SINTONIZAR CON LA EUCARISTÍA PARA CONSAGRAR LA VIDA54


SINTONIZAR CON LA EUCARISTÍA PARA CONSAGRAR LA VIDA54

w ww.olhares.










DIEGO TORRES (Color esperanza)

Sé que hay en tus ojos con solo mirar,

que estas cansado de andar y de andar

y caminar girando siempre en un lugar.


Sé que las ventanas se pueden abrir

cambiar el aire depende de ti

te ayudará vale la pena una vez más.


Saber que se puede querer que se pueda

quitarse los miedos sacarlos afuera,

pintarse la cara color esperanza,

tentar al futuro con el corazón.









  1. Retiro ………………….………....................3 - 21

  2. Formación…………….………..................22 - 37

  3. Comunicación.….…....................... 38 - 46

  4. El anaquel……….……....................... 47 - 61

  5. Índice general del curso.................62 - 66













Revista fundada en el año 2000

Segunda época


Dirige: José Luis Guzón

C\\ Las Infantas, 3

09001 Burgos

Tfno. 947275017 Fax: 947 275036

e-mail: jlguzon@salesianos-leon.com


Coordinan: José Luis Guzón y Eusebio Martínez

Redacción: Rafael Jesús Pérez

Maquetación: Xabi Camino y Alejandro Soto

Asesoramiento: Segundo Cousido y Mateo González


Depósito Legal: LE 1436-2002

ISSN: 1695-3681







DIREZIONE GENERALE OPERE DON BOSCO

Via della Pisana 1111 - 00163 Roma


Il Rettor Maggiore





EL CG 26:

UNA HOJA DE RUTA HACIA EL JUBILEO DEL 2015

Bajo el lema delDa mihi animas, cetera tolle

Discurso de clausura



Queridísimos hermanos:


Concluimos hoy este Pentecostés salesiano. ¡Sí! Esto ha querido ser el Capítulo General 26: un Pentecostés, un momento de particular apertura al Espíritu del Señor. Todavía resuenan en nuestros corazones las palabras que el Papa Benedicto XVI nos dirigió en el mensaje en la apertura de nuestra asamblea: “El carisma de Don Bosco es un don del Espíritu para todo el Pueblo de Dios, pero sólo en la escucha dócil y en la disponibilidad a la acción divina es posible interpretarlo y hacerlo actual y fecundo, incluso en este tiempo nuestro… Derramando sobre los Capitulares la abundancia de sus dones, Él llegará al corazón de los Hermanos, los hará arder en su amor, los inflamará en deseos de santidad, los impulsará a abrirse a la conversión y los reforzará en su audacia apostólica”.1


1. El evento capitular: breve crónica


En efecto, precisamente así hemos querido vivir el Capítulo: bajo la guía del Espíritu Santo, para que fuese Él quien nos ayudara a comprender mejor, actualizar y hacer fecundo el carisma de nuestro Fundador y Padre. Durante estos días, hemos experimentado la acción del Espíritu, que inflamaba nuestro corazón para hacernos testimonios elocuentes y valientes del Señor Jesús, para llevar a los jóvenes la buena noticia de su resurrección y proponerles la experiencia gozosa del encuentro con Él.


Las jornadas vividas en los lugares salesianos (San Francisco de Asís, Valdocco, Colle Don Bosco, Basílica de María Auxiliadora y Santuario de la Consolata) han sido espléndidas, apreciadas por todos por la oportunidad de estar en contacto inmediato con la cuna – carismática, espiritual y apostólica – de nuestra Congregación. Para algunos era la primera vez que tenían la alegría de visitar “nuestros lugares santos”, para otros era la primera vez que escuchaban una presentación de Don Bosco, no tanto planteada sobre anécdotas de familia contadas y ni siquiera sobre curiosidades históricas que esclarecer, sino más bien como una experiencia espiritual y carismática que revivir. En una palabra, aquellos días fueron para todos un modo concreto y – espero y deseo – un primer paso para “volver a partir de Don Bosco”.


Los frutos deberán ser copiosos: el deseo de profundizar en mayor medida la herencia espiritual que se nos ha transmitido, el compromiso para hacer conocer mejor a Don Bosco y nuestra historia salesiana, la voluntad de preparar formadores de salesianidad y, finalmente, el deseo de valorizar más estos lugares vinculados con nuestro carisma.


La presentación del estado de la Congregación, a través de la relación audiovisual de los Dicasterios y de las Regiones, ha querido expresar el propósito de ir más allá de la entrega de un libro, con la relación del Rector Mayor. El objetivo específico ha sido el de informar puntualmente a los Capitulares sobre el estado de la Congregación, para favorecer una visión global y un sentido de responsabilidad común. La Congregación es de todos nosotros y todos somos corresponsables de su crecimiento, de sus recursos, de sus desafíos.


Los Ejercicios Espirituales se han vivido como un verdadero ejercicio del Espíritu, superando la tentación de reducir la propuesta espiritual a un conjunto de temas de estudio o de actualización teológico-espiritual. Estos días de retiro han ayudado a crear la atmósfera de fe que es absolutamente indispensable para hacer del Capítulo una experiencia de escucha de Dios, de docilidad al Espíritu, de fidelidad a Cristo. Me han parecido ejemplares – también porque no es común encontrar este ambiente en otras experiencias de Ejercicios Espirituales – el silencio, la oración personal prolongada en la adoración eucarística, la celebración de la Reconciliación. Hay que notar, además, que los Ejercicios nos han dado elementos de iluminación importantes por lo que se refiere a una mayor comprensión teológica del carisma, de la misión y de la espiritualidad salesiana.


En su desarrollo concreto, los temas nos han ofrecido claves de lectura significativas para aprender a ser hombres de esperanza, implicados en el designio maravilloso de Dios de salvar la humanidad, con la mística del “Da mihi animas”, que hace del amor de Dios la fuerza arrastrante, y con la ascética del “cetera tolle”, que nos impulsa entregar nuestra vida hasta el último aliento. Un elemento importante desde esta perspectiva ha sido la clarificación sobre la misión, que no consiste tanto en hacer cosas como en ser signo del amor de Dios. Precisamente este Amor es la única energía capaz de liberar, en cada uno de nosotros, las mejores potencialidades. Sabemos que debemos vivir todo esto bajo el signo de la gratuidad y de la gracia. Sólo así se alcanza aquel don particular de Dios, la “gracia de unidad”, por el que todo es consagración y todo es misión. Por lo que se refiere a los destinatarios, hemos oído cómo Don Bosco se sintió carismáticamente “tocado” por el riesgo que podía poner en peligro la felicidad temporal y eterna (la “salvación”) de los jóvenes: el abandono en que se podían encontrar frente a Dios y a los demás, un abandono provocado por su misma pobreza, a veces dramática. Por todo esto Don Bosco es para nosotros padre, maestro y modelo. Él, en la escuela de María Inmaculada y Auxiliadora, quiso caracterizar su identidad religiosa poniendo como puntos básicos de su vida la primacía absoluta de Dios, el deseo de una continua unión con Él, para corresponder plenamente a su voluntad (obediencia), como expresión de un amor total (castidad), en la expoliación y en la renuncia de todo lo que podía impedir su más completa entrega a la misión (pobreza).


Querría recorrer de nuevo ahora con vosotros las etapas de este camino de Gracia que ha sido nuestro Capítulo General.


La primera semana del Capítulo (3-8 de marzo) estuvo dedicada a los procesos jurídicos ordinarios (presentación y aprobación del Reglamento del CG26, elección de los Moderadores), y sobre todo al estudio de la Relación del Rector Mayor por parte de la diversas Regiones. Éstas, reflexionando sobre la Relación, individuaron los grandes desafíos que emergen del estado de la Congregación y, en consecuencia, las líneas de futuro que presentar al Rector Mayor y a su Consejo en vista de la programación de animación y gobierno para el sexenio 2008 – 2014.


El estudio de la Relación ha sido un elemento fundamental para la profundización del tema capitular, teniendo en cuenta que más que nunca este Capítulo se proponía no tanto la elaboración de un documento, cuanto la renovación de la vida de la Congregación con la presente llamada a “volver a partir de Don Bosco”. Habernos dado cuenta de dónde estamos, nos permite descubrir mejor el camino de “vuelta a Don Bosco”, los elementos que recuperar para volver a partir de él con un renovado impulso.


La segunda semana (10-15 de marzo) estuvo totalmente ocupada en el estudio de los tres primeros núcleos temáticos. Se presentaron también las cuestiones afrontadas por la Comisión Jurídica, especialmente las que tenían que ver con la configuración del Consejo General. En efecto, era necesario llegar a las elecciones habiendo respondido a las peticiones de las inspectorías o de hermanos en particular. Por lo que se refiere al estudio de los núcleos temáticos ha sido particularmente apreciado el “instrumento de trabajo” como punto de partida de la reflexión capitular. Esto, por una parte, representaba la prueba evidente del buen trabajo realizado por la Comisión Precapitular; por otra, subrayaba también la validez de la aportación ofrecida al CG26 por los diversos Capítulos Inspectoriales. Estoy contento de ello, porque, como había escrito en la carta de convocación, el CG26, como proceso de reflexión, ha tenido su inicio precisamente en las Inspectorías, con el estudio de los temas propuestos y la activación de un camino de renovación. Las Comisiones, por tanto, han trabajado sobre un texto que era capitular y no ya pre-capitular, un verdadero documento de partida y no sólo un subsidio. Las aportaciones ofrecidas por las Comisiones lo han enriquecido y perfeccionado. Se ha tratado de puntualizaciones y cambios no sólo lingüísticos, sino orientados sobre todo a responder, del modo más adecuado, a la situación según la variedad de los contextos sociales, culturales, políticos y religiosos en que la Congregación se encuentra trabajando. Ésta ha sido la función de la Asamblea, que con razón ha sido así el verdadero autor del documento capitular.


La tercera semana (17-20 de marzo) estuvo centrada más claramente en el trabajo en Asamblea, para compartir el trabajo hecho por las Comisiones. Fue el momento en que pudo tener espacio también el pensamiento y la preocupación de los capitulares que querían ayudar a iluminar el tema, hacer sentir sensibilidades y visiones diversas, favorecer, bajo los diversos aspectos, una votación del documento que fuese más consciente, más personal, más responsable. Un subrayado habría que hacer sobre el hecho que de las intervenciones muchas veces emergía lo que mayormente nos preocupa. Así, por ejemplo, hablando de la urgencia de evangelizar, se ha visto claramente que debe ser entendida y vivida en la forma en que nosotros salesianos evangelizamos; y esto tanto por lo que se refiere a nuestros destinatarios prioritarios (los jóvenes), como por lo que se puede referir a las modalidades de la evangelización. Hablando de la necesidad de convocar, se debe hacer con la misma convicción de Don Bosco, para ayudar a los jóvenes a descubrir el sueño de Dios sobre su vida y animarlos a dar a Dios al menos una oportunidad. Las vocaciones – lo decía yo mismo en el discurso de apertura – no son una misión, sino el fruto de la misión, cuando ésta se hace bien. Si a esto añadimos la constatación de las muchedumbres inmensas de jóvenes que viven en situaciones de extrema precariedad y de lucha por su supervivencia, o de otros que, aún no teniendo problemas de pobreza material, llevan la vida “sin brújula”, o acaso destrozan este don precioso con opciones que no satisfacen o que resultan ser camino de autodestrucción, no podemos no preocuparnos para hacer madurar vocaciones.. Hablando de la pobreza evangélica, vemos en ella una invitación del Señor a hacer nuestra su bienaventuranza, viviendo libres del afán de los bienes terrenos, superando la tentación del enriquecimiento, asumiendo un estilo de vida austero, sencillo, que libere nuestro corazón y nuestra mente de tantas cosas que obstaculizan nuestra entrega total a la misión, haciéndonos menos creíbles. La riqueza es un verdadero peligro: hace a los hombres miopes respecto de los valores duraderos (ver el rico necio, Lc 12,13-21), duros de corazón en relación con los pobres (ver la parábola del pobre Lázaro y el rico epulón, Lc 16,19-31), idólatras al servicio de Manmona (ver las palabras de Jesús sobre el uso del dinero, Lc 16,9-13). Se trata de uno de los temas más candentes, pero también de una opción que tiene una gran fuerza liberadora para nosotros y para los demás. Y todavía: cuando se habla de las nuevas fronteras debemos hacerlo no como activistas de los derechos humanos, ni como colaboradores de ONG bien intencionados, sino como educadores consagrados, que tratan de responder a las necesidades de los jóvenes, sin prejuzgar las obras que tenemos y que cumplen un servicio significativo. Por esto, repito aquí cuando he dicho en la “Síntesis Global y Visión Profética” de mi relación inicial: es importante que las obras respondan a las necesidades de los jóvenes, con nuevas presencias, donde sean necesarias, o con una presencia nueva, donde ya estamos, pero debamos renovarnos.2


La cuarta semana (24-29 de marzo) se vivió en un clima de discernimiento para la elección del Rector Mayor, de su Vicario y de los Consejeros. Se trataba de uno de los objetivos principales y, al mismo tiempo, de una de las tareas más delicadas del Capítulo General. Guiados por el P. José María Arnáiz, como capitulares hemos logrado entrar en la atmósfera espiritual que nos ha hecho conscientes, libres y responsables para expresar nuestro parecer a través del voto personal. En general, todas las elecciones se han vivido con tranquilidad, aunque en la evaluación hecha al final, se ha notado la necesidad de favorecer un mayor conocimiento de las esperanzas en cada Dicasterio o Región y de definir mejor el perfil del Consejero que elegir, con informaciones más cuidadas sobre los nombres de los posibles candidatos. No hay duda de que en la composición del Consejo General intervienen muchos factores: ante todo, los sentimientos de aquellos cuyos nombres son presentados como candidatos, por tanto, la sensibilidad cultural en el desarrollo del proceso, además del deseo legítimo de buscar la representatividad de toda la Congregación. Sin embargo, la alta convergencia alcanzada en la elección del Rector Mayor y de todos los Consejeros ha sido un signo de la unidad de la Congregación en la diversidad de las realidades que la constituyen


Esta unidad en la diversidad ha tenido una expresión particular en la noche de fiesta y fraternidad después de la elección del Rector Mayor. El largo aplauso dado a los Consejeros que han terminado su servicio (don Antonio Domenech, don Gianni Mazzali, don Francis Alencherry, Mons. Tarcisio Scaramussa, don Albert Van Hecke, don Filiberto Rodríguez, don Joaquim D’Souza, comprendidos los Consejeros difuntos en el ejercicio de su trabajo, don Valentín de Pablo y don Helvécio Baruffi) ha sido la expresión del reconocimiento por el servicio desempeñado a favor de la Congregación, en la animación de un Sector o de una Región. Siempre respecto de las elecciones no se puede dejar de subrayar una novedad muy significativa, como ha sido el nombramiento del primer Salesiano Coadjutor como miembro del Consejo General.


La quinta semana (31 de marzo – 5 de abril) se inició con la visita al Vaticano y la Audiencia con el Santo Padre. La visita a la Basílica de San Pedro, donde fuimos acogidos por el Card. Angelo Comastri, Arcipreste de la Basílica, nos dio la gracia de renovar nuestra profesión de fe delante de la urna de las reliquias del Apóstol Pedro y de rezar delante de la estatua de Don Bosco, pidiendo el valor de poder gritar como él “Da mihi animas, cetera tolle”. El encuentro con el Papa Benedicto XVI fue uno de los eventos culminantes del CG26, en sintonía con la visión eclesial y espiritual de Don Bosco. Las palabras de Santo Padre a los Capitulares fueron acogidas como líneas iluminantes y programáticas. En los días sucesivos, las Comisiones y la Asamblea reanudaron el estudio de la primera redacción hecha por el Grupo de redacción. Se continuó así el trabajo desarrollado en la Semana Santa, antes de la semana de las elecciones, reemprendiendo el estudio de los cinco núcleos en comisión y en asamblea. Se hizo también una votación sobre los diversos temas presentados por la Comisión Jurídica. La semana se concluyó con la visita alas Catacumbas de San Calixto, adonde quisimos ir para hacer memoria agradecida de los Rectores Mayores, en particular, de los tres últimos, don Luigi Ricceri, don Egidio Viganò y don Juan Edmundo Vecchi, permaneciendo en oración junto al hipogeo donde están sepultados, después de la celebración eucarística y la comida. En mi oración personal he querido agradecer al Señor el don hecho a la Congregación por medio de cada uno de ellos. Al pedir la ayuda y la intercesión de estos mis predecesores, he pedido también para todos los Hermanos la gracia de saber ir a las fuentes de nuestra propia identidad (“volver a Don Bosco”) para encontrar un camino de futuro (“volver a partir de Don Bosco”. Nuestro camino futuro de fidelidad nace de la fidelidad de quien nos ha precedido.


No os oculto que me he preguntado muchas veces: “Pero ésta ¿es verdaderamente una experiencia pentecostal? ¿Y el Espíritu Santo actúa realmente por medio de nosotros para renovar la Congregación calentando el corazón de los hermanos?”. Creo que sí. El Espíritu Santo no cambia las situaciones exteriores de la vida, sino las interiores; Él tiene el poder de renovar las personas y de transformar la tierra. Él ha obrado ante todo en cada uno de nosotros, reuniéndonos, implicándonos en un proyecto común, haciéndonos responsables de elaborar todo lo que hace posible una renovación de identidad, de visibilidad y de credibilidad de nuestra vida y de nuestra misión.


Por lo que se refiere al trabajo desarrollado por la Comisión Jurídica, ésta examinó cada una de las propuestas llegadas de los Capítulos Inspectoriales, de cada hermano en particular, del Consejo General, de los Capitulares. Todo ello para una presentación clara a la Asamblea, que habría debido expresar luego su parecer. Leyendo la historia de la Congregación, nos damos cuenta del peso que han tenido los diversos Capítulos Generales para la configuración de las estructuras de animación y de gobierno en los diversos niveles (local, inspectorial y mundial). Ciertamente para lograr algunos cambios en las estructuras han sido necesarios diversos Capítulos Generales; y esto, no tanto a causa de lentitud o falta de valor para introducir modificaciones significativas, sino más bien porque no siempre se podía tener una visión completa de cuanto entraba en juego con estas opciones. La vuelta, también en este Capítulo General, a la reflexión sobre algunos aspectos de la actual configuración del Consejo General significa que hay necesidad de un estudio serio, con soluciones alternativas, que presente una propuesta realmente renovadora y válida en su plenitud. De todo esto nació una primera orientación aprobada por la Asamblea Capitular: la de hacer, a lo largo del sexenio, una evaluación del Gobierno central de la Congregación (composición y funcionamiento), de tal modo que su servicio sea más eficaz y cercano a los hermanos.


2. Lectura ‘profética’: hacia una “comprensión” de cuanto ha sucedido


El Capítulo ha producido un documento, con cinco fichas de trabajo, interdependientes entre ellas, sobre los grandes temas ya indicados en la carta de convocación: “Vuelta a Don Bosco para volver a partir de él”, “La urgencia de evangelizar”, “La necesidad de convocar”, “La pobreza evangélica” y “Las nuevas fronteras”. Estas fichas de trabajo han querido hacer concreto el lema “Da mihi animas, cetera tolle”, aplicando el esquema ya conocido del CG25 (Llamada de Dios, Situación, Líneas de acción) y enriquecido con algunos criterios de evaluación, que indican las metas que alcanzar: la mentalidad que madurar y la estructuras que cambiar.


Considero que el documento final es verdaderamente bueno y constructivo, teniendo en cuenta la variedad de contextos y situaciones en que la Congregación de encuentra encarnando el carisma de Don Bosco. Toca ahora a cada Región e Inspectoría el trabajo de contextualizar las grandes líneas de acción, con las consiguientes intervenciones, para hacer que respondan mejor a las situaciones y a los desafíos concretos.


Estoy seguro de que todos los Hermanos encontrarán páginas estimulantes, que ayuden a dinamizar su vida y a calificar la misión salesiana. Tal vez el conjunto puede parecer no tan radical; sin embargo, estoy convencido de que, si se toma en serio, suscitará entusiasmo y, sobre todo, permitirá a todos renovarse espiritualmente y recuperar impulso apostólico.


El documento presupone un buen conocimiento de la realidad social y también de la de la Congregación y expresa el deseo de hacer en ellas una transformación. Nos lo ha recordado el Santo Padre en el Discurso al CG26, el 31 de marzo: “Vuestro XXVI Capítulo General se coloca en un período de grandes cambios sociales, económicos, políticos; de acentuados problemas éticos, culturales y ambientales; de conflictos no resueltos entre etnias y naciones. En este tiempo nuestro hay, por otra parte, comunicaciones más intensas entre los pueblos, nuevas posibilidades de conocimiento y de diálogo, una confrontación más vivaz respecto de los valores espirituales que dan sentido a la existencia. En particular, las demandas que los jóvenes nos dirigen, sobre todo sus preguntas sobre los problemas de fondo, hacen referencia a los intensos deseos de vida plena, de amor auténtico, de libertad constructiva que ellos nutren. Son situaciones que interpelan a fondo a la Iglesia y su capacidad de anunciar hoy el Evangelio de Cristo con toda su carga de esperanza”.3


En efecto, no se puede hablar de evangelización o de vocaciones, de la sencillez de vida y de las nuevas fronteras sin tener en la mente el escenario donde vivimos y trabajamos y los desafíos que está encontrando la vida salesiana y su misión.


Hemos tenido en mente los rostros y las urgencias de los jóvenes más necesitados, destinatarios de nuestra misión. Los hemos escogido como “predilectos” nuestros, precisamente porque la predilección por los pobres “está implícita en la fe cristológica en aquel Dios que se hizo pobre por nosotros, para enriquecernos con su pobreza”.4 Tal fe ha sido asumida por Don Bosco y hecho pasar a la tradición salesiana (cf. Const. 11).


¿Cuáles son, pues, las claves de lectura del documento?


-La primera: Calentar el corazón de los hermanos, volviendo a partir de Cristo y de Don Bosco. No se trata de una operación para suscitar un sentimiento superficial o un entusiasmo pasajero. Está más bien en juego el compromiso fatigoso y urgente de una conversión, de una vuelta al desierto – como fue para Israel -, para encontrar allí al amante de los primeros días, el que nos encantó y llenó de promesa y de futuro nuestra vida (cf. Os 2,16-25). Tenemos necesidad de un encuentro con el Señor que venga a hablarnos al corazón, que nos ayude a volver a encontrar nuestras mejores energías, las que brotan del corazón; que venga a dar alegría y encanto a nuestra vida, a ayudarnos a profundizar nuestras motivaciones, a reforzar nuestras convicciones, a estimularnos a un camino en el signo de le fidelidad a la alianza, ordenando nuestra vida personal, comunitaria e institucional según los valores del Evangelio y según el carisma de Don Bosco.


Me viene a la mente la historia de aquel monje “bueno y conformista”, que va a su Abad a pedir un consejo para mejorar su vida, según los relatos de los Padres del desierto:


Sucedió una vez – se cuenta – que Abbá Lot fue a encontrar a Abbá José y le dijo:

- Abbá, por cuanto puedo sigo una pequeña regla, practico todos los pequeños ayunos, hago un poco de oración y meditación, me mantengo sereno y, por lo que me es posible, conservo puros mis pensamientos. ¿Qué más debo hacer?

Entonces el viejo monje se puso de pie, alzó las manos al cielo y sus dedos se convirtieron en diez antorchas de fuego. Y dijo:

- ¿Por qué no te transformas en fuego?.5


He aquí el objetivo que alcanzar con este Capítulo: ¡transformarnos en fuego! La historia nos lleva directamente a la elocuente y cargada escena de Pentecostés: “Se les aparecieron unas lenguas de fuego, que, separándose, se fueron posando sobre cada uno de ellos. Y quedaron llenos del Espíritu Santo” (Hch 2,3-4 a). “Calentar el corazón” no significa otra cosa sino transformarse en fuego, tener los pulmones llenos de Espíritu Santo.


Todo esto está en sintonía con lo que ha sido el lema del Congreso sobre la Vida Consagrada (noviembre de 2004), en el que hemos querido interpretar y vivir nuestra vida religiosa, partiendo de una gran pasión por Cristo y una gran pasión por la Humanidad.


A la luz de estas dos grandes pasiones las prioridades principales son:


  • La espiritualidad. Esto comporta un compromiso del todo particular para que la Palabra de Dios y la Eucaristía sean verdaderamente el centro de la vida del consagrado y de su comunidad. Estamos convencidos de que la persona consagrada debe ser signo y memoria viviente de la dimensión trascendente que existe en el corazón de todo ser humano.

  • La comunidad. Somos conscientes de que el testimonio de la comunión, abierta a todos los que tienen necesidad, es fundamental en nuestro mundo y llega a ser no sólo sostén para la fidelidad de los religiosos, sino también testimonio de una forma alternativa de vida al modelo imperante, que nos hace retroceder con frecuencia hacia formas de individualismo.

  • La misión, que realizar y vivir sobre todo en las fronteras misioneras como la exclusión, la pobreza, la secularización, la reflexión, la formación y la educación a todos los niveles.


Nos parecen ser éstos los “lugares” donde los consagrados deben estar presentes para expresar la dimensión misionera de la Iglesia. Pero la misión comprende también la “pasión” – entendida como sufrimiento o enfermedad – de tantos religiosos que continúan rezando por la Iglesia y por los obreros de la mies, y la “pasión” como martirio de tantos religiosos encarcelados o matados a causa del Reino. Ellos representan la mejor expresión del Evangelio.


Si queremos sentir arder nuestro corazón e inflamar de pasión el de los hermanos debemos recorrer el mismo camino de los discípulos de Emaús. “Se trata – decía en la homilía del día siguiente a mi reelección – más que de un camino material, de un recorrido mistagógico, de un auténtico itinerario espiritual, válido hoy ante todo porque pone en evidencia la que es nuestra situación: la de personas desencantadas, que tienen un conocimiento de Jesús, pero sin una verdadera experiencia de fe; que conocen las Escrituras, pero no han encontrado la Palabra. Por esto, se abandona Jerusalén y la comunidad apostólica y se vuelve a cuanto se ha vivido antes. El camino de Emaús es un camino que nos lleva de la Escritura a la Palabra, de la Palabra a la Persona de Cristo en la Eucaristía, y de ésta nos lleva a la comunidad para permanecer allí. Allí podremos ver confirmada nuestra fe encontrando a los hermanos: ‘¡Verdaderamente el Señor ha resucitado y se ha aparecido a Simón!’”.


-La segunda clave de lectura es la Labor misionera o la urgencia de evangelizar, no impulsados por un afán proselitista, sino por la pasión por la salvación de los demás, por la alegría de compartir la experiencia de plenitud de vida en Jesús.


Durante el Capítulo uno de los núcleos y, al mismo tiempo, también un tema transversal ha sido precisamente el de la urgencia de evangelizar. El Apóstol Pablo expresaban esto con una especie de imperativo existencial: “¡Ay de mí si no predicase el Evangelio!” (1 Cor 9,16b). Este intenso sentido misionero encarna perfectamente el mandato que Jesús dirige a sus discípulos: Sed mis “testigos hasta los extremos confines de la tierra” (Hch 1,8). Don Bosco hizo propia esta llamada urgente de Jesús y ya al día siguiente de la aprobación de las Constituciones (1874), el 11 de noviembre de 1875, envió la primera expedición misionera a América Latina.


El CG26 nos invita a ponernos en sintonía con la que fue la inspiración originaria de Don Bosco, la dimensión misionera de su vida, pero también de su carisma. Todo esto representa un punto fundamental del testamento espiritual que él nos dejó. El Capítulo apenas concluido nos ofrece la oportunidad para comprender mejor cuál es la respuesta que estamos llamados a dar hoy.


La urgencia de la labor misionera, hoy, está particularmente viva porque, en primer lugar, todo el mundo ha vuelto a ser “tierra de misión”; en segundo lugar porque, hoy, hay una manera diversa de concebir la misión, de realizar la “missio ad gentes”. En efecto, ésta se realiza en el respeto de los diversos ambientes culturales, en diálogo con las otras confesiones cristianas y las diversas religiones, y nos compromete en la promoción humana y en la transformación de la cultura (cf. EN 19).


Pero, ¿de dónde provenía el espíritu misionero de Don Bosco? ¿Cuáles fueron las razones de su inmenso celo misionero?


A mi parecer hay tres grandes elementos, que deben constituir un punto de referencia para todos nosotros.


* El primero es el de ser obedientes al mandato del Señor Jesús que, en el momento de la Ascensión, antes de dejar este mundo para subir al Padre, nos ha dicho: “seréis mis testigos hasta los extremos confines de la tierra” (Hch 1,8). Nos ha dado así todo el mundo cono campo de evangelización y esto hasta el fin de la historia. Para nosotros Salesianos, como en general para todos los creyentes, la primera razón para ser evangelizadores es, pues, la obediencia al mandato del Señor Jesús.


* El segundo elemento de la dimensión misionera de Don Bosco es la convicción del valor fermentador y de la función transformadora que tiene el Evangelio, su capacidad de fermentar todas las culturas. En la ‘carta magna’ de la evangelización, la Exhortación Apostólica Evangelii Nuntiandi de 1975, Pablo VI escribió que el Evangelio se puede inculturar en todas las culturas, es decir, se puede expresar diversamente según las culturas, sin que se identifique con ninguna de ellas. Ni siquiera con la cultura hebrea en la que Jesús nació, en el sentido de que ninguna cultura concuerda plenamente con la novedad del Evangelio. Por esto, todas las culturas son llamadas a dejarse purificar y elevar. No existe auténtica evangelización, si ésta no toca el alma de la cultura, ese conjunto de valores a los que hacen referencia los centros de decisión de la persona. Toda cultura es importante, porque representa el espacio donde las personas nacen, crecen, se desarrollan, aprenden a relacionarse, a afrontar la vida; pero se debe también reconocer que cada cultura tiene sus límites y tiene necesidad de la luz del Evangelio. Por tanto hoy, cuando hablamos de la urgencia de evangelizar, no estamos pensando sólo en Oceanía, en Asia, en África, en América Latina, sino también en Europa, la cual más que nunca tiene necesidad del Evangelio y del carisma salesiano.


*El tercer elemento, muy específico del carisma de Don Bosco, es su predilección por los jóvenes, consciente de que en las políticas de los gobiernos y en el tejido social de los pueblos, a pesar de todas las declaraciones, ellos no cuentan y parece que se deban resignar a ser sólo consumidores de productos, de experiencias y sensaciones. Pero esto no corresponde al Evangelio, a la praxis y a la lógica de Jesús, que cuando se le puso la pregunta “¿Quién es el más importante?”, llamó a un niño junto a Él y lo puso en el centro. ¡Poner a los jóvenes en el centro de nuestra atención misionera! Éste es uno e los elementos más específicos del rico patrimonio espiritual que Don Bosco nos ha dejado. Y el compromiso que se nos ha confiado es el de llevarlo a todas las culturas donde nosotros vamos y trabajamos y donde, con frecuencia, los jóvenes no cuentan. La grandeza de Don Bosco ha sido precisamente ésta: haber hecho de los jóvenes protagonistas, no sólo de su educación, sino también de su experiencia pedagógica y espiritual. Don Bosco, al inaugurar caminos nuevos como sacerdote, ha creído en los jóvenes y se ha consumido totalmente, con su genio apostólico, para asegurarles oportunidad de desarrollar todas sus dimensiones y energías de bien, para hacer valer sus derechos, para hacerles responsables (sobre todo los mejores) de la continuación de su obra en la historia.


En el Capítulo, después de haber insistido en la urgencia de evangelizar, hemos recordado que nosotros Salesianos desempeñamos esta misión según el carisma pedagógico que nos es propio. “La pasión de Don Bosco no se reduce nunca a sola catequesis o a sola liturgia, sino que se ensancha a todos los concretos compromisos pedagógico/culturales de la condición juvenil. (…) Se trata de aquella caridad evangélica que se concreta (…) en liberar y promover al joven abandonado y descarriado”.6


Si no es salesiana la educación que no abre el joven a Dios y al destino eterno del hombre, no lo es tampoco la evangelización que no tiende a formar personas maduras en todos los sentidos y que no sabe adaptarse o no respeta la condición evolutiva del muchacho, del adolescente, del joven.


Es verdad que en algunos contextos secularizados la Iglesia encuentra particulares dificultades para evangelizar las nuevas generaciones. Aunque evidentemente los sondeos y las estadísticas no son la última palabra y se deben considerar diversas tipologías de la vida de los religiosos, que comprenden también formas de intensa espiritualidad, no se puede negar que en varios países hay signos de una progresiva cristianización. Se nota que tanto la práctica religiosa como las convicciones profundas son más débiles entre los jóvenes. “Se trata de un estrato de la población más sensible a las modas culturales y ciertamente más herido por la secularización ambiental”.7 Parece haber un divorcio entre las nuevas generaciones de jóvenes y la Iglesia. La ignorancia religiosa y los prejuicios que cada día asumen acríticamente por ciertos medios de comunicación han alimentado en ellos la imagen de una Iglesia-institución conservadora, que va contra la cultura moderna, sobre todo en el campo de la moral sexual. Por esto resulta normal para muchos de ellos devaluar o relativizar todas las ofertas religiosas que se les proponen.


Otro drama particularmente grave es la ruptura que se ha creado en la cadena de transmisión de la fe de una generación a la otra. Los espacios naturales y tradicionales (familia, escuela, parroquia) se revelan ineficaces para la transmisión de la fe. Por tanto, crece la ignorancia religiosa en las nuevas generaciones y así entre los jóvenes continúa la “emigración silenciosa extra-muros de la Iglesia”. “Las creencias religiosas se tiñen de pluralismo y siguen cada vez menos un canon eclesial: por tanto, lentamente descienden los niveles de práctica religiosa: sacramentos y oración”.8


No es fácil definir la imagen que los jóvenes tienen de Dios, pero ciertamente el Dios cristiano ha perdido la centralidad respecto de un Dios mediático que lleva a la divinización de las figuras del mundo del deporte, de la música, del cine. El joven siente la pasión por la libertad y no se detiene ante las puertas de las iglesias. Son tantos los jóvenes que piensan que la Iglesia es un obstáculo para su libertad personal.


Frente a esta situación nos podemos preguntar: ¿qué educación ofrecen las instituciones escolásticas y eclesiales? ¿Por qué la demanda religiosa ha sido borrada del horizonte vital de los jóvenes? El muchacho, el adolescente, el joven son generosos por naturaleza y se entusiasman por las causas que valen verdaderamente la pena. ¿Entonces, por qué Cristo ha cesado de ser significativo para ellos?


La Iglesia, si quiere permanecer fiel a su misión de sacramento universal de salvación, debe aprender los lenguajes de los hombres y de las mujeres de todo tiempo, etnia y lugar. Y nosotros Salesianos, de modo particular, debemos aprender a utilizar el lenguaje de los jóvenes. No hay duda que en la Iglesia de hoy, pero también dentro de nuestras instituciones, existe un “serio problema de lenguaje”. En el fondo se trata de un problema de comunicación, de inculturación del Evangelio en las realidades sociales y culturales, un problema de educación en la fe para las nuevas generaciones. He aquí, pues, un desafío y un deber para nosotros hoy: ser educadores capaces de comunicar con los jóvenes y de transmitirles el gran tesoro de la fe en Jesucristo.


La educación salesiana, en la transmisión de la fe y de los valores, parte siempre de la situación concreta de cada persona, de su experiencia humana y religiosa, de sus angustias y ansias, de sus alegrías y de sus esperanzas, privilegiando siempre la experiencia y el testimonio. Cuida la pedagogía de la iniciación cristiana, de tal modo que Cristo sea aceptado más como el amigo que nos salva y nos hace hijos de Dios, que no como el legislador, que nos carga de dogmas, preceptos o ritos. Se ponen en evidencia los aspectos positivos y festivos de toda experiencia religiosa, fieles a Don Bosco en el sueño de los nueve años: “Ponte ahora mismo a instruirlos sobre la fealdad del pecado y la belleza de la virtud”9


Evangelizar educando” quiere decir para nosotros saber proponer la mejor de las noticias (la persona de Cristo) adaptándonos y respetando la condición evolutiva del muchacho, del adolescente, del joven. El joven busca la felicidad, la alegría de la vida y siendo generoso es capaz de sacrificarse para alcanzarlas, si verdaderamente les mostramos un camino convincente y si nos ofrecemos como compañeros competentes de viaje. Los jóvenes estaban convencidos de que Don Bosco quería su bien, que deseaba su felicidad aquí en la tierra y en la eternidad. Por esto aceptaban el camino que él les proponía: la amistad con Jesús, Camino, Verdad y Vida.


Don Bosco nos enseña a ser al mismo tiempo educadores y evangelizadores (“gracia de unidad”). Como evangelizadores conocemos y buscamos la meta: llevar a los jóvenes a Cristo. Como educadores debemos saber partir de la situación concreta del joven y lograr encontrar el método adecuado para acompañarlo en su proceso de maduración. Si como pastores sería una vergüenza renunciar a la meta, como educadores sería un fracaso no lograr encontrar el método adecuado para motivarlos a emprender el camino y para acompañarlos con credibilidad.


-La tercera clave de lectura es el tema de las “Nuevas Fronteras” como lugar natural para la vida consagrada y como llamada a hacernos presentes en los lugares de mayor degradación y necesidad, desde el punto de vista tanto religioso como cultural, ecológico, social.


Conscientes de que la misión es la razón de nuestro ser salesianos y que las necesidades y las esperanzas de los jóvenes determinan nuestras obras, en el Capítulo General uno de los temas más debatidos ha sido precisamente el de las “nuevas fronteras”, donde los jóvenes nos esperan. Se trata de fronteras no sólo geográficas, sino económicas, sociales, culturales y religiosas. Aquí debemos obrar con el criterio que guió las opciones de Don Bosco, es decir, “dar más a quien ha recibido menos”.


Estoy contento de que, desde hace años, en la Congregación esté creciendo la sensibilidad y la preocupación, la reflexión y el compromiso por el mundo de la marginación y del malestar de los jóvenes. Esta realidad no representa ya un sector particular, identificado con alguna obra especial o animado sólo por algún hermano particularmente motivado. La atención a los últimos, a los más pobres, a los más menesterosos está llegando a ser una “sensibilidad institucional” que, poco a poco, envuelve muchas obras de las Inspectorías. Se han multiplicado las plataformas sociales, se ha dado lugar a un trabajo en red y se está operando en sinergia con otras agencias que trabajan en el mismo campo. Es como si hubiese comenzado a “salir de los muros”, girando por la ciudad y escuchando el grito y la invocación de auxilio de los jóvenes. Todo esto, para nosotros, significa renovar la predilección por los más pobres, por los más abandonados y por los que se encuentran en una situación de peligro psicocosocial: muchachos perdidos, maltratados, víctimas de abusos y opresiones. Con el mismo corazón de Don Bosco sentimos que tenemos que encontrar nuevas formas de oposición al mal que aflige a tantos jóvenes. Sentimos también el deber de invertir la tendencia cultural y social, sobre todo a través de lo que es nuestra riqueza específica: ser portadores de un sistema educativo que es capaz de cambiar el corazón de los jóvenes y de transformar la sociedad. No podemos dar como ‘caridad’ lo que les corresponde a ellos como ‘justicia’. En este año, en que se celebra el 60º aniversario de la Declaración de los Derechos Humanos, debemos dar un paso adelante y plantear todo nuestro proyecto educativo en la órbita de los derechos de los menores, como indicaba en el Aguinaldo de 2008.



Recordando la experiencia de Don Bosco


Estando a cuanto escribe el mismo Don Bosco en las Memorias del Oratorio”, la experiencia que lo descompuso y solicitó a una nueva manera de ser sacerdote fue su contacto con los muchachos de la cárcel de Turín. Él la cuenta con estas palabras: “Me horroricé al contemplar una muchedumbre de muchachos, de doce a dieciocho años; al verlos allí, sanos, robustos y de ingenio despierto, pero ociosos, picoteados por los insectos y faltos de pan espiritual y material”.10


He aquí un primer elemento que registrar: Don Bosco ha visto, ha escuchado, ha sabido comprender la realidad social, leer su significado y sacar las consecuencias. De esta experiencia nació en Don Bosco una inmensa compasión por aquellos muchachos. En el contacto con ellos sintió la urgencia de ofrecerles un ambiente de acogida y una propuesta educativa según sus necesidades: “En circunstancias así, constaté que algunos volvían a aquel lugar porque estaban abandonados a sí mismos. ¿Si estos muchachos tuvieran fuera un amigo que se preocupare de ellos, los asistiera e instruyese en la religión los días festivos, quién sabe si no se alejarían de su ruina o, por lo menos, no se reduciría el número de los que regresan a la cárcel? Trasmití mi pensamiento a Don Cafasso; con su consejo y ayuda, me dediqué a estudiar cómo llevarlo a cabo”.11


Y he aquí un segundo elemento que percibir en la experiencia de nuestro Padre Don Bosco: la fantasía pastoral, la que le llevó a crear con imaginación y generosidad respuestas adecuadas a los nuevos desafíos. Todo esto implicaba el hacerse cargo en primera persona y crear las estructuras que pudieran hacer posible un mundo mejor y alternativo para aquellos muchachos.


Es así como Don Bosco piensa ante todo prevenir estas experiencias negativas, acogiendo a los muchachos que llegan a la ciudad de Turín en busca de trabajo, los huérfanos o aquellos cuyos padres no pueden o no quieren cuidarse de ellos, los que vagan por la ciudad sin un punto de referencia afectivo y sin una posibilidad material para una vida digna. Les ofrece una propuesta educativa, centrada en la preparación al trabajo, que los ayuda recuperar confianza en sí mismos y el sentido de la propia dignidad. Ofrece un ambiente positivo de alegría y amistad, en el que asuman casi por contagio los valores morales y religiosos. Ofrece una propuesta religiosa sencilla, adecuada a su edad y sobre todo alimentada por un clima positivo de alegría y orientada por el gran ideal de la santidad.


Consciente de la importancia de la educación de la juventud y del pueblo para la transformación de la sociedad, Don Bosco se hace promotor de nuevos proyectos sociales de prevención y de asistencia. Piénsese en la relación con el mundo del trabajo, en los contratos con los patronos del trabajo, en el tiempo libre, en la promoción de la instrucción y cultura popular. Aunque Don Bosco no habló explícitamente de los derechos de los muchachos – no estaba en la cultura del tiempo – operó tratando de darles dignidad y de insertarlos en la sociedad en condiciones tales que pudieran afrontar la vida con éxito (“empowerment”).


Finalmente, he aquí un tercer elemento, a mi parecer muy significativo, que ha caracterizado la experiencia de Don Bosco. Él percibió que no era suficiente aliviar la situación de malestar y de abandono en que vivían sus muchachos (acción paliativa). Cada vez más claramente se sintió llevado a hacer un cambio cultural (acción transformadora), a través de un ambiente y una propuesta educativa que pudieran implicar a muchas personas identificadas con él y con su misión. Todo esto representó no sólo el comienzo de una institución (el Oratorio de Valdocco), sino también el primer desarrollo de aquella intuición particular que llevó a Don Bosco a dar comienzo a un vasto movimiento para la salvación de la juventud: la Familia Salesiana (cf. Const. 5). Las necesidades eran muchas. Buscó así, antes de todo, la colaboración de su madre, luego la de algún sacerdote diocesano. Con sus mejores jóvenes dio inicio a la Sociedad de San Francisco de Sales, luego fundó el Instituto de las Hijas de María Auxiliadora y puso en acto la Asociación de los Cooperadores. Su mente era un continuo “sueño del bien de los jóvenes”. Su corazón era una continua “expresión del amor de Dios por los jóvenes”.


Nosotros, como Salesianos, continuamos cultivando en el corazón esta pasión por los más pobres, por los abandonados, por los últimos. Cuanto más conozco la Congregación, extendida en los cinco continentes, más me doy cuenta de que como Salesianos hemos tratado de ser fieles a este criterio fundamental de ser cercanos y solidarios con los más necesitados, preocupándonos por las realidades juveniles que la sociedad no quiere ver: los muchachos de la calle, los adolescentes soldado, los niños obreros, los muchachos explotados en el maldito turismo sexual, los evacuados a causa de la guerra, los inmigrantes, las víctimas del alcohol y de la droga, los enfermos del SIDA/HIV, los muchachos privados de sentido religioso… Como decía antes, constatamos que hoy la sensibilidad entre nosotros ha crecido y, gracias a Dios, sigue creciendo. Hoy el trabajo de los pioneros ha sido asumido por la Institución, y sobre todo se está adquiriendo una mentalidad que nos permite colocarnos en todas partes con esta clave de lectura, haciendo la opción a favor de los más excluidos y marginados. Es una gracia notar que en la Congregación está creciendo esta mentalidad: “dar más a quien ha recibido menos”.


Mientras en los países en vías de desarrollo predominan rostros de muchachos marcados por la pobreza material, en los países desarrollados el sello que los caracteriza es la pérdida del sentido de la vida, la rendición ante el consumismo, el hedonismo, el indiferentismo, la tóxicodependencia. Las respuestas, pues, se deben diferenciar necesariamente.


A la luz de estas grandes dimensiones que pueden y deben cambiar nuestra vida y actividad apostólica se hace más evidente y urgente nuestra necesidad de convertirnos a la esencialidad, a una vida pobre, austera y sencilla, que sea expresión del total desapego de todo lo que puede impedir entregarnos hasta el fondo a los que el Señor nos ha confiado.



3. Opciones hechas y orientación para hacerlas operativas; perspectivas de animación y gobierno.


Las dimensiones antes mencionadas han tenido una primera traducción en las diversas fichas del documento. En efecto, las grandes opciones del CG26 para el renacimiento espiritual y el impulso apostólico se han expresado en las “Líneas de acción” de cada uno de los temas. Tales líneas nos ofrecen orientaciones que asumir, que hacer pasar del papel a la vida. En efecto, no pueden ser meras declaraciones de intentos, sino convertirse en verdadero programa de vida, de animación y gobierno, de propuesta educativa pastoral.


Para el tema “Volver a partir de Don Bosco”, hemos deliberado:







Volver a Don Bosco

Línea de acción 1

Comprometerse a amar, estudiar, imitar, invocar y hacer conocer a Don Bosco, para volver a partir de él.


Volver a los jóvenes

Línea de acción 2

Volver a los jóvenes, especialmente a los más pobres, con el corazón de Don Bosco.


Identidad carismática y pasión apostólica

Línea de acción 3

Redescubrir el significado del Da mihi animas cetera tolle como programa de vida espiritual y pastoral.



Para el tema “Urgencia de evangelizar”, hemos deliberado:


Comunidad evangelizada y evangelizadora

Línea de acción 4

Poner el encuentro con Cristo en la Palabra y en la Eucaristía en el centro de nuestras comunidades, para ser discípulos auténticos y apóstoles creíbles.


Centralidad de la propuesta de Jesucristo

Línea de acción 5

Proponer con alegría y valor a los jóvenes vivir la existencia humana como la vivió Jesucristo.


Educación y evangelización

Línea de acción 6

Cuidar en todo ambiente una más eficaz integración de educación y evangelización, en la lógica del Sistema Preventivo.


Evangelización en los diversos contextos

Línea de acción 7

Inculturar el proceso de evangelización para dar respuesta a los desafíos de los contextos regionales.



Para el tema “Necesidad de convocar”, hemos deliberado:


Testimonio como primera propuesta vocacional

Línea de acción 8

Testimoniar con valor y con alegría la belleza de una vida consagrada, entregada totalmente a Dios en la misión juvenil.


Vocaciones para el compromiso apostólico

Línea de acción 9

Suscitar en los jóvenes el compromiso apostólico por el Reino de Dios con la pasión del Da mihi animas cetera tolle y favorecer su formación.




Acompañamiento de los candidatos a la vocación consagrada salesiana

Línea de acción 10

Hacer la propuesta explícita de la vocación consagrada salesiana y promover nuevas formas de acompañamiento vocacional y de aspirantado.


Las dos formas de la vocación consagrada salesiana

Línea de acción 11

Promover la complementariedad y la especificad de las dos formas de la única vocación salesiana y asumir un renovado empeño por la vocación del salesiano coadjutor.



Para el tema “Pobreza evangélica”, hemos deliberado:


Línea de acción 12

Testimonio personal y comunitaria

Dar un testimonio creíble y valiente de pobreza evangélica, vivida personal y comunitariamente en el espíritu del Da mihi animas cetera tolle.


Línea de acción 13

Solidaridad con los pobres

Desarrollar la cultura de la solidaridad con los pobres en el contexto local.


Línea de acción 14

Gestión responsable y solidaria de los recursos

Gestionar los recursos de modo responsable, transparente, coherente con los fines de la misión, activando las necesarias formas de control a nivel local, inspectorial y mundial.



Para el tema “Nuevas fronteras”, hemos deliberado:


Principal prioridad: los jóvenes pobres

Línea de acción 15 (cfr. línea de acción 13)

Operar opciones valientes a favor de los jóvenes pobres y en peligro.


Otras prioridades: familia, comunicación social, Europa.

Línea de acción 16

Asumir una atención privilegiada a la familia en la pastoral juvenil; potenciar la presencia educativa en el mundo de los media; relanzar el carisma salesiano en Europa.


Nuevos modelos en la gestión de las obras

Línea de acción 17

Revisar el modelo de gestión de las obras para una presencia educativa y evangelizadora más eficaz.


El reclamo de las líneas de acción del CG26 en este discurso conclusivo tiene la finalidad de reforzar la importancia de su asunción e ‘inculturación’ por parte de las Regiones y de cada Inspectoría. Serán el “mensaje concreto” del CG26, que deberá ser estudiado y traducido, a nivel pastoral, en los diversos contextos, señalando también criterios de verificación y elementos de evaluación.


Me detengo en el “Proyecto Europa”.


Hoy, más que nunca, nos damos cuenta de que nuestra presencia en Europa debe ser pensada. El objetivo – como ya decía en el saludo al Santo Padre con ocasión de la Audiencia concedida a los miembros el CG26 – “está atento a renovar la presencia salesiana con mayor incisión y eficacia en este continente. Es decir, buscar una propuesta de evangelización para responder a las necesidades espirituales y morales de estos jóvenes, que nos parecen un poco como peregrinos sin guía y sin meta”.


Se trata, pues, de rejuvenecer con personal salesiano las Inspectorías más necesitadas para hacer más significativo y fecundo el carisma salesiano en la Europa de hoy. Por esto, quiero esclarecer que:


  • Esto es un proyecto de la Congregación;

  • implicará a todas las Regiones y las Inspectorías con el envío de personal;

  • para robustecer las comunidades, llamadas a ser interculturales y a hacer presente a Don Bosco entre los jóvenes, especialmente los más pobres, abandonados y en peligro;

  • todo ello será confiado a la coordinación de los tres Dicasterios para la Misión.


Este proyecto exigirá obviamente un cambio estructural en las comunidades del Viejo Continente. “Vino nuevo en odres nuevos”. Por tanto, no una obra de simple “mantenimiento de estructuras”, sino un proyecto nuevo para expresar una presencia nueva, al lado de los jóvenes de hoy. Nos movemos con el corazón de Don Bosco, ricos de su pasión por Dios y por los jóvenes, para colaborar en la construcción de una Nueva Europa, para que haya verdaderamente “un alma”, para que vuelva a encontrar sus robustas raíces espirituales y culturales, para que a nivel social dé espacio y ofrezca oportunidades para propuestas de educación y cultura, sin discriminaciones u opciones de exclusión social.


Entre las prioridades os señalo las más importantes:

* crear nuevas presencias para los jóvenes,

* estimular iniciativas dinámicas e innovadoras,

* promover vocaciones.


Todo esto debería ayudar a los Salesianos que trabajan en este contexto a lograr una mentalidad cada vez más europea, robustecer la sinergia entre las Inspectorías en los diversos sectores y reforzar la colaboración a nivel Regional.



  1. Hacia el bicentenario del nacimiento de Don Bosco: la Congregación en estado de vuelta a Don Bosco para volver a partir de él


¿Qué haría Don Bosco hoy? ¡No lo sabemos! Pero sabemos qué hizo ayer y, por tanto, podemos saber qué hacer para obrar como él hoy. Es cuestión de conocimiento e imitación.


Hemos insistido en este Capítulo que es absolutamente indispensable contemplar a Don Bosco, amarlo, conocerlo e imitarlo, para descubrir sus motivaciones más profundas y atrayentes, aquellas de las que obtenía la energía que le hacía trabajar por los jóvenes incansablemente; sus convicciones más sólidas y personales, que lo llevaban a no echarse atrás, que, más bien, lo hacían fascinante y convincente; sus objetivos definidos y claros, que le hacían ir adelante, con una sola causa por la que vivir: ver felices a los jóvenes aquí y en la eternidad.


Don Bosco sintió el drama de un pueblo que se alejaba de la fe y sobre todo sintió el drama de la juventud, predilecta de Jesús, abandonada y traicionada en sus ideales y en sus aspiraciones por los hombres de la política, de la economía, acaso también de la Iglesia. Me pregunto si esta situación no es, bajo muchos puntos de vista, semejante a la que hemos identificado en nuestro Capítulo General.


Pues bien, ante tal situación Don Bosco reaccionó enérgicamente, encontrando formas nuevas de oponerse al mal. A las fuerzas negativas de la sociedad resistió denunciando la ambigüedad y la peligrosidad de la situación, “contestando” – a su modo, se entiende – los poderes fuertes de su tiempo. He aquí qué significa tener una mente y un corazón pastorales.


Sintonizado sobre estas necesidades, trató de dar una respuesta, con las posibilidades que le ofrecían las condiciones histórico-culturales y las coyunturas económicas del momento histórico, y esto, a pesar de oposiciones parciales del mundo eclesiástico, de autoridades y fieles. Así fundó oratorios, escuelas de diverso tipo, talleres de artesanos, periódicos y revistas, tipografías y editoriales, asociaciones juveniles religiosas, culturales, recreativas, sociales; construyó iglesias, promovió misiones “ad gentes”, actividades de asistencia a los emigrantes; fundó dos congregaciones religiosas y una asociación laical que continuaron su obra.


Tuvo éxito gracias también a sus extraordinarias dotes de comunicador nato, a pesar de la falta de recursos económicos (siempre inadecuados para sus realizaciones), su modesto bagaje cultural e intelectual (en un momento en que había necesidad de respuestas de alto perfil) y el ser hijo de una teología y de una concepción social con fortísimos límites (y, por tanto, inadecuada para responder a la secularización y a las profundas revoluciones sociales en acto). Siempre sostenido por superior audacia de fe, en circunstancias difíciles, pidió y obtuvo ayudas de todos, católicos y anticlericales, ricos y pobres, hombres y mujeres del dinero y del poder, y exponentes de la nobleza, de la burguesía, del bajo y del alto clero.


Sin embargo, la importancia histórica de Don Bosco, antes que en las santísimas “obras” y en ciertos elementos metodológicos relativamente originales – el famoso “sistema preventivo de Don Bosco” -, hay que descubrirla


en la percepción intelectual y emotiva del problema de la juventud “abandonada” con su importancia moral y social;


  • en la intuición de la presencia en Turín antes, en Italia y en el mundo después, de una fuerte sensibilidad, en lo civil y en lo “político”, del problema de la educación de la juventud y de su comprensión por parte de las clases más sensibles y de la opinión pública;

  • en la idea que lanzó de obligadas intervenciones a larga escala en el mundo católico y civil, como respuesta necesaria para la vida de la Iglesia y para la misma supervivencia del orden social;

  • y en la capacidad de comunicar esta misma idea a amplias muchedumbres de colaboradores, de bienhechores y de admiradores.


Ni político, ni sociólogo, ni sindicalista ‘ante litteram’, simplemente sacerdote-educador, Don Bosco partió de la idea de que la educación podía hacer mucho, en cualquier situación, si se realiza con el máximo de buena voluntad, de compromiso y de capacidad de adaptación. Se comprometió a cambiar las conciencias, a formarlas en la honradez humana, en la lealtad cívica y política y, en esta perspectiva, trató de “cambiar” la sociedad, mediante la educación.


Transformó los valores fuertes en que creía – y que defendió contra todos – en hechos sociales, en gestos concretos, sin replegarse en lo espiritual y en lo eclesial entendido como espacio o experiencia exentos de los problemas del mundo y de la vida. Es más, fuerte en su vocación de sacerdote educador, cultivó un compromiso cotidiano que no era ausencia de horizontes, sino dimensión encarnada del valor y del ideal; no era nicho protector y rechazo de la confrontación abierta, sino medirse sinceramente con una realidad más amplia y diversificada; no era un mundo restringido a algunas pocas necesidades que satisfacer y lugar de repetición, casi mecánica, de actitudes tradicionales; no era rechazo de toda tensión, del sacrificio exigente, del peligro, de la lucha. Tuvo para sí y para los salesianos la libertad y la bravura de la autonomía. Y no quiso siquiera vincular la suerte de su obra con el imprevisible variar de los regímenes políticos.


El conocido teólogo francés Marie-Dominique Chenu, O.P., respondiendo en los años ochenta del siglo pasado a la pregunta de un periodista que pedía le indicase los nombres de algunos santos portadores de un mensaje de actualidad para los tiempos nuevos, afirmó sin dudar: “Me place recordar, ante todo, al que se adelantó un siglo al Concilio: Don Bosco. Él es ya, proféticamente, un hombre modelo de santidad por su obra, que está en ruptura con el modo de pensar y de creer de sus contemporáneos”.


Fue un modelo para tantos; no pocos imitaron sus ejemplos, llegando a ser el “Don Bosco de Bérgamo, de Bolonia, de Mesina y otros más””.


Obviamente el “secreto” de su “éxito” cada uno lo encuentra en uno de los diversos rasgos de su compleja personalidad: capacísimo emprendedor de obras educativas, organizador de amplias miras de empresas nacionales e internacionales, finísimo educador, gran maestro, etc. ¡Éste es el modelo que tenemos y estamos llamados a reproducir lo más fielmente posible!



  1. Conclusión


Queridos hermanos, hemos vivido el CG26 en la estación litúrgica de la Cuaresma y en el tiempo de Pascua. El Señor nos ha invitado así a acoger la indicación de la necesidad que tenemos de hacer experiencia pascual, si queremos lograr el tan deseado renacimiento espiritual y una renovación de nuestro impulso apostólico. No hay vida sin muerte. No hay la mística del “Da mihi animas” sin la ascética del “cetera tolle”.


Querría concluir recordando todavía una particular experiencia de Don Bosco. En el verano de 1846 él cae enfermo y se encuentra en peligro de muerte. Después de algunas semanas supera el mal y, convaleciente, puede volver al Oratorio solo, apoyándose en un bastón. Los muchachos al darse cuenta lo obligan a sentarse en un sillón, lo levantan y lo llevan en triunfo hasta el patio. En la capilla, después de las oraciones de acción de gracias, Don Bosco pronuncia las palabras más solemnes y comprometedoras de su existencia: “Queridos hijos míos, estoy convencido de que Dios ha conservado mi vida gracias a vuestras súplicas; la gratitud exige que yo la emplee toda para vuestro bien espiritual y temporal. Así prometo hacerlo durante todo el tiempo que el Señor me deje en esta tierra”.12 Don Bosco, inspirado por el Espíritu Santo, en cierto sentido, emitió un voto inédito: el voto de amor apostólico, de entrega de la propia vida por los jóvenes, que observó en cada instante de su existencia. He aquí cuanto significa el “Da mihi animas, cetera tolle”, que ha sido el lema inspirador de nuestro Capítulo General. He aquí el programa de futuro para el renacimiento espiritual y para el impulso apostólico con que queremos llegar a la celebración del bicentenario de su nacimiento.


Expreso el deseo de que nosotros, y con nosotros, todas las personas identificadas con los valores de la Espiritualidad y del Sistema Educativo Salesiano podamos amar a los jóvenes y comprometernos como Don Bosco en la realización de la misión salesiana. Espero y deseo que los jóvenes puedan encontrar en cada uno de nosotros (como los muchachos del Oratorio encontraron en Don Bosco en Valdocco) personas disponibles a caminar con ellos, a construir con ellos y por ellos una presencia educativa fascinante y significativa, capaz de propuesta y de implicación, propositiva hasta el punto de producir un cambio cultural.


Un icono que puede ilustrar perfectamente este momento histórico de la Congregación es el episodio del paso del “manto y del espíritu” de Elías a Eliseo, su discípulo (2 Re 2,1-15). Elías trata varias veces de alejar de sí a Eliseo, primero en Gálgala, luego en Betel y en Jericó, tal vez por el deseo de encontrarse solo en el momento de su desaparición. Pero Eliseo quiere ser su principal heredero espiritual y permanece a su lado. ¡Cómo desearía que cada uno de los hermanos, respecto de Don Bosco, hiciese suyo el deseo de Eliseo de recibir dos tercios del espíritu de Elías! Convertido ya en heredero espiritual de Elías, Eliseo recoge su manto y con él se posa sobre él también el espíritu del maestro. Eliseo repite a la letra el último milagro de Elías y esto da certeza a los discípulos de los profetas que verdaderamente “el espíritu de Elías” se ha posado sobre Eliseo.


A este propósito, me vienen a la mente las palabras de Pablo VI en la beatificación de Don Rua, cuando dijo que aquella beatificación representaba una confirmación de su calidad de sucesor de Don Bosco, de discípulo suyo, de su capacidad de haber acogido y transmitido el espíritu del Padre. Como Don Rua, para recoger la herencia de Don Bosco permitamos que Dios, con nuestra disponibilidad, obre en nosotros, como obró en él.


Heme aquí, Queridísimos Hermanos, para entregaros el fruto de este CG26, del que habéis sido protagonistas. Os entrego sí un documento, que será como vuestra hoja de ruta para el sexenio 2008-2014, pero os entrego sobre todo el espíritu del CG26. Éste ha querido ser una intensa experiencia pentecostal para una profunda renovación de nuestra vida y misión. Representa, pues, para todos los Salesianos la plataforma de relanzamiento de la Congregación hacia el gran jubileo salesiano del 2015.


Que el Espíritu pueda soplar con fuerza sobre la Congregación para tener el valor de pedir todavía y siempre, juntos con Don Bosco: “Da mihi animas, cetera tolle”.



Roma, 12 de abril de 2008


Don Pascual Chávez Villanueva

Rector Mayor










COMUNIDADES CRISTIANAS PARA EL COMIENZO DEL SIGLO XXI


Pedro. J. Gómez Serrano


1. Presentación


En las páginas que siguen no voy a referirme a “qué es” o “cómo se hace” una comunidad cristiana, aunque me parezcan cuestiones de importancia capital13. Deseo, más bien, imaginar los rasgos que necesitan adoptar las comunidades en el futuro inmediato, para responder a los retos de la presente situación social, cultural y religiosa, profundamente distinta a la que existía en nuestro país hace tan sólo unas décadas. Me gustaría, además, dar a este análisis un enfoque realista y esperanzado. De poco valen las ingenuas visiones de la realidad que confían en volver a la situación del cristianismo tradicional en una cultura que cambia a un ritmo vertiginoso y, menos aún, las quejas, las denuncias y los lamentos por “la ola de secularismo y anticlericalismo que nos invade”, cuyo efecto evidente es teñir el discurso eclesial de pesimismo y de nostalgia, alejando, como es lógico, a quienes pudieran tener interés en conocer el “tesoro” que llevamos entre manos (aunque sea en vasos de barro).


Frente a quienes, en esta época de crisis, consideran que deberíamos conformarnos con que nuestros conciudadanos asumieran los valores básicos del Reino (libertad, paz, justicia, amor, perdón, etc.), aunque no accedieran propiamente a la experiencia creyente, creo que el Evangelio de Jesús presentado en su integridad sigue siendo una propuesta de sentido insuperable que puede llegar a ser acogida por aquellos que quieren buscar para su vida la máxima profundidad, calidad, fecundidad, esperanza y plenitud posibles. Felizmente, ya no anima nuestro entusiasmo evangelizador el lamentable lema “fuera de la Iglesia no hay salvación”, que resultaba terrorífico para muchas personas y no menos trágico para la imagen pública del Dios cristiano. Si hoy seguimos anunciando la Buena Nueva es porque consideramos que vivir de forma consciente, eclesial y explicita la experiencia de sentirnos amados por Dios y llamados a realizar su sueño de fraternidad humana, constituye una forma insuperable de vivir. Pero, para que nosotros podamos disfrutar de la salvación que el Dios de Jesús nos ofrece y, especialmente, para que pueda ser descubierta como buena noticia por nuestros contemporáneos, resulta imprescindible que la fe pueda ser formulada y vivida atendiendo a las claves de nuestra cultura.


Entiéndase bien esta tesis: no se trata de adulterar o diluir el Evangelio para que pueda ser asimilado con facilidad por quienes asumen los modos de entender la vida predominantes en nuestro entorno (el Evangelio siempre tendrá un componente de escándalo para la mentalidad convencional y de crítica para quienes sostenemos activa o pasivamente la injusticia), pero sí resulta imprescindible que la propuesta cristiana sea entendida (aunque no sea compartida), tenga una palabra relevante que decir respecto a los acontecimientos que agitan nuestro mundo y posea capacidad para dialogar con los valores dominantes que inspiran el comportamiento colectivo. Suelo repetir que el cristianismo, en nuestro entorno, debe pasar a ser una propuesta alternativa, pero no anacrónica. Los cristianos debemos estar por delante, no por detrás de los vientos de la historia.


Y no hay proyecto social que pueda desarrollarse sin sujeto que lo empuje hacia adelante. De ahí la importancia de plantearnos cómo han de ser las comunidades que necesitamos para vivir la fe o, con mayor profundidad teológica, las comunidades que el Señor Jesús necesita para continuar en la historia la tarea iniciada en Galilea hace veinte siglos y continuada hasta el presente por sus seguidores. Nos planteamos una cuestión ya clásica y que el teólogo Jürgen Moltmann consideraba uno de los principales dilemas de la Iglesia: elegir entre la identidad y la relevancia14. Las comunidades no pueden olvidar ninguno de los dos polos: si olvidan su identidad habrán traicionado a aquel que es su origen y fundamento; si olvidan la relevancia social de su mensaje, el Evangelio quedará reducido a las estrechas fronteras de una secta. Los cristianos estamos obligados a mantener una doble fidelidad: a la realidad que “es como es” y no como nos gustaría que fuera, y al Evangelio de Jesús que, por su anclaje antropológico radical, siempre podrá “ser contado y cantado” en todo tiempo, espacio, cultura o grupo social aunque, claro está, no del mismo modo.


Por lo mismo, las pistas que siguen respecto a la caracterización presente y futura de las comunidades se referirán, fundamentalmente, a cuestiones de estilo, talante, prioridades y orientación. Las concreciones de estos criterios son tarea de cada grupo cristiano específico que nadie puede realizar en su nombre, ya que nadie conoce cada contexto sociocultural como los que viven en el mismo.



2. Impulsar la creación de un tejido comunitario: cuestión de vida o muerte


Nunca insistiremos demasiado en la necesidad que tiene la Iglesia de impulsar la creación y desarrollo de núcleos comunitarios15. De forma resumida, podríamos hablar de cuatro tipos de motivos:

  • En primer lugar, la vivencia comunitaria es una consecuencia intrínseca de la propia fe cristiana. El Dios en el que creemos los cristianos es amor y convoca al amor (1ª Juan 4, 7-8). Es un padre que crea familia en torno a Jesús, su hijo primogénito. Es un Dios trinitario, es decir, comunitario, que desea incluirnos a todos los seres humanos, libremente, en esa dinámica de cariño y donación recíprocos. Por eso, para nosotros, los discípulos de Jesús, hacer comunidad no consiste en una obligación jurídica, moral o en una aspiración idealista, sino en la respuesta natural a la experiencia del amor de Dios que, al mismo tiempo, supone el reconocimiento de nuestra vocación a la fraternidad en el mundo16. Hoy como hace dos mil años, el Señor sigue invitándonos a formar parte de su comunidad. En este sentido, la revelación bíblica nos ayuda a descubrir más claramente algo que cualquier persona puede barruntar: que la convivencia entre los distintos seres humanos en paz, justicia y solidaridad es un anhelo profundo, utópico en el mejor sentido del término, de la mayoría de las personas, aunque se encuentre amenazado permanentemente por el escepticismo derivado de la experiencia histórica de injusticia y dolor a las que conducen el egoísmo y el miedo.

  • Por otra parte, hacer comunidad es también una exigencia de la situación sociocultural. Al menos en el occidente europeo los cristianos hemos pasado a ser una minoría cognitiva (respecto a la cosmovisión que sostenemos), en un entorno de amplio pluralismo, fuerte indiferencia religiosa y aguda crisis institucional. En este clima, parcialmente adverso, se presentan diversas alternativas para la ubicación social del cristianismo. En concreto, dentro de la Iglesia compiten hoy entre sí las estrategias del ghetto, la reconquista, la disolución y el fermento. Desde mi modesto punto de vista, las tres primeras deben ser cuestionadas tanto por su escasa capacidad para evangelizar o, incluso, revitalizar el cristianismo en una nueva cultura a medio y largo plazo, como, lo que es más importante, por su escasa sintonía con el espíritu del Nuevo Testamento. Pero, si no queremos ser ingenuos y reconocemos la enorme influencia que sobre los individuos tienen las corrientes de pensamiento predominantes, tendremos que crear espacios en los que pueda cultivarse y fortalecerse la experiencia cristiana. No se tratará de grupos “estufa”, “refugio” o “invernadero”, pero sí de “oasis” abiertos y acogedores donde los cristianos puedan encontrar un adecuado microclima inserto en el clima general y los pobres un lugar donde ser tratados como hermanos17.

  • En la recuperación de lo comunitario existe también una necesidad pastoral. Hoy nos resulta evidente que el descubrimiento, la personalización, la experimentación y la difusión de la fe requieren el espacio propio del pequeño grupo, porque éste es un ámbito que facilita la capacidad de interpelar, de comunicar vivencias, de experimentar el cariño y el apoyo mutuos, de discernir los signos del Reino, de inventar respuestas para mejorar nuestro mundo, de apoyar y sostener las iniciativas personales de compromiso sociopolítico. Ni la dinámica de los grandes colectivos ni, menos aún, la del aislamiento individualista pueden ser el medio en el que nazcan los nuevos cristianos, una vez que el entorno social no proporciona los estímulos y apoyos que, en el pasado, abrieron a los ciudadanos de las sociedades de cristiandad a la experiencia religiosa. Hoy volvemos a necesitar que, en pequeño grupo, Jesús nos diga “venid y veréis” (Jn. 1, 39), para, tras un tiempo de convivencia, conocimiento y amistad con él, seamos capaces de aceptar su invitación: “id por todo el mundo” (Mc. 16, 15).

  • La comunidad es, por último, una posibilidad de concrección eclesial. Si aceptamos, siguiendo la afirmación del concilio Vaticano II que la misión esencial de la Iglesia es ser signo e instrumento de la salvación ofrecida por Dios a todo el género humano, en algún lugar tendrá que verse, siquiera como embrión, ese signo y ese instrumento18. Por más que queramos empeñarnos en lanzar mensajes publicitarios en una época que padece una enorme inflación de palabras huecas, vacías o interesadas, nada interrogará tanto como un grupo que cree, ama y sirve, en el nombre del Señor19. Ya lo destacó el Evangelio: “donde haya dos o más reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (Mt. 18, 20) y “en esto conocerán que sois mis discípulos, en que os amáis unos a otros”(Jn. 13, 35). La credibilidad de la Iglesia y su capacidad evangelizadora se jugará más en la vitalidad de sus comunidades que en la mejora y adaptación de los discursos oficiales a los nuevos contextos20. Lo mismo cabe decir de la capacidad transformadora que puede tener la praxis que brota de la fe. Como bien dice la sabiduría popular “obras son amores y no buenas razones”. He escrito “posibilidad” para evitar esa forma tan frecuente de anular o neutralizar todo lo que en la Iglesia pueda resultar novedoso y que consiste en cambiar de nombre a “lo de siempre”, sin que se modifique la realidad y empezar, por ejemplo, a llamar comunidad a cualquier vaga congregación o colectivo de bautizados.


Pero afirmar la necesidad de lo comunitario es perfectamente compatible con indicar claramente las dificultades que cualquier proyecto de fraternidad evangélica tendrá que afrontar en nuestro contexto. Sin pretender agotarlas, voy a destacar algunas de las que me parecen más significativas:


  • Como señalan los observadores más agudos del cambio cultural, una nueva mentalidad esta aflorando como fruto de complejos procesos económicos, tecnológicos, políticos, éticos e intelectuales que están transformando radicalmente las condiciones de vida y la manera de enfrentarse a ella de las nuevas generaciones. Ello está conduciendo a una aguda crisis de las formas religiosas tradicionales e, incluso, a una verdadera crisis de Dios ya que, en el horizonte de la vida de muchos de nuestros contemporáneos, han desaparecido o se han diluido enormemente las preguntas clásicas por el valor, el fundamento, el significado y la meta de la existencia que eran el sustrato espiritual en el que arraigaba la experiencia religiosa21.

  • Existe, además, un creciente desajuste entre el lenguaje, el mensaje y la estructura institucional de la Iglesia y la cultura actual. “La ruptura entre Evangelio y cultura es, sin duda alguna, el drama de nuestro tiempo” señalaba con acierto el papa Pablo VI, ya en 1975; un drama que, lejos de superarse, se ha ido profundizado en las últimas décadas22. El cambio epocal nos encuentra a los cristianos desconcertados. Cuando el intento de renovación postconciliar que, a pesar del enorme paso adelante que ha supuesto para aproximar a la Iglesia al mundo actual, había recorrido sólo medio camino, se han producido nuevos cambios socioculturales que han vuelto a ampliar la distancia Iglesia-sociedad y que nos obligan a repensar la inculturación postmoderna de nuestra fe.

  • De hecho, la institución eclesial no está sabiendo situarse de un modo natural entre las culturas tradicional, moderna y postmoderna. Frente a las tensiones derivadas del diálogo con la modernidad y ante los peligros que perciben en la mentalidad que se ha venido en denominar postmoderna, los dirigentes eclesiales tienen una tentación intensa de volver al paradigma premoderno. Mencionemos, de paso, cuatro circunstancias que dificultan las posibilidades de cambio desde una perspectiva institucional: la alta edad media de los máximos responsables de la Iglesia, que les hace compartir una determinada visión de las cosas; la endogamia con la que han sido reclutados y que ha favorecido su notable homogeneidad teológica; el aislamiento de la realidad en el que se encuentran la mayoría de los obispos, cardenales y miembros de la curia (reforzado por la falta de espíritu critico de sus colaboradores) y, por último, la dinámica verticalista de toda la estructura eclesial, que dificulta extraordinariamente el intercambio de opiniones y valoraciones sobre lo que sucede.

  • Los patrones de vida dominantes en nuestro entorno ponen dificultades a la apertura a lo religioso en general, a lo evangélico en particular y a lo eclesial específicamente. En mi opinión, la sociedad del bienestar y del consumo (en este mundo roto y global al mismo tiempo) es el gran contexto y desafío para las comunidades cristianas. Cuando el horizonte vital se centra en elevar el nivel de vida, cuando compartir se percibe como amenaza y cuando el talante individualista se difunde de manera creciente, la existencia cristiana pasa a representar una postura a contracorriente. Creer, amar y esperar, los valores que tomados en su sentido fuerte y ejercidos de manera radical resumen el modo cristiano de entender la vida son hoy verdaderamente contraculturales.

  • Por último y para no “echar balones fuera” en el análisis de las dificultades con las que nos encontramos, me gustaría dejar constancia de la baja vitalidad de la experiencia cristiana de los propios miembros de la Iglesia. También nosotros estamos inmersos en el clima de indiferencia religiosa, de tendencia al aburguesamiento, de falta de acogida del amor de Dios y de escasa radicalidad y entusiasmo en el seguimiento de Jesús. Sea por la falta de raíces de una verdadera experiencia personal de fe o debido a la erosión y desgaste ocasionados en ella por las mutaciones ambientales ya señaladas, lo cierto es que a muchas comunidades les faltan el arrojo y el coraje de la fe. Si somos honrados tendremos que reconocer que nuestra conversión sigue siendo tibia23.

De tomarse en serio estos presupuestos surgen, a mi parecer, tres conclusiones básicas para la estrategia pastoral de los próximos años:


  • La Iglesia tiene que poner toda la carne en el asador para promover la creación de comunidades vivas, destinando los recursos materiales y humanos de los que pueda disponer.

  • El perfil y el talante general de los grupos cristianos debe cambiar a fin de capacitarles para vivir con ánimo y alegría en este nuevo contexto, mirando hacia delante sin complejos y añoranzas.

  • El conjunto de la Iglesia tendrá que modificar profundamente sus estructuras, su clima interior, sus prácticas pastorales y el ejercicio de los ministerios para ser más funcional y menos opaca.


3. La cultura actual: retos y oportunidades


Miremos a nuestro entorno para descubrir caminos de realización del proyecto evangélico, intentando identificar aquellos valores que constituyen una ocasión para vivir de un modo más adecuado nuestra fe comunitaria, aquellos otros que son rechazados por la sociedad con fundamento (y que nosotros mismos deberíamos, así mismo, desechar) y aquellos en los que, en mi opinión, los cristianos deberíamos mantener el consejo paulino: “no sigáis la corriente del mundo en que vivimos, mas bien transformaos con una nueva mentalidad” (Rom. 12, 2), sin amoldarnos acríticamente a los valores de moda.


Parece claro que la sociedad actual se encuentra a caballo entre la modernidad y la postmodernidad. Ambas corrientes culturales valoran positivamente aspectos que no dejan de ser también positivos desde una perspectiva cristiana de entender la vida. Para ser más concretos, podríamos afirmar que las comunidades del presente y el futuro inmediato deberían dar mucha importancia en su seno a la riqueza de las experiencias personales (frente a la pura adhesión ideológica o teórica a la fe), a la comunicación horizontal (frente a la unidireccional), a la diversidad cultural (frente a la pretensión de uniformizar de forma excesiva las formas doctrinales, morales o litúrgicas), a la dimensión estética de la fe (frente a la exclusivamente racional o ética), al mundo de los sentimientos y la afectividad (frente excesivo hincapié en al activismo práctico, la disciplina o el orden)24. Estos acentos no deberían entenderse de un modo unilateral o pendular, sino como complemento y correctivo a otros acentos que fueron defendidos de una forma extrema en el pasado. Por otra parte, valores heredados de la ilustración como el espíritu crítico, la mentalidad científica, la convicción de la fundamental igualdad y dignidad humanas, el imperio de la ley sobre la arbitrariedad, la búsqueda de la eficacia en la resolución de los problemas, el afán emancipatorio, el valor del individuo, el espíritu democrático o la importancia de la libertad, constituyen un bagaje ya irrenunciable para los cristianos del siglo XXI. Incluso hemos de reivindicar valores propios de la sociedad tradicional que hemos perdido y que, lejos de habernos hecho progresar, nos han empobrecido: la relación contemplativa con la naturaleza, el reconocimiento de nuestro carácter de criaturas, la apertura al mundo simbólico y religioso, la solidez de las relaciones personales, la seriedad de la cuestión de Dios, el reconocimiento de nuestras responsabilidades en el éxito del mal, el valor del esfuerzo, el sacrificio o la entrega a las causas universales que pretenden mejorar nuestro mundo, etc. Una vida comunitaria que incorporara en su dinámica el amplio conjunto de valores que han sido mencionados, poseería una enorme riqueza interior y una notable capacidad de significación respecto al exterior.


En este proceso de discernimiento que estamos intentando realizar resulta necesario identificar también aquellas realidades que nuestros contemporáneos rechazan por considerarlas un freno al desarrollo personal y social, pero que se han ido incrustando en la forma histórica de configurarse la Iglesia y que ésta considera, muchas veces, tan consustancial a su identidad que se resiste a cambiar25. La mayor parte de la gente de mi entorno no acepta de ningún modo las formas de tutela exterior o las restricciones extrínsecas que amenacen o condicionen el ejercicio de la libertad personal que debe guiarse por la propia conciencia (no desean ser súbditos de nadie y sólo escuchan, en el mejor de los casos, los puntos de vista razonados y con autoridad moral). Del mismo modo, encuentran inaceptable cualquier forma de discriminación o desigualdad (particularmente de la mujer), sea cual sea el mecanismo de legitimación ideológica utilizado. La asimetría en el ejercicio del poder propia de los regímenes autoritarios no tiene ninguna sentido para quienes comparten el paradigma democrático. El dogmatismo, el fanatismo, la intolerancia o la aplicación de principios generales a situaciones descontextualizadas son objeto de un rechazo generalizado. Y pocos son los que pueden entender, ni siquiera remotamente, que en nombre de Dios alguien se pueda oponer al placer, a la diversión, a la fiesta y, en definitiva, a la abundancia de la vida.


Soy perfectamente consciente de que detrás de estos planteamientos críticos tan “políticamente correctos” puede haber errores graves e interesados como los del relativismo moral, la banalización del mal, la defensa de una democracia puramente formal, la crítica demagógica a las instituciones, cierto narcisismo cómodo, formas variadas de individualismo o la absolutización del placer. Sin embargo, creo honestamente que la actitud crítica de la mayor parte de nuestra sociedad a los valores mencionados debería ser considerada por la Iglesia como don del Espíritu que nos permite descubrir, en el espejo de la sociedad, verdaderos defectos de nuestras comunidades que, en lugar de ser abandonados hace ya tiempo, han recibido una sacralización muy contraria al espíritu de los evangelios. Casi nadie entiende hoy, y se entenderá menos en el futuro, la situación de la mujer, la visión de la sexualidad y la forma de ejercicio de las responsabilidades propios del vigente modelo eclesial. Al contrario, la Iglesia debería ir por delante de cualquier otra institución social en la supresión de las desigualdades, en la alabanza por la riqueza corporal de la sexualidad y en la toma de decisiones fruto del acuerdo, del diálogo y de la capacidad de ponernos en el lugar del otro, en particular, del distinto o del pobre.


En la medida en que me estoy refiriendo a “cuestiones mayores” cuya modificación requiere de un largo proceso de reflexión y deliberación eclesial, pienso que, en la práctica, las comunidades cristianas concretas deberán ir dando pasos para transformar, al menos, su estilo de funcionamiento en una nueva perspectiva. No soy de los que piensa que los cambios en la Iglesia vayan a venir por lo general desde arriba. La mayor parte de las veces, las modificaciones estructurales, que deben ser promovidas y realizadas por quienes tienen mayor responsabilidad y autoridad para hacerlo (el papa y los obispos especialmente) en comunión con todo el Pueblo de Dios, sólo llegan a producirse en la medida en que los cristianos de a pie las van reclamando. Por su propia ubicación social, los creyentes particulares, catequistas, militantes, agentes de pastoral e, incluso, teólogos, pueden tener un principio de realidad menos distorsionado y una sensibilidad mayor a los signos de los tiempos. Y, no olvidemos que, cuando algo renovador ha sido sancionado públicamente como positivo en la historia de la Iglesia, había sido ya intuido o experimentado por los creyentes más atentos a los cambios de la historia.


Dando un paso más en nuestra reflexión y siguiendo la valiente afirmación del Concilio Vaticano II según la cual “El gozo y la esperanza, la tristeza y la angustia de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de todos los afligidos, son también gozo y esperanza, tristeza y angustia de los discípulos de Cristo y no hay nada verdaderamente humano que no tenga resonancia en su corazón”26, podemos intentar rastrear esos deseos, aspiraciones, anhelos e ilusiones que existen en nuestra sociedad y que podría impulsar a algunos de sus miembros a acercarse a conocer nuestras comunidades. En concreto, pienso en el grupo significativo de personas que empiezan a pensar que vivir consiste en algo más que en sobrevivir o en ir tirando; que confían en que tiene que haber una forma de entender la vida que vaya más allá del tener más y disfrutar a toda costa; que buscan conseguir cierta unificación personal en este mundo caótico, cambiante y complejo; que aspiran a alcanzar cierto grado de paz y solidez interiores; que desearían establecer con otros un tipo de relaciones interpersonales profundas y amistosas; que se encuentran abiertas al crecimiento y desarrollo personales; que quieren hacer efectivo su deseo de solidaridad porque son sensibles a la injusticia; que necesitan encontrar un sentido último a sus vidas y motivos para mantener la esperanza. Este tipo de personas, que han llegado a saturarse de la religión del bienestar o a quienes los acontecimientos de la vida han puesto en crisis, deberían poder encontrar entre nosotros espacios de fraternidad en los que compartir sus búsquedas, dudas, problemas y deseos. Son, sin duda, quienes pueden recibir con interés la propuesta del Evangelio, los pobres de espíritu, los que no son autosuficientes ni están satisfechos.


Por último me parece imprescindible destacar algunos ámbitos en donde sería deseable una actitud profética que intentara distinguir qué hay de bueno y de malo para el ser humano tanto en lo antiguo como en lo moderno. Creo que sólo desde el reconocimiento leal de lo mucho bueno que tiene nuestro mundo, cabe también hacer una crítica a algunos de los valores que están ampliamente extendidos en la actualidad pero que no parecen muy humanizadores y ofrecer otros caminos para acceder a esa vida en abundancia que nace de la sabiduría evangélica.


Buscando formular las propuestas que las comunidades cristianas debemos hacer en este momento histórico inspirándonos en la vida y el mensaje de Jesús, señalaría las siete siguientes: ayudar a descubrir que la clave de la vida consiste en pasar de la actitud narcisista que hace considerar todo lo que nos rodea en función de nuestras necesidades, a la dinámica de la entrega y la reciprocidad que, sorprendentemente, nos conduce a una existencia más plena; invitar a pasar de una actitud de instalación en la superficialidad y la evasión permanentes tan propia del momento presente, a otra que se interrogue en profundidad por el misterio de la realidad y de la vida y que podría abrir a algunas personas al ámbito de la trascendencia; testimoniar que, en el entorno de la vida humana, las rebajas acaban atentando contra la calidad de la existencia (lo bueno, en el plano de lo personal, es caro, exige riesgos, renuncias y generosidad); denunciar la enorme trivialización del mal que padece nuestra sociedad (aunque varias de sus modalidades sean retransmitidas en directo por los medios de comunicación social), para que todos asumamos, sin excusas, nuestra responsabilidad personal y colectiva en el dolor del mundo; superar una actitud instrumentalizadora de las personas y de la naturaleza para aprender a cuidar de toda forma de vida, particularmente las más vulnerables; desenmascarar la injusticia “que clama al cielo” sobre la que se asienta el bienestar material del mundo económicamente desarrollado y de la que somos cómplices por acción, omisión e indiferencia, para impulsar un género de vida más sencilla orientada a compartir lo que somos y tenemos; animar a descubrir, por último, que de la ética indolora dependiente por completo del propio estado de ánimo (o de la solidaridad puntual y restringida al pequeño círculo de los míos), al compromiso sólido en favor de la justicia media un abismo que merece la pena ser cruzado.


A partir de todo lo señalado imagino o, mejor, sueño, con una nueva forma de configuración eclesial que vaya adoptando los siguientes rasgos:


  • Un tejido de grupos de personas unidas, ante todo, por tener una experiencia común: la de sentirse llamados por Jesús a acoger y difundir el amor de Dios.

  • Una inserción por capilaridad social; las relaciones interpersonales serán las formas prioritarias de servicio y evangelización (como al principio).

  • Una estructura de red, como movimiento social libre y pobre que colabora con otros y es menos dependiente de pactos con el poder.

  • Una articulación interna mucho más igualitaria, flexible, fraterna, sensible al exterior y consciente del carácter provisional de sus respuestas.

  • Una presencia que será pública y no sólo privada, aunque propositiva más que impositiva, testimonial mas que legal, creativa más que repetitiva.

  • Una implantación social minoritaria y sencilla, pero cuyo objetivo prioritario sea vivir intensa, alegre, alternativa y agradecidamente la fe en Jesús.

  • Una forma de situarnos ante la realidad caracterizada por discernir, aprender, rectificar, denunciar y proponer aquello que pueda hacer progresar el Reino.


4. La situación eclesial: retos y oportunidades


Después de haber dirigido nuestra mirada al marco cultural en el que han de vivir las comunidades cristianas vamos a fijar nuestra atención en el entorno eclesial en el que tendrían que enraizarse. Realmente cabría esperar que, en un contexto social poco favorable, las comunidades cristianas encontraran un respaldo institucional sólido en la Iglesia. En honor a la verdad hay que reconocer, sin embargo, que esto en demasiadas ocasiones no es así y que hoy en día, ese respaldo, depende mucho del tipo de comunidades a las que nos refiramos, a su orientación teológica y a su talante eclesial. Por ello resulta de la mayor importancia analizar la actual situación de la Iglesia y su capacidad para acoger e impulsar el fenómeno comunitario.


No podemos por menos de empezar por considerar una verdadera gracia la proliferación de pequeñas comunidades de todo tipo que han surgido después del Concilio Vaticano II y la recuperación de la dimensión comunitaria a la hora de definir lo que es la Iglesia27. Estas experiencias concretas de fraternidad han hecho posible que muchos laicos, “ese gigante dormido” como los denominaba el teólogo Yves Congar, hayan despertado en un número considerable y hayan asumido las responsabilidades que les correspondían en tanto que bautizados y seguidores de Jesús. Como ya se ha señalado, estos grupos comunitarios y los procesos catecumenales que han inspirado han permitido una fuerte personalización de la fe en un contexto de secularización creciente y una militancia cristiana de notable intensidad. También debería recibir una valoración positiva la enorme diversidad del fenómeno comunitario (en espiritualidad, en metodología, en teología, en formas de presencia evangelizadora, en modos de compromiso social y político, etc.).


Lo que la Iglesia y las comunidades que la componen deberían ser está relativamente claro en el terreno teórico. Recientemente lo recordaba José Ignacio González Faus haciendo memoria de una de las últimas plegarias eucarísticas en las que los creyentes pedimos que la Iglesia sea “un recinto de verdad y de amor, de libertad, de justicia y de paz, para que todos encuentren en ella motivos para seguir esperando”28. Las comunidades aspiran a ser espacios para creer, para crecer y para crear un mundo más humano. Por desgracia, las personas que se encuentran con la Iglesia no siempre tienen esa percepción de su realidad. Algunos, incluso, sienten más cercana la expresión de Don Quijote: “¡Con la Iglesia hemos topado, amigo Sancho!”.


Vivimos en los últimos años una situación de estancamiento eclesial, de paralización institucional, de agotamiento de liderazgo, de desconcierto, de stand-by, de impasse. Dos peligros bien reales nos afectan: el intento de restauración del modelo de cristiandad caracterizado por su obsesión por el orden, la disciplina, la ortodoxia y la uniformidad, por una parte, y, por otra, el riesgo de que la Iglesia Católica se convierta en una especie de “federación de sectas”29 constituida por cada una de las órdenes religiosas, instituciones apostólicas, movimientos eclesiales y comunidades varias que, celosas de su identidad y su carisma, no sean capaces de mantener lazos de comunión ni de trabajar colaborando mutuamente. Así, podemos observar como en la Iglesia cada “franquicia” tiende a tener sus lenguajes, sus estructuras, sus teologías, sus obras, sus expresiones litúrgicas específicas que, aunque en principio son perfectamente legítimas, en algunos casos, amenazan con impedir la experiencia cristiana común que es mucho más importante e integradora. En ocasiones sigue siendo aplicable, por desgracia, a nuestra situación el comentario del cardenal Newman “Cuánto nos odiamos para explicar el amor de Dios”30.


El contexto presente está caracterizado, pues, por un mutuo recelo: los grupos más tradicionales dentro de la Iglesia monopolizan el poder temerosos de que las corrientes más aperturistas puedan diluir o adulterar la originalidad del mensaje cristiano en aras de un progresismo ingenuo y los sectores más abiertos al cambio experimentan una especie de esquizofrenia afectiva interior al sentirse miembros del Pueblo de Dios pero no poder influir en la modificación las estructuras eclesiales y percibir el muy negativo impacto del imaginario eclesial sobre la acción evangelizadora y liberadora que intentan desarrollar en una sociedad que no entiende o rechaza algunas posturas oficiales de la Iglesia. Al control y la defensa cerrada de la institución de los primeros se opone la actitud crítica o distante de los segundos. Al relativo desamparo institucional de los segundos se contrapone el respaldo firme de la jerarquía a los primeros. Es, sin duda, un tanto maniquea esta presentación del conflicto, pero debajo de la caricatura subyace un problema verdadero: la dificultad de integrar diversidad y comunión en un marco que, en muchos aspectos, continúa siendo autoritario.


Parece claro que esta división interna de la Iglesia, que no debería confundirse con el legítimo y deseable pluralismo que debe existir dentro de ella, está minando la credibilidad y la capacidad significativa de la comunidad cristiana; esteriliza, fragmenta y debilita la acción social y pastoral de nuestra Iglesia y desgasta las energías psíquicas y espirituales de numerosísimos cristianos. Por ello, se hace necesario crear espacios y estructuras de comunicación intraeclesial para afrontar estos problemas, aunque de poco valdrán esos espacios si en ellos no se dan las condiciones necesarias para un verdadero diálogo: libertad para expresarse, respeto al punto de vista del otro, capacidad para tomar en consideración los distintos argumentos, atención a los matices, contención de la demagogia, suposición de la buena voluntad del interlocutor, humildad y valentía para exponer la propia visión de las cosas, apertura a la modificación de las posiciones mantenidas hasta la fecha, etc.


Pero, siendo necesarias (y exigibles evangélicamente) las actitudes mencionadas, no son suficientes, en mi opinión, para crear las condiciones que requiere un auténtico diálogo. El problema se sitúa en un nivel estructural y metodológico. Determinadas cuestiones (organizativas, simbólicas, doctrinales o morales) de la vida de la Iglesia se consideran hoy excluidas de cualquier posible diálogo porque el magisterio sostiene que han quedado zanjadas completa y definitivamente, ya que las respuestas que se dieron en un momento histórico a esas cuestiones poseen un valor absoluto. Y nos referimos aquí a numerosos asuntos que, en opinión de la mayoría de los teólogos, no forman parte del núcleo de la fe común. Si es verdad que “la verdad nos hará libres” (Jn.8, 32), no deberíamos temer a la búsqueda honrada de los destellos o fragmentos de verdad que humilde y pacientemente podamos alcanzar, sabiendo que los errores podrán ser, poco a poco, subsanados por la experiencia práctica y una reflexión más profunda. Pensar que ya tenemos las soluciones a todos los problemas (presentes y futuros) o, peor aún, que éstas poseen una sanción divina es sumamente peligroso. Supone, en el fondo, no creer de verdad que el Espíritu de Dios nos tiene aún que revelar muchas cosas (Jn. 16, 13) e ignorar que la historia evoluciona inevitablemente.


Manteniendo lo más radical y auténtico del espíritu de Jesús podemos y debemos actualizar en cada momento histórico las posiciones cristianas ante los retos planteados a la humanidad, conforme nos indiquen los signos de los tiempos y lo permitan las mediaciones espirituales, analíticas y prácticas disponibles, realizando ese discernimiento con el concurso de todos los bautizados a quienes se supone asiste la gracia. Todos debemos sentirnos más buscadores de la verdad que poseedores de la misma. Y ello exige un espacio amplio de libertad para el debate entre creyentes, que últimamente se está cerrando en falso demasiadas veces; un espacio de diálogo compartido entre los bautizados y la jerarquía, pues la llamada a la comunión debería entenderse en ambos sentidos; un espacio mayor para la pluralidad de interpretaciones teológicas y morales, cada vez más necesaria en una cultura enormemente heterogénea; un espacio propio para el discernimiento en conciencia de los dilemas morales, en una sociedad que desea ser éticamente adulta; un espacio suficiente que medie entre los criterios orientadores de la vida eclesial y las normas del derecho canónico. Y, además de espacio, valentía para afrontar las reformas estructurales que eviten que la Iglesia complete un proceso de aislamiento cultural de consecuencias nefastas para el futuro de la vida cristiana y que han sido reclamadas por tantos teólogos31.


Si somos capaces de recobrar la libertad, la participación y la corresponsabilidad será posible también recuperar otros dos valores inestimables: la comunión y la complementariedad. Creo sinceramente que todos nos necesitamos en la Iglesia. El aparato institucional, que está dotado de una gran solidez, necesita la savia que sólo le pueden dar grupos dinámicos de creyentes. Las pequeñas comunidades, que son mucho más flexibles a las modificaciones de los entornos concretos, necesitan la fortaleza de las instituciones si no quieren ver amenazada su existencia por la fragilidad propia del grupo carismático. Cada tipo de comunidad suele vivir con apasionamiento alguna de las facetas de la vida cristiana o de los valores del Evangelio, pero necesita abrirse a la perspectiva del resto si no quiere empobrecerse o volverse unilateral.


Algo análogo cabría decir de la complementariedad potencialmente muy enriquecedora que tendría que darse entre los distintos estados de vida cristiana (vida consagrada y vida laical) o entre los distintos servicios o ministerios dentro de la Iglesia. Naturalmente, que la realización efectiva de esa complementariedad requiere recuperar la igualdad fundamental de todos los cristianos y redescubrir la función y significado de los distintos ministerios o estados de vida desde la perspectiva de su servicio a la fraternidad, algo que aún está lejos de realizarse en el conjunto del Pueblo de Dios. Vuelve a ser necesario recordar aquí que resulta poco imaginable una Iglesia compuesta por comunidades cristianas maduras que acepten la subordinación del laicado o la discriminación de la mujer.


Cuando ningún carisma o ministerio acapara el poder y a todos se les reconoce el derecho a la existencia y a contribuir con sus aportaciones a la construcción del edificio eclesial, se está en condiciones de avanzar en el enriquecimiento mutuo y en la misión compartida. Este es a mi parecer, el primer reto intraeclesial del futuro inmediato. Y reclama tanto estructuras de comunión, como un espíritu de comunión que permita un pluralismo basado en el respeto y reconocimiento mutuos y la colaboración máxima en la acción eclesial. Cabe aceptar perfectamente la crítica mutua y la corrección fraterna, que harán avanzar a la Iglesia, sin aceptar las dinámicas que conducen a las descalificaciones previas de grupos y personas. Es un motivo para la esperanza el hecho de que son muchos los cristianos que han superado una actitud polémica y descalificadora de los que no piensan como ellos y que no conciben la Iglesia como el terreno en el que un modelo eclesiológico debe combatir con otros, sino el espacio común en el que podemos convivir quienes creemos en el mismo Jesucristo, aunque hagamos diferentes lecturas del Evangelio. Es motivo de preocupación, por otra parte, la extensión en muchas comunidades de un sentimiento de decepción por el inmovilismo e, incluso, involución actuales.


La dimensión de los desafíos de la evangelización del mundo actual debería obligarnos a cambiar muchas de nuestras dinámicas. Resulta imprescindible gastar menos fuerzas en las batallas eclesiales internas y muchas más en el anuncio explícito del evangelio y la promoción de los valores del Reino. Debemos emplear menos esfuerzos en mantener iniciativas pastorales que tuvieron su sentido hace décadas y muchos más en inventar creativamente formas nuevas de “contar y vivir lo de Jesús”. Debemos emplear nuestras energías en tender puentes con los demás grupos sociales y corrientes de opinión, en vez de situarnos a la defensiva o en actitud condenatoria. Debemos impulsar comunidades acogedoras, cálidas y con experiencia de fe, en lugar de grupos rígidos, ideológicos o meramente formales. Debemos ofrecer motivos de esperanza más que críticas globales, Debemos discernir permanentemente los acontecimientos de la actualidad para no ofrecer respuestas caducas a problemas nuevos y para evitar que las mediaciones que a nosotros nos permitieron el acceso a Jesús se fosilicen impidiendo a otros realizar el mismo encuentro.


Si parece cierto que la imagen oficial de la Iglesia tiene tintes negativos en nuestra sociedad, la responsabilidad que le corresponde a las comunidades concretas que trabajan discretamente en los pueblos o los barrios de las grandes ciudades es presentar otro rostro más cercano, alegre, creyente, cariñoso, comprensivo, servicial, humilde y solidario de la Iglesia. En su pequeñez y proximidad, el grupo cristiano concreto y sus miembros pueden tener mayor capacidad de convocatoria y generar menos reacciones alérgicas a la propuesta cristiana. Sin embargo, y para no pecar de ingenuidad, hay que señalar inmediatamente que la imagen global de la Iglesia tiene que mejorar sustancialmente para que la acción de las comunidades cristianas particulares pueda ser efectiva. ¡Cuántas veces la labor evangelizadora desarrollada durante años puede irse por la borda ante el impacto negativo de algunas posturas oficiales de la Iglesia! En la era de la imagen, a muchas personas les resulta muy difícil pertenecer a una institución sometida al descrédito social cuando además se discrepa también del acierto evangélico de alguno de sus posicionamientos. Y, al contrario, la sintonía afectiva y efectiva entre las comunidades concretas y el aparato institucional de la Iglesia multiplicaría la eficacia testimonial del Pueblo de Dios. La Iglesia universal podría hacerse presente cerca de cada grupo humano, y sus núcleos comunitarios recibirían el respaldo institucional que necesitan para revitalizarse. Es la situación que todos desearíamos alcanzar, pero que la situación actual no facilita.


No obstante, después de haber mirado al contexto sociocultural y al entorno eclesial, quizá debamos esperar sobre todo de la misma naturaleza de las comunidades cristianas su mayor posibilidad de creatividad, renovación y crecimiento. De lo más profundo de si mismo le vendrá a cada grupo cristiano la fuerza del Espíritu para luchar por mejorar poco a poco nuestro mundo, la Palabra de Dios para iluminar las encrucijadas de cada momento histórico, la energía que brota de la mesa compartida para tirar adelante en la vida con dignidad, la experiencia milagrosa del compartir fraterno, la alegría del perdón y de la fiesta32. Las comunidades, pequeñas células de un Cuerpo de Cristo que tiene muchos miembros y, todo hay que decirlo, bastantes achaques, pueden estar realizando una tarea de mantenimiento y resistencia que podrá ser más fecunda cuando los responsables del Pueblo de Dios afronten la tarea de volver a dialogar sin miedo con la sociedad de la que todos formamos y a la que deseamos ofrecer lo mejor que tenemos.






5. Mar adentro


La imagen del Señor resucitado animando a sus discípulos, aun decepcionados por el impacto de su muerte, a adentrarse con confianza en las aguas del lago de Tiberíades para iniciar una nueva aventura, puede ser muy adecuada para bosquejar la Iglesia del futuro (Jn. 21, 1-6). Los cristianos tendremos que salir de los puertos conocidos e ir, como decía Antonio Machado “ligeros de equipaje”, sabiéndonos siempre en camino dentro de una historia que no se para, acogiendo en la medida de sus posibilidades a tantos excluidos cuyas pateras amenazan hundirse en el océano de injusticia que nos rodea, abiertos a la novedad permanente del Espíritu y convencidos de que Jesús permanece en la barca sosteniendo nuestra esperanza, aunque a veces parezca dormido.


Las comunidades tendrán que expresar con su estilo de vida que los cristianos, como señalaba un famoso eslogan contra la intolerancia, “somos iguales y somos diferentes”. Que compartir la fe y la vida puede ser lo más normal del mundo, pero que, al mismo tiempo, en nuestra sociedad esto es un verdadero milagro. Esta intuición no es original y ha sido repetida a lo largo de la historia del cristianismo.


Decía San Agustín con una enorme sencillez en su libro de las Confesiones que “Un grupo cristiano es un grupo de personas que rezan juntas, pero que también hablan juntas; que ríen en común e intercambian favores; están bromeando juntos y juntos están serios; están a veces en desacuerdo, pero sin animosidad, como se está a veces con uno mismo, utilizando ese raro desacuerdo para reforzar siempre el acuerdo habitual. Aprenden algo unos de otros o lo enseñan unos a otros. Echan de menos, con pena, a los ausentes. Acogen con alegría a los que llegan. Hacen manifestaciones de este u otro tipo, chispas del corazón de los que se aman, expresadas en el rostro, en la lengua, en los ojos, en mil gestos de ternura. Y cocinan juntos los alimentos del hogar, en donde las almas se unen en conjunto y donde varios, al fin, no son más que uno”33


Y antes aún, en torno al inicio del siglo tercero se escribieron estas palabras en la Carta a Diogneto: “Los cristianos, en efecto, no se distinguen de los demás hombres ni por su tierra, ni por su habla, ni por sus costumbres. Porque ni habitan ciudades exclusivas suyas, ni hablan una lengua extraña, ni llevan un género de vida aparte de los demás. En verdad esta doctrina no ha sido por ellos inventada gracias al talento y especulación de hombres sabios, ni profesan como otros hace una enseñanza humana, sino que habitando ciudades griegas o bárbaras, según la suerte que a cada uno le cupo, y adaptándose en comida, vestido y demás géneros de vida a los usos y costumbres de cada país, dan muestras de un tenor de vida superior y admirable y por confesión de todos sorprendente. Habitan sus propias patrias, pero como forasteros; toman parte en todo como ciudadanos y todo lo soportan como extranjeros. (...) Obedecen las leyes, pero sobrepasan a las leyes con su vida. A todos aman y de todos son perseguidos. Se les desconoce y se les condena. Se les mata y en ello les va la vida. Son pobres y enriquecen a todos. Carecen de todo y en todo abundan34

Nos queda, por último, recordar que los cristianos tenemos en nuestras manos una seria responsabilidad: la de continuar acercando a nuestros contemporáneos la oferta salvadora de Jesús. En un famoso artículo titulado”¿Por qué sigo en la Iglesia?” el cardenal J. Ratzinger, siguiendo a los antiguos padres de la Iglesia, comparaba a ésta con la luna35. Y señalaba que, así como cuando se ha llegado a pisar la luna se ha observado que es un planeta sin vida propia, árido y estéril, al contemplar este astro desde la Tierra quedamos admirados por su luminosidad y hermosura. Ella nos refleja, en medio de la noche, la luz que procede del sol. De la misma manera, la Iglesia, que vista en su inmediatez sociológica e histórica puede parecernos pobre y carente de vitalidad, existe en realidad para reflejar el amor del Dios que la habita, de modo que llegue a iluminar y calentar la vida de todos los hombres y mujeres de nuestro planeta. Pero, continuando la analogía podemos pensar que la Iglesia actual puede estar en cuarto creciente o en cuarto menguante e, incluso, en fase de luna nueva (que no refleja nada) o, peor aún, protagonizando un eclipse que impediría ver la luz del sol. Pidamos al Señor que sepamos responder a nuestra verdadera vocación de ser su modesta y agradecida luna llena.



Educar en, con y para los mass media



Vaya por delante una frase del Magisterio Católico, lacerante como dardo: No cabe duda «de que los medios de comunicación social han alcanzado tal importancia que para muchos son el principal instrumento informativo y formativo, de orientación e inspiración para sus comportamientos individuales, familiares y sociales» (Juan Pablo II, Redemptoris missio, n° 37). Precisamente, corroborando estas sospechas, se ha podido escribir: «Vivimos en la realidad de la sobre-información... Las fuentes de información ya no son sólo ni principalmente los libros.., ya no educan sólo los padres o la escuela... el maestro no es ni único ni principal transmisor de los saberes... Asistimos a una verdadera revolución copernicana: la revolución mediática, apoyada por factores convergentes como la urbanización y los procesos industriales» (cf F. Vílchez Martín, Televisión y familia, un reto educativo, PPC, Madrid 1999, 115-116). ¿Cómo se puede, entonces, desde las premisas anteriores, hacer realidad lo que ya en el Concilio Vaticano II (Inter mirífica, n° 15) se pedía urgentemente en una doble vertiente, a saber: a) que se utilicen como plataformas de educación y evangelización, y b) que se nos forme oportunamente para ello. ¿Qué significa, entonces, educar «en, con y para» la era mediática? A la hora de responder, en un primer momento, recordamos que lo que está en juego es educar para hacer posible la pastoral de la cultura en los medios de comunicación, con el fin no sólo de servirnos de los medios para evangelizar, sino de integrar el mensaje cristiano en dicha cultura mediática. Estamos hablando, en este sentido, de un doble y necesario movimiento: educar evangelizando y evangelizar para educar, hasta «que el mensaje cristiano penetre en las conciencias, se pose en el corazón de cada hombre, y suscite una adhesión y un compromiso» (cf Pablo VI, Evangelii nuntiandi, n. 45). Si la Iglesia ha contemplado hasta ahora los medios en clave educativa, ahora contemplará la educación en clave comunicativa. Sigue siendo válido el doble camino de que «los medios hacen a la persona, y la persona hace a los medios».



Una nueva antropología en juego

Sin detenernos excesivamente en este punto, nos limitamos a destacar algo así como las claves para comprender la sensibilidad y los hábitos del corazón del nuevo usuario de los mass-media. Nos encontramos en plena revolución multimedia. PC ya no significa «Partido Comunista» sino «Personal Computer». Todo un paradigma del cambio revolucionario. Un tiempo de promesas y de peligros (D. Tapscott).

El automóvil reemplazó a la diligencia; el fax, al télex y al correo. La realidad digital-virtual, supera a la misma realidad real. Ha desaparecido hasta el tiempo y el espacio como referentes aparentemente firmes y seguros. La sociedad digital-virtual hunde sus raíces en una nueva antropología: «el horno videns» u hombre de la cultura de la imagen.

Las nuevas tecnologías están cambiando nuestra mente y corazón. El hombre y la mujer de hoy, en el mundo de las nuevas tecnologías no se sitúan como un espectador privilegiado que puedan permanecer en la orilla del río contemplando desde fuera la corriente. Está inmerso en medio de la corriente. Y es bueno, .y deseable, que se dé cuenta de dónde viene el agua y hacia donde se encamina.

El mundo digital se desarrolla a partir de tres fundamentos tecnológicos: los microprocesadores (diminutos, pero potentes cerebros artificiales), la transmisión óptica de datos (que permite que la información camine a la velocidad de la luz) y los sistemas de comprensión y codificación de señales digitalizadas (hoy, el sistema es el binario). Cables, satélites artificiales y otros artilugios, aún por nacer, serán el sustento base de esta misma realidad digital.

Las empresas ya no son organizaciones jerarquizadas sino multinacionales interconexionadas. El aprendizaje continuado y la formación permanente se han convertido en actitudes necesarias de por vida. Con frecuencia, estas mismas empresas de comunicación tienen una visión mercantilista que únicamente persigue la máxima rentabilidad económica o política, con los mínimos costos y para las mayores audiencias posibles. Esto provoca la concentración en verdaderos oligopolios mediáticos, apoyados por tutelas políticas afines, que imponen sus líneas ideológicas y dificultan el ejercicio real del derecho de información para los más débiles.

Constituyendo lo expresado anteriormente, algo así como el horizonte global, o la música de fondo, debemos descender aún más a la arena de lo concreto. Debemos hablar brevemente en el tema que nos ocupa de las siguientes realidades: el programa educativo (qué es educar), los niveles educativos (cómo y para qué educar), los destinatarios (a quién educar), los agentes (quiénes educan), las mediaciones (con qué educamos) y las iniciativas, actitudes, y propuestas operativas (desde dónde y hacia dónde educar). Apoyados siempre en el rico magisterio conciliar y postconciliar.



Decálogo de la «nueva antropología»

En forma de decálogo, señalamos algunas sencillas reflexiones que delatan la «nueva antropología», y no sólo los nuevos valores, a cuyo nacimiento estamos asistiendo, y que requieren un adecuado planteamiento en la acción educativa, catequética y pastoral:

1. Las nuevas tecnologías de comunicación acentúan el presente (presentismo). «lo mejor está en el presente; el futuro, será más y mejor de lo mismo». Hemos llegado al fin de la historia, al último hombre, como diría el neoliberal Fukuyama.

2. Las nuevas tecnologías logran borrar las barreras entre lo real y lo virtual. Hasta la chica o el chico ideal, se pueden fabricar en Internet.

3. Las nuevas tecnologías rompen la barrera del tiempo cronológico. En ellas, con ellas y por ellas se puede recuperar el pasado, «regresar al futuro», instalarme en el presente o crear, interactivamente, el futuro. ¿Cuál es el tiempo realmente vivido?

4. Las nuevas tecnologías favorecen y propician una comunicación rápida y simultánea, un intercambio de información vertiginoso. No queda espacio para la reflexión ni se valora el discernimiento sosegado. Nos vive la vida. Recordamos las palabras atribuidas a Elliot: «Hemos perdido la sabiduría por la mucha especialización; y ésta por la mucha información».

5. Las nuevas tecnologías abren inmensos e insospechados campos lúdicos. Se experimenta la vida como un juego, donde, en jerga freudiana, el yo-niño prevalece sobre los demás. ¿Estaremos condenados a ser una sociedad de eternos adolescentes?

6. Las nuevas tecnologías producen la sensación de la temida prepotencia, del poder abarcar todo y en todos los campos. Los medios refuerzan el inclividualismo y el marcado endiosamiento narcisista.

7. Las nuevas tecnologías estimulan a la prisa por los resultados. En el mínimo tiempo, los máximos resultados. Hombres y mujeres de hoy esperan y desean éxitos y satisfacciones inmediatos, a costa de lo que sea (síndrome del drogadicto y del invernadero).

8. Las nuevas tecnologías nos hacen ver que todo es caducable e intercambiable. Vivimos historias cortas y que apenas dejan huella.

9. Las nuevas tecnologías, aparentemente abren horizontes cosmopolitas (la «aldea global»), pero en realidad contribuyen a crear un mundo doblemente dual: por un lado, los conectados y los no conectados a la gran red; y, por otro lado, entre los conectados, los de primera categoría (los ricos) y los de segunda (que sólo participan de las migajas tecnológicas). Los hombres del primer mundo, sin darse cuenta, están contribuyendo, en un mundo globalizado, a asentar la terrible sociedad de los tres tercios: los integrados, los empobrecidos, y los excluidos.

10. Las nuevas tecnologías favorecen un mundo inmanente, donde el misterio y lo transcendente no tiene cabida, en el sentido profundo de la palabra. Dios, a lo sumo, queda en la «despensa» del disco duro, prisionero de una tecnología chata y miope.

Al finalizar este decálogo resueran inevitablemente algunas palabras de la Instrucción Aetatis Novae, n° 7: «La fuente de determinados problemas individuales y sociales reside en el progresivo uso de los medios de comunicación en sustitución de las relaciones interpersonales y en la considerable dedicación prestada a los personajes de ficción que presentan. Los medios de comunicación no pueden reemplazar el contacto personal».

Y, añadimos nosotros, el contacto con la realidad.


Qué es educar en mass media

Para afrontar este reto, como punto de partida, el Catecismo de la Iglesia Católica (n° 2496) nos advierte de que «los medios de masas pueden engendrar cierta pasividad en los usuarios, haciendo de éstos consumidores poco vigilantes de mensajes o espectáculos. Por ello deben formarse una conciencia clara y recta». Y nuestros obispos nos recordaban, en el documento La familia, santuario de la vida y esperanza de la sociedad (n. 152), que los consumidores tienen un grado de responsabilidad en su educación en cuanto deben despertar y ejercer «un sano y maduro sentido crítico» que, para los católicos debe estar guiado por la doctrina de la Iglesia.

Nos preguntamos: «¿qué es educar-formar en este mundo nuevo y mediático?» El rico magisterio contemporáneo, ya en 1963, entendía el sentido de la educación-formación en los medios de comunicación de la siguiente manera: «Servirse de los medios de comunicación social para predicar a los hombres el mensaje de salvación y enseñarles el recto uso de dichos medios... Corresponde a la Iglesia el derecho natural de usar y de poseer todos los instrumentos de este orden en cuanto sean necesarios o útiles para la educación cristiana» (Inter Mirifica, n. 3).

Años más tarde, en 1971, la Instrucción Pastoral Communio et Progressio (nn. 6-7), completaba y concretaba aún más: «Los medios de comunicación deben ordenarse a revelar los interrogantes y esperanzas de la sociedad humana, a darlos respuesta y a que los hombres se unan más estrechamente». «Los medios de comunicación deben estar al servicio de la dignidad del hombre y apoyarse en los principios morales». Los católicos deben persuadirse de que sirviendo a la comunicación social con los medios más modernos sirven también al hombre.

Destaquemos, llegados a este momento, cómo educar-formar en comunicación social, en sentido cristiano, no es sólo aprender a conocer, a hacer y a convivir, sino aprender a «ser», desde la propia identidad y misión, en nuestro caso presbiteral. Más aún, educar en los medios de comunicación es educar en y para la verdad, en y para la comunión, y hacer visible toda la carga mística y de potencial humano que comporta el misterio cristiano. Como consecuencias operativas de una buena educación en los medios de comunicación serán, al menos, la defensa de la vida, la promoción de los valores humanos, culturales y familiares, y la propuesta de modelos de vida que encarnen dichos valores.

Si llegados a este momento se nos vuelve a preguntar qué es educar en medios de comunicación, en sentido humanista y cristiano, sin reparos tomamos prestadas palabras de la Instrucción Aetatis Novae (nn. 7-11), traduciéndolas de la siguiente manera: educares situar los medios de comunicación social al servicio de las personas y de las culturas; al servicio del diálogo con el mundo actual; al servicio de la comunidad humana y del progreso social; al servicio de la comunión eclesial; y al servicio de una nueva evangelización. Este es el programa educativo integral en los medios, con los medios, desde los medios y para los medios.



Diversos «niveles» de educación en medios (cómo y para qué educar)

Para este apartado, no nos queda otra alternativa que echar mano y volver a subrayar lo expresado en un documento de la Congregación para la Educación Católica, dirigido a los Seminaristas, y fechado en 1986

(Orientaciones sobre la formación de los futuros sacerdotes para el uso de los instrumentos de la comunicación social, de la Congregación para ¡a educación católica, 1986). Según este documento, se deben complementar y promover tres niveles:

1. Nivel de base: formación básica y elemental para todos los receptores. Como fines, despertar el sentido crítico y ético, dando a conocer la naturaleza específica de los medios y qué estructuras económicas, políticas o ideológicas los sustentan. Este nivel correspondería a parroquias, ERE, catequesis, escuelas de padres, etc. Y se deben elaborar, para la formación, materiales didácticos como: publicaciones, páginas web, CDs, Vídeos, etc.

2. Nivel pastoral: formar a los fieles en el recto uso de los medios, y saber utilizar dichos medios para evangelizar. Como fines, adiestrar en el uso correcto de los medios, saber utilizarlos para la evangelización, y ser formadores-educadores de otros usuarios. En este nivel se integran los agentes de pastoral cualificados. Los soportes y materiales pedagógicos y didácticos serían los mismos del nivel base, adaptados a este nivel.

3. Nivel de especialización: formar en sentido y valores cristianos a los profesionales de los medios. Como fines, empapar todos los ámbitos sociales del humanismo los valores, la moral y el misterio cristiano. En este nivel se incluyen las Escuelas de Formación Cristianas, los Centros Superiores, las Delegaciones Diocesanas y todos los centros de Formación Permanente. Los soportes y materiales serían los mismos de los anteriores niveles adaptados a este tercer nivel en orden a pasar de «ser evangelizados a evangelizadores».

La familia, principal agente para educación (quién educa)

Que la familia para los mass media es un tema difícil de tratar- se lo demuestran varios hechos; desde el no saber de qué familia hablar (¿numerosa, nuclear, monoparental, en crisis, creyente o no, etc.?), hasta el no saber a qué sociólogos dar la razón (¿a quienes afirman que la familia tiene sus días contados, o a quienes auguran el mejor de los futuros para la institución familiar?). Una nota curiosa: no hay publicaciones en España, ni programas televisivos (salvo tímidamente Popular Televisión) que vayan dirigidos a la familia en cuanto tal; se prefiere la atención a cada miembro de la familia por separado.

Hay otro aspecto de los medios de comunicación en relación a la familia éticamente reprobable: casi siempre presentan una imagen de la familia tremendista y anecdótica a través de los denominados «reality shows»: casos familiares atípicos, morbosidad en las desgracias familiares, o presentación de tipos y acciones fuera de tono de diversos miembros de las familias.

¿Cuál es la imagen de familia que mayoritariamente presentan los medios de comunicación?: principalmente familias en forma de «parejas» jóvenes, con pocos hijos, viviendo principalmente en la ciudad y con posibilidades económicas; y sólo en las Navidades, familias más numerosas, y en las que conviven los abuelos. Casi siempre se presenta la familia que consume. Esto es debido a la utilización de la familia como elemento publicitario. Pero se silencia la familia «real» que sufre amenazada por la crisis, el paro y la incertidumbre ante el futuro.

No resultan creíbles, de cualquier forma, las familias de color con soluciones prefabricadas a sus problemas, o las familias de las telenovelas.

A pesar de lo dicho anteriormente, los mass media, tienen para la familia un gran y decisivo protagonismo: para los hijos, particularmente en edad escolar, la TV, el vídeo, y el ordenador, son como la niñera y el educador al mismo tiempo; para los abuelos, la TV y la radio son prácticamente el único y más importante interlocutor con el que poder romper su soledad; para muchas parejas, la TV es una buena excusa para no dialogar.

Pero no quiero ser negativo. Los medios de comunicación no son una especie de objeto diabólico que haya que desterrar o rechazar. No se trata de matar al mensajero. Los mass media son, sin duda, también un bien social. La cuestión es saber utilizarlos individualmente (para que no sean una especie de droga), y en familia (para que vayamos analizando lo positivo y negativo de los mismos como elementos de información y formación). Es urgente que la familia sepa dar la cara ante los medios y decir lo que realmente es y cómo se ve, con sus valores. En este sentido, hay que liberar a la familia de estereotipos y distorsiones en la opinión pública; y urge reclamar a los medios mayor atención para la misma familia que, aun en medio de las dificultades presentes, sigue siendo el futuro de la sociedad y de la Iglesia, y el principal educador de los hijos, que no puede renunciar a su papel educador en mass media.


Mediaciones y productos para educar y formar (con qué educar)

Desde diversas instancias educativas se nos advierte de que los medios de comunicación amenazan con desplazar a los educadores. ¿Cómo evitarlo? Más aún, ¿cómo complementar la educación formal (académica), no formal (tiempo libre) e informal (propia de los medios)? El texto conciliar hablaba de promover publicaciones honestas y confesionales para formar con ellas una adecuada opinión pública en consonancia con el derecho natural y con la doctrina católica, y para saber leer en clave cristiana los acontecimientos cotidianos (Inter Mirifica, nn. 14-16).

También insiste en la producción, distribución y financiación de películas, especialmente para niños y jóvenes. Pide que se utilicen y potencien emisoras de radio y televisión; que se trabaje en favor del ser humano y su dignidad; que se multiplique el número de escuelas, facultades e institutos confesionales, penetrados de espíritu cristiano y de sana doctrina social de la Iglesia; que no se descuide la formación en los medios de comunicación en escuelas, asociaciones de laicos y seminarios, así como en la catequesis; que se formen y apoyen artistas que sirvan a la sociedad, y que se formen críticos que dominen su profesión para poder emitir juicios morales.

Un medio privilegiado para la educación-formación, destacará Communio et Progressio, es la opinión pública, que por una parte manifiesta el derecho de libertad de expresión, pero que corre el peligro de ser manipulada por la publicidad. Con una sana advertencia: no siempre la opinión de la mayoría es la mejor ni la más próxima a la verdad, aunque sí deba ser tenida en cuenta por la autoridad.

Iniciativas, actitudes y propuestas (desde dónde y hacia dónde educar)

De entrada, ante los medios de comunicación tenemos que evitar posturas no adecuadas:

  • La de los moralizantes: creen que todo lo que se refleja en los medios es pernicioso para lo religioso.

  • La de los simplistas nostálgicos: piensan que todo se solucionaría volviendo a épocas pasadas, suprimiendo los mass media.

  • La de los liberales pseudoprogresistas: dan por hecho que todo en los medios vale, que todo es bueno y que depende de quién los utilice. No tienen en cuenta que la persona necesita crecer eligiendo, escogiendo y asumiendo una escala de valores.

Recuerdo la apuesta que, desde el Vaticano II ha hecho la Iglesia, al menos resumida en estos puntos:

  • Estímulo de las iniciativas católicas en los mass media. Me atrevería a señalar en este punto que, ante la polémica suscitada en estos años sobre cristianos en los medios (pastoral de mediación) o medios de comunicación cristianos (pastoral de presencia), la respuesta no puede ser de alternativa o yuxtaposición sino de integración: se necesitan cristianos profesionales en los mass media (mediación) y también, medios de comunicación cristianos (presencia) para poder decir nuestra propia y libre palabra en una sociedad democrática, abierta y pluralista.

  • Potenciar una formación adecuada para saber emplear estos medios, tanto en los agentes como en las Instituciones católicas.

  • Invertir recursos materiales y humanos en estos campos. Olegario González de Cardedal, con la finura y sutileza que le caracteriza, se atreve a llamar a los periodistas, cuando lo son de verdad, ministros de la palabra, intérpretes de la situación, exégetas de la condición humana, educadores del pueblo y testigos de la insobornable esperanza humana y con ello del Absoluto. Para llegar a serlo, se necesitan algunas cualidades: amor a la verdad, respeto a los hechos, conocimiento profesional de la realidad, sensibilidad, libertad ante los poderes de este mundo y confianza y gozo en la propia misión (cf Carta a un periodista amigo, Narcea, Madrid 1989). ¿No son, éstos, requisitos de todo agente evangelizador? Lo anterior debe hacerse realidad en el tipo de sociedad en el que vivimos, siendo conscientes de que se puede y debe unir derecho y libertad de información con el respeto ético a las personas e instituciones.

Personas, asociaciones e instituciones tenemos derecho: a expresar y difundir libremente pensamientos, ideas y opiniones mediante la palabra, el escrito o cualquier otro medio de reproducción; a recibir información veraz por cualquier medio de reproducción; también derecho a la réplica.

Como cristianos, debemos reconocer el valor de los mass media como control del poder y necesario instrumento de transparencia democrática pero abogamos porque exista un autocontrol ético informativo. En este sentido tenemos la obligación de denunciar cuando los mass media destruyen el derecho a la intimidad, violando nuestra vida privada, o ridiculizando nuestra profesión o nuestras creencias.

Hacia el interior, los medios de comunicación, en aquello que les pedimos, nos empujan a favorecer en nuestras comunidades un tipo de relación más fraterna y transparente.

El nuevo Catecismo de la Iglesia Católica recuerda que los usuarios de los mass media, especialmente los niños y los jóvenes, deben «imponerse moderación y disciplina respecto a éstos. Han de formarse una conciencia clara y recta para resistir más fácilmente las influencias menos honestas». Haciéndonos eco de estos deseos, señalamos algunas pautas:

  • No caer en la hipnosis y en la droga de los medios.

  • Desintoxicación: hablar y comentar otras cosas que no sean las de rabiosa actualidad.

  • Gusto por comunicar las experiencias personales más allá de las estereotipadas.

  • Recobrar los tiempos perdidos de comunicación interpersonal.

  • Gustar tiempos de silencio.

  • Aprovechar el ocio para la creatividad.

  • Programar la selección y elección de lo que vemos, leemos o escuchamos.

  • Al no haber educación neutral, y puesto que todos somos como todos, como algunos y como nadie, saber leer en familia y comunidad lo que sucede a nuestro alrededor más allá de la presentación que de ello hacen los propios medios.

  • Educar positiva y creativamente en el consumo de los mass media, especialmente, TV, vídeo, ordenador en la familia.

  • No utilizar la TV como niñera, obligada compañía, motivo de no conversación o tranquilizador.

  • Dialogar sin miedo con los más pequeños lo que se ve u oye.

  • Informarse del contenido y tratamiento de lo que se ve.

  • Programarse el tiempo de consumo de la TV.

  • No hacer de ello el mejor aliciente o la mejor gratificación, ni el peor castigo para los hijos.

  • Como norma no ver la TV siempre solos, o practicar en el vídeo, o jugar con el ordenador sin compartir («dime lo que sueles consumir en este campo y te diré cómo eres...»).

  • Que la realidad virtual no destruya la ética o lo humano.

  • Practicar verdaderamente lo que significa interactividad.

  • Ser capaces de creatividad en lo «nuestro» sin cerrar los ojos a la realidad (refugiándonos en un mundo ficticio): partimos de la vida, para volver a la vida, transformándola.

  • En resumen, potenciar recursos materiales y personales (especialmente para hacer posible lo que los obispos italianos han denominado «el animador de la cultura»).







Reflexión final: educación para la cibercultura

Con anterioridad nos detuvimos en la nueva antropología que estaba creando el ciberespacio. Desde el punto de vista educativo, que es el que ahora nos ocupa, y en relación a los hijos, queremos finalizar con unas pinceladas muy prácticas que nos vienen sugeridas por Fernando García y Xavier Bringué (Una familia en el ciberespacio, Palabra, Madrid 2002). Me atrevo a resumirlo en cinco puntos:

  1. Debemos, como familia, conocer las posibilidades (positivas y negativas) que ofrece la Red.

  2. Debemos aprender padres e hijos a compartir la Red interactivamente. Sirve para la educación integral de la persona.

  3. El éxito de Internet en nuestra familia no dependerá sólo ni principalmente de los conocimientos tecnológicos, sino del proyecto educativo familiar. Internet es sólo un medio, no un fin.

  4. Internet no es sólo para uso personal y lúdico, sino para una verdadera y sana comunicación y una adecuada formación.

  5. La brújula orientativa para el uso de la Red tendrá, en resumen, los siguientes puntos cardinales; servicio a la educación; compartir con los demás miembros de la familia; medio y nunca fin; saber conectar y saber desconectar.

Al concluir, unas palabras de Pablo VI: «La Iglesia se sentiría culpable frente a su Señor si no emplease estos poderosos medios que la inteligencia humana perfecciona cada día más» (Evangelii Nuntiandi, n. 45). Como se atrevieron a hacerlo comunicadores- evangelizadores-educadores de la talla del P. Alberione o del mismo Juan Pablo II: «Corresponde a los fieles hacer un uso creativo de los descubrimientos y nuevas tecnologías en beneficio de la humanidad y en cumplimiento del designio de Dios sobre el mundo... mediante una sabia utilización de las potencialidades de la era informática, con el fin de servir a la vocación humana y trascendente de cada ser humano y así glorificar al Padre de quien viene todo bien» (cf Mensaje para la XXIV Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales, 1990, n. 6.






La tercera investigación sobre el Jesús histórico36

Oriol Tuñí

El tema es de una cierta actualidad, pero viene de lejos. El siglo XIX, que asistió al nacimiento de tantas ciencias, dio también la bienvenida a la historia como disciplina académica autónoma. Los notables hallazgos arqueológicos y lingüísticos de la segunda mitad del siglo XIX fueron, por una parte, una sorpresa inimaginada; por otra, corroboraron el nacimiento de una nueva ciencia. Los promotores de la historia académica llegaron a formular un principio que presidía los esfuerzos por recuperar el pasado: volver a la realidad «tal como propiamente había sido» (wie Es eigentlich gewesen ist, en frase de L. von Ranke).

Esta pretensión de volver a la realidad acontecida «exactamente como había sucedido» se utilizó también para la historia de Jesús37. La aplicación era, hasta cierto punto, inevitable: la historia había ido elaborando sus propias reglas de verificación que podían ser utilizadas también para constatar la autenticidad de los datos que se poseían sobre la figura histórica de Jesús de Nazaret. Se trataba de cotejar la cronología, la geografía y demás datos de la vida de Jesús con la cronología, la geografía y la información que se conocía a través de la documentación que ofrecían los múltiples testigos de la historia romana de la época. Es casi innecesario subrayar que los objetivos de estos estudios eran muy diversos: desde el intento de mostrar que el cristianismo había sido un fraude de los discípulos que robaron el cuerpo de Jesús, pasando por explicaciones sencillamente naturalistas de los grandes milagros de Jesús (Jesús no andaba sobre las aguas, sino por una zona de muy poca profundidad del lago) o por un análisis más riguroso y crítico de los datos aceptados hasta entonces. Otros autores llegaron a la conclusión de que Jesús había sido un visionario, que pretendía que la llegada del Reino estaba a las puertas y que murió en aras de esta visión apocalíptica, tan propia de su tiempo.

De esta forma, el siglo XIX fue testigo de la aparición de múltiples «vidas de Jesús». La proliferación de las mismas provocó, a comienzos del siglo XX, la publicación de un gran boletín bibliográfico por parte de un teólogo, médico y músico: el Dr. Albert Schweitzer. El titulo de la obra era: «historia de la investigación sobre la vida de Jesús»38. Fue la traducción inglesa la que introdujo la palabra «Quest» que pasará a calificar las tres etapas en que se ha dividido el esfuerzo de la ciencia histórica por recuperar los hitos fundamentales de la vida de Jesús39. Diremos una palabra de las tres etapas, para acabar con unas consideraciones más genéricas sobre el sentido de la investigación sobre el Jesús histórico.

La primera etapa: desde 1815 hasta 1906

La razón por la que la investigación sobre Jesús se refiere a una primera etapa es, sin duda, el boletín bibliográfico de A. Schweitzer. Se trata de una obra que es, a la vez, un serio balance crítico de los autores presentados. A. Schweitzer viene a decir que el Jesús de cada autor tenía más del autor que de Jesús. O por lo menos esto es lo que se deduce de sus críticas.

Digamos una palabra de esta primera etapa. Los múltiples autores presentados y valorados por Schweitzer son muy diversos y sus aportaciones tienen una importancia muy variable. Al lado de presentaciones sumamente superficiales y poco críticas tenemos otras de una calidad innegable, cuyas aportaciones tendrán vigencia hasta nuestros días. Sin embargo, a pesar de la notable diversidad, hay una serie de aspectos en los que la inmensa mayoría están de acuerdo. Por encima de todo, que Jesús de Nazaret y el Cristo objeto de la fe eclesial, no coinciden. En una formulación que se ha repetido frecuentemente, se abre un profundo abismo entre uno y otro. La presentación de la vida de Jesús que alcanza la investigación histórica es muy distinta de la que se da de la mano de la fe eclesial, incluso si esta segunda presentación se quiere ceñir a los datos que considera históricos. Es decir, la historia, como disciplina académica, utilizando un instrumental que tiende a respetar lo que se llama la «objetividad» de los datos alcanzados, obtiene unos resultados sensiblemente más modestos que los que produce una presentación de la vida de Jesús hecha de la mano de la fe eclesial.

Al lado de esta constatación, esta larga y dilatada primera etapa ofrece otros aspectos positivos. En el fondo, ayuda a definir lo que ha venido a llamarse el género literario de los evangelios. Para decirlo en la formulación de un renombrado autor de finales del siglo XIX, «los evangelios nos enseñan más sobre los medios culturales en que se escriben que sobre los sucesos que narran» (J. Wellhausen). La primera etapa también es el caldo de cultivo que lleva a W. Wrede a definir el evangelio según Marcos como un notable proyecto teológico, más que como una narración biográfica40. En una palabra, a pesar de que la losa del balance bibliográfico de A. Schweitzer sigue pesando mucho, sin embargo el siglo XIX, en su nuevo planteamiento sobre la recuperación de la historia de Jesús, representa una etapa de gran maduración de un aspecto que no se había planteado nunca en los términos en que la mayoría de los grandes autores lo abordaron.

La segunda etapa: de 1953 a 1980

Desde el comienzo del siglo XX hasta el nacimiento de lo que se llamó la «nueva investigación» sobre el Jesús histórico41 se abre un período que ha sido considerado, sin excesivos matices, como una época «neutra» en la podría parecer que el interés por la investigación histórica ha desaparecido. Esta apreciación42 no parece ajustarse a los hechos. Entre otras cosas porque en este período se publican múltiples obras sobre Jesús (entre ellas el «Jesús» de R. Bultmann que va a ser un detonador para la reacción de sus discípulos)43. Cabe tener en cuenta también la obra de M. Goguel44, o también la de J. Klausner45, si no la primera, ciertamente una de las primeras obras judías sobre Jesús. Los teólogos católicos también se apuntan en esta época a escribir vidas de Jesús46

Esta nueva etapa tiene un punto de partida cronológico: los antiguos alumnos de R. Bultmann, reunidos en Jugenheim, escuchan atentamente la conferencia de E. Käsemann el 20 de octubre de 1953. El tema es precisamente «El problema del Jesús histórico»47. En ella el inconformista y díscolo discípulo de Bultmann reivindica no solamente la legitimidad de la investigación sobre Jesús, sino que aboga por la necesidad de la misma. Según Käsemann, Bultmann no puede explicar por qué aparece el género literario «evangelio». Como dirá un poco más tarde (1966), no son las seguridades o la búsqueda de certezas lo que fuerza la investigación del Jesús de la historia; es el mismo Nuevo Testamento el que lleva a ella48.

Aquí se introduce una distinción fundamental, latente en muchas de las obras sobre el tema, pero que no había sido considerada en el siglo XIX y que muestra una cierta madurez hermenéutica: una cosa es la investigación histórica sobre la vida de Jesús y otra muy distinta el interés del Nuevo Testamento en la realidad humana de Jesús. Naturalmente que ambas cuestiones no están desligadas, pero conviene distinguirlas49.

Esta «nueva» investigación, mejor dicho, lo que se considera una nueva etapa del Jesús histórico es el marco en el que conviene situar y leer la conocida instrucción sobre la verdad histórica de los evangelios que se publicó paralelamente a la Constitución Dei Verbum del Vaticano II50. La fecha es significativa porque la exégesis católica se apunta también a la investigación sobre el Jesús histórico: «Los evangelios y la historia de Jesús» de X. Léon-Dufour se publica en 1963. Por parte de la teología fundamental se establecen una serie de criterios de historicidad de los relatos evangélicos, ampliando notablemente el criterio de desemejanza51 que parecía ser el único utilizado por los discípulos de Bultmann.

Podemos decir, por tanto, que la segunda etapa de la investigación sobre el Jesús histórico se da en continuidad con la primera, pero en una explicita profundización de las implicaciones hermenéuticas y teológicas de la investigación. Tanto los discípulos de Bultmann (E. Ksemann, pero también H. Conzelmann, E. Fuchs, H. Braun, G. Bornkamm), como otros exegetas independientes (mayormente la llamada escuela escandinava, N. A. Dahi, B. Gerhardson, H. Riesenfeld), como también la exégesis católica (X. Léon-Dufour, R. Latourelle, H. Schürmann, R. Marlé) e incluso judía (D. Flusser, Sh. Ben Horin, G. Verms) se esfuerzan en deslindar campos y en clarfficar que la complejidad de la investigación se debe, sobre todo, a temas tan complejos como el papel y sentido de la historia para la fe o también a la posibilidad de considerar la historia en su mera facticidad o en su capacidad de modelar el futuro.



La tercera etapa: 1980-...

Con esto llegamos a la llamada tercera etapa. El título, «la tercera investigación del Jesús histórico», que debemos a T. Wright, ha sido popularizada por uno de los representantes de la nueva etapa: M. Borg52.

Esta tercera etapa nace en el marco de una renovada exégesis del NT a través de la asimilación e incorporación de múltiples aspectos que pueden ser considerados como nuevos. Enumeremos algunos: a) Un estudio sociológico del NL que toma más en serio no sólo las condiciones en que se escriben las obras, sino también las mismas condiciones de vida del tiempo de Jesús; b) un uso mucho más explícito de obras extracanónicas (por ejemplo, el llamado evangelio de Tomás), o incluso una valoración mucho más positiva de fuentes no usadas como tales en la primera etapa (como sería la segunda fuente sinóptica, como referencia a Juan B. y a la cristología sapiencial [Q]); c) el uso de varios criterios de historicidad (mayormente el de verosimilitud histórica), además del criterio de desemejanza, potenciado en la etapa anterior; d) el carácter ecuménico o internacional de esta nueva etapa; e) el tomar en serio el hecho de que Jesús era judío y que pertenecía al Judaísmo de su tiempo.

Los estudios publicados en esta nueva etapa son muy numerosos. Las imágenes de Jesús que se han presentado son notablemente variadas, según el trazo que más sobresale: un mago (M. Smith), un carismático (M. J. Borg), un exorcista (G. H. Twelftree), un profeta social (R. A. Horsley), un sabio (D. Crossan), un profeta escatológico (E. E Sanders, J. Mejer).

Para un observador que observe la evolución de la investigación a lo largo de doscientos años esta nueva etapa aparece como mucho más en continuidad con la primera que con la segunda. En efecto, la profundización hermenéutica y teológica de la «new Quest» ha dejado paso a una consideración mucho más positivista de la historia y, lo que es más alarmante, de los mismos textos. Los textos llegan a utilizarse en su literalidad53. Lo cual resulta por lo menos curioso. Pero, además, se ha recuperado una cierta ingenuidad en la investigación: parece que, sin decirlo, se puede alcanzar la realidad «tal como realmente aconteció».

En la Third Quest, los textos evangélicos parece que recuperen un talante de crónica, que habían dejado de tener. La historia, para la tercera investigación, ha dejado de ser compleja y problemática. Parece que ya sepamos lo que es la historia y, por tanto, hay que buscarla en los datos que tenemos a nuestra disposición. Sin embargo, como los datos históricos son terriblemente silenciosos y hieráticos, hay que aceptar el sentido preponderante de los temas según se pensaba en aquellas circunstancias. Con lo cual no queda mucho espacio para una novedad y un carácter profético que pueden ser perfectamente válidos en el marco de un judaísmo que fue profético desde el comienzo.

Reflexiones finales

Como en tantos otros temas teológicos, la investigación sobre el Jesús histórico, de los últimos doscientos años, con sus vaivenes y alternancias, ha sido altamente positiva. Ha ayudado a una comprensión más justa de la naturaleza de los evangelios y nos ha acercado con mucho más tino al comienzo del Cristianismo. Hay que subrayar que este mejor conocimiento de los hechos fundacionales del Cristianismo es muy relevante para una correcta comprensión del tema que hoy nos ocupa. Porque, si bien es verdad que el Cristianismo comenzó con la mañana de Pascua (entendiendo por este dato los complejos sucesos que son denominados apariciones de Jesús), sin embargo los cristianos proclamaron que Jesús era hijo de Dios desde el comienzo, es decir, desde su concepción (Mt 1-2; Lc 1-2) o desde siempre (Jn 1,1-2.14.18). En una palabra, el objeto de la fe cristiana es también eterno, aunque aparece en el espacio y el tiempo de Jesús. Él es el Kyrios (Señor) desde siempre, aunque Jesús nace en Belén unos pocos años antes de la era cristiana.

He aquí el núcleo de la fe cristiana que, por tanto, tiene en la historia de Jesús un referente insoslayable. De todos modos, el hecho de que el Cristianismo refiera la historia de Jesús, no quiere decir que esté primordialmente interesado en la posibilidad de retrazar esta historia al pie de la letra («tal como realmente sucedió»). El interés del Cristianismo en Jesús es más modesto y limitado. No podemos pedir a los autores del NT que nos presentan la historia de Jesús que lo hagan de forma impecable y con los muchos detalles que nuestra curiosidad anhela recomponer.

Este es el marco de la pregunta por el Jesús histórico al que la exégesis y la historiografía han dedicado su atención a lo largo de más de doscientos años. Un cierto balance, pues, para concluir.



Sobre las etapas

Es patente que la periodización de la «Old Quest», «New Quest» y «Third Quest» tiene sólo un valor intuitivo, global y aproximativo. No puede tomarse como una clasificación técnica o férrea. También está claro que el vacío entre la Old Quest y la New Quest (lo que se llama también «No Quest») no es real. Se trataría de un vacío de cincuenta años y, además, el interés de estos años por Jesús y su historia es claro y patente. En cambio, la distancia que nos separa de la New Quest nos permite valorar esta segunda etapa como una etapa de maduración hermenéutica. En el caso que nos ocupa ésta es una constatación relevante.

Lo que se clarifica en la New Quest es que el kerigma (la interpretación cristiana que se proclama) no sólo es el marco de nuestra propia interpretación del cristianismo, sino que es el objeto de nuestra interpretación. Lo cual quiere decir que el Jesús del Kerigma es más que el Jesús histórico. No es que no sea el Jesús histórico, sino que va más allá del Jesús histórico, pero, en cambio, está paradójicamente (teológicamente) proyectado en el Jesús histórico. Esta aportación de la New Quest se hace de diversas formas y con diversos protagonistas (no solamente discípulos de Bultmann). Pero se trata de una aportación hermenéutica que la tercera etapa no va a recoger. La tercera etapa vuelve a la primera: se intenta por todos los medios volver a la historia de Jesús «tal como realmente sucedió». Sus resultados, hasta el presente, no son excesivamente alentadores.



Sentido de la historia y papel de la historia para el Cristianismo

Hemos aprendido, a lo largo de los años, que la historia es un concepto mucho más complejo y problemático de lo que parece y se implica en los renovados esfuerzos de la tercera etapa. La historia (siempre sistematizada porque nadie quiere oir hablar de la historia de los «bruta facta») no es una realidad que pueda utilizarse mecánica o automáticamente como criterio de verificación o de autentificación.

En este sentido ya hace más de cincuenta años que se nos recordaba que el Cristianismo no está interesado en la historia como reconstrucción del pasado, no apela al pasado como tiempo idílico y romántico. Porque, de hecho la historia de Jesús no llevó a creer. Pero, en cambio, el Cristianismo, cuando quiere ofrecerse al futuro apela al género literario «evangelio» que es, por lo menos en lo que se refiere a la forma, un género literario biográfico.

Además, la historia, como narración de pasado humano, por una parte nos defiende de la huida hacia delante, y por otra nos fuerza a no montar una «teoría» del pasado humano como tal. En una palabra, la historia tiene una función crítica. En el caso de Jesús, esta función crítica pone ante nosotros no sólo el «prae nos» (antes de nosotros), sino también el «extra nos» (fuera de nosotros) del mensaje cristiano. Como ya hemos dicho antes, el objeto de la fe es, de alguna manera, anterior a nuestra misma confianza y, como tal, es una magnitud que no podemos construir a nuestra medida.

Por otra parte, la historia tiene para algunos más valor que para otros. Esto es verdad, y no como afirmación banal. ¿Qué papel tiene la historia de Jesús en el Cristianismo? En el Nuevo Testamento (NT) algunos autores valorarán la historia más que otros. O lo harán de forma diversa que otros. Pero, y aquí tenemos uno de los aspectos más difíciles de sistematizar cada autor dará a la historia un valor determinado. Si se pretende imponer al NT el valor de la moderna historiografía («tal como verdaderamente sucedió»), como criterio último para autentificar o para desmentir, va a ser muy difícil poder alcanzar el talante y mensaje de obras que se han escrito con otros intereses históricos y confesionales.



Jesús

Como hemos enunciado antes, la investigación del Jesús histórico ha hecho avanzar notablemente el conocimiento de Jesús. Muchos de los temas fundamentales de su vida y de su predicación han sido notablemente profundizados y clarificados. A ello han ayudado el mejor conocimiento del Judaísmo ambiental (Qumran y los targumim), los estudios sobre la predicación de Juan (el marco apocalíptico) y su comparación con la de Jesús, una mayor información sobre las condiciones de vida de Galilea, la piedad judía de la época, etc. Pero, al mismo tiempo, el hiato entre Jesús y el Cristo continúa siendo patente. Este hiato es de diversa índole en los autores del NT. Sin embargo, para los grandes autores (Pablo, evangelistas, Hebreos, Apocalipsis) Jesús de Nazaret, el Jesús histórico, sigue siendo el criterio último de la identidad cristiana, es decir, de Jesús el Cristo. Es decir, no sólo hay continuidad entre Jesús y el Cristo: hay identidad entre ambos. No se puede utilizar el uno contra el otro, como ocurre a menudo.

Sin embargo, a pesar de la importancia y centralidad de Jesús para la identidad cristiana, la tradición cristiana no ha considerado nunca que la historia de Jesús se pueda «canonizar». Es más, los intentos de los primeros años (el Diatessaron de Taciano [s. II], un resumen concordado de los cuatro evangelios canónicos, es una muestra elocuente de ello) no fueron considerados aceptables. Y los que hoy en día continúan ofreciéndose, tampoco lo son. El papel crítico de la historia de Jesús sigue siendo un punto de referencia en el Cristianismo. Pero no como realidad histórica autónoma, sino como identidad del que sigue siendo el Kyrios.

1 Xavier Quinzá Lleo

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