa y agobio constante, debe también escuchar críticas de la propia sociedad hacia ella, e incluso críticas nacidas entre sus propios hijos. Estas críticas se pueden resumir en una sola: la Iglesia no respeta en su propio seno los derechos de los que se dice inspiradora y que además reivindica para sí misma.

La Iglesia se presenta a sí misma como una Iglesia de normas, de normas duras con interpretación dura, muy lejana del criterio inspirador del amor al hermano. Y como una Iglesia del "ordeno y mando", vertical y autoritaria, sin espacio para la participación del pueblo. Una Iglesia como ésta, o con una imagen como ésta que hace poco por desmentir, tiene un serio problema a la hora de proclamar el amor de Dios a los más desfavorecidos y la igualdad radical de todos los hombres y mujeres. Adolece de credibilidad.



4.2. Amenazas

Una diversidad de hechos dificulta hoy en día la labor de la Iglesia de anunciar el Reino de Dios y la Buena Noticia a los pobres. Son las dificultades de hoy, que no hay que magnificar sino conocer, por-que son distintas a las de ayer y, con seguridad, también a las que tendremos mañana.



- La irrelevancia (social) del hecho religioso: secuestro y arrinconamiento de la religión, increencia e indiferencia

Independientemente de la responsabilidad que tenga en ello la propia Iglesia, también hay que re-conocer que las condiciones externas no le son propicias. Existe una dificultad objetiva para hacer presente el Evangelio en nuestro mundo debido a la creciente irrelevancia social de lo religioso, que soporta tensiones en todos los sentidos. Particularmente, en mi opinión, en tres direcciones distintas y a veces contrapuestas (lo que hace que las distintas sensibilidades internas de la Iglesia combatan unas u otras, pero casi nunca t-das de forma simultánea):

  • La pretensión de algunos de "secuestrar" la religión, convirtiéndola en "adormidera": Ya hemos hablado algo de ello. En el imaginario de determinadas concepciones sociopolíticas del mundo la religión tiene reservado un papel pero es un papel subordina-do y funcional. Quienes así piensan toman públicamente la bandera de la defensa de la Iglesia, pero en realidad la secuestran: apoyan sus reivindicaciones más instrumentales y también las más cercanas a su modelo de moral privada, con la esperanza, muchas veces fundada, de que así desactivarán el contenido más reivindicativo del cristianismo. Dando la imagen de apoyo a la Iglesia, en realidad lo que pretenden es anularla como agente social de cambio.

  • La pretensión de algunos de apartar la religión del espacio público, negándole el derecho a participar en él: Sería el extremo opuesto, el de aquellos que, defendiendo formalmente el derecho a la participación pública de todas las personas o colectivos, niegan o minimizan la palabra de los creyentes. En nombre del laicismo apartan y arrinconan la opinión de quien habla desde su fe, precisamente por ello.

  • La increencia y la absoluta indiferencia: En toda la sociedad, pero particularmente entre los jóvenes, lo religioso va perdiendo fuelle. No es sólo una cuestión que afecte a la religión: estamos en una época en la que se ha renunciado casi por completo a intentar desarrollar visiones completas del mundo y a la búsqueda de respuestas a las grandes preguntas (que en realidad ni siquiera se formulan). Así, lo religioso también se resiente y se extiende la falta de fe o, simplemente, una indiferencia total hacia ésta, sin ni siquiera cuestionarse si tiene sentido o no tenerla.





- El fin de las pasiones políticas

Muy relacionado con esto último, vivimos también en una época en la que las grandes utopías, los modelos alternativos que buscaban recrear la sociedad para hacerla buena para todos, prácticamente han desaparecido. En buena medida ello se debe al fracaso práctico de estos modelos en los casos en los que cuajó su intento de concreción. Pero también a la sensación de "fin de la historia", de imposibilidad de desarrollar nada distinto a lo existente o de mejorar, aunque sea en el marco del modelo actual, la suerte de los más desfavorecidos.



- La expansión de una cultura trivial y de sensaciones

Los sociólogos podrían explicar mucho mejor que yo el cambio de paradigma cultural que vivimos en nuestras sociedades, entre la juventud y a nivel general. Pasado el tiempo de la búsqueda de grandes respuestas (e incluso de la formulación de grandes preguntas), lo que se va imponiendo es un modelo cultural en el que todo se refiere al consumo. Y no a cualquier consumo, sino al consumo de sensaciones. La publicidad ya no vende productos, vende sensaciones ("¿te gusta conducir?"). Incluso parte de la publicidad de las ONGs de desarrollo apela más a la satisfacción personal que uno encontrará en su colaboración que a la justicia. La sensación que se vende es inmediata y no se refiere más que a sí misma.



4.3. Fortalezas

Más allá de las dificultades in-ternas y externas, la Iglesia de Jesús sigue teniendo muchas herramientas a su alcance para el anuncio de la Buena Noticia. En algunos casos, hoy estas herramientas son más sólidas que nunca.



- La acción de los cristianos en las fronteras de la injusticia

La cara más positiva del cristianismo sigue siendo la de aquellos hombres, mujeres, colectivos, congregaciones, etc, que "se baten el cobre" en la construcción del Reino de Dios y en favor de los más necesitados. Un obispo en Brasil que está en huelga de hambre en contra de un proyecto que degrada el medio ambiente; un movimiento de laicos, la Comunidad de Sant'Egi-io, que media con éxito en el pro-ceso de paz en Mozambique; unas religiosas dominicas encarceladas en los Estados Unidos por protestar de forma pacífica pero significativa contra la política belicista de Bush; unos jesuitas, profesores universitarios, asesinados en El Salvador por defender la causa de los pobres y denunciar las injusticias... Y tantos y tantos hombres y mujeres que a lo largo y ancho del mundo, lejos y aquí mismo, trabajan día a día para conseguir hacer de éste un mundo habitable para todos. Son, somos si nos podemos incluir, lo mejor de la lglesia, y su mejor carta de presentación, la más auténtica. También, tampoco hay por qué olvidarlo, la más publicitaria. La que mejor muestra al Dios en que creemos.





- La conciencia de que la opción por los pobres es nuclear para el cristianismo

Pese a todos los pesares, y superando resistencias históricas e ideológicas, la opción preferencial por los pobres ya no la discute nadie. Y lo que es más importante, difícilmente se puede obviar a estas alturas que forma parte de lo central del mensaje de Jesús y de la práctica de la vida cristiana auténtica. A pesar de que que-da mucho camino por recorrer (todavía hay una clara tendencia a pensar que este asunto se puede "delegar", nombrar una comisión, elegir a un en-cargado que se ocupe del tema en nombre de todos mientras los demás siguen por donde siempre), esta cuestión de la injusticia y de la necesidad de denunciarla y luchar contra ella no tiene vuelta atrás en la Iglesia.



- Buena Noticia del Evangelio (y del mundo)

Los cristianos, si nuestra fe es verdadera, no podemos dejar de dar gracias a Dios todos los días por una poderosísima herramienta para el cambio social que tenemos al alcance de la mano siempre: la Buena Noticia de Dios para los hombres que nos trajo Jesús de Nazaret. Si nos creemos lo de Dios, entonces no hay lugar sino para el optimismo desbordante más allá de todas las dificultades. Contamos con la seguridad de que cada uno de nosotros, y cada uno de nuestros hermanos y hermanas, somos infinitamente importantes para nuestro Padre Dios. Sabemos que está de nuestra parte, y de la de los excluidos y marginados, y que la causa de estos es Su causa. Tenemos una forma nueva de relacionarnos que proponer a todos y sabemos que Dios nos la presenta para que alcancemos la felicidad, no para imponernos ningún tipo de carga.

Este optimismo antropológico también lo tenemos que mantener en nuestra visión del mundo. El mundo es el lugar en el que trabajar por la felicidad del hermano, no el lugar de nuestras derrotas. La denuncia, el análisis de los problemas y la constatación de la lacerante in-justicia que sufren buena parte de nuestros hermanos y hermanas no nos pueden llevar a la desesperanza. No si creemos que "el Reino de Dios ya está entre nosotros" (Lc 17,21). Tal como dijo Robert Hughes, "la queja es la versión derrotada de la rebelión".



4.4. Oportunidades

A veces de forma contradictoria con las corrientes que se venían detectando, algunos cambios sociales juegan a favor de un posible trabajo pastoral desde una perspectiva de compromiso social.



- El surgimiento de un nuevo sujeto social (con gran presencia en él de la Iglesia)

A pesar de que es cierto que el tiempo de las grandes utopías globales parece haber pasado, poco a poco está surgiendo un nuevo sujeto social con nuevas reivindicaciones y con una visión que se puede resumir en un eslogan muy simple pero muy revelador: "otro mundo es posible". No se sabe muy bien todavía qué otro mundo, no se sabe si se va a lograr, pero se afirma que se puede soñar con él y que hay que construirlo, que no llegará solo. Este nuevo sujeto social, formado esencialmente por jóvenes, pero también por personas ligadas a organizaciones que ya existían (ONGs, sindicatos, partidos políticos, asociaciones de agricultores, de pro-ductores, de consumidores... y gentes de Iglesia), es la sociedad civil internacional organizada. Algunos, como Rafael Díaz-Salazar, le llaman "la generación de Porto Alegre", en referencia a la ciudad brasileña donde surgió con fuerza el Partido de los Trabajadores, donde primero se ensayó el presupuesto municipal participativo y donde se ha reunido con más frecuencia el Foro Social Mundial, la respuesta de la sociedad civil a otras reuniones de poderosos como el Foro de Davos, el G-8, etc.

El propio Rafael Díaz-Salazar enumera once grandes áreas de reivindicación de este nuevo sujeto social:

  • Una política de cooperación para el desarrollo.

  • La soberanía alimentaria.

  • Sanidad y educación universales.

  • La reconstitución del medio ambiente y la restitución de la deuda ecológica.

  • Políticas de paz y desarme.

  • Derechos humanos integrales.

  • El control democrático de las empresas transnacionales.

  • La condonación de la deuda externa.

  • Un comercio internacional justo.

  • El control de capitales, sobre todo de capitales especulativos, y la creación de impuestos internacionales para la generación de riqueza.

  • Nuevas instituciones internacionales de gobernabilidad global.



- El fin del "tiempo de los tiburones"

Después de haber vivido "la cultura del pelotazo" y de que el modelo social del éxito fuera el ejecutivo agresivo, triunfante social y económicamente, asistimos con cierta perplejidad a un cambio de paradigma. La gran mayoría de los jóvenes actuales, incluidos particularmente los que tienen un alto nivel de preparación, no ven el trabajo como un camino de ascenso hacia el éxito social, sino como un medio de vida al que sólo se le debe sacrificar una parte del tiempo disponible. La nueva juventud valora en gran medida el ocio, la realización personal, incluso la posibilidad de conciliar de forma real la vida laboral y la familiar (y esto tanto mujeres como hombres). Estos nuevos jóvenes, a veces de forma no muy elaborada o inducidos por un cierto ambiente social y por lo que se transmite desde los medios de comunicación, pero con un discurso más interiorizado que generaciones anteriores, creen en valores como la paz, el diálogo, la igualdad real del hombre y la mujer, el respeto a la diversidad, la libertad, el respeto al medio ambiente, la solidaridad… Insisto, su discurso no está muy elaborado y es fácilmente manipulable, pero las alternativas a esos valores en general les resultan implanteables, con más o menos matices según de cuál hablemos.



- La búsqueda de identidad y de sentido (y sus riesgos)

Sin incluir necesariamente un componente religioso, la complejidad del mundo actual y la falta de referencias últimas hacen que muchas personas anden, de una forma u otra a la búsqueda de asideros que den significado a lo que la vida les va poniendo por delante.

En esta búsqueda de sentido, el Evangelio tiene su hueco como posible respuesta para quien lo quiere recibir. Creo, sin embargo, que esta "oportunidad" está trufada de riesgos que no debemos desconocer. Citaré al menos dos.

El primero es el de creer, desde nuestras posiciones, que todo el mundo está falto de Dios, lo sepa o no, y que nuestra misión es poco menos que imponerlo y de paso salvar a este mundo pecador.

El segundo de los riesgos es el de la "espiritualización de la espiritualidad". Es decir, el reducir esta búsqueda de sentido último a la experiencia íntima, interior, personal, sin desarrollar una espiritualidad comprometida con los hermanos y hermanas y con la realidad, empeñada en dotar a todos de sentido en su propia vida.



5. ¿HABLAMOS DE LOS POBRES O HABLAMOS DE JUSTICIA?

Querría acabar retomando el tema de la experiencia de Dios desde los pobres abarcándolo desde una perspectiva práctica, o, por decir mejor, desde la perspectiva de la práctica cristiana de la promoción de la justicia. Ya dijimos antes que el cristiano añadía una peculiaridad a la hora de comprometerse en favor de los empobrecidos, y era el verlos, tratarlos y sentirlos como hermanos. Esta perspectiva rompe algunos esquemas.



5.1. La justicia vs. la fraternidad

En primer lugar, nos deberíamos preguntar de qué hablamos cuando nos referimos a la justicia. Se han dado cientos de definiciones, pero a mí me resulta particularmente clara una de Luis González-Carvajal que desarrolla la definición clásica de Simónides de "dar a cada uno lo que le corresponde". Dice González-Carvajal que "«dar a cada uno lo que le corresponde» es dar a todo ser humano la posibilidad de realizarse verdaderamente como hombre; es decir, garantizarle el respeto efectivo de todos y cada uno de los derechos humanos"9.

Ojalá viviéramos en un mundo así. Probablemente no podría pedir-se mucho más.

Y sin embargo, el cristianismo es todavía más que eso. Un cristiano, como ya hemos dicho, no se relaciona con los demás en términos de justicia, sino de fraternidad. La justicia proponer tratar al otro como se merece, lo cual es probablemente irreprochable; la fraternidad proponer tratar al otro como a un hermano, lo que es posiblemente insuperable.





5.2. La construcción del Reino de Dios

Los cristianos estamos llama-dos a construir relaciones como si el Reino de Dios ya estuviera aquí: en realidad efectivamente lo está en la medida en que nosotros lo estemos viviendo.

En la formulación de las Bienaventuranzas que recoge Mateo, Jesús afirma, en la traducción más habitual, que son bienaventurados "los pobres de espíritu" (lo cual, por cierto, ha dado para mucha discusión sobre el tema de la pobreza). En realidad en el texto original más antiguo que se conserva Jesús afirma que quienes son bienaventurados son los "anawin", los "pobres de Yahvé", a los que ya se había referido el profeta Sofonías. Recibían este nombre un grupo de judíos que ponían toda su confianza en Dios y estaban absolutamente disponibles para cumplir su voluntad. Desde esta actitud, preferían padecer la injusticia a cometerla, valoraban más la fidelidad a Dios que el éxito material (por lo que de hecho eran "pobres") y estaban dispuestos a sufrir el fracaso y la persecución, que frecuentemente les acosaron.

Lo que hace Jesús es reivindicar esa actitud. Afirmando que los anawin eran bienaventurados ensalzaba los que construyen el Reino de Dios, a los que se comportan según su voluntad aunque no les acompañe el éxito, a los que con su vida y su forma de relacionarse con los demás ya están edificando de hecho una sociedad alternativa. Ese es el motivo de que las primeras comunidades aparezcan descritas como aparecen en los Hechos de los Apóstoles: eran el germen de una sociedad nueva donde nadie pasaba necesidad porque todos se trataban como hermanos.



5.3. La estrategia de la lucha por la justicia

¿Desterramos entonces de nuestro vocabulario y de nuestro horizonte ético o el trabajo en favor de la justicia? En realidad no. La apelación a la justicia es un buen punto de partida. No podemos imponer a nadie la práctica de unas relaciones fraternas por más que sean nuestro criterio de actuación, pero sí podemos exigir un trato justo para todos. Además, y esta es una buena razón para seguir invocando la justicia, este lugar es un punto de encuentro privilegiado con muchísimos "hombres y mujeres de buena voluntad", no cristianos pero sí comprometidos con la causa de los empobrecidos. No tenemos derecho a no unir nuestras fuerzas con ellos en favor de nuestros hermanos. Nuestra causa no es la justicia, pero sí lo es la lucha contra la injusticia, y en ese camino todos los aliados son bienvenidos.



5.4. Hacer pastoral, hoy, desde el lugar de nuestros hermanos pobres y excluidos

Hacer pastoral desde los pobres y los excluidos no es hacer un discurso ideológico, es cumplir la voluntad del Dios Padre de todos. Creo que con lo dicho hasta ahora queda claro a qué me refiero.

Y sin embargo hace falta un último apunte sobre este asunto: necesitamos para nuestra práctica del día a día herramientas de análisis, en clave cristiana, de las causas de la injusticia y del sufrimiento de nuestros hermanos. Si obviamos este punto podemos acabar siendo cómplices del mantenimiento de la situación. Se dice, y creo que debe-ría hacernos pensar, que los cristianos somos buenos enfermeros y malos médicos: atendemos bien a los enfermos, pero no atacamos las causas de las enfermedades. Creo, salvando las lógicas reticencias que algunos podrían poner a incluir es-tos temas dentro de la "formación pastoral", que no se trata tanto de educar en la ideología como de no olvidar unas palabras de Jesús que con frecuencia nos pasan desapercibidas: "sed mansos como palomas y astutos como serpientes" (Mt 10,16). No nos podemos escudar en la buena voluntad, tenemos que saber bandearnos.



Y no es que haga falta formación económica, sociológica o jurídica para la labor

pastoral. Pero desde luego conviene que los receptores de nuestra pastoral estén bien avisados de que necesitarán de estas u otras herramientas para un compromiso eficaz en la construcción de alternativas a este modelo de sociedad. El mundo es cada vez más complejo y desentrañar la madeja de la injusticia requiere de extraordinarios cristianos... con las mejores herramientas.














Adaptación10

Joan Chittister


«SABER envejecer escribe el filósofo suizo Henri Frédéric Amiel‑ es la obra maestra de la sabiduría y uno de los capítulos más difíciles del gran arte de vivir».


Los cambios vitales tan comúnmente asociados a los últimos años de la vida requieren formas inéditas de acometer el ejercicio de vivir. Lo más duro de todo es que se presentan con independencia de que nosotros los queramos o no. Nos descu­brimos a nosotros mismos en extrañas circunstancias con ami­gos de última hora después de que toda una vida de viejas rela­ciones se haya esfumado o de que nuevas condiciones nos ha­yan desconcertado. Entonces, lo importante no es tanto lo que nos pasa cuanto la manera en que decidimos afrontarlo. No se trata de una época fácil.


Sin duda, éste es el último gran periodo de crecimiento humano para nosotros. Comporta escalar las montañas finales de adaptación, novedad, cambio, evolución espiritual. Exige de nosotros toda chispa de fuerza, toda pizca de fe en la santidad del universo, que nos quede disponible.


Para quienes pueden disfrutar del lujo de envejecer en casa ‑la casa en la que he vivido toda mi vida adulta, la ciudad en la que él creció, el barrio que ella ama‑, envejecer es casi siempre sencillamente la continuación de la vida tal cual ha sido hasta ese momento. En tal caso, envejecer no es sino una fase más de lo mismo. Al fin y cabo, aquí, en este lugar, he pasado muchos años. Conozco a las personas, así como las tiendas y los auto­buses; conozco toda la ciudad. Todavía soy parte de ella. Todo es simplemente una extensión de mi persona. Todo me es fami­liar. Todo es seguro. Por muchos años que haya acumulado, en situaciones como ésta, resultan, de hecho, casi irrelevantes. Siento que todavía soy lo que siempre he sido. Mi mundo pro­fesional puede haber desaparecido, pero no mi vida.


Incluso aquí, por supuesto, hay cambios, pero son peque­ños. Comienzo a hacer algunas cosas menos que antes. No sal­go de casa todas las mañanas para ir a trabajar. Me apetece me­nos conducir de noche. No tengo tantas cenas de sociedad co­mo antes. Pero, al margen de eso, apenas existen diferencias discernibles entre tener sesenta y cuatro años y tener sesenta y siete, entre tener sesenta y nueve años y tener setenta y cuatro. La vida así vivida permanece básicamente la misma, por avan­zada que sea nuestra edad.


Desde luego, la primera gran confrontación con la edad se produce con la separación respecto de lo que nos es familiar. Cuando el mundo que era y el mundo que es caen a uno y otro lado de la línea divisoria; cuando el presente difiere de cómo eran antes las cosas; cuando las cuerdas de salvamento se rom­pen, entonces ya ha llegado el cambio real. Luego, la edad pe­netra estruendosa en la conciencia, con un timbre del todo nue­vo. La idea de envejecer, de hacerse «viejo», cobra para mí cre­ciente nitidez. Mi alma principia a cambiar de tono. Me descu­bro a mí mismo afanándome por permanecer psicológicamente vivo, por muy fuerte que parezca mi cuerpo.


Primero desaparece el trabajo, más tarde la casa y luego, poco a poco, se esfuman las cosas queridas: los hijos se llevan cada vez que vienen algún pequeño objeto; la gente de la tien­da donde se venden artículos de segunda mano con fines bené­ficos, una vieja caja tras otra. Luego se pierde la privacidad, más tarde se queda uno sin el perro y sin el gato, sin la mesa del despacho y sin los papeles, sin viajes y, con el tiempo, sin co­che. Finalmente, se ausenta, por primera vez, el yo.


También la persona que yo antes sabía que era ‑amigable, feliz, de trato fácil, satisfecha‑ corre peligro de desaparecer. La inveterada proclividad al viejo temperamento deviene más difícil de controlar. El interés por los demás empieza a ceder paso al deseo de permanecer sentado, con las luces apagadas, en penumbra, conviviendo con mis pérdidas. El ceño está permanentemente fruncido. La sonrisa pierde frescura.


Todas las señales de peligro están ahí, a la vista. Una persona joven ‑yo‑ está agonizando años antes de que llegue su hora. Y el único que puede salvarme de mí soy yo mismo. Luego, empiezo a comprender que la santidad está hecha de cotidianidad, de vivir la vida tal como me viene, y no como me empeño que sea.


Es hora de descender a mi hondón y preguntarme qué me está sucediendo. No se trata de que los cambios sean difíciles. Aunque, por supuesto, lo son. Es sólo que, por mi propio bien, no puedo permitir que esos cambios, por difíciles que sean, determinen mi existencia. La vida continúa... y también yo debo seguir hacia delante. Pero ¿cómo?


¿Cómo podemos defendernos de una situación como ésta? ¿Cómo hemos de tratar con cosas con las que no queremos tratar, por muy buenas que puedan ser en sí? ¿Cómo sobrellevar aquello que sentimos que no somos capaces de soportar? Y la sencilla, pero inquietante, respuesta es que no existe la posibilidad de no sobrellevarlo. Lo sobrellevaremos, aunque sólo sea porque tenemos que hacerlo. La única cuestión es si nos decidiremos por aguantarlo bien... o mal.


Aprender a sobrellevar los caprichos de la vida es un proyecto a largo plazo. En la vida pronto empezamos a tener experiencias: culpamos a otros de la situación en la que nos encontramos o nos enfuruñamos para hacerle saber al mundo que nos disgusta. Luego, con el tiempo, aprendemos que amohinarse y culpabilizar a los demás no resuelve nada; antes bien, sólo incrementa el dolor que sufrimos.


La verdad es que, en la vida, no hay nada más importante que ser capaz de afrontar bien los cambios que nos advienen a medida que envejecemos. Éstas son las estrategias de supervivencia (coping skills) que nos conducirán hacia el final. La felicidad de los últimos años de nuestra vida depende de ellas.


Sin embargo, no todas las estrategias de supervivencia son iguales. La psicología define para nosotros la diferencia existente entre ellas". En el nivel inferior están los mecanismos de supervivencia que únicamente nos capacitan para desentendernos por completo de la situación. Algunas personas, sometidas al estrés del cambio, se aferran a falsas ilusiones, por ejemplo. Rompen con la realidad de todo en todo. Entran en lo que la comunidad médica denomina «senilidad prematura». Se sueltan de la vida. Empeoran. Devienen retraídos o incluso incoherentes. Sabemos que han perdido contacto con la vida, como un náufrago en alta mar que deja ir sin más de la cuerda sujeta al bote salvavidas.


Pero estos son casos raros. Es más que probable que permanezcamos muy atentos a lo que acontece a nuestro alrededor. Nos comprometemos con ello. Hablamos sobre ello. Incluso nos obsesionamos con ello. Al final, tenemos dos caminos. O bien nos descubrimos a nosotros mismos confrontados con posibilidades sociales que nos ayudan a hacer de la nueva vida una experiencia vigorizadora y fascinante, o bien nos resistimos al cambio hasta el punto de que terminamos convirtiéndonos en la resistencia misma.


Tal resistencia es el siguiente nivel de reacción ante los cambios. Estas personas se las arreglan solas, pero son exasperantemente inmaduras en sus reacciones emocionales. En efecto, cumplen las rutinas vitales. Siguen haciendo la colada, tomándose los medicamentos y guardando alguna clase de apariencias personales. Pero, al mismo tiempo, no son ya las personas que conocíamos. Sus almas se echan a perder en sus caparazones. Poco a poco, en cosas pequeñas, pero de forma patente, comienzan a castigar al mundo que los rodea por la situación en la que se encuentran. Cuando por fin les llega el momento de mudarse, se niegan a hacer las maletas para abandonar la casa, caen enfermas o rehúsan vestirse. El mensaje es claro: si quieres que todo esté preparado para que yo abandone la casa, tendrás que encargarte tú de ello. O si no, empiezan el juego de las inculpaciones: otras personas son responsables de esto, no yo, no mi estado, no mi situación económica. Pero decididamente, yo no. «Si el médico hubiera empezado a tratarme antes este problema, no tendría que irme de aquí», dicen. O bien: “Es culpa de mi hija que yo no pueda vivir sola. Si quisiera, podría hacerme la comida”».


Esta clase de agresión pasiva y la proyección de culpa hacia los demás corroen lo que habían sido buenas relaciones con las personas que me rodean justo cuando más las necesito. Lo que antes era una personalidad bondadosa, equilibrada y agradable resulta ahora sesgada, distorsionada, malograda. Me convierto en un mohíno, un protestón, un tejedor de sueños descabellados, imposibles ya para cualquier persona de mi edad o en mi situación: < ¿Qué le ha ocurrido?», se pregunta la gente. «Siempre ha sido una persona agradable, de trato fácil». Y empiezan a evitarnos.


En el tercer nivel de las estrategias de supervivencia, es posible que las personas abandonen el lugar en el que han vívido durante años con un grado mínimo de enojo, pero se adaptan mal a su nuevo entorno. No hablan mucho sobre la mudanza. Antes bien, suprimen sus sentimientos hasta el punto de que de­vienen fríos e indiferentes. Concentran su enfado por el hecho de haber sido desplazados en las personas que dirigen el centro en el que ahora residen, por ejemplo. Nada es bueno: Todo –la comida, el ruido, los cuidados, la limpieza‑ está por debajo de la calidad exigible. Afirman que se les ignora, que son víctimas de abusos o que se les discrimina. Se encierran en su cuarto y se niegan a adaptarse. No quieren aceptar la situación actual y piden con reiteración que se les permita retornar a la vida que llevaban con anterioridad. Se quedan estancados. Se anquilo­san. Refunfuñan. Se cierran en banda a avanzar. Entonces, sus familias los pierden mucho antes de que mueran. Es un viaje largo y triste para todos los involucrados. Lo que podría ser agradable, llevadero, liberador, se convierte en una prisión para el alma, una jaula dorada para la mente. El espíritu deviene pol­vo y ceniza.


Pero existe otra manera de afrontar estos años. Aquellos cu­yos mecanismos de supervivencia son maduros, aquellos que se han pasado la vida aprendiendo a responder a las dificultades de la existencia con aplomo y coraje, se defienden del estrés oca­sionado por tan trascendental cambio restándole importancia. Siente su aguijón, pero transforman el dolor que les causa en al­guna suerte de nuevo don.


«Mira mi nueva mansión», dijo la anciana mientras enseña­ba el diminuto apartamento de una sola habitación al que se ha­bía mudado tras vender su casa. «Debería haber tenido todo en una única planta cuando los chicos aún estaban en casa. Este maravilloso lugar me llega con años de retraso», comentó rién­dose. Otra mujer se trasladó al final a la residencia municipal de ancianos sin decir ni una palabra. Nunca volvió a su casa, aun­que había muchas personas que la habrían llevado allí en coche en cualquier momento. «No, cariño ‑le dijo a una joven amiga. No tengo necesidad de volver. Ésta es mi casa ahora». Y, seña­lando con un movimiento de la mano a la gran sala de visitas en la parte delantera del edificio, añadió: «Hay aquí tanta gente que necesita ayuda. ¡Tengo tanto que hacer aquí!».


Es evidente que tales personas han alcanzado la madurez espiritual. Para soportar el dolor, lo reemplazan con nuevas ale­grías. Comienzan a ocuparse de las luchas de otros para sobre­ponerse a las suyas. Viven anticipando las alegrías más básicas de la vida: flores lozanas en la mesa, el pequeño balcón con vis­tas al jardín comunitario, la ocasión de hacer nuevos amigos en el edificio, la oportunidad de encarar la vida sin tener que pre­ocuparse del tejado, del jardín o de la limpieza de la casa. Sen­cillamente se niegan a permitirse a sí mismas vivir en el pasa­do, en la melancolía de sus recuerdos. “El tiempo avanza”, dicen; y con una sonrisa para cada una de las personas con que se encuentran, ellas avanzan con él.


Para las generaciones más jóvenes, estas personas son un signo de que existe vida después de los setenta. Y vida en abundancia. Con sólo que nos la procuremos.


Una carga de estos años es que debemos decidir conscientemente cómo vivir, en qué clase de personas vamos a convertirnos ahora, que tipo de personalidad y espiritualidad llevaremos a cada grupo, cómo de vitales pretendemos ser.


Una bendición de estos años es ser capaz de vivir con tanta franqueza y adaptarnos tan bien a los cambios que los demás, al mirarnos, puedan ver cuánta vida, santidad y bondad puede aportarnos la vejez a fin de recrear el mundo.








STEINHARDT, Nicolae,

El diario de la felicidad

Sígueme, Salamanca 2007.


José Ramón García


Este libro ha supuesto para mí toda una sorpresa, tanto por su contenido como por su autor, ambos igualmente desconocidos y novedosos. El contenido de este libro es un impresionante testimonio personal sobre la experiencia de prisión sufrida por su autor en 1960-64. Pero lo cierto es que a lo largo de sus páginas va apareciendo una interesantísima semblanza de Rumanía, un pueblo cercano por muchos motivos pero que se mantiene en un desconocimiento que no se corresponde con la riqueza de la clase intelectual a la que el autor pertenecía. Al mismo tiempo, es un testimonio de la dureza del régimen comunista, de la crueldad gratuita con que se desarrolló, lo que permite que se explique mejor el terrible final que tuvo en la persona de su último dirigente Ceausescu. En medio de una intelectualidad muy viva y pujante, pero constreñida y represaliada, se destaca también la presencia vibrante del cristianismo en Rumanía, a través de las diferentes confesiones eclesiales, y el influjo que ejerció tanto en la cultura como en la política. Sólo por contemplar todo este panorama, la lectura de este libro ya resulta realmente interesante.


El título de esta obra, El diario de la felicidad, es cuando menos un tanto ambiguo. En realidad, más que de un diario se trata de un complejo conjunto de rememoraciones que describen la experiencia del autor en su condición de condenado, como preso político, pero que se expanden en multitud de recuerdos anteriores y posteriores a su estancia en prisión, y que tratan de explicar las vivencias del protagonista. Además, el autor no sigue en ningún momento la cronología de los hechos, lo que da a toda la obra un cierto tinte de subjetivismo que permite contemplar los hechos desde la propia percepción del autor. En ningún momento pretende él dejar constancia de lo ocurrido, sino de dar fe de algo profundo que le había sucedido a él, que era coincidente con el periodo que sufrió en prisión, pero sin confusión con ello tampoco. Y en cuanto a la felicidad, que es el núcleo de su testimonio, el autor describe una experiencia interior que podríamos calificarla como el resultado de una nueva libertad no cautiva, ni siquiera en las durísimas condiciones de prisión que le tocó vivir y de la vigilancia política a la que estuvo sometido hasta su muerte. Tal felicidad fue la que él alcanzo tras recibir la gracia del bautismo, tras una larga conversión que se había fraguado a lo largo de toda su vida anterior y que cristalizó finalmente en cuanto llegó a la prisión.


El autor, Nicolae Steinhardt, era un intelectual de procedencia judía, con un arraigado sentimiento político-nacional rumano que fue el sustrato desde el que fue acercándose muy lentamente al cristianismo. Vigilado en todo momento por el régimen comunista, en 1960 fue condenado a doce años de prisión por sus veleidades literario-políticas, siendo amnistiado cuatro años después. La decisión ética de no traicionar a sus compañeros, cuando fue detenido, acusado y condenado como todos ellos, fue lo que le hizo dar el paso definitivo de pedir el bautismo a un monje ortodoxo, preso como él mismo también. El mismo terminaría sus días como monje ortodoxo. La semblanza que sí mismo va desgranando el autor en estas páginas, sin ningún atisbo de presunción personal, nos permite encontrarnos con un personaje apasionante, de una cultura vastísima, con una curiosidad intelectual muy loable, y con una acendrada comprensión del misterio cristiano que era resultado de la gracia recibida. La felicidad encontrada suponía una libertad que iba mucho más allá de las miserias políticas que le rodeaban, de los sufrimientos de la prisión, de la traición que cayó sobre él.


Este volumen ha sido magníficamente editado en todos sus detalles, con un cuidado exquisito en la traducción, en las notas interesantísimas; pero, sobre todo, el lector encuentra una presentación del autor, al comienzo, y La historia de un ‹‹diario››, firmada por Viorica Patea, al final, que amplían la visión que el lector necesita para comprender muchas cosas que el autor no explica directamente en su diario.


Desde un punto de vista más personal, como lector de este libro apasionante, me quedo con la fuerza de la metanoia y con la recuperación de su memoria. La libertad de la Cruz es accesible aun en los rincones más oscuros de la existencia humana. Y es por esta existencia humana por la que se ha de apostar con idéntico tesón ético al que Nicolae Steinhardt mostró tanto antes como después de recibir el bautismo. Toda una semblanza de un verdadero discípulo de Cristo, contada en primera persona con total parresia y olvido de sí.


FLORENSKI, Pável,

La columna y el fundamento de la Verdad.

Ensayo de teodicea ortodoxa en doce cartas,

Sígueme, Salamanca 2010.

José Ramón García



En el momento en que pongo a pergeñar estas líneas, yo quisiera ser capaz de reseñar acertadamente aquí la indescriptible impresión que me ha producido la lectura de esta obra, singular donde las haya, que nos llega desde la lejanía del tiempo, porque su original ya fue publicado hace casi un siglo, y la remota Rusia de los albores de la revolución bolchevique, desde la tan desconocida Iglesia hermana ortodoxa y la siempre apasionante cultura eslava. El autor de esta rara obra, Pável Florenski, fue un verdadero genio que destacó como experto en muchas y diversas disciplinas, en la matemática y la filosofía, en la teología y la teoría de la estética, en la literatura y la filología. Además una vez convertido, fue también ordenado sacerdote en la Iglesia ortodoxa rusa. Al llegar la revolución, PF decidió quedarse en Rusia expresamente para preservar la transmisión del tesoro de la eclesialidad del que siempre se considero un humilde depositario. Aquel gesto heroico le costó sufrir la prisión y, finalmente, el fusilamiento durante el régimen de Stalin. Por tanto, estamos ante uno de los muy significativos testigos (mártires) que la Iglesia de Dios, La columna y el fundamento de la Verdad, dispuso por gracia durante el pasado siglo, y que ahora nos confirman en la experiencia fundante de una misma fe.


El título de esa obra, La columna y el fundamento de la Verdad, es en realidad una paráfrasis que nos remite a “la Iglesia del Dios vivo”, conforme a cita de la Escritura de donde está tomado (cf. 1Tim 3, 15). Es decir, el objeto de esta obra consiste en dar cumplida “razón” de la Verdad, que únicamente es alcanzable como gracia recibida mediante la secular experiencia espiritual que todo creyente cristiano encuentra disponible sólo en el seno de la vida de la Iglesia. El discurso que el autor desarrolla en esta obra ha quedado definido programáticamente con su subtítulo: Ensayo de teodicea ortodoxa en doce cartas. Pável Florenski elaboró un ambicioso proyecto teológico del que la primera parte se ocupaba de la “Teodicea”, como un discurso que mostrara el contenido de la fe trinitaria y la experiencia espiritual desarrollada en la vida de la Iglesia. La segunda parte de este proyecto sería la “Antropodicea”, que no llegó a culminar, que se ocuparía de la Encarnación y de la doctrina de los sacramentos, como la vía regia del acceso del hombre a Dios, lo que conforme a la doctrina de los Padres de la Iglesia se conoce como theiosis. Esta obra, además, tiene la singularidad literaria de haber sido expresamente redactada dentro del género epistolar, una opción retórica que viene motivada por el temor manifestado del autor ante la afirmación académica y la preferencia por el autocuestionamiento. Esta es la obra de alguien comprometido en dar razón de la Verdad, que sólo se halla en la experiencia viva de la Iglesia, mediante la indagación racional que su autor elabora cuidadosamente a partir de su propia andadura de creyente cristiano, fiel a su confesión ortodoxa.


Esta obra está compuesta por tres partes bien diferenciadas. La primera y principal es el corpus epistolar de doce cartas, precedidas por un pequeño texto dirigido Al lector y que concluye con un sumarial Posfacio. La segunda parte es un conjunto de dieciséis excursos sobre temas que aparecen en las cartas. La tercera y última está formada por un copioso registro de más de mil notas y casi doscientas páginas. Todo ello da ya una idea cabal de la envergadura y complejidad de esta obra.


La nota introductoria que el autor dirige Al lector antes de abrir su epistolario describe una breve síntesis de su apreciación sobre la eclesialidad como la vida nueva, la vida en el Espíritu, cuyo único acceso se produce mediante el ejercicio de la propia experiencia, que nunca es de índole conceptual. Y a partir de esta advertencia, el lector puede ya sumergirse en el profundo pensamiento del autor.


Las doce cartas están dirigidas a un anónimo “Amigo”, que es calificado con afectivos epítetos en todas ellas. En ningún momento se descubre la identidad real o figurada del destinatario de las cartas, Sin poder estar seguro de ello, hay algunos rasgos en el texto que permiten una interpretación cristológica de esta anónima identidad. Algunas cartas se inician con pasajes de gran altura lírica, rememorativos de la experiencia compartida por el autor y su destinatario-amigo. Cada carta tiene un título que la encabeza y que, en su redacción, se despliega en diversos temas secundarios que se van entrelazando, llegando a encadenarse una carta con la siguiente por medio de especificaciones temáticas.


En la redacción de las cartas, el autor sigue un patrón metodológico más o menos fijo. Plantea cada tema como si de un enigma a resolver desde el conocimiento racional se tratara. Utiliza para ello, en primer lugar, un prodigioso conocimiento etimológico en diversas lenguas, lo que le sirve para explorar lo que podríamos entender como el sustrato arqueológico, en sus componentes racionales y afectivos, de los conceptos en que se ocupa. Con todo este aparato etimológico-conceptual, el autor elabora su especulación filosófica, siempre con un expreso objetivo metafísico. Las dificultades para cifrar un conocimiento racional acerca de la Verdad lo conducen entonces a explorar tres áreas que informan y conforman la experiencia espiritual del creyente cristiano; a saber: la Escritura, la literatura patrística y el extenso acerbo de los textos litúrgicos. En algunos casos toma alguna perícopa bíblica muy concreta que somete a una exégesis exhaustiva, con una intervención totalmente alegorizadora del texto, a menudo con resultados muy sorprendentes. Pero, es preciso decir, en ningún caso se sirve de la Escritura para justificar los argumentos de su discurso, sino que, por el contrario, siempre se pone al servicio de la epifanía de la Palabra.


El epistolario es un complejo instrumento retórico para ilustrar la añoranza de la Verdad que el autor experimenta, cuya búsqueda y razón trata de evocar en las páginas de estas cartas. En él encontramos un intento explícito de redactar un discurso con unos detalles estéticos que pretenden reflejar la belleza que la Verdad desprende de sí misma. La tarea no sólo resulta compleja y ardua, sino inalcanzable además. Por ello, tal es la convicción del autor, la búsqueda de la Verdad sólo puede ser guiada por la esperanza, pues la Verdad adquiere entonces el sentido que tiene de una promesa. Pero a la Verdad lo cierto es que no se llega, sino que ella misma se allega al hombre desde el corazón de la Trinidad. Así, acceder a la Verdad implica la necesaria renuncia al entendimiento y el sometimiento a la obediencia de la fe. Y la fe es la que conduce al amor; lo que le lleva al autor a indagar en profundidad la identidad última de Dios: “Dios es amor”. De ahí que la vinculación Verdad-Amor le lleve al autor a afirmar su conocimiento no sólo como un acto gnoseológico, sino ontológico también. Mediante una hermosa utilización de textos litúrgicos, Pável Florenski hace una extraordinaria disquisición especulativa sobre la confluencia de “Amor-Verdad-Belleza”, para así ilustrar la manifestación de la Verdad como Luz. La Luz y su contemplación aparecen entonces como la meta de la búsqueda de la Verdad.


Tratar de reseñar aquí el contenido de cada carta y de la multitud de temas implicados en cada una de ellas se me antoja una labor imposible. Entre otras cosas, porque necesitaría hacer repetidas lecturas para ir asimilando y comprendiendo no sólo las dificultades de orden conceptual encontradas en la lectura, sino incluso la prolijidad y rareza de los temas en cuestión. Por otra parte, las detalladas y exhaustivas exégesis que el autor hace a ciertos textos bíblicos merecen un diálogo especial a entablar con el autor. Un lector como yo no está suficientemente equipado, intelectualmente, para afrontar semejante diálogo. Y, sin embargo, de alguna manera, entiendo yo que es eso precisamente lo que el autor ha pretendido hacer con esta obra. El carácter epistolar de la misma es entonces un acicate más para provocar una respuesta buscada, que a su vez pueda ser expresión de la propia búsqueda de la Verdad que el lector establece ahora en contacto con el autor.


Por poner algún ejemplo, la carta décima se ocupa de “La Sofia”, un tema fundamental para la Ortodoxia, pero que se halla muy lejos del horizonte de interés teológico en el que se mueve un creyente católico como yo. Otro tema capital es el recogido por el autor en la carta decimoprimera: “La amistad”. La investigación etimológica del concepto “amar” en la lengua griega, así como la evolución semántica sufrida por el término ‘agape’ en el conjunto del NT, le da pie al autor para enfrentar conceptualmente ‘agape’ y ‘filia’, “amor” y “amistad”. La complejidad de las opciones teológicas que Pável Florenski presenta entonces entraña la necesidad de una revisión general de toda praxis en lo que respecta al amor cristiano. Y esto siempre resulta difícil de admitir y/o asimilar.


En el Posfacio, Pável Florenski lanza una mirada de conjunto al recorrido de la obra. Y concluye que hay que abordar las antinomias entre los dos mundos existentes. Entre la gehenna de este mundo y la ascesis para alcanzar la integridad espiritual no hay un tercer camino. Hay que optar. Y la opción consiste en la renuncia de sí. En todo caso, la misma Verdad impulsa al hombre a buscar la verdad; la misma Verdad nos atrae hacia sí. Y con esta mirada global cargada de esperanza se cierra este apasionante y apasionado recorrido en pos de la Verdad.


La segunda parte de esta obra está compuesta por un total de dieciséis excursos que abundan de forma detallada sobre puntos ya tratados en las cartas. En general, tienen un carácter breve y conciso. A veces, resultan un tanto redundantes; otras, sus explicaciones científicas se hacen todavía más difíciles de entender. En alguno de ellos, yo diría, hasta resultan un tanto farragosas las explicaciones. En su conjunto, no añaden nada nuevo a lo ya estudiado en las cartas.


La tercera parte, sin embargo, está constituida por un impagable ejercicio de notas añadidas al hilo del discurso. El autor explica al comienzo el diverso sentido de sus notas, que van desde la información bibliográfica hasta verdaderos desarrollos muy elaborados de las ideas en cuestión expuestas en las cartas. Son todas ellas un prodigio de erudición que el autor pone al servicio de su lector, en su propósito firme de explicarse a sí mismo lo que razona y la experiencia espiritual personal que le informa y conforma a sí mismo. Se podría decir entonces que esta tercera parte es en sí misma un discurso en paralelo con el desarrollado en el corpus epistolar de esta obra. El lector descubre ahí infinidad de campos temáticos nuevos para el pensamiento, pero también para el disfrute estético anticipado de la promesa de la Belleza que comporta la epifanía de la Verdad.


En esta reseña se hace imprescindible la mención de la innegable calidad de la presente edición de esta obra en todos sus aspectos. Sólo destacaré aquí dos de ellos. En primer lugar, la traducción al español de un texto tan complejo, que ha llevado a cabo Francisco José (Paco Pepe) López Sáez, responsable a su vez de esta edición, mantiene en todo momento una frescura e inmediatez que el lector no puede por menos que agradecer. Y esto es así tanto en los pasajes de más difícil especulación como en los fragmentos en que Pável Florenski destila todo el lirismo de su corazón. Son muy de agradecer igualmente las notas de pie de página que el traductor suministra a fin de contextualizar ciertos términos rusos que son importantes en el siempre intrincado desarrollo del pensamiento del autor. En segundo lugar, ya como editor, el prólogo con el que presenta esta obra es una magnífica presentación del autor y su obra, escrita con gran veneración y rigor intelectual, como una motivadora invitación a una lectura no fácil, con el ánimo de que el lector se sumerja confiado en sus páginas llevado de la rica y acendrada experiencia espiritual que PF brinda en ellas.


A la hora de valorar yo mi atenta lectura de esta obra de Pável Florenski, tengo que reconocer que la lectura previa que en su día hice de La belleza, memoria de la resurrección, obra firmada por el editor-traductor de la presente edición, resultado de su tesis doctoral sobre PF, me ha ayudado mucho para afrontar una lectura tan ardua, por su contenido temático y por el desarrollo de sus argumentaciones. Mi incompetencia filosófica me ha restado un disfrute mayor de una obra que ha sido escrita desde la filosofía para construir un discurso cabalmente teológico. El énfasis puesto por el autor en su propia experiencia convierte esta obra en un compendio de espiritualidad, cuyas coordenadas maestras están meramente delineadas aquí, como si quedara a la espera de un desarrollo posterior, tal vez en el orden de la antropodicea complementaria. El aporte fundamental, desde un punto de vista filosófico, que el autor hace es el reconocimiento de las antinomias a las que el entendimiento racional del hombre se enfrenta a la hora de acoger la epifanía de la Verdad. Y esto, que es un irrenunciable principio teológico al que el autor llega, no tiene más vía de solución que el ejercicio de la ascesis tal y como él lo va describiendo a lo largo de estas páginas.


No estoy seguro de haber aprovechado del todo la sabiduría que el autor desgrana en su obra al servicio de su lector. Pero lo que sí puedo decir con verdad es que, a pesar de la distancia que existe entre los planteamientos teológicos y espirituales aquí expresados con los que yo mismo hoy me manejo, doy fe de que reconozco en Pável Florenski un hermano, una misma fe y una misma tensión escatológica. Y con ello me siento más que satisfecho de esta lectura, al saber que el Reino de Dios sigue siendo anunciado desde perspectivas tan diversas. Sin duda, esto ya es un paso efectivo hacia un ecumenismo real, al menos en cuanto a su expresión ‘agápica’, sin haber llegado aún a una muy deseable expresión ‘filiaca’ igualmente.

LEWIS, C. S.

Cautivado por la alegría,

Ediciones Encuentro, Madrid 2002.

Colecc. Ensayos, nº 203 – 189 pp

Título Orig.: Surprised By the Joy

Traducción: Mª Mercedes Lucini


Ildefonso García Nebreda


Clive Staples Lewis (1898-1963) fue un intelectual importante en la Inglaterra de su tiempo. Fue fellow y tutor en el Magdalen College de Oxford y profesor de la Universidad de Cambidge donde enseñó Literatura Inglesa y Renacentista. En sus escritos demuestra unos conocimientos vastísimos en literatura, filosofía y teología, además de una imaginación fértil y un inagotable talento. Como crítico, la obra que le dio prestigio fue La Alegría del amor; Cartas del diablo a su sobrino le supuso una gran popularidad; luego, Crónicas de Narnia lo consagraron definitivamente con más de sesenta millones de ejemplares vendidos.

Cautivado por la alegría es, sobre todo, el relato de su conversión a la fe cristiana dentro de la confesión anglicana. No es exactamente una autobiografía, pues deja de lado cuanto de forma directa o indirecta no tiene relación con su conversión. Nos habla, sí, de las distintas épocas de su vida pero sin acumular datos biográficos. Con un estilo claro, sencillo y sazonado con una fina ironía, nos cuenta aquellos hechos que él considera significativos para que el lector aprecie en cada momento el lugar exacto de su camino hacia la fe.


Dice Lewis que no tuvo a su alrededor cristianos cuya vida le empujaran a dar el salto que le llevara a la fe. Incluso, viene a decir que lo dio a pesar de ellos. El primero y el último argumento para alcanzarla, nos explica, nace de Dios. Es el Espíritu que nos abre la mente y da la fuerza para creer. Todo lo demás, todo lo que hay en medio, son mediaciones de las que Dios se sirve para la consecución del paso definitivo: el de la conversión. Entonces ¿no hubo nadie en ese largo espacio intermedio? Indudablemente, y a pesar de esa afirmación, sí. Por el camino que le llevará hasta Dios, Lewis descubre a Chesterton y a Mc Donald, escritores decididamente cristianos y con el tiempo sería amigo de Tolkien de quien dice Lewis (haciendo uso de característica ironía): “Al entrar por primera vez en el mundo me habían advertido (implícitamente) que no me fiara de un papista y al entrar por primera vez en la facultad (explicitemente) que no me fiara nunca de un filósofo”. Tolkien, el famoso autor de “El Señor de los anillos”, era ambas cosas . Parece que éste, católico convencido, fue una pieza clave en su conversión, aunque se disgustó por su opción por la confesión anglicana en lugar de la Iglesia Católica. Lo cierto es que, una vez convertido, llevó la vida de un cristiano convencido, incluso militante. Como consecuencia de su conversión sufrió la incomprensión y el aislamiento de muchos que habían sido colegas y amigos suyos en la facultad. Pero él se mantuvo firme y fiel a ese Dios que le había salido al encuentro. Dijo en cierta ocasión: “La salvación de una sola alma es más importante que la producción y preservación de todas las epopeyas y tragedias del mundo”.


Literariamente hablando, Cautivado por la alegría es una demostración del gran escritor que era Lewis. Algunos autores ingleses hablan de su escritura magistral. Incluso a través de la traducción –como es el caso presente- se puede apreciar la extraordinaria categoría de esta obra. Una vez adentrado en su lectura, el lector se siente cautivado por su belleza expresiva, por la forma en que cuenta la experiencia de su encuentro con Dios y por la misma alegría que siente Lewis y que no había sospechado antes. Es decir, Lewis tiene la rara capacidad de contar sus emociones de tal manera que se transmitan íntegramente al lector. Nuestro Julián Marías dijo de él: Estamos ante uno de los autores más inteligentes que ha producido Inglaterra, con las virtudes del país y ninguno de sus defectos”. Posiblemente sea cierto.



San Damián de Veuster, Apóstol de Molokai, servidor de Dios y servidor del hombre11


Joaquín Salinas, ss.cc.



Resumen


El articulo, extraído del documento preparado por el Gobierno General de la Congregación ante la celebración del centenario de la muerte del Padre Damián, comienza con rasgos de su vida breve e instalación en Molovkai. Profundiza en su condición de servidor y testigo, él mismo declaraba: "Estoy feliz y contento, y si me dieron a escoger la salida de este lugar a cambio de mi salud, respondería sin dudarlo: Me quedo con mis leprosos toda la vida". A lo vez, plasma su dimensión de médico "de cuerpos y almas" y constructor de equipamientos para la comunidad, apóstol de los leprosos, sembrador de ecumenismo, hombre de eucaristía, voz de los sin voz y mensajero de esperanza.


Palabras clave: Servidor y testigo, leprosos, equipamiento, esperanza.


"Siguiendo a san Pablo, san Damián nos impulsa a elegir las buenas batallas (cf. 1 Tim 1,18). No aquellas que llevan a la división, sino las que unen. Nos invita a abrir los ojos sobre las lepras que, aún hoy, desfiguran la humanidad de nuestros hermanos y que apelan más que a nuestra generosidad, a la caridad de nuestra presencia de servicio".


Homilía de Benedicto XVI del 11 de octubre de 2009, día de la canonización del Padre Damián.



Su breve vida


Seguramente es lo primero que nos impresiona, las muertes prematuras. Cuando ya su hermano mayor entra en la Congregación de los Sagrados Corazones en Lovaina ‑antes había sido seminarista en Malinas‑ José va tras él para hacerse también religioso. Cuánto ambos se quisieron. A través de su vida, se dan no pocos hechos históricos en Damián que la psicología caracteriza como de "atleta", resumidos en "no voy a ser yo menos que tú". Allí comienza en febrero de 1859 su noviciado y toma el nombre de Damián.


En 1863 su hermano, que iba a partir para la misión de las Islas Hawai, cae enfermo. Estaban listos los preparativos para el viaje, lo que ayuda a Damián para que obtenga del superior general de París, el permiso para sustituir a su hermano. Lo consigue; el superior general le conocía personalmente. Desembarca en Honolulu el 19 de marzo 1864, día de su santo. Allí mismo, después de pasar unos meses de silencio, oración y aprendizaje de la lengua nativa en el colegio que tenía la Congregación en el interior, es ordenado sacerdote en la catedral de Honolulu por Mons Maigret, ss.cc. el 21 de mayo siguiente. Sin esperar más, monseñor le acompaña a su destino de Puna, la región más alejada, al este de la Isla Grande de Hawai. Son las franjas habitables que deja el volcán Kilawea, entre él y el mar. Allí y en otros espacios de esa isla, misiona durante nueve años.


Por aquellos días, para frenar la propagación del contagio, el Gobierno decreta la relegación de los leprosos, hombres, mujeres, niños, -06.01.1866‑ a la pequeña península de Kalaupapa en la cercana isla de Molokai, cárcel infranqueable con las inmensas montañas a la espalda y la mayor aún del mar por delante. Su desdichada suerte preocupa a la misión católica. El obispo habla de ellos con sus sacerdotes. Él no quiere enviar a nadie en puesto fijo, porque como decía era una "crueldad" por el peligro de contagio. En la reunión cuatro misioneros jóvenes se ofrecen para turnarse cada tres meses. Damián pide partir el primero: era el 10 de Mayo 1873.


Al cabo de algún tiempo, Damián lo considera ya como el destino de su vida en el obispado de Honolulu reciben 200 cartas de los leprosos católicos, el mismo Honolulu crea un estado de admiración que la prensa y las conversaciones subliman. Al fin el obispo, por necesidad, accede. Así comenzaron los 16 años de estancia que le llevaron al contagio, en el que vivió cuatro años y partió al cielo el 15 de abril de 1889, a los 49 años de edad. Sus restos fueron repatriados en 1936 a Lovaina, donde descansan en la tumba de la cripta de la iglesia (S. xv) que él conoció ya anexa al convento de los Sagrados Corazones. El día de su beatificación en Bruselas, 04.06.95, el Santo Padre entregó al arzobispo de Honolulu una parte de las reliquias del beato Damián De Veuster que hoy reposan ya en la tumba de Kalawao, en la isla de Molokai, donde fue enterrado en el lugar que él había escogido.


Su partida para "la isla maldita", la noticia de su contagio en 1885 y la de su muerte, impresionaron profundamente a sus contemporáneos, cualquiera que fuese su condición religiosa. Desde su desaparición, ha sido considerado como un modelo y un héroe de la caridad. Identificado con los leprosos hasta el punto de expresarse con su "nosotros leprosos", continúa inspirando a millares de creyentes y no creyentes, con deseo de imitarle e intentando "descubrir la fuente de su heroísmo" (Gandhi).



Servidor y testigo... sin volverse atrás


La vida del Padre Damián nos revela que su generosidad le empujaba de continuo a hacer suya cualquier iniciativa en la que reconocía la mano de la providencia. Sus variadas circunstancias son otros tantos signos y llamadas que él sabe ver y comprender. Al seguirlas con toda la fuerza de su energía, tiene conciencia de estar cumpliendo la voluntad de Dios. "Convencido de que Dios no me pide lo imposible, actúo con decisión, sin más preocupaciones (Al Sup. General, 21.12.1886) Hemos recorrido aquí brevemente su corta vida. Durante un retiro espiritual en Braine‑le‑Comte donde estudia francés, decide seguir la llamada de Dios a la vida religiosa. Su hermano le orienta hacia la congregación en la que ya le había precedido. Orientado como granjero, será religioso. La enfermedad de este último le brinda la ocasión de ofrecerse para ir a las misiones en su lugar: asombra que su petición sea aceptada por París pues le faltan dos años de estudios y se embarca para Hawai. Estando allí, el obispo describe ante sus misioneros la situación desgraciada de los leprosos de Molokai: Damián adelanta su ofrecimiento para ser el primero en servirlos.


Presente ya en medio de los leprosos, se siente un padre para ellos, lo mismo que un guardián exigente de la moralidad pública, impidiendo que unos desalmados se apoderaran y viciaran aún más el ambiente general. Defiende a su familia, a los que quieren serlo son su familia. Conoce los riesgos del trato cotidiano con sus enfermos. Tomando las precauciones razonables, consigue mantenerse sano durante más de una decena de años. No deja por eso de arriesgarse. No se conoce su pensamiento, nunca lo reveló, pero tuvo que haber un cierto momento en que quiso ser libre en el ejercicio del amor, arrojó por la borda las amarras que lo aseguraban en la tempestad y obró ya en todo como uno cualquiera de sus enfermos, por ejemplo, comiendo juntos con la mano en el mismo cuenco y fumando la misma pipa que pasaba en ronda entre los comensales. En este momento supremo de su vida, Damián vuelve a reafirmar su confianza en la voluntad de Dios sobre él y declaraba: "Estoy feliz y contento, y si me dieran a escoger la salida de este lugar a cambio de mi salud, responderá sin dudarlo: me quedo con mis leprosos toda la vida".



Médico de cuerpos y de almas


Desde el primer instante, Damián actuó con el deseo imperioso de aliviar el sufrimiento físico de los leprosos. Día tras día cuida de los enfermos, venda sus heridas distribuye medicamentos. Reconforta a los moribundos, entierra en el cementerio, al que llama "el jardín de los muertos", al lado de la iglesia y de su casa. En el amplio bolso de su sotana se mezclan los frascos de medicinas y los de los santos óleos. Se ha llegado a puntualizar sobre si se sentía más médico que sacerdote. Planteamiento poco sabio e inútil. Eran hombres y mujeres, y no sabría decir lo qué más le sofocaba, si el aliento apestoso de su boca gangrenada de habla ronco casi imperceptible o la pestilencia que llegaba a sus oídos desgranando el recuerdo de sus vidas.


Se interesa también por los progresos de la ciencia, experimentando en sí mismo nuevos tratamientos, que comparte con los enfermos. Consciente del impacto de la prensa, no duda en alentar a aquellos de sus corresponsales que publican libros o artículos sobre Molokai. Sus superiores religiosos lo consideran una fatuidad de alguien a quien su gloria se le ha subido a la cabeza. ¡Honorables psicólogos! Lo que de ahí surge, precisamente, es un gran movimiento de solidaridad


Su familiaridad con el sufrimiento y la muerte agudiza en él, por compensación, el valor de la vida. La paz y la armonía que le llenan, florecen a su alrededor. "Hago lo imposible, escribe, por mostrarme siempre alegre, con el fin de levantar el ánimo de mis enfermos". Su disponibilidad, su optimismo, su coraje, características de su recia fe, conmueven los corazones. Todos se sienten invitados a compartir su alegría de vivir, a superar los límites de su miseria y angustia, al mismo tiempo que los de su estrecho pedazo de tierra encarcelada en que habitan. En esta lucha dramática por la vida entre las manos de la muerte, Damián es la imagen visible del Dios de la vida invisible, en la que cuando uno entra todo es ya horizonte hacia el que se encaminan. "Deseo morir y estar con Cristo", clamaba su catequista al verle entrar en su casa con el santo viático. Aunque parezca una sinrazón, ahuyentó y espantó a la muerte de Molokai. Por eso sus enterramientos, a banderas desplegadas y a los sones de la banda de música. Es lo que les enseñaba, es lo que sentían cada vez que les repetía: "Leprosos, pero no en el cielo".



Constructor de equipamientos y de comunidad


El "infierno de Molokai", amasado de egoísmos, de desesperación y de inmoralidad se trasforma, gracias a Damián, en una comunidad que causa admiración al mismo Gobierno, que tampoco queda libre de los problemas que le suscitaba su preocupación por los enfermos. Orfanato, iglesia, viviendas, equipamientos colectivos: todo se hacía con la ayuda de los menos impedidos. Se amplía el hospital, se acondiciona el embarcadero y sus caminos de acceso, se tiende una conducción de agua. Damián abre su almacén donde pueden aprovisionarse gratuitamente los más necesitados, sobretodo en ropas de invierno. Alienta a su gente a cultivar la tierra, plantar flores ante sus casas. Les entretiene con competiciones, las fiestas flamean de banderas y guirnaldas y hasta una famosa fanfarria potencia lo festivo y transforma esa tristeza de la muerte, a veces diaria, ya recordada. En todo ello el Gobierno hace lo que puede ‑benévola concesión‑ aunque con menos preocupación. Así, gracias a su presencia y actuación, los que habían sido abandonados a su suerte, redescubren la alegría de encontrarse juntos. La entrega de sí mismo, la fidelidad, los valores familiares, recuperan su sentido. La vida junto al otro por necesidad o con enfrentamientos, se va reemplazando por la reconocida felicidad de cada ser humano, aunque esté horriblemente desfigurado por la lepra. Damián, aunque no hubiera hablado, les hizo descubrir que a los ojos de Dios todo hombre es algo precioso, ya que les ama como un padre y en Él todos se reconocen hermanos y hermanas.



Apóstol de los leprosos


"Médico y constructor", Damián es sin embargo, mucho más que un simple filántropo o el héroe de moda en su entorno histórico. Es en su corazón de sacerdote y de misionero donde habían resonado "los grandes lamentos" que recordaba en su primera carta dirigida desde este exilio al superior general (agosto I 873), gritos con que pedían un servicio sacerdotal los leprosos cristianos abandonados. Excepto por Navidad o por Pascua en que se acercaba algún misionero, raramente aparecía algún otro. A los pocos días de convivir entre ellos, confiesa: "Son muy horribles de ver, pero tienen un alma rescatada al precio de la sangre adorable de nuestro divino Salvador'. Damián procura que se beneficien de todas las riquezas de su ministerio sacerdotal, reconciliándolos con Dios y consigo mismos, asegurándoles el medio de unir sus sufrimientos a los de Cristo por la comunión de su cuerpo y de su sangre. Bautismos, matrimonios y entierros se celebran procurando abrir los espíritus y las corazones a las dimensiones universales de la Iglesia de Cristo. No están solos en el mundo. Acogidos por Dios, identificados con Cristo, en la gran familia de la Iglesia, los rechazados por la sociedad como leprosos, en Molokai, descubren con Damián que su enfermedad no ha sido tan cruel si les ha valido la solicitud del corazón de su sacerdote, que les ha valorado tanto y de tal modo les ha limpiado la piel del alma: "Mi mayor dicha es servir al Señor en sus pobres hijos enfermos, repudiados por los otros hombres".



Sembrador de ecumenismo


Como sacerdote, Damián se siente ante todo un misionero católico, hombre como era de su tiempo. Por convicción de fe y por temperamento, tiene la certeza de que su camino es el buen camino. Sin orgullo, sólo por simple honestidad. Esta le va conduciendo a una actitud suave y tolerante. En los comienzos de su apostolado, los años de la Isla Grande de Hawai, le duelen los frutos que les proporcionan a los calvinistas la abundancia de sus fuertes medios económicos, sus escuelas, sus iglesias, sus enormes campos de trabajo en que han de emplearse sus cristianos. Lo teme y le entristece. Echa mano de sus fuerzas físicas y como un chico grande se gloría que ha llegado a lugares casi inaccesibles en 40 minutos, lo que al pastor protestante le costaba dos horas.


Ese espíritu de competitividad atlética, tan natural de su temperamento, se sosiega en Molokai. Allí su lucha atlética, implacable, se va a volver contra los explotadores con los licores degradantes de la mínima dignidad humana, que convierten el lugar de entretenimiento en el "poblado de los locos", donde se grita en nocturnas orgías "aquí no hay ley". Damián irrumpe en plena noche, acompañado del policía, destruyendo a contundentes garrotazos alambiques, calabazas llenas de "ki" enloquecedor... La gente, con sus puestos de vigilancia, ha conseguido huir. Esta, y otra gente innoble, se dedicaba a la trata de niños huérfanos, chicos y chicas, que se ven abandonados por las tapias cuando ya no son mas que carne de muerte. Lo mismo con las mujeres. De aquí nació su obra que le dio tantos consuelos en medio de tal basurero. Quiere esto decir que la miseria humana hizo más tolerantes y compresivas sus creencias religiosas. Es bueno y considera amigo a quien hace el bien a los demás. Pero, sin confundir las cosas, nunca acudió a celebración religiosa alguna de cualquiera de las otras religiones.


Todo en Molokai le ha llevado a una actitud comprensiva y acogedora en este aspecto, mayor de la que tenía al pisar tierra hawaiana. Alcanza a respetar las convicciones religiosas de los otros, los acepta como personas religiosas y recibe con gratitud su colaboración y su ayuda. Con el corazón abierto a la miseria humana, no hace diferencia alguna cuando se trata de acercarse y de cuidar a los leprosos. En sus actividades parroquiales o caritativas, hay sitio para todo el mundo.


Cuenta entre sus amigos ‑y de los mejores‑ con el luterano Meyer, superintendente de la leprosería, que tanto le ayudo, le aconsejó y al final, ya moribundo, le visitó frecuentemente. Del mismo modo con E. Clifford, piadoso anglicano de Londres, que le visitó poco antes de su muerte y pudo pintarle su retrato tan difundido, a quien dirigió su última carta que terminaba: "Adiós, hasta el cielo". Con el párroco anglicano Chapman, que se volcó generoso con los leprosos con miles de libras y comprometió a tantas familias inglesas, junto con sus niños, desbordantes de amistad. Damián había escrito a Chapman, párroco anglicano en los arrabales de Londres, con esta sutilísima delicadeza:"...para que podamos todos tener una misma fe y pertenecer a la verdadera Iglesia, una y apostólica, y habiendo alcanzado todos estar unidos en Jesucristo, obtener la misma corona eterna en el cielo" (26.8.1886). Lo mismo con el médico de la leprosería, el Dr. Arthur Mouritz, que comenzó su testimonio en el proceso oficial para la beatificación del Padre Damián: "Soy librepensador, no creo en Dios, pero rezo". Su testificación es una de las más hermosas de todo el proceso.



El hombre de la eucaristía


"El mundo de la política y de la prensa pueden ofrecer pocos héroes comparables al Padre Damián de Molokai. Valdría la pena buscar la fuente de la inspiración de semejante heroísmo". Así resumía Gandhi las preguntas que le suscita su vida.


La respuesta la encontramos en su fe, la fe recia y austera heredada en su familia, la que enriquece después por ser religioso de los Sagrados Corazones. Damián vive su vocación recibiendo la gracia de contemplar, vivir y anunciar el amor misericordioso de Dios, revelado en Jesús y al que nos conducen los pasos de su madre, María. Para realizar esta misión, su propia experiencia personal orientada por la tradición de su congregación, le hacen encontrar la fuerza necesaria en la fuente del amor y de la vida: la eucaristía. Jesús, convertido en pan de vida y en presencia de amistad y consolación de la cercanía del amor de Dios.


Su imitación de Jesús, vida para hambrientos y enfermos, consuelo de amargados y desesperados, le impulsa a identificarse con su pobre rebaño.


Alguna de las noches en que paseaba entre las tumbas de cuantos había enterrado, con el rosario en la mano, hubo de pasar posiblemente por su aterrador Getsemaní de lo que ya presentía que le estaba sucediendo Habían corrido ya los doce años que él había pedido a Dios para realizar su labor y, aunque la sabía inacabada, sí que creía demasiado en la providencia como para que olvidara que él se había emplazado. Creía también demasiado en el amor de Dios que quema cercano, en el amor de "Aquel que no me abandona nunca" con el que podrá permanecer fiel hasta el final, más allá de la cruel enfermedad, de la penosa soledad, de las críticas injustas y hasta de la incomprensión de los suyos. ¡Qué bien conocía a Jesús!


Su testimonio es incontestable: "Sin la presencia de nuestro divino maestro en mi pobre capilla, jamás hubiera podido mantener unida mi suerte a la de los leprosos de Molokai". En un profundo acto de humildad, atribuye a la presencia de Jesús cercano la apertura de los surcos en que él, sólo deja caer una semilla. Creó asociaciones de Adoración de! Santísimo tales, que a él mismo le admiraba la fidelidad de los impedidos que hacían su hora de adoración regularmente, tumbados sobre sus esteras en la cabaña.



La voz de los sin voz


Una presencia semejante, en medio de unos hombres echados fuera de este mundo, necesariamente tenía que interpelar las conciencias. No habían transcurrido dos meses desde la muerte de Damián, cuando se funda en Londres el "Leprosy Fund", primera organización de lucha contra la lepra. El "nosotros leprosos" de Damián no era una figura retórica, sino la verdad de una identificación de grupo con quienes, a causa de su enfermedad, clamaban por su derecho a todos los "derechos del hombre", sobretodo los del respeto y del amor de los otros, que han de hacer algo más que lamentarse.


Al compartir la vida de los leprosos, al convertirse finalmente él mismo en leproso, Damián había lanzado una vibrante llamada al reconocimiento de la dignidad de todos aquellos a los que una enfermedad, una invalidez, una miseria cualquiera, puede suponerles un peligro de marginación. Nada puede justificar el aislamiento y el abandono de un ser humano, menos aún del débil y del indefenso. Nada hay más cínico que una sociedad que margina y maltrata a las víctimas de su propio egoísmo, caso flagrante de la prostitución globalizada, lepra multinacional, del tráfico de estupefacientes, más personas en su haber que las causadas por las guerras, de la asquerosidad explotadora de los niños y hasta bebés recién descubierta en nuestro país, de tal magnitud que ha causado alarma social.


¡Damián!, vuelve a jugarte la vida por los que tanto te necesitan.



Mensajero de esperanza


La vida y la muerte de Damián son hechos proféticos. Si denuncian actitudes contrarias a la dignidad del hombre, es porque traen consigo también una buena noticia de esperanza. Damián no es un profeta de calamidades.


Hoy, como entonces, surgen por el mundo toda clase de marginados: enfermos incurables (sidáticos y tantos otros), niños abandonados y explotados, jóvenes desorientados, mujeres comerciadas, ancianos desatendidos, minorías étnicas oprimidas, refugiados y emigrantes desolados, hambrientos olvidados... Para todos ellos Damián sigue siendo el portavoz del amor infinito del Dios sin voz: amor infatigable, hecho de compasión con el que sufre, de confianza en el hombre hecho a su imagen. Así surge "lo esperanza en el corazón de lo imposible", que es la buena noticia para los débiles.


Esta esperanza no engaña si el imposible se va realizando. Un día aparece un buen samaritano, que se inclina sobre aquellos que la enfermedad, los maltratos de género, la sevicia múltiple de la que el hombre tiene la patente, había arrojado al borde del camino. Florece la esperanza de nuevo. Porque por este título, Damián se convierte en ejemplo para cualquier hombre o mujer que desea comprometerse en fa lucha por un mundo más justo, más humano, más conforme con el corazón de Dios. "La esperaza en el corazón de lo imposible" fue la leyenda que presidió y configuró las inspiraciones y los trabajos de la celebración del centenario de su muerte (1889). En su corta vida, llegó a la muerte envejecido de años.


Servidor de Dios, Damián es y continuará siendo para todos, el servidor del hombre, que más aun que vivir, lo que necesita son razones para vivir. Este es el Damián que todavía hoy sigue desafiándonos.




El espíritu de Don Bosco, las vocaciones y la buena prensa


Cartas edificantes nº 7

Roma, 14 de junio de 1905

Queridísimos Hijos en Jesucristo,


1. Fiestas jubilares en Roma


No os maraville que esta carta os llegue con fecha de Roma, creo que ya sabréis, que tengo el deseo de participar en las solemnes fiestas que celebran los Salesianos en la Ciudad Eterna en el 25º aniversario de la fundación de este importantísimo Instituto. Como es fácil imaginar, fueron muchas y graves las ocupaciones durante estos últimos días, muchas son las personas notables que debimos visitar, varias y relevantes las cosas que, para el bien de nuestra Pía Sociedad, conviene tratar con la Sagrada Congregación Romana y con el mismo Santo Padre.


Después de la audiencia con el Santo Padre, que benignamente nos concedió esta mañana, siento el deseo de haceros partícipes de esta consolación. Él es para nosotros un Padre, el más amable que se interesa mucho por las obras salesianas. Siente con gran placer el bien que desde los Salesianos se está haciendo a la juventud en las misiones y a los inmigrantes. Recibid con expresión de reconocimiento, la oferta que uno de nuestros misioneros en los Estados Unidos recogió entre los católicos italianos de aquella nación, y con gran corazón acordó con los favores pedidos para nuestra Pía Sociedad. Bendito sea el Señor por proteger y conservar ileso su digno Vicario.


No quiero hablaros de estas fiestas jubilares, de las cuales tendréis noticias a través del Boletín, sino os diré, no obstante, que el trabajo continuo de estos días, siento en el fondo de mi corazón el deseo imperioso de entretenerme con vosotros por unos instantes, queridísimos hijos, y comunicaros algunos pensamientos y reflexiones que la misma estancia en Roma me sugiere; no puedo permanecer tranquilo hasta que las escriba. Toman la forma de una Carta Edificante, que será un pequeño recuerdo de mi estancia en Roma durante este año y de las fiestas jubilares por nosotros celebradas para dar gracias a Dios por los favores que se dignó concedernos durante cinco lustros. Quiera María Santísima Auxiliadora bendecir estas páginas, para que se tornen fecundas y den frutos abundantes para nuestras almas.



2. Don Bosco modelo de obediencia a la Iglesia


Cuantos conocieron a Don Bosco durante su vida mortal o hayan leído su vida maravillosa, mientras admiraban sus maravillosas virtudes, sin sombra de duda se concienciaron de que él no vivía sino para Dios, que en cada momento, en cada lugar, en la más pequeña acción era guiado por el espíritu del Señor. Para nosotros, sus hijos, es casi imposible no imaginarnos a Don Bosco con el rostro iluminado de santo celo y con los labios abiertos en acto de repetir su jaculatoria favorita: da mihi animas caetera tolle. Creo no estar equivocado al pensar que también vosotros no podéis imaginároslo sino como aquél modelo perfecto de sacerdote, olvidado de sí mismo, intentando únicamente procurar la gloria de Dios y guiar un gran número de almas al cielo. Y si nosotros tuviéramos vaguedad de preguntar como hizo para arreglárselas con tantas dificultades, para pasar victorioso entre las dificultades, y continuar el camino, imperturbable, trazado por la Divina Providencia y fundar su Pía Sociedad, parece que él con aquella fisionomía gentil y siempre radiante de caridad y dulzura nos conteste con las palabras de San Pablo: nos autem sensum Christi habemus, casi que quería decirnos que jamás pensó en las obras según dictamen del mundo, siempre que fue posible se esforzó en reproducir el mismo modelo divino, Jesucristo, y así logró llevar a cabo su misión.


No había peligro de que se equivocase en la práctica del espíritu del Señor, porque en todo él quería ser guiado por aquella Iglesia que es columna y fundamento de la verdad. Examinemos su vida entera y encontraremos un Don Bosco preocupado en ser un hijo obedientísimo de la Santa Iglesia dispuesto a cualquier sacrificio para propagar la doctrina y sostener los derechos. No sólo observaba las leyes, sino que se adelantaba a sus deseos. De aquí nos viene que nosotros, sus hijos, tenemos la inefable consolación de ver consagradas, por la infalible Autoridad del Sumo Pontífice, muchas cosas que años atrás Don Bosco, profundo conocedor de los tiempos y seguro intérprete del espíritu de la Iglesia, inculcaba con celo incansable. Los hechos lo prueban.



3. Don Bosco para el canto gregoriano


Los más ancianos entre los hermanos no habrán olvidado cuanto amaba nuestro Padre el canto Gregoriano. Mientras éste era casi olvidado, Don Bosco instituía en su Oratorio una escuela, por la que deberían pasar todos los alumnos que quisieran ser admitidos en la escuela de música. Aquellos cantores deberían preparar las antífonas, los salmos y los demás cantos necesarios para el decoro de las funciones sagradas. El celo hace concebir a Don Bosco el deseo de ofrecer a cada parroquia hábiles cantores. A él le gusta y ama la música, pero tiene una predilección por el canto gregoriano, y cuando habla de sus bodas de oro alguien le pregunta si quiere que alguien cante en aquella solemne fiesta, él contesta sin excitación: missa angelorum cantada por todos los jóvenes de los colegios salesianos (se entiende aquellos que existían entonces).

Es aquí donde siento el deber de tributar una bien merecida alabanza a muchos de entre los salesianos que siguieron el ejemplo y las enseñanzas de Don Bosco en el cultivo del Canto Gregoriano. Me es dulce recordar su esfuerzo, coronado con espléndidos resultados, para enseñar a través de la música sacra el canto puramente eclesiástico sea en Italia como en Francia. Me complazco en el pensamiento de que los Salesianos fueron considerados por muchos obispos y notables personajes para ensalzar el decoro de las sagradas funciones, y siempre fueron llamados para cantar en las grandes solemnidades. Recuerdo aún con gran placer como nuestros hermanos de Buenos Aires tuvieron la feliz idea de llamar al congreso a aquellos hombres de buena voluntad de aquella floreciente República, donde se promueve el estudio del canto gregoriano y de la música sacra, y al final del año de 1903, cuando Pio X aún no había publicado su Motu proprio. Este importantísimo documento es acogido con entusiasmo por todos los verdaderos hijos de la Iglesia, como un fruto fértil que se esperaba, tiene que ser acogido por los salesianos como una prueba evidente de que Don Bosco estaba lleno del espíritu del Señor y del espíritu de la Iglesia, y que él, se podría decir, predecía aquello que más tarde que la Cabeza de los fieles había mandado.


Por eso, nosotros los Salesianos nos encontramos preparados para la reforma del canto en la liturgia. En varias de nuestras iglesias públicas la palabra del Papa tuvo enseguida completa ejecución, incluso algunos de nuestros Maestros de canto gregoriano fueron encargados de dar lecciones al clero y a los alumnos de varios seminarios. El celo de los maestros en varias de nuestras casas se comunicó a los alumnos, que empezaron a cultivar el canto gregoriano con no menor gusto y empeño como a la música. Se dieron, a partir de entonces, interpretaciones de canto eclesiástico en las grandes funciones, que podían armonizarse con la música más bella. Se comprende que si el canto gregoriano no era apreciado, era porque no era conocido y estudiado.


Y sea dicho para nuestra edificación, que no se ahorraron esfuerzos de los Salesianos, porque su trabajo llevó a que en Turín se tenga el Congreso de Canto Gregoriano y de música sacra, al cual el Santo Padre Pío X lo bendice con particular efusión, seguro que los trabajos del Congreso serán muy útiles para la ejecución práctica de las prescripciones dadas desde la Santa Sede. No hace falta decir que, este Congreso aumentó el trabajo a varios de nuestros hermanos ya ocupadísimos, pero esos se muestran felices de ayudar al cumplimiento de las indicaciones y deseos del Papa Pío X, que ya informado del éxito de este Congreso me habló mostrándose muy satisfecho de él.


Escribo esto con la esperanza de que nuestro celo no se reduzca, porque aún hay mucho por hacer. ¡Oh! Vuelvan aquellos tiempos en que los cantos de la Iglesia tenían un particular atractivo aun para aquellos en que la fe estaba muerta, como S. Agustín que exclamaba: Cuando me vuelve a la mente aquellas lágrimas que yo derramaba al comienzo de mi conversión, cuando escuchaba la salmodia de tu Iglesia, que aún me resuena dentro y me conmueve, no por las notas, sino por los sentimientos modulados con apropiadas expresiones y con una voz límpida, vuelvo a conocer la gran utilidad de esta gran institución (Conf. libro X).




4. Don Bosco para el Catecismo


Esta es una prueba más de que el espíritu de Don Bosco era el mismo espíritu de le Iglesia. Él, de palabra y con el ejemplo nos recomendó la Catequesis. No podía ser de otra manera. La primera catequesis hecha al pobre Bartolomé Garelli fue la piedra angular de nuestra Pía Sociedad. La catequesis en las iglesias, en las plazas, en los prados era el principal trabajo de Don Bosco; fue el medio con el cual transformó tantos chicos de la calle, e hizo de ellos buenos cristianos y honrados ciudadanos. En sus institutos quería que hubiese el Catequista estable y que a la enseñanza religiosa le fuese dado el lugar de honor. Nuestro buen Padre conocía tan ennoblecedor oficio de catequista que fue homenajeado, por otros sacerdotes, por los principales Marqueses, Condes y nobles de Turín. Según la mente de Don Bosco los Oratorios en los cuales no se hiciese la Catequesis, no serían sino recreativos; dejarían de ser salesianos aquellos institutos en donde no se enseñase debidamente la religión, especialmente con la catequesis.


¡Cuánto dulce debe ser para el corazón de cada salesiano el ver inculcado en toda la Iglesia por el Sumo Pontífice aquello que Don Bosco enseñaba y nos recomendaba! Pío X el 15 de abril publicó una admirable Encíclica sobre la instrucción religiosa. De la falta de catecismo proviene, repite el Papa, la relajación de hoy y la insensibilidad de las almas…, y otros gravísimos males, entre los cuales el más lamentable, es decir, la condenación eterna de las almas. ¿Quién no se maravillará si afirmo que leyendo esta gravísima advertencia del papa, me imaginaba oyendo repetir muchas cosas que nos decía Don Bosco? Aquél gran Pontífice que tenía como objetivo omnia instaurare in Christo, nos muestra que el catecismo es el medio para lograr tan noble objetivo, como medicina contra los plagas de la sociedad actual.


Espero que todos los miembros de la familia Salesiana tendrán como tesoro los consejos y recomendaciones de Don Bosco, especialmente ahora que vienen como mandatos y consejos del supremo Jerarca de la Iglesia. No se crea que el Papa imponga la obligación del catecismo solamente a los párrocos y aquellos que tienen cura de almas. Para los jóvenes que viven en nuestros colegios y frecuentan nuestros Oratorios nosotros hacemos las veces de los párrocos; entonces ¿cómo de terrible sería dar cuentas a Dios, si por nuestro descuido nuestros alumnos no recibiesen aquel grado de instrucción religiosa que es necesaria para asegurar la salvación de sus almas? Un gran arzobispo12 al recorrer su diócesis un día ve un pastor que durante una tempestad, permanece en el mismo lugar sin buscar un lugar donde cobijarse. Él temía que mientras se alejase, lobos y zorros viniesen a devorar las ovejas que estaban a su cargo. Aquella situación conmocionó al Arzobispo, que hizo propósito de no ser inferior a aquel pastorcillo en el cuidado de su propio rebaño. Incluso, ocho años antes de fallecer, renunció al episcopado para dedicarse por completo a la catequización de los niños.


El ejemplo de aquel pastor que conmovió tanto a un Arzobispo, ¿dejará indiferentes nuestros corazones para esta importantísima área de la misión a nosotros confiada?

Nos empuja igualmente a hacer con un particular empeño la catequesis el ejemplo de San Francisco de Sales, que con el catecismo convierte los herejes de la Chiablese, y que ya Obispo encontraba su delicia en enseñar el catecismo a los niños, haciéndose pequeño con ellos, atrayéndolos con oportunos ejemplos y similitudes.


Me conforta la esperanza de que, animados del ejemplo del Director, en cada comunidad los sacerdotes, los clérigos y los mismos hermanos coadjutores, se convertirán en celosos catequistas en los Oratorios festivos. Haga el Señor que se vea de nuevo a nuestros catequistas preparando sus explicaciones, buscando ejemplos edificantes para narrar en la catequesis, como se hacía en los primeros tiempos del Oratorio. A nosotros salesianos, de manera especial, nos incumbe el deber de llevar a la práctica todo aquello que se recomendó en relación al Catecismo en el Congreso de los Oratorios Festivos, que se celebró en 1902, y que es justo decir, fue todo obra salesiana. No permitamos que permanezcan estériles los votos que se hicieron en aquel Congreso relativos a las clases de religión, las cuales son como la perfección de nuestras catequesis. Os aseguro que yo no sabré resignarme al ver disminuir el celo de los Salesianos para las clases de religión, sobre las cuales nuestra Pía Sociedad debe escribir páginas gloriosas. En este momento debo hacer ver, para una común edificación, que este viaje me consolé al ver en muchos de nuestros Oratorios festivos floridos con la enseñanza regular del catecismo y con las clases de religión. Por razones, que no deben ser expuestas, no puedo detenerme a contar casos particulares para dar una idea exacta del muchísimo bien que se hizo por medio de las clases de religión; pero nada me prohíbe afirmar que a ellas han acudido muchos jóvenes pobres, que ya habían abandonado las prácticas del buen cristiano, reanudaron y continuaron a practicarlas sin respecto humano. Algunos de estos alumnos ya habían dado sus nombres a algunas Asociaciones enemigas de la Iglesia, y por las enseñanzas no aprendidas sólo representan solo el pie, pero más tarde fueron capaces de resistir a toda seducción, y no cayeron en las trampas por ellos tendidas. Aquellos jóvenes que frecuentaron las clases de religión, afrontaron valerosos los silbidos o los insultos de los sectarios, organizaron fiestas religiosas, participaron en manifestaciones públicas de la fe, recibieron con gran honor a Obispos y Cardenales, en una palabra probaron con hechos que su vida concordaba enteramente con sus creencias. Y si las cosas están así, ¿quién es aquél que no ve que son largamente compensados aquellos sacrificios que se deben hacer para mantener las escuelas? En vista de los frutos tan reconfortantes, ¿quién va a sorprenderse si no ceso de recomendaros todo lo que se y puedo? Estoy seguro que mis recomendaciones no serán en vano. Al contrario, apoyándome en vuestra buena voluntad, aseguré al S. Padre Pio X que los Salesianos no quieren ser los segundos en promover el estudio del canto gregoriano y en impartir a la juventud la instrucción religiosa.



5. Necesidad de cultivar las vocaciones


Después de haber tratado de estos dos argumentos, cuya actuación es un deber estricto de un buen católico, podré posar la pluma y terminar mi carta; pero aun es necesario tratar algunas cosas importantes.


Cuando los Inspectores Salesianos vinieron al Capítulo General, si por un lado estaba contento en oír las consoladoras noticias sobre las obras que tienen entre manos, por otro lado sentí junto a mi corazón una gran tristeza por no poder satisfacer la demanda de personal. Desde ahora propongo renovar las recomendaciones de cultivar en todas nuestras casas las vocaciones entre los estudiantes y entre los artesanos, con el fin de proveer a nuestra querida Congregación de buenos operarios. Es verdad que las vocaciones sacerdotales y religiosas son esencialmente obra de Dios, que no cesa de llamar nuevos operarios para su viña, para que la cultiven. Es verdad que Él continúa a hacer conocer a su Iglesia aquellos que escogió, como hizo en los tiempos antiguos de la Iglesia; también es verdad que todo aquel que sea llamado, debe de tener coraje de entrar en el santuario. Todavía no se puede negar que en términos de vocaciones a nosotros nos toca una parte importante; debemos trabajar en unión con Dios para preparar nuevos apóstoles. Sin nuestra ayuda cuantas plantas en flor, destinadas a dar frutos fértiles tristemente terminan por secar.

San Pablo escribe, que el sacerdote debe vivir del altar; así como el agricultor de las frutas de sus campos, y el pastor de la leche de sus ovejas. Igualmente una comunidad religiosa debe de vivir de las obras que va realizando, y con esto pretendo decir que su trabajo no sólo debe procurarle el mantenimiento, sino proporcionarle nuevos operarios. Cultivando las vocaciones se llenan de nuevo las filas de soldados, que la muerte (¡por desgracia!) y las defecciones han adelgazado, se rejuvenece la Pía Sociedad, se extiende el ámbito de acción, se alegran los mayores que ven continuada su posteridad espiritual.


No dudo de que vuestro amor por la nuestra Congregación os hará laboriosos en cultivar las vocaciones; así no os repetiré lo que otras veces os escribí relativamente al formar buenos salesianos entre vuestros alumnos, me ceñiré en trascribiros un pequeño extracto de una carta que recibí de uno de nuestros Directores el 5 de mayo «Para desarrollare en los jóvenes el afecto a nuestra Pía Sociedad y cultivar en ellos la vocación, un medio simple, pero que proficuo. Consiste en hacer leer en larga escala, en el comedor y dormitorio, en público y en privado todo aquello que hace referencia a Don Bosco y a nuestra Congregación, esto es, la vida de Don Bosco y las biografías escritas por Don Bosco y que se han impreso hasta hoy, especialmente las acordes a esta finalidad, que son las de Savio, Magone, Comollo, Besucco y las de nuestros Hermanos difuntos, el Boletín Salesiano, los artículos de periódicos que hablan de nuestras Casas, haciendo hincapié de vez en cando en el discurso de la noche, las cosas más importantes. Yo, que no tengo el don de la palabra, ni otras cualidades que puedan sustituirlo, encontré ventajas con este método».

Don Bosco al compilar el programa de las Hijas de María Auxiliadora, citó las siguientes palabras de S. Vicente de Paúl: no hay mayor acto de caridad que formar un sacerdote. Manos a la obra; nada se guarde, se trabaje, se garantice, se rece para que florezca una flor para ofrecer a María Auxiliadora.



6. Difundir los buenos libros


Quiero ahora insistir sobre la práctica del Art. 7º, Cap. 1 de nuestras Constituciones, esto es, recomendaros fervorosamente la difusión de buenos libros.


Los lectores de la vida de Don Bosco habrán encontrado los nombres de Guala, de Cafasso, de Borel y de tantos otros eclesiásticos, que fueron, grandemente beneméritos de la Iglesia piamontesa, y probablemente ignoran de donde han cogido tanto celo y piedad, y quién habrá sido su padre y maestro. Os lo diré es pocas palabras. En el año de 1747 el capitán Alberto Diessbak, calvinista, se encuentra en la guarnición de Nizza Marítima, y frecuentaba la casa del cónsul de España, Sr. De Saint-Pierre. Fue en esta familia donde llega a sus manos un libro que disipó de su mente las tinieblas del error y lo condujo rebaño de Jesucristo. Así se convierte Diessback, que luego se convierte en ferveroso religioso de la Compañía de Jesús, hasta aquí no hubo sorpresa. El pensamiento de un libro, que un libro bajo los ojos de un alma buena, fue el instrumento de su conversión, lo inspiró de modo especial a dedicarse a la difusión de buenos libros y de folletos de propaganda católica, con el deseo de procurar para los demás la gracia que a él le fuera concedida. Y ¡quién podrá decir cuánto bien realizó con este medio! Tuvo como primer imitador a Bruno Lanteri, Fundador de Oblatos de María, a un tal T. Gaula y después un grupo de santos sacerdotes al cual pertenece nuestro venerado Don Bosco. Aún en nuestros tiempos, después de un siglo y medio, el Piamonte siente las influencias beneficiosas de este apóstol13.


Nuestro buen Padre fue un hombre se su tiempo, que conocía la urgentísima necesidad de contraponer buenos libros a la propagación de libros perversos que inundaban los más recónditos pueblos de nuestro país. Sin perderse en lamentos vanos, Don Bosco dio mano a la pluma, y trabajando muy a menudo durante las noches, en vez de dar a su cuerpo el descanso necesario, escribe obras de los más variados temas, todas con la finalidad de preservar el alma, especialmente de la juventud, del arte engañosa del mundo. Pero no fue lo suficiente, él fundó las Lecturas Católicas, abrió tipografías en diversas ciudades, que envían a todos los lugares la luz de la verdad y combaten victoriosamente los errores. Al escribir las Constituciones de la Pía Sociedad él obliga a sus hijos a que continúen con este tipo de apostolado. Nos alejaremos del espíritu de nuestro Fundador, si no difundimos en todas partes buenos libros. Y esto se logrará con facilidad en nuestros Colegios y Oratorios Festivos, no ocurrirán grandes gastos, dada la cantidad de copias de cada género que salen cotidianamente de las tipografías salesianas a un precio modesto.


También sobre este asunto me llegó una carta de un buen Salesiano, de la cual deseo transcribir algunos fragmentos. «Desde ya algún tiempo que medito sobre una idea, que me parece útil y de fácil actuación. Me parece que haría muchísimo bien que en cada domingo se pudiera distribuir a los chicos de los Oratorios Festivos hojas religiosas-apologéticas. Pude ver que muchos jovenzuelos corren peligro de perder la fe al convivir con personas que no bocas del infierno blasfeman y vomitan continuamente calumnias, burlas, chistes en contra de nuestra santa Religión y sus ministros. Poco a poco sentirán menos los horrores, y terminan pensando que la Religión católica ya tuvo su tiempo, dejando libre márgenes para la duda y la indiferencia terminando en el ateísmo. Así deberíamos iniciar una santa Cruzada para ejecutar las órdenes del Papa Pio X sobre el Catecismo, y deberíamos de procurar que se haga un estudio más atractivo con folletos semanales, con los cuales por medio de los niños del Oratorio penetrar en las familias, donde es difícil introducir un buen libro». Llegados a este punto animado del santo celo de este Hermano nos regaló un paquete con folletos por él ideados. Él desea que cada folleto contenga varias preguntas del Catecismo, explicadas de manera viva y atrayente, con algunos ejemplos que hagan referencia a las verdades explicadas, y finalmente, con un diálogo apologético sobre cualquier error o calumnia que suele correr en la boca del pueblo.


Al final él termina sugiriendo la manera de hacerse con los medios para esta propaganda. Probablemente él no sabe que ésta ya viene siendo utilizada en castellano por una Casa de España; que yo os la digo para una información común. Es aquella de Sarriá, cerca de Barcelona.


Esta es la propuesta, que yo os la transcribí de manera voluntaria para que fueseis edificados por el celo de nuestro Hermano que la escribió, él está seguro que debemos difundir preferiblemente aquellos libros que instruyen en las verdades de nuestra santa religión, que eran las principales obras estampadas por Don Bosco en las Lecturas Católicas.


¿Qué mérito no tendremos delante de Dios si con cualquier libro o folleto logramos conservar la fe de algunos de los pobres jóvenes, reconducir cualquier extraviado en el camino de la virtud? ¡Qué bonito sería si otros usasen el ingenio y tiempo dedicándose a este tipo de publicaciones, y cuanto bien se haría con la difusión de tales folletos y libros por el precio de subscriciones y ofrecerlos a nuestros niños como regalos, premios, etc.! Llevados a las familias sería una gran ventaja no solo para ellos, sino también a los padres y hermanos.



7. Ayudar a sostener los estudiantados teológicos


Espero que os alegréis con la noticia, de que después de muchas dificultades, empezaron con regularidad cuatro estudiantados de teología. En ellos los clérigos, con todas las comodidades, participan en su formación intelectual, moral y religiosa. Son inmensas las ventajas que se esperan de esta feliz innovación, que fue elogiada por Obispos y Cardenales, sobre todo de nuestro celosísimo Cardenal Protector. Todavía la existencia de los estudiantados, como aquella de los noviciados, no debería de gravar al Capítulo Superior que logra proveer a tantas necesidades generales de la Congregación. Luego, recomiendo a todos los Directores que nos ayuden a sostenerlos. La experiencia nos hace conocer que ninguno debe lamentarse de haber hecho cualquier sacrificio para cumplir este deber de cara a toda nuestra Sociedad. Y Dios bendijo maravillosamente a aquellos que se muestran generosos al socorrer los novicios y los estudiantes, y envió una ayuda superior e inesperada a aquellos que la habían dado. Esto es extraordinario, pues el Señor nos lo prometió cuando dijo: date et dabitur vobis. Dios conceda a todos aquellos que están al mando de nuestras Casas esta caridad verdaderamente ordenada.


Ahora esperáis que os hable ciertamente de la Causa de beatificación de nuestro amado Padre Don Bosco. Esta fue una de las razones que me hizo dirigirme a Roma, donde me ocupé con ardor: puedo deciros que se está trabajando sobre este asunto tan importante para nuestros corazones; pero debido a las multiplicidades de casos, la Sacra Congregación no puede proceder con aquella prontitud que deseamos. – Así también en lo que respecta a las Deliberaciones del último Capítulo General, ni siquiera podría tener una resolución definitiva. Mientras tanto, seamos diligentes en el observar aquellas que tenemos entre manos de los Capítulos precedentes, resolviendo desde ahora, observar las últimas, como que están aprobadas por la S. Congregación.


Espero que toda la familia salesiana, recordando el estar consagrada desde el comienzo de este siglo al Sagrado Corazón de Jesús, haga en esfuerzo en amarlo con un creciente ardor, imitar con mayor perfección las virtudes y de reparar con celo los insultos que recibe en el Santísimo Sacramento de la Eucaristía. Recomendadlos de modo especial.





Vuestro afectuosísimo en Jesucristo

Sac. Miguel Rua







1 «Vida Religiosa» 106 (2009) 210-215.

2 «Selecciones de Teología» 49/193 (2010) 28-44, a su vez tomado de la revista «Staurós» 48 (2009) 51-75. Condensó Joaquim Pons Zanotti.

3 Laico. Servicio para el Compromiso Solidario y la Cooperación al Desarrollo. Universidad Pontificia Comillas de Madrid.

4 Cfr. L. González-Carvajal Santabárbara, "La Iglesia y la justicia en el mundo", en VV.AA., Retos de la Iglesia ante el nuevo milenio, Fundación Santa María, Madrid, 245-264.

5 Cfr. L. González-Carvajal Santabárbara, op. cit.

6 C. Cabarrús, Cuaderno de bitácora para acompañar caminantes, Descleé de Brouwer, Bilbao 2000, p. 21, recogido de P. Álvarez, SJ, “Tendencias religiosas e ideológicas actuales que son obstáculos para la misión fe-justicia desde la perspectiva de la Compañía de Jesús”, en Promotio Iustitiae 86, Secretariado para la Justicia Social de la Curia de la Compañía de Jesús, Roma 2005, pp. 12-19.

7 P. Álvarez, SJ, op. cit., p. 16.

8 Para buena parte de los argumentos utilizados en este apartado me he inspirado en el análisis desarrollado por J.M. Mardones en "Tendencias religiosas e ideológicas actuales que obstaculizan el compromiso por la justicia", en Promotio lustitiae 86, Secretariado para la Justicia Social de la Curia General de la Compañía de Jesús, Roma 2005, pp. 6-11.

9 L. González-Carvajal Santabárbara, op. cit, pp. 245-246.

10 El don de los años. Saber envejecer, Sal Terrae, Santander 2009, pp. 75-81.

11 «Corintios XIII» 130 (2010) 195-204.

12 Don Bartolomé de los Mártires, arzobispo de Braga en Portugal.

13 Ver Vida del servo de Dios Pio Brunone Lanteri, con la cual se deben enriquecer cualquier biblioteca de nuestra Pía Sociedad y hacerse la lectura en todas nuestas Casas. Se encuentra a la venta en la Librería Salesiana del Oratorio con el precio de 3 liras.

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orum nº 91 |Orar lo cotidiano

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