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ELOGIO DE LA PRIMAVERA



Podría haber llamado a esta editorial Elogio de la Primavera, Ansias de Primavera, La Primavera espera, Ojalá se acabe el Invierno... o, simplemente, Apetito primaveral. La elección ha sido instantánea y sencilla, excepto Elogio de la Primavera (no original) los demás no me gustaban y tampoco me he querido comer la cabeza demasiado para un simple título que justificara una simple fotografía. ¿Qué nos tra esta primavera? La primavera destila poesía, destila Pascua, y este año, la primavera destila también Capítulo. Feliz Pascua.














  1. Retiro ………………….………..................3 - 11

  2. Formación…………….………............. 12 - 19

  3. Comunicación.….…..................... 20 - 24

4. El anaquel……….…….....................25 - 58













Revista fundada en el año 2000

Segunda época


Dirige: José Luis Guzón

C\\ Las Infantas, 3

09001 Burgos

Tfno. 947275017 Fax: 947 275036

e-mail: jlguzon@salesianos-leon.com


Coordinan: José Luis Guzón y Eusebio Martínez

Redacción: Rafael Jesús Pérez

Maquetación: Xabi Camino y Alejandro Soto

Asesoramiento: Segundo Cousido y Mateo González


Depósito Legal: LE 1436-2002

ISSN: 1695-3681









La fidelidad posible.

Nuestra vocación realizada en una sociedad pluralista.


«Estad alerta, permaneced firmes en la fe; sed hombres, sed fuertes.

Cuanto hagáis, hacedlo con amor». (1Cor 16,13-14)



Pedro Hernández, sdb




  1. Introducción


    1. Génesis

Hará dos años, uno de los profesores de Comillas, nos reunió a cinco religiosos jóvenes para hablar de los desafíos que la cultura actual suponía para un religioso, para comentar nuestra experiencia personal y la vivencia que teníamos en las comunidades. Hablamos entonces de abandonos, de la vida comunitaria, de la misión, de los problemas que encontramos y de aquello que llena nuestra vida. Hablamos también de la fidelidad y del sentido que le damos a ésta. Recuerdo ahora como uno de ellos decía que la fidelidad carece de sentido por sí sola si Cristo deja de ser el centro vital. Surgieron entonces cuestiones en torno a nuestra vida y nuestra vocación: ¿Cómo hablar de opciones definitivas en una sociedad del “mientras dure”? ¿Cómo configurar y desarrollar la propia personalidad en una sociedad fragmentada y pluralista?,…

Se podría seguir preguntando pero la pretensión de este retiro es otra. Cuando se me propuso prepararlo pensé en aquel encuentro, pensé en lo fácil que resulta ver lo negativo de nuestra sociedad, pensé que merecía la pena repensar la fidelidad como algo posible en nuestro tiempo y en nuestra cultura, pensé en rastrear lo de positivo que ofrece esta sociedad pluralista para una vocación religiosa que quiera crecer en fidelidad, felicidad y fecundidad (trinomio inseparable).











    1. Prolegómenos sobre la fidelidad (fidelidad-felicidad-fecundidad)

El tema de la fidelidad es un tema fundamental hoy en la vida consagrada1. En diversas ocasiones se aborda el tema de la fragilidad vocacional, de la formación para la fidelidad,… Y, sin embargo, hay que recordar que la fidelidad es ante todo un don de Dios. Cuando aceptamos su llamada, iniciamos un camino sin retorno y dinámico en el que cada día su presencia nos empuja y nos sostiene para responder a nuevos desafíos y vivir apasionadamente nuestra vocación. Como a Jeremías el Señor nos dice: a dondequiera que yo te envíe irás y lo que yo te mande dirás. No les tengas miedo, que contigo estoy yo para salvarte […] He puesto mis palabras en tu boca. Desde hoy te doy autoridad sobre las gentes (Jr 1,7.8.10). Este don recibido no cambia, Dios es fiel a sus promesas. En realidad la fidelidad hace referencia a personas concretas y no a principios o normas. Se trata de ser fiel a Dios, a nuestros hermanos, a los jóvenes,… En este sentido la pregunta fundamental que debemos hacernos no es ¿para qué ser/seguir siendo religioso? Sino más bien: ¿para quién y con quién ser religioso hoy?

Es desde esta óptica relacional desde donde ponemos en juego estos tres dinamismos de la persona que son la fidelidad-felicidad-fecundidad.

  • Fidelidad nos habla de la religación existente con Aquel de quien hemos recibido todo. Sabemos que quien sigue siendo fiel en nuestro devenir histórico es Dios. Es Él quien llamó, es Él quien nos mantiene en la respuesta,… Sabemos de quien nos hemos fiado. Pero también nos pide que pongamos todo de nuestra parte en esa respuesta. Cada momento de nuestra vida tiene esa potencialidad de sí a Dios, de reconocimiento y consentimiento a su obrar en nosotros. Nos sabemos “ante Dios” y esto es definitivo en nuestra vida, nos configura y nos permite desenvolver dinámicas de conversión hacia Dios y su proyecto.

  • Felicidad nos dice de una existencia realizada no por concluida sino por direccionada hacia quien es el sentido de nuestra existencia. Felicidad que nace de sabernos en el buen camino, de saber que llevamos adelante no sólo nuestra misión, sino la obra del Señor. Felicidad que se traduce en deseo, anhelo, pasión por lo que realizamos y también en cumplimiento. Somos capaces de descubrir como la promesa de Dios se va realizando.

  • Fecundidad es el último elemento del trinomio. Nuestras energías puestas en juego van dando fruto con los años, todos los desvelos se traducen en generatividad. Una vida que sale de sí genera comunión, fraternidad, proyectos compartidos. Estamos llamados a amar como el Señor amó. A veces el aparente fracaso, las dificultades, llevan en sí el germen de una vida lograda ante Dios. La promesa del ciento por uno sigue siendo real.





  1. Retos y posibilidades


La cultura actual se presenta a la vez como reto y posibilidad para la vida consagrada y para la vida salesiana. El contacto cercano con los jóvenes nos hace descubrir los desafíos a los que nos enfrentamos.

Una sociedad en cambio que exige de nosotros estar atentos a los signos del tiempo que vivimos, que nos puede ayudar a crecer en creatividad, que nos obliga a pensar nuestra misión y nuestras respuestas a los jóvenes de forma nueva.

Una sociedad fragmentada que exige un gran esfuerzo por nuestra parte para dotarnos de una identidad asentada, que nos pide un esqueleto firme que unifique. Cabe preguntarse en torno a qué o quién pivota nuestra vida, quién es nuestro centro.

Una sociedad pluralista y globalizada que nos enfrenta a distintas maneras de pensar y a distintas posiciones vitales. Tenemos como nunca la posibilidad de compartir nuestra experiencia educativa y pastoral con otros. Abiertos a los demás podemos aportar la riqueza de nuestro carisma y a la vez compartir la de otras congregaciones, grupos o movimientos.

Una sociedad individualista donde es todo un reto crear comunidad y cuidarla. El desafío para nosotros hoy es hacer de nuestras obras auténticas comunidades, lugares de referencia para todos aquellos que se acercan. Descubrirnos como individuos nos ha ayudado a formarnos mejor, a crecer en libertad y autonomía. La posibilidad que nos ofrece el vivir en comunidades de personas libres y liberadas es la fuerza de la responsabilidad compartida y la capacidad de invertir todas nuestras energías en auténticos procesos de liberación de los jóvenes para los que vivimos.

Una sociedad relativista y fugaz en la que vivimos “ad experimentum”. Nuestra opción vital, nuestro “para siempre” no habla sólo del tiempo de la entrega, sino de la radicalidad, calidad y totalidad de ésta. El reto es dar razón renovada cada día de nuestra opción, volver a decir sí al Señor con nuestra vida.



  1. Exigencias para la vitalidad vocacional hoy


Estos retos y posibilidades nos ponen frente a algunas exigencias para mantener la vitalidad vocacional en esta sociedad. Debemos preguntarnos en primer lugar por la “cultura” de nuestra inspectoría, por cuáles son las inquietudes y preocupaciones de los hermanos de comunidad y desde ahí cuidar estos elementos:

  • Primacía de Dios: el seguimiento de Jesús y la opción radical por el Reino son el centro de nuestra vocación. Esforcémonos porque nuestro estilo de vida, nuestros ritmos comunitarios, nuestra actividad pastoral y educativa, transparenten esta primacía de Dios. Estamos llamados a cuidar una profunda relación con Dios, con una espiritualidad renovada carismáticamente que nos permita seguir viviendo la gracia de la unidad. No olvidemos nunca que fue Dios quien llamó y sigue llamando, que es Él por quien optamos, por Él en los jóvenes, por Él en los hermanos, por Él en la misión, por Él.

  • Profecía del testimonio: estamos llamados en la Iglesia a ser profecía, a comunicar con nuestra existencia la alegría de sabernos del Señor. Como salesianos debemos comunicar a la sociedad nuestro especial amor a los jóvenes y la predilección del Señor por los pequeños y débiles. De eso habla nuestra radicalidad de vida, nuestro servicio hacia ellos, la definitividad y totalidad de nuestra entrega. La significatividad de nuestras obras y de cada hermano puede medirse por su capacidad de testimonio profético en la misión que tiene encomendada. A este respecto dice nuestro Rector Mayor: “Si la vida consagrada no sobresale por ninguna otra cosas, si no despierta sentimientos más profundos y recursos menos comunes, ¿para qué hacerse religiosos? Si los votos no tiene nada de extraordinario, de insólito de alocado, ¿no será porque han sido reducidos a nuestra medida? Si la vida consagrada se ha instalado en la normalidad, quiere decir que ha perdido toda su fuerza profética; si hace de todo, pero nada de especial; si no anticipa nada mejor, ni anuncia ni denuncia algo, ¿para qué sirve?”2. Es necesario y urgente que como consagrados demos importancia al testimonio personal y comunitario.

  • Don de la comunión: no sólo vivimos en comunidad sino que estamos llamados a generar comunión en torno nuestro. Así nuestros últimos capítulos generales son una continua llamada a la corresponsabilidad, a la misión compartida. Este mismo trabajar juntos y en red con otros es ya un signo de vitalidad. El mutuo enriquecimiento y la capacidad para hacer converger proyectos, esfuerzos,… muestran que quien nos convoca es más importante que nosotros mismos, que nuestro Dios es Él mismo comunión.

  • Compromiso de la formación: es algo fundamental para la vitalidad de cada uno de los hermanos. Es necesario mantenerse al día, hoy más que nunca, en todos los aspectos humanos, pastorales, técnicos, educativos,… pero también es necesario cuidar nuestra formación personal, salesiana, teológica. Sólo desde una formación seria podremos ofrecer algo bueno y de calidad a los jóvenes. Y no se trata sólo de la formación personal, sino que debemos preguntarnos también por cuál es la dinámica y la preocupación formativa de nuestra comunidad y de nuestra inspectoría.

  1. Cuidar la fidelidad. “Estad alerta, permaneced firmes en la fe, sed hombres, sed fuertes. Todo lo que hagáis, que sea con amor” (1 Cor 16,13-14)

Escribe Gabriel Marcel: “La fidelidad auténtica es libre, inventiva, creadora. Implica una lucha activa y viviente contra las fuerzas que tienden en nosotros hacia la dispersión interior y no menos hacia la esclerosis del acostumbramiento”. Todos sabemos que formar la fidelidad y cuidarla no es fácil3. A modo de retiro y glosando la cita de Corintios me permito algunas sugerencias. Es una invitación a hacer historia de fidelidad con Dios y a renovar la promesa y la esperanza que nos habita. El Señor sigue siendo la roca firme en la que apoyarnos.



Pautas para el Retiro

Tomando las indicaciones y las preguntas de la “Hoja de Ruta” podemos seguir este itinerario.

  1. Revisar en nuestra vida personal y comunitaria qué rasgos de nuestra cultura hacen difícil o problemática la fidelidad vocacional. Preguntarnos qué se nos va “colando” (y por esto entiendo aquellas trazas de aburguesamiento, dejadez,… que van tomando carta de ciudadanía en nuestro vivir cotidiano)

  2. Hacer oración desde la exhortación de Pablo a los Corintios (1Cor 16, 13-14), revisando y proyectando nuestra vida ante los desafíos que supone cuidar nuestra fidelidad. Hacer historia, también de la fidelidad de Dios en nuestra vida.

  3. Pensar en estrategias concretas para hacer reales las exigencias para una vitalidad vocacional. Tal vez sea suficiente con una o dos estrategias que sean reales o realizables en la vida personal y comunitaria.

  4. Realizar un diálogo comunitario a partir de las preguntas propuestas o las preguntas del Retiro.



El texto en el contexto de la carta a los Corintios

El texto que nos ocupa se sitúa en la Conclusión de la primera carta de Pablo a la comunidad de Corinto. Nos encontramos ante una comunidad entusiasta religiosamente, despierta, viva, pero a la vez asediada en un mundo eminentemente pagano y paganizado. Una comunidad que vive el conflicto entre los valores del Evangelio y el estilo de vida que la rodea. En concreto el fragmento está entre las últimas recomendaciones que Pablo da a la comunidad. El tiempo pasa desde que Pablo les dejase, Timoteo y Apolo tardarán en llegar. Mientras tanto es necesario mantenerse en la fe frente a la tentación que puede ser disolverse o acomodarse culturalmente (cf 1Pe 5,8-9).



Estad alerta (velad)

Resuena esa llamada del Vaticano II a auscultar los signos de los tiempos. Tenemos la responsabilidad de abrir bien los ojos a la cultura y ayudar a los jóvenes y a todos aquellos con los que estamos a procesar bien los datos de la realidad. Debemos ser en medio del mundo, amadores y servidores de la verdad, por dura que ésta sea. Como las vírgenes prudentes debemos ser de los que están alerta, a la espera, examinando lo que le agrada al Señor (Ef 5,8-10). Debemos ser gentes en su busca: “¿Hay alguna palabra de parte del Señor?” (Jer 37,17) para poder decir “Voy yo”. Es un deber estar atentos a las necesidades de los jóvenes para poder ser fieles carismáticamente.

  • Para pensar: ¿Qué signos vemos de la presencia del Señor en nuestro ambiente? ¿Qué signos somos para los que nos rodean de esta presencia? ¿Sabemos descubrir en los jóvenes al Señor? ¿Miramos críticamente la realidad y la cultura en la que vivimos o nos dejamos llevar por lo que dice la mayoría, los medios,…? ¿Miramos lo positivo que tiene nuestra cultura o somos más bien profetas de calamidades?

Permaneced firmes en la fe

La fidelidad no es obstinación o empeño personal sino más bien saberse colocado en la vida que vivimos por Alguien y estar seguros de que Quien ha llamado será quien sostenga. Sabemos de quien nos hemos fiado, nos sabemos débiles en manos fuertes. Y aún así no estamos en un momento en que se pueda dar ni la fe por supuesta. El mayor peligro que nos acecha es la increencia, la frialdad afectiva y vocacional. Este “invierno de la fe” no está fuera de nosotros sino que se va colando por las rendijas de nuestras comunidades. Es tiempo de alimentar una fe profunda, anclada en Cristo y alimentada en el encuentro íntimo y jugoso con Él. Para educar jóvenes maduros hacen falta salesianos maduros. La fe hemos de sentirla como la imposibilidad existencial de imaginarnos otra vida distinta de la que tenemos, “¿a dónde iremos si sólo Tú tienes palabras de vida eterna?” No podemos concebirnos de otra manera, así, “predicar el Evangelio, no es motivo de gloria, sino una obligación que tengo, ¡y pobre de mí si no anuncio el evangelio!” (1Cor 9,16).

  • Para pensar: ¿Alimentamos cada día nuestra relación con el Señor? ¿Es para nosotros necesidad sentida y vivida la oración personal y comunitaria, la celebración de la eucaristía,…? ¿Creemos y vivimos realmente que nuestra vida es la mejor que el Señor quiere para nosotros? ¿Somos apoyo para nuestros hermanos? ¿Qué se nos va “colando” de increencia, rutina, comodidad en el día a día?

  • Revisemos la “calidad” de nuestros momentos de oración y meditación, de la celebración de la eucaristía, de los mismos momentos de vida común (en qué medida somos apoyo para los hermanos).

Sed hombres

Es una exigencia hoy ser personas auténticas, maduras para poder educar y para poder vivir en comunidad, también para poder vivir en fidelidad-felicidad-fecundidad. Es una exigencia tomarse en serio el desarrollo de la propia personalidad. Así R. Kegan propone ocho hebras de la persona madura: autoestima, capaz de comunicación sana, con áreas en las que se sienta útil, con ciertas dosis de creatividad aún humilde, responsable, con un mundo de valores estructurado, con sentido del humor y constante. Tal vez sea necesario insistir en estas dos últimas. La primera nos habla de un rasgo tan salesiano como es la alegría y la mirada positiva sobre la realidad y el mundo de los jóvenes. La segunda, la constancia, se hace necesaria hoy día en un entorno de voluntades frágiles. Es la constancia del que corre la carrera por la corona que no se marchita (1Cor 9, 25), del que no se cansa de hacer el bien, del que es humilde, amable y paciente como corresponde a la vocación a la que ha sido llamado (Ef 4,1-3). La constancia se muestra hermana de la “paciencia”. Paciencia necesaria ante las propias miserias y las limitaciones de la comunidad o la inspectoría. Es propio de una personalidad madura saber conjugar la comprensión y la crítica. No olvidemos que nuestro modelo no es Prometeo, sino Jesucristo, el Hijo del Padre misericordioso. Eduquémonos en el perdón y la misericordia que están a la raíz misma de la fidelidad de Dios y de nuestra llamada.

  • Para pensar: Repasa las ocho hebras de la persona madura y piensa cómo va tu propio tejido y el de la comunidad. ¿Eres en lo personal hipercrítico o más bien evitas el conflicto para no pringarte en lo que sucede? ¿Te muestras rígido en tus afirmaciones o más bien dejas espacio para el diálogo, la comprensión, el cambio? ¿En qué ámbitos de la vida comunitaria y pastoral eres útil y estás aportando?

Sed fuertes/robustos

Es tiempo de formar personalidades fuertes. Es tiempo de robustecer nuestra fe y nuestra persona, pues los desafíos son nuevos y las respuestas no son ni tan claras ni tan fáciles como en otros tiempos. No podemos ni dejarnos llevar por el desánimo ni hacer gala de un optimismo ingenuo. Fueron tiempos difíciles para la comunidad de Corinto cuando Pablo escribía, fueron tiempos difíciles para el mismo Pablo y en muchos lugares de la escritura encontramos esta misma llamada a mantenerse fuerte ante la adversidad y la prueba (cf. Lam 3,21-25). Sabemos que el Señor es bueno para los que en Él esperan. Sabemos que Él es nuestra fuerza. Y ante las dificultades culturales no se trata de bajar los niveles de exigencia en nuestra vida religiosa, en nuestra misión, en nuestro servicio pastoral, no. La vocación religiosa pide personas humildes pero sanas, muy sanas. No seremos ni los más guapos ni los más listos, pero sabemos que es nuestra la fuerza del que nos escogió para ir a su pueblo, a los jóvenes (cf. Is 6,8).

  • Para pensar: ¿Confiamos en nuestras solas fuerzas o estamos asentados en el Señor? ¿Comulgamos con ruedas de molino y justificamos todo por la paz en casa y lo difícil que son hoy las cosas o buscamos más bien crecer, robustecer nuestra personalidad consagrada y comunitaria?

Todo lo que hagáis, hacedlo con amor

Sólo un corazón apasionado se mantiene en el amor. Sólo si somos apasionadas por Dios y por su Reino podremos vivir fieles, felices y ser fecundos. Nuestra vida salesiana es una llamada a ser signo de este amor de Dios. Amor que hemos de vivir, renovar cada día. Hemos de recordar lo que decía Don Bosco: “no basta amar, es necesario que sepan que son amados” o aquella recomendación a Don Rúa que encontramos inscrita en la medalla de la profesión: “Studia di farti amare”. Hemos de apostar a un amor excéntrico y ardiente. Un amor que ha de manar de la fuente de todo amor, el mismo Dios-Amor (1Jn 4,8). Un amor excéntrico que convierte nuestro trabajo en “su” misión. Un amor excéntrico porque sale y se desplaza hacia los demás. Un amor que puede ser así porque nuestro centro afectivo indiscutible (personal y de las comunidades) es el Señor.

Es necesario sabernos y recordarnos amados. Sólo desde esta experiencia fundamental de sabernos acogidos y aupados por el Espíritu que permanecerá con nosotros para siempre, el Espíritu de la Verdad (Jn 14,16), podremos vivir en fidelidad. Sabemos que nuestra fidelidad es débil y no podría ser de otra forma. Confiándonos en el que nos ha amado fortalezcámosla por los caminos del amor generoso y entregado en la misión y en la comunidad.

  • Para pensar: ¿Somos hoy signos de un amor excéntrico? ¿Es el Señor nuestro centro efectivo y afectivo o lo compartimos con otros “amores”? ¿Vivimos el trabajo y la tarea pastoral como si se tratase de verdad de los “asuntos del Señor”? ¿Lo hacemos todo con verdadero amor?

Para el diálogo comunitario

Para el diálogo comunitario se pueden utilizar las preguntas sugeridas en el desarrollo del retiro. También se pueden utilizar las siguientes:

  • ¿Cuáles son los principales desafíos que nos lanza nuestra cultura ambiental?

  • ¿Qué rasgos positivos encontramos en nuestros jóvenes y en la cultura juvenil?

  • ¿Qué rastros de increencia, comodidad,… se nos han colado en la comunidad?

  • ¿Qué nuevas respuestas creativas se nos ocurren para adaptarnos a las demandas de nuestra cultura y seguir siendo evangélicamente significativos?

  • ¿Qué compromisos podemos tomar como comunidad para cuidar la fidelidad-felicidad-fecundidad de todos los hermanos?

HOJA DE RUTA

  1. Rasgos de la cultura que dificultan nuestra fidelidad personal o comunitaria


  1. Estrategias para hacer reales las exigencias de una vida religiosa en fidelidad


  1. Desde las cuestiones para el diálogo comunitario











Solo en casa. Educación, familia y soledad4

Grupo MARIA5



A los niños no les gusta estar solos. Tampoco a los mayores. La soledad, cuando no ha sido buscada, sino que sobreviene, puede suscitar en la persona cierta inquietud e incluso miedo.

Sin embargo, uno nace y muere solo, consigo mismo y con Dios. Esto es verdad al menos en esta vida, a pesar de que el fin del hombre sea la comunión6. «Dios no es soledad, sino comunión perfecta»7. La comunión es constitutiva del ser humano, y la soledad se convierte en un medio, un camino hacia ese encuentro en plenitud con el otro y con el Señor.

La educación en nuestra sociedad suele evitar los aspectos dolorosos de la realidad: se vive de espaldas a la muerte; no se acepta lo que no es joven, bello, perfecto; se deja poco espacio para los sentimientos negativos... Y a la soledad le sucede algo parecido: hablamos poco de ella y tratamos de apartar a los niños de esa vivencia, para que no se «traumaticen». Y así no nos preparamos para lo que, en un momento u otro de la vida, todos hemos de experimentar. No caemos en la cuenta de cómo crecemos como personas cuando vencemos esas dificultades; no dejamos que la experiencia, aunque dolorosa, nos acerque a Dios. «La soledad nos limpia y nos acompaña»8.

En estas líneas queremos compartir nuestra reflexión sobre la soledad en la familia y en el matrimonio, y como valor en la educación de los hijos. Pero antes es necesario situar dos tipos distintos de soledad: a una le llamaremos soledad sobrevenida, y a la otra soledad habitada. Ambas marcan y conducen hacia experiencias diversas, todas ellas importantes. Pues ya lo decía el poeta —«A mis soledades voy, de mis soledades vengo...»9—, consciente de cómo el ser humano se construye en gran medida a solas, consigo mismo y a la escucha de sus pensamientos.

«Soledades»

a) Soledad sobrevenida: «Desde lo hondo a ti grito, Señor» (Sal 130,1)

Todos vivimos experiencias de soledad, en unos casos, transitorias; en otros, como realidad que se instala en nuestra vida de forma más prolongada de lo que nos gustaría. Cada cambio nos trae un trocito de soledad: casarse, mudarse de casa, cambiar de trabajo, incluso la espera de un hijo... ¿Puede alguien ponerse en mi lugar, fundirse conmigo y vivir lo mismo que yo?

Cuando la soledad es sobrevenida, cuando «se nos echa encima» sin desearla, el alma grita a Dios: «Escucha mi súplica, Yahveh, presta oído a mi grito» (Sal 39,13). Es una experiencia dolorosa, se siente tristeza, pérdida, incomunicación... Cuando la persona vive la soledad sin aceptación, surge la desolación.

El miedo a la soledad sobrevenida —que aparece habitualmente asociada al hecho de sentirse incomprendido o injustamente tratado, a las pérdidas o rupturas, a la misma muerte— puede llevarnos por dos caminos equivocados: huir de ella o buscarla egoístamente para que no nos pille desprevenidos y podamos manejarla a nuestro antojo.

Podemos, en efecto, huir de la soledad, evitarla a toda costa, buscando a veces malas compañías en personas o en cosas; rellenando huecos; observando las vidas de los otros (reality shows); persiguiendo consuelos baratos... En estos casos no damos tiempo a que llegue el consuelo de Dios, algo muy propio de nuestra cultura, que apenas da tiempo para que la persona vaya experimentando lo que ha de vivir.

O podemos, por el contrario, buscar la soledad para estar tranquilos, para evitar el conflicto, para no afrontar lo que es costoso, para que nos dejen en paz. Este camino conduce al aislamiento y acaba por alejamos de los demás... En definitiva, se trata de una huída egoísta.

Sea como fuere, la soledad está ahí, presente en momentos clave de nuestra vida y en la de los demás. Unas veces nos tocará experimentarla en primera persona, y otras contemplarla (abriendo a veces una brecha en nuestro de-solado corazón). No es lo mismo ser sujeto de la soledad que testigo de ella. Cuando alguien cercano sufre una gran soledad, podremos empatizar, estar cerca..., pero finalmente la experiencia es suya, le pertenece a él. Esta dificultad para llegar a alguien a quien uno quiere y a quien vemos sufrir en soledad se hace dura, especialmente para una madre (ante el hijo que no tiene amigos en el colegio; junto a la hija que se esfuerza en los estudios, pero no obtiene la merecida recompensa; con el hijo enganchado a la droga; al lado del hijo al que ve salir de casa sin rumbo...).

La soledad de María es referencia y aliento de esta experiencia10. María vivió en soledad su embarazo, su decisión; respeta a su Hijo en sus pasos, al tiempo que le acompaña; en El tiene su fruto y su fortaleza, en todo ese sacrificio ella tiene su recompensa. Esa soledad también queda reflejada en el silencio de los evangelios: se sabe que María está presente en todo momento, pero no es ella la que baja de la cruz a Jesús. Al mirar a la Madre, uno aprende a acompañar la soledad de los demás, a descubrir que no es posible ponerse totalmente en el lugar de la persona querida, porque no se debe suplantar la experiencia espiritual del otro y evitar así que se realice lo que Dios tiene preparado para cada uno. Hay que dejar a los otros «vivir su vida»11. En la experiencia de amor del cristiano, hemos de bajar de la cruz al que está crucificado injustamente; pero al que lo está por amor hemos de contemplarlo y acompañarlo.

b) Soledad habitada: «Hermana soledad»

Francisco de Asís habría podido llamar «hermana» a la soledad, a esa soledad que está llena, propia de las personas que saben estar consigo mismas en paz, y para quienes la soledad es oportunidad de encuentro. Se trata entonces de una soledad habitada.

La soledad habitada ayuda a vivir la propia vida, a que las circunstancias no arrastren a la persona. En soledad, uno se sitúa a sí mismo, se conoce y aprende a querer a los demás. La soledad nos permite construirnos. Desde la soledad, el hombre va creciendo en madurez, definiendo qué quiere ser ante Dios y cómo quiere situarse ante el mundo. La soledad más profunda no nos conduce a recreamos en el interior, sino a mirar la realidad externa desde ese interior «advirtiendo el discurso de los pensamientos»12. Nos lleva a ir tomando conciencia de las cosas, de quiénes somos, de cómo nos relacionamos, de qué es el mundo... Permite saborear lo que de Gracia tenemos en nuestro interior.

El nos hace a su imagen y semejanza, libres; y en la libertad está implícita la soledad. No hay mejor modo de aprender a estar sin apoyos, a tomar las decisiones por uno mismo y a hacerse responsable. Es necesario, por tanto, encontrar momentos para pararse con uno mismo y sentir que la vida va hacia donde tiene que ir (la pausa diaria que propone san Ignacio es una buena herramienta para que la persona mire en su interior y recupere el norte de su vida cotidiana). Pero para padres y madres esto no suele resultar fácil: carreras mañaneras, tareas de casa, trabajo, ayuda a los hijos en las diferentes edades... En familia, a veces se añoran esos momentos, no tanto por desear la soledad cuanto por buscar tranquilidad para «recargar las pilas», a pesar de que todo ese ir y venir y estar unos con otros sea bien gratificante.

La oración es uno de esos lugares privilegiados para experimentar la soledad habitada. Porque nunca es absolutamente privada. En el corazón de Dios no sólo me encuentro con El. Es un espacio en el que descubrimos la relación con los otros. «Cuando el amigo permanezca en silencio, que vuestro corazón no deje de oír su corazón»13. La oración cristiana está plagada de los nombres, caras o presencias de las que el corazón está lleno. Ahí se palpa con especial vigor la comunión de los santos. En la medida en que uno va adentrándose en la interioridad, la experiencia de encuentro se hace más profunda.

«No está bien que el hombre esté solo» (Gn 2,18): la soledad en el matrimonio

La historia personal con Dios es un «tú a tú». Sin embargo, en el matrimonio se vive la experiencia privilegiada de comunión con alguien que también está llamado a relacionarse a solas con Dios. El recorrido de cada uno se convierte entonces en un solo camino, en el que se avanza ayudando al otro en su andadura hacia Dios.

En el matrimonio, se es con el otro y en el otro, pero construyéndose diferente del otro. «Hay un verso que es mío, sólo mío, como es mía, sólo mía, mi voz»14. En el encuentro con la persona que más te construye se aprende también a respetar su historia con Dios. La soledad vivida en pareja es diferente del sentirse solo en la pareja. Al principio de la vida en común, se invierte tiempo y energía en construir un «nosotros». Lo cual conlleva pocos espacios de soledad, pero constituye una etapa necesaria. Es frecuente que sea un momento complicado para la relación, porque cada uno puede tener diferentes necesidades de espacio compartido y de espacio personal, diferentes velocidades en el encuentro, diferente necesidad de silencio... Es un momento de ajuste, en el que el diálogo, la comprensión, el respeto, la prudencia, el mucho amor y la paciencia serán herramientas imprescindibles para construir una relación honda. Si, además, se ha estado muchos años casado y sin hijos, uno se hace a su propio ritmo, y puede a veces resultar más difícil ajustar estas necesidades en las etapas de crianza e hijos pequeños.

Cuando ya existe el «nosotros», se está mejor preparado para vivir en soledad, porque cada uno se siente más «yo», con menos miedo a estar solo; incluso se necesita más el espacio propio. Es la paradoja del amor: «cuanto más soy yo mismo, tanto más unido al otro me siento».

Pero esta experiencia también puede variar según los tiempos y ritmos, la actividad, los períodos que se viven en la distancia, etc. Cuando el matrimonio pasa mucho tiempo separado por motivos laborales o por otras razones, cada uno vive realidades distintas, y a veces volver a estar juntos puede dar miedo. La comunicación es fundamental en esas situaciones para no perder cada uno la comprensión de la interioridad del otro.

En la sociedad actual, donde la mujer mantiene un ritmo laboral similar al del varón, las madres pueden experimentar la culpabilidad del abandono, de dejar al marido y a los hijos «en la estacada». Pero estas ausencias también ayudan a todos los miembros de la familia a valorar la presencia de cada uno.

A veces, la falta de comprensión en el matrimonio genera soledad. Son momentos duros, en los que uno tiene la impresión de aislamiento. En ocasiones, esto puede ser debido a que no dejamos participar al otro de nuestras debilidades, parecemos «superhombres» o «supermujeres» y creamos un espacio propio inaccesible. Otras veces, algunas necesidades personales (aficiones, ejercicios espirituales, retiros, amigos no comunes, etc.) provocan indirectamente la soledad de aquel sobre el que recaen puntualmente las tareas del hogar. En estos casos, lo importante es mantener la conciencia de «tarea compartida», ya que todo ello es posible gracias a un proyecto común.

Existe una vivencia de la soledad genuina del matrimonio que consiste en preservar la intimidad de la pareja. Ni siquiera los hijos deberían cruzar ese umbral. Es uno de los mejores modos de enseñarles que en todas las relaciones hacen falta espacios propios, espacios comunes y espacios personales que hay que respetar.

Siguiendo a Nouwen15, podemos decir que en la vida familiar son importantes tres espacios diferentes de soledad:

  • Los momentos de soledad con uno mismo y con Dios, en una búsqueda de la soledad habitada. «El don de la soledad hace posible el don de la intimidad».

  • Los momentos de soledad en pareja, imprescindibles para quererse, reunir fuerzas, vivir la intimidad, darse y ser amado. Si no respetamos estos espacios, la vida nos puede. Cuidarlos no es ser egoísta, sino prepararse mejor para acoger en su seno la realidad de los hijos. «Cuando vivimos juntos en soledad —respetando al Espíritu de amor de Dios—, podemos entrar en una intimidad real entre nosotros».

  • Los momentos de soledad de la familia nuclear. la soledad compartida entre padres e hijos es imprescindible para toda la familia. Los hijos sienten esos momentos de encuentro, intercambio y relación con sus padres como un acontecimiento. «La intimidad que nace de la soledad no sólo crea un espacio en el que los cónyuges pueden danzar libremente, sino también un espacio para los demás, especialmente para los niños».

Esta soledad, ligada a la intimidad y generadora de vida, tiene en el silencio su mejor aliado. Pero no todos los silencios son iguales. En el matrimonio, el silencio toma diferentes formas:

  • El silencio necesario para crecer que transmite respeto, cuando los cónyuges están juntos en silencio, rezando juntos en Presencia: la persona se enriquece y crece interiormente.

  • El silencio necesario para no decir lo que uno sabe que no quiere o no debe decir: detrás de este silencio hay respeto y paciencia. No se puede decir en todo momento lo que uno piensa. En ocasiones es necesario callar, aguardar el momento oportuno, aunque duela.

  • El silencio de la ternura. El amor que no necesita palabras. Aunque estén los hijos u otras personas alrededor, es posible mantener esas miradas calladas de complicidad, o esos sencillos gestos que mantienen vivo el amor.

En el matrimonio se realiza ese fin del hombre de no estar solo. Hablando o en silencio, es posible estar juntos sintiéndose uno en Dios. «Tú eres la primera presencia de Jesucristo para mí, de su amor personal, de su perdón, de su ternura... y yo lo soy para ti. Juntos lo somos para nuestros hijos, para cuantos nos rodean, para el mundo»16.



«Pronunciaste mi nombre»: el aprendizaje de la soledad

Al igual que la muerte, la enfermedad o el sufrimiento, tampoco la soledad es un tema del que normalmente se hable con los niños. Pero hay que prepararlos para afrontarla, porque seguro que la van a vivir. Educar para la soledad también es educar para disfrutar más de lo que tenemos en este mundo y para ser sensible a la soledad del otro. «El corazón humano puede abrirse mucho más aún. Puede llegar a ser un corazón de familia. Creado a imagen de Dios, comunidad de amor, tiene la capacidad de albergar en sí a muchos, a todos»17.

A los niños a veces les da miedo estar solos, porque ello les genera una sensación de indefensión, de falta de referentes. El niño necesita la seguridad de que le quieren, y cuando se encuentra solo esa confianza se tambalea, porque su pensamiento es más concreto y más inmediato que el del adulto. ¿Cómo preparar a los hijos para la soledad sobrevenida, para que puedan tornarla en soledad habitada? Por otra parte, los hijos no son nuestros y, como padres, puede surgirnos una pregunta: «Seré capaz de facilitar que tú te construyas, hijo mío, con tu nombre, como Dios te llama?».

  • Vivir la soledad en la familia como algo natural: es importante educar para no tener miedo a la soledad, para verla como algo natural y positivo que nos enriquece. Por eso hemos de procurar no poner énfasis en la soledad como castigo.

  • Hacerles fuertes para crecer en un mundo difícil de vivir: al educar a los niños para la soledad, les hacemos más fuertes y menos vulnerables frente a lo que la vida les vaya trayendo. Es importante que los hijos se hagan fuertes en un mundo que con frecuencia «come». Por eso hemos de dejar que se enfrenten a lo que viven sin sobreprotegerles. Cuando se aburren, dejémosles descubrir que no pasa nada: también es bueno aprender a convivir con el aburrimiento. Si les damos de todo, o les preparamos un sinfín de actividades en los tiempos de ocio, van creciendo insatisfechos, sin saber asumir la frustración y la espera, sin comprender que las cosas no son siempre como uno desea. A veces les imponemos actividades mientras en su fuero interno ellos únicamente quieren estar «solos en casa», en su mundo, o compartir un espacio de «soledad casera».

  • Cultivar el silencio para la soledad: educando para frenar el exceso de ruidos (sin multiplicar sensaciones en los viajes o en los fines de semana, descolgando el teléfono en momentos de escucha y atención, evitando que cada sentido esté en un lugar diferente (el oído con la música del MP3, la vista en el ordenador, el corazón en lo sucedido en clase, el gusto en el chicle, el tacto manoseando el móvil...). Es importante fomentar en los hijos la escucha del silencio, en la naturaleza que calma y recarga, o en casa. El poco ruido ayuda a tomar distancia y a entrar dentro de uno. El silencio absoluto no existe, porque no existe la nada absoluta. En el silencio, uno se encuentra con el eco de su voz, y de ahí con Dios.

  • Dar tiempo a la soledad: habrá que diferenciar los tiempos y momentos de silencio y soledad de los tiempos de vida juntos, de alborozo. Sin embargo, a veces los padres nos tranquilizamos demasiado confiando en la capacidad de los hijos para estar solos, lo que puede llevar al «niño solito», al «niño llave»: niños y adolescentes que, de forma casi cotidiana, pasan demasiado tiempo solos en casa con respecto a su edad, su madurez y sus necesidades; esto puede suponer un importante efecto negativo en su desarrollo personal. El niño necesita diálogo con los padres y con otras personas significativas para él, para charlar de cosas de la vida, pedir y recibir ayuda en sus dificultades, para poner nombre a sus vivencias y emociones. Por otra parte, a veces uno cae en la cuenta de que «mi gesto no puede permitir el sosiego y la paz»: el exceso de actividad en los adultos tampoco permite el aprendizaje de la soledad. «Los cristianos.., han considerado el día del Señor también como el día del descanso... esto tiene un significado propio, al ser una relativización del trabajo»18. El Sabat judío obliga a parar, es el «día del Señor», que permite recuperar las energías de la semana; es momento de paz, de reposo. Cuando el padre o la madre no paran de hacer cosas, sin calma ni sosiego, no dejan parar a los demás. Los tiempos de diálogo y de calma en la familia enseñan al niño a vivir en soledad.

  • Referencias en familia de intimidad, respeto y soledad: el encuentro con Dios no es posible si no nos conocemos a nosotros mismos. En ese encuentro se da la personalización de la vida, la posibilidad de la decisión propia. El ejemplo de ese espacio propio ha de venir de los padres, por su forma de ser y de respetar el tiempo del otro, por sus momentos de intimidad y de silencio en Dios. Todo ello necesita tiempo de reloj y espacio físico. También ayuda a los hijos el invitarles a compartir esos momentos.

  • La reflexión y la oración: para preparar para la soledad es importante educar para mirar hacia el interior. Quien no sabe vivir el silencio es incapaz de asumir la soledad. Si el niño o el adolescente no aprende a interiorizar su vida, llega un momento en que no sabe quién es. Educar en la oración es hablar con Dios de forma natural y cotidiana, recrear los espacios evangélicos, recorrer el día vivido reflexionando en familia desde otra luz, sugerir y evocar las vivencias desde las historias del Evangelio, relacionar experiencias personales con el texto de la Biblia, poner nombre a los sentimientos. Son importantes los ritos de iniciación19, especialmente los vinculados al sacramento de la Confirmación, cuando el joven, en soledad con Dios, decide poner el camino de seguimiento en sus manos.

  • La soledad se educa a través de la autonomía, la libertad y la toma de decisiones: educar para saber estar solo es favorecer la autonomía, enseñando a ser diferente, a saber aprovechar lo que se tiene alrededor, sin aislarse. La soledad está ligada a la libertad y a la capacidad de decidir. La vida es decisión que conlleva sus consecuencias.

  • Educar para contemplar y agradecer el regalo de la vida de cada día: en la familia se educa para la soledad cuando se cultiva el dar gracias a Dios por todo lo recibido, descubriendo cuanto de bueno nos rodea.

  • Educar en la misericordia: la familia es un espacio privilegiado para aprender a escuchar las necesidades de los demás, sus soledades, de tal modo que podamos exclamar alguna vez con la poetisa: «Se lleva bien conmigo la soledad / pero a quien amo es al silencio / y a quien quiero es a mi amigo»20. La persona misericordiosa se acerca a la debilidad del otro, a su soledad sobrevenida, para intentar acallarla. Se puede encaminar a los niños y adolescentes a tratar con ternura a los demás, a ofrecer escucha y palabra, a dar seguridad a quien siente la desconfianza de corazón, a comprender el dolor del otro y decírselo. Se les puede animar a acompañar a quien se siente solo: también así van conociendo la soledad, incluso desde bien pequeños, cuando experimentan en el corazón de forma tan natural su relación con Dios.

Vista así, la soledad es una realidad bendecida por Dios. El mensaje de Cristo nos revela que estamos llamados a la relación amorosa con El y a la comunión. La vocación matrimonial es un privilegio para esta experiencia de soledad habitada, y el regalo de los hijos un don para acrecentarla y cultivarla en el camino personal de relación con el Señor.

«Nadie fue ayer,
ni va hoy,
ni irá mañana
hacia Dios
por este mismo camino
que yo voy.
Para cada hombre guarda
un rayo nuevo de luz el sol...
y un camino virgen
Dios»
21.



Claves comunicativas de san Pablo: Comunicar desde el propio ser y hacia el otro, con humildad22

Javier Barraca



San Pablo ofrece un hermosísimo modelo, personal y concreto, que nos enseña a comunicar de forma plena y fecunda. Su vida va a constituir el mejor magisterio para los comunicadores de todos los tiempos. Por eso, merece la pena reflexionar sobre «el apóstol de los gentiles» como comunicador inigualable. Sin duda, de su peculiar figura cabe extraer un manantial de sabiduría comunicativa valiosísimo, para todos los que anhelan mejorar su propia comunicación.



Todos los seres humanos queremos ser felices, tal como enseñan los más grandes filósofos. Además, hoy, cuando vivimos en la llamada «era de la comunicación», que tanto valora supuestamente el acto de comunicar, nadie deja de juzgar que le sería mucho más alcanzable el ser feliz si mejorase su comunicación con los otros. Sin embargo, tal vez, nuestro tiempo no constituya tanto la época de la comunicación, como la de los «medios de comunicación», o de la tecnificación de los procesos comunicativos.

Fundamentos metafísicos de la comunicación

Comunicar es «participar» a otro lo que uno tiene; «hacer partícipe», «compartir». ¡Qué hermoso aparece, desde esta perspectiva, el acto del comunicador! Acto, sí, más que potencia; porque comunicar es, en primer lugar, «verbo», ser más que poder, perfección más que ausencia, movimiento más que pasividad. Y, además, por si fuera poco, esto nos enseña que comunicar consiste, al cabo, en un cierto «dar», en una «donación».

Sabemos que el bien tiende a comunicarse, por sí mismo, que es difusivo de sí. Este hondo principio metafísico puede ser expresado con una sencilla imagen, la que consiste en señalar que lo bueno «desborda», como la fuente, que mana o brota, fluye desde su propio interior. Existen seres muy diversos. Entre ellos, figura la persona, quien constituye un sujeto (no un objeto), alguien (y no algo), ya que «es» en un grado excelso, especial. Esto, la hace única, incomparable, irremplazable. Por eso, hoy, se dice que la persona es un fin y no un medio (tal como enseña, con perspicacia, Kant).

La persona tiende a comunicar su bien a otros. Pero, además, puede hacerlo de una forma muy singular: desde su libertad. Esto, gracias a su tenor espiritual, en el que se funda ese dominio de sí que comporta, a la vez, conocimiento y voluntad. De hecho, en cada persona, a través del conocimiento y de la voluntad, palpita de algún modo el universo entero. De ahí, el que los antiguos sostuviesen que las personas son un «microcosmos», un universo en un universo, un mundo dentro del cual late el mundo entero. Así, las personas pueden comunicar libremente su bien a otros, y, ante todo, en este acto suyo de comunicación, puede hallarse, desde el origen, como principio, el amor.

Ahora bien, la comunicación por antonomasia, la comunicación más plena, es la del que —de algún modo— se da a sí mismo, la del que participa su interioridad, su corazón. No la del que brinda cosas, o transmite informaciones sobre otros. El sujeto libre, se conoce a sí, y quiere ofrecerse al otro; se trata, en fin, del amor «oblativo». Desde luego, no hay comunicación más honda que ésta, que la de las personas en cuanto que personas. Aunque, por supuesto, no se entrega aquí el acto de ser personal que es propio e inalienable, indisponible, en algún sentido; no entregamos nuestra «unicidad», nuestro ser distinto, nuestro existir, sino que «hacemos partícipe» a otro de nuestra vida. Por otro lado, al ser la persona fundamentalmente «espíritu», al darse, lo que da es —ante todo— espíritu, su espíritu (sin perderlo, claro); comparte, en definitiva, su interior, su adentro, su intimidad, su vida más honda. Pero, y he aquí el verdadero prodigio comunicativo, al proceder así, dicha vida interior no mengua, no disminuye, no se acorta; pues lo espiritual no se pierde al darse, sino que, al contrario, crece, se multiplica, se amplía...

Pero ¿qué relación tiene todo esto con san Pablo, y su peculiar forma de comunicar? Pues, bien, san Pablo afirma y vive su existencia entera como «comunicación», como participación en Cristo y vocación a «hacer partícipes» de El a los demás. No cabe comprender su trayectoria, su avatar, su curso vital sin este principio comunicacional, que lo engloba todo y lo ciota de sentido. La predicación, el apostolado, la evangelización constituyen, para él, su misma forma de ser, el fundamento de su actuar, el modo concreto en que su persona realiza su constitutiva tendencia a comunicar y a comunicar-se, a entregar-se a otros en el amor. En definitiva, san Pablo mismo es «comunicación».

Antropología de la comunicación

El ser humano está llamado a comunicar, y a comunicarse, fundamentalmente, por ser persona. Su propio ser, le mueve a la comunicación inter-personal, al encuentro o relación con otras personas. Pero, además, los seres humanos constituimos personas finitas, limitadas. Esto hace que no sólo comuniquemos como fruto expansivo nuestro bien (gratuitamente, tal como hace Dios), sino que «necesitemos», que precisemos comunicar con otros. Sin comunicación, los seres humanos no pueden desarrollarse, no alcanzan a perfeccionarse y ser felices.

Por otro lado, debido a que el ser humano constituye una persona corpórea, un espíritu encarnado, el cruce de caminos entre lo material y lo inmaterial, la comunicación que exige es: «integradora». No se comunica, en lo humano, sólo con palabras ni sólo con conductas, sólo con lo intelectual ni sólo con lo carnal, sólo con lo psicológico ni sólo con lo físico. El comunicador integral debe conectar con la integridad del hombre, y éste presenta dimensiones muy variadas, físicas, psíquicas, espirituales... Los mejores comunicadores no trasportan únicamente ideas o conceptos, levantan sentimientos o emociones, mueven la voluntad y empujan a la acción, evocan el recuerdo, despiertan la imaginación, y hasta avivan los sentidos. La comunicación humana ha de conectar con el corazón, con la unidad de la persona humana, con el todo que conforma su ser. Esto, lo sabe muy bien el amor, la verdadera clave o llave de la comunicación, porque el amor auténtica se dirige a toda la persona, y busca el bien integral del amado.

Unas palabras sobre san Pablo a este respecto. Sencillamente llamamos la atención acerca de la clara «humanidad» de la vivencia comunicativa del mismo. Pablo es hombre, y comunica como tal; comunica porque «necesita» comunicarse, porque precisa —para desarrollarse— esa relación, ese vínculo fraterno con los otros. Además, lo hace con pasión, con fervor, no fría o lejanamente, sino con la cercanía del ardor.

Primera clave: «Comunicar desde el propio ser»

Si quiere alcanzar el logro de su acción, lo primero que un comunicador humano ha de realizar es partir de su propio e inconfundible ser. No comunicamos bien lo que no somos, ni desde lo que no somos. Esto, implica atenerse a la verdad, el ser auténtico, el ser verdadero. Comunicar personalmente no consiste en transportar datos, sino en brindar la propia realidad a otro, para ser comprendido. Y esto, exige no adulterar dicha realidad. Nada es menos comunicativo, entre personas, que lo aséptico, lo im-personal, lo frío, lo des-personalizado, lo cosificado. La comunicación humana plena exige lo singular, lo único, lo distinto, lo personal.

En este sentido, el ejemplo de san Pablo resulta clarividente. Probablemente, el mejor comunicador del Evangelio de todos los tiempos no es un «técnico», un mero «gestor» de la comunicación, alguien atento ante todo a los procedimientos, instrumentos, herramientas, medios. No. Pablo es un comunicador con «personalidad propia», un sujeto distinto, que posee sus virtudes y sus defectos, sus cualidades y deficiencias características. No mutila su carácter, no amputa su fuerte y peculiar temperamento, sino que se apoya precisamente sobre él, para alcanzar a comunicar con un estilo y un tenor propios, diferentes, únicos. Verdaderamente, su singularidad resulta siempre admirable, como el hecho de constituir alguien tan especial, un auténtico «cruce de caminos» personal entre comunidades y culturas muy diversas (judío de raza, cristiano de fe, con elementos de formación griega y ciudadanía romana, entre otros rasgos). Alguien, en fin, inimitable.

Segunda clave: «Comunicar hacia el otro»

La segunda clave maestra de la comunicación humana estriba en «adaptarse» al otro, en alcanzar a conectar con el comunicando. Ello requiere tenerle presente, ser flexibles, ajustar al otro nuestro acto comunicativo. No hay dos receptores de nuestra comunicación idénticos. Cada persona recibe o acoge la comunicación de un modo diverso, de acuerdo con su propio ser.

Esto tiene que ver con que el otro no es simplemente un «polo» de nuestra comunicación, un extremo de nuestro acto. El otro constituye un ser libre, es otra persona, un alguien con quien «encontrarnos» (cf A. López Quintás), que nos ayuda a crecer integralmente. Es un «alter» (no un lejano u hostil «alijen»), a la vez distinto y semejante, posee una alteridad constitutiva que reclama un trato, una unión con él, «única», particular. No podemos «reducirlo», en su inmensa riqueza, so pena de empobrecer nuestra relación. Elio comportará el que sepamos unirnos a él con «creatividad», con el respeto y la admiración, con la «exclusividad», que toda persona merece.

El caso de san Pablo también resulta revelador, a este propósito. El supo adaptarse a su interlocutor con una particular intensidad. Pablo siempre fija su atención en el otro, en la persona concreta. De ello, es signo su «viajar» en búsqueda del otro; no es el otro quien debe buscarle, él mismo va al encuentro del prójimo. Guardamos otro testimonio vital de ello en sus preciosas epístolas o cartas. Cada carta está dirigida y orientada a una comunidad específica; y está escrita, vivida, de una forma singular, de acuerdo con las necesidades y encuentros de Pablo y de sus receptores.

Tercera clave: «Comunicar con humildad»

Sin duda, el secreto último de la comunicación humana tiene que ver con el realismo, con un hondo sentido de realidad. Debemos comunicar desde todo lo que somos, y eso incluye nuestros suefios, nuestros deseos, nuestros anhelos, proyectos, esperanzas... Pero no cabe hacerlo «contra» la realidad, fingiendo por tales los que no son, o tomándolos por lo que no son.

Además, sin verdad, no hay unidad; porque la relación humana exige autenticidad. Lo contrario supone sólo apariencia de unidad. Si no somos verdaderos, la confianza mutua, que demanda la amistad, se quiebra; y, a la postre, quedamos solos, abandonados por quienes ya no nos otorgan su crédito.

No podemos ser veraces sin «modestia», sin una arraigada sencillez de corazón. De ahí, el que los más grandes promotores de la comunicación humana, en el fondo, precisen de esta ardua virtud, la de la humildad; como testimonia la vida del beato Santiago Alberione, «la humildad personificada», según el propio Juan XXIII, otro magnífico comunicador desde la sencillez. El soberbio forzosamente deforma cuanto comunica, porque comienza por conocerlo y quererlo como no es en realidad. Su supervaloración propia le incapacita para captar y donar la verdad. Por eso, debemos afirmar que comunicar lo verdadero pide «humildad». Sólo un corazón humilde transparenta la verdad, la refleja sin alterarla o deformarla. Santa Teresa decía «la humildad es andar en verdad», aludiendo a lo que realmente valemos, y nosotros podemos girar y transformar la frase en su inversa: «La verdad es andar en humildad». Porque sólo es verdadero, en lo humano, lo que se sabe y se da como es, en su justo valor. Comunicar bien conlleva, pues, entre los hombres, comunicar-se no sólo a sí mismos, sino comunicar también a Dios, en Dios, hacia el Amor de Dios. Lo verdadero hunde su raíz, humildemente, en lo profundidad insondable de lo divino. Así, en definitiva, no hay comunicación auténtica al margen de Dios, porque esto sería tanto como decir al margen de la Verdad.

Acerca de ello, san Pablo ofrece un testimonio paradigmático. Para él, la comunicación no era sino servicio a Dios, al Evangelio de Cristo. El mismo refiere sus muchas limitaciones, y expresa su anhelo de llevar mejor a su Señor hasta los otros. Pablo sigue siendo él mismo, desarrolla su propia personalidad y carácter inconfundible; pero, desde el principio, queda patente que no se comunica sólo a sí, sino que trae una noticia que le supera. Pablo no transmite sólo su propia singularidad, sino que arde en deseos de acercar a Otro, mucho más grande que él.

Encontrar valores comunes para elevar desde ellos

Una forma de sintetizar lo anterior consiste en expresar que la comunicación humana, profunda, supone: partir de «valores comunes», para «elevar» desde ellos. El buen comunicador, en efecto, se funda en la realidad, que conoce, y en su propio ser. Así, pues, arranca desde estos valores. Mas, como es lógico, no debe limitarse a proyectarlos, tal cual, sobre otros. Ha de adaptarse a los demás; por lo que tiene que descubrir los valores del otro, y conectar con él, desde éstos. Sin embargo, todavía le es necesario algo más: ha de procurar ayudarles a crecer en valores, a elevarse, a aspirar a lo más alto y bueno. En definitiva, comunicar implica colaborar a acercar a los más excelsos y excelentes valores, y, por tanto, a Dios mismo.

También en esto, san Pablo es nuestro maestro. Porque él nunca se conformó con manifestarse a sí mismo, y con conectar diestramente con los otros. El arde de amor, y contagia esa llama, hasta que prende en los demás. Pero, al cabo, la lumbre es de Otro. Un pasaje final puede ilustrar este hecho. Se trata del discurso de Pablo en el areópago de Atenas. Allí, Pablo tiene la genialidad de hablar de Dios, apoyándose en ese «Dios desconocido», que creen adorar sus interlocutores. Las palabras encendidas de san Pablo, en aquel momento, sirven de colofón a nuestro ensayo. Su verbo es un puente de amor, que conduce a sus oyentes hacia la alta ribera de Cristo. Pues bien, concluimos con el deseo de que san Pablo nos inspire, también, a nosotros, en este inmarcesible anhelo por conducir, a cuantos encontremos, hasta la comunión con la Vida verdadera.





Del choque al encuentro. Cuando la victoria es encontrar un acuerdo23

Pablo Guerrero Rodríguez, SJ24

«Mucha gente cree que los mejores negociadores
son los que mejor hablan,
pero los mejores negociadores
son los que mejor escuchan»
(William Ury)

Sería ingenuo pensar que el conflicto es una realidad ajena a nuestras vidas. Sin duda, muchas personas consideran deseable no tener conflictos. Sin embargo, nuestra misma existencia tiene algo de conflictiva. Hay momentos en que no nos conocemos ni nosotros mismos. En el interior de nuestras conciencias ¿cuántas veces sentimos dudas, remordimientos, incertidumbre, miedos, malestar, lágrimas internas...? ¡Cuántas personas no están felices con la vida que les toca vivir! El conflicto forma parte de nuestras vidas.

Conflictos entre quién y cómo somos y quién y cómo nos gustaría ser... Entre quién y cómo somos y quién y cómo quieren los demás que seamos... Entre el querer y el deber... Entre lo que quiero y lo que necesito... Entre lo urgente y lo importante...

Aparecen en el interior de las parejas, entre vecinos, entre países, en el interior de la Iglesia, entre clases sociales, entre empresas, entre ideologías políticas, entre razas, entre sexos, entre hermanos... Prácticamente allí donde un ser humano vive, allí hay un conflicto. Incluso, en ocasiones, tenemos conflictos con Dios...

Es sabio distinguir entre aquellos conflictos estériles, que es mejor regir, de aquellos que nos hacen crecer y ser más tolerantes, más comprensivos, más humanos. Y es que hay conflictos que es necesario encarar mirándolos a los ojos. Es tarea humana trabajar en la resolución de conflictos, más que intentar negar su existencia o huir de ellos (normalmente, ni la negación ni el olvido ni la huida son buenas terapias). Nos jugamos mucho al resolver los conflictos, y es que, si no lo hacemos adecuadamente, podemos acabar custodiando a «prisioneros de guerra» o realizando «sacrificios humanos».

Es inevitable que los conflictos aparezcan en una relación o en una organización. Personas e instituciones nos relacionamos cotidianamente, con nuestros intereses, con nuestras necesidades, con nuestros valores y, sobre todo, con nuestras «cadaunadas».

La experiencia nos muestra que no manejar bien los conflictos origina pérdida de beneficios, relaciones rotas, condenas, anatemas, guerras, etc. Sin embargo, cuando son solucionados adecuadamente, los conflictos constituyen un elemento fecundo en el proceso humano e institucional de crecimiento y cambio. Así pues, será necesario buscar sistemas que nos permitan reducir costes (económicos, emocionales...) y aumentar beneficios.

Es preciso hacemos diestros en la resolución de conflictos.

Resolución de conflictos

Partimos, como ya sabemos, de que los conflictos («conflicto» proviene de un verbo latino que significa «chocar») son situaciones en las que dos o más personas entran en oposición o desacuerdo. Sus deseos, posiciones, intereses, necesidades o valores son incompatibles o, mejor dicho, son percibidos como incompatibles. Como es lógico, en una situación conflictiva desempeñan un papel muy importante (capital en muchos casos) las emociones y los sentimientos. La relación entre las partes en conflicto puede salir robustecida o deteriorada en función de cómo sea el proceso de resolución del conflicto. Así pues, básicamente, unas demandas (por ejemplo, la percepción de una injusticia o de una necesidad o aspiración) son rechazadas, diversos intereses se perciben como contrapuestos...

Las técnicas de resolución de conflictos han sido estudiadas con cierto detenimiento desde el mundo de la empresa, especialmente en el contexto anglosajón, en los últimos veinte años. Uno de los autores más citados en este ámbito es William Ury25, considerado como uno de los especialistas más reconocidos en el área de la negociación y la mediación. Este autor contempla tres modos de resolver conflictos. El primero, identificar y reconciliar los intereses básicos de las partes (normalmente a través de un proceso de negociación o de mediación). El segundo, determinar a quién asiste el derecho (básicamente, a través de un proceso de arbitraje o llevando el asunto a los tribunales). El tercero, determinar quién tiene más poder (pensemos en huelgas, guerras, escaladas de amenazas, etc.). Ury sostiene, acertadamente, que el primer modo es más económico, origina mejores relaciones futuras, resultados más satisfactorios y menos disputas posteriores. En suma, es más rentable tanto monetaria como emocionalmente.

Al hablar de reconciliar intereses, es preciso aclarar que se trata de deseos, problemas y miedos que subyacen a las posiciones26 de las personas. A menudo, los intereses están unidos a cosas «tangibles» como un cargo, tierras, dinero, trabajo. En otras ocasiones están unidos a cosas «intangibles», como prestigio social, autoridad (que no poder)...

Centrarse en los intereses27 ayuda a las partes a destapar problemas ocultos y les permite identificar los temas que más les preocupan. En cambio, cuando las personas definen sus diferencias en términos de posiciones, los conflictos aparentan ser mucho más difíciles de resolver, ya que básicamente cada uno quiere algo a lo que la otra persona se opone. Por eso es más útil no definir el conflicto en términos de las posiciones de las partes sobre lo que cada uno quiere, sino más bien en términos de las razones que les hacen expresar y pedir lo que piden, ya que, en muchos casos, los intereses son compatibles aun cuando las posiciones no lo sean. Centrarnos en los intereses nos permite, normalmente, encontrar soluciones en las que las dos partes obtengan beneficios. Un buen negociador deberá ayudar a las partes a descubrir y «nombrar» los intereses que se esconden bajo las posiciones. A juicio de Ury, la distinción entre las posiciones y los intereses es uno de los elementos más críticos (y por ello más importantes) en las negociaciones. Para alguien sin demasiados conocimientos técnicos pueden confundirse, ya que, después de todo, la posición es lo que uno quiere lograr, y los intereses también. Sin embargo, son dos conceptos diferentes.

Pongamos un ejemplo. Pensemos en dos hermanos que, en la víspera de Halloween, se peleaban por una calabaza. Tan fuerte fue la discusión que su madre cortó la calabaza por el medio, y cada uno de ellos se quedó con media calabaza. Uno de los hermanos yació su mitad, usó la pulpa para hacer una tarta y tiró la cáscara a la basura. El otro hermano yació también su mitad, tiró la pulpa a la basura y utilizó la cáscara para hacer una máscara de Halloween. En suma, el resultado real de su pelea fue media cáscara para uno y media fruta para otro.

Si hubieran logrado un acuerdo, el «cocinero» podría haber hecho una tarta mayor, y el «manitas» podría haber realizado una cabeza de calabaza entera para Halloween.

Esto es lo que sucede muchas veces en la negociación: se divide la calabaza, y cada parte se lleva menos de lo que debería —y podría— haber obtenido. En el caso de estos hermanos, los intereses eran cocinar y realizar una máscara, y el conflicto se presentó porque cada uno se concentró rígidamente en la posición de querer la calabaza. La clave en cualquier negociación es ser firme al sostener el propio interés (cocinar o realizar una máscara) y no en la posición de exigir la calabaza. Ambas partes habrían obtenido más provecho si hubieran «pactado» que toda la cáscara fuera para uno, y toda la pulpa para el otro. Esto es reconciliar intereses, es decir, tratar de conocer las necesidades, deseos y preocupaciones latentes de la otra parte, buscando maneras de reconciliarlos en la construcción de un acuerdo.

Desgraciadamente, gran parte de las diferencias intentan resolver- se basándose en la voluntad y el poder (el tercero de los modos que señala Ury). ¿Quién es más fuerte? ¿Quién presionará más? ¿Quién amenazará más? ¿Quién puede exigir obediencia a quien?... El coste de este tipo de procesos es demasiado alto, el problema a resolver se «des- dibuja», y sólo queda sobre la mesa una contienda de egos donde cada parte lucha por ganar. La negociación se transforma en una «pelea de gallos». Las partes se olvidan de los intereses para concentrarse en las diferentes posiciones, no queda margen para «abrir el abanico de opciones», y una de las dos partes tiene que ceder o dejar que la negociación se rompa. Este proceso es susceptible de producirse en todo conflicto entre personas, entre instituciones o entre personas e instituciones. Toda persona y toda institución pueden caer en esta tentación.

Hemos estado hablando hasta ahora, básicamente, de la negociación. En este «método» no hay «terceros», ya que se realiza directamente por las partes (si la intensidad emocional es baja) o a través de representantes. Sin embargo, hay otros métodos de resolución de conflictos en los que sí interviene un «tercero».

En la conciliación, el «tercero» proporciona un ambiente propicio para que las partes puedan dialogar, pero el conciliador sólo actúa de «hombre bueno», sin intervenir ni en el proceso ni en la toma de decisiones. En el arbitraje, el «tercero» tiene poder para tomar decisiones, y las partes se comprometen previamente a someterse a ellas aceptando su juicio. Es decir, el árbitro interviene en el proceso y en la toma de decisiones.

Pero existe otro modo de resolución de conflictos en que el «tercero» interviene activamente en todo el proceso, pero la toma de decisión corresponde a las partes. Este «tercero» ofrece información y herramientas de actuación para que las partes decidan por sí mismas y lleguen a sus propias soluciones. Podría considerarse una «extensión» de la negociación. Algunos autores hablan de negociación asistida; la mayoría lo denomina «mediación».

Qué es la mediación

Según el CEDR (Centerfor Effective Dispute Resolution), la mediación «es un proceso flexible desarrollado confidencialmente, en el que una persona neutral asiste activamente a las partes en su tarea de encontrar un acuerdo negociado de una disputa o diferencia; ejerciendo las partes el control último de la decisión a tomar y del modo de alcanzarla».

Para J.-E Six, presidente del Centre National de la Mediation, «la mediación es una acción realizada por un tercero, entre personas o grupos que consienten libremente, que participan y a los que corresponderá la decisión final, destinada a hacer nacer o renacer entre ellos relaciones nuevas, con el fin de prevenir o sanar relaciones perturbadas entre ellos».

Finalmente, para N. Yawanarajah, del Departamento de Asuntos Políticos de la ONU, por «mediación» entendemos «un proceso en el que un tercero neutral ayuda a la resolución de una disputa entre dos o más partes. Es un enfoque no-adversarial de resolución de conflictos. El papel del mediador es facilitar la comunicación entre las partes, ayudarlas a centrarse en los problemas reales en disputa y a generar opciones que respondan a los intereses o necesidades de las partes en la resolución de dicho conflicto».

Uniendo estas tres definiciones, por otro lado tan cercanas entre sí, podemos resumir diciendo que la mediación es un método flexible, participativo, confidencial, no adversarial y voluntario28 de resolución pacífica de conflictos, que incluye una persona neutral, el mediador29, con la función de ayudar a que las partes involucradas en dicho conflicto puedan negociar, desde la colaboración y el diálogo30, una resolución del mismo que sea satisfactoria para todos31.

Así entendida, los objetivos de toda mediación podrían resumirse en los siguientes: en primer lugar, facilitar el establecimiento de una nueva relación entre las partes en conflicto; en segundo lugar, crear un marco que promueva la comunicación entre las partes (corrigiendo, si fuera preciso, percepciones e informaciones falsas tanto con respecto al conflicto como con respecto a las personas e instituciones implicadas); finalmente, aumentar el respeto y la confianza mutuos entre las personas en conflicto. Se trata de que no haya vencedores, sino de que ganen ambos, preservando así la autoestima y la dignidad de ambas partes.

Las condiciones básicas que deberían cumplirse para que podamos hablar de auténtica mediación serían: voluntariedad; búsqueda de un clima de colaboración, confidencialidad, neutralidad e imparcialidad; las partes mantienen el control (es decir, las personas están al frente de sus decisiones, que ellas mismas controlan, no se les impone nada, ellas toman las riendas de sus propias decisiones); y todo ello en un ambiente seguro y con información suficiente (no olvidemos que un previo para un buen discernimiento es tener buena información).

El ambiente creado en una mediación permite discutir y resolver un mayor número de problemas y desacuerdos (no todos, obviamente) que a través de un arbitraje, una conciliación o un proceso judicial, por ejemplo, ya que responde mejor a lo «poliédrico» de los problemas humanos. En todo caso, una mediación exitosa ahorra tiempo, energía emocional y dinero.

Cuándo emplear la mediación

La mediación es un excelente método para solucionar problemas en ámbitos familiares, empresariales, escolares, institucionales y comunitarios, dado que evita el litigio, satisface las necesidades de las partes y refuerza la cooperación y el consenso32. La mayor parte de los autores coinciden en señalar que la mediación es especialmente apropiada y valiosa cuando las partes en conflicto —ya se trate de personas, de grupos o de instituciones— van a seguir relacionándose en el futuro (personas divorciadas con hijos en común; países que comparten frontera; etnias que conviven en la misma área geográfica; etc.). En muchos casos, la mediación hace posible que puedan seguir llevando relaciones comerciales, sociales o de parentalidad compartida, según los casos. Y es que, en ocasiones, el propósito de una mediación gira más en torno a mejorar las relaciones entre personas yio instituciones que tendrán que seguir tratando entre sí, o bien a ayudar a las partes a manejar mejor los conflictos en el futuro.

También es apropiada cuando las partes quieren terminar una relación existente de la manera más cooperadora posible.

La experiencia acumulada hasta ahora nos muestra que la mediación es usada en todo tipo de disputas, desde divorcios hasta demandas civiles, desde problemas del ámbito público hasta conflictos internacionales. Muchos de los conflictos que no han podido solucionarse en intentos de negociación previos pueden ser «solucionados» a través de la mediación. Incluso algunos de los conflictos tildados de «irresolubles» podrían suavizarse a través de técnicas de mediación. La mediación puede desempeñar un papel de especial relevancia en aquellos conflictos que se prolongan a lo largo del tiempo y que están anclados (y, por ello, bloqueados) profundamente. Y es lógico, porque este tipo de conflictos difícilmente podrá solucionarse sin ayuda y apoyo externo. Expertos en mediación señalan que incluso cuando no se pueden solucionar todos los problemas, la mediación puede ayudar a solucionar aspectos parciales del conflicto total.

El mediador

Obviamente, en la mediación los protagonistas son las partes interesadas, que son las que asumen la responsabilidad de transformar el conflicto y de avanzar en su resolución. Sin embargo, la figura del mediador es clave en el proceso de mediación, es decir, en el paso de una actitud de enfrentamiento a una actitud de colaboración o cooperación.

Las tareas básicas de un buen mediador serían: promover confianza entre las partes y en el proceso; hacer posible que identifiquen sus intereses; ayudarlas a comprenderse (ponerse en la piel del otro); proponer procedimientos para la búsqueda de soluciones en común; ayudarlas a encontrar objetivos comunes; reducir las diferencias y abrir puertas a la esperanza...

Aunque los mediadores a menudo propongan ideas, sugerencias o posibles acuerdos, su objetivo principal es centrarse en el proceso. Es decir, ayudar a las partes a definir, identificar y arrojar luz sobre los problemas; ayudarlas a comunicarse más eficazmente, a encontrar «territorios comunes», a negociar en igualdad; etc. Teniendo siempre en mente que el resultado ha de ser aceptado y alcanzado por las partes, no por el mediador.

Es también tarea del mediador neutralizar los comportamientos agresivos y ayudar a manejar los sentimientos. En su persona está encarnada la defensa de ambas partes, ya que sus «clientes» son las dos partes. Así, un buen mediador será facilitador, reconciliador, educador, promotor de la búsqueda de nuevos recursos, traductor, confrontador de alternativas, «guardia de tráfico»...

La clave, a mi juicio, radica en la habilidad del mediador para crear un clima de discusión que las partes por separado no han podido crear o mantener. Clima que debería caracterizarse por llevar el diálogo a los problemas.

Diálogo y mediación33

Creo que, de una u otra forma, hablar de mediación es hablar de diálogo. Éste se constituye, no ya tan sólo en «herramienta», sino en requisito previo y en alforja necesaria para nuestro viaje. Por eso, al final de este artículo, no he podido resistirme a recoger algunas de las características del diálogo auténtico. Sirva este epílogo como recapitulación de lo apuntado hasta ahora.

  • La propia identidad. Sin ella no existe el diálogo, nos comunicamos y compartimos desde lo que somos. Nuestra identidad es semilla del diálogo; lo contrario sería diluirnos en la identidad del otro. Sin identidad no seremos capaces de «encontrarnos» como seres distintos, no habrá un verdadero «nosotros». Seremos capaces de buscar juntos si nos reconocemos distintos.

  • Palabra. El mismo diálogo lo significa: «a través de la palabra». El diálogo es palabra, y palabra verdadera, palabra que es acción y que es reflexión. Precisamente el poder auténtico y radical de la palabra sólo lo vivimos en el diálogo, porque mediante éste la palabra se pone en movimiento, fecunda y es fecundada. La palabra que no es propiedad de unos pocos es derecho de todos y es compromiso de todos por buscar la verdad, por acercarnos a ella con todas las consecuencias. Y pronunciar esa palabra verdadera sólo es posible desde el encuentro.

  • Praxis. El diálogo, además, está hecho de acción. El diálogo mismo es compromiso y es tarea, es actividad. Nunca se realiza del todo, siempre se está haciendo. Cuando creemos haberlo alcanzado, nos sonríe desde lejos. El diálogo es político, como casi todo lo que hacemos y vivimos. Es el trabajo de todo ser humano para ser él mismo colaborando con los demás para que juntos seamos nosotros mismos.

  • Igualdad. El diálogo es horizontal por vocación. Iguala a las personas, supone siempre un «nosotros» y reconoce nuestra dignidad. Al dialogar ¿partimos del hecho de que la palabra verdadera puede ser la del otro o, por el contrario, nos creemos en posesión de la palabra verdadera antes del encuentro con el otro?

  • Amor al mundo, amor al ser humano. En el fondo, no son dos amores; es el mismo con dos caras... «No hay diálogo, sin embargo, si no hay un profundo amor al mundo y al hombre. No es posible la pronunciación del mundo, que es un acto de creación y recreación, si no hay amor que lo infunda. Siendo el amor fundamento del diálogo, es también diálogo»34. El diálogo está hecho de confianza en el ser humano, en su poder creador, de dar vida. A través del diálogo, el ser humano será capaz de establecer relaciones fraternales basadas en la participación y en la igualdad. Al estar basado en el amor, el diálogo se establece como una relación horizontal «confiada».

  • Escucha respetuosa. La autosuficiencia es incompatible con el diálogo. Los hombres que no tienen humildad o que la han perdido no pueden acercarse a otros hombres en pie de igualdad. No pueden ser sus compañeros de pronunciación del mundo35 si no son capaces de ponerse en el lugar del otro. Esta escucha respeta los valores de los otros. Respeto que es, asimismo, radical apertura a la vida del otro y de su punto de vista. Posiblemente este respeto descubra nuevas dimensiones de los problemas, nuevas dimensiones de la existencia humana.

  • Esperanza. No hay diálogo sin esperanza. Aquellos que se encuentran y dialogan necesitan esperar algo de su quehacer; en caso contrario, su encuentro es vacío, monótono e incapaz de crear vida y relaciones. En tal caso no existiría realmente diálogo, y nos encontraríamos en una situación de manipulación.

  • Solidaridad y Participación. El diálogo tiene como actores a personas que buscan incansablemente. Ni la libertad es algo adquirido de una vez por todas, ni la Verdad es un caudal agotado. Este camino nuevo, que lo es siempre, se hace roturándolo. Pero abrir caminos auténticamente nuevos sólo es posible a golpe de reflexión y diálogo; reflexión y diálogo que construyan comunión humana. Una comunión así no se hace preguntando unos y respondiendo otros, sino preguntando todos, escuchando todos las respuestas de todos, arriesgando todos y recogiendo todos de la experiencia arriesgada nuevas preguntas para nuevos riesgos por la Vida. Una comunión, además, en la que logros y caídas son compartidos.

  • Espíritu crítico y creativo. El diálogo auténtico contribuye a alejar el paternalismo de la relación entre los seres humanos. Precisa una actitud crítica no sólo frente a la realidad que nos rodea, sino también sobre nuestros propios motivos y valores. Es necesaria una educación para el diálogo en que la opinión y la vida de los demás relativicen las nuestras. Educación que nos haga capaces de valorar y modificar las situaciones (conflictivas o no), de establecer relaciones con los demás, de interpelarnos mutuamente y de comprometernos creativamente en la transformación del mundo. Una educación que afirma el diálogo y respeta la autonomía.

Se trata de acoger el diálogo como método, como forma de vida y de transmisión de vida, como forma de ser humanos...

Se trata de reconciliar «venciendo juntos».

La dimensión simbólica del hombre36

J. M. Mardones

Los paleoantropólogos, como J. L. Arsuaga en El collar del neandertal, nos dan una serie de datos fascinantes acerca de la evolución humana, que se inicia hace unos cinco o seis millones de años en los bosques lluviosos africanos. Nuestro antepasado común con los chimpancés era un mono, se nos dice, al borde de la consciencia. Después las direcciones de la evolución divergen: aparecieron los homínidos y los antepasados de los chimpancés.

Hace unos cuatro millones de años, algunos homínidos ya eran bípedos, se alimentaban casi exclusivamente de vegetales y vivían en los bosques. Y hace dos millones y medio de años, un tipo de homínidos, el horno habilis, que tenía un cerebro mayor que los anteriores, comenzó a golpear una piedra contra otra para producir un filo. Podía cortar carne. Se produjo un cambio importante en la dieta y en la vida de estos homínidos.

Al poco tiempo, algo menos de dos millones de años, apareció realmente el primer humano: lo llaman los estudiosos el horno ergaster. Eran muy fuertes. Tenía una talla y un cuerpo semejante al nuestro. Su cerebro se había desarrollado hasta los 900 cc, lo que supuso un gran salto en las capacidades cognitivas. Fabricaban instrumentos estandarizados y podían comunicarse sus emociones usando tanto las expresiones corporales como las sonoras. Es decir, sé transmitían información a través de lo que podemos denominar un lenguaje elemental. Estábamos atravesando el umbral del pensamiento simbólico. Esta posibilidad comunicativa, mucho más elevada y sofisticada que la de los chimpancés, les permitió a estos primeros humanos comenzar a crear un medio social y cultural que les proporcionaba cada vez mayor autonomía respecto al medio físico. De esta manera se posibilitó su expansión por toda Eurasia hace más de un millón y medio de años.

En Europa, estos humanos evolucionaron y produjeron una especie nueva: los neandertales. Estos humanos tenían una gran fortaleza física y estaban muy bien adaptados al clima europeo. Los neandertales tenían ya un cerebro muy desarrollado que utilizaban para comunicarse entre sí, manejar el fuego y fabricar utensilios ya muy elaborados.

Mientras tanto, nos dicen estos estudiosos que reconstruyen la lenta marcha humana hasta los confines de la historia, nuestros antepasados, los homo sapiens o cromañones, en África evolucionaban siguiendo casi el mismo sendero que los neandertales. Hace unos 300.000 años no había grandes diferencias entre ambos.

Pero esta segunda gran expansión cerebral, tras la primera del homo ergaster, va a marcar pronto diferencias en un punto: mientras los neandertales se quedaron en un nivel elemental de desarrollo del lenguaje, la especie africana tuvo un gran desarrollo del lenguaje articulado. Con un poco de fantasía, como no puede ser menos, estudiosos como Arsuaga y otros nos hablan de la posible explicación de la desaparición de los neandertales y su sustitución, en todo el planeta, por el horno sapiens. Usan una expresión muy significativa: estos antepasados nuestros eran contadores de historias. Es decir, su capacidad lingüística les permitía manejar símbolos, contar historias y crear mundos ficticios. La gran especialización que les dio la superioridad a nuestros tatarabuelos frente a los robustos neandertales fue la capacidad simbólica hecha comunicación y fabulación. Mediante ella pudieron añadir, a la más o menos igual capacidad de inteligencia técnica con los neandertales, un plus de comunicación y percepción del mundo. La vida social se aceleraba. Mediante la narración de historias, el uso de los símbolos, los humanos se reconocían y unían mejor. El plus de comunicación y de uso simbólico les proporcionó una enorme superioridad social.

El mundo se llenó de espíritu y de espíritus, como podemos decir corrigiendo levemente a nuestro guía. Y con ello el mundo, la naturaleza, se hizo transparente, cobró una vida que no tenía: ahora, hasta las sombras hablaban. La mayor lucidez y penetración del espíritu a través del lenguaje y los símbolos se traducía en una mayor profundidad y enriquecimiento de toda la realidad. Y de la vida social. La mayor debilidad física del horno sapiens quedaba compensada con largueza por la mayor riqueza comunicativa, es decir, socializadora. Incluso esta debilidad física, reducción de la cara, menores necesidades respiratorias, cambio del final del paladar, facilitaban la mejor articulación de los sonidos. De ahí que hace unos 30.000 años, tras quizá una coexistencia mutua de unos 10.000, y cuando arreciaban las consecuencias de la última glaciación, el horno sapiens, como consecuencia de un cambio de estilo de vida mucho más social y comunitaria, pudo defenderse mejor que los neandertales de un clima tan inhóspito y asegurar una gran expansión que le llevara hacia sociedades de economía productiva, domesticación de animales y la revolución de las sociedades neolíticas.

No se extralimitan nuestros paleoantropólogos cuando nos llaman los hijos de los contadores de historias. Somos gracias a aquellos que supieron ensartar historias, crear mitos y dar sentido a las cosas. Gracias a esta capacidad simbólica humana fuimos capaces de comunicarnos mejor, formar grupos humanos de enorme sofisticación organizativa y elevar el rendimiento humano hasta límites insospechados. El pensamiento simbólico marca las señas de identidad de lo humano frente a lo animal y señala los principales pasos de la evolución de los humanos.

Sabemos, porque la historia de los últimos siete mil años nos lo confirma, que el mundo simbólico es, como todo lo humano, ambiguo: un mundo lleno de posibilidades y peligros. En él se unen lo mejor y lo peor de la cultura. Los mitos, las ideologías, las ideas y los dioses enajenan y perturban casi tanto como dignifican y salvan. Incluso hemos descubierto de nuevo la «trampa neandertal» en versión supersofisticada el poderoso homo sapiens dotado de una capacidad tecno-económica fabulosa pierde el alma en lo pragmático, cuantitativo y consumista. Ha perdido capacidad simbólica, sugeridora y poética, y el mundo se oscurece falto de sentido. Necesitamos conjugar al experto en I. A. con el alma del poeta.






M. ANTONIA SÁNCHEZ-VALLEJO (El país 24/01/2008)

 

La sociedad española se ha secularizado: en 1978, el 90% de los españoles se declaraba católico practicante; en 2004, sólo el 28,4% de los católicos reconocía cumplir habitualmente con los preceptos de su fe. Sin embargo, el cordón umbilical que conecta a la Iglesia católica con el Estado permanece intacto, pese a la aconfesionalidad que ordena la Constitución (artículo 16.3: "Ninguna confesión tendrá carácter estatal").


¿Es éste un Estado laico o confesional? Ni siquiera los expertos coinciden:


  • "El laicismo no es antirreligioso", afirma el sociólogo Díaz-Salazar.

  • La desigualdad de trato hacia el resto de confesiones está en cuestión.

  • El Estado dejará de ingresar el 0,7% del IRPF, que irá a parar a la Iglesia.

  • Los católicos de base son contarios a la financiación estatal de la Iglesia.

  • No se revisarán los acuerdos con el Vaticano, según la vicepresidenta.


Funerales de Estado católicos, tomas de posesión de cargos públicos presididas por crucifijos o manifestaciones callejeras de prelados y sacerdotes son claros indicios de que España dista de ser un Estado laico. Si consideramos también la financiación de la Iglesia, los argumentos para los defensores de una completa separación de poderes se multiplican. Propuestas laicistas -algunas con marcha atrás, como la creación de un Observatorio de la Laicidad por parte del PSOE- se hacen más hueco a medida que arrecian el ruido de cirios y los anatemas mediáticos.


El silencio que provoca la mención de la palabra Iglesia ante determinados interlocutores -¿cautela? ¿prudencia o cálculo de rédito electoral?-, resulta mucho más clamoroso que el ruido mediático provocado por las manifestaciones en defensa de la familia o contra la asignatura de Educación para la Ciudadanía, por citar sólo dos cruzadas recientes contra la degeneración moral que, en opinión de la curia, implican varias leyes aprobadas en la última legislatura (a la cabeza, la del matrimonio homosexual). Lejos de un debate sosegado, las posturas aparecen cada vez más enconadas. ¿Y si el presupuesto teórico para el debate fuese la misma denominación del Estado? ¿España es un Estado laico o un Estado aconfesional? Ni siquiera los expertos se ponen de acuerdo al respecto. El sociólogo Rafael Díaz-Salazar, de la Universidad Complutense de Madrid, acaba de publicar el libro España laica (Espasa). "La Constitución establece la aconfesionalidad del Estado y la cooperación activa con las instituciones religiosas. No tenemos el orden constitucional de Francia, sino una laicidad de autonomía del orden político y jurídico y, a la vez, de reconocimiento público de las comunidades religiosas y de colaboración con ellas. Pero es más aconfesional que laico, sí", explica este especialista en sociología de la religión, para quien laicidad equivale a ciudadanía, a sociedad civil, a convivencia plural y nacional, a más y mejor democracia, en suma.


"El proyecto laico no es antirreligioso. Su fin es fortalecer una ciudadanía moral y socialmente activa y a ello pueden contribuir las religiones y las iglesias". ¿No sostienen lo contrario las críticas de los obispos? "El laicismo quiere una ciudadanía moralmente robusta y activa, pero la moral no depende de la religión: hay mucha gente que no es religiosa, pero sí muy moral. Esa barbaridad del obispo García-Gascó de que el laicismo mina la democracia, es justo al revés: el laicismo refuerza la base moral de la democracia".


Resistencias como la que suscita la asignatura de Educación para la Ciudadanía han de ser vistas como "la expresión de un fundamentalismo ético-religioso que pretende tener el monopolio de la moral y la educación", dice Díaz-Salazar. Además, "los objetores no llegan a los 15.000 en España. Eso, dentro de más de 11 millones de católicos, no es nada. La Iglesia no está en contra de la asignatura, son 20, 40 obispos con esos 15.000, no más". "El laicismo sólo es antieclesial y antirreligioso cuando una religión, una Iglesia, se oponen al pluralismo moral, a la autonomía moral, a la autonomía política. Entonces sí, pero su proyecto no es ése", dice.


De laicismo entiende mucho también Victorino Mayoral, abogado y diputado socialista, además de presidente de la Fundación Cives y la Liga Española de la Educación y la Cultura Popular, dos plataformas laicas que demandan la completa separación de Iglesia y Estado, empezando por "la revisión de los acuerdos con la Santa Sede". Mayoral, una de las voces más críticas del PSOE, sostiene que el español es un Estado laico, "porque la Constitución no utiliza en ningún lugar expresamente el término aconfesional. Es más, el Tribunal Constitucional ha sancionado el uso de la denominación "laico" aplicada al Estado".


La desigualdad en el trato que reciben la Iglesia católica, por un lado, y el resto de confesiones de notorio arraigo (musulmanes, protestantes, judíos y, desde 2007, Testigos de Jehová y mormones) es un hecho relevante para Mayoral por discriminatorio, aunque considera que no es de recibo "pasar de un Estado confesional a un Estado pluriconfesional". También constata negativamente el hecho de que todas las constituciones españolas, salvo la de la II República, hayan hecho un hueco a la religión, es decir, a la Iglesia católica. "La transición hacia el Estado laico está pendiente", afirma. Para ello, para emprender ese camino -¿sin retorno?-, el diputado socialista propone los siguientes pasos: "Primero, una ley de libertad religiosa real, donde no sólo esté garantizada la libertad de creencia, sino también la igualdad de las creencias. Segundo, la revisión de los acuerdos con la Santa Sede. Por último, un estatuto de laicidad que garantice la neutralidad de las confesiones". "No hay un género intermedio entre Estado aconfesional y Estado laico".


De todos los vínculos existentes entre la Iglesia y el Estado, el de la financiación de la primera supone, para algunos, una muestra de anticonstitucionalidad. El nuevo modelo de asignación tributaria, aprobado en 2006 y que se aplicará este año por primera vez en la declaración de la renta de 2007, consiste en un porcentaje fijo (el 0,7% del IRPF) y entra en vigor sin fecha de caducidad. Para el jurista Alejandro Torres, "eso hace pensar que será una asignación por tiempo indefinido, lo que convierte en letra muerta el compromiso de autofinanciación que la Iglesia suscribió en 1979". Ese año, el Estado y la Santa Sede firmaron unos acuerdos que sustituían al Concordato de 1953, y que siguen vigentes como marco de relación.


Torres, profesor de Derecho Público de la Universidad Pública de Navarra, no duda en calificar de anticonstitucional este modelo. "Además de que supone una minoración de los ingresos públicos -el Estado deja de ingresar el 0,7%-, es discriminatorio para el resto de confesiones religiosas, que reciben mucho menos dinero y además con un ámbito de aplicación más restringido: por ejemplo, no pueden pagar a sus ministros. La Iglesia católica, en cambio, no tiene ninguna limitación a la hora de gastarlo".


Se calcula que la Iglesia va a recibir por esta vía unos 144 millones de euros. Eso equivale, por ejemplo, a 40.932 nuevas plazas de escuela (con un coste estimado de 3.518 euros cada una); 48 kilómetros de autovía (a tres millones de euros el promedio), o dos hospitales como el nuevo de Ceuta, con 240 camas y un coste de 78 millones de euros.


Con todo, según algunas fuentes, el precio de no ingresar esa cantidad -o, al revés, de no acometer obras y servicios públicos por ese importe- merece la pena en términos políticos, es decir, electorales. "La cara amable del Estado tiene un coste, y es no ingresar el 100% del IRPF. Para hacerlo, habría que revisar los acuerdos de 1979, y ello tendría un alto precio político", subraya Torres.


A menos de dos meses de las generales, la mayoría de los partidos prefiere no entrar al trapo. Preguntado por el nuevo modelo de financiación, el Partido Popular responde con un escueto: "El PP es respetuoso con ese acuerdo". El PSOE se debate entre corrientes internas prolaicistas y el discurso oficial: no habrá revisión de los acuerdos, según afirmó la vicepresidenta del Gobierno, María Teresa Fernández de la Vega, en el Congreso. "El horizonte de autofinanciación no tiene plazo, por lo que no hay incumplimiento ninguno", señala Diego López Garrido, portavoz del grupo parlamentario socialista en la última legislatura. "El dinero se detrae de las arcas públicas, es cierto, por lo que el Estado sí financia claramente. Pero ya no está obligado a complementar, con una asignación suplementaria, lo que la Iglesia sacaba de las crucecitas [la casilla de la renta]. Y no es un modelo anticonstitucional en absoluto. El artículo 16.3 sostiene que el Estado ha de tener unas relaciones especiales con la Iglesia católica, mayoritaria en España, así que no es para comprar a la Iglesia, que nunca ha sido más beligerante con el Gobierno que ahora", concluye López Garrido.


Izquierda Unida ha solicitado en varias ocasiones la revisión de los acuerdos. Joan Herrera, de IU-ICV, considera "una gran trampa" el modelo de financiación. "Consolidamos los privilegios de la Iglesia con un modelo que no sólo consagra la confesionalidad, sino que también resulta discriminatorio para otras confesiones. Hay que recordar que la Iglesia recibe un tratamiento fiscal privilegiado en impuestos como el de sucesiones o en las donaciones. El Gobierno se ha rendido", concluye Herrera.


Citar a la Conferencia Episcopal Española (CEE) a estas alturas del reportaje no es gratuito, ni fruto de la intención o el despiste. A finales de 2007, la CEE lanzó una campaña publicitaria para el sostenimiento económico de la Iglesia, para concienciar a los fieles de la necesidad de su contribución. Pero a la hora de pronunciarse sobre el modelo de financiación o el sostenimiento de la institución, la CEE declina hacer declaraciones y remite a EL PAÍS a unos folletos con datos económicos sobre lo que ahorra al Estado su labor asistencial y educativa, según algunos cálculos hasta 8.000 millones de euros.


La de la jerarquía no es, sin embargo, la única postura de la Iglesia española. Movimientos de base como Redes Cristianas se han manifestado en contra de la financiación. "Como católicos y como ciudadanos, pedimos que se revisen los vigentes acuerdos entre la Santa Sede y el Estado, que afectan también a otros aspectos. Además de los sueldos de obispos y sacerdotes, el Estado paga los salarios de más de 30.000 profesores de religión, los capellanes castrenses son igualmente remunerados por el Estado y su estatus debería ser también revisado, la existencia de la clase de religión en la escuela pública es objeto de controversia, etcétera", señala Evaristo Villar, portavoz de Redes Cristianas. "Después de tantos años de democracia, ¿no vamos a ser capaces de revisarlos en un ambiente de objetividad y equilibrio?", lanza al aire Villar. "En una sociedad democrática no confesional, la Iglesia católica -como cualquier otro grupo o colectivo- debe participar en la vida social española sin ningún privilegio ni acuerdo que pueda suponer un trato discriminatorio". En Alemania, por ejemplo, el kirchensteuer -impuesto religioso- permite a los länder cobrar a las iglesias por el servicio de recaudación; los contribuyentes pagan sólo si pertenecen a una confesión.


El nuevo modelo de financiación "suprime la ayuda directa que el Estado completaba a lo recaudado por la asignación tributaria a la jerarquía católica, pero aumenta esta última -cuando se marca la casilla correspondiente- del 0,52% al 0,7%. Se mantiene, por tanto, la idea de que la Iglesia está lejos de autofinanciarse y sigue pidiendo al Estado que contribuya a su mantenimiento", añaden desde Redes Cristianas. La cuestión económica sale a relucir de continuo como los meandros del Guadiana, y siempre con nombre y apellidos: autofinanciación. ¿Es ésta la clave para alcanzar la completa separación de poderes? Según algunos autores, la Iglesia se autofinancia con recursos propios en torno al 75%, aunque algunas diócesis estarían cerca del objetivo deseado. "Las diócesis más ricas, como las catalanas, las vascas o la de Madrid, podrían acercarse al 90% de autofinanciación. Las más pequeñas, las ubicadas en zonas remotas o rurales, como las de Ciudad Rodrigo y Astorga o incluso la de Valladolid, dependen mucho de la asignación tributaria", afirma José Miguel Rodríguez, profesor de Economía Financiera y Contabilidad de la Universidad de Valladolid. "De todos modos, la cantidad que hoy recibe la Iglesia católica, que no llega a los 150 millones de euros, no es tan importante como para que no puedan asumirla los propios fieles". La ausencia de datos claros y transparentes -"no hay depósito público de las cuentas de la Iglesia", recuerda Rodríguez- añade opacidad a una cuestión peliaguda: los límites de la "colaboración especial" con la Iglesia que consagra la Carta Magna.





"El mundo de los jóvenes: ¿Quiénes son? ¿Qué buscan?"

Tony Anatrella



Intervención pronunciada por Tony Anatrella, psicoanalista francés, especialista en psiquiatría social, sobre «El mundo de los jóvenes: ¿quiénes son? ¿Qué buscan?», publicada en un encuentro de preparación de las Jornadas Mundiales de la Juventud de Colonia (15 al 21 de agosto de 2005), organizado por el Consejo Pontificio para los Laicos.

Introducción

Se me ha pedido trazar el perfil de los jóvenes de hoy desde un punto de vista sociológico y psicológico, subrayando cómo los jóvenes pueden ser influidos por movimientos ideológicos y cómo se ponen en contacto con la Iglesia. Esta es una tarea vasta y ambiciosa que intentaré respetar respondiendo de manera sintética.

Hablaré de los jóvenes a partir de mi experiencia psicoanalítica y psiquiátrica del mundo occidental. Hay que estar muy atentos cuando se habla de los jóvenes para no caer en la generalización: por lo tanto, en base a vuestros orígenes culturales os ruego me confirméis o complementéis cuanto diré. Aún se pueden constatar trazos comunes en la psicología y en la sociología de los jóvenes del mundo entero. El peso del modelo económico del liberalismo, de la globalización, de los cambios en la pareja y la familia, de las representaciones de la sexualidad, del impacto de la música, de la televisión, del cine y de Internet influyen y unifican considerable-mente la mentalidad juvenil de casi todos los países.


Los jóvenes manifiestan una variada fragilidad aunque permanezcan abiertos, disponibles y generosos. Ya no pesan sobre ellos ideologías como en las generaciones precedentes. Aspiran a relaciones auténticas y están en búsqueda de la verdad, pero al no encontrarlas en la realidad, esperan encontrarlas en su propio interior. Tal actitud los predispone a replegarse dentro de sus propias sensaciones y del individualismo, poniendo a su disposición el vínculo social y el sentido del interés general. Aunque el contexto social no les ayuda a desarrollar una verdadera y propia dimensión espiritual, están dispuestos a comprometerse con algunas causas más grandes que las suyas.


1. ¿Quiénes son?

Los jóvenes que aquí nos interesan son aquéllos entre los 18 y 30 años, es decir, se encuentran en la edad post-adolescente y quieren hacerse psicológicamente autónomos buscando al mismo tiempo afirmar el propio yo. Para ser más precisos, cada uno de ellos necesita poder ser él mismo y renunciar a la educación recibida y a las presiones sociales. Los jóvenes en cuestión pueden estar bastante insertos en el campo del estudio o en una actividad profesional, mientras algunos pueden encontrarse en situaciones profesionales o personales bastante precarias: desocupación, inestabilidad psicológica, comportamientos disgregados y numerosos problemas de la vida. A menudo expresan el deseo de tener fe en sí mismos, quieren liberarse de las dudas respecto a la existencia y de los miedos ligados a la idea de un compromiso afectivo. A veces piden ayuda a sus padres, a pesar de experimentar una cierta incomodidad en el trato con ellos. La mayor parte de ellos sigue viviendo con sus padres[1], mientras otros, a pesar de vivir solos, aún son dependientes. A menudo tienen necesidad de ser apoyados cuando se encuentran confrontados con la realidad, para poderse aceptar, para aceptar la vida y comenzar a actuar[2] en la realidad.

Igualmente están en búsqueda de las razones para la vida sobre las que construir la existencia: la mayoría está lejos de preocupaciones religiosas y a menudo reconoce no haber sido sensibilizada ni educada en este campo. Aún les impresiona a estos jóvenes el fenómeno sectario, el terrorismo y la guerra, que les da una visión inquietante y conflictiva de la religión, en particular el Islam. La religión los atrae y al mismo tiempo los inquieta, sobre todo cuando es presentada como fuente de conflictos en el mundo, cosa que es un error de interpretación, porque los conflictos en cuestión son de origen político y económico. Debemos aprender siempre a vivir los unos con los otros. Por último, su conocimiento de la fe cristiana y de la Iglesia queda ligada a un cliché y a la reconstrucción intelectual que circulan en las representaciones sociales, en la ciencia ficción de la televisión y del cine.

En una sociedad que, por diversas razones, cultiva la duda y el cinismo, el miedo y la impotencia, la inmadurez y el infantilismo, los jóvenes tienden a asirse a modalidades de gratificaciones primarias y tienen dificultad en madurar, entendiendo por madurez la personalidad que ha completado la organización de las funciones basilares de la vida psíquica y que por lo tanto es capaz de diferenciar la propia vida interior del mundo externo. Muchos jóvenes, que aún permanecen en una psicología de fusión, tienen dificultad en realizar esta diferenciación; aquello que sienten e imaginan, a menudo es sustituido por los hechos y la realidad del mundo externo. Este fenómeno es ampliado y alimentado por la psicología mediática, que inerva hoy los ánimos y el universo virtual, creado por videojuegos y el Internet. Todo esto los predispone a vivir en lo imaginario y en un mundo virtual, sin contacto con la realidad la que no han aprendido a conocer y que los delude y deprime. Tienen un acercamiento lúdico a la vida, con la necesidad de ir de juerga, sobre todo los fines de semana, sin saber bien por qué; pero de este modo buscan ambientes totalizantes y sensaciones que les dan la impresión de que existen. Queda aún por verificar si estas experiencias crean o no relaciones verdaderas y contribuyen al enriquecimiento afectivo e intelectual de su personalidad. Finalmente, son ambivalentes porque quieren encontrar el modo tanto de entrar en la realidad como de huir de ella.

Los jóvenes de hoy son como las generaciones precedentes: capaces de ser generosos, solidarios y comprometidos con causas que los movilizan, pero tienen menos referencias sociales y sentido de pertenencia que sus predecesores. Son individualistas, quieren hacer su propia elección sin tener en cuenta el conjunto de los valores, de las ideas o de las leyes comunes. Toman sus puntos de referencia de donde sea para después experimentarlos en su modo de vivir. Tienden con facilidad al igualitarismo y a la tolerancia, embebidos de la moda y de los mensajes impuestos por los modos mediáticos, que de hecho les sirve de norma en la cual se basan. Corren el peligro de caer en el conformismo de las modas, como las esponjas que se dejan impregnar, en vez de construir su libertad partiendo de las razones para vivir y amar, hecho que explica su fragilidad afectiva y la duda sobre ellos mismos en la que se debaten.

Su vida afectiva está marcada por muchas dudas, comenzando por aquéllas sobre la identidad, el sexo, la familia. A veces experimentan una gran confusión respecto a los sentimientos y no saben distinguir entre una atracción a nivel de amistad y una tendencia homosexual. La coeducación, en la que han vivido desde la infancia, puede complicar en el momento de la post-adolescencia la relación entre hombre y mujer. Por último, el considerable aumento de los divorcios no favorece la fe en el otro ni en el futuro.


Estas personalidades son el resultado de una educación, de una escolarización, y a veces de una catequesis que no forman suficientemente la inteligencia. Han sido acostumbradas a vivir constantemente a nivel afectivo y sensorial, en detrimento de la razón en cuanto a conocimiento, memoria y reflexión. Se mantienen cerca de todo tipo de sensaciones, como las que han probado a través de la droga. En vez de decir: "Pienso, luego existo", afirman con su comportamiento: "pruebo las sensaciones, luego estoy calmado".

Cuando encuentran adultos que de verdad lo son, que están en el puesto correcto y que son en grado de transmitirles los valores de la vida, tal como lo sabe hacer el Papa Juan Pablo II, escuchan lo que se les transmite sobre la experiencia cristiana, a la espera de poder a su vez inspirarse en ella.



2. Un contexto social que favorece la dependencia psicológica

Nos encontramos en una atmósfera verdaderamente paradójica que afecta casi todas las áreas culturales: por un lado se les quiere hacer autónomos a los niños cuanto antes, ya desde la cuna y la guardería, y por el otro lado se ven adolescentes, y sobre todo post-adolescentes, que se esfuerzan por llevar a cabo las operaciones psíquicas de la separación, aunque desean hacerlo con palabras. Para liberarse de esta dificultad, buscan apoyos psicológicos, sociales y espirituales en los cuales apoyarse.



2.1 Una sociedad que favorece el infantilismo

La educación contemporánea produce sujetos demasiado apegados a las personas y a las cosas, por lo tanto, aunque lo niegue produce seres dependientes. Durante la infancia sus deseos y expectativas han sido de tal manera estimulados a costa de la realidad externa y de las exigencias objetivas, que terminan por creer que todo es maleable sólo en función de los propios intereses subjetivos. Después, al inicio de la adolescencia, a falta de recursos suficientes y de un puntal interior, intentan desarrollar lazos de dependencia en la relación con el grupo o la pareja. Si he inventado la expresión de "pareja- bebé"[3], lo he hecho precisamente para designar su economía afectiva, que no siempre se distingue entre sexualidad infantil y sexualidad relativa al objeto. De hecho pasan del apego a los padres al apego sentimental, quedándose siempre en la misma economía afectiva.

Preocupándose justamente de la calidad de la relación con el niño, la educación se ha centrado demasiado en el bienestar afectivo, a veces a costa de la realidad, del saber, de los códices culturales y de los valores morales, sin ayudar a los jóvenes a edificarse interiormente. Por consiguiente, tienden más a una expansión narcisista que a un verdadero y auténtico desarrollo personal, que a menudo crea personalidades ciertamente moldeables y simpáticas, pero a menudo también superficiales e incluso insignificantes, que no siempre tienen el sentido del límite y de la realidad. Pueden ser descarados, a veces demasiado familiares, confundiendo el códice personal con el social, olvidándose del sentido de la jerarquía, de la autoridad, de lo sacro y de las formas y las reglas del "cómo se debe hablar". Algunos ni han aprendido las reglas de la convivencia social, comenzando por aquéllas del código vial y terminando con los ritos de la vida familiar y social.

Los adultos que han hecho de todo para que no les faltase nada, inducen a los jóvenes a que crean que tienen que satisfacer cada uno de sus deseos, confundiéndolos con la necesidad; los deseos, en cambio, no son destinados para ser realizados, pues son únicamente fuente de inspiración. Al no haber hecho la experiencia de la falta, de la cual se elaboran los deseos, los jóvenes son indecisos e inciertos y por ello les cuesta diferenciarse y destacarse de los objetos primarios para vivir la propia vida. Crecer implica separarse psicológicamente, abandonar la infancia y la adolescencia; pero para muchos tal separación es difícil porque los espacios psíquicos entre padres e hijos se confunden.

Significativa es la experiencia de Laurent, 28 años, casado y padre de un niño:

"Me clasifican de adulto, pero no me reconozco como tal, y el mundo de los adultos no me interesa. Tengo dificultad en hacer mía esta dimensión. Para mí, los adultos son mis padres. Estoy en contradicción conmigo mismo: interiormente me veo como un niño o un adolescente, con angustias terribles, pero hacia afuera ya soy un adulto y en el trabajo me consideran como tal. En la sociedad nada nos ayuda a hacernos adultos."

También es verdad que, al magnificar la infancia y la adolescencia, la sociedad deja entender que no quiere crecer y existir como adulto, de modo que es difícil liberarse de los modos de gratificación de la infancia para acceder a satisfacciones superiores.



2.2 Una esperanza de vida más larga

El alargamiento de la vida deja suponer que el individuo tenga todo el tiempo para prepararse a vivir una vida comprometida. La esperanza de vida crea por lo tanto hoy más que en el pasado las condiciones objetivas para poder permanecer joven, entendiendo la juventud como el período de la indecisión, si no de la indistinción, entre uno mismo, los demás y la realidad, o aún de la indiferenciación sexual , con la ilusión de que la mayor parte de las posibilidades se quedarán siempre abiertas. Esta vaga concepción de la existencia, propia de la adolescencia, es muy preocupante cuando continúa en los post-adolescentes, tan inciertos en sus motivaciones al no tener fe en sí mismos. Algunos sufren de este estado de cosas, temiendo incluso una cierta despersonalización en el trato con los demás. Muchos postergan los plazos y viven de modo provisional, sin saber si podrán continuar con lo que han empezado en los diversos ámbitos de la existencia. Otros aún viven la época de la juventud como finalidad en sí y como un estado duradero.

En efecto, hoy hay jóvenes metidos en procesos de maduración que requieren mucho tiempo y se caracterizan por una condición de moratoria, es decir, por una suspensión de los plazos y de las obligaciones ligadas al paso hacia la vida adulta. Aquéllos, a los que no les interesa particularmente hacerse adultos[4], no viven su juventud como una fase propedéutica para el ingreso de la vida adulta, sino como un tiempo que tiene validez en sí. En el pasado, en cambio, el período de la juventud se vivía en función de la vida sucesiva y de una existencia autónoma: la juventud era, por lo tanto, una etapa preparatoria. En nuestros días, una juventud así prolongada provoca una cierta indeterminación en la elección del tipo de vida. Algunos prefieren postergar los plazos definitivos y atrasar así el ingreso en la vida adulta o la asunción de compromisos definitivos. Al no preguntarse sobre sus problemas de autonomía, no se sienten obligados a hacer elecciones fundamentales. Por otro lado, en diversos sectores de la vida se nota una fuerte tendencia a la experimentación: así los jóvenes pueden dejar la familia, pero vuelven a ella después de un fracaso o una dificultad. La diferencia principal respecto a la mayor parte de las generaciones precedentes (que hacían una elección precisa con una prioridad precisa) consiste en la propensión de vivir contemporáneamente diversos aspectos de la vida, aspectos a veces contradictorios, sin jerarquizar las propias necesidades y valores. Algunos jóvenes son hoy muy dependientes de la necesidad de hacer experiencias porque, por la falta de transmisión de valores, piensan que no se sabe nada de esta vida y que todo aún se debe descubrir e "inventar". Por eso, a menudo presentan una identidad vaga y flexible frente a la multiplicidad de las solicitudes contemporáneas, sean éstas regresivas o, por el contrario, enriquecedoras.



2.3 Una infancia acortada por una adolescencia más larga

¡Una de las mayores paradojas de nuestra sociedad occidental consiste en hacer crecer a los niños demasiado rápido, animándolos al mismo tiempo a permanecer adolescentes el mayor tiempo posible![5]

Se incita a los niños a tener comportamientos de adolescentes cuando aún no tienen las competencias psicológicas para asumirlos. De ese modo, desarrollan una precocidad que no es fuente de madurez, saltándose las tareas psicológicas propias de la infancia, lo que les puede perjudicar en su futura autonomía, como lo demuestra la multiplicación de los estados depresivos de muchos jóvenes.

Los mismos post-adolescentes se lamentan de una falta de puntales interiores y sociales, en particular aquéllos que, después de largos estudios, se embarcan en empresas con su diploma recién sacado y deben de repente asumir responsabilidades. En algunos jóvenes, entre los 26 y 35 años, se detecta una serie de depresiones existenciales, porque no tienen imágenes-guía de la vida adulta que les ayuden a poner su existencia en armonía con la realidad.

El tiempo de la juventud siempre se ha caracterizado por una cierta inmadurez: ciertamente esto no es ninguna novedad. En cierta época esta inmadurez era compensada por la sociedad que se ponía más de lado de los adultos, incitándolos por lo tanto a crecer y a alcanzar la realidad de la vida. Hoy, por el contrario, la sociedad no sólo ofrece menos apoyo dejando que cada uno se las arregle por sí mismo, sino que les hace incluso creer que se puede permanecer en los primeros estadios de la vida sin tener que elaborarlos ni tener que vivir demasiado pronto un cierto número de experiencias. Hay que decir a un adolescente, que asume conductas precoces, que no tiene la edad para hacerlo, situándolo así en una óptica histórica de evolución y maduración. Es de este modo que se adquiere la madurez temporal.


3. Las tareas psíquicas a desarrollar

Desde hace algunos años observamos atrasos en la formación de la personalidad juvenil. La mayor parte de los adolescentes[6] vive bastante bien el proceso de la pubertad y de la adolescencia propiamente dicha, sin tener verdaderas dificultades, salvo alguna rara excepción. Por el contrario, la situación de los post-adolescentes entre los 22 y 30 años, es a menudo más delicada, subjetivamente conflictiva y atormentada por luchas psíquicas que antes aparecían y se trataban en la adolescencia (18-22 años). A la confrontación entre la representación de sí mismo y la vida se suma ahora un conflicto interno.



3.1 La fe en sí mismo

La necesidad de conocerse y de tener confianza en sí mismo es una aspiración propia de esta fase de la vida. Pero bajo el peso de los interrogativos no resueltos y de los fracasos, el sentido de sí mismo se puede volver a poner en discusión. De repente el sujeto se siente más frágil porque ya no es capaz de asegurar, como en el pasado, la propia continuidad. Por ello intenta ser él mismo y se hace muy sensible a todo aquello que no es auténtico en él.

El desarrollo psicológico de la post-adolescencia se efectúa esencialmente en la articulación de la vida psíquica con el ambiente circundante, que puede suscitar y reactivar angustias e inhibiciones ligadas, por ejemplo, a un sentido de impotencia que se traduce en el temor de no poder acceder a la realidad y por ello en la autoagresión o en la agresión de las figuras parentales extendidas al mundo de los adultos. Esto incluso puede favorecer una actitud anti-institucional o anti-social, pero también puede hacer surgir el problema de la capacidad de valorarse (ligada a la estima o al desprecio de sí mismo) y la necesidad de ser reconocido por los padres, sobre todo por el padre. El sujeto puede estar aún más centrado en sí mismo evitando la realidad externa, que a veces está poco o mal interiorizada: la prueba de la realidad da miedo. Pero cuando choca con los límites de lo real, arriesga de perder el propio equilibrio y de ceder a pensamientos depresivos, sin poderse identificar con objetos que despierten su interés o su amor. Uno de estos límites es el del tiempo.

La catequesis puede ayudar a los jóvenes a aprender y a amar la vida, a imagen de Cristo, que se ha encarnado en el mundo revelándonos que somos llamados por Dios a la vida y al amor.


3.2 La relación con el tiempo

El post-adolescente a menudo está empeñado en una tarea psíquica que le permitirá acceder a la madurez temporal, la que no obstante entre los 24 y 30 años presentará también una dificultad. A veces, en vez de conjugar su existencia asociando el pasado, presente y futuro, algunos jóvenes la viven en un hoy ilimitado, yendo de un instante al otro, de un acontecimiento al otro, de situaciones y decisiones tomadas en el último minuto hasta el momento en que se interrogan sobre la coherencia entre todas las cosas que viven, a menos que no inventen otras divisiones que no les ayudarán a hacer la síntesis en ellos mismos.

La inmadurez temporal no siempre permite proyectarse en el futuro, futuro que puede angustiar a los post-adolescentes no a causa de una incerteza social y económica, sino porque, psicológicamente hablando, no saben anticipar ni valorar los proyectos ni las consecuencias de la circunstancias y de sus acciones, porque viven únicamente en el presente. Cuando aún no han llegado a la madurez temporal, a algunos post-adolescentes les cuesta desarrollar una conciencia histórica. No saben inserir su existencia en el tiempo - o temen de hacerlo - y por ello son incapaces de tener el sentido del compromiso en muchísimos campos. Viven con mayor facilidad en la contingencia y en la intensidad de una situación particular que en la constancia y continuidad de una vida que se elabora en el tiempo. Lo cotidiano aparece como la espera de un momento excepcional, en vez de ser el espacio en el que se teje el compromiso existencial.

El aprendizaje del sentido del compromiso inicia con el desarrollo de una solidaridad y de proyectos en el ámbito de la comunidad cristiana al servicio de los demás. Tal aprendizaje del compromiso, entendido como entrada en la historia, puede ser estimulado por el descubrimiento y la reflexión en torno a la historia de la salvación en Jesucristo.





3.3 Ocupar el propio espacio interior

A muchos jóvenes les cuesta llenar su vida psicológica y espacio interior. Incluso se pueden sentir incómodos al probar dentro de sí diversas sensaciones que no saben identificar o, por el contrario, al buscarlas fuera de las relaciones y de las actividades humanas.

Nos encontramos cada vez más ante personalidades impulsivas, muy ocupadas en hacer cosas, pero que difícilmente saben, en el mejor de los casos, cómo se debe tomar la acción y relacionarla con la reflexión. Puesto que no disponen de recursos internos y culturales, ni saben hacer funcionar la mente, se lamentan a menudo de la falta de concentración y de la dificultad de un trabajo intelectual continuo a largo plazo, demostrando así la pobreza de su interioridad y de los cambios inter-psíquicos; la reflexión los preocupa. Tienen la necesidad de educar la propia voluntad que amenaza con ser inconstante y frágil.

Ponerlos frente a interrogativos o ante algunos problemas que deben afrontar les desespera, como es el uso de la droga con la que quieren animarse, controlarse u obtener los mejor de sí mismos. Prefieren refugiarse en la acción y utilizan en modo repetitivo el pasar al acto, no para obtener un placer, sino para descargar la tensión interior, para partir de cero, para no experimentar más tensiones dentro de sí. De este modo no sólo descartan lo que sucede dentro de ellos, sino también su propia actividad interna.

En los post-adolescentes a menudo se nota la falta de objetos de identificación fiables y válidos, que les ayude a desarrollar un material psíquico con el que construir su interioridad. Aquí nos encontramos con el problema de la transmisión en el mundo contemporáneo: transmisión cultural, moral y religiosa. La carencia de interioridad favorece psicologías ansiógenas, más prontas a responder a los estados primarios de la pulsión que a empeñarse en la formación interior[7]. Pero la inmensa mayoría se busca un pretexto en la propia existencia para alimentarse intelectualmente; lo hace más a partir de lo que percibe subjetivamente que inspirándose en las grandes tradiciones religiosas o morales, de las que permanece relativamente distante.

Tienen un modo de pensar narcisista, en el que cada uno debe bastar se a sí mismo y debe reconducir todo a uno mismo, según la moda actual del "todo psicológico", la cual quiere hacer creer que es posible hacerse a uno mismo, inspirándose más en las propias emociones y sensaciones que en los principios de la razón, en una palabra inteligible como la de la fe cristiana y de los valores de la vida. La mínima dificultad existencial es etiquetada con términos psicopatológicos que debería ser tratada con la psicoterapia: es un error de la perspectiva que se infiltra en el acompañamiento psico-espiritual o en los ritos de curación. De hecho es aberrante querer afrontar los dos discursos, el psicológico y el religioso, desde el ángulo de la psicoterapia. También el tema de la "resiliencia"[8] es la nueva ilusión de las personalidades narcisistas. Por otro lado se trata de una noción confusa que busca tener en cuenta el hecho de que algunos individuos se las arreglan mejor que otros, mientras que el cristianismo, desde hace mucho tiempo, ha demostrado que la persona no se reduce a su propio determinismo. En un mundo privo de recursos morales y religiosos, la "resiliencia" será pronto superada, porque, para propagarse necesita un dinamismo interior que no se puede constituir y nutrir si no es mediante el aporte del mundo externo. El sujeto no puede organizar su propia vida interior en un cara a cara consigo mismo, sino sólo en la interacción con una dimensión objetiva.

Así la catequesis y la educación religiosa corren el riesgo de adoptar el subjetivismo imperante, sobre todo ahora que se afirma que no hay una "revelación objetiva" de la palabra de Dios, sino que ésta puede manifestarse sólo en la fe vivida subjetivamente. En este contexto, Jesús no es otro que uno de tantos "profetas" o "sabios", completamente apartado de su papel de mediador entre el Padre y los hombres, en cuanto Hijo de Dios. Influidos por una visión imanente y subjetiva de Dios, tan vecina a la de una divinidad pagana, los jóvenes se comprometen en las catequesis escolares y universitarias, en el diálogo interreligioso (confundido con una especie de ecumenismo) sin estar estructuradas en la fe cristiana; mezclan las ideas de las diferentes confesiones, como si se tratase de la misma representación de Dios. Al no haber interiorizado la inteligencia de la fe en el Dios trino, construyen un discurso religioso sobre el modelo de los mecanismos de la relación de fusión, entregándose a la tolerancia, a la confusión de los espacios, al igualitarismo para no diferenciarse, y también a un modo de expresarse de manera sensorial. Pero las diferentes ideas sobre la representación de Dios, según las diversas confesiones religiosas, no dan el mismo sentido del hombre, de la vida social y de la fe.

La mayor parte de la sociedad occidental no ha querido efectuar la transmisión hasta poner en duda los fundamentos sobre los cuales ésta se ha desarrollado. La dimensión cristiana a menudo ha sido excluida, mientras - por el contrario - contribuye en la edificación del vínculo social y en la constitución de la vida interior de los individuos. La crisis de la interioridad contemporánea comienza precisamente con carencia de iniciación para después perderse en el individualismo y subjetivismo psicológico. La psicologización ideológica de la sociedad es desestructurante porque los individuos no hacen otra cosa que contarse cosas y analizarse hasta el desvanecimiento. La reflexión subjetiva, que en ciertos casos puede ser necesaria, nunca es exclusiva: hace falta poder construir la propia existencia teniendo en cuenta también otra dimensión que no sea la de uno mismo, dimensión que a su vez revela y dinamiza al individuo, dimensión que es social, cultural, moral y religiosa. Hace falta poder concebir la propia vida en un contexto de todas estas realidades, sin encerrarse en las propuestas psicológicas tan de moda hoy en día.

La catequesis, la educación para el sentido de la oración y de la vida litúrgica y sacramental puede hacer mucho para ayudar a los jóvenes a apropiarse de su interioridad, de su espacio psíquico y físico. Los ritos, las insignias y los símbolos cristianos pueden participar en esta construcción interior y precisamente por esto son tan apreciados por los jóvenes, para sorpresa de los adultos. La vida interior se constituye así en relación con una realidad y una presencia externa. La Palabra de Dios, transmitida por la Iglesia, desempeña este papel poniendo a los jóvenes en relación con Dios, que se puede encontrar a través de las mediaciones humanas inauguradas por Cristo, que de este modo se han convertido en signo de su presencia. En la oración confiada, guiada y sostenida por la Iglesia, se establece una relación privilegiada entre Dios y aquellos que Él llama para que lo conozcan. La experiencia orante es el crisol de la interioridad humana como en tantas ocasiones lo ha demostrado la JMJ. Es por lo tanto en esta línea en la que se debe continuar con el esfuerzo educativo.


4. La vida afectiva de los jóvenes

4.1 Estado general de la afectividad

Las psicologías contemporáneas están influidas por representaciones sociales centradas en una vida afectiva y sexual fragmentada. La expresión afectiva debe ser inmediata, como una llamada telefónica o una conexión por Internet, sin respetar los términos y el sentido de la construcción de una relación. También las imágenes de los medios de comunicación y de las películas se caracterizan actualmente por una expresión sexual fácil, de fusión y del momento.

Algunos jóvenes también están condicionados por la separación y el divorcio de sus padres, que en lo profundo de su vida psíquica han imprimido la desilusión y la falta de confianza en el otro y a veces en el futuro. Las personalidades actuales reivindican la autonomía, mas no saben separarse de los objetos infantiles. El problema es trasladado a las personas, de las cuales se separan cuando apenas surge un problema. Paradójicamente, los jóvenes manifiestan también el miedo de ser rechazados, unido a la necesidad de ser tranquilizado por la imagen que les es remitida por los demás. Esta actitud es el resultado del tipo de vida familiar fragmentada que se está difundiendo en el occidente.

Finalmente, son bastante influidos por el exhibicionismo sexual que se ensaña por medio de la pornografía y la banalización de una sexualidad impulsiva y anti-relacional. Estudios recientes han mostrado que el 75% de las películas que se ven en la televisión por cable son pornográficas, con escenas cada vez más violentas y agresivas, porcentaje que aumenta hasta un 92% entre los clientes de los hoteles. La proliferación de imágenes sexuales demuestra que vivimos en una sociedad erótica, que permanentemente excita a los individuos desde el punto de vista sexual, condicionando fuertemente la elaboración de la sexualidad juvenil. Muchos jóvenes, de hecho, visitan las páginas web pornográficas, y algunos de ellos, así alimentados, se encierran en una sexualidad imaginaria y violenta, en la que domina una masturbación vivida como fracaso de llegar al otro y que por lo tanto puede complicar la elaboración del impulso sexual. La masturbación, si dura en el tiempo, es siempre síntoma de un problema afectivo y de una falta de madurez sexual: la posterior vida de pareja, en su expresión sexual, puede resentirse de esta dependencia de una sexualidad narcisista.

La mayor parte de los jóvenes aún es sensible a un discurso que revele el sentido del amor humano, de pareja y de la familia, hecho que manifiesta la necesidad de aprender a amar y de ser creadores de relaciones y de vida.


4.2 De la coeducación a la relación unisexuada

Los jóvenes están acostumbrados a una forma de coeducación de ambos sexos que no contribuye, como se había esperado, al desarrollo de una relación igualitaria y de mejor cualidad entre el hombre y la mujer, por el contrario, ha favorecido la confusión de la identidad sexual y de la vacilación en las relaciones. Recojamos aquí los frutos ideológicos del feminismo que confunde la igualdad de sexos, que no existe, con la de las personas. El feminismo norteamericano y conductual ha empujado al odio hacia el hombre y al rechazo de la procreación, animando al puritanismo y a nuevas inhibiciones, interpretando el mínimo gesto, palabra o mirada como un intento de agresión, de acoso sexual o incluso de estupro. Además de estas aberraciones, que se incluyen cada vez más en las leyes europeas, se ha presentado la procreación como una limitación para la mujer y como una dimensión que no debe entrar en la definición de la femineidad. La coeducación ha sido condicionada por este feminismo, que no ha preparado a los jóvenes para que aprendieran a vivir una relación de pareja formada por un hombre y una mujer, y por ello es una coeducación que oscila entre la unisexualidad (confusión sexual) y el alejamiento de los individuos (celibato y aislamiento).

La mayor parte de los post-adolescentes ha pasado la infancia en el universo de la coeducación. Era fácil de prever[9] que la coeducación, que nunca se había pensado en términos de psicología diferencial y de pedagogía, diera origen a nuevas inhibiciones entre chicos y chicas y a la alteración de los vínculos sociales. Hoy apenas se comienza a prestar atención a los interrogativos que suscita y a salir del moralismo que la ha provocado. Hay edades en las que la coeducación es más indicada que otro tipo de educación. La experiencia demuestra una vez más que durante la adolescencia ésta es un freno y que impide el desarrollo de la inteligencia, de la afectividad y de la sexualidad. A menudo termina por ser vivida por medio de la seducción y agresión sexual o, por el contrario, algunos jóvenes se apartan de ahí para volverse a encontrar con los del propio sexo; este pasatiempo corresponde con la necesidad de asegurar y sostener la propia identidad, mientras que la coeducación desemboca en la confusión de los sexos. La coeducación ha favorecido la indecisión en la relación entre el hombre y la mujer durante la post-adolescencia, incluso el celibato y una forma de homosexualidad reactiva para diferenciarse, paradójicamente, del otro sexo y confirmarse en la propia identidad sexual. Los niños y los adolescentes necesitan elaborar su tendencia de fusión, mientras que la coeducación termina por encerrarlos en ésta, impidiéndoles adquirir el sentido de la diferencia sexual y de la relación entre un sujeto y otro.

Así algunos han podido vivir durante la adolescencia uniones sentimentales y relaciones de pareja provisionales, o incluso experiencias sexuales. Su despertar afectivo-sexual comienza por lo tanto por medio de elecciones sentimentales, pero que por lo general no perdurarán o que se mantendrán como relaciones fraternales sin expresión sexual. Después, en el momento de la post-adolescencia, cuando podrían comprometerse en una relación afectivo-sexual, sucede todo lo contrario. De hecho a menudo experimentan la necesidad de encontrarse entre "solteros" y con compañeros sociales del mismo sexo para compartir juntos diversas actividades y momentos de diversión. Después de haber hecho la experiencia de uniones sentimentales sin llegar a un compromiso y finalizados a manera de Edipo, en la post-adolescencia quieren vivir su vida afectiva a nivel social y de mantener las distancias en relación al sexo opuesto, cosa que no han podido hacer durante la adolescencia.


Algunos jóvenes adultos, pero también los menos jóvenes, están descubriendo la necesaria separación de los sexos. Por ejemplo, hay mujeres que tienen la necesidad de estar entre ellas para discutir sus cosas, salir o compartir actividades sólo "entre mujeres", sin sus compañeros. Los hombres a su vez hacen exactamente lo mismo, frecuentando lugares y manteniendo actividades sólo para ellos. Volvemos a encontrar este fenómeno en la nueva situación de co-inquilinos en la que los jóvenes entre 25 y 35 años, con una actividad profesional, alquilan juntos un apartamento que comparten con jóvenes del mismo sexo, pero raramente con jóvenes de ambos sexos.

Es importante que los hombres y las mujeres se puedan estructurar en su propia y respectiva identidad, y la educación debe preocuparse de esto desde la infancia.


4.3 El miedo a comprometerse

Es típico que la pareja formada por jóvenes sea incierta y temporal, cuando está fundada únicamente en la necesidad de ser protegidos y estar cobijados, y también en la inestabilidad de los sentimientos, sin que éstos estén integrados en un proyecto de vida y en el sentido del amor.

La mentalidad reinante, a su vez, tampoco simplifica la tarea de los jóvenes, porque presenta la separación y el divorcio como norma para tratar los problemas afectivos y relacionales en el ámbito de la pareja. En Francia, la ley del 1974 sobre el divorcio consensual no ha hecho más que extender y normalizar el divorcio, que sigue siendo un flagelo social. Una sociedad que pierde el sentido del compromiso y la elaboración de los conflictos y de las fases del desarrollo es una sociedad priva del sentido del futuro y de la continuidad. El divorcio se ha convertido en una de las causas de la inseguridad afectiva de los individuos que repercute en los vínculos sociales y en la visión del sentido del compromiso en todos los campos de la vida, visión esta que se transmite a los jóvenes. Queriendo facilitar cada vez más el divorcio, el poder público pierde el tiempo con el síntoma, sin ver las causas sobre las que habría que actuar, y mucho menos las consecuencias de las leyes que están minando la cohesión social.

El temor a comprometerse afectivamente domina la psicología juvenil, que es vacilante, incierta y escéptica en el sentido de una relación duradera. Los jóvenes piensan que permanecen libres al no comprometerse, y mientras actúan así terminan por rechazar la libertad, porque al comprometerse se descubren libres y se hace uso de la propia libertad. El celibato prolongado los habitúa a vivir y a organizarse por su cuenta. A algunos les cuesta aceptar la presencia continua de otro en su vida cotidiana; esto les angustia, dándoles la sensación de perder la propia libertad. Por lo tanto alternan momentos en los que viven con otros y momentos en los que viven solos. A los 35 años piensan todavía que son inmaduros y que no están preparados para comprometerse, y que aún necesitan tiempo. Pero cuánto más pasa el tiempo, menos se desarrolla su mentalidad para hacerlos capaces de relacionarse con el otro que, por otro lado, quieren amar.

Los sondeos aún demuestran que la mayoría de los jóvenes quiere casarse y fundar una familia, aunque los jóvenes no siempre sepan cómo se constituye una relación en el tiempo. Quisieran estabilizar la relación ya desde el inicio y resolver todos los problemas respecto al presente y al futuro. Sin duda los jóvenes tienen la necesidad de aprender a hacer la experiencia de la fidelidad en la vida cotidiana: es un valor que recoge el consenso unánime de los jóvenes, pero que no es valorizado por los medios contemporáneos. En el mensaje de la sociedad predominan el miedo al matrimonio y a tener hijos, hecho que no ayuda a tener fe en sí mismo y aún menos en la vida, que según ellos debería limitarse y agotarse con su historia personal.


De hecho, tanto la sociedad como sus leyes (ver en Francia el "pacs", pacto civil de solidaridad, que da un estatuto jurídico a una relación antinómica y a menudo provisional) no favorecen el sentido de la duración y del compromiso, mientras cultivan la precariedad afectiva y la fragilidad del vínculo social en vez de privilegiar el matrimonio. Sin embargo muchos jóvenes sienten la necesidad de saber perseverar frente a una concepción de tiempo breve y dividido.

Vivimos en una sociedad que siembra la duda respecto a la idea de comprometerse en el nombre del amor. Los jóvenes desean hacerlo y por ello se les debe acompañar para que puedan descubrir que es posible la fidelidad como también los caminos que conducen a ella.


4.4 La bisexualidad psíquica

El post-adolescente también debe afrontar la bisexualidad psíquica, resultado de sus identificaciones con ambos sexos y no debido al hecho de ser a la vez hombre y mujer, para así poder interiorizar la propia identidad sexual y encaminarse hacia la heterosexualidad. La bisexualidad psíquica es la capacidad de relacionarse con el otro sexo, en coherencia con la propia identidad sexual tanto en la vida afectiva como en la social. Ya lo hemos dicho, durante la post-adolescencia la vida psíquica comienza a interactuar con la realidad externa. Pero la sociedad actual mantiene una cierta confusión acerca de las dos únicas identidades sexuales existentes, aquélla del hombre y la de la mujer, mediante tendencias sexuales multíplices y prácticas sexuales relativas a la separación de las pulsiones. No hay que confundir la identidad con las orientaciones sexuales, y menos aún cuando éstas están en contradicción con la identidad sexual. En tal contexto no es fácil encontrar la propia identidad y la coherencia a nivel sexual, sobre todo cuando la homosexualidad es valorizada y presentada como una alternativa a la heterosexualidad. La elaboración de la bisexualidad psíquica corre el riesgo de comprometerse y, como las relaciones entre hombres y mujeres se complican hasta el punto de animar al celibato del 'cada uno en su casa', el modelo social de la homosexualidad es banalizado.

Muchos adolescentes y post-adolescentes son inquietos e inestables cuando se encuentran con que tienen que afrontar la bisexualidad psíquica. Algunos a veces interpretan como homosexualidad constitutiva y permanente su ambivalencia pasajera, frecuente en la adolescencia. Piensan que son homosexuales sin desearlo ni quererlo, pero a veces viven de pasada como tales para experimentar la homosexualidad, hecho que los irá minando psicológicamente. Cierto que todos los individuos han sido llevados a vivir identificaciones homosexuales para confrontar la propia identidad sexual, comenzando por el padre o la madre del mismo sexo, pero cuando estas identificaciones sufren un fracaso, corren el riesgo de ser erotizadas y desembocan en la homosexualidad. Hay que recordar que la elección del objeto homosexual, inherente a la vida psíquica, no se confunde con la homosexualidad en la cual un sujeto puede eventualmente orientarse.

La homosexualidad no es una "variante" de la sexualidad humana comparable con la heterosexualidad, pero es la expresión de una tensión conflictiva no resuelta en el ámbito de una tendencia que se aparta de la identidad sexual.

La educación al sentido del otro y al sentido de la diferencia entre el hombre y la mujer es el punto cardinal del descubrimiento del verdadero sentido de la alteridad.



5. Los jóvenes y las nuevas influencias ideológicas


El derrumbe de las ideologías políticas en provecho del liberalismo de la sociedad de consumo y del crecimiento del individualismo, han favorecido el menosprecio respecto a la actividad política y del sistema de representación democrática. Los grandes desafíos sociales han sido reemplazados por las reivindicaciones subjetivas y sectoriales.


Por otro lado se nota que la actividad política pierde crédito ante los ojos de las jóvenes generaciones cuando ya no es capaz de perseguir el interés general. La valorización del matrimonio, la familia compuesta de un hombre y una mujer con sus hijos, la escuela y la educación, la formación al sentido de la ley civil y moral, la inserción social y profesional de las nuevas generaciones, la calidad del ambiente, el sentido de la justicia y la paz, son algunos de los proyectos que hay que sostener para despertar el interés de los jóvenes en la vida política. Examinemos ahora la influencia que algunas tendencias ideológicas ejercen sobre los jóvenes.



5.1 La teoría del gender

Como ya hemos dicho, nuestra sociedad está actualmente influenciada por la confusión sexual. La teoría del gender deja entender que la diferencia sexual, o sea el hecho de ser un hombre o una mujer, es de una importancia secundaria a la hora de fundar el vínculo social y las relaciones afectivas que se contraen en le matrimonio y que contribuyen a crear una familia. Según esta teoría se debería, por el contrario, privilegiar y reconocer el género sexual, que ya no depende del género masculino o femenino, sino aquél que cada uno se construye subjetivamente y que se orienta hacia la heterosexualidad, la homosexualidad, la transexualidad. Así se podrá hablar de pareja y de familia heterosexual u homosexual, dicho de otra manera, la diferencia sexual se sustituiría por la diferencia de la sexualidad.

La teoría del gender está ampliamente difundida por la Comisión de las Poblaciones de la ONU y del Parlamento europeo para obligar a los países a que modifiquen su legislación para que reconozcan, por ejemplo, la unión homosexual o la "homogenitorialidad" mediante la adopción. Esta nueva ideología representa una verdadera manipulación semántica porque aplica la noción de pareja y de ser padres a la homosexualidad, mientras que la pareja implica la asimetría sexual y se basa sólo en la relación entre un hombre y una mujer. Además la homosexualidad no puede estar en el origen del matrimonio y del ser padres y carece de cualquier valor social. En cuanto a la problemática individual, aquélla no puede ser una norma social reconocida como valor a partir de la cual se eduque a los hijos.

La educación tiene que tener como meta la renovación de una civilización fundada en la pareja formada por un hombre y una mujer. No en vano la Biblia comienza con la existencia de una pareja cuya relación es a imagen de la relación de Dios con la humanidad. Tenemos que abrirnos a una cultura de la alianza para no caer en el torbellino de una lucha de poderes entre los sexos.



5.2 La sociedad del mercado y liberalismo

La mayor parte de los jóvenes es esclavo de las normas de la sociedad del mercado; la publicidad exige ampliamente la satisfacción de los deseos inmediatos. La organización política de la sociedad reposa en la mentalidad mercantilista, que transforma a los ciudadanos en consumidores. Las reglas económicas reemplazan las reglas morales, dictan leyes e imponen su sistema de referencia y de valoración en todos los campos de la existencia con el consenso del poder político: la educación, la enseñanza, la salud, el trabajo, la vejez son regulados según las normas económicas en detrimento de los valores de la vida. Al centro de este mecanismo no están la persona y el bien común, sino el costo y el beneficio. La dictadura del dinero y de la economía construye, a través de la publicidad, una visión de la existencia en la que aquello que no rinde no debe existir, lo que contribuye a alterar el sentido de la persona humana, del vínculo social y del bien común.



5.3 Laicización y exclusión de lo religioso

El cristianismo está al inicio de la noción que distingue el poder religioso del poder temporal. En el curso de la Historia, aunque hayan existido momentos de confusión, el poder político a menudo a querido dictar leyes a la Iglesia, interviniendo, por ejemplo, en las decisiones de los concilios. No es tanto el poder religioso el que ha querido extender la propia influencia sobre el poder temporal, aunque en alguna sociedad la Iglesia a veces ha tenido que organizar la vida de la sociedad antes de devolverle el poder a aquel que debía ejercerlo; pero es el poder político el que a menudo se ha mostrado celoso del poder religioso, vigilándolo, encuadrándolo, poniéndolo en duda e incluso neutralizándolo.

La laicización, cuando supera el ámbito de la diferenciación de los poderes, pone varios problemas e influye en concepción de la dimensión religiosa inherente a la existencia. La laicización así se ha desarrollado en oposición al papel y a la influencia de la Iglesia: se debía excluir lo religioso del campo social, relegándolo a una cuestión privada dependiente de la conciencia individual; esta era la manera de mutilar a la Iglesia. Es un fenómeno que ha continuado con la laicización de la moral, separada de los principios universales que pueden ser descubiertos por la razón, para confundirla con la ley civil votada democráticamente. Así la legalidad ha sustituido la moralidad creando confusión en las conciencias de muchos jóvenes, de modo que llegan a creer que aquello que es legal tiene también un valor moral. La ley civil, al contrario, no dice qué cosa es moral: organiza sólo la vida de la sociedad, pero esta organización o reglamentación mediante los derechos y los deberes de los ciudadanos sólo se pueden fundar sobre los principios que respeten la dignidad de la persona humana y los valores de la vida[10] que trascienden todas las leyes.

Después de haber laicizado a la sociedad y la moral, le toca ahora a la religión de ser laicizada. La vida espiritual se confunde con la vida intelectual y poética, la Biblia es traducida por no-creyentes y por escritores de diferentes corrientes de opinión, mientras se va promoviendo una lectura laica de los Evangelios. El Papa Juan Pablo II a menudo ha subrayado el modo contradictorio en el que se aborda la Biblia: "...el hombre de hoy, defraudado por numerosas respuestas insatisfactorias a los interrogantes fundamentales de la vida, parece abrirse a la voz que proviene de la Trascendencia y se expresa en el mensaje bíblico. Pero, al mismo tiempo, se muestra cada vez más refractario a la exigencia de comportamientos en armonía con los valores que la Iglesia presenta desde siempre como fundados en el Evangelio. Se producen entonces intentos muy variados de separar la revelación bíblica de las propuestas de vida más comprometedoras".[11] Por ello la palabra de Dios se trasladaría a un discurso mundano, al unísono con las costumbres y a la inteligencia religiosa, reducida al mínimo denominador común en nombre de la "modernidad" y de una "religión moderada". Serían, por lo tanto, los cánones imperantes en una sociedad los que deberían regular la religión y sobre todo la fe cristiana: visión que consiste en eliminar del campo social la dimensión religiosa y las exigencias que derivan de ella.

El rechazo de reconocer la herencia religiosa y cristiana como una de las bases del desarrollo de la civilización en Europa y en el mundo occidental, como también en otras zonas culturales, es el testimonio de esta laicización rampante. La laicización así concebida no respeta la dimensión religiosa de la existencia humana. Los que sostienen este orden de cosas son los primeros en reconocer la libertad de la fe, que según ellos depende únicamente de la vida privada, pero que rechazan aceptar la realidad religiosa y el derecho a la religión, que implica una dimensión social e institucional, mientras que es importante que el poder religioso, en cuanto a institución, pueda estar representado en el concierto europeo y de las naciones al servicio del bien común y de los intereses superiores de la conciencia humana. Dios no puede estar ausente del campo social.

Las jóvenes generaciones necesitan ser educadas hacia una dimensión social e institucional de la religión cristiana; lo que no necesitan es experimentar la Iglesia como un grupo puramente intimista e individual.



6. Los jóvenes y la Iglesia

6.1 Jóvenes sin raíces religiosas

La mayor parte de las encuestas sobre los jóvenes y la religión confirma cuanto ya sabemos. Los jóvenes son los hijos de aquellos que fueron adolescentes entre 1960 y 1970 y que en su tiempo habían hecho la elección de no transmitir siempre aquello que ellos mismos habían recibido en su educación. Por lo tanto, han dejado que sus hijos se las arreglaran por sí mismos en el ámbito moral y espiritual, sin tener otra preocupación en la educación que cuidar de su realización afectiva. Así en muchos casos han carecido de referencias espirituales, quedándose desamparados. Los querían ver felices, pero sin enseñarles las reglas de la urbanidad, de cómo se emplean las riquezas de un pueblo y de la fe cristiana, que ha sido la fuente de muchas civilizaciones. Hay que reconocerlo, el sentido de la persona humana, el sentido de la propia conciencia, el sentido de la libertad, el sentido de la fraternidad, el sentido del igualitarismo, todo esto se lo debemos al mensaje de Cristo transmitido por la Iglesia. Se han banalizado estos valores separándolos de su fuente, con el riesgo de ya no poderlos transmitir, una vez que se desconoce su origen. Por este planteamiento mental anti-educativo, los hijos no han sido bautizados ni catequizados. Necesitaban hacer tabula rasa del pasado para liberarse de la tradición, actitud que ha producido ignorantes culturales, privados de una formación y cultura religiosa. Son incapaces de entender períodos enteros de la Historia de nuestra civilización, como también del arte, de la literatura, de la música. No son alérgicos a los dogmas, o sea a las verdades de la fe cristiana, y menos a la Iglesia; ¡la cosa es que no saben nada de ella! Por ello, en las encuestas más serias, sus respuestas revelan ignorancia, indiferencia y falta de educación religiosa. Están condicionados por todos los clichés y por todos los conformismos que circulan sobre la fe cristiana. En pocas palabras, están lejos de la Iglesia, porque al no haber sido educados en ella no se han integrado en la tradición religiosa.



6.2 Confusión entre lo religioso y lo paranormal

Hay que reconocer que muchos jóvenes son bastante ajenos a cualquier dimensión religiosa, la cual, a pesar de todo, no quiere otra cosa que surgir. ¿Cómo podría ser de otro modo en un mundo que elimina lo religioso? Lo confunden con lo parapsicológico, lo irracional y la magia. Son atraídos por los fenómenos del "más allá de la realidad" que provocan una resonancia emotiva y suscitan sentimientos capaces de hacerles creer en la existencia de un ser del más allá. Pero en este caso sólo se encuentran a sí mismos, sus sensaciones y su imaginación. La espiritualidad que está ahora de moda es aquélla carente de palabras, de reflexiones y de contenido intelectual, o sea, aquélla consistente en muchas corrientes de filosofía y de sabiduría sin Dios que, venidas del Oriente y de Asia; éstas son en sí interesantes, pero no son religiones, a pesar de ser valorizadas y deformadas actualmente, aún sin representar un movimiento de masas. Según esta mentalidad hay que ser "cool", "zen" y tranquilos, o sea, no hay que probar nada, sino hay que vivir en una inercia moderada. Toda desviación es posible porque no hay ningún control institucional o intelectual.

Todo, y lo contrario de todo, puede ser puesto en lugar de Dios, actitud totalmente opuesta al cristianismo que es la religión de la Encarnación del Hijo de Dios y que transmite un mensaje de verdad y de amor con el que se puede construir la vida y luchar contra todo lo que la arruina y la destruye. Los jóvenes cristianos advierten que la presencia de Dios y su mensaje llevan consigo una esperanza inmensa que les abre los caminos de la vida. Pero cuando el sentimiento religioso, inherente a la psicología humana, no ha sido educado y enriquecido con un mensaje auténtico, permanece primitivo y prisionero de una mentalidad supersticiosa y mágica. La falta de educación religiosa anima a las sectas y a los falsos profetas a que se autoproclamen como tales para hablar en nombre de una divinidad hecha a su imagen. El hombre necesita ser introducido en una dimensión diferente a la suya, dimensión que el Creador ha inscrito en el corazón de cada ser humano. Así es vinculado por Dios a los demás, a la Historia, y, sobre todo, a un proyecto de vida que lo revela a sí mismo, lo humaniza y lo enriquece. He aquí el sentido de la Palabra del Evangelio transmitida por la Iglesia.



6.3 Los jóvenes de la JMJ están en búsqueda de una vida espiritual

La mayor parte de los jóvenes que participan en la JMJ irradian bienestar y la alegría de vivir, llaman la atención por su calma, la sonrisa, la delicadeza, la gentileza, la cooperación y la apertura. Tenemos que tener fe en estos jóvenes, que preparan una revolución espiritual silenciosa, pero muy activa. Como sus coetáneos, también ellos tienen problemas: alguno ya habrá tenido cierta experiencia con la droga o se habrá comportado de cierta manera sin tener en cuenta la moral cristiana. Viven experiencias y fracasos, pero tienen hambre de otra cosa y están en búsqueda de una esperanza. Anhelan un ideal de vida y una espiritualidad fundada en alguien, en Dios. La sociedad europea que cada vez está más vieja, escéptica y sin esperanza, es sacudida por estos jóvenes que creen en Dios y que quieren vivir en consecuencia. La mayor parte proviene de comunidades cristianas y ha invitado a jóvenes que están en búsqueda. Saben que la vida no es fácil, pero al tener una esperanza firme no se resignan. Más o menos cristianos, se dirigen a la Iglesia para encontrar respuestas a su inmensa necesidad espiritual. Su presencia radiante deja un signo en todos países en los que se desarrolla la JMJ. Invierten, de hecho, la imagen reducida que se tiene de la juventud, porque cada vez que se habla de ella, es sólo para evocar una sexualidad impulsiva, la droga, la delincuencia, etc. Pero si algunos viven de ese modo es porque han sido abandonados a su suerte.

La sociedad es infantil hacia los jóvenes porque los utiliza como modelo, cuando en realidad son los jóvenes los que necesitan puntos de referencia. Se les adula, pero la sociedad no ama a los propios hijos, a juzgar por todas las dimensiones educativas de las cuales son objeto. También la acción pastoral local tiene su propia parte de responsabilidad en la medida en que a veces se han desatendido las tareas educativas o han sido abandonadas por las órdenes religiosas y los sacerdotes, que las habían tenido como vocación. Pero hay que reconocer que su tarea no era fácil en aquella época de rotura (1960-1970), en la que los jóvenes rechazaban masivamente toda reflexión religiosa. Los jóvenes de hoy carecen totalmente de una base desde el punto de vista religioso y hacen unas afirmaciones sorprendentes. Hace poco uno de ellos preguntó a un sacerdote: "¿Por qué mezcláis la Navidad con la religión?". ¡Él no sabía que la Navidad es el día en el que se celebra la natividad de Jesús! La Navidad es así reducida a una fiesta comercial en familia. Gracias al éxito de la JMJ, este modo de ver las cosas puede cambiar desde el momento en el que los jóvenes se empeñen en una búsqueda espiritual y descubran que gran parte de la visión del hombre, como también enteros sectores de la vida social, han sido modelados por el mensaje de la Iglesia y de generaciones de cristianos.



6.4 ¿Por qué Juan Pablo II atrae a tantos jóvenes, a pesar de que el mensaje cristiano es exigente, sobre todo en materia de moral sexual?

A menudo hacen esta pregunta y la respuesta viene por sí sola: es el mensaje de Cristo transmitido por la Iglesia, y siempre ha sido exigente; pero también es fuente de alegría. Es difícil vivir no sólo en el campo sexual sino en todas las realidades de la vida. Nada auténtico, coherente y duradero se construye sin dificultad. Juan Pablo II presenta el camino a seguir para vivir como cristianos en nombre del amor de Dios, y este amor es un modo de buscar el bien y la vida para sí mismo y para los demás. Siempre seremos capaces de este amor que no es un sentimiento, ni tampoco un bienestar afectivo, pero corresponde al deseo de buscar en Dios aquello que nos hace vivir. Los jóvenes son sensibles a este lenguaje y a la persona de Juan Pablo II que lo afirma tranquilamente, a pesar de las críticas y el sarcasmo. Les habla de la vida allí donde no escuchan otra cosa que muerte, droga y suicidio, de fracasos en el campo afectivo con el divorcio, de desempleo, por no citar una sociedad que los descuida.


Juan Pablo II tiene fe en ellos y les da fe en la vida. Les dice que es posible vivir y triunfar en la vida, y les explica incluso cómo se hace. La generación precedente no siempre les ha transmitido convicciones firmes, ni les ha enseñado a vivir con un cierto número de valores, limitándose a repetir hasta la saciedad los valores de la sociedad de consumo. ¿Qué cosa hacen los jóvenes? Se dirigen a los ancianos para obtener aquello que no han tenido: son los ancianos los que, como lo hace el Papa, los enlazan con la Historia y la memoria cultural y religiosa, desbancando así a sus padres. No hay divisiones entre el Papa y los jóvenes. Cuando los jóvenes perciben palabras auténticas, se sienten respetados y valorizados: "Por fin hemos sido tomados en serio, él tiene fe en nosotros".

A la Iglesia se le atribuye una obsesión en cuanto a la moral sexual. Aunque este tema no represente ni el 9% de los discursos y de los escritos del Papa, los medios de comunicación se detienen sólo en este aspecto, silenciando todo el resto. La historia del preservativo[12] es característica de esta desinformación y de la manipulación de la que son objeto sus discursos. Juan Pablo II en cambio dice una cosa diferente: se apoya en el Evangelio y no depende de las ideas ligadas a una moda pasajera. Apela al sentido del amor y de la responsabilidad. Como Cristo, prefiere dirigirse a la conciencia humana, para que cada uno se interrogue sobre el propio comportamiento para saber si se ha vivido en el sentido de un amor auténtico, leal y honesto hacia uno mismo y hacia el otro.

Persigue su misión. La reflexión sobre la sexualidad no puede reducirse a un discurso sobre la salud, sobre todo cuando ésta descuida la responsabilidad moral de las personas. La valoración moral concierne también a la sexualidad y no sólo a la vida social, a no ser que se quiera crear una escisión aberrante. Los cristianos son invitados a inspirarse en este modelo y así su propio comportamiento nazca de una conciencia evangélica iluminada.



Conclusión

Los post-adolescentes aspiran a realizar su propio ingreso en la vida. A pesar de cierta falta de raíces culturales, religiosas y morales, intentan encontrar las vías de acceso, porque a menudo se han formado a sí mismos, en un narcisismo difuso e inconstancia. La fragilidad del yo, una visión temporal reducida a los deseos del momento y a las circunstancias, y una interioridad restringida sólo a la resonancia psíquica lo confinan al individualismo. Por eso algunos están angustiados por el empeño y la relación institucional, a pesar de desear casarse y fundar una familia. Prefieren mantener relaciones intimistas y lúdicas, naturalmente entre más personas, pero que son relaciones que permanecen fuera del vínculo social. Su perfil psicológico es también el resultado de una educación centrada en lo afectivo, en el placer inmediato y en la separación de los padres a causa del divorcio que, entre otras cosas, en las representaciones sociales es el origen de la inseguridad afectiva, de la duda de uno mismo con respecto al otro y del sentido del compromiso. Es posible promover una educación más realista que no encierre a la persona en los objetos mentales y en el narcisismo de la adolescencia, sino que estimule el interés por hacerse adulto.


Los jóvenes de la generación actual están haciendo una revolución religiosa silenciosa, pero decidida. Suscitan interrogativos entre los cristianos y no tienen miedo de manifestarse como tales. No quieren dejarse intimidar ni constreñir al silencio y menos aún insultar. Los jóvenes provenientes de África, de América Latina, Asia y del Oriente viven su fe como una emancipación y una liberación en Dios, a veces en el martirio, actitud que debería inspirar las viejas comunidades cristianas.


Cada JMJ es una etapa histórica para los jóvenes participantes. Ya no podemos hablar de la religión del mismo modo como lo hacíamos antes. Además esto se nota fácilmente en la prensa: la mayor parte de los informadores y comentaristas políticos, esclavos de determinadas categorías sociológicas o de clichés, no consiguen dar una valoración exacta del evento. Desde hace varios años los encuentros de jóvenes promovidos por la Iglesia reúnen un número significativo de participantes, pero raramente se habla de estos jóvenes en búsqueda de los espiritual. Éstos no dan que hablar en los telediarios. ¿Es que un encuentro de jóvenes por motivos religiosos no es acaso un evento para la prensa? La información a menudo es desfasada respecto a lo que se vive y se prepara silenciosamente en la sociedad, hasta el día en el que alguno se despierta preguntándose: "¿Qué ha sucedido?". Los desafíos nacidos de la sed de un ideal y una espiritualidad de los jóvenes no son tomados en serio por la sociedad.


La Iglesia no está agonizando, como pretenden algunos: encuentra la misma dificultad que todas las demás instituciones que padecen los efectos del individualismo, del subjetivismo y de una forma de socialización. En una sociedad en la que el individuo vive como víctima de la vida de los demás, con la mentalidad del consumador, a un ritmo concebido en función del instante y con una representación de la vida mediática y virtual, es urgente hacer descubrir el sentido de la realidad, promover vínculos de socialización y transmisión entre las generaciones, para adquirir el sentido de las instituciones. La experiencia espiritual cristiana implica tal dimensión y constituye su riqueza, que se despliega en las diferentes tradiciones a través de los siglos.

Le toca a la Iglesia asegurar una continuidad a la JMJ y poner en práctica una catequesis más activa y renovada. La inteligencia de la fe necesita ser nutrida. La acción pastoral tendrá que preocuparse de sensibilizar a las familias sobre la importancia de la educación religiosa y del catecismo en particular. Pero las familias, a su vez, plantean una cuestión a la sociedad, que ha cancelado la dimensión religiosa de la vida con una precisa voluntad política. La laicización, como habíamos dicho, es la distinción entre el poder político y el religioso y no la exclusión de la religión del campo social. La vida escolástica debe respetar el tiempo que se debe dedicar a la enseñanza religiosa.

Aunque es verdad que cada uno es libre de abrazar o no un fe religiosa, la sociedad no puede relegar la religión a la sección de lo opcional de la vida, al campo de lo escondido y lo privado, pensando que la fe no debe tener ninguna repercusión en la vida y la sociedad. El hecho religioso es un hecho social que no se puede relegar a la esfera de lo privado; es más bien la fuente del vínculo social y permanece inscrito en el ritmo del calendario. A esta privatización de la vida religiosa han respondido los jóvenes, con su comportamiento, con un "no" contundente con ocasión de la Jornada Mundial de la Juventud. La vida espiritual es una exigencia humana que el poder público debe reconocer, respetar y honrar porque califica a cada persona y constituye uno de los componentes esenciales de la realidad social.

En su Mensaje con ocasión de la XVIII Jornada Mundial de la Juventud 2003, el Santo Padre recuerda el papel que los jóvenes pueden desarrollar: "La humanidad tiene necesidad imperiosa del testimonio de jóvenes libres y valientes, que se atrevan a caminar contra corriente y a proclamar con fuerza y entusiasmo la propia fe en Dios, Señor y Salvador" (n1 6).



12 de agosto de 2005


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[1] El 65% de los jóvenes europeos vive todavía con su familia. Informe publicado por la sociedad de estudios de mercado Datamonitor británica, Quotidien du Médécin (Francia), pág. 17, N1 7302, miércoles 26 de marzo de 2003.

[2] El acompañamiento de los jóvenes profesionales se ha convertido en una realidad que atañe a los de 25-40 años, sobre todo a los solteros, aunque se puede discutir sobre el concepto de 'joven' aplicado a este grupo de edad, praxis que responde a una necesidad, pero que a veces los mantiene en una especie de infantilismo afectivo.

[3] Anatrella, Tony, Interminabiles adolescences, le 12/30 ans, Paris, Cerf Cujas.

[4]Idem.

[5] Idem.

[6] Algunos estudios muestran que, del total de la población adolescente, el 10% des los jóvenes entre 15 y 19 años presenta dificultades psicológicas (Cfr. Comité general de la Salud Pública francesa, La souffrance psychique des adolescents et des jeunes adultes, ediciones ENSP, febrero 2000). El incremento de las emisiones radio-televisivas sobre los problemas de algunos adolescentes deja entender que la mayor parte de ellos se encontraría en una situación complicada que no refleja la realidad. Se tiende así a generalizar pocos casos específicos, mientras que se incluyen sobre todo las cuestiones pedagógico-educativas de la post-adolescencia.

[7] La fragilidad de los procesos de interiorización da origen a psicologías más superficiales, más fragmentadas, que tienen dificultad en recurrir a la racionalidad. En cuanto al lenguaje utilizado, su pobreza no favorece el dominio de lo real. Las fórmulas, repetidas como eslóganes, indican el pánico y el sufrimiento frente a la idea de reflexionar. Así la expresión: "Me martillea la cabeza" hace entender el hecho de que pensar podría provocar hemicránea. A los jóvenes les falta una verdadera formación intelectual que, entre otras cosas, se adquiere poniéndose en contacto con la literatura. No tienen una vida intelectual porque no entienden los textos y autores, ni saben reflexionar sobre ellos. En los programas actuales del Ministerio de Educación y Ciencia francés, los profesores tienen que tener principalmente en cuenta la subjetividad de los alumnos y enseñarles a ellos el conocimiento a partir de cuanto perciben; esto hace subir el número de cuantos se lamentan de tener dificultad en concentrarse intelectualmente como también en controlarse. El conocimiento del sentido de la ley comienza siempre por medio de la adquisición del lenguaje y de las reglas de la gramática, cosa que hoy día ya no sucede, pues los lingüistas han tomado el puesto de los gramáticos en la elaboración de los programas ministeriales. El método global o los métodos llamados mixtos, que hoy están de moda en las escuelas, producen analfabetismo, dislexia y una visión fragmentada de la realidad.

[8] La resiliencia correspondería a la capacidad de algunos individuos a salir reforzados o incluso completamente renovados ante las adversidades de la vida; algunas corrientes ideológicas podrían haber ideado un camino para alcanzar tal resiliencia (NdR).

[9] ROLLIN, France, La mixitéà l'école, ETUDES, Vol. 367, n1 6 (3676), diciembre 1987. ANATRELLA, Tony, La mixité, ETUDES, vol. 368, n1 6 (3686), junio 1988. Ver también ANATRELLA, Tony, La différence interdite, Flammarion.


[10] Ver Juan Pablo II, Veritatis Splendor (1993) y Evangelium Vitae (1995).

[11] Juan Pablo II, Discurso a los participantes en la sesión plenaria anual de la Pontificia Comisión Bíblica, n1 2, martes 29 de abril 2003, en L'Osservatore Romano, n1 20 - 16 de mayo de 2003, pág. 8.

[12] ANATRELLA, Tony, L'amour et le préservatif, París, Flammarion. Reeditado con el título, L'amour et l'Eglise, París.





Tomado de www.vatican.va



1 Basta con acercarse a dos de las últimas publicaciones de la USG: Fidelidad y abandonos en la vida consagrada hoy (2005) y Para una vida consagrada fiel. Desafíos antropológicos a la formación (2006), ambos en Litos.

2 P. Chávez, “Tu eres mi Dios, fuera de ti no tengo ningún bien”, ACG 382 (2003), pp 26-27.

3 A este respecto es interesante la lectura en clave de fidelidad que hace el Rector Mayor en su última carta, “Recordando la experiencia de los discípulos” en Esto es mi cuerpo que se entrega por vosotros. Haced esto en memoria mía. ACG 398, 15-27

4 Publicado en Sal Terrae núm. 95 (2007), págs. 495-505.

5 Grupo de MAdres de la Red IgnacianA. Contacto: Virginia Cagigal.

<vcagigal@chs.ucpomillas.es>.

6 «Dios es comunión perfecta de amor entre el Padre, el Hijo, y el Espíritu Santo. Ya en la Creación el hombre fue llamado a compartir, en cierta medida, el aliento vital de Dios. (...) El “misterio de la fe” es misterio del amor trinitario en el cual estamos llamados a participar»: BENEDICTO XVI, Sacramentum caritatis, n. 8.

7 ID., Oración mariana del Angelus (25 de mayo de 2005).

8 Gloria FUERTES, Obras incompletas, Madrid 1999, 251.

9 Félix LOPE DE VEGA, Poesía selecta, Madrid 1984, 404.

10 Gloria FUERTES supo transmitir magistralmente esta experiencia de soledad absoluta de María: «Solísima Sola / ¡qué sola te quedaste, con tu Hijo muerto / ahí de estandarte! / Viudísima Viuda / de tu san José / ¿Qué te queda ahora? / Espinas y sed», en su poema «A Nuestra Señora de la Mayor Soledad»: op. cit., 361. La entrega de una madre no acaba en sí misma, sino que se prolonga en cada uno de sus hijos de un modo singular. Una vez que ha engendrado un nuevo ser, ya no podrá prescindir de los «sentires» ni de los «aconteceres» que hagan vibrar a su criatura. Es el «peso» de las pertenencias. Una madre (y un padre también) tiene una doble llamada: a morir en los hijos (en sus dolores y sufrimientos) y a morir a los hijos (es decir, a renunciar a ellos). María vivió esta experiencia al extremo. Ver: M Dolores LÓPEZ GUZMÁN, Donde la maternidad se vuelve canto. Apuntes para una teología de la maternidad, Sal Terrae, Santander 2006, 92-110.

11 IGNACIO DE ANTIOQUÍA (ss. I-II), cuando fue condenado a las fieras, escribió una carta a la comunidad de Roma en la que les pedía que no se interpusieran en su entrega: «Dejadme alcanzar la luz pura. Cuando eso suceda, seré hombre. Permitidme ser imitador de la Pasión de mi Dios. […] Pedid por mí para que lo alcance»: Carta a los romanos VII,2 - VIII,3.

12 IGNACIO DE LOYOLA, Ejercicios Espirituales [333,1].

13 Gibrán Jalil GIBRAN, El profeta, Madrid 1983, 67.

14 León FELIPE, Versos y oraciones de caminante V, en Poesías Completas, Madrid 2004, 65.

15 Henri NOUWEN, Escritos esenciales, Sal Terrae, Santander 1999, 152.

16 Manuel ICETA, La familia como vocación, Madrid 1993,163.

17 Ibid., 96.

18 BENEDICTO XVI, op. cit., n. 114.

19 Algunas tribus indias, cuando llegaba el momento del paso a la adultez, enviaban a los chicos a una colina cercana con la orden de no regresar hasta el alba. Los adolescentes tenían que demostrar que eran capaces de defenderse en la soledad del monte. Ver: Adolf & Beverly HUNGRY WOLF, Los hijos del Sol. Relatos de los niños pieles rojas, Barcelona 1991, 39.

20 Gloria FUERTES, Historia de Gloria. Amor humor y desamor Madrid 1999, 333.

21 León FELIPE, op. cit.. 61.

22 Publicado en Cooperador Paulino núm,. 138 (2007), págs. 18-22.

23 Publicado en Sal Terrae núm. 95 (2007), págs. 373-384.

24 Asesor familiar. Profesor de la Universidad Pontificia Comillas. Madrid. <pguerrero@jesuitas.es>.

25 W. Ury se hizo famoso a nivel mundial como director asociado del Programa de Negociación de la Harvard Law School y como director asociado del Proyecto de Negociación Nuclear de la Kennedy School of Government. Ha sido asesor de compañías del prestigio de American Express, AT&T, IBM, Hewlett Packard y Microsoft, entre otras. También trabajó con el gobierno de los Estados Unidos como consultor del Pentágono. Cf. FISHER, R. — URY, W. — PATTON, B., Obtenga el sí: El arte de negociar, Barcelona 1996; URY, W. — BRETT, J. — Goldberg, 5., Getting Disputes Resolved: Designing Systems to Cut the Costs of Conflict, San Francisco 1988.

26 Posiciones es lo que en principio reclama cada parte, pues piensan que así se sentirán satisfechas. Son las respuestas que dan las personas a la pregunta «¿qué quieres?». Los intereses, en cambio, son los beneficios que deseamos obtener a través del conflicto, y normalmente aparecen «debajo» de las posiciones. En otras palabras, posición es aquello que cada parte reclama en una situación de conflicto, e interés es la preocupación o deseo que subyace a esa petición. Si los intereses son las necesidades subyacentes de las partes, las posiciones son las demandas expresadas por las partes ante aspectos concretos de la negociación.

27 Aunque intereses y necesidades pueden ser considerados «deseos ocultos», las necesidades (por ejemplo, identidad, seguridad, justicia, «pertenencia», o necesidades materiales básicas, como el sueño, la alimentación, etc.) son más fundamentales (e imprescindibles para vivir) que los intereses. Mientras los intereses pueden ser negociados, las necesidades no. Al igual que las necesidades, los valores tienden a ser estables y no negociables. La negociación basada en intereses -lue es muy efectiva en los conflictos de intereses— no debería aplicarse a conflictos que conlleven necesidades humanas o diferencias en la escala de valores.

28 La mediación precisa el acuerdo libre y explícito de los participantes. La mediación no puede imponerse. No se puede obligar a nadie a establecer relaciones o llegar a acuerdos.

29 Un tercero que no es parte, aceptable, neutral e imparcial, que ayuda a alcanzar voluntariamente una solución mutuamente aceptable. El mediador carece de poder autorizado de decisión (no es ni juez ni árbitro, no emite sentencias ni «laudos», pero tampoco es simplemente un «hombre bueno»), nunca decide el resultado de la disputa. Es un catalizador... y un facilitador.

30 Sin comunicación no hay negociación ni, por tanto, mediación, ya que esta última es, básicamente, un proceso de diálogo creativo y comprometido en busca de una decisión conjunta.

31 Permitiendo, si es necesario, la continuidad de las relaciones entre las personas involucradas en el conflicto. Ésta es la razón por la que la mediación es especialmente adecuada para la resolución de los conflictos familiares en general, y en los casos de separación o divorcio en particular.

32 La mediación se ha usado con éxito en campos muy diversos: comercial-empresarial, familiar, organizacional-laboral, víctima-agresor, política, comunitaria-vecinal, escolar, etc.

33 Estas líneas sobre el diálogo constituyen un resumen de un trabajo anterior. Cf. GUERRERO, P. «Aprender a pronunciar el mundo»: Padres y Maestros 221 (1996), 16-18.

34 P. FREIRE, Pedagogía y acción liberadora, Madrid 19792, 100.

35 Cf. P. FREIRE, Sobre la acción cultural, Santiago de Chile 1971, 54ss.

36 Publicado en «Plaza Pública», en Religión y Escuela 157 (febrero de 2002).

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Inspectoria Salesiana “Santiago el Mayor”